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ITALIA-ESPAÑA
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PRESENTED TO
THE LIBRARY
BY
PROFESSOR MILTON A. BUCHANAN
OF THE
DEPARTMENT OF ITALIAN AND SPANISH
1906-1946
AÑO n. NÚM. XVI.
LA
ESPAÑA MODERNA
iu
(REVISTA IBERO-AMERICANA)
Director propietario : J, LÁZARO
ABRlL-1890
MADRID
IMPRENTA DE ANTONIO PÉREZ DUBRULL
Flor Baja, 22
1890
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Para la reproducción de los artículos
comprendidos en el presente tomo, es in-
dispensable el permiso del Director pro-
pietario de La España Moderna.
A?
60
v,o.lé-IS
Sección Extranjera.
RECUERDOS DE MI INFANCIA
MAMÁ.
MAMÁ estaba sentada en el salón, y preparaba el te.
En una mano tenía la tetera , en la otra la llave-
cilla del grifo. Desbordábase el líquido, que co-
rría ya por la bandeja; pero aunque mamá miraba fija-
mente hacia la tetera, ni reparó en esto, ni advirtió que
entrábamos.
Cuando intenta uno reproducir los rasgos de un ser
querido, surgen simultáneamente tantos recuerdos, que
turban la vista , como las lágrimas ; son las lágrimas del
alma. Siempre que trato de recordar á mamá tal cual
era ella en aquel tiempo, solamente veo sus ojos negros
que expresaban constantemente bondad y cariño ; un lu-
narcito de su mejilla poco más abajo del sitio en que al-
gunos cabellos rebeldes se rizaban; su cuello blanco y
bordado , su mano flaca y delicada que tan á menudo me
LA ESPAÑA MODERNA.
acariciaba y que yo besaba también muy á menudo : el
conjunto huye de mi memoria.
Á la izquierda del sofá había un piano inglés de cola,
ya viejo. Sentada al piano, una muchacha morena, mi
hermana Lioubotchka, se ejercitaba tocando un estudio
de Clementi, con sus dedillos rojos recién lavados con
agua fría. Mi hermana tenía, á la sazón, once años, lle-
vaba traje corto y pantalones bordados, y todavía no al-
canzaba á la octava. Próxima á ella, un poco ladeada, se
halla sentada su aya , María Ivanovna , con su gorro de
cintas coloradas , su gabán azul celeste y su semblante
rojo é irritado , que adquirió una expresión aún más des-
apacible cuando apareció el profesor Karl Ivanovitch.
El aya lanzó á Karl miradas amenazadoras, y, sin respon-
der á su saludo , levantando la voz y recalcando el tono
de mando, prosiguió contando, mientras llevaba con un
pie el compás: una, dos, tres; una, dos, tres.
Karl Ivanovitch, según su costumbre, no hizo caso
del aya , y fuese derecho á besar la mano á mamá , á la
alemana. Mamá entonces salió de su ensimismamiento,
movió la cabeza como para desechar ideas tristes , tendió
su mano á Karl Ivanovitch , y dio un beso en la frente
arrugada y vieja del profesor , en tanto que él le besaba
la mano.
— Gracias, amigo Karl Ivanovitch (dijo mamá en len-
gua alemana); ¿han dormido bien los niños?
Karl Ivanovitch era sordo de un oído , y en aquel mo-
mento no oía absolutamente nada por culpa del piano.
Inclinóse más todavía hacia el sofá , y alzando un pie y
apoyando en la mesa una mano, levantó con la otra su
solideo, y dijo, -sonriendo de un modo que, en aquella
época, me parecía la quinta esencia de la cortesía:
—¿Me permite V., Natalia Nicolaievna? Karl Ivano-
RECUERDOS DE MI INFANCIA.
vicht nunca se privaba de su solideo rojo , temeroso de
enfriar su cabeza completamente calva ; pero nunca de-
jaba de solicitar permiso para permanecer cubierto
cuando penetraba en el salón.
— Nada, no se descubra V. (dijo mamá, y siguió pre-
guntando en voz más alta): ¿han dormido bien los niños?
Tampoco entonces la oyó el profesor, que siguió son-
riéndose cada vez con más agrado , y tornó á ponerse el
solideo.
—Deténganse Vds. un momento, Mimí (dijo mamá á
María Ivanovna sonriéndose); no podemos entendernos.
Mamá era muy bonita; pero cuando se sonreía ponía-
se más bonita aún, y hubiérase dicho que el regocijo
brotaba enrededor suyo. Si pudiese yo vislumbrar si-
quiera esa sonrisa en los momentos más amargos de mi
existencia, no sabría lo que era un disgusto. Paréceme
que eso que suelen llamar la hermosura reside única-
mente en la sonrisa : si la sonrisa le embellece , el rostro
es hermoso ; si no le transforma , es vulgar , y si le estro-
pea, es feo.
Después de haberme dado los buenos días, cogió
mamá con ambas manos mi cabeza, la inclinó hacia
atrás, me miró muy atentamente, y me dijo:
— ¿Has llorado?
No contesté. Ella me besó los ojos, y preguntó en
alemán:
— ¿Por qué has llorado?
Cuando hablaba familiarmente con nosotros, se ser-
vía siempre de ese idioma , que dominaba completamente.
El sueño que había yo inventado surgió en mi memo-
ria con todos sus pormenores , y me extremecí involun-
tariamente.
— He llorado soñando, mamá (respondí). Karl Iva-
LA ESPAÑA MODERNA.
novicht confirmó mi aserto, pero no dijo lo que había yo
soñado. Después de una conversación breve acerca del
tiempo, conversación en la cual tomó parte Mimí, colocó
mamá en la bandeja seis terrones de azúcar destinados á la
servidumbre de escalera arriba , se levantó y füése hacia
subastidor de bordar, que se hallaba próximo álaventana.
— Id ahora (dijo) á ver á papá, y decidle que no se
olvide de venir á hablar conmigo antes de bajar al jardín.
El piano , los una , dos, tres, y las miradas amenaza-
doras comenzaron de nuevo.
Atravesamos una habitación , que conservaba desde
los tiempos de mi abuelo el nombre de Sala de los oficia-
les, y penetramos en el despacho de papá.
II.
PAPÁ.
Hallábase de pie cerca de su escritorio, y señalaba con
el ademán papeles y montoncillos de dinero , y explicaba
algo con aire de un poco incomodado á nuestro intendente
Santiago Mikha'ílof. Éste , de pie también en el sitio que
de ordinario ocupaba, entre la puerta y el barómetro,
había echado á la espalda ambas manos y movía los de-
dos en todas direcciones con extraordinaria rapidez.
Cuanto más se enardecía papá, tanto más de prisa se
agitaban los dedos de Santiago ; pero cuando éste comen-
zaba á responder movíanse sus manos desordenadamente.
Creo que habrían podido adivinarse sus pensamientos
con sólo mirar atentamente sus dedos. Su rostro , en
cambio , permanecía impasible. Leíase en él la concien-
RECUERDOS DE MI INFANCIA.
cia del propio valer , unida á cierto matiz de sumisión
con que parecía decirse :
— Yo soy quien tiene razón; pero haré lo que V. me
mande.
Cuando papá nos vio, se contentó con decirnos: « Un
momento....; voy en seguida», y nos hizo señas con la
cabeza de que cerrásemos la puerta.
— Pero, por Dios, ¿qué tienes hoy, Santiago? (pro-
siguió diciendo.) Vas á cobrar mil rublos del molino;
ocho mil por las hipotecas ; vas á vender heno por valor
de tres mil rublos, todo esto, ¿no te da un total de doce
mil rublos? ¿Sí, ó no?
— Sí, ciertamente, — respondió Santiago.
Por la agitación de sus dedos comprendí que se dispo-
nía á presentar objeciones, pero papá no le dejó tiempo
para hacerlo.
—Toma (le dijo), ahí tienes un sobre con dinero den-
tro. Dáselo á la persona á quien va dirigido.
Estaba yo muy cerca de la mesa. Dirigí mis miradas
al sobre, y pude leer : «Para Karl Ivanovicht Mayer».
Sin duda papá hubo de observar que leía yo lo que no
me importaba, porque me puso la mano sobre el hombro,
indicándome con una presión ligera la dirección contraria
á la mesa. A todo evento, y no estando yo muy seguro
de que aquella no fuese una caricia, besé la mano robusta
y surcada de venas que se apoyaba en mi hombro.
—Está bien (dijo Santiago). ¿Y en lo que respecta al
dinero de Khabarovka?
Khabarovka era la propiedad de mamá.
—¡No lo cobres sin orden mía!
Santiago estuvo callado durante algunos segundos. De
pronto agitáronse sus dedos con dupHcada velocidad ; su
aire de sumisión estúpida fué reemplazado por una expre-
I o LA ESPAÑA MODERNA
sión de malicia, y comenzó á expresarse en los siguien-
tes términos :
— Permítame V. , Pedro Alexandrovitch ; temo que
nuestros cálculos no sean exactos.
Calló un instante y miró á papá con fijeza.
— ¿Por qué?
— Permítame V El molinero ha venido ya dos veces
á verme ¡para solicitar espera. Jura que no tiene dinero.
Ahí está ; ¿quiere V. hablarle por sí mismo?
Papá hizo seña de que no.
— De las hipotecas no cobrará V. nada antes de un
par de meses , como yo había previsto. El heno.... V. mis-
mo ha dicho que podrán sacarse de él quizá tres mil
rublos....
Santiago interrumpió su discurso. Sus ojos decían:
V. mismo lo ve. ¿Qué son tres mil rublos?
Era evidente que Santiago tenía de reserva otros mu-
chos argumentos ; por eso , sin duda , papá se apresuró á
cortarle la palabra.
— Sucederá lo que ya he dicho ; sin embargo , si el di-
nero no se recauda inmediatamente , toma el de Khaba-
rovuta.
— Bien está.
La fisonomía y los dedos de Santiago expresaron viva
satisfacción.
Santiago era siervo. Era un hombre muy celoso y
muy adicto. Como todo buen intendente, trataba con
dureza cuanto se refería á los intereses de su amo , acerca
de los cuales tenía las ideas más peregrinas. Su pensa-
miento fijo era enriquecer al señor á expensas de la se-
ñora, demostrando la necesidad de gastar todas las ren-
tas de la señora para Petrovrkoé , la hacienda en que ha-
bitábamos.
RECUERDOS DE MI INFANCIA. I I
Después de habernos saludado, nos dijo papá que en
el campo estábamos llevando vida de holgazanes, que ya
íbamos siendo creciditos y que había llegado el tiempo
de trabajar seriamente.
—Ya sabéis, me parece, que parto para Moscou, y
que os llevo conmigo (continuó diciendo). Viviréis en
casa de vuestra abuela, y mamá se quedará aquí con los
pequeños. No pongáis en olvido que su único consuelo
será tener noticias de que trabajáis bien y no dais á na-
die motivo de queja.
Aunque algo de extraordinario sospechábamos por
los desusados preparativos que habíamos observado ha-
cía algún tiempo, la noticia cayó como un rayo. Mi her-
mano Volodia se puso del color de la grana , y temblaba
su voz al cumplir el encargo de mamá.
—He aquí (pensé) lo que mi sueño me anunciaba. Dios
quiera que no ocurra otra cosa peor.
Experimentaba yo grande , muy grande disgusto por
separarme de mamá, y al propio tiempo la idea de que
empezábamos en efecto á ser mayorcitos me lisonjeaba.
— Si partimos esta noche (pensé también), es muy se-
guro que hoy no tendremos clase. ¡Qué felicidad! Y, sin
embargo, me entristece pensar en Karl Ivanovicht. Le
despiden ; si no, papá no hubiese dejado ese sobre para
él.... Preferiría yo dar siempre lecciones , no separarme
de mamaita y no causar pena á ese pobre Karl Ivano-
vicht. ¡Es ya tan desdichado!
Todos estos pensamientos cruzaron por mi cabeza.
Yo no respiraba siquiera, y miraba fijamente á las cintas
de mis zapatos.
Cambió papá con Karl algunas palabras acerca del
barómeto, que había bajado. Encargó á Santiago que no
diese de comer á los perros, porque pensaba salir por
12 LA ESPAÑA MODERNA.
Última vez , después de la comida , con los galguillos co-
rredores, y nos envió á trabajar, contra lo que yo espe-
raba ; sin embargo , nos prometió , para consolarnos , que
pensaba llevarnos á la cacería.
Al volverme al primer piso, me escapé un instante co-
rriendo por la azotea. Milkita,el lebrel predilecto de papá,
estaba tumbado al sol, cerca de la puerta, y con los ojos
entornados.
— Milkita (le dije acariciándole y dándole un beso en
el hocico): ¡adiós! no volveremos á vernos.
Me enternecí y comencé á llorar.
III.
EN CLASE.
Era ya la una menos cuarto ; Karl Ivanovicht no tenía
trazas de despedirnos, y seguía dándonos lecciones nue-
vas. Crecían juntamente el cansancio y el hambre. Ace-
chaba yo con suma impaciencia todos los indicios pre-
cursores de la comida. «He ahí (me decía yo á mi mismo)
la criada con el paño para limpiar los platos. Oigo que
mueven la vajilla en el aparador. Ya ponen la mesa y
colocan las sillas. Ahí está Mimí con Lioubotchka y Ca-
talina (la hija de Mimí, doce años), que vuelven del jar-
dín; pero no veo á Foca (el mayordomo Foca es el que
anuncia que la sopa está en la mesa). Cuando aparezca
Foca será lícito tirar el libro y escapar sin permiso de
Karl Ivanovicht ; pero antes no. *
Por último, oigo pasos en la escalera. ¡No era Foca!
Conocía yo muy bien los pasos del mayordomo y el cru-
RECUERDOS DE MI INFANCIA. 1 3
jido de sus botas. La puerta se abrió, y vi aparecer una
figura completamente desconocida.
IV
EL INOCENTE.
Era un hombre como de cincuenta años , de rostro
grande y pálido , algo picado de viruelas , largos cabellos
grises y algunos pelos de barba rojos. Era tan alto, que
tuvo necesidad de plegarse literalmente en dos para pa-
sar por la puerta. Su vestido andrajoso era de forma in-
definible, término medio entre el caftán 3^ la sotana. Lle-
vaba en la mano un palo enorme, con el que golpeó fuer-
temente en el suelo al entrar, después frunció el entrecejo,
abrió una boca desmesurada y lanzó una carcajada
espantosa. Era tuerto, y su ojo vacío, en constante mo-
vimiento, acababa de hacerlo repugnante.
— ¡Ah! ¡ah! ¡cogido!— gritó acercándose á Volodia y
cogiéndole por la cabeza. Examinó atentamente el crá-
neo, le dejó, se aproximó ala mesa, sopló con mucha
seriedad sobre el tapete de hule , haciendo encima la se-
ñal de la cruz.
— i Ó , ó , ó , daño ! i ó ó ó hace mal ! j ó ó ó queridos. . . .
velelán! — siguió diciendo, y entretanto miraba enterne-
cido á Volodia.
Principió á llorar, y se enjugó las lágrimas con la
manga.
Tenía la voz áspera y ronca, los movimientos eran
precipitados y nerviosos : sus discursos eran deshilvana-
dos y desprovistos de sentido (nunca usaba los pronom-
¡4 LA ESPAÑA MODERNA.
bres), y con todo eso su tono era tan conmovedor, su in-
grata figura tomaba á las veces una expresión de tris-
teza tan honda , que involuntariamente se experimentaba
escuchándole una mezcla de compasión, de espanto y de
melancolía.
Era Gricha, el inocente; el viajero perpetuo. ¿De
dónde era? ¿Quiénes habían sido sus padres? ¿Porqué
había adoptado aquella vida errante? Nadie lo sabía.
Todo lo que puedo decir es que en el país era conocido
desde treinta años antes , y que se le había visto siempre
en estado de inocente. Iba siempre descalzo , en verano
lo mismo que en invierno : visitaba los conventos , distri-
buía objetos piadosos de poco valor entre las personas
que le eran simpáticas y pronunciaba palabras enigmáti-
cas, de las cuales muchos aseguraban que eran profecías.
Nunca había sido más que el Inocente. De cuando en
cuando iba á casa de mi abuela. Según algunos, los padres
de Gricha eran muy ricos , y él interesante y digno de
lástima. Según otros, el inocente era ni más ni menos
que un haragán, un mendigo.
Por ñn vino Foca, el exacto Foca, con tanta impa-
ciencia esperado. Bajamos, y Gricha nos siguió sollozando
siempre y murmurando extravagancias. Con el garrote
iba dando golpazos en los peldaños de la escalera.
Papá y mamá, cogidos del brazo, se paseaban por el
salón , y hablaban á media voz. Mimí , con aire muy digno,
habíase sentado en su sillón colocado perpendicularmen-
te al sofá. Las niñas estaban colocadas á su lado. Mimí
les daba sus instrucciones en voz baja pero severa. Cuan-
do entró Karl Ivanovicht, Mimí le lanzó una mirada, y
en seguida le volvió la espalda, haciendo un gesto que
significaba :
-No conozco á V. , Karl Ivanovicht.
RECUERDOS DE MI INFANCIA. I 5
Adivinábase en los ojos de las niñas que ardían en
deseos de comunicarnos una gran noticia; era inútil que
pensáramos en hablarnos , habría sido eso quebrantar la
regla de Mimí. Esa regla exigía que nosotros hiciésemos,
por de pronto, una reverencia , diciendo: «Buenos días,
Mimí» ; después de lo cual teníamos el derecho de ha-
blarnos.
I Esta Mimí era bastante fastidiosa ! Imposible pronun-
ciar una palabra cuando ella se hallaba presente ; pare-
cíale todo mal. Además , ocurríasele siempre interrumpir-
nos con su: * Hablen Vds. en francés», siempre en el
momento, parecía hacerlo adrede, en que nosotros de-
seábamos con vehemencia charlar en ruso. En la mesa,
cuando un plato nos agradaba y deseábamos comerle en
paz y sin ser molestados, nunca faltaba Mimí diciéndo-
nos: «Coman Vds. pan; ¿cómo tienen Vds. ese tenedor?»
— ¿Qué le importa eso á ella? pensaba yo. Que eduque
á las niñas. Para eso está aquí. Pero el encargado de
nosotros es Karl Ivanovicht. — Participaba yo , en el fondo
de mi alma, del aborrecimiento del Karl Ivanovicht con-
tra ciertas personas.
Nos trasladamos al comedor ; las personas mayores
rompían la marcha. Catalina me detuvo, cogiéndome por
los faldones del traje, y me dijo muy quedo :
— Pide á tu mamá que nos deje ir con vosotros á la
cacería.
— Bueno ; lo intentaremos.
Gricha comía con nosotros ; pero en una mesita apar-
te. No levantaba los ojos de su plato, suspiraba, hacía
gestos horribles, y hablaba consigo mismo: «¡Daño!....
¡volado!.... ¡Ah, piedra sobre turba!» Y otras frases por
ese estilo.
Desde por la mañana mamá parecía algo agitada , y
1 6 LA ESPAÑA MODERNA.
la presencia de Gricha con sus desvarios y sus muecas
aumentaba visiblemente su malestar.
— ¡Ah! Ya se me olvidaba suplicarte una cosa, — dijo
á papá, dándole un plato de sopa.
-¿Qué?
— Te ruego que mandes encerrar á tus horribles pe-
rros. Ha faltado muy poco para que mordieran al pobre
Gricha cuando entró en el patio. Serían capaces de mor-
der á los niños.
Comprendió Gricha que hablaban de él. Se volvió en
su silla, y dijo, con la boca llena, señalando su traje des-
pedazado :
— Quería hacer morder.... Dios no permitió. Cazar
con perros, j pecado! ¡Mucho pecado! No pegar ancia-
no ('), ¿por qué pegar? ¡Dios perdona!
— ¿Qué dice? — preguntó papá, mirando fijamente á
Gricha, con aire de no muy satisfecho.
— Pues yo lo comprendo perfectamente ( replicó ma-
má). Nos ha contado , que uno de tus cazadores azuzó
adrede á su perro para que se arrojase sobre Gricha. El
pobrecillo te dice : «Ese ha querido hacerme morder,
pero Dios no lo ha permitido» , y te ruega que no impon-
gas castigo al cazador
— ¡Ah! ¿conque es eso? (dijo papá.) pero ¿cómo sabe
él que quiero castigar al cazador? Ya lo sabes: por regla
general me gustan muy poco estos señores (contiuuó di-
ciendo en francés); pero éste me desagrada particular-
mente , y estoy seguro....
— ¡Oh!, no digas eso, amigo mío (gritó mamá, inte-
rrumpiéndole como asustada). ¿Qué sabes tú?
— No me han faltado ocasiones para estudiar esta casta
(i) Gricha llamaba así á todos los hombres , sin distinción. — Nota
del autor.
RECUERDOS DE MI INFANCIA. 1 7
de pájaros. Tu casa está siempre llena de ellos. Todos
están cortados por igual patrón. Eternamente la misma
historia.
Veíase que mamá no participaba en manera alguna
de la opinión de papá y que no quería discutir.
—Alcánzame los pastelillos , te lo suplico (dijo ella).
¿Están hoy buenos?
— ¡No! (siguió diciendo papá, al mismo tiempo que
cQcrió el plato de los pastelillos, y los tenía en alto fuera
del alcance de mamá) ; ¡no! ; me irrita el ver personas
instruidas é inteligentes que se dejan embaucar.
Y al decir esto golpeaba la mesa con su tenedor.
— Te he pedido los pastelillos, — dijo mamá, exten-
diendo el brazo.
—Tienen razón sobrada los que disponen que estas gen-
tes sean recogidas por la policía (prosiguió papá , retiran-
do siempre el plato de los pastelillos) : no sirven para nada,
como no sea para mortificar á las personas nerviosas.
Estas últimas palabras las pronunció sonriéndose, y
al notar que la conversación disgustaba mucho á mamá,
le dio el plato.
— Solamente quiero responderte una cosa (dijo mamá
entonces). Es muy difícil admitir que un hombre que va
descalzo, lo mismo en verano que en invierno y en su edad;
que lleva siempre debajo de su vestido una cadena de
sesenta libras de peso ; que constantemente ha rehusado
cuando se le ofrecía una vida tranquila en que todo se le
hubiese costeado , es difícil admitir que este hombre haga
todo eso por holgazanería. Por lo que respecta á sus pre-
dicciones (mamá suspiró y guardó silencio durante un
rato), tengo motivos para creer en ellas. Creo haberte
dicho ya que Kirioncha había predicho á mi padre el día
y bt hora de su muerte.
1 8 LA ESPAÑA MODERNA,
— ¿Qué has hecho? (dijo papá sonriendo y poniéndose
la mano , como pantalla , al extremo de la boca del lado
en que estaba Mimi). Cuando papá hacía ese gesto vol-
víame yo todo oídos , pues sabía que pensaba él decir
algo picaresco.) ¿Por qué me has hecho acordarme de
sus pies? Los he mirado, y ya no podré seguir comiendo.
La comida acababa. Lioubotchke y Catalina no cesa-
ban de hacernos señas , moviéndose mucho en sus sillas
y dando muestras de agitación violenta. Sus señas que-
rían decir : ¿Por qué no solicitáis vosotros que nos lleven
á la cacería? Yo daba codazos á Volodia ; Volodia me
los daba á mí. Por último, él se atrevió. Con voz muy tími-
da el comenzar , y después bastante firme y bastante alta,
expuso que , llegado el momento de partir , deseábamos
llevar á las niñas con nosotros á la caza. Después de un
concihábulo corto entre las personas mayores , nos fué
concedida la gracia solicitada, y corrimos á vestirnos
para la expedición. Yo estaba en extremo impaciente.
Por fin, oímos los pasos de papá en la escalera. Pocos
minutos después estábamos en camino.
***
Un poco antes de la cena, Gricha penetró en el salón.
Desde el instante en que había puesto los pies en nuestra
casa, no había cesado Gricha de lanzar suspiros y derra-
mar lágrimas. Para aquellos que le otorgaban el don de
la profecía , era señal aquello de que alguna desgracia
amenazaba nuestra casa. Despidióse, y dijo que al ama-
necer del día siguiente partiría. Hice una seña á Volodio
para que me siguiese , y salí.
RECUERDOS DE MI INFANCIA. 1 9
— ¿Qué hay?
—Si quieres que veamos las cadenas de Gricha , vamos
á subir corriendo á las habitaciones de los criados. Gri-
cha se acuesta en la segunda; podemos subirnos á la des-
carga y lo veremos todo.
—Buena idea. Espérame aquí; voy á buscar á las
niñas.
Las niñas vinieron ; subimos todos , y después de ha-
ber disputado un poco sobre quién entraría el primera
en el cuarto oscuro, nos sentamos y esperamos.
V.
GRICHA.
No estábamos nosotros muy tranquilos en aquel re-
cinto oscuro. Nos apretábamos unos contra otros sin ha-
blar palabra. Gricha subió muy poco, después. Andaba
sin ruido , llevando en la mano su estaca y en la otra una
vela en un candelero de cobre. Nosotros procurábamos
contener hasta la respiración.
— ¡Señor Jesucristo! ¡Virgen Santa! ¡Al Padre, al
Hijo y al Espíritu Santo!....
Se interrumpió para respirar, y tornó al principio con
las entonaciones variadas y las abreviaciones usuales
solamente para las personas que repiten muy á menudo
esas palabras.
Sin dejar sus rezos , colocó el palo en un rincón, exa-
minó la cama y comenzó á desnudarse. Desabrochó su
cinturón negro y viejo , se quitó lentamente su burdo ro-
pón , le dobló cuidadosamente y le colocó sobre el res-
20 LA ESPAÑA MODERNA.
paldo de una silla. Su rostro había perdido la expresión
inquieta y estúpida que le era habitual. Por el contrario,
parecía sereno, pensativo y hasta majestuoso. Sus mo-
vimientos eran lentos y reflexivos.
Ya desnudo , sentóse dulcemente en la cama , en la que
hizo repetidas veces y por todas partes la señal de la
cruz y arregló sus cadenas bajo la camisa, no sin grande
esfuerzo , conociéndose el esfuerzo en la contracción de
sus músculos. Contempló un momento con aire de pena
los agujeros de su camisa, se levantó después, y comenzó
de nuevo á rezar ; tomó la vela , la elevó hasta la imagen
colocada á la cabecera, se santiguó y apagó su vela.
La luna, casi llena entonces, daba en la ventana de la
habitación. Sus rayos pálidos y plateados iluminaban por
un lado la figura larga y blanca del inocente, cuyo lado
opuesto parecía negro, y cuya sombra, unida á la som-
bra del bastidor de la ventana , descendía al suelo y se
encaramaba á lo largo de la tapia y hasta el techo.
En el patio, el vigilante golpeó en su plancha de cobre.
Gricha callaba. De pie ante la imagen , con sus enor-
mes manos cruzadas sobre el pecho , con la cabeza incli-
nada hacia adelante, respiraba con dificultad. Púsose
después de rodillas con bastante trabajo y oró.
Recitó primeramente y muy quedo oraciones cono-
cidas, recalcando algunas palabras; después volvió á
principiar las oraciones mismas , en voz más alta y ani-
mándose un poco; por último, comenzó á improvisar.
Intentó expresarse en lengua eslava, y se conocía que
esto le costaba trabajo. Era incoherente, pero conmove-
dor. Rogó por todos sus bienhechores (llamaba así á
todos los que le recibían en su casa); entre otros varios
por mamá y por nosotros ; rogó por él mismo , y pidió al
Señor que le perdonase sus grandes pecados ; púsose des-
RECUERDOS DE MI INFANCIA.
pues á repetir : « ¡ Dios mío , perdona á mis enemigos ! » Se
levantó gimiendo, arrojóse al suelo cuan largo era, repi-
tiendo siempre las mismas palabras , y se levantó otra
vez, no obstante el peso de las cadenas, que producían al
chocar en el pavimento un ruido seco y metálico.
Volodia me pellizcó en lapierna y me hizo mucho daño,
pero no volví siquiera la vista. Me contenté con rascarme
la pierna , y continué mirando y escuchando á Gricha,
con una mezcla de admiración infantil, de compasión y
de respeto.
En vez de divertirme y reir como había yo esperado
al entrar en la descarga , sentía estremecimientos de frío .
Gricha permaneció bastante tiempo aún en esta es-
pecie de éxtasis, y continuó improvisando oraciones. Ya
repetía muchas veces : Señor , ten piedad de nosotros,
pero siempre con entonación diferente y con más fuerza
cada vez; ya decía: ¡Perdóname, Señor; enséñame lo que
es necesario hacer y enséñame lo que es necesario ha-
cer, Señor! , y hubiérase dicho, por su acento, que espe-
raba recibir inmediatamente una respuesta; ya no se le
oía más que lastimeros sollozos... Levantóse sóbrelas
rodillas, cruzó las manos sobre el pecho y calló.
Adelanté silenciosamente mi cabeza por la puerta,
conteniendo la respiración. Gricha no se movía. De su
pecho se escapaban suspiros profundos. Su ojo vacío,
cuya pupila nublada iluminaba la luna , estaba lleno de
lágrimas.
—Sí, hágase tu voluntad ,— gritó de pronto con una
expresión que no es posible representar, y dejando caer
su frente hasta el suelo, sollozó como un niño.
Muchas cosas han pasado después ; muchos recuer-
dos han perdido para mí su importancia y se han con-
vertido en confusas reminiscencias ; mucho tiempo hace
:¿2 LA ESPAÑA MODERNA,
que Gricha , el viajero , terminó su último viaje ; pero la
impresión que en mí produjo , no se borrará nunca; jamás
olvidaré los sentimientos que despertó en mi alma.
¡ Oh, Gricha ! ¡Oh gran cristiano! era tan ardiente tu fe,
que sentías la presencia de Dios ; era tu amor tan grande
que las oraciones brotaban por sí mismas de tus labios :
no pedías ala razón que las analizase.... ¡Y con qué
magnificencia cantabas las grandezas del Omnipotente,
cuando, no hallando más palabras, te arrojabas á tierra
llorando.
El enternecimiento con que escuchaba yo á Gricha no
podía prolongarse mucho tiempo , primeramente porque
mi curiosidad estaba satisfecha , y después porque tenía
yo mis piernas entumecidas de permanecer tanto tiempo
en el mismo sitio , y, por último , porque oía ya moverse y
cuchichear detrás de mí, y yo deseaba hacerlo que hacían
los otros. Alguien me cogió la mano , y me dijo al oído:
¿De quién es esta mano? En aquel recinto estábamos
completamente á oscuras ; pero por el tacto y por el me-
tal de la voz reconocí á Catalina. Instintivamente cogí
su bracito desnudo hasta más arriba del codo , y le besé.
Catalina, asombrada sin duda de mi proceder, retiró su
brazo , y al hacerlo tropezó con una silla rota que allí es-
taba. Gricha levantó la cabeza, miró enrededor suyo y
envió la señal de la cruz en todas direcciones, recitando
al mismo tiempo una oración. Nosotros nos alejamos de
allí precipitadamente y cuchicheando.
Conde León Tolstoi.
EL CHIQUILLO ESPÍA
CUENTO
LO llamaban Stenne ; el chiquillo Stenne.
Era un hijo de París , pálido y enclenque, que
podría tener unos diez años , tal vez quince ; en
estos muñecos no es posible acertar las edades. Su madre
había muerto ; su padre, que había servido en infantería
de marina, era guarda de un jardín del barrio del Tem-
ple. Los muchachos, las niñeras, las ancianas que llevan
á paseo su silla de tijera, las pobres viejas, todo ese
París de menor cuantía que pasea á pie y que para evitar
el riesgo de ser atropellado por los carrujes acude á
esos jardinillos municipales flanqueados por aceras, co-
nocían á Stenne padre, y lo querían entrañablemente.
Sabían todos que bajo aquel bigote áspero, terror de
perros y de chicos traviesos , se ocultaba una sonrisa de
ternura casi paternal , y que para ver esa sonrisa bastaba
decirle :
— ¿Cómo sigue su hijo de V.?
¡Stenne padre quería tanto á su hijo! Considerábase
dichoso completamente cuando, al caer la tarde, después
de salir de la escuela, venía el pequeño á buscarle y da-
24 LA ESPAÑA MODERNA.
ban juntos una vuelta por los paseos del jardín, detenién-
dose delante de cada banco para saludar á los concurren-
tes asiduos, correspondiendo así á las atenciones de éstos.
Desgraciadamente, con el sitio, cambió por completo
casi todo. El jardinillo que guardaba Stenne padre fué
cerrado ; convirtiéronle en depósito de petróleo , y el
pobre hombre, obligado á una vigilancia incesante, pa-
saba su vida en los bosquecillos desiertos y casi destrui-
dos, solo, sin fumar, y viendo á su hijo solamente en casa
y de noche, ya, bastante tarde. Por eso eran de ver aque-
llos bigotes cuando el guarda hablaba de los prusianos.
El chiquillo Stenne, por su parte, no deploraba exce-
sivamente aquella nueva vida.
¡Un sitio es cosa tan divertida para los muchachos!
¡No hay escuela!; ¡no se va al estudio!.... Vacaciones
todos los días, y las calles como el real de una feria.
El muchacho permanecía fuera de casa hasta la no-
che , correteando. Acompañaba á los batallones del ba-
rrio cuando iban á las fortificaciones , eligiendo prefe-
rentemente á los que tenían buena banda de música ; y
acerca de este particular , el chiquillo Stenne estaba per-
fectamente enterado. Podía decirnos con todo conoci-
miento que la banda del batallón 96 no valía mucho, y
que en el 5 5 tenían una excelente. Entreteníase en otras
ocasiones viendo hacer el ejercicio á los movilizados;
después, todo esto traía cola.
Con su cesta al brazo , tomaba el chico su puesto en
aquellas largas filas formadas en la sombra de las maña-
nas de invierno á las puertas de los carniceros y de los
panaderos. Allí, con los pies metidos en agua, se inicia-
ban amistades , se hablaba de política, y al muchacho,
como hijo del señor Stenne , le preguntaban todos su opi-
nión. Pero lo más divertido de todo eran las partidas de
EL CHIQUILLO ESPÍA. 2^
chito , rayuela y galocha, un juego famoso que los movi-
lizados bretones habían puesto en moda durante el sitio.
Cuando el chiquillo Stenne no estaba en las fortificacio-
nes ni en la panadería, era seguro que se le encontraba
en la partida de galocha de la plaza de Cháteau d'Eau.
Él no jugaba, por supuesto; era menester demasiado
dinero. Se limitaba a contemplar á los jugadores, i Y los
miraba con unos ojos!!
Excitaba, sobre todos, la admiración de Stenne un
muchacho, grandullón ya, con blusa azul, que nunca po-
nía moneda menor de un franco. Cuando este muchacho
corría, oíanse sonar en el bolsillo de su blusa las mone-
das de plata.
Cierto día , al tiempo de recoger una pieza que había
rodado hasta los pies del chiquillo Stenne , el grandullón
le dijo en voz baja:
— ¿Te deja bizco el ver esto? Pues si quieres, te diré
dónde puede enconcontrarse.
Una vez concluida la partida, le llevó á un rincón de la
plaza, y le propuso que le acompañase á vender periódi-
cos á los prusianos ; se ganaban treinta pesetas por viaje.
Al pronto Stenne rehusó muy indignado ; y por primera
providencia permaneció tres días seguidos sin concurrir
á la partida. ¡Tres días terribles! Ni podía comer, ni lo-
graba dormir. Veía por las noches multitud de galochas
á los pies de la cama y monedas de plata muy relucientes
que caían una á una sobre su lecho. La tentación era
muy poderosa. Al cuarto día volvió á Chateau d'Eau,
tornó á ver al de la blusa azul, se dejó seducir....
Ambos saheron al amanecer de un día de nieve : lle-
vaban al hombro sacos de Henzo y algunos periódicos
ocultos en sus blusas. Cuando llegaron á la puerta de
Flandres rayaba el día apenas. El grandullón cogió á
20 LA ESPAÑA MODERNA.
Stenne de la mano, y acercándose al centinela — un va-
liente sedentario , que tenía la nariz amoratada y aire de
buenazo, — le dijo en tono lleno de humildad :
— Bondadoso señor, déjenos V. pasar. Nuestra madre
está enferma, papá ha muerto. Vamos mi hermanito y yo
para ver si en el campo recogemos algunas patatas. '
El mocetón lloraba ; Stenne , muy avergonzado , ba-
jaba la cabeza. El centinela los miró durante algunos
instantes ; lanzó después una ojeada hacia el camino de-
sierto y blanco, y después, separándose un poco, «A ver
si pasáis pronto» les dijo ; y cátalos en el camino de Au-
bervilliers. El zagalón se reía con toda su alma.
Muy confusamente, como en sueños, el chiquillo
Stenne veía fábricas transformadas en casernas , barri-
cadas solitarias , adornadas con andrajos mojados , chi-
meneas altísimas, que, rompiendo la niebla, se elevaban
hasta el cielo, vacías y descantiladas; de trecho en trecho
veíase algún centinela, oficiales abrigados con sus capu-
chones que miraban hacia abajo con sus anteojos de
campo , y tiendecillas de campaña humedecidas por la
nieve fundida, delante de fogatas que comenzaban á ex-
tinguirse.
El mayor de los dos viajeros conocía los caminos, y
andaba á campo-traviesa para evitar los cuerpos de guar-
dia. Esto no obstante, llegaron, sin que les fuese posible
eludirlo, á una guardia mayor de franco-tiradores. Hallá-
banse éstos adheridos al fondo de un foso lleno de agua
á lo largo del ferrocarril de Soissons. Fué en vano que el
compañero de Stenne tornase á referir la historia ; no se
les franqueó el paso. Entonces, y mientras ambos se la-
mentaban, de la caseta del guarda salió un sargento,
viejo ya, todo blanco y lleno de arrugas, que se parecía
á Stenne padre.
EL CHIQUILLO ESPÍA. 27
— ¡Ea, chicuelos! (les dijo.) No lloréis tanto ; se os de-
jará ir á buscar vuestras patatas ; pero antes entrad á
calentaros un poco.... Ese tunantuelo tiene trazas de
estar helado.
i Ah ! Stenne tiritaba efectivamente , pero no de frío ;
era de miedo y de vergüenza. En el puesto hallaron á
varios soldados agrupados enrededor de un fuego casi
amortiguado , verdadero fuego de viuda , en cuyas llamas
procuraban calentar pedazos de galleta, clavados en las
puntas de las bayonetas. Apartáronse para dejar sitio á
los dos muchachos. Para matar el gusano, les dieron un
poco de café. Cuando estaban bebiendo llegó á la puerta
un oficial, llamó al sargento, habló con él en voz muy
baja, y se alejó precipitadamente.
— Muchachos (gritó el sargento, al entrar , lleno de
satisfacción) : esta noche tendremos baile. . . . Han sorpren-
dido el santo y seña de los prusianos. Creo que esta vez
vamos á quitarles ese endiablado Bourget.
Estas palabras produjeron una explosión de bravos y
de risas. Bailaban unos, cantaban otros, blandían algu-
nos sus bayonetas-sables , y aprovechando aquel tumulto
los muchachos desaparecieron.
Salvada la trinchera , no se veía más que el llano y
una larga muralla blanca, agujereada por troneras. Hacia
la muralla dirigieron sus pasos , deteniéndose de cuando
en cuando para fingir que estaban recogiendo patatas.
El chiquillo Stenne no hacía más que decir :
— Vamos á volvernos.... No vayamos allá.
El otro se encogía de hombros , y seguía adelantando.
De repente oyeron el tric-trac de un fusil que alguien
montaba.
—Bájate,— gritó el guía ; y al mismo tiempo se echó
él al suelo.
28 LA ESPAÑA MODERNA.
Ya tumbado en tierra silbó. Otro silbido respondió al
suyo sobre la nieve. Los jóvenes adelantaron arrastrán-
dose. Delante de la muralla, y á flor de tierra aparecie-
ron dos bigotazos amarillos bajo una gorra mugrienta.
El grandullón saltó á la trinchera, y en un segundo se
halló al lado del prusiano :
—Es mi hermano,— dijo señalando á su compañero.
El pobre Stenne era tan pequeño , que el prusiano al
verle soltó la carcajada, y tuvo que tomarle en brazos
para que se izase hasta la brecha.
Al otro lado de la muralla había terraplenes extensos,
árboles cortados, agujeros negros abiertos en la nieve y
en cada agujero la misma gorra mugrienta y los mismos
bigotes amarillos que se reían viendo pasar á los mucha-
chos.
En un rincón una casa de jardinero, acasamatada con
troncos de árboles. La planta baja estaba llena de solda-
dos que jugaban á los naipes , y que en un fuego hermo-
sísimo aderezaban la sopa ; sentíase el agradable olor á
berza y á tocino; ¡qué diferencia entre aquello y el vivac
de los franco-tiradores! Arriba estaban los oficiales;
oíaseles tocar el piano y destapar el champagne. Cuando
los parisienses entraron fueron acogidos con gritos y
vítores de contento. Entregaron sus periódicos, y des-
pués se les dio de beber y se les hizo hablar. Todos aque-
llos oficiales tenían aire de vanidosos y malvados ; pero
el grandullón les divertía con su jerga de arrabal y su
vocabulario de carretero. Los oficiales prusianos se
reían , repetían aquellas palabras después de él ; se re-
volcaban con delicia en aquel lodo de París que allí les
llevaban.
Stenne deseaba hablar también , probar que no era
una acémila; pero había algo allí que le producía emba-
EL CHIQUILLO ESPÍA. 29
razo. En frente de él permanecía, separado de los demás,
un prusiano más viejo y más serio que los otros y éste
leía, ó , para ser más exactos, fingía leer, porque sus
ojos estaban clavados en Stenne. Había en aquella mirada
fija ternura y reproches , como si aquel anciano tuviera
en su país un hijo de la misma edad que Stenne y estu-
viese diciéndose á sí mismo :
— Yo prefería morir á ver que mi hijo desempeñaba
estos oficios.
Desde aquel momento sintió Stenne como si una mano
le oprimiese el corazón dificultando sus latidos.
Para huir de aquella angustia , se puso á beber. Muy
luego empezó todo á dar vueltas enrededor suyo. Oyó
confusamente , en medio de risotadas'groseras, que su ca-
marada se burlaba de los guardias nacionales, de su
modo de hacer el ejercicio, imitaba una alarma en elMa-
rais, un alerta de noche en las fortificaciones. Después el
muchachote bajó la voz, los oficiales se aproximaron y
pusiéronse serios. El miserable había comenzado á pre-
venirles acerca del proyecto de ataque de los franco-ti-
radores. Entonces Stenne, completamente despejado , se
levantó furioso, y dijo:
— Eso no , gran.... No quiero.
El otro no hizo sino reirse , y prosiguió. Antes de que
hubiese terminado, todos los oficiales estaban de pie.
Uno de ellos , señalando la puerta á los muchachos , les
gritó :
—Largo de aquí.
Y todos los prusianos comenzaron á hablar entre sí
muy rápidamente y en alemán. El mocetón salió , orgu-
lloso como un duque, haciendo sonar su dinero. Stenne
fué tras él con la cabeza baja, y cuando pasó cerca del
prusiano cuya mirada tanto le había embarazado, oyó
30 LA ESPAÑA MODERNA.
una VOZ triste que le decía: «Ni estar pien esto , ....ni
estar pi en ' ».
Los ojos de Stenne se llenaron de lágrimas.
Ya en la llanura, los muchachos se dieron á correr, 3^
llegaron pronto á las fortificaciones. Su saco estaba lleno
de patatas que les habían dado los prusianos ; con esto pa-
saron sin dificultada la trinchera de los francos-tiradores.
Allí estaban preparándose para el ataque de aquella no-
che. Llegaban silenciosamente algunas fuerzas que se
agrupaban detrás de las murallas. El sargento veterano
estaba ocupándose en colocar sus hombres, con aire de
gran contentamiento. Cuando los muchachos pasaron , el
sargento los reconoció, y les dirigió una sonrisa cariñosa.
¡Oh! ¡Cuánto daño le hizo al pobre Stenne aquella
sonrisa ! Hubo un momento en que se sintió impelido á
gritar : «No vayan Vds. allí...., nosotros les hemos ven-
dido».
Pero su compañero le había dicho : «Si hablas, nos
fusilan» ; y el miedo lo había contenido.
En la Courneuve penetraron en una casa abandonada
para repartir el dinero.
La verdad me obliga á decir que el reparto se reahzó
equitativamente, y que oyendo sonar en el bolsillo de su
blusa aquellas monedas, pensando en las partidas de ga-
locha que tenía con ellas en perspectiva, el chiquillo
Stenne ya no consideraba tan horrible su crimen.
Pero, ¡ay!, ¡cuando se quedó solo el desdichado chi-
quillo.... cuando ya pasadas las puertas su cómplice se
separó de él, sus bolsillos comenzaron á parecerle muy
pesados , y la mano que le apretaba el corazón le apretó
' Bas cMli, Qd.... Bas chóli , aparece en el original, en que se trata
de representar con la pronunciación alemana la frase: Pas joli ga.... pas
joU. Para respetar la intención del autor hemos creido conveniente tradu-
cir con alguna libertad. ( N. del T. )
EL CHQUILLO ESPÍA. 3 1
más fuerte que nunca. París ya no le parecía el mismo.
Los transeúntes lo miraban con severidad , como si todos
supiesen de dónde venía. En el ruido que rodando produ-
cían los carruajes, en el redoblar de los tambores que
hacían ejercicios á lo largo del canal, parecióle oir la
palabra espía. Por fin, llegó á su casa, y muy contento
al ver que su padre no había regresado , subió con pre-
cipitación á su cuarto para ocultar debajo de la almohada
aquellas monedas que le pesaban tanto.
Nunca había estado el padre de Stenne tan cariñoso,
ni tan contento como lo estaba al volver á su casa aquella
noche. Acababan de llegarle noticias de provincias ; las
cosas comenzaban á mejorar. Mientras comían, el sol-
dado viejo miraba su fusil colgado en la pared, y decía á
su hijo con risa honrada y franca:
— ¡Eh, muchacho! ¡De qué buena gana irías tú con-
tra los prusianos si fueras ya hombre 1
Á eso de las ocho empezaron á oirse cañonazos.
— Es Aubervilliers.... Se baten en Bourget (dijo el pa-
dre de Stenne, que conocía perfectamente todas las forti-
ficaciones). El muchacho palideció, y, pretextando una
gran fatiga, se acostó, pero no pudo dormir. Se figu-
raba á los franco-tiradores llegando de noche para sor-
prender á los prusianos y cayendo ellos en una embosca-
da. Recordaba al sargento que les había dirigido aquella
sonrisa cariñosa y le veía tendido, allá, entre la nieve,
¡y á cuántos otros á su lado!.... El precio de toda aquella
sangre estaba escondido allí, debajo de su almohada, y
era él, el hijo del señorStenne, de un soldado.... Los sollo-
zos le ahogaban. En la habitación inmediata oía á su
padre que paseaba y que de vez en cuando abría la ven-
tana. Abajo, en la plaza, tocaban generala, un batallón
de movilizados se aprestaba á partir. Indudablemente se
^2 LA ESPAÑA MODERNA.
había empeñado una verdadera batalla. El infeliz no pudo
contener un sollozo.
—¿Qué tienes? — preguntó su padre entrando.
El muchacho no pudo resistir más; saltó de la cama,
y fué á postrarse de rodillas á los pies de su padre. Al
movimiento que hizo , las monedas rodaron por el pavi-
mento.
— ¿Qué es esto? ¿Has robado? — preguntó el viejo
temblando.
Entonces , sin tomar aliento una sola vez , el chiquillo
Stenne refirió á su padre que había ido al campamento
prusiano y lo que allí había hecho. Conforme iba hablando
sentía más desahogado su corazón, consolábale el acu-
sarse.... El padre le escuchaba con un aspecto verdade-
ramente terrible. Cuando la narración hubo terminado,
ocultó la cabeza entre las manos y lloró.
— ¡Padre! ¡Padre! — intentó decir el muchacho.
El padrele rechazó sin responderle, y recogió el dinero.
—¿Está aquí todo? — preguntó.
El chico indicó, moviendo la cabeza, que sí era todo.
Entonces el viejo descolgó su fusil, su cartuchera, y me-
tiendo el dinero en el bolsillo, dijo:
—Está bien; voy á devolvérselo.
Y sin pronunciar una sola palabra más, sin volver si-
quiera la cabeza, bajó á mezclarse con los movilizados
que partían en la noche. Después nadie ha vuelto á verle.
Alfonso Daudet.
MEMENTO VIVERE
CUENTO
CUANDO penetró en la alcoba del venerable anciano
duque de Cimay, el señor de Varas, un joven
que por primera vez se hallaba en presencia de
aquel amigo de su padre, le halló más blanco que las
sábanas del lecho , y advirtió en los labios del Duque la
sonrisa convulsiva , y en su mirada algo de la serenidad
suprema, porque un dulce y vago reflejo del azul inñnito
brillaba en las profundas pupilas del moribundo.
— Hijo mío (dijo el anciano al vizconde Varas, des-
pués de haberle besado en la frente): he recibido la carta
de tu padre. El pobre deseaba que fuese yo tu consejero
y tu guía en el mundo , y yo habría aceptado de todo co-
razón este encargo que mi amigo querido me conñaba en
sus últimos momentos. Por desgracia, también yo voy á
despedirme de ti ; pues sólo me queda, á lo más , una hora
de vida.
Como el joven, trémulo de emoción, intentase protes-
tar, el Duque le interrumpió, diciendo:
—¿Crees que un Cimay que ha visto precederle, en
este camino, á sus hijos y á sus nietos, tiene algo que le
3
34 LA ESPAÑA MODERNA
ligue á este bajo mundo? No tengo parientes, y tú eres
pobre; te he dejado, pues, por testamento en debida
forma , depositado en casa de mi notario el Sr. Ploix,
todo lo que me queda; unas tierras en el Bourbonnais,
arrendadas en diez mil francos. No me des las gracias;
no podemos desperdiciar ni un minuto ; acuérdate de que
en ningún caso has de vender esas tierras , porque quien
tiene su fortuna en obligaciones , cupones ó papel del Es-
tado, vive á la manera de los americanos nómadas , que
habitan en casas de alquiler amuebladas y se casan en el
camarote de un vapor.
Nos quedan todavía unos tres cuartos de hora. Es más
tiempo del que he menester para darte un resumen com-
pleto y claro de la sabiduría humana ; porque ésta , des-
embarazada de las niñerías y de los lugares comunes con
que la adornan, se reduce á muy poco. Tienes ya diez y
ocho años cumplidos, y sabrás, como es natural que se-
pas , equitación y esgrima ; no las olvides nunca , porque
el hombre privado del caballo y de la espada es como un
aninrnl sin piel, como un pájaro sin plumas. Lo primero
que has de hacer es servir á la patria ; alístate en un re-
gimiento cualquiera, y procura que te envíen donde pue-
das batirte. Del hombre no puede afirmarse que existe
hasta el momento en que ha mostrado á la luz del sol el
color de su sangre. Sé dócil y respetuoso para con tus
jefes ; bueno y afable con todos ; pero no toleres absolu-
tamente nada, y bátete con cualquiera, aunque sea un
desertor de presidio ; así lo exige el respeto propio en
estos tiempos en que ninguna convención social nos pro-
tege y en que, diga lo que quiera M. Glais-Bizoin , el ver-
dadero valor consiste en tenerlo.
Educado por una madre como la que has tenido , serás
religioso ; además , no te creo bastante mentecato para
MEMENTO VIVERE. }<^
adorar la razón humana , ese instrumento imperfecto y
sin precisión , con el que , sin la rutina y el instinto no se
llegaría á cepillar convenientemente una tabla , ó á coser
un par de botinas ; así , pues , siempre que vayas al tem-
plo, lleva en la mano tu devocionario á la vista de todos,
y si observas que alguno se sonríe , le invitas á dar un
paseíto matutino, y le das, ó recibes, una estocada, un
balazo, lo que él quiera, porque tu sangre debe estar
siempre dispuesta á salir. Lo cual no ha de ser óbice
para que sepas astronomía y matemáticas ; para que es-
tudies en las mitologías y en los poemas primitivos la
ciencia de las religiones, ni para que consideres el Cán-
dido y el Zadig como obras maestras.
Entrarás luego en la vida civil ; entonces , ¿ qué de-
bes hacer? Es sencillísimo ; si sientes vocación hacia un
arte ó una ciencia , da á esta ciencia ó á ese arte toda tu
vida, toda tu actividad y todas tus fuerzas. Si deseas ha-
certe agricultor, una cláusula de la escritura de arrenda-
miento otorgada por tu arrendatario determina que pue-
des rescindir el contrato mediante el pago de una indem-
nización fijada previamente ; pago para el cual hallarás
fondos en casa del notario. Pero puesto caso de que así
ocurra, debes ser agricultor á la antigua usanza, porque
la agricultura explotada científicamente y con sujeción á
los progresos modernos exige gastos muy considerables,
y se convierte en comercio. Debes evitar lo que sea co-
mercio ó lo parezca. Si vives en el campo , cásate, quiere
mucho y respeta más á tu compañera, que debe ser
mujer de su casa y no ha de tocar el piano , y educa bien
á tus hijos. Esta vida es, en realidad, tan sencilla, que
sus reglas son por todos conocidas ; supongo , sin em-
bargo, que no te decidirás por ella, y que has de vivir ea
medio del torbelHno parisiense.
^6 LA ESPAÑA MODERNA.
La cosa entonces presenta más dificultades. Para
economizar tiempo, amontonaré recomendaciones y pre-
ceptos. Ocupa siempre un piso segundo , en un barrio de-
cente y animado, pero no muy ruidoso. Habida en cuenta
la humedad de París , son de necesidad tupidas alfom-
bras y pesadas cortinas de damasco de seda; pero descon-
fía de los muebles como de una epidemia ; el mobiliario
ocupa inútilmente un sitio, yes además peligroso. Un
verdadero diván á la turca , con una cubierta de abrigo y
cojines muy ricos , y sillas cómodas ; esto en lo princi-
pal. Solamente los muebles antiguos , arcas , relojes , etc.,
son hermosos; pero es necesario que hayan sido com-
prados en cualquier apartado rincón de una provincia y
en perfecto estado de conservación; si un coleccionador,
si un comerciante de antigüedades , si un revocador los
ha tocado (ó los ha visto solamente), dejan de ser anti-
guos. Procura tener algunos espejos y alguna palmatoria
del siglo XVII con incrustaciones de oro. Un mueble, un
libro, un cuadro que pretendan penetrar en tu casa, son
enemigos.
El mueble ha sido falsificado ; el libro es inútil, porque
en vez de leerle, leerás á Homero, ó Dante, ó Rabelais,
ó Shakespeare, y harás muy bien: el cuadro será malo,
si no es una quimera. Ya no hay cuadros antiguos ; todos
han sido repintados por vidrieros. Por lo que respecta á
los cuadros modernos , es necesario comprarlos directa-
mente en la Exposición ó al mismo pintor, y siempre con
la condición de que el artista sea hombre de talento y de
que el cuadro no sea fastidioso ó terrible ala vista; pues,
¿por qué ha de encerrarse uno con cosas absurdas ó for-
midables? Las colecciones de grabados y de porcelanas
consumen la vida y llegan á convertir en monomaniaco
al hombre más discreto ; fuera de que nada hay tan
MEMENTO VI VERÉ. 37
alegre á la vista como una estampa japonesa que vale
cincuenta céntimos, ó cualquier juguete de color de es-
carlata.
Estudia con atención, con entusiasmo, toda la colec-
ción de cartas célebres, Balzac, el viejo, la señorada
Sévigné, Voiture , para aprender.... á no escribir cartas.
Es muy difícil que escribas á tu zapatero una carta de
dos líneas sin que te expongas á la muerte , á la deporta-
ción, ó á una causa por adulterio. Te he dicho ya que
debes huir de toda profesión mercantil. Ni aun debes per-
mitir que figure tu nombre entre los miembros de una
junta administrativa cualquiera, porque nunca se sabe con
certeza qué negocios industriales son ó dejan de ser ver-
daderas asechanzas.
El comercio tuvo su grandeza en cierto tiempo y en
determinadas naciones ; pero aunque entre nosotros — tal
cual lo hemos falsificado y empequeñecido— sea todavía
muy respetable, no debes ser, ni aun en teoría, camarada
de un droguero que vende cola de pescado por almíbar, ó
de un tabernero que elabora su vino con acoro y palo cam-
peche. Huye de los charlatanes, de los que presumen de
maestros que siempre parecen estar enseñando , y sobre
todo de los necios, que, recordando el aforismo «com-
prender es igualarse», fingen descaradamente por Rafael,
por el Veronés, por Beethoven, por Moliere, por La Fon-
taine , una admiración extraordinaria é incompatible con
lo reducido de sus respectivas inteligencias.
Haz que te sirva un solo criado ; á ser posible , licen-
ciado del ejército, que haya sido herido en campaña, con
lo cual habrá demostrado que no tiene el corazón mise-
rable ; procura que te tema, que te respete, y sobre todo
que te quiera. No comas en casa más que una chuleta. En
ninguna parte se come mejor que en un restaurant,
38 LA ESPAÑA MODERNA.
cuando se ha aprendido á comer en él , asunto que debe
constituir el primer estudio de un parisiense , porque no
hay casi una cocina de casa particular donde sepan cocer
bien la carne ó confeccionar esmeradamente una salsa
blanca. Si comes en casa de algunos amigos, que sea en
las de amigos por los cuales te encuentres dispuesto á
dar hacienda y vida ; y devuelve centuplicados los obse-
quios que hayas recibido.
Pero es necesario que te hable también algo de mu-
jeres. Todas las desgracias que en este punto pueden so-
brevenir proceden de que se confunde muchas veces el
amorío con el amor ; son dos cosas distintas. Para cual-
quier compromiso serio, seas soltero ó casado, no te ena-
mores de una mujer con la que no consentirías en casarte
y desde el primer momento hazle el sacrificio de cuanto
eres , de cuanto tienes , hasta de tu vida. En las relaciones
ligeras , calcula previamente lo que quieres gastar en ellas
de tu tiempo , de tu dinero y de tus juguetes, y una vez he-
cho ese presupuesto, procede , como suelen proceder con
los suyos los arquitectos : duplícalo y agrega otra canti-
dad para imprevistos. En estos pasatiempos, procura ser
siempre joven, seductor, alegre, infatigable, ingenioso ;
agrada como Romeo y paga como Turcaret ; sé fiel y es-
pera á que te engañen, y haz como si no comprendieses,
que no merece aquello la pena de incomodarse. Por lo
que se refiere á otra clase de señoras, porque no te pro-
hibo nada en este ramo, es todavía más sencillo. En las
pausas de sus ritornellos de locura ensayada , esas hem-
bras son serias como notarios , pues siempre están ator-
mentadas con el recuerdo de una deuda que han de
pagar ó de algún asunto de dinero ; por consiguiente, si
has de perder cinco minutos con una de esas, procura
hallar un eufemismo para hacerle comprender , lo más
MEMENTO VI VERÉ. 39
pronto posible , con cuánto piensas contribuir á sacarla
de sus ahogos. Nada de niñerías : la preocupación contra
los actores no es preocupación. La comedianta más ena-
morada de ti, te picaría en pedacitos menudos, como
carne para rellenos , á trueque de obtener un papel, y
cuando está á tu lado piensa en el público , en los aplau-
sos y en los trajes. Por lo que respecta á los cómicos, hay
entre ellos algunos muy decentes y dignos de todos los
respetos; pero, por regla general, el comediante es el
macho de la comedianta, esto es, de una mujer que para
enriquecer á su honrado director representa obras que
son la sátira del vicio , y está obligada á costear trajes de
á mil escudos la pieza, pagados por el vicio.
Resumiendo, todo lo que se reduce á.unos amoríos no
merece, de ningún modo, que un hombre honrado se de-
tenga con exceso. Ya no hay hermosura ni en la aristo-
cracia encogida y envuelta por sus estrechas miras , ni
entre la burguesía estúpida llena de innoble avaricia de
riquezas. Las mujeres más guapas de nuestro tiempo son
las que sirven de modelos en los talleres y bailan después
en la calle de Le Verrerie y las fruteras del muelle de
Rapée , con quienes es muy difícil entablar conversación.
Hay también algunas princesas, pero cuya hermosura
no existe , sino con la condición de aparecer ideaHzada
por la pintura y por la poesía, y no es raro que algunas
de ellas pertenezcan á famihas de burgueses y de adve-
nedizos.
Para concluir: amar á una mujer digna, honrada,
noble, que sea un alma; leer, estudiar , ser caritativo,
servir á todos , vivir sin una sola mancha en la concien-
cia, elevar el corazón, y si uno es padre, ser buen padre,
he ahí todo lo que hay de razonable en este bajo mundo y
todo lo que me ha enseñado la vida. Témelo todo de la
40 LA ESPAÑA MODERNA.
medianía, de la necedad , del piano y de los artistas afi-
cionados ; sé casto en cuanto puedas serlo ; valiente y
generoso hasta la locura ; sobre todo , sé bueno y que
Dios te bendiga.
Después de hablar así, levantó el duque de Cimay su
cabeza, contempló un instante el cielo, y después espiró.
Pedro de Varas , arrollidándose respetuosamente, besó
la mano helada del que acababa de legarle su sabiduría.
Teodoro de Banville.
GUSTAVO DORE
EL artista cuyo nombre acabo de escribir, es se-
guramente una de las más curiosas y más simpá-
ticas personalidades de nuestro tiempo. Si no tiene
la profundidad, la solidez de los maestros, posee la vida
y la intuición rápida de un discípulo de genio. Su sitio
es tan amplio , que no temo disgustarle , estudiándole tal
cual es, en la verdad de su naturaleza. Tiene sobrados
amigos oficiosos que le abruman bajo el peso de exage-
radas é indigestas alabanzas , para que uno de sus admi-
radores sinceros le analice con toda franqueza, hable de
su talento, sin romperle el incensario en las narices.
Gustavo Doré, para juzgarle en una palabra sola, es
un improvisador ; el improvisador de lápiz más prodi-
gioso que ha existido nunca. No dibuja ni pinta, impro-
visa ; su mano halla líneas , sombras y luces , como hallan
algunos poetas de salón rimas y estrofas enteras. En su
obra no hay gestación; Doré no acaricia su idea, no la
labra, no lleva á cabo ningún estudio preparatorio. La
idea llega de pronto ; hiere con la rapidez y el deslumbra-
miento del relámpago , y el artista la recibe sin discutirla,
42 LA ESPAÑA MODERNA.
y obedece al rayo llegado de las alturas. Además, Gus-
tavo Doré no ha esperado nunca ; desde que tiene el lápiz
entre los dedos la musa bondadosa no se ha hecho de ro-
gar; siempre está allí, cerca del poeta, llenas las manos
de resplandores y de tinieblas, prodigándole las visiones,
ya dulces, ya terribles , que el artista traza con mano rá-
pida y calenturienta. Doré tiene la intuición de todo, y
dibuja sueños como otros esculpen realidades.
Acabo de pronunciar las mismas palabras que un gran
crítico de Gustavo Doré. Ningún artista se curó nunca
menos que él de la realidad. Doré ve solamente sus sue-
ños; vive en un país ideal, cuyos enanos, cuyos gigantes,
cuyo cielo esplendente y cuyos paisajes inmensos nos di-
buja. Aloja en la fonda de las hadas, allá en la comarca
del ensueño. Nuestro mundo le importa poco ; él necesita
las regiones infernales ó celestes de Dante ; el mundo
loco de Don Quijote, y en nuestros días el viaje al país de
Canaán enrojecido con sangre humana y blanqueado por
auroras divinas.
El mal de todo esto es que el lápiz no profundiza , que
apenas desflora el papel. La obra no es sólida ; no tiene
debajo el armazón poderoso de la reaHdad para mante-
nerla firme y de pie. No sé si me equivoco : Gustavo Doré
ha debido de abandonar muy temprano el estudio del
modelo vivo , del cuerpo humano en su verdadero poder.
El buen éxito llegó demasiado pronto ; el artista joven
no ha tenido que sostener esa lucha sin tregua, durante
la cual se analiza con encarnizamiento la naturaleza hu-
mana. No ha vivido ignorado en el rincón de su taller,
enfrente de un modelo, cada uno de cuyos músculos se
estudian desesperadamente.
Doré desconoce, es indudable, esta vida de padeci-
mientos , de vacilaciones que os hace amar , con amor
GUSTAVO DORÉ. 4}
profundísimo, la realidad viviente y desnuda. El triunfo
le sorprendió cuando estudiaba, cuando otros buscan
todavía con paciencia lo justo, lo verdadero. Su imagina-
ción rica, su naturaleza pintoresca é ingeniosa hanle pa-
recido inagotables tesoros en los cuales hallaría él siem-
pre espectáculos y efectos nuevos , y se ha lanzado re-
sueltamente en medio de la victoria ; no tenía más base
que sus ensueños , sacándolo todo de él mismo ; creando
de nuevo , en el deHrio y la fantasmagoría : ú Dios , y al
cielo y á la tierra.
Lo real, es menester decirlo, se ha vengado á veces.
No puede uno impunemente encerrarse por completo en
sus imaginaciones ; llega un día en que falta fuerza para
representar así el papel de creador. Demás de esto,
cuando las obras son demasiado personales se reprodu-
cen fatalmente ; el ojo del visionario se llena siempre con
la misma visión , y el dibujante adopta determinadas for-
mas, de las que no puede desembarazarse. La realidad es,
por el contrario, madre bondadosa que nutre á sus hijos
con alimentos siempre nuevos ; les ofrece , á cada hora,
aspectos distintos ; se presenta á ellos profunda , infinita,
llena de vitaHdad que incesantemente renace.
Gustavo Doré se halla en este caso : ha utiHzado , ago-
tado su tesoro como hijo pródigo ; ha dado con vigor
y con relieve todos los ensueños que tenía dentro de su
mente, y hasta los ha repetido en muchas ocasiones. Los
editores han asaltado su taller; se han disputado sus dibu-
jos, que la crítica en masa ha recibido con admiración
Nada falta á la gloria del artista ; ni el dinero , ni los aplau-
sos. Ha establecido una cantera espaciosa en que pro-
duce sin descanso ; allí están tres, cuatro publicaciones
para las que trabaja al mismo tiempo , con idéntico vigor ;
el dibujante pasa de una á otra sin debilitarse , sin madu-
44 LA ESPAÑA MODERNA.
rar sus pensamientos, confiado en su musa cariñosa, que
en el momento propicio le inspira la palabra divina. Tal
es el colosal trabajo, la tarea gigantesca que su envidia-
ble éxito ha impuesto á Gustavo Doré, y que la peculiar
naturaleza de éste le ha obligado á aceptar con un valor
temerario.
Doré vive cómodamente en esta producción aterra-
dora que haría enfermar á cualquier otro. Ciertos críti-
cos se maravillan de ese modo de trabajar, y elogian en
el artista joven la formidable cantidad de dibujos que ha
producido.
El tiempo nada importa para el negocio, y por lo que
á mí respecta, siempre he temblado por este pródigo que
de ese modo se entregaba y que agotaba sus admirables
facultades en una especie de improvisación continua.
La pendiente es resbaladiza ; el taller de un artista en
boga se convierte á veces en almacén de manufacturas ;
los comerciantes están allí, á la puerta, dando prisa al
lápiz ó al pincel , y poco á poco se llega hasta crear , cola-
borando con ellos, obras exclusivamente comerciales. No
impulsemos, pues, al artista para que nos admire publi-
cando cada año una obra que exigiría diez años de estu-
dio ; procuremos, por el contrario, moderar su afán de
producir ; aconsejarle que se encierre en el fondo de su
taller para componer allí, con la reflexión del trabajo,
las grandes epopeyas que su mente concibe con intuición
tan admirable.
Gustavo Doré, á los treinta y tres años, creyó que de-
bía consagrarse al gran poema humano, á esa colección de
relaciones terribles y risueñas que se nombra La Sagra-
da Biblia. Habría yo preferido que reservase esta obra
para su trabajo último , para el trabajo grandioso que
hubiese consagrado su gloria. ¿Dónde podría hallar un
GUSTAVO DORÉ. 4^
asunto más vasto, más digno de ser estudiado con cariño ;
un asunto que ofreciera más espectáculos dulces ó ate-
rradores para su pincel creador?
Pero , por otra parte , no tengo para qué preguntar al
artista acerca de lo que ha tenido por conveniente hacer.
Su obra está ahí: mi deber se reduce á estudiarla.
Ante todo , me pregunto á mí mismo cuál ha sido la
grandiosa visión del artista cuando , después de resol-
verse á emprender tan rudo trabajo, cerró los ojos para
ver cómo se desarrollaba el poema en espectáculos ima-
ginarios. Dada la naturaleza maravillosa y peculiar de
Gustavo Doré , no es difícil asistir á las operaciones que
han debido de elaborarse en esa inteligencia : las leyendas
se han sucedido unas otras ; las unas, luminosas, claras,
completamente blancas ; las otras , sombrías y aterrado-
ras, enrojecidas por la sangre y por el fuego. Doré se ha
abismado con esta inmensa visión ; hase elevado á la región
del ensueño ; ha experimentado supremo regocijo al sentir
que abandonaba la tierra, que dejaba en ella las realida-
des, y que su imaginación iba á esferas en que le sería
dado vagar por los delirios y las apoteosis. Toda la gran
familia bíblica se ha levantado ante él ; el artista ha con-
templado á esos personajes á quienes el recuerdo ha
engrandecido y colocado fuera de la humanidad ; ha vis-
lumbrado aquella tierra de Egipto , aquella tierra de Ca-
naam , países maravillosos que no parecen de este mun-
do ; ha vivido en intimidad con los héroes de los cuentos
antiguos , en paisajes llenos de tinieblas y de maravillo-
sas alboradas. Después , la historia de Jesús, más dulce,
tierna y severa, ha abierto á su vista horizontes escogi-
dos , en los que sus ensueños se han ensanchado y han
adquirido una serenidad profunda. Allí estaba el inmenso
campo que había menester la audacia del artista. La tie-
46 LA ESPAÑA MODERNA.
rra le enoja, la tosca tierra que ahora pisamos; y sola-
mente se agrada de las tierras celestiales , esas que puede
alumbrar él con luces extrañas y desconocidas. Por eso
Doré ha exagerado el ensueño ; ha querido escribir con
el lápiz una BibHa mágica, una serie de escenas que pa-
reciesen integrar un drama gigantesco desarrollado no
se sabe dónde, en cualquier esfera apartada.
La obra tiene dos notas ; dos notas eternas que suenan
unidas : la blancura de las primeras purezas , de los cora-
zones tiernos , y las espesas tinieblas de los primeros ase-
sinatos, de las almas negras y crueles. Los espectáculos
se suceden; son, ó todo luz, ó sombras todo. El artista ha
creído que debía cimentar su obra sobre esa duplicidad de
caracteres, y ha resultado que, en efecto, su talento se
prestaba muy singularmente á representar las puras cla-
ridades del Edén, y las oscuridades del campo de batalla
invadido por la noche y por la muerte ; las blancuras de
Gabriel y de María en los resplandores de la Anunciación,
y los lívidos horrores, los sombríos relámpagos, la si-
niestra piedad infinita del Gólgota.
No puedo seguirle en su visión demasiado larga. Para
soñar ese mundo, Gustavo Doré ha empleado solamente
dos ó tres años, y el artista ha necesitado improvisar, al
día, las mil escenas distintas del drama. Cada grabado
es, lo repito, el sueño particular que ha tenido el artista
después de haber leído un versículo déla Biblia; no puedo
dar á esto más nombre que el de sueño , porque ese gra-
bado no vive la vida que nosotros vivimos ; es demasiado
blanco ó demasiado negro ; es el dibujo de una decoración
teatral , tomada cuando la magia termina entre los res-
plandores brillantes de la apoteosis.
El improvisador ha trazado en las márgenes sus im-
presiones, fuera de toda realidad y de todo estudio , y su
GUSTAVO DORÉ. 47
prodigioso talento ha dado á ciertos dibujos una especie
de existencia extraña, que no es vida, pero que, cuando
menos, es movimiento.
Tengo todavía delante de los ojos el dibujo que se ti-
tula: Acham lapidado. Acham aparece tendido y con los
brazos abiertos en el fondo de un barranco ; las piernas y
vientre están destrozados, magullados bajo enormes pie-
dras ; y del cielo oscuro , de las profundidades horrorosas
del horizonte, llegan lentamente , una á una , en fila inter-
minable , las aves carnívoras que van á disputarse las en-
trañas que las piedras han hecho relucir. Todo el talento
de Gustavo Doré está en este grabado , que es una pesa-
dilla maravillosamente concebida y puesta en relieve.
Mencionaré también la página en que el Arca, detenida
en la cima del monte Ararat, se proyecta sobre el claro
horizonte en una enorme silueta , y aquélla otra página
que representa á la hija de Jephté en medio de sus com-
paneras , llorando en una aurora dulce su juventud y sus
hermosos amores, que no tendrá tiempo de gozar.
Debía yo mencionarlo todo , analizarlo todo , para
hacerme entender mejor. La obra parte de las dulzu-
ras del edén ; su primer grito de dolor y de espanto es
el diluvio ; grito que es apaciguado muy pronto por la
voz serena de los patriarcas, cuyas blancas hijas van á
las fuentes con su dulce sonrisa y su tranquila virginidad.
Viene después la extraña tierra de Egipto , con sus mo-
numentos y sus horizontes ; la historia de José y la de
Moisés nos son presentadas con inusitado lujo de trajes y
de arquitecturas, con toda la humildad infantil del hijo de
Jacob y todos los horrores de las doce plagas y del paso
del mar Rojo. Comienza entonces la historia ruda y con-
movedora de aquella tierra de Judea , que ha bebido más
sangre humana que agua llovediza: Sansón y Dalila , Da-
48 LA ESPAÑA MODERNA.
vid y Goliat, Judit y Holofornes, los gigantes brutos y
las mujeres crueles , los terrores de la traición y del ase-
sinato. La leyenda de Elias es el primer rayo divino y
profético que rompe esta noche sangrienta ; vienen des-
pués los dulces cuentos de Tobías y de Esther , y aquel
sollozo de dolor, aquel sollozo tan profundamente huma-
no en su desaliento que lanza Job raspando sus llagas en
el estiércol de su miseria. Álzanse después los vengado-
res, llena la boca de lamentaciones y de amenazas, esos
vengadores de Dios , Isaías , Jeremías , Ezequiel , Baruch,
Daniel, Amos, sombrías figuras que dominan á Israel,
maldiciendo de la humanidad corrompida y profetizando
la redención del hombre.
La redención es ese idilio austero y dulce que va des-
de los resplandores de la Anunciación hasta las lágrimas
del Calvario. Aquí aparecen el Pesebre, la huida á Egip-
to, Jesús en el templo predicando sus primeras verdades,
Jesús en las bodas de Cana realizando su primer milagro.
Esta segunda parte de la obra me gusta menos ; el ar-
tista necesitaba combatir contra la vulgaridad de asun-
tos tratados por más de diez generaciones de pintores y
de dibujantes , y no parece sino que se ha complacido , no
sé por qué sentimiento, en amenguar su originaHdad
dándonos el Jesús , la Virgen María , los Apóstoles de
todo el mundo. Su mujer adúltera, su Her odias, su
Transfiguración , todas esas escenas y todos esos tipos
conocidos aparecen ante nosotros como grabados anti-
guos que nos gustaron en la infancia , que volvemos á
ver ahora, que reconocemos y acogemos con agrado.
Doré no se ha emancipado lo bastante de la tradición.
Cuando comienza el drama de la Cruz, torna el artista á
sus grandes sombras, á sus negruras espantosas atrave-
sadas por lívidos relámpagos. En el desenlace, el artista
GUSTAVO DORÉ. 49
presenta las visiones de San Juan, y hasta el sonido so-
lemne y terrible de la trompeta del Juicio final , con lo
que termina la obra , cuyo principio ha sido la gestación
infinita de Jehová, llenando de luz el universo.
Tal es la obra. Creo que este rápido resumen basta
para darla á conocer á los que están familiarizados con
el talento de Gustavo Doré. Este talento consiste más'
principalmente en las condiciones pintorescas y dramá-
ticas de la' visión interna. El artista, en su intuición rápi-
da , se apodera siempre del punto más interesante del
drama, del carácter dominante, de las líneas sobre las
cuales es conveniente insistir.
Esta especie de visión tiene á su servicio una mano
hábil, que traduce con valentía y vigor el pensamiento del
dibujante en el momento mismo en que ese pensamiento
se formula. De aquí ese movimiento, ya cómico, ya trá-
gico que presta animación á los grabados ; de aquí ese
hermoso contraste, esas bellas líneas que se salen del
fondo, esa apariencia extraña y seductora de los dibujos,
que se ahuecan y se agitan en una especie de peregrino
ensueño lleno de grandeza.
De aquí también los defectos. El artista tiene sola-
mente dos sueños : el sueño pálido y tierno que cubre el
horizonte de nieblas, borra las figuras, atenúa las tin-
tas, anega la realidad en las visiones de la semi-vigilia ;
ó el sueño pesadilla, todo negro con relámpagos blan-
cos , la noche profunda iluminada por efímeros res-
plandores de luz eléctrica. En algunos momentos , ya lo
he dicho , se creería asistir al quinto acto de una comedia
de magia, cuando brilla la apoteosis con los resplandores
de las luces de Bengala. Negro y blanco en tablas ; un
mundo de cartón, siniestro en sí, y animado por aluci-
naciones espantosas.
4
5 o LA ESPAÑA MODERNA.
El efecto es terrible; los ojos quedan encantados ó se
aterran , la imaginación queda conquistada ; pero no
aproximéis mucho el grabado á la vista, no lo estudiéis,
porque veríais entonces que allí no hay sino perspectiva
y novedad; que aquello se reduce á sombras y reflejos.
Aquellos hombres no pueden vivir, porque no tienen hue-
sos, ni músculos; aquellos paisajes y aquellos cielos no
existen , porque solamente el sueño tiene esos horizontes
peregrinos poblados de ñguras fantásticas , esos países
maravillosos cuyos árboles y cuyas rosas poseen, ora una
majestuosa amplitud, ora un estrechez siniestra. La
loca de la casa lo domina todo ; ella es la bondadosa
musa que con su varita mágica crea esos mundos que
sueña el artista frente á los poemas.
Gustavo Doré ha sido, á no dudarlo, uno de los artis-
tas más singularmente dotados de nuestra época; podía
ser uno de los más vivos si se decidiese á recobrar fuer-
zas en el estudio de la naturaleza verdadera y potente ;
grande, más que todos sus sueños y con otro modo de
grandeza.
Tal es la opinión de un realista acerca del ideahsta
Gustavo Doré.
Tengo que tributar más elogios todavía. Otro artista
ha tomado también parte en la ilustración de la Biblia,
dibujando letras de adorno , ornamentos y flores de exqui-
sita delicadeza. M. Giacomelli no es precisamente un des-
conocido ; ha publicado en 1862 un estudio acerca de
Raffet , en el que ha hablado con estusiasmo de este dibu-
jante de una verdad tan original; posteriormente ha ilus-
trado de una manera primorosa una obra de M. de la
Palma. Hay un contraste muy extraño entre la pureza
del dibujo de GiacomelH y la línea calenturienta y tor-
mentosa de Gustavo Doré. Los dibujos de Giacomelli
GUSTAVO DORÉ.
no son, 3^a lo sé, otra cosa que simples adornos; pero
revelan un verdadero sentimiento artístico lleno de
buen gusto y de gracia. Muy de veras celebraré jo verle
hacer una obra aparte. El gran visionario, el improvisa-
dor que ha hablado la lengua de Dante, la de Cervantes,
y la de Dios , le aplasta con la grandiosa tempestad de
sus ensueños.
Emilio Zola.
FLORES IMPURAS
(traducción de francisco coppée).
¡Hermoso día! En la calle
Vi , claudicantes y trémulos ,
Con un ataúd de niño ,
Pasar dos sepultureros.
Llevábanlo como un fardo
Cualquiera ; sin ningún séquito :
¡ Ni un ramo , ni una corona
Sobre el blanquecino lienzo!
¡ Qué cuadro ! Espantoso drama
Soñé : sobre infame lecho
De un hospital, la culpable
Madre llorando y rugiendo,
Sin comprender que la muerte
Evita mayores duelos
Al lastimoso bastardo
Que va al hoyo antes de tiempo.
De pronto , alegre mozuela ,
Agarrada á sj^ cortejo,
Con sus cintas y sus gasas
Rozó el miserable féretro.
Cual suelen estas muchachas ,
Iba charlando y luciendo
Labios demasiado rojos,
Párpados sobrado negros ;
54 LA ESPAÑA MODERNA.
Y en la diestra juguetona
Un ramilletito de esos
Que en Abril , á cada esquina ,
Venden por algunos céntimos.
Al ver la fúnebre caja ,
Sus ojos se humedecieron,
Y compasiva á su modo,
Fué á dar sus flores al muerto.
Pero detuvo su mano
Involuntario respeto ;
Cayó á tierra el ramillete;
Pasó adelante el entierro.
Mujer que en el lodo vives,
He visto bien lo que has hecho :
Al mundo tu honrado escrúpulo
Quisiera dar como ejemplo.
Alma encierras casta y digna
En tu mancillado pecho :
Para el párvulo inocente
Juzgaste impuro tu obsequio.
El ramillete ofrecido
Retiraste: hubiste miedo
De que lastime á la madre
Sospechoso ofrecimiento.
Hasta en la muerte respetas
Á la infancia. Valen menos
Muchas dudosas virtudes
Que tu amargo y triste esfuerzo.
Y el niño , á quien tu alma púdica
Negó un don de poco aprecio,
Es, ¡pobre mujer!, un ángel
Que tu perdón pide al cielo.
Teodoro Llórente.
Sección Hispano -Ultramarina.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA
Y AMÉRICA.
III.
LA democracia de los Estados Unidos es en no
pocos puntos igual á la helvética. Forma republi-
cana, federalismo, autónomos Estados particula-
res, soberanía nacional partida en dos, sistema repre-
sentativo y no parlamentario , ni de gabinete ; todo esto
es común , y no hace el referendum excepción , aunque
menos practicado por los anglo-americanos que por los
suizos. Las diferencias al pronto más visibles entre una
confederación y otra, son dos. Consiste una en el cre-
ciente carácter de superioridad que su participación di-
recta en el Gobierno da al Senado , ó representación de
los Estados anglo-americanos, sobre el otro cuerpo limi-
tado á votar leyes , y sin intervenir por derecho propio
en las resoluciones del poder ejecutivo jamás ; mientras
que el Consejo de los Estados ó alta Cámara en Suiza,
tiene iguales facultades que la que puede llamarse baja, y
su prestigio mengua cada día. La otra diferenciase cifra
en la respectiva posición de los presidentes ; pues la del de
5 6 LA ESPAÑA MODERNA.
los Estados Unidos, todo el mundo ve que no es, como la
del de Suiza, insignificante. Repítense ambas entre la pe-
culiar organización de los Estados y la de los cantones,
con dos Cámaras y un poder ejecutivo unipersonal, ar-
mado del veto aquéllos, cuando éstos tienen Gobierno
colegiado y Cámara única. Con su absorbente referen-
dum y todo, no ofrece Suiza, por las diferencias dichas,
mejor modelo democrático que los Estados Unidos. Dales
su Senado á éstos un elemento de consistencia, que la
democracia helvética, con su marcada tendencia al di-
recto predominio popular, muy bien puede envidiarles.
Cuanto á la mayor autoridad del Presidente, siempre ha
de serle menos sensible la diferencia á Suiza, supuesto
que entre los atributos cardinales de su Estado, no aspira
á poseer el de potencia exterior. La república anglo-
americana, por el contrario, ni se ha amparado nunca de
una neutralidad más ó menos forzosa, ni por sistema se
habría obligado á guardarla jamás. Rehusaron desde el
principio aquellos colonos altivos reducirse á la condición
subalterna de los pueblos que, por falta de naturales
fuerzas ó de organismo potente, siguen las sendas que
otros abren en la Historia universal. Por eso la voz de
Suiza sólo suena en defensa propia , mientras que la de
los Estados Unidos siempre es oída, en los mensajes cons-
titucionales de su Presidente, con alguna zozobra por
parte de otras Naciones ; y hasta aquellos de sus compa-
triotas malcontentos con el presente régimen , reconocen,
por ejemplo , « que el derecho de ésta á proteger el Nuevo
Mundo de las intrusiones del despotismo extranjero, se ha
afirmado en los últimos años» (')• No prejuzgo lo que la
diplomacia anglo-americana pueda intentar á veces, par-
( I ) Palabras citadas en The Government Year Bcok
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 57
tiendo de este derecho contestable ; consigno sólo que
para pretenderlo no bastaría, de seguro, un poder ejecu-
tivo al modo helvético.
Fuera de esto, que toca á la soberanía exterior, el
buen ejercicio de la interior también tuvo gran parte en
el hecho de que los constituyentes de Filadelfia pusiesen
á su cabeza un Presidente con los atributos que detallaré
después. Vese en todo que la Convención aquella se pro-
puso, menos asegurar las libertades de los ciudadanos,
sin duda porque las gozaban por hábito , que dar al fede-
rativo Estado base durable. Harto claro lo dicen los En-
sayos publicados por Alejandro Hamilton , John Jay y
James Madison en el Federalist ( ' ) , obra al principió
periódica, reunida y clásica ahora, de que corren ya
veinticinco ediciones , y constituye un Comentario perpe-
tuo de aquella insigne obra constitucional. La Convención
no redactó, en resumen, lo que en Francia y otras mu-
chas partes se ha llamado luego una Constitución liberal,
porque, fuera de desatar los lazos con la madre patria,
de constituir federativamente un gran Estado con todas
las condiciones de tal , y de procurar el mantenimiento de
éste, nada puso en la suya que alterara la situación de
los particulares Estados en sí ni la de sus habitadores. Y
aquí conviene recordar que el pueblo americano , de que
al tiempo de la Independencia se hablaba, lo era de Esta-
dos, que no de ciudadanos particulares , porque, fuera de
aquéllos no poseían estos últimos valor alguno federal.
En cambio , aunque en Filadelfia no se definieran ni de-
cretaran los derechos individuales ó el Self-government y
á nadie se le ocurrió que en las franquicias reconocidas
( I ) The Federalist a commentary on the Constitution of the United States,
reprinted from the original text of Álexander Hamilton, John Jay and James
Madison: London , 1888.
5 8 LA ESPAÑA MODERNA.
por la Cormnon Law inglesa cupiese la menor alteración.
Por esta combinación de conceptos , nunca entendieron
por voluntad nacional los padres de la Independencia la
directamente popular, así como tampoco concibieron la
igualdad de funciones entre las personas , por manera que
el sufragio público, verbigracia, correspondiese á todo
varón mayor de edad. Partiendo de hechos tales , pudo
decirse con razón después, que de Filadelfia salió la
Confederación con la menor cantidad posible de demo-
cracia. De aquí también que lord John Russell haya es-
crito en sus Memorias «que, así como posee Inglaterra
una especie de monarquía republicana , pudieran los Es-
tados Unidos titularse una república monárquica» (')•
No hay que atribuirlo todo ala prudencia, aunque los
primeros hombres de Estado de la nueva Nación la tu-
viesen grande : la casi declarada anarquía que amenazó
en su cuna á la Confederación, paralelamente obligada á
organizarse y defenderse de un formidable enemigo, da
también razón, en mucha parte, del singular espíritu
conservador que informó el trabajo de los constituyentes
de Filadelfia.
Á todo esto , es claro que los Estados suizos , muchí-
simo antes que los anglo-americanos , poseyeron repúbli-
cas , celebraron entre sí alianzas , conocieron y practica-
ron, según se ha visto, la absoluta democracia, motivos
por los cuales he tenido que comenzar mi estudio por sus
instituciones peculiares. Mas, hoy por hoy, los copiados
no son ellos, sino los copistas, bien que no hayan acep-
tado las dobles Cámaras locales, ni la forma del poder
ejecutivo de los anglo-americanos. Dos cosas de igual
modo fundamentales han tomado de ellos, ya que esas
(i) ComteJohn Russell : Mémoires et Souvenirs ; ¡8i}-i8y^. Traduit
de l'anglais par Charles Bernard Derosne: Saint-Germain , 187Ó.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 59
no : la primera, el actual Consejo de los Estados , con que
han sustituido la Dieta antigua; la segunda, el sistema
de representación igual de todo Estado ó cantón. Llévase
esto en los Estados Unidos hasta el extremo de que go-
zan representación idéntica que los más antiguos Estados,
los territorios ó países provisionalmente constituidos , no
bien se elevan á aquella categoría. Y no hay ya que de-
cir, por tanto, que una gran minoría de población, repre-
sentada por cualquier mayoría de Estados , decide en la
Confederación anglo-americana , como en la suiza, sobre
toda cuestión común. Aun tratándose de enmiendas á la
Constitución federal, obHga á mayor desproporción la
anglo-americana, porque , no sólo pide mayoría de dos
tercios en los votantes del Congreso , sino que exige la
aprobación luego de tres cuartas partes de las Cámaras
legistativas de los Estados , particulares. Mediante este
método, el de Nevada, que en 1880 contaba sólo 62,266
habitantes, pesa tanto en la Confederación como New-
York, que poseía 5.082,871 ala misma fecha. Difícil fuera
investigar, en tanto , hasta qué punto haya influido en los
progresos del referendum suizo el ejemplo de la Consti-
tución francesa de 1793 ; pues, bien que las ideas alema-
nas preponderen allí hoy, así en la enseñanza como en la
ciencia, los principios políticos de la Revolución france-
sa, siempre han informado, según ya he expuesto, sus
reformas políticas; pero lo que de cierto se sabe es que
tiene origen propio el referendum en los Estados Unidos.
Ejercitáronlo allí, cual en toda corta población rural, los
primeros colonos ; y no tuvo que ser esta de las cosas que
imitaran de Inglaterra, aunque, con el nombre de Local-
option, exista en ella ahora parecida institución, que,
como su denominación indica, aplícase á asuntos de poli-
cía local. De todas suertes, está el referendum en uso en
6o- LA ESPAÑA MODERNA -
ambas Confederaciones, aunque no sólo con más exten-
sión, sino con mucha mayor fe entre los suizos que entre
los anglo-americanos. No acuden á él sus Estados par-
ticulares , sino cuando se trata de cuestiones constitucio-
nales y algunas otras especialísimas, siendo obligatorio
en las primeras, y facultativo para las demás. Pero más ge-
neralmente lo convocan las Cámaras locales, sin otro ob-
jeto que echar de sí la responsabilidad de asuntos arduos ó
con exceso controvertidos. Así nos lo dice el insigne his-
toriador y pubHcista, catedrático á la par de Oxford,
James Bryce, en su magistral y reciente obra sobre los
Estados Unidos (').
Inclínase éste á que esa directa intervención popular
en las cuestiones constitucionales es un elemento con-
servador, por cuanto hace más larga y complicada la
tramitación de las enmiendas ó reformas , lo cual entra
en la teoría democrática, que podríamos titular obstruc-
ciones útiles, casi recomendadas al pueblo sobre un edifi-
cio público de Zurich. El caso es que, más veces aún que
en Suiza, según parece, responde que no el referendum
á lo que se le pregunta. No diré que convenga esto tanto
á las mujeres como á los hombres, porque nada menos
que cuatro ó cinco de las enmiendas constitucionales des-
echadas por el referendum les concedían el sufragio;
reforma qué , después de triunfar en los cuerpos legisla-
tivos locales , hasta aquí ha sucumbido ante el voto mas-
culino universal. Verdad es que el sumo intérprete de la
Constitución, ó sea el Tribunal federal, se opone asimis-
mo á los deseos del sexo , realmente bello en su generali-
dad, de los Estados Unidos, fundándose en que, si bien
posee, como quienquiera, todos los derechos naturales
(i) The American Commonwealth , by James Bryce: London, 1888.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 6 1
Ó individuales , ser ciudadano de los Estados Unidos y
elector, son cosas que en derecho nada tienen que ver.
Por donde consta cuánta fuerza conserva allí aún el anti-
guo derecho constituido. Para el bien enterado escritor
que últimamente he citado, el referendum es menos pe-
ligroso de todos modos en los Estados Unidos, que pu-
diera serlo en otras muchas partes, con excepción, sin
duda, de Suiza, mediante la mayor instrucción y facili-
dad de recursos con que vivir que en ambos países reina
entre los habitantes , aunque en el uno prepondere la me-
dianía de las fortunas , y exista sobre esto en el otro una
suma desigualdad. No llega su preferencia por el refe-
rendum hasta el punto que pretenda Bryce que leyes
votadas sin previa discusión, ante los electores, cuando
se refieren á asuntos que pocos entienden, ofrezcan pro-
babilidad alguna de ser excelentes. No: por más que ad-
mire poco á las actuales Cámaras legislativas de los Es-
tados, apresúrase á decir que si suelen ser ellas ignoran-
tes, lo son de cierto más, con su relativa instrucción y
todo, las turbas electorales anglo-americanas. Mas como
ninguna lucha ha costado en el ínterin el referendum á
los ciudadanos de los Estados Unidos , su ejercicio no
significa allí, cual en Suiza, revolucionarias victorias.
Hácelo esto menos controvertido , más natural ó normal,
y no legislando al propio tiempo sino en lo peculiar de los
Estados, bajo ningún concepto parece tan ocasionado á
excesos como el de Suiza.
Por de contado, que en esto ya se observa, cual en
todo , que la repugnancia á la democratización del país
de los legisladores de Filadelfia se ha modificado pro-
fundamente durante los últimos cincuenta años. Aunque
permanezca la Constitución federal casi íntegra, dentro
de ella han hecho los Estados particulares una revolu-
02 LA ESPAÑA MODERNA.
ción legal en sentido democrático ; revolución decidida-
mente inspirada por las ideas francesas, tan poco simpá-
ticas en el fondo á sus progenitores. Verdad es que , desde
sus primeras reformas constitucionales , iniciaron la em-
presa los Estados , encabezándolas á veces con declara-
ciones de derechos , antes informadas por los principios
de 1789 que por el MU de derechos inglés. Pero eran
aquéllos entonces superficiales alardes , cual se prueba
por los muchos años que ha tardado en penetrar después
formalmente dicha tendencia, que hoy da lugar al fal-
seamiento práctico del concepto del Estado con que la
independencia se estableció. Las elecciones, por ejem-
plo , al tiempo de ella , estaban , y han continuado largo
tiempo, en manos de los que poseían algo, no de los que
nada tenían que perder , y de los ignorantes, sin que esto
empeciese á la esencia del régimen republicano , ni aun
del democrático, según la opinión de los legisladores de
Filadelfia, como tampoco en sentir del gran jurista y pu-
blicista inglés lord Brougham (')• Hoy ya el sufragio
universal impera generalmente, y á los partidos anglo-
americanos, de que hablaré luego, les va mejor con él
que con el propio referendum y porque éste no toca á la
elección de personas , que es su fuerte. Lo que en el con-
junto de las instituciones anglo -americanas contraría aún
el despotismo del número , es la complicada graduación
por donde los negocios ascienden desde abajo á arriba, ó
sea del pueblo al Gobierno , sobre todo si se trata del su-
premo federal. Algunos que toman origen en cualquier
municipio , villa ó ciudad , nunca sin cierta autonomía,
suelen tener que proseguir su camino á través de] con-
dado y de las dos Cámaras legislativas de cada Estado,
( i) Lord Brougham: De la Démocratie et des Gouvernements mixtas:
Traduit de Tangíais par Louis Regis : París, 1872.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 63
hasta llegar á veces á los dos federales y al Presidente,
camino larguísimo , en que la precipitación y el violento
empuje del número no pueden menos de ir rebajando su
impulso. Y aquí tenemos de nuevo la dificultad del mo-
vimiento , la obstrucción, como interesantísimo elemento
conservador en las democracias reinantes. Aunque el
doble municipio americano todavía conserve en su espí-
ritu algo de aquel principio de la Common Law, de que
ninguna personalidad jurídica ó cuerpo moral puede vi-
vir sin participar en cierta medida de la soberanía, no
iguala , por supuesto , ni con mucho , al suizo , como ele-
mento de poder púbHco, pues al fin está sujeto á la re-
glamentación arbitraria de sus Estados respectivos. Los
condados son, por su parte, ó ciudades populosas, ó
conjunto de medianas y pequeñas poblaciones agrupadas,
y no alcanzan importancia grande ; pero de todas suertes
constituyen generalmente un trámite más. Los Estados,
como tales , son los que disfrutan tanta y más autonomía
que sus semejantes de Suiza , y con sus intereses diver-
sos, y aveces encontrados, pudieran oponer altos diques
á la desbordada corriente popular , si no fuese porque,
como se verá luego , vienen ellos mismos á parar al cabo
en otro poder, que es el de los partidos.
Por lo demás , después del movimiento reformista de
que hablé antes , el parecido de las constituciones de los
Estados es extremo. Las tres maneras de gobernarse que
al tiempo de la independencia poseían, según el distinto
origen de cada colonización, hanse ido asimilando, y
además posee cada Estado ahora , como antes , un Gober-
nador, en quien reside el poder ejecutivo, con la prerro-
gotiva del veto suspensivo , y un poder legislativo de dos
Cámaras, con sola una excepción recientísima. El con-
vencimiento de que este poder debe estar en dos , ha per-
64 LA ESPAÑA MODERNA,
sistido de suerte, que, allí donde se ha suprimido una de
las Cámaras con pretexto de democratizar más e] régi-
men, se ha vuelto hasta ahora á restablecer, y otro tanto
sucederá probablemente en adelante. Añádase que los
jefes del poder ejecutivo en los Estados, los jueces mis-
mos, en la gran mayoría de ellos, y todos los funciona-
rios, son directamente elegidos por el pueblo, cuando en
Suiza no lo son siempre, ni las corporaciones todas que
desempeñan el poder ejecutivo, y se formará idea clara
de la estructura constitucional de las semi-independientes
repúblicas , por encima de las cuales representa á la Na-
ción entera el sistema federal. Mas si no he de abandonar
mis ordinarias comparaciones, quédame que decir que lo
mismo que el poder federal, encuentro mejor constituido
que en Suiza el de los Estados , en la Unión anglo-ameri-
cana, porque el nombramiento del poder ejecutivo por
las Asambleas mismas, con cuyo concurso administran,
paréceme el menos perfecto de todos ; y fuera ocioso
añadir que dos Cámaras legislativas son también , á mi
juicio, indispensables. En cambio, no ha admitido Suiza
nunca el nombramiento de la magistratura por el pueblo,
como no lo admitió la Convención de Filadelfia tampoco
para su constitución federal ; y débese, sin duda, á eso
que todos los tribunales en la Confederación europea y
los puramente federales en la americana permanezcan
Ubres de descrédito.
A. Cánovas del Castillo.
DE LA LITERATURA MALLORQUÍNA EN 1889
CADA vez que me propongo exponer ó — usando de
una frase moderna — reflejar la producción litera-
ria de Mallorca, indefectiblemente me acuerdo de
una curiosa novela rusa, titulada Ohlomoff, El ohlomo-
vismo, esa pereza eslava ó como tedio de la estepa plo-
miza y uniforme , saltando por encima de razas y de fron-
teras , viene á encontrar su parentesco en la somnolencia
semi-árabe del carácter mallorquín. Aquí se cierran los
OJOS; adormecidos, no por la monotonía de las grandes
superficies desiertas, sino por el parpadeo fatigoso de
nuestra luz implacable, que se descompone en el prisma
de una naturaleza variada y polícroma. Todos los exce-
sos perjudican igualmente. El cielo brumoso y oscuro
enturbia las imágenes y es como una falsa noche continua
que infunde en el espíritu un sueño imperceptible , pero
tenaz. El sol ardiente del mediodía deslumbra muchas
veces, y no pocas consigue la acción narcótica de los
puntos luminosos. El artista mallorquín , abstraído en
la contemplación de esta naturaleza florida y perenne-
mente hermosa, da rienda suelta á su «perezoso ima-
b
66 LA ESPAÑA MODERNA.
ginar » , aunque en raras ocasiones logra esa inhibición
absoluta del mundo exterior , esa concentración total del
esfuerzo necesaria para sentir de nuevo y con intensidad
sus emociones.
Sugiéreme tales ideas la desaparición , acontecida
durante el último año , de la revista Museo Balear, publi-
cación que ha recogido y circulado en sus páginas , todo
el caudal literario — en su acepción más lata — que salía
de las inteligencias insulares : historia , metafísica, lulis-
mo, crítica, poesía y literatura propiamente tal. Resen-
tíase, sin embargo, el Museo de falta de interés inme-
diato. Los trabajos que publicó, casi en su mayor parte
no versaban sobre los puntos y los aspectos que impone
á la verdadera revista la evolución incesante de las
ideas.— Insertó notables artículos históricos de D. José
María Quadrado ; trabajos numismáticos de D. Alvaro
Campaner; estudios filológicos de D. Tomás Forteza;
novelitas mallorquínas (por el lenguaje ó por el asunto)
de D. Antonio Frates y de D. Pedro de Alcántara Peña;
exposiciones de doctrina científica de D. José Monlau;
artículos y disertaciones académicas de D. José Luis
Pons ; refundiciones de los más conocidos dramas sha-
kesperianos del mismo Sr. Quadrado ; artículos ó cuen-
tos y poesías de muchos de los indicados y de toda la
generación más joven, desde las más inspiradas compo-
siciones de Miguel Costa , hasta las más ingeniosas y sus-
tanciales de Juan Aleo ver. Pero esta misma variedad de
asuntos y de materias no hacía más que darle el carácter
de extensa miscelánea. Raras veces asomaban en sus
páginas los chispazos dispersos de la fragua donde se
forja el hierro candente de la novedad intelectual. Tenía
más de la estantería donde se ordenan y exhiben objetos
ya labrados, aunque con frecuencia añejos. Diríase que
DE LA LITERATURA MALLORQUÍNA EN 1 889. 67
los números del Museo Balear, dentro de la segunda mi-
tad de este siglo, carecen de fecha. Desde sus apartadas
estancias no se perciben los gritos de la lucha , ni en sus
hojas se advierte el violento latido de la arteria que con-
duce el jugo vital recién elaborado.
Durante la segunda época de su publicación (1884-89),
se ha desarrollado en España la gran controversia lite-
raria sobre elnaturahsmo. Causará extrañeza si afirmo
que esta pelea no ha tenido un solo eco , que nadie ha
entrado en la liza , que nadie ha combatido directa ó in-
directamente la nueva doctrina , ni siquiera la ha extrac-
tado. Durante el mismo tiempo se ha enardecido la
cruzada catalanista. La tendencia regional expresada en
todas sus fases por la poesía inmediatamente de la res-
tauración del habla catalana (en la cual fueron de los pri-
meros y de los más afortunados muchos mallorquines,
Aguiló, Rosselló, Pons, Amer), ha pasado desde las
formas caóticas del sentimiento poético á conglomerarse
alrededor de núcleos filosóficos tomando las formas defi-
nidas del sistema.
Desde las manos del vate ha pasado la señera regio-
nal á las del pubHcista, del sociólogo y del orador. Lo
que no fué más que un suspiro romántico , más que un
adiós lacrimoso al viejo ensueño desvanecido, se convir-
tió luego en grito de reconquista , apareciendo el regio-
nalismo, el particularismo y hasta el filibusterismo. Hay
que ser consecuentes , y reconocer que de aquellos polvos
nacen estos lodos. Hay que ser lógicos, y no asustarse
aturdidamente de la planta social que sembró aquella
semilla literaria. Hay, por último , que ser imparciales , y
notar que estas escuelas, pacatas y tímidas las unas,
prudentes las otras, exageradas y ultra hiperbólicas la
mayor parte, tienen, si así puede decirse, un máximo
68 LA ESPAÑA MODERNA.
común divisor en que todas concurren y se interceptan.
Á depurar este común divisor y este fondo general de
verdades y de reivindicaciones necesarias debieron diri-
girse los comunes esfuerzos. Y el renacimiento mallor-
quín, casi unánimemente partidario de la unidad de la
lengua catalana según la pedía el amenísimo D. Juan
Valera desde estas mismas hojas, ha vuelto las espaldas
á la cuestión, encerrándose en el silencio y en su lirismo
platónico , que á estas horas ha perdido todos los encan-
tos de la novedad, si no se convierte, como creo, en
mera convención retórica.
No hay, pues, en Mallorca regionahsmo militante de
ninguna especie. Por más doloroso que sea confesarlo,
los hechos son inflexibles y no se esconden. Mallorca, si
ya no ha llegado, camina rápidamente á una absorción
total de su fisonomía histórica y etnográfica, no en la re-
sultante de la unidad nacional , que en ella noblemente fun-
dida y hasta absorbida estuvo siempre , sino en el unifor-
mismo más igualitario y geométrico. Las personas de
mejor inteligencia, y hasta muchos escritores, conside-
ran aquí casi como un dehto de traición el discutir la
legitimidad real de las más leves imposiciones adminis-
trativas. Parece que viven sugestionados por la influen-
cia centrípeta , ó que respiran el aire de toda suerte de
preocupaciones burocráticas. Cierto ejemplo que no falta
en ningún tratado de química, nos habla de la gruta del
perro y del valle de la muerte^ donde una capa de ácido
carbónico extiende su acción letal hasta determinada al-
DE LA LITERATURA MALLORQUÍNA EN 1 889. 69
tura. Dentro de esta capa , la asfixia y hasta la muerte;
fuera de ella, el aire puro, la agilidad, la lucidez. Del
mismo modo se extiende sobre las inteligencias la atmós-
fera del prejuicio. Casi toda la actividad intelectual de Ma-
llorca se consume en las luchas de la política al uso 6 en el
bufete del abogado, que más que profesiones ligadas pare-
cen inseparables. A muchos talentos dignos de no tener
su criterio enajenado á esta política casera, los vemos con-
vertidos en otros tantos girasoles vueltos constantemente
de cara á los rayos del favor central, del que todo lo aguar-
dan. Devóranse con sin igual avidez periódicos y discur-
sos, chascarrillos y ocurrenciasde personajes agrandados
por los espejismos de la distancia y por las amplificacio-
nes de la prensa de partido, inmensa lente puesta sobre
la pequenez del infusorio. De esta admiración sin límites
se origina un vicio fimesto y casi inconsciente : el menos-
precio de la vida local y la tendencia de estos talentos
débiles á volar hacia el centro como leves partículas de
acero atraídas por la punta imantada. El procedimiento
que forma las oHgarquías de la gran capital no es siem-
pre una selección certera y justa. Ha^^ hombres que no
sirven para la lucha; hombres de mérito que no encuen-
tran jamás el primer peldaño para encaramarse, y que,
irradiando su luz sobre la comarca en que ahora vegetan
tristemente, podrían fertilizarla y embellecerla en todos
sentidos, si muchas veces no se creyesen desterrados en
su propia casa y bajo su propio techo.
Considérase la provincia ó el territorio como algo se-
cundario que no tiene valor por sí mismo, y la máquina
gubernamental como objeto y no como instrumento de la
vida toda de la nación. Vano es decir á los que respiran
dentro de esta atmósfera que la tendencia regional mo-
derna no es una planta nacida al calor de los antojos
LA ESPAÑA MODERNA.
de cualquier comarca , sino un movimiento iniciado por
los estudios positivos de la ciencia política , por el examen
inductivo del cuerpo nacional contra las concepciones
abstractas y a priori de los pensadores geómetras que
han trazado nuestras constituciones rectilíneas ; que es-
tas constituciones, en el afán de una artificiosa simetría,
no respetan el natural polimorfismo de la nacionalidad,
que á menudo prescinden de entidades realísimas y casi
palpables (el carácter de raza, la lengua, la legislación,
la costumbre, el clima) para hacer divisiones arbitrarias,
y que así en la fisiología humana como en la nacional no se
puede suprimir ó mutilar ninguno de los órganos esencia-
les sin graves trastornos en su economía. En suma: que la
variedad es la ley de la naturaleza , y que las variedades
existentes y los hechos específicos se subordinan ;zaíwra/-
mente á una unidad superior, como las diversas ramas de
un árbol se unifican en el tronco robusto ; no como el tron-
co privado ciegamente de sus ramas , llenas de lozanía y
de savia interna, y reducido á la sequedad del mástil. Pues
bien: exponed tales razones, ligerísimo y superficial com-
pendio de las muchas que pueden comprobarse experi-
mentalmente ; repetídselas á los que se compadecen bien
con todo lo establecido , que respiran en la gruta del pe-
rro, que viven influidos por la atmósfera del prejuicio
político ú oficinista , y os oirán , 6 con desdén ó con la in-
dignación patriótica de D. Pelayo en las montañas de
Asturias. Ante esa revisión mental de las modernas cons-
tituciones, los veréis más prontos á batirse por una abs-
tracción ó por una vaguedad, que por un pedazo del te-
rritorio , y se comprenderá que dentro del ideologismo
templado de esta época ahentan todavía los soñadores
de repúbhcas platónicas y de ciudades del Sol , de Ica-
rias y de falansterios, que falsean la naturaleza y la so-
DE LA LITERATURA MALLORQUÍNA EN 1 889.
meten al encasillado previo de sus teoremas ó de sus ru-
tinas como á un verdadero lecho de Procusto.
En esa corriente extrema y viciosa se precipita el co-
mún de las inteligencias mallorquínas , con grave daño
de todos los intereses y de todos los órdenes. Faltando el
sentimiento particular y distintivo dentro de la madre
patria , falta la emulación de sus hijos para mejor hon-
rarla y enaltecerla. La gloria ó el esplendor de una na-
ción no es cosa indivisible de por sí ; es , tan sólo , la suma
de los esfuerzos particulares y hasta individuales que á
ella concurren. En este sentido debieron luchar los re-
dactores del Museo contra la obra de la política desnatu-
ralizadora ó escéptica, contrarrestando su acción archi-
uniformista y de imitación del centro , que conduce á la
esterihdad y á la insignificancia. Ahora ya resultaría di-
fícil, pues no habiendo explotado los filones recién alum-
brados, han perdido las letras mallorquínas mucha parte
de la atención pública, distraída por los que de hecho di-
rigen el país. Conservan hoy escasa influencia social para
impedir que los caracteres diferenciales de su pueblo se
sumerjan para siempre , no en un espíritu colectivo de-
bidamente ponderado , sino en cualquier hegemonía que
se proponga absorberlos ó destruirlos.
***
Resulta sensible, sin embargo, bajo el aspecto artís-
tico, la desaparición del Museo Balear, ya que cuando
menos conservaban las tradicionesliterarias y cierto colo-
rido locales, dando puesto holgado á la nativa lengua ca-
talana. Hoy sólo persevera en este cultivo y en el de las
72 LA ESPAÑA MODERNA.
costumbres locales el semanario La Roqueta, escrito en
dialecto mallorquín , que reapareció en Agosto último.
Empero , su carácter festivo y popular reduce conside-
rablemente su esfera de acción. Y pasando a dar cuenta
bibliográfica de las publicaciones aparecidas durante el
año pasado , mencionaremos en primer lugar el estudio
sobre Fray Luis de Granada ('), debido al joven erudito
D. José Ignacio Valentí. Se había dado á conocer por
diferentes artículos de biografía, tales como El Abate
Moigno y Fray Juan Pérez de Marchena, sorprendiendo
á todos sus lectores con la copiosa erudición ascética,
patrológica y escrituraria que demostró. El libro indi-
cado no desmerece de aquellas condiciones. Contiene la
vida del excelso autor del Símbolo de la Fe, un juicio de
sus principales obras , insertándose bien elegidos frag-
mentos, y después la opinión de los escritores más famo-
sos que se han ocupado de aquel príncipe de las letras
sagradas. El libro en su conjunto resulta como el entu-
siasta epinicio de una admiración ardiente y devota. A
pesar de estas condiciones, ya se ha tenido ocasión de
manifestar al Sr. Valentí que su última obra, con ser muy
apreciable , no trae ni para la investigación ni para la
crítica ningún punto de vista nuevo. Fray Luis de Gra-
nada es de nuestros autores ascéticos tal vez el más co-
nocido. Infinidad de asuntos oscuros de nuestra historia
literaria puede recoger el Sr. Valentí aplicando su labo-
riosidad á rastrear en el almacén de lo inédito. Con esto,
y con dar á su estilo la soltura de que le priva su extre-
moso pulimento arcaico en mengua de la natural porosi-
dad de la frase , se reconocerá que es un escritor útil y de
valía, como ya se reconocen ahora sus buenas aptitudes.
(i) Palma, imprenta de Gelabert.
DE LA LITERATURA MALLORQUÍNA EN 1889. 73
Al principio del año apareció también un volumen titu-
lado Episodios de antaño, nombre bajo el cual reúne
diferentes narraciones de sucesos de la historia ó de la
tradición mallorquína D. Juan Luis Oliver, padre del
que esto escribe. Al mismo tiempo han seguido repar-
tiéndose entregas de la obra de S. A. R. é I. el archidu-
que de Austria Luis Salvador sobre estas islas, corres-
pondiente al tomo de las Pithiusas. Dicha obra, riquí-
sima en estadísticas variadas é interesantes, se publica
traducida al castellano y bajo la dirección de D. Fran-
cisco Manuel de los Herreros, de esclarecido parentesco
literario que no desmiente con sus obras. Hanse publicado
asimismo, aunque con lentitud suma, cuadernos déla
colección de Obras completas de Ramón Lidl, que edita
el poeta y bibliófilo D. Jerónimo Roselló, y que está des-
tinada á ocupar un honroso espacio en las bibliotecas sa-
bias. Y, por último, han aparecido tres obras de singular
importancia, que en absoluto pueden honrar el movi-
miento literario de cualquier población. Son ellas los ca-
pítulos que ha escrito D. José María Quadrado para el
tomo de Las Baleares (') de la obra España; Dios y el
Cosmos {^), por D. Miguel Amer, y la Antología de poe-
tas italianos traducidos en verso castellano ( O ; de don
Juan Luis Estelrich; histórica la primera, filosófica la
segunda, y exclusivamente literaria la tercera.
No hay que repetir aquí los méritos del que llamaría,
si la pródiga alabanza no hubiese gastado este adjetivo,
ilustre continuador del Discurso de Bossuet. Es una inte-
ligencia superior que descuella sobre todos los talentos
mallorquines por la profundidad de su pensamiento , por
( I ) Barcelona , Daniel Cortezo y C*
(2) Palma , Tipografía Católica balear.
(3) Palma, Escuela Tipográfica provincial.
74 LA ESPAÑA MODERNA,
la robustez^de SU ciencia, por la abundancia, por el vi-
gor. Su vida se ha gastado en múltiples y heterogéneos
trabajos. Es de los que en España pueden ostentar legíti-
mamente el título de publicistas. De las más altas lucu-
braciones políticas y religiosas , al modesto artículo de
investigación paleográfica, todo lo ha abordado su pluma
con igual intrepidez. Hasta los que más abiertamente di-
fieren de sus doctrinas fundamentales encuentran hondo
deleite en sus obras, por las perspectivas secundarias, las
ideas parciales y el esfuerzo intelectual que las ha produ-
cido. Historiador de la escuela providencialista, lo mismo
sigue audazmente el vuelo del Águila de Meaux, cernién-
dose sobre las cumbres de la historia humana, que des-
cribe las disensiones intestinas de Mallorca durante la
Edad Media por modo íntimo , desmenuzado y casi experi-
mental La partehistórica del antiguo tomo dePiferrerso-
bre Mallorca quedó suspendida en la muerte de Jaime III.
Y el Sr. Quadrado la continúa hasta el arreglo de Nueva
Planta. No por el gusto de repetirme, sino por la necesi-
dad de no imitarme, será permitido poner á continuación
algo de lo que tengo dicho en otra parte acerca de esta
obra, la cual resulta de un mérito evidente. No sólo ha
tenido que acudir su autor á arrancar gran parte de los
materiales en la mina de archivos , documentos , noticia-
rios , cronicones y libros de actas de toda especie , sino
que después ha debido combinarlos artísticamente , y fun-
dirlos en el molde de la imaginación histórica para dar
el trasunto de la vida pasada tal como se vivió en la rea-
Hdad. Nada nuevo cabe decir de su etilo. Es el de siem-
pre; conciso, fibroso, sin oropel ni postizos, pero de una
precisión desesperante, con frases sobrias caldeadas al
rojo de la inspiración, con veracidad, con noticias y por-
menores que satisfacen todas las curiosidades del lector.
DE LA LITERATURA MALLORQUÍNA EN 1889. 75
Hace ya medio siglo que en la historia de Forenses y
Ciudadanos entrevio el Sr. Quadrado un método dife-
rente, hoy reducido á sistema. Sin conocer los estudios
históricos de Macaulay, y sin haber escrito los suyos
Taine y tantos otros modernos , aplicó intuitivamente un
criterio inductivo y , como se diría ahora , de experimen-
tación , logrando mayor efecto y mayor parsimonia por
ser en él espontáneo. En la forma le queda todavía el
manto regio de la severa Clío , pero busca en el fondo la
médula de los asuntos , las causas primordiales y las pa-
siones de los hombres combinándose en la gran tragi-
comedia, no la mera relación de las batallas ni el árido
recuento de las cronologías.
La aparición de Dios y el Cosmos del Sr. Amer fué
una sorpresa, no para los amigos del distinguido médico,
pero sí para el público. Revelóse con este Hbro un talento
fino , un hombre de vastos y modernos conocimientos , y
sobre todo un escritor pulcro , ameno y con frecuencia
elocuente. Su obra es de popularización científica y de
propaganda religiosa. Viene á ser algo como el antípoda
de Fuer BU y Materia de Büchner , recopilación y exposi-
ción de los principales argumentos científicos sobre la
sujeción de la materia á una fuerza superior que la rige,
así en las regiones siderales como en las telúricas , así en
el mundo mineral como en el orgánico. En muchas de sus
páginas, el estilo del Sr. Amer cobra un brío y, si así
puede decirse , una interior vibración que domina el inte-
rés de los lectores. Esto en cuanto á las condiciones lite-
rarias. Las condiciones científicas del libro no son de este
lugar ni de mi competencia , cuando menos para juzgarlas.
Réstame hablar de la Antologia de poetas italianos
publicada por el Sr. Estelrich. De ella ha escrito exten-
samente D. Juan Valera en El Imparcial. Los lectores
yó LA ESPAÑA MODERNA.
del popular diario saborearían, sin duda, el artículo, y se
formarían idea de esta obra sumamente interesante para
todos. Nadie desconoce la influencia italiana en nuestra
literatura. Por su conducto nos llegó el Renacimiento.
En su molde se fundió el endecasílabo actual, rey de la
moderna versificación castellana, que arrancó la primacía
á las formas indígenas de arte menor. Buena parte de
nuestro lirismo refleja el lirismo italiano , y por todo ello
resulta de gran utilidad haber reducido á un volumen el
proceso histórico de esta influencia, bien aparezca en
traducciones y paráfrasis, bien en la imitación. Hasta los
autores más recientes y menos populares en España,
como Leopardi, dejaron su huella indeleble en poetas
como Nicasio Gallego. Y de esos autores más modernos
casi da una traducción completa la Antología. Del mísero
poeta de Recanati , el de mayor interés actual , figuran
sus más célebres piezas, la oda á Italia, las Rimen-
branse, Palinodia, Amore é Morte , La Ginesta, 11 pen-
siero dominante....^ todas las acerbas resinas que destiló
el sombrío árbol de su tristeza. De Carducci no ha sido
posible presentar igual abundancia. Sin duda la versi-
ficación exclusivamente prosódica de las Odas bárbaras
no se presta á la traducción , por cuya trama se evapora
el hálito interior del verso. Aparecen, sin embargo, en el
libro felices muestras características, siendo, en suma,
la Antología un libro de gran utilidad literaria , muy va-
riado , muy ameno y con un prólogo de su autor donosa-
mente escrito.
Y después de hablar de las abejas que han elaborado
los panales de la poesía , mencionemos , para terminar,
las hormigas perseverantes de la erudición que acarrean
al Boletín de la Sociedad Arqueológica Luliana conti-
nuos materiales para la historia. Esta revista es una
DE LA LITERATURA MALLORQUÍNA EN 1 889. 77
excepción á la regla general de la negligencia y de la
desnaturalización indiferente. Defiende los monumentos
amenazados , los recuerdos artísticos , las costumbres
pintorescas y tradicionales. Sus redactores más asiduos,
los Sres. Ferrá, Llabrés y Aguiló (D. Estanislao), traba-
jan con una abnegación que merece todos los elogios, y
tanto más noble , cuanto no acierta á comprenderla el
escepticismo actual. El mismo Sr. Aguiló acaba de pu-
blicar en dicho periódico una interesante colección de
las Leyes suntuarias de Mallorca , preñadas de detalles
minuciosos; el Sr. Ferrá, además de sus escritos técni-
cos , desde el ejercicio de la profesión arquitectónica
restaura antiguas construcciones , y procura un renaci-
miento de las formas mallorquínas; el Sr. Llabrés publica
antiguas obras catalanas desconocidas ó inéditas , y los
tres, dentro de su especialidad limitada, contribuyen va-
lerosamente á que no se consume en Mallorca la abdica-
ción definitiva de su personalidad.
Miguel S. Oliver.
EL MODERNO ANTICRISTO
(ERNESTO RENÁN.)
• INTRODUCCIÓN.
LA agitación febril de los hombres en el incruento
combate de las ideas libres: el confuso clamoreo
levantado por revistas, libros y periódicos; los
torrentes devastadores de sistemas tan opuestos y con-
trarios ; esos rumores de batalla y golpes de martillo , en
el taller del pensamiento y en el campo del saber.... todo
hace que el espectador del movimiento del mundo vuelva
los ojos hacia la fragua gigantesca en donde se forjan los
rayos entre el rodar de los truenos. Éstos son los días
que anunciaba Donoso Cortés: días en que luchan las
ideas como los ejércitos de Dios y del Anticristo dibuja-
dos en el Apocalipsis ; días en que sólo cabe elegir á Ba-
rrabás ó á Jesús. Hasta la glacial indiferencia que cubre
á tantas almas como velo sepulcral , es fúnebre trofeo del
ángel rebelde de la discordia. Y de entre el fragor del re-
vuelto combate, y contemplando el número de los cadá-
veres y heridos, surge un grito inmenso, agudo y vibran-
te : «¡Las muchedumbres pervertidas y obcecadas se
despeñan en el abismo ! ¡ Hay falta de creencias salvado-
ras ! » Los que no creen en Dios y le maldicen , los que
8o LA ESPAÑA MODERNA.
dudan de Él y le injurian; los que creen en Él y le desna-
turalizan ; los que aparentan adorarle y le escarnecen , y
los que le adoran en espíritu y en verdad...., todos se
lamentan de los crímenes perpetrados en el fango de las
sociedades modernas , de que las muchedumbres se ra-
cionalicen y vayan haciéndose incrédulas, filósofas y
batalladoras.
Entre las impiedades lloronas y sabias que desde el
año 6o han recrudecido ese combate — ya iniciado en las
tres pasadas centurias— y sembrado entre flores retó-
ricas y en almibarado estilo la ponzoña de la increduH-
dad y de la incertidumbre , de la independencia y abso-
luta autonomía , se destaca arrogante , sobre pedestal de
ruinas, la figura nada simpática de Mr. José Ernesto Re-
nán , miembro del Instituto de París , profesor en el Cole-
gio de Francia y caballero de la Legión de Honor. Desde
la citada fecha , yo no conozco á ningún filósofo que haya
corrompido, y por modo tan poco visible , á tantas almas
jóvenes. ¡Renán! Este hombre que vive hoy en París, no
es un hombre solo, es una legión, como de Voltaire dijo
nuestro insigne Menéndez y Pelayo. Ni Vacherot , ni
Taine , ni Jacolliot , ni otros ministros de Satanás , que en
las diversas manifestaciones del pensamiento andan por
esos mundos propinando las doctrinas corruptoras del
cuerpo y del alma, han igualado á Renán. Y no es porque
Renán haya formado verdadera escuela , pues sólo ha
conseguido hacer indeferentistas ; sino porque, así como
Voltaire en el siglo pasado, ha obtenido la primacía so-
bre todos con un resorte admirable que franquea los co-
razones: con el estilo. Sí; estilista idolatrado por muchos,
orientalista famoso , desesperado militante , enfant terri-
ble entre los enfants terribles, antípoda de los Evange-
lios V del Divino Redentor, ha deshojado una por una las
EL MODERNO ANTICRISTO.
confortadoras creencias de la humanidad y las risueñas
esperanzas de las almas puras , en libros novelescos , leí-
dos con entusiasmo y frenesí por una multitud ó idiota ó
vacilante. Verdadero falsificador de la historia, imagen
acabadísima del apóstata Juliano y de Settembrini, mo-
derno Anticristo en el combate universal, — para quien
Dios puede ser Abel ó Caín , Sócrates ó Anito , Nerón ó
Marco Aurelio , — ha fingido adorar al Redentor del mundo
yendo á sorprenderle en los mismos brazos de la Cruz,
allá en los lugares más santos de la tierra; repitiendo en
la mejilla del Dios-Hombre la cruel bofetada del soldado
de Caifas y el beso traidor é infame de Judas.
En 1860 á 1 86 T recorrió toda la Fenicia, Jerusalén y
Galilea ; ganó la cumbre del Gazhir en el monte Líbano ;
y bajo el techo de la cabana de un maronita, inició la ta-
rea formidable que este año verá rematada, en una obra,
compendio de sus esfuerzos , descanso de sus fatigas y
corona de sus triunfos , entonando á guisa de himno euca-
rístico el Niinc dimittis , etc., del viejo Simeón.
Refutados están suspamplilets; execrada está su me-
moria; y para los que creen en la autoridad de los Libros
Santos y en las plegarias y súplicas , en la divinidad de
Jesús y su fundación , en los milagros y en el orden supra-
sensible, y aun para muchos librepensadores, el nombre
de Renán es hoy un sambenito. Para todos los que bus-
quen el origen de esta anarquía de las inteligencias , Re-
nán es una fatalísima concausa de la perturbación y co-
rrupción sociales.
Recojan otros las bellezas literarias esparcidas en las
obras de Ernesto; admírese en él al gran orientalista, al
escritor fecundo y al estilista admirable. Yo sólo reco-
geré las espinas, y me fijaré únicamente en el Renán crí-
tico , en el Renán filósofo , y , para decirlo de una vez , en
6
82 LA ESPAÑA MODERNA.
el Renán anticristiano. Voy á someter al análisis toda la
crítica filosófico-religiosa del sabio por antonomasia; la
autoridad de que goza me importa poco , porque hoy la
autoridad nada significa ; la razón es la que impera. Aun-
que ignorado y humilde, tengo, para proceder así, el de-
recho que me dan la libertad omnímoda de los tiempos
presentes , y la defensa justa de los insultos y de las blas-
femias que Renán lanzó contra lo más sagrado que mi co"
razón adora.
¡Lleguen en alas de La España Moderna á los ojos de
Renán , nada amante de los españoles , estas deslucidas
páginas de un estudiante español (').
(i) Si hemos de creer en la biografía universal, Renán nació el 27
de Febrero de 1823 en el departamento de Cótes-du-Nord. Se dedicó á la
carrera eclesiástica , cursando teología en el Seminario de San Sulpicio,
del cual le hizo salir su espíritu independiente y libre. Aficionado al es-
tudio de las lenguas, aprendió con facilidad el hebreo, árabe y siríaco.
Obtuvo el premio Volney por una memoria sobre las lenguas semíticas,
y conquistó otro lauro por un Estudio sobre la lengua griega en la Edad
Media. Se le encargó una misión literaria , durante la cual reunió mate-
riales para su Averroes y el averroismo. Sustituyó á Agustín Thierry en la
Academia de Inscripciones y Bellas Artes, y á fines de 1860 se le encargó
otra misión literaria en Siria , trayendo como fruto de su viaje el bos-
quejo de la Vida de Jesús, impresa en 1863 •> completada ya. Este libro fué
traducido á casi todas las lenguas de Europa, y condenado por los obis-
pos en homilías y pastorales , se destituyó á Renán de la cátedra de he-
breo; pero , en recompensa, el ministro de Instrucción pública, M. Du-
ruy, le dio un cargo importante en la Biblioteca Imperial.
Molesto sería al paciente lector si me detuviese en reseñar lo que
Renán ha sido desde entonces, ó apuntar siquiera la lista de sus trabajos.
Los Orígenes del Cristianismo forman siete libros. Tiene cuatro dramas filo-
sóficos ; otras tres obras sobre el libro de Job, Eclesiastés y Cantar de los
Cantares; y uniendo á éstos la obra que redactó en compañía de M. Víc-
tor Leclerc , la que publica ahora, y sus estudios histórico-religiosos,
discursos, ensayos, etc., etc., arroja la suma de más de treinta y cinco
libros, sin contar con los artículos impresos en revistas.
La influencia de Renán en las almas jóvenes ha sido muy perniciosa.
Hoy continúa Ernesto haciendo alarde de sus triunfos, y gloriándose de
ser el moderno Anticristo. Cuéntase que, preguntándole sus discípulos ur
día si temía á la muerte, respondió ; «i Qué ganas tengo de verme cara á
cara con Dios!»
Todo lo que yo atribuya á Renán, Renán lo dice, y he creído, por
no hacer la lectura empalagosa , suprimir la multitud de citas que serían
necesarias.
EL MODERNO ANTICRISTO. 83
LA CRÍTICA RELIGIOSA.
Desde que el protestantismo apareció en el mundo
proclamando el dogma del non serviam ó de ¡viva la li-
bertad!, muchísimas cabezas se trocaron súbitamente, y
por arte de birlibirloque , en fuentes inagotables de críti-
ca, pero de crítica individual , caprichosa, libre, á lo
Zoilo, en una palabra. Los genios que hasta entonces ha-
bían estado dormidos despertaron al mágico son bélico
racionalista ; y no hubo santuario , ni templo , ni ciencia,
ni arte que no escudriñasen y midiesen con su mirada
profunda en la tierra , en los cielos y en los abismos.
i Qué aguas fecundadoras brotaron de aquellas fuentes !
¡Qué rayos de vivida luz lanzaron aquellos ^^/í/óís.^ Hasta
entonces , hubo algunos profetas del ángel rebelde y pro-
tervo , pero no eran más que notas discordantes en el
himno de la creación, y ni con cien codos llegaron á la
altura inaccesible y brava en que se han colocado los
maestros y discípulos de la Diosa-Razón, diosa sobre to-
das las diosas griegas, á quien levantaron en la plaza de
la Concordia de París un templo augusto y memorable
los apóstoles del 89.
En los tiempos viejos tuvimos Universidades; pero no
eran como las de Halles , Tubinga y Gottinga ; hubo
exégetas insignes que en sus estudios laboriosos libaron
la miel hyblea escondida en cada página de los Libros
Santos, y unieron en admirable consorcio á Dios con el
84 LA ESPAÑA MODERNA.
hombre, lo divino con lo humano, el espíritu con la car-
ne, lo sobrenatural con lo. natural; distinguiendo en donde
se debía distinguir , formando de ahí un orden melodioso
y reposado , muy superior al que forman los astros de
los cielos.
Pero, ¡ah! ; vino la gran Reforma, y puso la mano en
el santuario , y mandó á los exégetas que en la interpre-
tación de la Biblia se guiasen únicamente por el capricho
individual ; desde entonces aquí, cayeron, como lluvia
sobre tierra seca , el sistema de interpretación gramati-
cal de Semler, el de interpretación fnoral del filósofo
Koenisberg, el de interpretación natural de Paulus (Pa-
blo), el de interpretación racional de Herder, el de in-
terpretación mítica de Strauss , y el de interpretación
novelesca y legendaria del gra^t orientalista, del insta-
ble Renán; y otras y otras sistemas. ¡Qué montón de
sistemas ! Hoy cada cabeza es una fragua en donde se
forjan religiones sin cuento ; cualquier señorito pisaverde
puede ser hoy un Redentor de la humanidad. Pero es re-
quisito indispensable que invente algo, y después que en-
víe tarjeta de invitación á los que no creen en esas moji-
gangas. Diga Valera (D. Juan) {')\o que le ha sucedido
y está sucediendo con los fundadores religiosos de Amé-
rica la virgen.
Arrastrados por esos principios de crítica individual,
el inglés Ernesto Bunsen (') escribió una Vida de Jesús ;
Strauss y Renán las homónimas de ésta , y en la Revue
de Deux-Mondes salió á defender á Bunsen , con la visera
alzada y en el puño el acero , Emilio Burnouf, afirmando
(i) Véanse los números de La España Moderna correspondientes á
Octubre y Noviembre , en los cuales habla el Sr. Valera de algunos fun-
dadores religiosos.
(2) i Cuidado con los Ernestos ! j Ernesto Bunsen , Ernesto Renán,
Ernesto Hseckel !
EL MODERNO ANTICRISTO. 85
que existe perfecta armonía entre las doctrinas del Cris-
tianismo y las del Irán, entre Jesús y Zoroastro, y osando
decir, ¡blasfemo sin corazón!, que Jesucristo es el Dios
Agni de los vedas ; la cruz, nueva forma de los leños con
que los aryos encendían el fuego del sacrificio ; y la Vir-
gen Inmaculada, la repugnante, quimérica y estúpida
madre del mismísimo Budha (' )• Y hasta un tal Jacolliot —
quizá hable yo de él en otra parte — tuvo la desfachatez é
insolencia de asegurar que la vida y los hechos de Jesús
están calcados (sic) sobre la vida y los hechos de un
hijo aéreo y fabuloso de Brahmma, Jeseus Christna. Con
estas analogías jacolliotas , posible es que venga algún
chileno y nos diga que Jesús procede de Rudra, dios de
las tempestades.
No quiero hacer desfilar ante los ojos del prudente lec-
tor la pléyada de racionalistas exégetas que como simoiin
violento han invadido el campo de la historia en busca de
incógnitas armonías. Lo que puedo repetir en honra de la
verdad, es aquella frase de Quinet : «Jesucristo ha su-
frido una pasión más dolorosa en el calvario de la teología
alemana ( inglesa y francesa) , que la de sobre el Gólgota » .
La unidad doctrinal que les liga es la unidad que ofrece
el racionalismo , hidra de tantas cabezas como cuernos
debe de tener el ángel despeñado. Su originalidad es la
del siglo XIX , salvo honrosísimas excepciones: arrebatar
ideas antiguas , lanzarse á inventar ó discurrir fanta-
seando, revestirlas con el ropaje déla moda y llevarlas
á las tablas. El que haya leído algunas obras de los anti-
guos herejes, no se tómela molestia de leer á los mo-
dernos: son éstos, sin embargo, noveladores de talla más
alta y estilo más florido. Por eso se lee á Renán con
( I ) Mons. de Harlez le refutó victoriosamente. El Dr. Paulus escri-
bió también otra Vida de Jesús ; le siguió Venturini.
86 LA ESPAÑA MODERNA.
verdadero frenesí. De los antiguos, unos admitían la divi-
nidad de Jesús , negándole la humanidad y otros daban
vuelta á la medalla ; entre los de hoy, es rara avis — tan
rara que no hay ninguna— el que cree en el Jesús Dios (')•
Orowio , Dodwel y Nicolás Fréret son los predeceso-
res de los nuevos exégetas. Lessing se anticipó ochenta
años á Strauss, admitiendo un culto de alegorías. Strauss,
además, copia á Wetle, Paulus y Neander: Renán ex-
plota á Semler , Kant , Herder , Salvador , Wegscheider
y á Strauss, — sea dicho con perdón de Leopoldo Alas.
No hay para qué dar nombre á la crítica iuiparcial
de los filósofos críticos. ¿Cómo ha de oir la voz severí-
sima de la historia el escritor racionalista que empieza
proclamando á su r^izón viviente y soberana, fuente de
toda verdad, foco de toda luz , y negando en absoluto
que es un rayo débilísimo del sol suprasensible? Quien
no se somete á la autoridad de Dios, es muy libre para
rechazar la autoridad de los hechos y tener por norma
de sus lucubraciones, sus caprichos, odios y convenien-
cias. Yo desearía extenderme aquí, explanando esta in-
dicación; pero temo apartarme del objeto que me pro-
puse, y voy á confirmarla con el ejemplo de Renán: que
yo también soy racionalista á mi manera, ecléctico en el
buen sentido de la palabra , espigador de la verdad en
dondequiera que la encuentre y enemigo implacable de
trampantojos, calumnias y mentiras.
Sabiendo que Renán es un racionalista consumado,
perfecto librepensador , vastago de esa raza que lleva
siempre en los labios y en la punta de la pluma la palabra
pomposa «imparcialidad»; creí que el sensato Mr. Ernesto
(i) Coquerel , ministro protestante de París , escribió en 1858 su
Christologia , obra en la cual se propone la conciliación de las sectas pro-
testantes con el único medio siguiente: negando la divinidad á Jesús. ¡El
protestantismo y el racionalismo hijos de un mismo Padre !
EL MODERNO ANTICRISTO. 87
sería consecuente con sus principios , y me pregunté : al
escribir Renán los Orígenes del Cristianismo , la Vida de
Jesús, la Historia del pueblo de Israel, etc. , etc. , ¿pesó
las razones de los enemigos y amigos de Jesús ; investigó
serena é imparcialmente las causas de los acontecimien-
tos refrenando los vuelos de su imaginación indisciplina-
da ; probó lo que dice con argumentos poderosos , no con
negaciones y cavilosidades , trocándola historia en no-
vela?....
Aquella primera frase «Jesús, hijo de José y de Ma-
ría» , y las páginas primeras de la Vida de Jesús , incisi-
vas como espada de dos filos y frías como el soplo de la
muerte , dicen muy á las claras lo que ha de ser esa his-
toria ficticia y quimérica leyenda que el Rancio califica-
ría, de «cuento de fogaril». ¡Pobre Renán, pobre Geron-
cio, si se le aplicase aquel sinapismo de nuestro Cervan-
tes: «Á los historiadores antiverídicos se les debe quemar
como á los que hacen moneda falsa» ! Porque Renán, en
lo que respecta á Jesús y á los Santos Libros , es más co-
barde que aquel Maximino Daza , César de Roma , difun-
diendo las actas falsísimas del proceso de Pilatos : como
los modernos inventores y pretendiendo escribir antiguas
historias, no necesita fuentes antiguas en donde beber:
el agua de la antigüedad es demasiado turbia , y no tiene
los elementos químicos que reclaman los estómagos ra-
cionalistas. Ante las fuentes iluminadas de la Exposición
parisién, — que algún librepensador llamará «fuentes iri-
sadas de la hbertad» , — ¿quién vuelve los ojos á-las viejas
cisternas?
¡Atrás, apologistas insignes del Cristianismo, razas
titánicas que agotasteis las fuerzas de vuestro ingenio
poderoso , y luchasteis en diez y nueve siglos hasta de-
rramar la última gota de vuestra sangre por esculpir en
88 LA ESPAÑA MODERNA.
el corazón social una idea que ha triunfado hasta hoy de
todas las argucias y de todos los sofismas; vosotros, los
que con mano vigorosa la hicisteis surgir de las rotas
entrañas de los hechos y presentándola como un sol nue-
vo , muy distinto del que invoca el infatuado Jacolhot ; sol
nuevo, que ha despertado con sus rayos á los que dor-
mían el sueño de la muerte , que ha renovado la sobre-
haz del mundo y sus leyes é instituciones , adorado por
los del Ocaso y del Oriente, del Septentrión y del Medio-
día , y á cuya luz se librará la más estupenda de las ba-
tallas !... estáis demás; trabajasteis en vano; nadie se
acuerda de los frutos de vuestro ingenio ; sois pigmeos
raquíticos ante los nombres de Albert Réville, Reus, Mi-
guel Nicolás de Montauban , Strauss , Littré y Eugenio
Burnouf! i Vuestra erudición pasmosa es una fábula,
más una mentira, como lo evidencian el Thora y el
Thalmud , el libro de Las guerras de Ihavé, el libro lasir
y la Revista que dirigió Mr. Colani!....
Leyendo las obras de Renán me ha asaltado á veces
la siguiente consideración: ¿Qué diría de Renán, si le-
vantase la cabeza del sepulcro, aquel lingüista insigne,
organismo de fuego y asceta terrorífico de la gruta de
Belén? ¿Qué anatema lanzaría sobre la frente del gran
orientalista y ínoderno Anticristo aquel San Jerónimo,
que á cientos los esculpió sobre la piel de los hipócritas?
Á Renán le cuadra lo que de Voltaire dijo el Diario
délos Debates: <^ Lleva cara de mona y piel de zorro».
Meloso y nuancé, como decía nuestro Caminero , dora
las blasfemias con flores retóricas y arranques líricos á
porrillo. Los siete libros de Los orígenes parecen un es-
cenario de representaciones de figurín ó de tramoya; el
artificio es evidente. Si quiere explicar un hecho, usa de
la descripción ó del apostrofe, para después lanzar sus
EL MODERNO ANTICRISTO.
negaciones ridiculas y aseveraciones rotundas. ¡Cuántos
inocentes cayeron en esos lazos ! Todas las facultades
intelectivas , todas las energías de los músculos de Re-
nán convergen y se dirigen á desgarrar con zarpa de
león y guante de demoíselle el cielo encantador y pe-
renne del Cristianismo. Su propósito es idéntico al de
esotros librepensadores del día ; explicar por vía histó-
rica , natural y espontánea , la institución más grande y
maravillosa que apareció sobre la tierra. Reconozco en
Mr. Ernesto los méritos del lingüista y del escritor ('):
pero puedo asegurar que en materias religiosas no ha
producido, si la comparación cabe, cosa superior alas
aleluyas de Don Pirlimplín. No merece en este punto ser
escuchado ; mas ya que se lee á Renán con todo el entu-
siasmo y frenesí con que aplaudían los peluqueros de
Francia de la pasada centuria las muecas satánicas de
Voltaire , voy á exponer la sabia critica , para que mis
lectores formen idea de los triunfos científicos de Mr. Er-
nesto. Frases acumuladas sin trabazón ni enlace, son las
columnas del panteón inmortal, que sobre las ruinas de
lo antiguo ha levantado á la ciencia moderna el jefe de
la escuela crítica histórica.
A tres puntos capitales puede reducirse la crítica-his-
tórica de Renán : crítica de Jesús ; crítica de los Libros
Sagrados , y crítica del origen y desenvolvimiento del
Cristianismo. La primera nació allá en el monte Líbano;
las otras dos se le ocurrieron á Ernesto , sentado en su
poltrona parisién.
....Jesús, hijo de José y de María, no se llamaba Je-
sús, sino Josué. Filón era hermano ma37-or de Jesús. Pa-
rece que la familia de Jesús se había extinguido , y el
(i) La obra de Renán que más d^^xmxo ts sw Averroes y el averroismo .
90 LA ESPAÑA MODERNA.
título de hijo de David se le impusieron á Jesús violen-
tamente y pero lo aceptó con gusto. Los partidarios de
Jesús inventaron analogías ficticias, con objeto de pro-
bar la regia estirpe de Jesús y hacerle nacer en Belén.
Las profecías que á él se refieren son tan fabulosas como
los cuentos de Apolonio y Plotino. Jesús fué un personaje
fatal para su pueblo. El maestro de Jesús fué quizá Hi-
lell. Los aforismos de Jesús son propiedad de Antígono
Soco, del hijo de Sirach, del antiguo testamento, del Pir-
ké Aboths y del Thalmud. La doctrina de Jesús era la de
los essenios y ebionitas ; también debió algunas leccio-
nes á Juan (el Bautista). Jesús se rebeló contra sus pa-
dres ; su familia no le creyó. Era un escriba (sofer), es-
crupuloso y andas j porque se llamaba Hijo de Dios. Sin
embargo , Jesús no pensó nunca en hacerse pasar por
Hijo de Dios, ni creyó que fuese Creador ó Verbo divi-
no ; se lo atribuye inicuamente Juan el Evangelista....
Jesús no tuvo idea clara de su personalidad, é ignoró
muchas cosas ; pero esta ignorancia era poética. Jesús
fué anarquista y materiahsta ; no tuvo la más ligera no-
ción de un alma separada del cuerpo, ni supo distinguir
la materia del espíritu ; fué idealista. No sabía lo que era
mundo , recorrió la Galilea en medio de una fiesta conti-
nua ; por artificios inocentes atraía á muchos , sólo con
una mirada en la conciencia, dispuesta á entreabrirse al
soplo de la verdad ; aspiraba más bien á seducir que á
convencer. No formuló artículos de fe, pero produjo el
movimiento democrático más exaltado de éxito feliz. En
Carfarnaúm no pudo hacer milagros. Imprudente en la
frase «destruid este templo», etc. , tuvo accesos de extre-
mado rigor ; suprime la carne , porque desconoce la na-
turaleza ; el cristiano que sea mal padre, y mal hijo, y mal
esposo, y mal patriota, merecerá elogios de Jesús. En
EL MODERNO ANTICRISTO.
aquellas palabras : «Dad á Dios, etc.» , fundó Jesús los
cimientos de la civilización y del liberalismo y destruye el
Estado y la República.... Su entrada en Jerusalén tuvo
ovación muy pobre; Jesús concibió deliberadamente el
propósito de hacerse matar; no era dueño de sí mismo; su
corazón á veces se turbaba, y era á intervalos extrava-
gante y rudo : sus discípulos le creyeron loco . Aquella alma
lírica del Jesús de Galilea perdió en Jerusalén su limpidez
primordial y fué presa de la desesperación. ¡Perdonemos
á Jesús la esperanza materialista de un vano Apocalipsis
y de una venida en triunfo, sobre las nubes del cielo!....
Hasta aquí no hay nada de extraordinario. He dicho
mal: sí, hay algo extraordinario ó mejor estrambótico;
la frescura ó el hielo del Polo que el moderno Anticristo
lleva en la punta de su pluma. ¡ Jesús.... ignorante poé-
tico y extravagante, rudo, ridículo, anarquista, demó-
crata, revolucionario, rebelde, seductor, essenio, ebio-
nita, audaz, desesperado , materialista é idealista! No sé
si quedarán más epítetos en el repertorio de Ernesto , á
no ser las blasfemias proudhonianas. Por lo visto, Renán
es enemigo de la erudición : le basta una cita del Thal-
mud , libro que redactaron los jtidios después de la
muerte del Justo , no para sacrificarle otra vez sobre la
Cruz del Gólgota , sino para arrancar de Sión la adúlte-
ra, su desdichada madre, aquel crimen de lesa majestad
indeleble y estupendo, único en la historia de las edades,
perpetrado en aquellas terroríficas cláusulas de fuego :
« Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos»,
j Y sí que cayó ! El judio errante recorrerá la tierra,
quizá como un Rotschild, pero de su frente salpicada con
la sangre del mismo Dios , todos verán arrancado el tí-
tulo de ciudadanía. Y ni Renán, ni Taine, ni Jacolliot, ni
cien JacoUiots podrán lavar una gota de esa sangre, ó
92 LA ESPAÑA MODERNA.
escribir una letra de ese título : la voz de diez y nuevq
centurias tiene autoridad catoniana é infalible. Lo han
demostrado Meignan, Ghiringuello, Caminero, y quizá
mejor que todos el antagonista de Renán , como Anton-
nelli lo era de Cavour, Mons. Freppel. Seguramente no
habrá leido Renán las obras de esos neos; como por res-
peto á la dignidad personal, los librepensadores fran-
ceses no se acercan á Lourdes para contemplar aquellas
pamplinas que caHfican de milagros los católicos : para
desatar dificultades, no hay cosa mejor que eludirlas.
Pero supongamos que Ernesto haya leído esas obras : de
nada le hubiesen servido, porque la mentira no necesita
pruebas ni datos. Quien ha mentido en pleno siglo xix,
tratando de Hegel, no causará extrañeza con las papa-
rruchas acerca del dogma cristológico, de la evolución
paulina, y del cuarto Evangelio. Si es fácil engañar á la
multitud hablando de acontecimientos que hemos visto,
facilísimo será, hablando de sucesos, libros y hombres
de remotas edades , por aquello de
a El mentir de las estrellas » , etc.
Renán , que maldice la infalibihdad de Roma , en sus
libros se declara infalible: si él habla, causa finita est....
«La palabra Jesús procede de la palabra Josué.» ¿Y por
qué no de la palabra Jacobinos ó de la de Jacolliot? Jesús
se llamó y no se llamó «Hijo de Dios». Renán, que cita
á los Evangehos, ha tenido vendados los ojos ante los
pasajes innumerables en que Jesús se llama y es llamado
«Hijo de Dios» ('). Nuestro español Raimundo Martín
(i) Véanse unos pocos: San Mat. , 1-49, 8-18, 12 -6-8-21, 13-41,
16-16, 18-11-19-20, 19-29, 21-33-37-42, 25-34-36, 26-28, 28-20 , 29-
30 , etc. , etc. — San Lucas: 21-27, etc. — San Marcos , 2-5-1 1 , 16-17-
18, etc. — San Juan, 1-49, 10-33, 11-27, etc.; sin traer á cuento á San
Pablo, las Actas de los Apóstoles y otros pasajes de la Sagrada Escritura.
EL MODERNO ANTICRISTO. 93
demostró que Jesús es Dios , no como Renán quiere pro-
bar la tesis contraria, fantaseando, sino con una multi-
tud de datos de la literatura rabínica: y para mí, claro
es que vale cien veces más en este punto el Ptigio Fidei
que cualquiera de las obras de Ernesto. Cuanto á los pa-
sajes que quedan, sólo contestaré: primeramente, que
debe demostrarnos el gran orientalista queHilell existió;
y en segundo lugar, que un parece y un peiit-étre, uni-
dos á afirmaciones rotundas , no satisfacen á ningún ra-
cionalista que lo sea de veras, así sean dichos por el sa-
bio de la Historia del pueblo de Israel. No obstante,
como Renán se ha de dejar oir en el capítulo de las con-
tradicciones , bueno será continuar exponiendo su doc-
trina.
Ya sabemos por Renán quién fué Jesús, aunque no el
lugar de su nacimiento. Pero como Jesús es proclamado
«Hijo de Dios» en un libro en cuyas páginas se han que-
brado los dientes todos los hierofantes del campo racio-
nalista, y en una institución sublime, es indispensable de
todo punto someter al anáhsis crítico ese libro y esa ins-
titución, en la cual también hará Jesús su papel corres-
pondiente. Renán, estilista y novelador de primera talla,
con el renombre adquirido en la república de las letras,
no retrocede ante el abismo abierto á sus pies, porque á
él le arrastran con cadenas de hierro la voz de su fama
universal y todo el odio reconcentrado en su pecho con-
tra Jesús durante medio siglo. Ya no es Renán aquel Re-
nán niiancé de otras veces , que vela sus instintos y pen-
samientos bajo el manto del historiador y el ropón del
filósofo: es el esbirro del 89 que se lanza á demoler y á
incendiar el monumento más sagrado y el jardín más en-
cantador en el campo de la historia. No busquemos al
crítico mesurado ni al historiador grave y majestuoso.
94 LA ESPAÑA MODERNA.
sino al novelista infalible y al orador tribunicio , amante
de las metáforas de prendería. ¡Oigan los librepensado-
res, los discursos estupendos y las razones poderosas del
más grande de los librepensadores de París!
El Deuteronomio es un código sanguinario; el Gé-
nesis una fábula fenicia ; el libro de Enoch una fábula ba-
bilonia ; e] Éxodo un libro artificial y mítico ; los oráculos
y los profetas, los espiritistas de aquel tiempo; la doc-
trina cosmogónica es de los babilonios ; el relato senci-
llo y encantador de la historia de José , — lo sublime esté-
tico,— es propiedad de las leyendas del Norte ; la caída
de Adán y Eva , la fábula de Abel y Caín y las cantinelas
de Noé , se hallan en el libro de Las guerras de Ihavé.
El autor del libro de Daniel, Antioco Epifaneo, es el re-
flector de Sosiosch de Persia ; el del Eclesiastés fué epicú-
reo, y el deEsther, árido, mezquino, pedante y saduceo
incrédulo. Dios (que no se llamó Jeovha hasta el si-
glo XVII, dice) y el autor del Pentateuco (que no ha sido
Moisés, añade) aparecen terribles y pesimistas, enemi-
gos de toda civilización ; pesimistas, dije, como los últi-
mos hegelianos del día , que se deleitan en la meditación
del pecado y fundan la rehgión sobre la idea del mal; pe-
simistas como Hartmann é iguales á Hegel, por el uso y
abuso de sus fórmulas extrambóticas y generales ; an-
tropomorfitas , inquisidores ('¡ !). El autor del Pentateuco
fué partidario de la escuela de Elea ( i ! ) ; Elias es ridículo
y grotesco ; Amos, un nihilista ruso (sic); Samsón (ó Sim-
son, como Ernesto le llama), símbolo de la fuerza salvaje
primitiva ; Salomón un déspota y David un bandido (!!!)
Renán, después de reunir todos esos dislates históri-
co-teológicos, traza el bosquejo de la «concepción de una
historia santa, cuyo final es la siguiente sonrisa digna de
los labios de Lucifer : « j Oh divina comedia ! »
EL MODERNO ANTICRISTO. 95
i Adelante con el Testamento nuevo!.... Juan Bautis-
ta (' ) era un yogui de la India ; no fué el Precursor de
Jesús y combatía embozadamente el bautismo ; su secta
se miró como una herejía. Lucas y Marcos son correcto-
res de piezas á lo Taciano y Marción. Lucas era ebionita
y demócrata furibundo. Mateo es un historiador débil y
artificioso. Juan Evangelista es de intención perversa,
gnóstico, protervo y engañador. Todos los Evangelistas
falsearon el carácter de Jesús , máxime Juan Evangelis-
ta. Sus historias son leyendas, como las vidas de Plotino,
Proclo é Isidoro ; robaron á los Parsis la idea del Pre-
cursor ; los judíos dividían el pan como Jesús en la última
Cena, y los Apóstoles, que eran entonces lo que hoy los
Mormones de los Estados Unidos , tradujeron en misterio
sacramental aquella división espiritualista y metafórica.
Judas de Keriorth (Iscariote) no fué ladrón é incrédulo,
como cuentan los evangelistas , ni se suicidó siquiera :
peut-étre que viviese tranquilo y con absoluta felicidad
Ya está convertido en ruinas el edificio antiguo. Ha-
ciendo historia novelesca , hay que explicar de nuevo el
origen y desenvolvimiento del Cristianismo. No hay da-
tos, pero se inventarán. Ved cómo: los oráculos profe-
tas, dice Ernesto, juzgaban que Jerusalén sería la capi-
tal del mundo, de donde había de salir la ley universal:
de Sion exibit lex. Los semitas soñaron en la restaura-
ción de la casa de David el bandido, y como eran mara-
villosamente aptos para ver las grandes lineas del
porvenir, se lanzaron á profetizar. Se acreditaban bus-
cando las circunstancias y algunos signos nigrománticos;
el pueblo les creyó. El sacerdote se impuso á la multitud
con terrores supersticiosos. El pietismo fué obra de los
(i) Debo advertir que Renán confunde á veces al Bautista con San
Juan evangelista.
96 LA ESPAÑA MODERNA.
profetas; no obstante , fueron favorables al cisma y cow-
trarios al templo. ^Y2in hermanos de Cal vino, Knox y
Cromwell (!!). Todas las leyendas é invenciones de sus
abuelos las recogieron y publicaron en un libro : la Bi-
blia.... Mas llegó la plenitud de las edades y apareció en
el mundo un hombre extraordinario ; genio poderoso , no
exento de errores ; inferior peut-étre al honrado Marco
Aureho y al diilcisimo Espinosa , no metafísico como Sa-
kia-Muni, pero de alma elevada. Este hombre predicó el
reino de los mansos y humildes; para seguirle, bastaba
sólo amarle, no era necesario creerle. Su doctrina tenía
ya la levadura en Schammai,en el budhismo, y en el par-
sismo y en la Filosofía griega, sin que él lo sospechase.
Dando vida y calor á estos elementos, formuló un cues-
tionario de predicación en los pueblos de Galilea ; con-
fortó á los oprimidos, favoreció á los débiles, maldijo las
instituciones, y separó con barra infranqueable lo espiri-
tual de lo temporal. Quizá (peut-étre) Judas Gaulonita
le enseñara á rebelarse contra los poderes. Ese hombre,
Jesús, salió del judaismo como Sócrates de las escuelas
griegas , como de la Edad Media Lutero , como Rousseau
del siglo xviii, como Lamennais de las escuelas católi-
cas (!!!). La vida de Jesús concluye con su último sus-
piro. Pero los Apóstoles, que guardaban en su pecho el
amor á Jesús , le ensalzaron, falseando su carácter y re-
bajándole á su propio nivel, y se propagaron rápida-
mente por el mundo. La causa de esta propagación rá-
pida/z/^'/a hospitalidad del Oriente; no obstante, fueron
mal recibidos, y en el imperio de Roma sostuvieron gue-
rras continuas.
La naciente Iglesia creyó ver un castigo del cielo en
la catástrofe de Jerusalén; pero es la verdad que la causa
de la catástrofe estaba en la misma ciudad. Los discípu-
EL MODERNO ANTICRISTO. 97
los de Jesús formularon un credo de dogmas particulares;
una raza de pobres ergotistas salió á defenderle, opo-
niéndose á la ciencia. Hubo, como era natural, algu-
nas excisiones entre los partidarios de Jesús. San Pablo
formó una religión (evolución paulina) , que fué la de San
Agustín y Cal vino ; otros formaron otra , mediante el judío
Filón, los terapeutas y essenios. Sin embargo, después,
tuvo Jesús ve;*daderos discípulos; los pobres de León
(fraticellos) (!!), beguinos y beguardos. El amor á Jesús
fué creciendo de día en día. Mas, i ay ! , Jesús no previo que
había de ser elMoloch, ávido de sangre humana. Los
hombres de paz descritos por Isaías fueron más perjudi-
ciales al mundo que los hombres más feroces. Las igle-
sias , sinagogas abiertas á los incircuncisos , fueron heca-
tombes horribles. Los que se llamaron discípulos de
Jesús, debilitando los deberes de los vasallos, y favore-
ciendo los hechos consumados (!!!), fueron los miembros
de ese Catolicismo armado de cuchilla y de hoguera en las
plazas. El poder espiritual de la Iglesia ha sido el más
brutal de todos los poderes ; los mártires católicos son las
víctimas de la ortodoxia.... El protestantismo del siglo xvi
fué un paso gigante en el progreso rehgioso ; desde en-
tonces se ha desgarrado el velo de los hipócritas, con-
templando que los obispos y el Papa se han separado de
su origen: Jesús. Por espacio de muchas centurias han
sido príncipes y reyes ; y el pretenso imperio de las al-
mas, trocándose frecuentemente en horrible tiranía, re-
currió, para mantenerse, al tormento y á la hoguera (!!!).
Pero día vendrá en que la separación de lo divino y de
lo humano producirá sus frutos , y el dominio espiritual
deje de llamarse poder para tomar el nombre de libertad.
El Cristianismo fué el primer triunfo de la Revolución.
¡No; mil veces, no!; la gloria de Jesús no admite parti-
7
LA ESPAÑA MODERNA.
cipante legítimo ; y los católicos son los que se alejan más
de Jesús. ¡La perfección del Cristianismo consistirá en
volverá Jesús!....
Hasta aquí Mr. Ernesto: ni una frase, ni una palabra
hay que no le pertenezca : y primero rompería la pluma
que contestar detalladamente á esas calumnias en mon-
tón. ¡Renán, que llama «hombres mal educados y sin
crianza alguna » á los protestantes del siglo xvi y á los
anarquistas del 89.... Renán, que maldijo la hierba buena,
el eneldo y el comino farisaicos.... dice todo eso !
Porque el jesuíta Harduino negó la autenticidad de
los libros clásicos, latinos y griegos, un grito agudo,
vibrante, justísimo, salió del seno de todas las Acade-
mias : « ¡ la tradición es infaHble ! » Y sale Renán con la ne-
gación escueta de la autenticidad y veracidad de los
Libros Santos , autenticidad y veracidad reselladas con
la voz inmensa é incontrastable de cien mil generaciones
y con la inmaculada sangre de millones de mártires,
y.... nadie levanta su voz para ahogar el grito de Renán,
perturbador de las conciencias puras. Pero sí: la auten-
ticidad y veracidad de los Santos Libros está evidenciada
por Arminiano, Devoisin, Bergier, Spedaheri, Fassini
y otros mil apologistas. Los pasajes de Ernesto están
refutados hasta la última letra por Chiringuello , Meig-
nan, Freppel, Dechamps, Boone, Boylesve, Caminero y
otros cien. Autoridad madura, reflexiva, conquistada en
trabajos inmortales, por autoridad apoyada en el humo
de la humana gloria y en los espasmos nerviosos de tres
ó cuatro pamphlets.... ¡fuera la de Renán! Dos libros
ideales, míticos y desgarbados, el lasir y Las guerras
de Ihavéy por otros muchos que son las únicas fuentes
de los orígenes y de la historia del mundo antiguo , arca
de salvación en la edad medio-eval , é iris de esperanza
EL MODERNO ANTICRISTO. 99
en el mundo moderno.... ¡fuera Las guerras de Ihavé
y el lasir! ¡Yo también soy, repito, racionalista á mi
modo!....
Sé que la última obra de Renán, corona de su fama,
se leerá con avidez y frenesí, aunque no tiene el almíbar
de la Vida de Jesús y del Averroes y el averroismo ; pero
Renán no llevará la convicción á ninguna alma honrada
que conserve una ráfaga de dignidad y humano senti-
miento. Un historiador que no sabe ó no quiere saber
cuándo empezaron á existir Filón y la escuela de Elea :
un filósofo, que, girando su mirada vidriosa por el cam-
po de la realidad , encuentra hermanos á los Knox y los
Profetas, á los mormones y á los varones apostólicos, á
Jesús y Lutero y Lamennais, ese hombre.... no merece
los honores de la refutación.
Negar rotundamente los Libros Santos , y después
apoyarse en esos mismos libros para la explicación del
origen y desarrollo del Cristianismo , me parece la con-
tradicción más ridicula. Esa no es manera de combatir,
¡oh herederos de los enciclopedistas! Optad por la estra-
,tegia de Voltaire, no sigáis la de Renán. Las profecías
no se evaporan diciendo que los se^nitas eran maravi-
llosamente aptos para ver las grandes líneas del por-
venir ; la autoridad de los Santos Libros no se destruye
asegurando que son leyendas, y con llamar á éste ó aquél
autor, déspota, pesimista, bandido y saduceo incrédulo,
sino probándolo con razones históricas indeficientes. El
Catolicismo no se derrumba con aseverar que Jesús fué
hermano de Lutero y que el aínor ha sido la causa de su
terrena apoteosis ; la propagación rápida del Cristianis-
mo y su influencia en el mundo no se explica con la hos-
pitalidad del Oriente, los fraticellos^ los inquisidores
y la horrible tiranía de los clericales. Esos registros
00 LA ESPAÑA MODERNA.
no deben salir si no van acompañados por el barítono de
la gravedad filosófica y las mudas pero elocuentes ar-
monías de los hechos: todo eso y mucho más puede de-
cirlo un coplero cualquiera con voz menos enronquecida
y desentonada que la de Ernesto Renán. Quédale la pa-
labra á Ernesto en los capítulos que siguen, 3^ sobre todo,
en el de las contradicciones , dándome la razón en lo que
atañe á la divinidad de Jesús y del Cristianismo. Éste es
el Deus ex machina de Renán, que deja entrever, ha-
blando de lo sobrenatural , del culto y de los milagros , y
que me mueve á hacer la siguiente pregunta : ¿Por qué
Renán es tan enemigo de Juan Evangelista, y se esfuerza
titánicamente en probar que Jesús no es Dios , y el Cris-
tianismo es la natural consecuencia de lo que existió
antes?
Fr. Zacarías Martínez,
Agustiniano.
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA
IL
LA manifestación literaria de la sociología tiene su
primer momento culminante (al cual tenemos que
referirnos para iniciar una exposición de los traba-
jos científicos sociológicos) en Comte. De este pontífice
del positivismo francés para acá, la Hteratura de la So-
ciología va, digámoslo así, en creciente aumento. Ahora
bien : tratando de reunir los diferentes estudios que acerca
de ella se han pubhcado , claro es que no podemos citar
más que los que de alguna manera se significan, ya por
la notoria importancia de los mismos , ya porque en ellos
se registre alguna nota original que haga presumir la
posibilidad de nuevos puntos de vista en tan compleja
ciencia. Conforme con esto, y procurado establecer cierto
orden en el asunto , me parece que en la Hteratura de la
sociología pueden señalarse en primer término , las gran-
des construcciones sociológicas , contenidas en libros que
denuncian por parte del autor, cierta intención de siste-
matizar su ciencia de una manera completa. En esta ca-
tegoría, las obras más notables son sin duda, las de Au-
gusto Comte, H. Spencer y A. Scháffle.
02 LA ESPAÑA MODERNA.
Comte , como es sabido , en su Curso de Filosofía po-
sitiva^ especialmente en el tomo iv, expone todo un sis-
tema de Sociología. Para formularle, busca ante todo su
justificación. Hoy, al dirigir la vista al proceso científico
de la sociología, es un fenómeno digno de notar, que el
primer sociólogo (en sentido estricto) comenzase por
justificar la necesidad de la ciencia social , y para ello
hablase de su oportunidad. Según Comte , el examen del
estado de las sociedades contemporáneas , faltas de cohe-
sión , viviendo en la anarquía , lleva á proclamar la nece-
sidad y oportunidad de esa ciencia, la cual, por su espí-
ritu positivo , está llamada, por una serie de operaciones
sucesivas, unas filosóficas, y otras políticas, á salvar á la
humanidad de una inminente disolución y á conducirla
directamente á una organización nueva, más progresiva
y consistente á la par, que aquella que descansaba sobre
la filosofía teológica (')• Conocida es la ley délos tres es-
tados , teológico , metafísico y positivo , á que el célebre
filósofo reduce el movimiento general histórico de la hu-
manidad. Pues bien: la Sociología, por la complexidad de
los fenómenos que estudia, por la cultura que supone y
por los propósitos que entraña, viene á iniciar el período
positivo (en otros no era posible), y su constitución re-
solverá la violenta situación de lucha en que nos encon-
tramos, solicitados por las encontradas ideas de la Revo-
lución y de la Reacción.
No es del caso ahora penetrar en el contenido de la
filosofía de Comte, para investigar sus conceptos socioló-
gicos fundamentales. Baste, para el objeto de esta expo-
sición, consignar su poderosa iniciativa , y anotar el
puesto preeminente que , aparte del valer positivo de sus
(i) Cours de Phtlosophie positive , tomo iv, pág. i6.
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. 1 03
opiniones, le corresponde. Lo que sí debemos advertir
es , que la concepción de la sociología , como el corona-
miento supremo de las ciencias , la ordenación social de
las mismas atendiendo en los fenómenos que estudian, á
su menor generalidad dependiente de su mayor compli-
cación estructural , la distinción necesaria de esos fenó-
menos y el bosquejo , según todo ello , de la enciclopedia
científica, á partir de las matemáticas , continuando en
escala ascendente por la Astronomía , la Física , la Quí-
mica, la Biología hasta llegar á la Sociología, ideas y
opiniones de Comte, constituyen otras tantas ideas y
opiniones fundamentales del positivismo sociológico , aun
á pesar de las rectificaciones , hechas en cierto sentido
por Spencer ('), y en otro de más alcance, acaso, por
Greef ('). Casi puede afirmarse que Comte impuso un
determinado procedimiento al sociólogo. Obsérvese que
la mayoría de los autores , al tratar de investigar la po-
sibilidad y necesidad de una ciencia social, no pueden
prescindir de fijar su mirada en los fenómenos denomi-
nados sociológicos , buscando en ellos , por virtud de una
indagación analógica y diferencial á la vez, una propie-
dad, para muchos irreductible, á las que se registran en
los fenómenos consideradas como inferiores (los biológi-
cos, químicos, etc.), y que por tanto exige una explica-
ción original y exclusiva. El mismo Greef, que se esfuerza
por romper con esa especie de tradición, y que procura
fijarse en los caracteres específicos y cualitativos de lo
social, no procede de otra suerte. Pues bien: tal manera
de proceder para determinar el objeto de la sociología,
es una especie de obsesión comtiana, explicable en Comte
por su especial situación histórica; pero acaso no tanapli-
(i) V. especialmente Clasificación de las ciencias.
(2) Obra citada.
104 LA ESPAÑA MODERNA.
cable en los que después de él discurrieron sobre el mismo
asunto. Comte buscaba una ciencia, parecía que estaba
poseído de su misión profética, como inventor ; y ci^m,-
mente, en semejantes condiciones, se explica esa peregri-
nación por la realidad toda en busca de su objeto ; pero
cuando no se está en tales circunstancias , el objeto de toda
ciencia se nos presenta á la indagación antes de la ciencia
misma ; ésta se origina del conocimiento vulgar que del
objeto poseemos, no siendo al fin más que el resultado
evidente de un conocer mejor, del conocimiento reflexivo.
Nos parece por extremo rutinaria la manera de legiti-
mar la existencia de la Sociología , mediante un estudio
enciclopédico de todos los ramos del saber, que se consi-
deran como anteriores y hasta inferiores á ella. Para
encontrar un objeto real indudable á la nueva ciencia,
siendo, como es, ciencia de la sociedad, no hace falta todo
ese aparato de investigaciones á través de la psicología,
déla biología, de la química, etc., etc. La sociedad....
¿precisa la afirmación absoluta de su existencia real, todo
eso? Claro es que no; y para legitimar una ciencia de la
sociedad (la Sociología) , basta considerar la realidad
efectiva del objeto. La ciencia resultará del conocimiento
reflexivo de la misma.
Más colosal y portentosa que la obra de Comte es la
de Spencer. Por de pronto, la Sociología en el célebre filó-
sofo inglés responde á una preparación más calculada y
extensa. Además, Comte no podíarecoger, como Spencer,
los resultados admirables de aquella magnífica prepara-
ción científica á que antes aludimos. Los plenos desenvol-
vimientos de las hipótesis evolucionistas los aprovecha de
un modo maravilloso Spencer. La concepción de las esfe-
ras de la reahdad, independientes unas de las otras , irre-
ductibles las superiores á las inferiores , sufre una revo -
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. IO5
lución completa en el positivista inglés. Toda la realidad
se determina por una ley, que es la de la evolución , como
en Darwin toda la vida se determina por una ley, la de la
lucha por la existencia. Los diversos órdenes de aquella
realidad son manifestaciones que no rompen su unidad
superior. Ateniéndonos á las obras publicadas por Spen-
cer , y sin fijarnos ahora en las fechas de su publicación
respectiva , se pueden considerar como el más amplio
sistema enciclopédico de una filosofía positiva de los
tiempos modernos. Le falta aquella grandiosidad artís-
tica que tiene, sin duda, la obra filosófica de Hegel. Hay
en general cierto prurito del detalle, y acaso falta de ori-
ginaUdad en la concepción total sociológica, puesto que,
como hacen observar Roberto Fliut (') Y Alfredo Fouil-
lée ('), por intuición magnífica, lo más importante de ella
lo tenemos ya en Krause (0; pero de todas suertes, pues-
tas las cosas en su punto, aún queda lo suficiente en Spen-
cer para considerar su sistema enciclopédico , como una
obra verdaderamente magistral.
Conocidos son de todas las gentes cultas los libros
principales de Spencer: á pesar de tratarse de un gran
positivista , entre ellos hay que señalar una especie de
Metafísica ó Primeros principios , que, aun cuando pa-
recen basados en generalizaciones de hechos (procedi-
miento preconizado por Spencer para invertigar las
leyes) , contienen el germen fecundo de toda su filosofía
general y especial. Quien quiera penetrar con paso firme
( I ) La philosophie de Vhistoire en AUemagne.
(2) La science social contemporaine , pág. 78. Al hablar Fouillée de la
opinión de Spencer respecto de la consideración de la sociedad como
un organismo, dice: «Esta idea, tan defendida por Spencer, ha sido ex-
presada con mucha claridad por Krause, aunque en medio de vagueda-
des metafísicas y biológicas».
(3) Especialmente, Ideal de la humanidad para la vida y Filosofía de la
historia.
Io6 LA ESPAÑA MODERNA.
en los dominios del sistema de Spencer , deberá comenzar
por estudiar los Primeros principios ; no podría entender
la Sociología sin interpretar adecuadamente su famosa
ley de la evolución (' ) allí expuesta. Aparte estos Prime-
ros principios , la obra de Spencer comprende una Clasi-
ficación de las ciencias, formada en vista y en contra de la
de Comte ; una Biología, una Psicología , una Sociología,
y una Moral. La Biología, la Psicología y la Sociología
aparecen allí como capítulos de una misma indagación ob-
jetiva. Las dos primeras tienen, sin embargo, cierto ca-
rácter de preparatorio respecto de la última, que alcanza,
indudablemente , la categoría de un coronamiento supre-
mo del sistema. Por otra parte, Spencer mismo, que pro-
cura ver en toda su amplitud y con todo rigor lógico , el
problema de la nueva ciencia , no prescinde en su expo-
sición de una preparación efectiva , intencionada , no me-
diante el directo auxilio de las otras, sino en virtud de
proponerse él mismo las cuestiones fundamentales de un
carácter realmente preparatorio. A tal fin responde en la
obra científica de Spencer la Introducción d la ciencia
social (')) ó más bien á la Sociología. Las cuestiones que
allí abarca tocante á si existe una sociología , á su nece-
(i) «La evolución, dice Spencer, es una integración de materia,
acompañada de una disipación de movimiento , durante la cual la mate-
ria pasa de una homogeneidad indefinida, incoherente, á una heteroge-
neidad definida, coherente, sufriendo el movimiento á la vez una trans-
formación análoga.» Esta evolución es el principio que explica la vida
universal, y, por tanto, la sociológica. Las trasformaciones de las socie-
dades como las de los organismos, las de é.stos como la de todos. La ne-
bulosa, la célula protoplásmica y las uniones primitivas sociales, son
análogas, para producir los diversos órdenes de la realidad.
( 2 ) No conocemos el original inglés de esta obra , que con tal título,
exactísimo por cierto, dado su contenido, se publicó en Francia. Según
se manifiesta en la edición francesa , al publicarse en inglés la Introdu-
ción á la ciencia social, se intitulaba Study of Sociology ; pero basta leer el
prólogo de Spencer para comprender el alcance que él mismo da á ese
Estudio de la Sociología. Es , evidentemente , el de una Introdución á la
ciencia.
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. IO7
si dad ^ á su naturaleza, á las dificultades (objetivas y
subjetivas, intelectuales y emocionales) que á su consti-
tución se oponen, y ú. los prejuicios (de educación, de
patriotismo y de clases) que la perturban, son, como se
ve, cuestiones que no se refieren directamente al objeto
de la ciencia; pero cuyo examen se precisa, si se ha de
proceder con lógica. Por esta razón, y por la amplitud
extraordinaria con que la sociología se expone por Spen-
cer en el tratado especial de la misma , es por lo que
(sin debatir sus opiniones, ni especificar sus pimtos de
vista)' se puede señalar su obra, entre las de aspiracio-
nes más completas y de concepción más atrevida de los
modernos sociólogos.
No es fácil, tratando de indicar los caracteres de la so-
ciología spenceriana, encerrarlos en los estrechos límites
á que aquí tenemos que ceñirnos. Prescindiremos, por
tanto, de muchísimos de ellos, con el objeto de, refe-
rirnos á los más culminantes. En primer término, la so-
ciología es un capítulo del sistema filosófico de Spencer,
serefiere á un orden de la reaUdad : la realidad comprende
en una evolución universal , sometida al principio á que
antes aludíamos, el mundo inorgánico, el mundo orgánico
y el mundo super-orgánico. Este último contiene toda la
evolución social ; su estudio constituye la sociología. Lo
más característico en todo el sistema sociológico de
Spencer, es que entre esos diversos órdenes de la reali-
dad no hay solución de continuidad. La ley de la evolu-
ción antes formulada, explica de igual suerte el desen-
volvimiento de la realidad toda y el de cada una de sus
concretas determinaciones. De ahí que, como advierte
Greef , los diversos objetos de las ciencias , especial-
mente el de la sociología , no aparecen perfectamente pre-
cisados. «Si Spencer, añade este autor, determínalo que
I08 LA ESPAÑA MODERNA.
la sociología tiene de común con la biología, no fija, ano
ser desde el punto de vista de la masa y de la complexi-
dad cuantitativa (no de la cualitativa), lo que la distin-
gue {').>■> Verdad es que Spencer no se propone por com-
pleto el problema. La misma afirmación que le sirve de
base en sus investigaciones sociológicas, y, según la cual,
las condiciones y cualidades esenciales de las unidades
tienden á reproducirse en el todo ó agregado de ellas , le
impide ver lo característico del agregado social, que no
es propio de sus unidades componentes. Huyendo de la
irreductibiUdad de la propiedad característica de cada
orden superior de fenómenos, admitida por Comte, se cae
aquí en el extremo opuesto ; en la confusión de toda la
reaUdad en un principio único : la energía , que por virtud
de su ley, la evolución, se manifiesta en posiciones dife-
rentes , las cuales sólo implican una distinción del cnanto,
de la cantidad. Tales ideas generales llevan á Spencer
á concebir la sociedad como un organismo natural, no
como un organismo (que eso sería otra cosa), sin© como
un organismo natural, idéntico en lo substancial al orga-
nismo de los seres individuales. Y he aquí uno de los ca-
racteres culminantes y específicos , no sólo de la sociolo-
gía de Spencer, sino de casi toda la sociología moderna;
y no decimos de toda , porque contra él se ha elevado ya
cierto espíritu de protesta (en Greef y en el Sr. Gonzá-
lez Serrano tenemos la prueba), y algún sociólogo de
primer orden (Schaffle) no lo admite sin prudentes re-
servas.
En efecto : si tan sólo juzgásemos los resultados de la
sociología moderna por lo que se lee un muchas pági-
nas de Spencer , y en casi todos los libros publicados en
(i) Obra citada, pág. 21.
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. IO9
Francia, Alemania, Italia y aun alguno en España, la
nota más común, que á todas les comprende y que habría-
mos de considerarla como su esencial característica, es,
sin duda, la de la confusión de la sociología con la biolo-
gía , por virtud de una aplicación casi general del tecni-
cismo y de las leyes de estas ciencias, á la determinación
de la naturaleza de la sociedad. En Spencer, la sociedad
se concibe claramente como un organismo (ó más bien
super-organismo ) , cuya constitución descansa en los
mismos principios fundamentales que los de los organis-
mos individuales (' ). Cierto que reconoce diferencias y que
él mismo protesta contra ta opinión que se le atribuye de
confundir ambos organismos (el social y el biológico) ;
pero esto no importa. La diferencia que nota no des-
truye sus conclusiones generales, ni sus afirmaciones
de analogías importantes. En efecto : el que se diga que
«el organismo social, discreto en lugar de ser concreto,
asimétrico en lugar de ser simétrico , sensible en todas
sus unidades en lugar de tener un centro sensible único,
no es comparable á tipo alguno particular de organismo
individual, animal ó vegetal (') », no implica señalamiento
de diferencias verdaderamente cualitativas, sobre todo,
cuando antes y después se consigna la unidad de la ley
que preside á todo el desenvolvimiento orgánico , bioló-
gico y sociológico. Por lo demás, como advierte Es-
pinas (O, el propósito general que en la sociología persi-
gue Spencer, es la demostración de que la sociedad es un
organismo verdadero.
El procedimiento empleado por el ilustre positivista
inglés en sus investigaciones coadyuva notablemente á
(i) Principes, de sociologie (edic. franc), tom. 11, pág. 192.
(2) Ibid , pág. 191 .
(3) Obra citada, pág. 137 y siguiente, nota.
LA ESPAÑA MODERNA.
afirmar aquella confusión de la sociología con la biolo-
gía. Se trata del procedimiento analógico. Y lo raro del
caso es, que su empleo se hace con exagerada insistencia,
lo cual basta ya para imponer ciertos límites al resultado
de la indagación. Aquella metáfora que filósofos y poetas
usaban para precisar, por medio de una imagen, pensa-
mientos é ideas , adquiere en la sociología moderna un
valor, á veces, positivo. La sociedad sigue en su desen-
volvimiento orgánico un proceso idéntico al de un orga-
nismo de un ser individual; tiene su germen, su célula,
sus tejidos, sus órganos. Hay una embriología, una fisio-
logía , una anatomía y una terapéutica sociales.
III.
Aparte de Spencer, podemos considerar el movimiento
literario de la sociología revistiendo caracteres muy
varios. Pero no es dado desconocer, como ya indicamos,
que el sentido fisiológico domina muchísimo. Las afirma-
ciones referentes á la naturaleza orgánica, biológica, de
la sociedad, las tenemos llevadas á su última consecuen-
cia por sociólogos que , ya se inspiren en Spencer, ya en
Comte, ya ocupen cierta actitud independiente , todos
coinciden en dar á la sociología un carácter eminente-
mente fisiológico. Lilienfeld (') es acaso el que ha llevado
á su más completa exageración el empleo del procedi-
miento analógico. Su larga obra es una metáfora continua.
La sigue con perseverancia alemana. Espinas (') también
lo emplea , y sobre todo acepta muchísimas de las afir-
(i) Gedanken ueber die Socialwissenschaft der Zukunts ( 5 vols.).
2) Obra citada.
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. III
maciones que resultan de su empleo. A. Fouillée (') lo
acepta también, si bien con no pocas reservas, é inten-
tando ciertas componendas, á que luego aludiremos.
Bordier (') nos habla de la vida de las sociedades, dando
á la frase todo su significado natural y directo , como si
se tratase de un organismo individual. Y por no citar
más, un zoólogo, Jagser(0, después de proponer una
nueva clasificación de las formas de la vida, incluye la so-
ciedad entre los seres animados y analiza sus caracteres
como un naturalista.
Á pesar de la importancia que esta dirección fisioló-
gica de la sociología moderna tiene , no es , según indi-
camos, la única, ni acaso es hoy la que puede conside-
rarse con una mayor influencia dicisiva para el porvenir.
En primer término, pueden citarse trabajos que se dirigen
á buscar la razón de la existencia de la sociología , en la
determinación de algo característico y específico del
objeto (de la sociedad), que exige métodos propios de
investigación, por suponer leyes especiales en su desen-
volvimiento ; por otra parte , se trata por algunos de ar-
monizar las conclusiones de la escuela que denominan
naturalista, con otras al parecer opuestas, por ejemplo:
se trata de armonizar á Spencer con Rousseau ; y por
otra , en fin , se nota una saludable tendencia á conside-
rar en la sociedad , algo más que el elemento material de
la masa fisiológica ( si así queremos llamarla), viéndola
como un organismo de ideas, señalando ciertas influen-
cias de carácter psicológico altamente específicas, y
aprovechando para la formación adecuada de la nueva
ciencia todo el caudal de investigaciones de la filosofía,
( I ) La Science social contemporaine.
( 2 ) La vie des sociétés.
( 3 ) Manual de Zoología.
112 LA ESPAÑA MODERNA.
del derecho, de la economía , y en general de todos los
ramos del saber humano.
Y el autor en quien más puede notarse la primera y
última de estas tendencias es Schaffle , al cual , con in-
justicia acaso, como advierte Durkheins ('), se le consi-
dera por muchos (Fouillée entre otros) como verdadero
sociólogo, ala manera de Spencer y de Lilienfeld. En
verdad, el título de su principal obra de sociología pre-
dispone para ello. La llama Schaffle Structura y vida
del cuerpo social (Bau und Leben des socialen Kórpers).
Y si el lector, llevado de su natural curiosidad , regis-
tra los epígrafes de los diversos capítulos y secciones en
que semejante obra se encuentra dividida, la predisposi-
ción no tiene motivos para ceder. He aquí, si no, algunos
de los principales : Las formas y las funciones orgáni-
cas; La familia como célula social; Patología y terapéu-
tica de la célula social; Histología social, etc., etc. Más,
la obra comprende una verdadera organografía de la
sociedad, y su carácter general le da un unte fisiológico
marcadísimo. Pero todo esto lo explica el autor á su modo.
Copiaremos sus mismas palabras: «Las analogías reales
de la biología (y la sociología), descubiertas por Comte,
Littré, Spencer, y especialmente por Pablo Lilienfeld, las
he seguido sistemáticamente. Analogías «reales» de esta
naturaleza deben y pueden realmente existir , porque el
cuerpo social, con la energía de los cuerpos orgánicos y
con la fuerza de la naturaleza inorgánica , está frente á
las mismas condiciones externas de la vida que los orga-
nismos diversos. Pero creo haber evitado los peligros de
la analogía , el desconocimiento de las diferencias y la
alegoría no cientíñca ; las mismas ideas de « organismo »
(i) V. Revuephüosophique, tomo xix , pág. 87, y tomo xx , pág. 627.
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. II3
y de «orgánico » para indicar figuras y procesos sociales,
por regla general, he procurado evitarlas; las expresiones
«órganos», para indicar las más complexas instituciones
sociales, «tejidos», para señalar las instituciones simples
formadas de personas y bienes , y también la equipara-
ción de la familia á la célula orgánica, del poder ejecutivo
como impulsor social de movimiento , á la actividad mo-
triz de los nervios , y otras parecidas , podrán ser comple-
tamente eliminadas por todo lector inteligente , sin que el
análisis hecho pierda otra cosa que la analogía y cierta
claridad» ('). Más adelante el mismo autor defiende el em-
pleo general del procedimiento analógico, pero como me-
dio de hacer más interesante la indagación, citando, al
efecto , inspiradas frases de Pascal y de Goethe. Es de ad-
vertir que , merced á la inñuencia de la sociología bioló-
gica y fisiológica , no se da á la palabra organismo el am-
plio sentido que tiene (según puede verse en Schelling y
Krause), y por virtud del cual, sin duda, puede aplicarse
de un modo directo á la sociedad , como se apHca á la
ciencia , cuando se dice de ella que es im organismo de
verdades.
Pero dejando esto, la obra de Scháfñe puede, en nues-
tro concepto , clasificarse por su importancia al lado de
las de Spencer y Comte. En ciertos supuestos la conside-
deramos superior. No se limita á aquellas generalizacio-
nes un tanto incoherentes del segundo, ni tampoco atiende
como el primero á la mera evolución del organismo social;
comprende lo que ninguna de las sociologías de estos dos
filosóficos abarca ; á saber : un análisis detenido, á veces
perfectamente exacto , de los positivos y constantes ele-
mentos que forman la sociedad. Por otra parte , mejor pre-
(i) Obra citada. Prólogo.
114 LA ESPAÑA MODERNA.
parado que Comte y Spencer en orden á ciertos conoci-
mientos (especialmente los jurídicos, económicos y polí-
ticos), y en situación más adecuada, por motivos de nacio-
nalidad y de raza, para aprovecharse de imprescindibles
tradiciones filosóficas (la de los sistemas de Hegel , Schel-
ling y Krause principalmente), su estudio de la sociedad
resulta indudablemente muy completo, y no adolece de la
parcialidad fisiológica del de Spencer y tantos otros.
Scháffle, dice con razón un crítico de su obra, Dur-
kheins (')i es francamente realista; no ve en la sociedad
el mero conjunto de individuos ; para él la sociedad es
efectivamente un ser que ha precedido á los miembros
que actualmente la forman y que les sobrevivirá; que, por
tanto, tiene su vida propia, su conciencia, sus intereses,
su destino; con lo cual se afirma la existencia real de ese
objeto, y con lo cual también, por un procedimiento mucho
más lógico que el de Spencer , Greef y otros sociólogos,
se asienta la posibilidad de un estudio reflexivo de seme-
jante objeto, es decir, de una ciencia del mismo. Porque,
en efecto , lo primero que hace falta para fundamentar
una sociología es evidenciar la existencia de la sociedad.
Si ésta no tiene realidad propia y sustantiva, si, confor-
mándonos con la idea individualista y la rousseauniana,
sólo consideramos en la sociedad la mera agrupación de
sus miembros, no viendo el bosque, sino sus árboles;
desde luego podemos dar por desvanecido el objeto de la
sociología. Como que el fenómeno social , resultando de
una mera cuaHdad del individuo sociable , podría ser
explicado por la naturaleza de éste, sin requerir, por
tanto , una indagación particular y directa.
El reconocimiento de la realidad y de la sustantividad
(i) V. Revue philosophique . tomo xix, pág. 84.
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. 11^
del ser social (serno vale aquí tanto como individuo) de-
termina la dirección de la investigación , riquísima en da-
tos y en ideas, de Schaffle. Por de pronto, aparece la so-
ciedad en la obra de este sociólogo más plásticamente.
Aun cuando hay mucho que discutir en sus opiniones, no
puede negarse la fuerza de análisis que para desmenuzar
los diversos componentes de todo orden, que constituyela
sociedad, posee Schaffle ; lo que no impide en él una gran
facultad para dar vida y movimiento reales al complexí-
simo cuerpo social. Las afirmaciones más importantes
que tocante al objeto de la sociología se pueden señalar
como características de Schaffle, y á la vez, como indica-
doras de una nueva y más fecunda dirección en la cien-
cia, son, entre otras, las siguientes: la sociedad no es un
organismo natural , tiene sus condiciones verdadera-
mente específicas ; hay entre la sociedad y los organis-
mos fisiológicos diferencias esenciales : en primer lugar,
los lazos que unen las partes de la sociedad (sus miem-
bros) son ideales, tienen un carácter ético, en cierto
modo inmaterial. El valor que Schaffle da á la idea como
fuerza sociológica es inmensa; en esto, sin duda, radica
la más alta originalidad de sus opiniones. También debe
notarse el valor que concede en la formación de la vida
social á la conciencia y á la reflexión humanas; como que
para él, sin crear en las opiniones de Rosseau, ni llegar á
donde pretende llegar Fouillée, es característico déla
sociedad el ser querida, y permanecer por virtud de la
decidida acción de la conformidad de los seres que la
constituyen. Por otra parte, Schaffle es de los que, al
determinar la naturaleza del método aplicable á la in-
vestigación de la nueva ciencia, ha manifestado mejor
las grandes dificultades de la misma , fijando con tal mo-
tivo los límites en que necesariamente han de emplearse
Il6 LA ESPAÑA MODERNA.
la observancia y la experimentación. Y no decimos más.
Una mera indicación de las opiniones de Schaffle, ó bien
un ligero extracto de su obra , verdaderamente volumi-
nosa {áos tovao^ áe mil páginas cada uno), exigiría es-
pacio que en el presente estudio no poseemos. Baste aña-
dir, para terminar, que la obra de Schaffle, á pesar de
la minuciosidad con que el asunto se examina , deja la
impresión del ser social de un modo que pudiéramos lla-
mar realista. Efectivamente, parece como que se ha visto
vivir el organismo sui generis de la sociedad en toda su
fuerza, con todos sus elementos de actividad y de ener-
gía. No quedan sus órganos dispersos y separados como
las partes de un organismo ñsiológico después de haber
sido objeto de una disección anatómica, sino que, con
poco esfuerzo de imaginación por parte del lector , hay
ocasiones en que se les ve vivir , cada uno en el pleno y
natural ejercicio de funciones propias.
IV.
Y realmente si sólo de grandes construcciones socio-
lógicas se tratase aquí, habríamos de poner fin á nuestra
indagación. En esta alta categoría creemos que sólo
pueden clasificarse las obras de los filósofos citados , al
menos dentro de los límites de la literatura de la sociolo-
gía que más ó menos directamente conocemos. Ninguno
de los estudios citados ya (salvo acaso el de Lilienfeld)
puede merecer tal consideración. Pero no puede, en ver-
dad, circunscribirse la noticia de la literatura de la socio-
logía á las grandes tentativas de construcciones socioló-
gicas. Para ser un tanto completa, debe citarse, además
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. II7
de los diversos nombres de los autores que apuntamos al
tratar del procedimiento analógico, algunos más que, sin
duda, tienen su importancia, y cuyas obrases preciso
conocer si se quiere apreciar en todo su valor la nueva
ciencia sociológica. Por de pronto, tenemos los traba-
jos de Huxley (') acerca del Nihilismo administrativo,
contra los resultados de la equiparación hecha por Spen-
cer, del organismo individual y el social. \.?i de Thompson
sobre el Progreso social, en la que se resumen ciertas
enseñanzas de la sociología, y otras, en Inglaterra, que no
citamos porque no hemos tenido ocasión de examinarlos.
En cuanto á Alemania ('), merecen especial mención, en-
tre otras, las de Glumplowiez, Bosquejo de la Sociologia
(Grundriss der Sociologie) ; Tonnis, Comunidad y so-
ciedad ( Gemeinschaft und Gesellschaft ) , Baerenbach,
Las ciencias sociales (Die Socialwissenschaften); Men-
ger , Investigaciones acerca del método de las ciencias
sociales (Untersuschiing en iieher die methode der Social-
wissenschaften) y y otros aún. Por lo que toca á Francia, á
los nombres ya citados de Littré, Fouillée, Espinas y Bor-
dier, deben añadirse los de Guarin de Vitry, Tarde, Bres-
són, Letourneau, Combes de Lestrade, Donnat, Ferneuil,
Guyau, Roberty (O y otros muchos, pudiendo figurar
entre ellos además , á pesar de su diversa nacionahdad , el
belga Greef y el rusoNovikoff (4). En Italia, anotaremos
( I ) Es interesante la opinión Huxley acerca de la teoría de Spencer.
Ese trabajo fué ya publicado en Fortnightly Review ( 1871 ); acerca de él
da curiosas noticias Feuillée en la obra citada.
(2) Esto aparte de la infinidad de tratados át Economía política y
de otras ciencias en las que se pueden señalar puntos de vista socioló-
gicos importantísimos.
(3) Roberty , La Sociologie, especie de Introducción á la ciencia,
muy interesante, aunque parcial en exceso.
(4) Este escritor publicó en francés un libro titulado Le politique in-
ternationak, que es una especie de aplicación de las ideas de la sociología
de Spencer á la vida de las naciones contemporáneas. Es muy intere-
sante.
1 8 LA ESPAÑA MODERNA.
los trabajos de Vadalá Pápale, Siciliani, Boccardo, Schiat-
tarella, Colajanni y Di Bernardo ; en Portugal , la obra de
Braga; en cuanto á nuestra España, el Tratado de So-
ciología del Sr. Soles y Ferré y la Sociología científica
del Sr. González Serrano. Claro es que no figuran ahí
todos los nombres que podrían figurar, ni tenemos la
pretensión de hacer una bibliografía completa.
Bastarán, sin embargo, los anotados para comprender
el alcance é importancia científica de la sociología. Más
interés, sin duda, que el añadir nombres á los citados, lo
tendrá sin duda señalar ligeramente las más originales
tendencias que en alguno de los trabajos enumerados se
significan. Ya antes dijimos algo de esto. Entrando un
poco en detalles ahora, podemos indicar las siguientes,
claro está , mas ó menos puras y más ó menos definidas.
En primer término , tenemos un espíritu de protesta quizá
exagerado, perfectamente explicable (por lo que dice
Zola , de que toda revolución lleva en sí misma una
reacción necesaria) , contra el evolucionismo y contra el
progreso social. La obra de Glumplowiez , con su desco-
nocimiento de los cambios sucesivos sociales, en cuanto
en estos cambios pueda verse progreso , con su negación
del origen unitario y común de las sociedades y del hom-
bre, con su afirmación, por tanto, de la poligénesis so-
cial, aparece como una tentativa de sociología , formada
en oposición á la concepción de Scháffle, Spencer y de-
más. La ley fundamental del mundo social para este au-
tor es la siguiente : Todo grupo social tiende á subordi-
narse los grupos vecinos para explotarlos en provecho
propio. La lucha que de aquí resulta no da lugar á las
consecuencias de la lucha por la existencia darwinista (la
selección, el mejoramiento, etc.), porque todo lo que
ocurre al fin , no es más que un cambio en los elementos
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. II9
sociales , por otra parte, siempre idénticos. Una idea muy
provechosa puede registrarse en esta obra por las su-
gestiones á que puede dar lugar ; refiérese ésta á la mo-
ral , la cual , en opinión del autor , resulta de la influencia
ejercida por el todo social sobre los individuos, influen-
cia que, siendo en sí misma egoísta (nace del egoísmo de
la sociedad) , es , sin embargo , altruista el manifestarse
en el individuo. Éste, dominado por ella, atiende á sus
semejantes, á quienes de otra suerte no atendería, antes
al contrario ( ')• Fuera de este autor, la tendencia más im-
portante de la sociología moderna la tenemos en las obras
de Fouillée y Greef , y en los trabajos de Tarde publica-
dos en la Revue philosophiqíie (*).
Fijándonos en los dos primeros, podremos registrar en
sus obras datos suficientes para mostrar, por un lado,
cierta comunidad de ideas con Scháffle, y por otro, aquel
intento á que nos referíamos antes de armonizar las afir-
maciones de la sociología moderna con Rousseau. En
Fouillée este intento es manifiesto. Su teoría del organis-
me contractiielj resultado de una conciliación de las ideas
de contrato y de organismo , lo demuestra concluyente-
(i) Resumiendo las ideas sociológicas de este autor, puede afirmarse
lo siguiente : i ."^ La sociologí i es una ciencia especial, distinta por su obje-
to y por su método de la psicología y de la bioLgia , con las cuales suele
confundirse. 2." La sociedad no es un mero agregado de individuos, y, por
tanto, para investigar sa naturaleza no basta conocer la de estos indivi-
duos. La sociedad tiene una realidad objetiva independiente. 3 ^^ No po—
demos formar la sociología por el estudio de una sociedad aislada, por
que los fenómenos sociológicos no se producen smo por la acción externa
de unas sociecades con otras. 4.° La determinación de las relaciones que
de aquí nacen es un problema sociológico fundamental. 5.° La sociología
comprende también el estudio de ciertos fenómenos que, aunque mani-
festándose en el individuo, tienen su razón de ser en la acción social (esos
fenómenos son el derecho, la moral, la lengua, etc , ttc).
(2) V. Revue pbilosopbique , tomo xviii. pag. 4S9 (Qu'cst ce qu'une
socüte), tomo xvi , págs. ib y 148. (La diaUctique socijie) , y números co-
rrespondientes á los meses de Agosto y Septiembre de 1889 (Categories
logiques et insíiíutions sociales).
120 LA ESPAÑA MODERNA.
mente. En Greef, el intento no es tan manifiesto. Mas en
todo el primer volumen de su Introducción á la Sociolo-
gía, ni una sola vez se refiere á Fouillée ; pero por dis-
tintos caminos llega á conclusiones muy análogas á las
de éste. Fouillée considera que la sociedad es un orga-
nismo, pero un organismo formado por la naturaleza
libre del hombre , y que tiende cada vez con mayor fuerza
á mantenerse por virtud del contrato, es decir, por vir-
tud de la libre manifestación de la voluntad de los miem-
bros que al fin lo constituyen. Esto es, que la sociedad
tiene como carácter específico el estar basada en actos
libres. Greef, después de tachar de deficientes las cons-
trucciones sociológicas de Comte y de Spencer (nada nos
dice déla de Scháffle), se plantea el problema de la posi-
bililidad de una ciencia social, problema que, en su opi-
nión , supone el de averiguar si existen fenómenos socio-
lógicos , que por algo específico no puedan ser explicados
en las dos ciencias que considera como anteriores (la bio-
logía y la psicología). Y, efectivamente, á través de am-
plias discusiones y de largas y á veces repetidas consi-
deraciones, determina lo característico de lo social, afir-
mando que consiste en que las unidades sociológicas son
inteligentes, lo que no ocurre con las células (unidades
orgánicas fisiológicas), que son ininteligentes ; áe ahí
que el concurso en los agregados sociales sea mutua-
mente consentido y que las relaciones en él revistan el
carácter de convencionales. Ni más ni menos que piensa
Fouillée, y que, aunque con otras explicaciones, afirma
Scháffle. Greef, sin embargo, no se pone en abierta opo-
sición con Spencer, ni con Comte; aprovéchalas conclu-
siones del procedimiento analógico empleado por aquél,
y luego por su lado, declarando el estudio incompleto , lo
continúa con las afirmaciones que supone la teoría del
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. 121
organismo convencional. La sociología de este autor no
abarca sólo el problema indicado : tiene , al igual que
Schaffle , un análisis descriptivo del organismo de la
sociedad ( ' ) , procurando presentarlo de un modo á la vez
concreto, según un determinado estado de desenvolvi-
miento y en su larga y trabajosa elaboración. Muchos y
muy fundados reparos pueden oponerse sin duda á esta
concepción de la sociedad , según Fouillée y Greef , pero
no es del caso detenerse á eso. Sólo nos fijaremos en lo
siguiente. Si la característica de lo sociológico es, como
afirma Greef , la índole inteligente de las unidades que
forman el agregado social y la forma convencional del
concurso en él , y sólo por esto la sociología tiene un
método y se diferencia de otras ciencias , una de dos : ó
no son de la sociedad las manifestaciones inconscientes
que en ella hay sin duda , ni pueden considerarse como
sociedades á las rudimentarias , ó bien , aun cuando lo
sean, no han de ser materia de la sociología. Por nues-
tra parte, pensamos que una ciencia no puede referirse á
una manifestación determinada de un objeto desechando
otros; si la sociología es la ciencia de la sociedad, debiera
comprender la sociedad en sí misma, y en la variedad de
sus diversas manifestaciones ; en modo alguno puede cir-
cunscribirse á una de éstas, aunque sea la más alta y com-
plicada.
De todas suertes, no puede desconocerse la importan-
cia grande que para la sociología tiene el aspecto de la
cuestión estudiado por Fouillée y por Schaffle, como lo
tiene sin duda el punto de vista, originalísimo por cierto,
de Tarde. En rigor , este autor no ha salido en absoluto
del procedimiento analógico , sino que las* analogías se
(i) Obra citada, vol. ii.
122 LA ESPAÑA MODERNA.
buscan en otros órdenes distintos del fisiológico y biológi-
co. Las analogías principales de la sociedad , para Tarde,
están en la dialéctica especialmente. El proceso social es
en el fondo como un proceso lógico. Además, Tarde pro-
cura buscarla explicación déla sociedad en ella misma, no
en las ciencias, que en todo caso la condicionan, y atiende
para explicarla , como Schaffle , y como en sus estudios
hace Guyau , á las ideas. Para él tienen más importancia
éstas , como elemento ó fuerza de cohesión , que los ele-
mentos de carácter material. En efecto: con un territorio
y con individuos no tenemos sociedad; es preciso algo que
determine una unión permanente y coherente en esos in-
dividuos ; esto lo consigue un sentimiento común ; por
ñn , una idea. Dos clases de fuerza mueven el mundo so-
cial: la imitacióít {hija, de la sugestión que una idea ejerce
en varios) y la innovación (que determina las posibles
variaciones del conjunto social en virtud de una idea nue-
va). Con lo cual se viene implícitamente á afirmar, de un
lado , el procedimiento déla sociedad en la cualidad de
sociable del individuo que lo sea , y por otro , la sustanti-
vidad y realidad del fenómeno social , es decir, de la so-
ciedad misma.
*
^ *
Aunque ligeramente (no podíamos hacer otra cosa, ni
entraba en nuestro plan), hemos procurado dar una idea
de las principales manifestaciones de la sociología en los
libros. Como se ve por la calidad de los autores, cuanto
por su número y por el intrínseco valor de las opiniones,
la nueva ciencia tiene una importancia indudable. No
LA LITERATURA DE LA SOCIOLOGÍA. 12}
puede renegar de sus largos é interesantes antecedentes
históricos ; acaso sus conceptos fundamentales estén con-
tenidos en obras de otros tiempos ; pero no es dado des-
conocer que, por lo que toca al detalle del conocimiento,
á la reunión de materiales, á la aplicación de nuevos
métodos, la sociología moderna , á partir de Comte, al-
canza un vuelo extraordinario. Y si atendemos á la ma-
nifestación literaria de la misma en los últimos autores
á que aludimos , es preciso reconocer cierta tendencia
saludable á romper los estrechos moldes en que al princi-
pio parecían querer encerrársela. Un examen crítico de-
tenido de las diversas cuestiones que constituyen la in-
troducción á la sociología , tal como han sido planteadas
y resueltas por los autores citados , demostraría lo que
decimos. Quizá con tiempo y con mayor espacio lo aco-
meta algún día ; hoy por hoy, para el objeto del presente
estudio, basta, á mi modo de ver, con lo dicho.
Adolfo Posada.
Oviedo, Noviembre 1889.
¿POR QUÉ ESTÁ DESCONTENTO
EL EJÉRCITO?
Q
uiÉN no recuerda la anécdota del inglés aquel
que durante años siguió á un domador de fieras
en su vida vagabunda , asistiendo á todas las re-
presentaciones , hasta que tuvo la satisfacción relativa
de ver conjfirmada su opinión : que las fieras se comerían
al domador? También yo , desde que el general Cassola
apareció en la escena política , le he seguido incesante-
mente ; cuando todo el mundo decía que él , con sus re-
formas, haría de nuestro ejército político un ejército na-
cional, que con ellas llevaría á ese ejército la satisfacción
de que carecía, la perfección técnica que anhelaba , cuan-
do todo eso era moneda corriente, yo, no sólo dudaba,
sino que aseguraba lo contrario. En folletos, en revistas,
en diarios , he sostenido siempre que las reformas del
general Cassola empezaban por ser imposibles por mo-
tivos económicos, que si éstos desaparecieran, aún las re-
formas serían inútiles ; pero sobre todo , que eran con-
trarias á las necesidades de la nación y nada ventajosas
120 LA ESPAÑA MODERNA.
para la situación social del ejército. La sesión celebrada
en el Congreso el 29 de Marzo ha sido para mí el mo-
mento en que el inglés tuvo razón , en que la fiera se tragó
al domador.
El general Cassola, por la fuerza incontrastable de los
sucesos , se presentó en la tal sesión como el paladín de
una causa que él mismo reconocía muy mala , la indis-
creción del general Daban ; pero como no quería ni le
convenía defender la falta de disciplina , como no le im-
portaba cosa mayor la inmunidad parlamentaria, ni la
veía amenazada , lo que él creyó que le tocaba sostener
era el fundamento del acto del general Daban, el descon-
tento del ejército. Y entonces el general Bermúdez Rei-
na, ministro de la Guerra, ministro con el Sr. Sagasta,
que tres años antes había elevado al ministerio al general
Cassola para plantear las célebres reformas, exclamó di-
rigiéndose á este último :
— Las reformas de su señoría son, en gran parte,
causa de ese descontento.
— Y entonces, ¿por qué las aceptó el Sr. Sagasta? —
preguntó Cassola.
— Porque no las conocía, y me naba de la competen-
cia de su señoría, — contestó el más imperturbable de los
jefes de Gabinete presentes, pasados y futuros.
Así es; porque los hombres de Estado no estudiaron las
reformas del general Cassola; porque al aceptarlas como
parte de un programa de gobierno hicieron creer que eran
posibles, que eran convenientes; porque á medida que
se fueron convenciendo de su impracticabilidad y de sus
inconvenientes fueron abandonándolas hipócritamente,
con pretextos , no con razones ; por eso hoy el ejército está
dividido, pero todo él descontento ; por eso circulan pe-
riódicos militares (así se llaman ellos) que son un ataque
¿POR QUÉ ESTÁ DESCONTENTO EL EJÉRCITO? 1 27
diario al prestigio del ejército, y no son un peligro porque
no está el horno para bollos ; por eso el general Daban se
hizo la ilusión de que habían llegado los tiempos de escri-
bir su carta, y, Josué de repetición, quiso parar el curso
del sol por segunda vez ; por eso el general Cassola se ha
separado del Sr. Sagasta y se ha constituido en alma de
una conjura estéril para todo lo útil, fecunda para dar
pretextos á la incurable pereza del jefe del partido libe-
ral; por eso, sobre todo, hoy es muy difícil que ministro
alguno se atreva á proponer y menos á reahzar la verda-
dera reorganización del ejército, la única compatible con
nuestras necesidades y nuestras posibilidades , pero
cuyos rasgos característicos y esenciales son , como no
pueden menos de ser, la contradicción absoluta de la
obra abortada del general Cassola.
No sé si el general Bermúdez Reina, al señalar las re-
formas cassolistas como motivo del desasosiego que siente
el ejército, habrá pensado únicamente en aquella parte de
ellas que hoy rige ya como ley constitutiva de aquel;
yo veo la cuestión de otro modo. La supresión del dua-
lismo, el despojo sufrido por los cuerpos facultativos del
derecho á ascender á generales en sus escalas, no pueden
ser causa del descontento de las armas generales ; verdad
es que la satisfacción que tales medidas causaron en los
últimos ha sido efímera , como no podía menos ; pero el
disgusto tiene motivo más hondo.
La fórmula del descontento ha sido consagrada por el
general Cassola: «los hombres políticos son enemigos del
ejército ; por eso han aceptado la parte de las reformas
que no podían menos de lastimar intereses particulares;
por eso* han rechazado aquella otra parte que hubiera
dado prestigio á todo el ejército, satisfacción á sus indi-
viduos y garantía ala nación.» Y ahora quiero examinar
28 LA ESPAÑA MODERNA.
qué hay de cierto en estas afirmaciones : si realmente el
ejército es objeto de animadversión para un partido po-
lítico ó para todos, ó si el descontento proviene de que los
militares creen que existe tal animadversión.
***
Que el ejército está atravesando una época de desa-
sosiego y molestia, es un hecho claro como la luz del día;
que los políticos tienen de ello la culpa en gran parte, ya
lo he dicho, pero fácil es probar que su pecado es pura-
mente de omisión. El ejército está sufriendo las conse-
cuencias de la falta de competencia técnica que reina en
las altas esferas de la política ; su mal estado , su situa-
ción deplorable, y bastante deplorada, no es peor que la
de los otros organismos sociales ; tan mal ó peor que el
ejército en todos conceptos están la instrucción pública,
la administración, la magistratura; tendría que esforzar-
me mucho, y de fijo sin éxito, para sintetizar el complexo
estado social y político , del que sólo es un detalle la si-
tuación interior militar ; creo que llegaré más pronto al
objeto que me propongo concretando la cuestión.
Tres años , poco mas ó menos , hace que Sagasta
llamaba al ministerio de la Guerra al general Cassola
para que plantease un proyecto completo de reorganiza-
ción militar, cuyo resultado habría de ser elevar el ejér-
cito español al nivel profesional que en las grandes poten-
cias europeas han alcanzado ó conservado los ejérci-
tos; corolario de esta transformación técnica sería un
aumento de prestigio, de consideración social , de donde
¿POR QUÉ ESTÁ DESCONTENTO EL EJÉRCITO? 1 29
dimanaría la interior satisfacción y el aquietamiento de
todos los impulsos levantiscos debidos á la herencia, y
acaso, acaso á la selección. Es cosa averiguada que el
Sr. Sagasta no se enteró del alcance ni de la posibilidad
de semejante proyecto ; lo consideró á la altura de la com-
petencia y talento del autor , lo recomendó eficazmente á
la benevolencia de la mayoría parlamentaria y de la pren-
sa ministerial, y descansó. Cierto es también que el plan
de reformas poseía la apariencia más adecuada para pro-
ducir en ánimos distraídos la ilusión apetecida , y el vulgo
político aplaudió con tanto mayor entusiasmo cuanto más
estrictamente se ceñía el proyecto á los modelos exóticos
que brillaban por sus éxitos , y aun por su racional orga-
nización; pasmoso es, sin embargo, que el instinto, ya
que no otra cosa , no haya puesto en guardia á nuestros
gobernantes contra una imitación tan perfecta; no se
comprende que ni por un momento dieran por bueno para
España pobre y neutral lo que era indispensable para
naciones ricas y empeñadas en beUcosas empresas. Miste-
rios, diría, si el patriotismo consistiera en ocultar la ver-
dad; cosa naturalísima , debo decir, en un país en el que
la educación no ha tenido quien se ocupara de ella jamás
en las alturas del poder. Asistiendo á los exámenes de
nuestros bachilleres se comprende perfectamente lo que
puede dar de sí nuestro Parlamento, cuando la inmensa
mayoría no se siente empujada en algún sentido por algún
hombre de genio , ó siquiera de gran talento é ilustra-
ción; dejada á sus propias fuerzas, resolverá todos los
problemas como resolvió el de las reformas militares.
Más disculpable es que la alucinación de los políticos
haya sido compartida por una gran parte de los miU tares;
siempre las colectividades creen posible lo que las lison-
jea, y la oficialidad de nuestro ejército debía sentirse li-
9
130 LA ESPAÑA MODERNA.
sonjeada por las promesas de ser colocada á la altura téc-
nica y social alcanzada en los ejércitos más atendidos, de
que tendríamos en un santiamén (como aquí gustan las
cosas) huestes no tan numerosas , pero sí tan preparadas
para la guerra, para la gran guerra con el extranjero,
como pueden estarlo las alemanas ó las francesas. Hasta
las circunstancias eran propicias para la ilusión ; habíanse
terminado poco antes dos guerras civiles , y todos desea-
ban que fueran las últimas; pero el recuerdo de las haza-
ñas, el estímulo de las carreras rápidas se reunían á la
natural aspiración de los que á las armas se dedican , y
en la reforma á la tudesca veían las ambiciones nobles
una promesa de que los sueños de gloria , los anhelos de
la bravura podrían realizarse algún día, acaso pronto:
¿y quién puede vituperar en un militar aspiraciones, que
se enlazan tan íntimamente para tantos hombres con las
aspiraciones nacionales ? Á esta esperanza nobilísima de
dar á la patria gloria y predominio á costa de su sangre,
hay que añadir otra muy legítima que las reformas pre-
sentaban para nuestros militares ; la de que aumentaría
su consideración social, y probablemente su bienestar
material , cosas á que sólo renuncian realmente los as-
cetas y de palabra los hipócritas.
¿Quién , pues, debe extrañar que las reformas del ge-
neral Cassola adquirieran desde el principio gran partido
en el ejército ? Aunque entre esas reformas no figuraran
medidas falsamente igualitarias que Hsonjearon pasiones
censurables, hubieran tenido siempre, no ya partidarios,
sino sectarios ardientes, de esos que no conciben la con-
tradicción y que califican al adversario de mal patriota y
enemigo del ejército, porque en su exaltación no pueden
comprender que haya quien se someta á las imposiciones
de la reafidad antes de haber sufrido la lección de la ex-
¿POR QUÉ ESTÁ DESCONTENTO EL EJÉRCITO? I3I
periencia. No, la ingente masa de nuestra oficialidad, des-
contenta del presente, desesperada del porvenir, no tenía
obligación de escudriñar en los proyectos del general
Cassola , no tenía obligación de buscar en ellos los vicios
originales que los hacían irrealizables ó estériles ; esa
tarea incumbía á los hombres políticos , y sobre todo á
los que entonces gobernaban y ho}^ gobiernan todavía ;
por pereza la desdeñaron cuando era oportuna , cuando
hubiera sido eficaz; y hoy que saben, ó poco menos, á qué
atenerse, son impotentes para remediar el mal producido
por su incuria, por su poca aprensión. Hoy , una gran
mayoría de los oficiales del ejército piensa {y una mino-
ría importante lo grita á voz en cuello) : «No estamos
contentos porque no habéis querido darnos las reformas
que nos habíais prometido ; y no habéis querido, porque
tenéis odio al general Cassola y á nosotros miedo». Y este
concepto , que merece la conducta de los hombres par-
lamentarios á los oficiales del ejército, es indudablemente
un mal grave para la marcha de la política , pero es una
consecuencia fatal de cómo hacemos aquí política y po-
líticos.
Duele mucho más que las cosas hayan llegado á este
punto, cuando se piensa lo fácil que hubiera sido encauzar
la opinión en un principio. Aún recuerdo la primera se-
sión del Senado en que el general Cassola se levantó á
preparar el terreno ; hubo en sus palabras un olor á reti-
cencia pavorosa, una alusión á posibles calamidades, que
no debió pasar sin correctivos por parte de los hombres
que por estar al frente de los destinos de la nación tienen
obligación de conocer y discernir lo verosímil y lo inve-
rosímil. ¿Y qué habrá más inverosímil en el campo de la
política internacional europea que una invasión del terri-
torio español por ejércitos extranjeros? Algún tiempo
132 LA ESPAÑA MODERNA.
después se habló de la necesidad de recobrar, ó adquirir,
más alto rango entre las potencias europeas; y así como
un sujeto se hace un frac para asistir á un sarao , así nos-
otros debíamos hacernos un ejército respetable para
tomar asiento entre los anfictiones europeos ; como si és-
tos , para admitirnos en calidad de pares , no hubieran de
enterarse antes de á qué altura estábamos en otras muchas
cosas, sin las cuales, aun dado que pudiera haber ejérci-
tos, éstos carecen de fuerza efectiva. Pero sobre todo,
donde brilla la impericia es en la cuestión económica ;
esta es la hora en que tras de interminables discusiones,
dedicadas en ambas Cámaras á las reformas militares,
puede el general Cassola decir que nadie ha rebatido
una de sus más peregrinas afirmaciones , la de que sus
reformas militares producirían una respetable economía
en el presupuesto de la Guerra ; al principio pasó la es-
pecie como incontrovertible ; luego , cuando la mayoría
empezó á convencerse , grosso modo , de que las reformas
eran impracticables , algún diputado se atrevió á poner
en duda tal afirmación. Pero todavía nadie en el Parla-
mento ha pedido al general la única prueba convincente:
un presupuesto del ramo de Guerra, redactado para el
ejército reformado según sus proyectos ; fuera del Par-
lamento lo he pedido yo hace tiempo, y no he podido con-
seguirlo. No, el general Cassola no puede hacer entrar
el ejército de sus sueños en la realidad económica ; pero
aunque tanto lograra, aunque hiciera el milagro, ó aun-
que del país exigiera otro , el de dotar el presupuesto de
Guerra á gusto del general , todavía los hombres técni-
cos, las gentes de guerra no se darían por satisfechos.
Los planes del general Cassola no darían á nuestro ejér-
cito sino la apariencia de los ejércitos extranjeros ; la
fuerza intrínseca sería tan deficiente como en la actuali-
POR QUÉ ESTÁ DESCONTENTO EL EJÉRCITO? 1}}
dad. No puedo probar aquí mi aserto, pero lo he probado
en mi folleto La reducción del contingente, cuya parte
crítica de las reformas del general Cassola aún no ha sido
refutada por nadie ; y no puedo achacar el silencio á me-
nosprecio de mi trabajo, pues éste ha servido de tema de
discusión durante algunas sesiones , en el pasado mes de
Junio, á los debates del Congreso.
Si la incongruencia de los planes reformistas con la
situación políticay económica de la nación ; si su insuficien-
cia técnica no fueron advertidas á tiempo para rechazar
también á tiempo tales planes , para no haber dado lugar
á ilusiones generosas que repugnan el desengaño , tanto
más cuanto que ninguna voz autorizada ha resonado to-
davía para señalar el error, si todo esto ha sucedido,
culpa es de los políticos, sí; pero no resultado de animad-
versión instintiva ó razonada contra el ejército, sino con-
secuencia necesaria de la imprevisión de unos pocos y de
la incompetencia de muchos. Cuando el general Cassola,
después de haber defendido, no sin brillo, sus lucubracio-
nes de ataques incoherentes, vagos, sin método ni plan,
tuvo que dejar el ministerio de la Guerra , no debió ha-
berse dado lugar á la creencia de que esto acaecía, bien
por que dos generales conspicuos resultaban incompa-
tibles entre sí, bien porque el ministro de la Guerra
hacía sombra al jefe del partido gobernante ; la sana
política exigía , como siempre , la manifestación de la ver-
dad, y en la época á que aludo creo que el Sr. Sagasta
la conocía lo suficiente para haber hablado aproximada-
mente en estos términos :
«Me he convencido de que las reformas que me pro-
puso el general Cassola , y que acepté con alguna ligere-
za, ni deben ni pueden realizarse. Yo aceptaría esas re-
formas , y sería obligación mía imponerlas contra viento
134 LA ESPAÑA MODERNA.
y marea, lo mismo á sus adversarios técnicos que al
país contribuyente , si la política internacional entre
los asuntos inmediatos contase la intervención de Espa-
ña, bien al lado de los franceses en el Rhin y los Alpes;
bien en frente de ellos en el Garonne y en los Pirineos.
Aún apoyaría esas reformas si fuese verosímil la necesi-
dad de defender el territorio en plazo breve , si bien en-
tonces exigiría que se concediese atención á elementos
defensivos que resultan preteridos en esos proyectos.
Pero en nuestra situación política exterior, yo no puedo
aprobar planes que en nada favorecen la transformación
radical que exige nuestro ejército ; en nuestra situación
económica tampoco puedo aumentar el presupuesto de
la Guerra en la cantidad importante, que sería indispensa-
ble para lograr que las apariencias de progreso , que re-
visten esas reformas, correspondieran á un progreso real
y efectivo. Yo no quiero imponer sacrificios insoporta-
bles al contribuyente por el simple placer de tener un ins-
trumento de guerra que de nada serviría , ni aun de me-
dio para conquistar la vanagloria de la influencia diplo-
mática ; yo no quiero gastar el dinero, que hoy dedica el
país á su ejército , en dar á éste una simple apariencia de
fuerza. Por eso, y sólo por eso, las reformas del general
Cassola cesan de formar parte del gobierno liberal».
Hubiera hablado así el Sr. Sagasta, con la decisión que
era necesaria en frente de la fe carbonaria del general
Cassola, y á su lado hubiera tenido muchos militares,
pero muchos , y también muchos hombres civiles , para
sostener con argumentos irrefutables sus aseveraciones ;
y mxuchos también le hubieran ayudado á exponer y pro
pagar el verdadero espíritu que debe informar el plan de
reorganización de nuestro ejército. De esto no he de tra-
tar hoy; sólo me había propuesto buscar el motivo de un
¿POR QUt ESTÁ DESCONTENTO EL EJÉRCITO? 1 35
fenómeno político: el desasosiego que experimenta el ejér-
cito ; y lo he expuesto tal como á mí se me aparece , de-
jando á un lado causas secundarias.
El fondo , la esencia de ese desasosiego reside en la
aspiración á la reforma, aspiración, no sólo legítima por
parte de los militares, sino aprobada por la nación, que
siente con mayor ó menor conciencia la necesidad de la
reforma. Los síntomas agudos del desasosiego , el len-
guaje de los periódicos militares , las conferencias y es-
critos más discretos y razonables , los discursos parla-
mentarios , la célebre carta del general Daban , todo eso
revela una crisis ocasionada por el dolor del desengaño
que ha causado el fracaso de las reformas del general
Cassola. Es seguro que la crisis desaparecerá sin resolu-
ción temible para los intereses nacionales ; pero desapa-
recerá la de ahora para dar lugar á otra, y á otra des-
pués , hasta que haya quien se ocupe en la curación del
mal. Difícil es señalar con precisión el procedimiento
adecuado; no basta ya saber adonde se quiere ir, ó
adonde conviene ir ; tales complicaciones han sobre-
venido, de tal modo se han excitado las pasiones, de
tal manera se han confundido y mezclado los intereses
generales y los particulares , que me parece obra de ro-
manos , obra de paciencia y energía indomable , no sólo
resolver el problema, sino tan sólo plantearlo en sus
debidos términos.
Pero á grandes rasgos es posible indicar lo conve-
niente, pues de algo ha de servir la lección recibida.
Conviene en primer término ilustrar á nuestros políticos
y á nuestros militares respecto á lo que necesitamos y
podemos tener en materia de ejército; esta tarea exige
el concurso asiduo de nuestras eminencias políticas y
militares, y no debe dejarse á la iniciativa de un hombre
30 LA ESPAÑA MODERNA.
solo, por eximio y competente que sea ó parezca ser. De-
terminado el objeto de la reforma, debe prepararse ésta,
mejor que en el Parlamento, en el seno de corporaciones
militares competentes; y preparada con arreglo á las
bases políticas y económicas de antemano convenidas, la
discusión parlamentaria será expedita; y en todo caso,
los militares sabrán que , si hay que hacer algún sacrifi-
cio real ó aparente, no se lo ha impuesto una mayoría
parlamentaria, sino la razón y la necesidad.
Precisamente hace tres años que se viene siguiendo
una marcha opuesta á la que señalo como necesaria ; no
es mucha presunción creer que si en el extremo á que
hemos llegado se ha tropezado con lo intolerable, en el
otro debe estar lo conveniente. Y lo conveniente es ante
todo la subordinación racional de los intereses de clase
á los intereses generales ; pero subordinación íntima, que
sólo produce la persuasión.
***
Y volviendo al inglés del cuento : ¿no es cierto que
quien desde el principio auguró que las reformas del
general Cassola serían motivo de perturbación, al oir ase-
gurarlo desde el banco azul á un ministro de la Guerra,
y al oir el asentimiento de todo un presidente del Consejo
de ministros , pudo experimentar una relativa satisfac-
ción? Algo censurable es esto en términos generales, pero
no en el caso presente. El general Cassola quiso sujetar
la realidad , quiso domeñarla y obligarla á rendirse ante
un sueño generoso , levantado , pero sueño al fin ; y la rea-
¿POR QUÉ ESTÁ DESCONTENTO EL EJÉRCITO? I 37
lidad se ha vengado cruelmente, no sólo venciendo , sino
tomando por heraldo de su victoria á quien menos cier-
tamente le correspondía tal honor ; y conste que no me
refiero al actual ministro de la Guerra. Pueda el Sr. Sa-
gasta remediar el daño que su imprevisión ha causado , y
como ha pasado la época de los hombres impecables é in-
falibles , si llega á la meta , nada amenguarían su gloria
los extravíos de la ruta.
Jenaro Alas.
CARTAS AL SEÑOR DON JUAN VALERA
SOBRE ASUNTOS AMERICANOS (')•
Sr. D. Juan Valer a.
Madrid (*).
MUY respetado señor mío :
La Nación de esta ciudad ha reproducido en su
número de 2 5 del corriente una Carta americana
de V., dirigida al distinguido literato ecuatoriano señor
D. Juan León Mera, acerca de La Poesía y la Novela en
(i) La carta que se va á leer se refiere al siguiente fragmento de una
del Sr. Valera dirigida al Sr. D. Juan León Mera, del Ecuador, y repro-
ducida en La Nación de Bogotá, número 421. Se copia dicho fragmento
para mejor inteligencia del asunto :
«Un ilustre cubano, D. Rafael Merchán , que vive en Bogotá ahora,
se extrema más que V. en esta acusación. Todo iba por ahí divinamente.
Acaso habían sido Manco-Capac y Bochica más sabios que Sócrates y que
Aristóteles. Acaso , si no llegamos ahí los españoles , los indios se per-
feccionan, nos cogen la delantera, y son ellos los que vienen á Europa á
civilizarnos. Si Colón , Cortés y Pizarro no van á América en los siglos xv
y XVI, es probable que en el xvii, los emperadores, aztecas ó los incas
(*) El Sr. Valera contestará muy pronto en este mismo lugar á la presente carta, y á la
que publicaremos en el próximo número.
(N.deJaD.)
40 LA ESPAÑA MODERNA.
el Ecuador ; y á esa casualidad debo el tener á la vista
tan interesante producción , y la parte que en ella me con-
cierne.
Antes de abordar el objeto de la presente epístola,
quiero aprovechar la oportunidad para felicitar á V. por
sus trascendentales Cartas americanas ; tanto por el
desempeño como por el móvil. Tocante al primero, un
elogio más entre los muchos que V. diariamente recibe
de la prensa de ambos mundos, poco le importará; pero
aun así, se lo dirijo calurosamente, sin que se disminuya
su sinceridad por mi discrepancia de tal ó cuál de sus
siempre respetables opiniones. Y respecto al móvil , la
unión de España con sus antiguas colonias , hoy repúbli-
cas, no puede ser más generoso ni más elevado. De él
trataré más adelante, y entro ya en materia.
Dije yo en uno de mis Estudios críticos, á propósito
de una obra del Sr. Zerda y de otra del Sr. Bachiller,
nos hubieran enviado navegantes y conquistadores, que hubieran descu-
bierto, conquistado y civilizado la Europa allá á su modo.
» Por fortuna, los españoles madrugamos, fuimos por ahí antes de
que los indios despertasen y viniesen, y dimos al traste con todo. «Todo
«pereció, — dice el Sr. Merchán, — razas, monumentos, libros, ídolos,
«culto, ciencia, todo quedó destruido.»
))E1 Sr. Merchán dice, y dice bien, que los seres inteligentes, aunque
no nos conozcamos y vivamos en regiones distintas, realizamos un pensa-
miento común y contribuimos á una grande obra. Pero los españoles
fuimos por ahí y arrancamos medio mundo á esa elaboración universal.
Y no contentos con arruinar la civilación americana, quisimos borrar y
borramos hasta la memoria de ella, arrasando «los monumentos más apre-
»ciables», y convirtiendo ese continente en una inmensa tumba de razas
que tenían tanto que decirnos.
»Todo eso es una serie de suposiciones gratuitas del Sr. Merchán.
Las razas indígenas de América no han perecido. Hoy acaso existen más
indios en México y en el Perú que los que había cuando la conquista ; y
si no hay más indios en el Paraguay, es por las guerras recientes que les
han hecho los brasileños y argentinos. Todo cuanto los indios tenían que
decirnos nos lo han dicho. Y si hoy Liborio Zerda, Antonio Bachiller y
Morales y otros americanistas lo exponen , no faltaron, desde los pri-
meros días del establecimiento de los españoles, sabios curiosos, misio-
neros llenos de caridad y de indulgencia y escritores sinceros que lo ex-
CARTAS A D. JUAN VALERA. I4I
que aquí en América había habido varias civihzaciones
que no llegaron á su apogeo , pero que, incompletas tanto
como se quiera , ó rudas ó embrionarias , eran siempre
civilizaciones ; y que la conquista , en vez de conservarnos
lo que encontró , para facilitarnos el estudio de aquel pa-
sado lleno de misterio, las dejó en devastación. Y V.
observa :
«Todo eso es una serie de suposiciones gratuitas del Sr. Merchán^^.
La acusación es de mucha entidad, Sr. Valera, y ha
sido necesario que la vea yo suscrita por el autorizado
pusiesen con amor , más bien ponderando las virtudes y excelencias de
los indios que denigrándolos.
))En suma, la historia de América , antes de Colón, es bastante os-
cura, mas no por culpa de los españoles ,y lo que de esa historia se sabe,
más induce á creer lo contrario de lo que V. , el Sr. Merchán y el señor
Montalvo insinúan ó medio sostienen á veces.
»En vez de ese progreso que Vds. imaginan , los indios seguían en
decadencia.
«Acaso si se retarda un siglo la llegada de los españoles, los imperios
azteca, peruano y chibcha hubieran desaparecido, como ya híibían des-
aparecido en América otras semicivilizaciones, y acaso no hubieran ha-
llado Pizarro , Cortés y Jiménez de Quesada más que salvajes antropó-
fagos, adoradores del diablo como los patagones y borinqueños, no
sabiendo contar más que hasta diez, y tatuados ó pintados con espantosos
dibujos ó untados coa grasas rancias y apestosas, en vez de andar vestidos,
«Indudablemente el salvajismo de los americanos de antes de la con-
quista europea , así como la semibarbarie de varios pueblos del Nuevo
Mundo y de Asia y de África , antes de ponerse en contacto con Europa,
no indican que había ó hay ahí razas nuevas, que por sí solas puedan
elevarse ó que están ó estuvieron en vías de elevarse á la civilización,
sino más bien dan claro y triste indicio de razas antiguas, decaídas ó de-
gradadas, que han perdido su civilización, si la tuvieron. De esas razas se
puede afirmar lo que el Sr. Pi y Margall , citado por el propio Sr. Mer-
chán, afirma de los guatemaltecos, al fijarse en los monumentos suntuosos
y artísticos de Palenque y de Mitia : a Lejos de admitir, dice, que sean
«jóvenes aquellos pueblos, estoy por sospechar con Humboldt que estaban
»en decadencia á la llegada de los españoles y que habían perdido la me-
» moria de lo que un tiempo fueron. Ignoraban hasta la existencia de esos
«grandiosos restos de una civilización pásada«. De esta civilización pasada
ó remota de los pueblos de América, cuando llegaron los españoles, que-
daron recuerdos ó restos, que es casi seguro que hubieran desaparecido
también si no acude á tiempo aún la civilización europea á regenerar al
salvaje ó al semisalvaje americano. »
42 LA ESPAÑA MODERNA,
nombre de V., para que cargue en ella la consideración,
puesto que mi defensa no ha de ser sino la exposición de
lo que pudiéramos llamar lugares comunes de la Historia,
es decir, de hechos sabidos por todos, corroborados con
testimonios irrecusables , divulgados por plumas de in-
disputable competencia , y , lo que es más contundente,
por escritores españoles.
Esta discusión por ninguno de sus aspectos será nue-
va ; se puede formar bibUotecas con lo que sobre el asunto
se ha escrito en diversos idiomas ; hace cuatro ó cinco
años lo dilucidaron nuevamente en periódicos de México
el ilustrado escritor de aquel país, Sr. Selva, y un espa-
ñol digno, por su cultura , de su adversario, y que se fir-
maba con el pseudónimo áejunius; mas, por lo que á
mí hace, V. no podrá, Sr. Valera, dirigirme con justicia
el cargo que al Sr. Selva lanzó Junius, de abrigar el pro-
pósito de denigrar el nombre de España. Ciertamente la
censuro como potencia colonizadora, pero no por ojeri-
za, sino por seguir esta máxima de V. mismo : «La ver-
dad ante todo, por amarga que sea». Prueba de ello puede
hallar en mis escritos anteriores, y séame permitido ci-
tar aquí en abono mío un fragmento de una carta con que
me honró el Sr. D. MarceHno Menéndez y Pelayo, á
propósito del libro que á V. ha escandalizado :
« En algunas opiniones no podemos convenir ; pero aplaudo la tem-
planza y discreción con que V. expone las suyas, procurando maiitenerse
libre de todo fanatismo de escuela ó de partido : lo cual se advierte aun
en el mismo artículo sobre Zenea , á pesar de lo resbaladizo del
asunto.... (')»•
He hecho por merecer, y creo que merezco, ese jui-
cio de su cofrade en la Academia ; y esté V. seguro de
( 1 ) Lo suprimido son frases de pura benevolencia , que no hacen
al caso.
CARTAS Á D. JUAN VALERA. 1 43
que no saldrán de mi pluma conceptos como los que otro
esclarecido mexicano, el Sr. D. Ignacio Ramírez , dirigió
hace pocos años al Sr. Castelar en otra polémica que se
elevó ala más alta potencia de sonoridad.
Yo no dicto la Historia , Sr. Valera; he venido dema-
siado tarde á un mundo demasiado viejo, como el cantor
de Rolla; he aprendido lo que Vds. mismos me han
enseñado , y lo he repetido después con fidelidad , apo-
yándome en Vds. mismos. Culpa de Vds. es , y de la im-
prenta, si en los tiempos que corren «apenas habrá per-
sona que no sepa más de lo que conviene», como dijo
V. con su donaire habitual en el prólogo de una obra del
citado Sr. Menéndez y Pelayo.
Dos son las afirmaciones suyas á que debo principal-
mente referirme. La primera, que los indios vivían en de-
cadencia tal á la venida de los europeos , que si éstos hu-
biesen llegado un siglo después , acaso los hubieran en-
contrado sumidos en barbarie absoluta. La segunda, que
los conquistadores no destruyeron nada ; que « las razas
indígenas de América no han perecido » , que « todo
cuanto los indios tenían que decirnos, nos lo han dicho ».
El malogrado Revilla, que lo calificaba á V. de escép-
tico y optimista, y agregaba que, reclinado V. «en la
dulce almohada de la duda», hacía «juegos malabares
con todas las ideas» , y nunca afirmaba ni negaba nada
resueltamente, se quedaría asombrado de ver cómo afirma
V. ahora, y cómo niega, y cómo es pesimista respecto
de los aborígenes de América , sin dejar de ser , ó preci-
samente por ser, optimista con relación á los conquista-
dores.
Vamos á ver cómo ocurrieron las cosas , y para empe-
zar, parodiaré á Tácito en su Vida de Agrícola, dicién-
dole: de parte de V. estará el mérito del talento, del mío
144 ^^ ESPAÑA MODERNA.
el de la exactitud. Para ser más fiel, me veré precisado á
que otros autores escriban por mí esta carta, la cual va
á resultar que no será carta , sino embutido , pero tal in-
conveniente quedará compensado con la ventaja de pa-
tentizar que no supongo nada. Yo podría expresar con
lenguaje propio cuanto dicen los libros y periódicos que
voy á copiar; pero entonces, ¿cómo probar que ello no
es obra de mi imaginación?
Por ejemplo , respecto del primer punto , si yo le ne-
gase á V. esa decadencia vecina del salvajismo; si se la
negase con palabras mías , correría el riesgo de que V.
volviese á decir que supongo gratuitamente. Y para que
no caigamos, ni V. en la tentación ni yo en el daño, ce-
deré la palabra á otros no acusados de suponer.
En las cartas de Hernán Cortés corren los grandes
elogios que este conquistador hacía de los indios por su
obra de manos ; él remitió al Emperador varias muestras
de los trabajos ejecutados para los templos cristianos, 3^
se admiraba , dice , de que tan ordenadamente y en raBÓn
se gobernase un pueblo aislado de todo contacto con las
naciones llamadas civilizadas.
Alonso de Zurita , que por cerca de veinte años estu-
dió concienzudamente á México , y estuvo en relación con
las audiencias coloniales , se indignaba de que llamasen
bárbaros á los mexicanos , y decía que era preciso no co-
nocerlos absolutamente para calificarlos así.
Clavijero afirma que los mexicanos, y en general todos
los indígenas, estaban dotados prodigiosamente en cuanto
á facultades intelectuales, y que andaban desacertados
los europeos en creerlos pobres de inteligencia , pues mu-
chos tenían un gran talento de imitación.
Diego de Landa dice que toda la faja de tierra pare-
CARTAS Á D. JUAN VALERA. 1 45
cía formar una sola ciudad , para dar idea del brillante
estado del territorio de Guatemala ; y eso no es figura de
retórica, sino alusión á los innúmeros monumentos y
edificios de varias clases esparcidos en toda su extensión.
Hace cosa de seis ó siete años fundaron Vds. en Ma-
drid la Biblioteca de los Americanistas , y una de las
primeras obras que publicaron , creo que la primera , fué
la Historia de Guatemala ó Recordación florida, es-
crita en el siglo xvii por el capitán D. Francisco Antonio
de Fuentes y Guzmán , para rectificar los errores que
había sacado la Verdadera historia de la conquista de
la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, publicada
en 1632 porFr. Alonso Remón, de la Orden de la Merced,
y dada á luz (la de Fuentes y Guzmán) por primera vez
en 1882 , con notas é ilustraciones por D. Justo Zaragoza.
Fuentes y Guzmán , nació en « Santiago de los Caba-
lleros de Guatemala» ; pero era español desde la coroni-
lla de la cabeza hasta la planta de los pies, como lo
prueban su vida, su libro, su «excesiva crudeza» (frase
de Zaragoza) contra Fr. Bartolomé de las Casas ; y al
exponer los móviles que lo impulsaron á escribir , dice
que uno de ellos fué ( ' ) *
«Que en él (el Reino de Guatemala) había numerosísimas y grandes
ciudades con magníficos y decorosos edificios , lo asienta así la verdad
indeleble de mi Castillo (2), llamándolos recios pueblos, por lo nume-
rosos que eran , pues había poblazones de ocho y de diez mil casas ; sien-
do de tal calidad lo que hallaron erigido los conquistadores gloriosos de
este Reino de Goathemala, que hablando con Alvarado , alegres y con-
solados le decían , que no tenía que echar menos á México con lo que ha-
bían descubierto. Y hoy se comprueba la notoriedad de esta opinión con
( 1 ) Tomo I , páginas 18 y '^^.
(2) Bernal Díaz, folio 164, de su original borrador. ~(M?/¿i de F. y
Guzmán).
10
146 LA ESPAÑA MODERNA.
lo que vemos vestigioso , y en otras partes en pie, de ostentativas má-
quinas materiales ; en lo que se adipira en el Quiche, Tecpangoathemala,
pueblo antiguo de Mixco, edificios de Gueguetenango y de Chialchüan á
modo de fortalezas , y otros admirablemente ordenados en la provincia
de la Verapa:( ; y la fábrica maravillosa y subterránea del pueblo de Po-
chuta , que siendo de firmísima y sólida argamasa, camina y corre por lo
interior de la sierra por distancia prolongada de nueve leguas, hasta el
pueblo de Tecpangoaihemala ; que es argumento y prueba del soberano
poder de aquellos Reyes , y numerosidad sin cálculo de los vasallos que
los obedecían. Fuera de que, así para esto como para testimonio de sus
grandes fábricas, también autoriza esta opinión la fortaleza de Parras-
quin, que se ve bajando de Totonicapa á la costa del Sur. Y aunque yo
sólo consideraba con pocos años , que muchas cosas de éstas me daban
escritas los autores que leía , y que lo que me informaba la inspección
contra aquellas narrativas era la miseria de unos habitables pajizos, si no
me ladeaba á la incredulidad , á lo menos suspenso el juicio quedaba en
lo neutral siempre surto; pero lo más de ello que tengo visto, me hace
creer que aún no podré comprender para escribir todo lo que hay de
maravillas singulares en estas nuevas y apreciables provincias ; y con lo
que afirma Torquemada , de que eran grandes ciudades las de Goathemala
y Ufatlan, fundadas de edificios maravillosos de cal y canto, pasaré ade-
lante, á establecer el imperio de los Monarcas de estos Reinos.
»Y aun es verdad que hubo entre los de esta nación algunas genera-
ciones muy incultas y de especie de salvajes , que habitaban en los lagos,
montañas y partes cavernosas de las selvas y páramos incultos ; siendo
éstos, por natural propensión suya á la eaza y pesquerías, de que, sin
duda, se sustentaban, y teniendo también ranchos, aunque pequeños y
pobres, en sus milpas: de cuyo género de gentes no podrá decir España
que no ha tenido algunos, pues los Batuceos, descubiertos en nuestros
tiempos, no eran menos agrestes que éstos de quienes hablamos. Pero
aunque eran así algunos , especialmente en algunas partes de la costa , en
las cabeceras, cortes y pueblos numerosos no se hallaban, sino muy da-
dos á lo político y esmerados en las artes; de que tuvieron conocimiento,
y hubo y hay entre ellos , especialmente en la parte de los nobles y
CARTAS A D. JUAN VALERA. 147
principales indios , muy buenas capacidades , con don excelente de go-
bierno, y de muy buena y entera razón; sino que el no entenderles su
idioma, y el estar ellos tan apagados y distantes de la memoria de sus
principios, los hace parecer algo menos que brutos, siendo, no sólo
contra razón, sino distante de la caridad el pensarlo. Porque me es pre-
ciso decir que, siendo ellos de dócil natural y muy humildes, es culpa
grande, no sólo de los ministros eclesiásticos, sino mucho mayor de las
justicias seculares, el que no sean mejores, poniendo más cuidado, pues
Dios se los ha encomendado, que tengan más puntual educación y ad-
vertencia en su puerilidad , sobre que tan apretadamente y con tanta
católica piedad hace repetidos encargos el Rey nuestro señor. »
D. José Morales y Santisteban , á quien V. no ta-
chará ni de hijo renegado , ni de extranjero envidioso , ni
de español imprudente , se expresa así respecto de Her-
nán Cortés:
«No vayamos á creer que la raza indígena se componía en México y
en los Estados comarcanos de hordas más ó menos feroces, cuyo ali-
mento fuera la caza , y cuya vida errante no les permitiera subir del pri-
mer escalón de los adelantamientos sociales. Nada de esto existía en la
región que sirvió de teatro á las hazañas de Hernán Cortés. Había pue-
blos agricultores, ciudades opulentas, una religión bárbara, pero que
había alcanzado un grado bastante alto de refinamiento teológico, go-
biernos establecidos y variados en sus formas , desde la república fede-
rativa de Tlascala , hasta la monarquía casi absoluta de Méjico , y todo
el aparato y la forma necesarios para que el poder subyugase la imagi-
nación de los hombres. Tenían sus leyes , sus ejércitos , y vivían la vida
agitada de los Estados europeos. Las artes habían también conseguido
cierta perfección , y en algunos trabajos menudos que empleaban en el
oro, la plata y las plumas, los mismos artífices españoles confesaban su
propia inferioridad. En una palabra , habían alcanzado toda la civiliza-
ción á que puede llegarse sin el uso del hierro ni del alfabeto.
» .... La civilización de México sería digna de citarse con elogio y de
ponerse en parangón con la de los imperios más florecientes del Asia , sí
una mancha indeleble de sangre no empañara su esplendor. »
148 LA ESPAÑA MODERNA.
El Sr. D. Ángel de Gorostizaga , secretario del Museo
Arqueológico de Madrid, describió en 1883 el Calendario
azteca , del cual publicó un grabado en La Ilustración
Española y Americana , y añadió :
«El ligero examen que hemos hecho de este notable monumento de
los aztecas , nos hace comprender los vastos conocimientos que tenían de
Astronomía , Cronología y Cosmografía ; su genio artístico , pues el tra-
bajo, como obra escultórica, se separa mucho del arte bárbaro y nos
induce á admirar su civilización, pues un pueblo que así determina sus
festividades, así divide su tiempo y así organiza su existencia , bien puede
y debe llamarse pueblo civilizado» (').
El eximio escritor D. Enrique José Varona (si no es-
toy equivocado) ha hablado en la Revista de Cuba de
una obra extranjera que siento no conocer, pero cuyo
recuerdo es oportuno aquí. Dice Isl Revista:
«En un libro publicado hace cuatro ó cinco meses sobre la Economía
Agrícola de los antiguos pueblos civilizados de América, su autor , Max Steffer,
vitupera á nuestra tan decantada superioridad caucásica , que fué incapaz
para estudiar y fomentar la civilización de esas naciones , totalmente des-
truida por la dominación europea. Las reliquias que de ellas poseemos
prueban de un modo claro que esa civilización no era en nada inferior á
la de los conquistadores , sino, al contrario , que en muchos puntos era
realmente superior. Tenemos hoy la certeza de que había una reglamen-
tación económica sistemática , que cultivaban la tierra con industriosa di-
ligencia, cuidadosa previsión y mucha habilidad práctica. El pueblo me-
xicano había asegurado la irrigación del suelo por medio de canales y sin
máquinas , y los españoles , á pesar de tener en la Península obras pare-
cidas fabricadas por los árabes , revelaron su incapacidad para apreciar
el mérito de ellas , permitiendo que se arruinasen , y aun á veces destru-
yéndolas con la esperanza de encontrar tuberías de oro. La cultivación
é irrigación del suelo eran consideradas como de interés público, y la
(1) Ilustración Española y Americana de Madrid, tomo i de 1883, pá-
ginas 345 y 354.
CARTAS A D. JUAN V ALERA. 1 49
agricultura sujeta á reglamentaciones parecidas á las que actualmente
existen en el Japón y la China. La división de la tierra y todos los cam-
bios de la propiedad se hacían bajo la dirección de los magistrados. No
tenían animales para enyugar, pero las propiedades eran tan pequeñas y
tan sobria su alimentación, que no los necesitaban. El cultivo era más
bien el de jardín que el de campo , y como no tenían animales , no les
hacía falta la tierra adicional que éstos exigen. En la ausencia de anima-
les domésticos habían adoptado procedimientos, aunque eficaces, muy
minuciosos y penosos , para procurarse abonos , al estilo de los chinos.
Los peruanos tenían la ventaja de sus depósitos de guano. Y, como los
asiáticos orientales, no tenían leche los antiguos americanos, aunque pu-
dieran haberla obtenido de la llama» (').
Respecto del Perú, traducimos de la excelente obra
L'Amériqíie préhistorique , del marqués deNadaillac, lo
que sigue:
«Quizá en ningún punto del globo ha desplegado el hombre mayor
energía. En esas regiones infortunadas fué donde se elevó el Imperio más
poderoso y más adelantado en civilización de ambas Américas , y hoy
todavía todo hace despertar su recuerdo en la memoria : las ruinas im-
ponentes que cubren el país, las fortalezas que lo defienden, los caminos
que lo cruzan, las acequias que conducen el agua destinada á fertilizar
los campos, los tambos ó casas de abrigo en las montañas para uso de
viajeros, las obras de alfarería, las telas de lana y algodón , los adornos
de oro y plata que se conservan en las sepulturas.,..» (').
He aquí una página de la Vida de Francisco Pisa-
rro por Quintana. Después de decir que Huayna-Capac
era «el más poderoso, el más rico y el más hábil también
de todos los príncipes peruanos » , agrega :
«El desvaneció con su valor los intentos de sus rivales, que quisieron
disputarle el imperio después de muerto su padre; contuvo y apagó la re-
( I ) Revista de Cuba , x v , 92 .
(2) Página 387.
150 LA ESPAÑA MODERNA.
belión de algunss provincias, sujetó otras nuevas á su Imperio, visitólas
todas para mantener en ellas el buen orden, dio leyes sabias, corrigió
abusos en las costumbres , rodeó el trono de una grandeza y esplendor
no visto hasta él , y se granjeó más veneración y respeto de su pueblos
que otro monarca alguno de sus antepasados. Estableciéronse en su
tiempo, ó se perfeccionaron mucho, tres grandes medios de comunica-
ción, necesarios en provincias tan distantes y diversas : el uso de un
dialecto general á todas ellas ; el establecimiento de las postas parala
prontitud de los avisos y de las noticias ; en fin , los dos grandes cami-
nos que conducían del Cuzco al Quito en una extensión de más de qui-
nientas leguas. De estos dos caminos, uno iba por las sierras, otro por
los llanos, y ambos estaban provistos, á la distancia propia y conveniente
de estancias ó aposentamientos, que llamaban tambos, donde el Monarca,
su corte y el ejército que llevaba, aunque fuese de veinte á treinta mil
hombres, tomaba descanso, y renovaban , si era necesario , sus armas y
sus vestidos. Obras verdaderamente reales, emprendidas y ejecutadas por
los peruanos en gloria de su Inca, y que al principio tan útiles , después
les fueron tan perjudiciales por la facilidad que dieron á los movimientos
y marcha de los españoles para la conquista del país».
El escritor peruano, Sr. D. Pedro Paz-Soldán y Una-
nue (Juan Arona), en su obra tan laboriosa como útil,
titulada Diccionario de Peruanismos y se expresa así:
«Los peruanos de hoy, que más ó menos directamente recibimos edu-
cación europea, y que por la sangre, el idioma y los nombres de fami-
lia, nos sentimos atraídos al viejo mundo y nos amamantamos en el
amor de Grecia y Roma , mirando con indiferencia , con frialdad y hasta
con desdén la civilización incaica que en realidad no es más que una tra-
dición , debemos advertir que así , como á los negros racionales U% ofende
el color ,, así esa civilización que hoy menospreciamos no tuvo más bal-
dón que el haber carecido de «Letras humanas» , como diría Garcilaso,
«Yo con erudición , ¡ cuánto sabría!»
(Espronceda.)
Yo , á saber escribir , ¡ cuánto diría ! ,
podría contestar hoy la dinastía inca si resucitara. Expresado por escrito
CARTAS Á D. JUAN VALERA. I^I
por ellos mismos lo que practicaron ó dijeron de viva voz, quizá palidece-
rían las Pandectas de Justiniano y los Pensamientos de Marco Aurelio!» (i).
El arqueólogo norte-americano Mr. E. George Squier
ha escrito la obra moderna más completa quizá sobre las
antigüedades del Perú ('), pues él recorrió todas las co-
marcas de Lima, Truxillo , el lago Titicaca , Cuzco , Chin-
chero, Olantaytambo, etc., levantó planos, sacó vistas
fotográficas , y lo describió todo con su reconocida com-
petencia. Su libro es un poderoso alegato en defensa de
la civilización inca , de la que dice que es la más impor-
tante y la más interesante de todas las aborígenes de
América.
V. se burla del saber de los indios, que no nos legó
nada que aumentase el acervo de la ciencia europea;
pero aunque no se hubiera perdido la mayor parte de sus
secretos , no estamos en el caso de pedir gollerías á pue-
blos que no disponían del hierro ni poseían métodos de
escritura fáciles, como los nuestros. Y aun así, Boussin-
gault, en una memoria que presentó en 1883 á la Acade-
mia de Ciencias de París , no tuvo embarazo en declarar
que no conocía ni había acertado á reproducir el magní-
fico temple que daban los incas al metal de sus arte-
factos.
Hablando de los incas , dice el sabio Bachiller y Mora-
les : « Casi valía su civilización tanto como la europea con-
temporánea , en lo general , y más en algunas materias
que se contaminaron con las supersticiones y el fanatis-
mo» (^). Y de la civilización mexicana: «una civilización
espontánea americana que en algunos puntos era supe-
(i) Juan de Arona : Diccionario de Peruanismos. Lima, 1883, artícu-
lo Incas , páginas 288 y 289.
(2) E. George Squier : Incidents of Travel, and Exploration in ihe Ladn
ofthe Incas. New York, Harper, 1877.
(3) Revista de Cuba , xiii , 47 1 .
LA ESPAÑA MODERNA.
rior á la europea en aquella época » ( ' ) . Nadaillac es de 1 a
misma opinión ('). Dabry de Thiersant compara la civili-
zación mexicana con la española del siglo xv , y el resul-
tado no es favorable para la segunda (O- Absténgome de
reproducir sus palabras, demasiado enérgicas para que
puedan armonizar con el tono de este escrito ; pero á lo
menos sirvan desde donde están para probar que yo no
he supuesto nada.
De los chibchas , que estaban menos adelantados , no
quiero hablar con detenimiento, por esa misma circuns-
tancia de que nunca salieron al primer plano del cuadro,
y por no abultar con más pliegos esta ya extensa epís-
tola; sin embargo, me permitiré obsequiar á V. con un
ejemplar del interesantísimo libro del sabio americanista
señor doctor Liborio Zerda, sobre El Dorado, que le lle-
gará al mismo tiempo que estas líneas ; y que probable-
mente no será fácil conseguir por allá. Ese libro es el
epitafio , es la oración fúnebre del pueblo que habitó esta
sabana , y que si no igualó á los aztecas ni á los incas en
el esplendor de su existencia, sí vistió, como ellos, el
luto de una misma muerte.
Pero la civilización ó cultura de un pueblo no se mide
solamente por sus edificios y artefactos ; acaso más que
en sus pirámides y en su industria se refleja en su legis-
lación, en sus costumbres , en sus instituciones. Las cró-
nicas, la correspondencia de los conquistadores, los in-
formes de los virreyes y cuanto guardan Vds. inédito en
sus archivos, contienen sobre estas materias datos abun-
dantes. Como muestra, óigase alP. Calancha:
(i) Revista de Cuba, xv, 540.
(2) L'Amérique préhis tonque, páginas vii y 349.
(3) De r origine des indiens du Nouveau Monde, et de leur civilisation. —
París, 1883.
CARTAS Á D. JUAN VALERA. 1 53
«Verdaderamente pocas naciones hubo en el mundo, á mi ver , que
tuviesen mejor gobierno que los incas. Luego diré acciones memorables
de este Inca , que quiero que se sepa cuan bien gobernada estaba esta
monarquía antes que entrasen los españoles». (')
Pero como muchos de los escritores antiguos hayan
sido tachados de exageración (cargo del que en justas
proporciones los ha vindicado Bancroft), recomendaré á
V. que refresque la memoria con la lectura de las obras
de Prescott y del citado Bancroft , historiadores que
ciertamente no son enemigos de España , ni aun cuando
censuran «las demasías de los conquistadores», como
las llama el Sr. Morales Santisteban. En estos últimos
años se ha discutido si los indios tenían una literatura
que valiera la pena ; pero sin poseer sus cantos , sus poe-
mas » todos los contornos de su pensamiento trazados en
sus telas ó en la tradición oral , quizá la controversia no
pueda adelantar gran cosa.
Si ahora se me dice que la civilización precolombiana
tenía en todas sus fases sombras densas, convendré en
ello , y agregaré que por eso la llamamos incompleta ó
ruda ; pero tales defectos ó vacíos no autorizan para es-
catimarle el título , así como nadie niega que hubo civili-
zaciones egipcia , asina, cartaginesa, helénica, en tiem-
pos en que el politeísmo ó la idolatría eran la rehgión de
las respectivas naciones , y en que la sangre humana co-
rría copiosa en los sacrificios de casi todos sus altares.
Adoptando la opinión de Humboldt y de Pi y Margall,
que yo cité sin apropiármela ni combatirla, se inclina V.
á creer que toda esa civilización pertenecía á una época
tan remota, que su recuerdo se había borrado ya de la
(i) P. Merino Fr. Antonio de la Calancha. — Crónica mor aleada del
Orden de San Agustín en el /'^rw.— Barcelona , 1638. Libro i, capítulo xv,
pág. 98.
154 LA ESPAÑA MODERNA.
memoria de los indios de los siglos xv y xvi ; y hasta sos-
pecho que aplaude V. al coronel Higginson por haber di-
cho satíricamente que no sabe qué diferencia hay entre
«civilización prehistórica» y «barbarie evidente». Distin-
gamos : la parte inmaterial , las instituciones políticas y
civiles, lo que constituye la conciencia de los pueblos,
estaba vigente en la época de la conquista, porque así
lo atestiguan los cronistas de entonces, y por mucho que
hayan exagerado en los detalles, el fondo de sus relacio-
nes debe de ser verdad , y hay que admitirlo mientras
carezcamos de pruebas en contrario. Queda por diluci-
dar la cuestión de los monumentos materiales ; y ese es
un problema histórico que yo me declaro inhábil para re-
solver, y que en el estado actual de los estudios ameri-
canistas nadie lo puede tampoco. Hay dos opiniones
principales : creen algunos , con Le Plongeon , que la an-
tigüedad de esos edificios es muy remota ; que fueron le-
vantados por razas altamente civilizadas, cuando toda
la Europa estaba todavía en la edad de piedra (')• Otros
sostienen que su fecha es mucho más reciente ; creen
conceder demasiado fijándola en el siglo vii de la Era
Cristiana, y varios sabios ni tanto admiten.
M. Desiré de Charnay, célebre viajero francés, en-
cargado por su Gobierno de exploraciones arqueológicas
en México y Madagascar , Java y Australia , y quien tuvo
la buena suerte de desenterrar las más antiguas habita-
ciones de los Toltecas en Tula y Teotihuacan , dos ce-
menterios desconocidos en Tenenepanco y Nahualac," la
ciudad ignorada de Comalcalo en Tabasco y la de Lori-
llard en las fronteras de Guatemala ; el Sr. Charnay,
americanista de reputación universal , y que ha pasado
( I ) J. D. BALDV^m. — Ancient America.
CARTAS Á D. JUAN VALERA. 1^5
muchos años de su fructuosa vida excavando el suelo del
Nuevo Mundo , es de los que niegan la remota antigüe-
dad de los monumentos. Expuso sus razones en unas
conferencias que dio en la Sociedad de Geografía de Pa-
rís en 1883 , de las cuales tengo á la vista un resumen pu-
blicado en la Revue Sud-américaine de aquella capital,
y que voy á traducir :
«La mayor parte de los viajeros y de los historiadores han preten-
dido que esos monumentos son antiquísimos, que pertenecieron á una
población extinguida , y que, por consiguiente, estaban en ruinas hacía
mucho, cuando los españoles entraron en Yucatán.
))Pero esta teoría ha sido vivamente combatida por M. Charnay, par-
tidario de la contraria, !a cual, á su juicio, es mucho más racional. Ya
ha presentado muchas pruebas, y promete otras ; por ahora no quiere
más que dar á conocer un documento recién publicado.
»En su. última conferencia discurrió M. Charnay acerca de Chichen-
Itza , la gran ciudad de Yucatán. Los historiadores que han hablado de
esas ruinas, llenos como estaban de preocupaciones, bandado informes
que no nos pueden ilustrar lo bastante. Para adquirir pormenores exactos
hay que acudir á los autores que trataron de dichos monumentos poco
después de la conquista española.
))E1 obispo Landa , por ejemplo , dice á propósito de Chichen-ltza, que
la visitó en 1556, esto es, treinta años apenas después del primer arribo
de Montejo á Yucatán , y agrega : «Los pisos de los monumentos estaban
«separados por divisiones de argamasa en perfecto estado....» Aquí tene-
mos desde luego algo en estado perfecto ; luego los monumentos estaban
íntegros. Después, refiriéndose al templo cuyo plano ha mostrado M. de
Charnay á la Sociedad, dice: Para dirigirse al gran estanque en donde se
sacrificaba á las víctimas, había una magnífica calzada de mampostería.
Esas calzadas, acerca de las cuales llama M. Charnay especialmente la
atención , son de origen tolteca, é idénticas en todas partes. Llegando á
un pequeño templo que iVl. Charnay ha encontrado casi en ruinas, el his-
toriador dice que ese edificio estaba lleno de vasos que contenían copal
quemado hacía poco, ofrendas recientes, estatuas, ídolos, etc. Es decir,
56 LA ESPAÑA MODERNA.
que todavía se sacrificaba en él ; todavía se rendía allí culto á los dioses
locales, treinta años después de la llegada de Montejo á Yucatán , de 1541
á 1556, quince años después del establecimiento definitivo de los españo-
les en América,
))Podría hacerse , añade , una comparación muy curiosa entre esos mo-
numentos separados por grandes divisiones de argamasa que se hallaban
todavía enteras (y era preciso que fuesen , en efecto , muy sólidas , para
haber resistido á veinte años de abandono en una región donde la vegeta-
ción es excesiva) entre esos monumentos, decíamos, y las ruinas de la
Corte de Cuentas de París. En ésta, como es sabido, todas las losas han
sido solevantadas, la mampostería rota, y se ven árboles que, en sólo doce
años, han alcanzado una elevación de diez metros. Si se considera que
esto ocurre bajo un clima donde la fuerza de vegetación no es ni la décima
parte déla délos trópicos, se comprenderá que era bien natural que,
después de veinte ó treinta años de abandono, una ciudad de las regiones
americanas se encontrase en muy mal estado , y cubierta ya de una es-
pesa vegetación ; y no había señales de ésta entonces.
»M. Charnay había escrito y dicho todo esto cuando, hace apenas
ocho días, recibió un libro publicado recientemente en los Estados Unidos,
y que se compone de documentos mayas; uno de ellos, las Crónicas de
Chikulub, es obra de un cacique indio, Nakuk-pech, contemporáneo de
los españoles de la conquista , de la cual fué testigo.
))Ese manuscrito maya, traducido y publicado por Brinton en Fila-
delfia hacia fines de 1882 , contiene datos muy precisos, que dan á la teo-
ría de M. Charnay la autoridad de un documento oficial.
))En el § 14, hablando del itinerario de Francisco Montejo, cuando la
expedición de 1527 á Chichen-Itza , dice Nakuk-pech:
«Y se puso en camino , en busca de Chichen-Itza , nombrado asi ; allí
»rogó al rey de la ciudad que viniese á su encuentro; y el pueblo le dijo:
y>hay un rey, señor; hay un rey, Cocom-Aun-Pech , el rey Pech, el rey jefe de Ci-
»cantum; y el capitán Cupul (probablemente un gran personaje del lugar)
))le dijo (á Montejo): Guerrero extranjero , reposa en estos palacios ; así le
))dijo el capitán Cupul. »
»Es evidente para todo el mundo , agrega M. Charnay, que esto signi-
fica que había un pueblo, un rey y monumentos habitados ; á no ser así.
CARTAS Á D. JUAN VALERA. I 37
no hubiera habido un pueblo, un rey y un capitán que dijesen á Montejo:
venid á descansar á estos palacios.
))A propósito de Izamal , que está considerada como una de las ciuda-
des más antiguas, y que se dice haber sido abandonada muchos miles de
años antes de la conquista (opinión que M. Charnay ha combatido siem-
pre), el cronista indio dice en el § 18: «En el año 1542, cuando los
))españoles se establecieron en el territorio de Mérida , el primer orador,
))el gran sacerdote Kinich-Kakmo, de Izamal, y el rey Tutulxin , de Mani,
»se sometieron....»
«Comentando este pasaje , dice M. Charnay que el suceso es conocido;
es un hecho histórico. Sabido es , en efecto, que cuando Montejo llegó de
paso para establecerse después en Mérida , al siguiente día vio acercársele
multitud de indios ; y se preparaba ya para combatir , cuando observó
que enarbolaban señales de paz. Era uno de los magnates del lugar , el
rey de Mani, que iba á someterse , acompañado de un personaje nom-
brado Kinich-Kakmo.
» Pero Kinich-Kakmo era el nombre genérico de los grandes sacerdotes
de Izamal. El gran sacerdote desempeñaba , pues , sus funciones á la lle-
gada de los españoles, lo que prueba que los templos y los palacios de
Izamal, lo mismo que los de Chichen , estaban ocupados en esa época,
es decir, al tiempo de la conquista.
» Nada más evidente , dice al concluir M. Charnay, quien considera
la cuestión como definitivamente resuelta.»
Los argumentos de M. Charnay son de mucha fuerza,
y pueden verse extensamente desarrollados en las diver-
sas obras que ha publicado sobre los monumentos primi-
tivos de México y Centro-América.
El marqués de Nadaillac observa que el razonamiento
de su compatriota, relativo á la vegetación tropical, es
muy poderoso contra la supuesta remotísima antigüedad
de las construcciones americanas (').
Esto no quiere decir, agrego yo , que el enigma esté
(i) Página 323.
138 LA ESPAÑA MODERNA.
descifrado ; puede probarse que los edificios estudiados
por M. Charnay sean modernos, y ello no implicaría
que todos los otros se hallen en el mismo caso. En los úl-
timos años se ha tenido noticia de monumentos y ciuda-
des de la América Central y México , que no se sabe de
cuándo datan ; en el acreditado periódico El País , de la
Habana, número de 15 de Diciembre de 1887, he visto
que el renombrado arqueólogo Sr. Plongeon, en sus ex-
ploraciones de Uxmal (Yucatán), se había cerciorado de
que en el mismo lugar que hoy ocupan esas ruinas , han
existido tres ciudades ; encontró los vestigios de la pri-
mera á muchos pies de profundidad , y revelaba una civi-
lización antiquísima, muy superior á la nuestra, así como
una época de su fundación de más de veinte mil años (se
diría que estamos oyendo hablar áSchhemann de las siete
ciudades superpuestas que desenterró en el sitio de la
antigua Troya); el mismo i^a/5; número de 19 de Julio
último, dice que el Sr. A. J. Miller ha descubierto en el
nuevo departamento de Mosquitos (Honduras), una ciu-
dad prehistórica muy importante, «y según se ha obser-
» vado, parece que primitivamente existió en el mismo
» sitio otra ciudad rodeada de una muralla ».
Hago estas citas para presentar la ecuación con toda
fidelidad, sin enamorarme de éste ni de esotro de sus tér-
minos. ¿Son muy antiguos algunos de los monumentos
americanos, íntegros ó en ruinas , que nos quedan? Es
muy probable. ¿Hay otros recientes? Es muy posible.
Condenados por ahora á esta incertidumbre , no nos
queda que hacer sino esperar que la Arqueología en-
cienda su fanal en las playas de esta América que toda-
vía está por descubrir.
Pero yo quiero ir con V. hasta admitir hipotética-
mente que todos los indios contemporáneos de la Con-
CARTAS A D. JUAN VALERA. I 59
quista estaban en patente declinación , y todavía replico
que la decadencia es fase relativa. En decadencia está la
Grecia actual respecto del siglo de Pericles ; Egipto tuvo
varios ciclos de esplendor y menoscabo, uno de los últi-
mos en el reinado de los Reyes Pastores, que duró siglos;
pálido emerge el astro de Iberia respecto de los días en
que los dominios españoles estaban siempre alumbrados
por el sol ; pero esos años de niebla no son de barbarie ;
entrar en la nube no es quedarse sin luz. Pudieron, pues,
los indios, desmedrados por las guerras que constante-
mente se hacían , ó por las pestes, ó por invasiones de
otras razas ó tribus más numerosas , ó enervados por el
despotismo de sus reyes y el fanatismo de sus sacerdotes,
estar atravesando , cuando vinieron los europeos , una
época de menos brillo que las anteriores ; mas de eso á
estar vecinos de la abyección hay mucha diferencia.
Esa decadencia relativa no significa nada ante la ab-
soluta, que data de la conquista. Los indios de Antioquía
(Colombia) no estaban muy adelantados en civiHzación,
y la llegada de los europeos les hizo perder lo poco que
habían alcanzado , pues perseguidos abandonaron sus ho-
gares y se refugiaron en las asperezas más inaccesibles
de las montañas, según lo refiere el señor doctor D. An-
drés Posada Arango ('). Igual cosa sucedió á muchas
otras razas, y justamente tengo ala vístala comunica-
ción de 1880 en que M. Charnay avisaba al ministro de
Instrucción pública de Francia que acababa de descu-
brir el valle de Apatlatepitongo , muy oculto é ignorado
hasta entonces, en el que se habían refugiado tribus me-
xicanas huyendo de los nuevos guerreadores.
La materia es muy vasta , y yo no debo agotarla ; pero
(1) Andrés Posada Arango: Ensayo etnográfico sobre los Aborhenes
del Estado de Antioquía , pág. 4. París, 1871.
1 6o LA ESPAÑA MODERNA.
la impresión que deja el estudio de los adelantos de los
aztecas , incas y chibchas , no es la de que fueran razas
incapaces de elevarse por sí mismas á mayor grado de
cultura, inertes para todo progreso, como las tribus afri-
canas, sobre las cuales pasan los siglos en deplorable es-
terilidad. Yo sí admito la desigualdad de las razas, porque
la veo en el mundo ; no puedo convenir en que haya un
solo é idéntico estado de espíritu para todas las criaturas
humanas , al saber que hay hotentotes que casi rumian
en este mismo planeta en donde alientan seres de noble
intehgencia como D. Juan Valera; y cuando busco una
escala para medir la superioridad de unos pueblos sobre
otros , no encuentro sino la del ideal , con sus infinitas
gradaciones. Ni Livingstone, ni Stanley, ni Hartman , ni
Serpa Pinto han desentrañado ideal alguno en el Conti-
nente oscuro; pero los americanos sí los tenían, como lo
prueban sus instituciones y sus obras y su fe en un Dios
desconocido y ¿i sQvael^xiZdi áel áe los atenienses; y toda
raza que posee ideal elevado , aunque no sea el más ele-
vado , está en vía de perfección.
Rafael M. Merchán.
POÉTICA O
EL REALISMO HELÉNICO Y EL REALISMO BÍBLICO.
LA poesía bíblica, que anda en manos de todos
como un modelo de religiosidad, no es, como el
paganismo, el desnudo en estado de pasividad,
sino que es el desnudo en acción. Véanse algunas estro-
fas parafraseadas en español por el más místico de nues-
tros poetas :
«Allí me dio su pecho ,
Allí me enseñó ciencia muy sabrosa ,
Y yo le di de hecho
A mí sin dejar cosa ;
Allí le prometí de ser su esposa.
Debajo del manzano
Allí conmigo fuiste desposada ,
Allí te di la mano
Y fuiste reparada
Donde tu madre fuera violada.
Allí me mostrarías
Aquello que mi alma pretendía,
Y luego me darías
Allí , tú , vida mía ,
Aquello que me diste el otro día.»
(i) El ilustre autor de las Dolaras está preparando una nueva edición
de su Poética aumentada con estos cinco artículos nuevos, que La España
Moderna tiene la honra de ser la primera en publicarlos y aplaudirlos.
(N, de la D.)
102 LA ESPAÑA MODERNA.
Francamente: sea cualquiera el simbolismo con que
se quiera velar la significación de estas estrofas , es me-
nester confesar que pocos autores modernos han podido
llegar á la expresión de estas naturalidades tan suma-
mente naturalistas.
Y es que nuestros críticos patriarcales son como los
niños; llegan hasta el escándalo por exceso de candor.
Á un beato muy definidor de textos bíblicos , le pre-
guntó un curioso la razón histórica del tipo equívoco y
moralmente soslayado del ama de cura , y le contestó :
«Que eso se explicaba perfectamente porque también
Abraham se dejaba servir por sus criadas». Esta clase de
moralistas que suelen expHcar la Biblia por detrás de la
Iglesia para tomar por tipos de virtud algunos entes que,
si vivieran hoy , la mayor parte de ellos estarían en pre-
sidio, son los que siempre tienen preparada una hoja de
parra para taparnos la boca con ella á todos los cristia-
nos bien educados , que si pronunciásemos una frase in-
culta nos quemaría los labios.
Y no es que me espante de la desnudez paradisíaca
de estas escenas judaicas , sino que lo que yo quisiera es
que la tolerancia se hiciese extensiva á la plasticidad pa-
gana y que no se empeñasen en arrojar á puntapiés del
Olimpo á la diosa de ]a hermosura algunos gazmoños
que, apoyándose en textos que no comprenden, toman el
moraHsmo por especulación, y suelen ser unos hipócri-
tas, á la manera de aquella mujer espiritual que, mos-
trando un helado , decía : « ¡ Qué cosa tan rica ! j lástima
que no sea pecado ! » Estos pérfidos parece que quieren
aumentar el número de objetos prohibidos para agrandar
la Hsta de las tentaciones.
Como decía aquel rey galante :
— ¡Mal haya quien mal piense! No hay cosa que más
POÉTICA. 163
despierte la sensualidad que un pudor fingido. Una Ve-
nus con taparrabos no sería una diosa , sino una baya-
dera desarrapada.
La desenvoltura más descarada consiste en el enco-
gimiento provocativo.
Se ha observado que ciertas cosas sólo son deshones-
tas en pueblos que pasan de diez mil almas. En las aldeas,
los pechos son biberones de carne destinados á alimen-
tar á los niños, y los pies y las piernas son objetos que
sólo sirven para andar.
Se cuenta que Mons. Dupanloup fué á visitar el taller
de un escultor de moda.
Éste, así que oyó anunciar al Arzobispo, le dijo á su
modelo :
— Escóndete detrás de aquella cortina.
Monseñor entró, y vio detrás de la cortina unos pies
preciosos.
—¿Quién hay ahí?— dijo.
— Dispense vuestra eminencia, es la modelo, y. como
estaba un poco desnuda ....
—¿Un poco, ó del todo?
— i La verdad , señor ; del todo !
— ¡Que salga, que salga! En el arte, el desnudo es un
traje como otro cualquiera....
***
LOS ULTRA-PUDIBUNDOS.
Es verdad que yo ni sé, ni puedo, ni quiero hablar de
las mujeres sin un poquito de fiebre ; y que la castidad
remontada , así como los remilgos de la escuela clásica,
me remueven el estómago.
104 LA ESPAÑA MODERNA.
Sería un hipócrita si no dijese que creo que á las ni-
ñas inocentes que saben el catecismo de memoria ya no
les queda nada naturalista que aprender.
Eso de que Pablo atraviese un arroyo llevando á hor-
cajadas á Virginia sobre la espalda con la misma insen-
sibilidad que si la preciosa carga fuese un costal de paja,
^será muy católico el creerlo , pero yo no puedo menos de
ponerlo en duda.
Tengo una amiga, excelente poetisa, que al acusarme
el recibo de El Licenciado Tor ralba, me decía : «El libro
está lleno de diabluras.>^ Otra me escribió : «El poema
debe de tener muchas cosas atrevidas , porque lo he leído
con <i^//¿:/<^» . Esta última observación no dejó de alar-
mar un poco mi conciencia, pues como Torralba no ha
sido ningún santo, me pregunté : ¿Estas diabluras ó co-
sas atrevidas se refieren á la religión? Imposible. Yo
siempre he respetado los tres grandes factores que cons-
tituyen la esencia del Cristianismo , que son el Dios per-
sonal , la inmortalidad del alma y la justicia de las penas
y recompensas.
Sin embargo , las castas y los cautos es posible que
hayan encontrado alguna idea que me dé entre ellos la
opinión de que gozaba por sus distracciones aquél pobre
cura que , al querer abrir un día la custodia, y viendo
que no giraba bien la llave, sin duda por la herrumbre
del tiempo , tuvo la inocente impiedad de exclamar : —
«¿Qué diablos habrá aquí dentro?» Y digo esto , porque
hace algún tiempo publiqué un poemita titulado : Cómo
r'esan las solteras, y aunque en él no se habla una pala-
bra de religión,— fingieron estremecerse de horror to-
dos los entremetidos de las sacristías. Hablando de esto
con D. Alfonso XII, aquel gran Rey cuya gloria será
eterna en la memoria de los españoles, se hallaba pre-
POÉTICA. 165
senté su augusta consorte , que desde Austria ha venido
á España á emular la piedad, la discreción y la virtud de
la abuela de Carlos V, y viendo que nosotros no dába-
mos con el verdadero motivo de la alarma de los moji-
gatos, nos interrumpió diciendo : «No se cansen Vds. ; la
única causa de esa extrañeza consiste en que la acción
del poema pasa en el vestíbulo de un templo». Es decir,
que todos los días se ve en los teatros al diablo circular
por monasterios y catedrales, y yo no puedo hacer que
una niña distraída vaya a rezar , pensando en otra cosa,
al atrio de una iglesia.
Esta prevención contra mí se ha hecho de moda has-
ta entre mis colegas , á pesar de que cuando me he visto
obligado á pasar en mis descripciones por alguno de esos
lugares escabrosos , que yo suelo atravesar con seguri-
dad completa, siempre lo he hecho conduciendo á mis
heroínas á escape por el extremo del arrabal de la ciu-
dad en que vive Celestina.
Nadie podrá hallar en ninguna de mis obras una sola
de esas frases candentes de que se vale San Pablo , por
ejemplo , en alguna de sus epístolas , y que son capaces
de llenar de rubor los pómulos de las doncellas que ya
van al lecho conyugal con la suficiente preparación para
no espantarse de nada.
Un crítico de autoridad ha publicado un gran número
de versos de El Licenciado Tor ralba, diciendo que pa-
recen de un místico demacrado. Otro censor, de formas
literarias que en punto á cortesía dejan mucho que de-
sear, me ha satirizado con el mayor descaro, porque yo
soy menos pesimista que Byron.
¿En qué quedamos? Unos me tildan de místico, y
otros de pesimista. ¿Será que hay cierta conexión de
fines entre el cristianismo y el pesimismo? ¿Estaré yo
66 LA ESPAÑA MODERNA.
también contagiado de ese pesimismo moderno que, como
el orín al hierro, va pegado al ritualismo de ciertos prác-
ticos fervorosos?
¿Se hallará en mis obras algo de ese sedimento asiá-
tico que se encuentra en el fondo del cristianismo primi-
tivo, después que se rasca la elegante corteza con que lo
suele recubrir el cristianismo romano ?
¿No se encuentra en el mismo Salomón la idea de que
el muerto es más felis que el vivo , y que el que vive es
menos dichoso que el que no ha nacido?
¿No es un axioma cristiano el de que cuanto más gran-
de es la admiración que se debe tributar á Dios, más
grande ha de ser el desprecio que se tenga por las cosas
terrenales?
Pero no , yo no debo parecer un místico , porque el
desprecio de la vida y las mortificaciones sin un objeto
caritativo me son más antipáticas que el sentimiento viril
de aquella sociedad romana que , sin más ideal que la pa-
sión municipal de la ciudad eterna, dejaba con indiferen-
cia estoica que se cumpliese el destino á que la sujetaba
el poder de Júpiter.
Y volviendo á la cuestión de los ultra-pudibundos, se-
guiré diciendo que, aunque algunos me califican áe escép-
tico , la verdad es que sólo soy un ocioso , más bien abu-
rrido que desengañado , un experimentaHsta que no llega
nunca á naturalista, y que en materia de libertades lite-
rarias, como hombre bien educado, sé hasta dónde es
lícito llegar , y nunca enseño en mis versos la silueta del
monstruo de dos espaldas de que nos habla Shakespeare,
y ni siquiera me atrevo á hacer reverberar la inmunda
risa de Mefistófeles cuando ve la cadera de los angelitos
que bajan á buscar el alma de Fausto. Y á propósito, y
hablando claro , nunca transigiré con los que hacen de la
POÉTICA. > 167
mujer la representación del demonio, pues me parecen
descendientes de alguno de los escapados del incendio
de las ciudades malditas.
j Sátiros de la castidad ! Fuera de mi vista los que Goe-
the llama « esa razahermafrodita que tanto embelesa á los
devotos». Hay una cosa en poesía más peligrosa que la
desnudez, y es la abominable tendencia á establecer la
indiferenciación de los sexos que lleva á ese estado de
pasión neutral , en la que lo mismo se goza con una égloga
hecha al bello Alexis , que con otra dedicada á la hermosa
Galatea : aberración que , cuando la veo escrita , y aun-
que no sea más que sospechada, me produce como á To-
rralba el deseo de morir de asco de la vida.
***
EL GÉNERO SUGESTIVO.
Escribir sin filosofía es hablar por hablar : es autori-
zar la crítica sin criterio; el arte bobalicón y la ciencia
que no pasa de oficio.
Si la Venus de Milo con su cabeza de chorlito pudiese
ser animada por un nuevo Pigmaleón, sería la verdadera
imagen del arte sin filosofía ; una mujer muy hermosa,
pero enteramente estúpida.
Y al llegar á este punto , para ser completamente im-
parcial, no quiero dejar de condenar un cierto pseudo-
trascendentahsmo patológico que han inventado algunos
imitadores de Heine, y que consiste en un subjetivismo
sin objeto, en un histerismo soñador que crea un género
nervioso asexual, amorío y maricón, que muchos llaman
sugestivo y que no sugiere nada.
Este contagio del mareo de lo indeterminado , no sólo
1 68 LA ESPAÑA MODERNA.
ha invadido muchos pueblos del Norte , sino que se ha
extendido á algunas naciones de origen latino , como su-
cede en nuestra república de Chile , una nación donde
son geniales la claridad , el buen sentido , el valor y la
hermosura.
En estos rompe-cabezas no es tan interesante lo que
se dice como lo que se calla, y en ellos la solución siem-
pre se deja á cargo del curioso lector, sobre todo si es
aficionado á descifrar charadas.
Los cultivadores de este género de poesía se acercan
al borde de lo indefinido , tienden sobre el abismo una
línea de puntos suspensivos , de los cuales no cuelga la
menor idea, y el lector, después de mucho trabajo, saca
la misma consecuencia que de la charla del loco de Sha-
kespeare, que habla y habla hasta que al fin conocen los
oyentes que la conseja no les cuenta nada.
***
LA NATURALIDAD ES UNA HOMBRÍA DE BIEN LITERARIA.
Insistiendo en mis ideas , escribí lo siguiente en un
prólogo para un pequeño poema del Sr. D. Cándido Pi-
nilla :
«Mi querido amigo y compañero : He leído su poema
con muchísimo placer. Tiene V. razón en creer que los
críticos le van á decir, no que imita mi estilo, sino que
marcha por el camino que yo creo mejor en literatura.
Aunque algunos dicen que el ser de mi opinión es un de-
lito, yo insisto en defender con ardor mi sistema , no por
una pretensión vanidosa , sino única y exclusivamente/>6>r
amor al arte,
» A V. , que lo sabe y lo practica , no tengo necesidad
de aconsejarle que estudie y comprenda bien la noción
POÉTICA. 169
de lo que es poesía. Ha habido muchos poetas y críticos
que pasan por notables, que han hecho buenos versos ó
los han censurado con acierto , no por conocimiento , sino
por instinto. Hermosilla, que escribió una obra titulada
Arte de hablar en prosa y verso con singular discreción,
cuando hizo aplicación de sus doctrinas , puso por modelo
de escritores á Moratín, que, exceptuando la Lección poé-
tica premiada por la Academia, tiene pocos versos de
poeta.
«Escribir poesía es convertir las ideas en imágenes. Ya
dijo Horacio: La poesía es como la pintura.
»E1 verdadero poeta sólo habla por medio de imágenes.
Cicerón, aunque no entendía mucho de estas cosas, ya
extrañaba que el lenguaje figurado agradase más que el
sentido recto.
»La poesía es independiente del verso. Cuando á un
prosista ó á un orador le anima el estro y se expresa por
medio de figuras pintorescas , entonces el prosista y el
orador se transforman en poetas.
» Cervantes y Solís eran dos buenos poetas en prosa
y malos en verso. Byron era tan buen poeta en verso
como en prosa.
»Es verdad que la poesía en verso es el arte por exce-
lencia , porque después de la arquitectura del asunto , el
sentimiento lo adorna con la pintura de las imágenes,
que son ideas con colores , y, por último, le añade la rima
y el ritmo, que es á un tiempo, música y escultura. Lo
mismo que la ópera, la poesía en verso es la condensa-
ción de todas las artes.
» Continúe V. trabajando como hasta ahora, para que
su estilo adquiera condiciones de seguridad y de franque-
za ; ni hinchado , para que no le Weimen fatuo , ni rastrero,
para que no le tilden de vulgar.
yo LA ESPAÑA MODERNA.
^Franqueza y sinceridad.
»En el estilo gusta ver la cara del autor, aunque no sea
hermosa.
»La manera propia de un escritor es una ampliación
de su misma naturaleza, y cuando es sencillo, parece que
sus obras están escritas con la sangre de sus venas.
»Los buenos escritores son niños grandes que dicen lo
que sienten y como lo sienten.
»E1 estilo natural es la mejor prueba de la hombría de
bien de un Hterato.
»En la forma, nada de frases inútiles; los adjetivos in-
necesarios y las frases huecas como avellanas vacías,
han hecho que el estilo de los sucesores del gran maestro
Fernando de Herrera, se haya convertido en un desván
de cosas qae no sirven ni para usarlas, ni para tirarlas; y
á las puertas de sus prenderías se podría reproducir este
letrero, que he visto escrito en uno de los almacenes de
las afueras de Madrid: «Aquí se vende ripio y cascote».
»Hace V. bien en seguir con el espíritu abierto á todas
las manifestaciones del psicologismo moderno.
>E1 clasicismo , que sólo nos da á comer cosas cocidas
hace una porción de siglos , ya no satisface nuestro ape-
tito, por más que nos lo hacen mascullar desde muchos
años antes de que nos salga la muela del juicio.
»Con las doscientas palabras convencionales y obliga-
das que constituyen todo su vocabulario , sólo se pueden
componer trajes de máscara de señora antigua.
»Esta poesía , á pesar de sus frases exquisitas y su ho-
rror á la naturahdad , en la forma es un eterno prosaísmo
y en el fondo una musa muy acicalada y muy boba , que
habla dormida por dentro.
»La eterna exhibición de lo redicho, lo rebuscado, lo
superfluo y lo gazmoño, hacen que uno se reconcilie hasta
POÉTICA. 171
con el naturalismo de Napoleón, el cual, acariciando á
un hijo de su médico, le decía: « i La tripita! ; esta es la
reina del mundo.» Esto es tabernario, pero al menos es
humano.
»No haga V. caso de los seres impensantes que procla-
man que la ciencia no debe entrar para nada en las obras
poéticas.
»Decía Shakespeare: «¡Palabras, palabras, palabras!»;
y Dickens: «¡Hechos, hechos, hechos ! »; pero yo moriré
diciendo: «Ideas, ideas, ideas!» En cierta ocasión hallé á
una labradora que estaba pegando á un niño : «¿Por qué
maltrata V.áesa criatura?» le pregunté. «Porque siempre
está sacando idease, me contestó. Efectivamente, eso de
sacar ideas suele ser la más peligrosa de las ocupacio-
nes , porque alarma y destruye el statu quo de los intere-
ses indefendibles. Según la letra de todos los ritualismos
viejos, los protestantes literarios mereceríamos una reco-
rrida de palos como el niño del cuento.
»Yo bien sé que es mucho más cómodo montar en un
pegaso sin ronzal y cruzar los campos de la nateraleza
exterior , lanzando á los cuatro vientos odas pindáricas
sin pies ni cabeza , que por no tener asunto empiezan
como Dios quiere y acaban cuando quiere Dios , que es-
cribir una humorada con pensamiento , una dolora con
plan dramático y ó algún pequeño poema con argumento
y alcance trascendental.
»Los tanteos poéticos sin objeto conocido, me recuer-
dan la curiosidad de un embajador chino que, viendo á
un gimnasta hacer evoluciones trabajosas, nos pregun-
taba con mucho candor: «Y eso, ¿ para qué sirve ? » Los
esfuerzos hechos por el entendimiento para no dar á en-
tender nada, producen en almas como las del chino, una
ictericia moral.
I'] 2 LA ESPAÑA MODERNA.
»No hay inteligencia que , como no esté bien alimen-
tada por la ubre de la metafísica, no caiga en la anemia.
»Lo dicho , dicho ; imágenes, naturahdad , sentido ínti-
mo é ideas.
» Y adiós ; y ya que la mala suerte desgraciadamente
le ha privado á V., como á Milton, de la gracia de poder
ver el sol de la vida exterior, pido al cielo de rodillas
que el resplandor que ilumina su corazón continúe mos-
trándole siempre , para su consuelo y deHcia de sus
amigos, los misterios y los horizontes infinitos de la vida
de las almas.»
***
Á LA CRÍTICA GRANDE.
Y como esta Poética no es más que el resumen de los
ataques y defensas que han convertido mi vida en una
especie de torneo literario, concluiré haciéndome cargo
de las últimas estocadas que he recibido de dos insignes
campeones, maestros incomparables en la esgrima inte-
lectual.
Después de treinta años de publicado El Drama Uni-
versal, el ilustrado crítico extranjero Mr. B gris de Tan-
NEMBERG , CU uua cxcelentc obra sobre la poesía caste-
llana , publicada en París , ha llamado la atención sobre
este poema, enteramente olvidado del público español.
Casi al mismo tiempo , el erudito Agustiniano Fr. Resti-
TUTo DEL Valle Ruíz , escribió lo siguiente : « No falta
quien sólo ve en El Drama Universal un engendro poético
monstruoso , una producción de dicción apocalíptica , un
caos de inspiración rebelde á toda ley; aunque otros, por
el contrario , consideran esta composición como el mo-
POÉTICA. 173
numento más grandioso y perdurable erigido en esta
época á la poesía castellana».— En este poema, yo me
había propuesto romper el molde de las antiguas epo-
peyas, escritas como si en el arte no cupiese la filosofía,
fuente de todo conocimiento , y quería además abarcar
en una síntesis general todas las pasiones humanas y to-
das las realidades de la vida desde un punto de vista
ideal, colocado fuera de la realidad. Pero se conoce que
contra mi voluntad, El Drama Universal, en vez de un
moniimento grandioso ha resultado un engendro poético
monstruoso , como lo prueba el que ningún crítico se
haya dignado ni mentarlo siquiera en un período de trein-
ta años , largo calvario de desdén á que sólo ha podido
resistir el mérito del Paraiso Perdido.
¡Cómo ha de ser! Si yo tuviera ilusiones, esto sería
para mí una ilusión menos.
Y como yo me he propuesto consignar en estas polé-
micas todo el mal que se diga de mí, añadiré que, hablan-
do de la verdad y moralidad de mis obras , dice el Señor
Valle Ruíz : « Que sólo la reprobación más enérgica me-
recen por sus atrevimientos. » .... — Esto no está de acuer-
do con la opinión de autoridades irrecusables. Leyendo
yo á un célebre Dominico , que después ha ocupado las
más altas dignidades eclesiásticas , el poema titulado Los
amores en la luna, uno de los asistentes preguntó al Pre-
lado: «¿Y qué dice V. de la parte moral?» — «¿Qué parte
moral?» — le contestó el hoy purpurado con el candor y
la buena fe de un santo.
Otra vez unos católicos , amigos míos , me invitaron á
que escribiese algunos versos en un álbum dedicado á Su
Santidad León XIIL
Pensando sólo en la poesía , y sin cuidarme del dogma
para nada , escribí una estrofa , en la cual decía que si yo
74 LA ESPAÑA MODERNA.
fuese Papa absolvería á todos los pecadores y cerraría el
infierno. Los católicos meticulosos discutieron formal-
mente si convendría romper la hoja en que estaban escri-
tos mis versos, pero con mejor acuerdo se llevó el álbum
íntegro al Sumo Pontífice , el cual , después de leer la es-
trofa, exclamó con su natural bondad : «¡Poeta, poeta!»
Otro insigne escritor, el Sr. D. J. Mané y Flaquer,que
pasa con razón por ser uno de los santos padres de la
ortodoxia conservadora, asegura : «Que mis obras poé-
ticas pueden haber hecho más daño en España que Bal-
zac en Francia, porque hacen tiritar de frío, de ese frío
contra el cual nada pueden las chimeneas , ni los calorífe-
ros , ni los abrigos forrados de pieles , porque es el frío del
alma.» Y concluye diciendo : «¡Cuántas más ruinas han
causado los conservadores á estilo de Campoamor que
los demagogos á lo Castelar!»
Convengamos en que la cosa no merece tan inquisito-
riales censuras. Los ilustres pensadores Valle Riiiz y
Mané y F laguer me perdonarán si les digo que opino
como el gran León XIII y el célebre Cardenal , que en
cuestiones de arte , el arte es lo primero , y que tiene algo
de empirismo el juzgar una obra desde un punto de vista
de moral restringida, cuando el arte sólo es uno y las
fuentes de moral, bajo muchos aspectos, son tantas , tan
variadas y tan contradictorias. El Sr. Castelar, con su
maravillosa elocuencia, destruirá muchas instituciones
y muchas cosas ; pero yo , en mi humildísima esfera , me
contento con dejarlas caer, y en esto no hacemos los dos
más que obedecer á la ley de la vida , en la que todo lo
que nace está condenado á morir.
***
POÉTICA. 175
Á LA CRÍTICA PEQUEÑA.
¡ Raza inextinguible de escribas y fariseos , que sois
capaces de convertir con vuestra hipocresía los imperios
más santos en reinados de farsas celestiales: dejadme
morir en paz , sin perseguirme con vuestras murmura-
ciones , por suponer que en alguna de mis frases hay de-
masiado desenfado , y en el fondo de mis cuadros disqui-
siciones un poco aventuradas! En materia de temerida-
des intelectuales yo me confieso pecador , y digo como el
filósofo ; «¿Hablan mal de mí? Pues si supieran otros de-
fectos que tengo: aún hablarían peor.» Pero no me abu-
rráis con una afectada pudibundez, á la cual no falto
nunca. Además de no creer en vuestras gazmoñerías, os
tengo que decir que, así como San Juan Crisóstomo ase-
gura que hay cosas que los ángeles han sabido por reve-
lación de San Juan, yo, que no soy santo ni inspirado, os
puedo revelar que con mis reaHsmos de frase no hago más
que imitar á esos mismos ángeles ; pues sé que como com-
plemento de delicias inefables , bajan del cielo todos los
domingos y fiestas de guardar, para besar, no los ojos,
sino las miradas de las mujeres de la tierra.
No convirtáis las verdades filosóficas en piedras de
escándalo, porque el hombre, en último resultado, se re-
duce á ser una razón dudando. ¿Hay cosa más natural
que el infeliz que va cruzando el camino de la inmensidad
se pregunte á sí mismo ó pregunte á los demás si viajamos
sólo por impulso de nuestro libre albedrío , ó por la fuerza
de una implacable fatalidad? En medio de este hervidero
de dolores, ¿es posible que el pensador no pregunte, como
Segismundo, si la vida es un sueño en acción, ó como
Fausto, si es una acción horrible?
176 LA ESPAÑA MODERNA.
Dejad volar al alma. El pensamiento es la única atmós-
fera respirable del ser humano. Es menester vivir, pensar
y escribir conforme á la naturaleza. Después de todo, la
virtud, más que en pensamientos, consiste en realizar
buenas acciones.
Varrón contaba ya en su tiempo hasta doscientas
ochenta y ocho maneras excogitadas por los filósofos para
ser dichosos. Yo sé algo de filosofía, pero no he encon-
trado más que una manera de ser un poco feliz ; y es la
de dedicarme á la estética , ciencia que enseña á conver-
tir lo bello ideal en bello sensible, ó, lo que es lo mismo,
aunque parezca enteramente lo contrario , en convertir lo
bello sensible en bello ideal.
Dejad que me embriague tranquilamente con el opio
de las letras , porque si no, creo que para soportar el largo
camino de la vida, tendría que apelar al verdadero jugo
de adormideras.
i El amor al arte y el cariño de algunos de los seres
que me rodean son las únicas ilusiones que me quedan
para poder sobrellevar con gusto los pocos días que me
restan de vida : ilusiones que ruego á Dios que me con-
serve eternamente, para que, así como fueron mi delicia
en la tierra, después de mi muerte sean el premio de mis
esperanzas en el cielo !
Campoamor.
INSTITUCIONES GREMIALES
Consideraciones sobre el libro de este título publicado por
D. luis TRAMOYERES BLASCO.
Tan abundante y rica cuanto es nuestra bibliografía
en otras materias , tan escasa y menguada anda esta en
lo concerniente á los estudios que en el orden económico
se ocupan sobre corporaciones y colectividades para la
realización de fines convenientes al indicado objeto. Tris-
te es confesarlo , pero si recorremos las revueltas notas
bibliográficas que acerca de este importante ramo de las
manifestaciones del espíritu social de nuestra patria
poseemos, ¡cuan pocos números podremos presentar!
¡Cuan pocos y menguados serán los trabajos que de esta
índole podremos ofrecer al hombre estudioso que con
deseo de aleccionarse en la experiencia de las pasadas
generaciones, requiere, busca, investiga con deseo de
conocer cuáles fueron aquellos, qué fines persiguieron,
qué doctrinas y tendencias les informaron, para que , sir-
viendo su historia de provechosa lección, podamos ho}?-
acomodar nuestro modo de ser en asociaciones semejan-
tes, inspiradas en la tradición y en los hechos, aplicar
12
78 LA ESPAÑA MODERNA.
prácticas enseñanzas del pasado, con manifiesta ventaja
y positivo adelanto en nuestra época, á importantes cor-
poraciones, modernos organismos, necesarios al fin prác-
tico del progreso. Mas para llegar á este punto de cono-
cimiento hemos de acumular pruebas , datos , piezas todas
necesarias en este proceso , y para ello , cual es consi-
guiente , nos es indispensable poseer el modo y manera
cómo vivieron y se rigieron las comunidades , asocia-
ciones , gremios y colectividades que tuvieron su vida , en
los pasados siglos , y que funcionaron legalmente consti-
tuidas, ejerciendo poderosa influencia como cuerpos eco-
nómicos, y pasando luego como organismos político-
económicos á tener su participación en la gestión pública
por los cambios y vicisitudes inherentes á todo lo que es
contingente y necesario.
Pues bien : si hemos de conocer cual merece asunto
de semejante importancia en la vida social de los pueblos
de la Península , necesitamos estudiar esas organizacio-
nes especiales , penetrarnos de su espíritu , misión y ten-
dencias, para deducir luego desde ellas provechosa lec-
ción de la experiencia , que nos sirva de poderosa luz en
el camino de lo venidero , en la resolución de arduos pro-
blemas , en el advenimiento del gremio como libre asocia-
ción é institución económica que ha de prestar poderoso
apoyo , fuerza suficiente , para que el desenvolvimiento
de aquél constituya, cual debe ser, un elemento cimen-
tado en la representación nacional por la constitución de
los productores y contribuyentes. Desenvolvimiento libre,
bajo la acción tutelar del Estado, como sociedad encami-
nada á la realización de los principios armónicos de la
moral y del derecho. Para ello, como decíamos, es nece-
sario estudiar aquellas corporaciones, y lo difícil es hallar
forma, modo y manera de planear aquel estudio cuando
INSTITUCIONES GREMIALES. 279
tan deficiente es nuestra historia interna , en el conoci-
miento de los hechos que constituyen la vida orgánica de
los pueblos, que sintetiza su espíritu, su modo de obrar,
de ser y pensar en el campo de los fines sociales ; historia
que no se halla exornada con el estruendo de los comba-
tes , ni en las ramas del infecundo laurel , sino en las mo-
destas de la encina y del olivo. La historia de estas ins-
tituciones, su estudio como elementos orgánicos del país,
lo propio en este ramo como en otros muchos , está por
hacer ; escasos y difíciles los recursos en que contamos
para poder levantar el estudio sintético de tales corpora-
ciones , y por tanto , difícil , y muy mucho ha de ser esta
ardua é ímproba tarea para quien con fe la emprenda,
quiera llevarla á cabo y presentar un cuadro tan completo
cuanto los materiales lo permitan, de aquellas institucio-
nes, de aquellos patentes organismos. Para escribir sobre
materias dadas sin el importantísimo apoyo que la bibHo-
grafía nos suministra, cual carta que nos indica derro-
teros , es necesaria una fe y constancia cual la que ha
guiado al Sr. Tramoyeres para llevar á cabo una obra,
cual la que es objeto de estas líneas. Lleno de fe y entu-
siasmo y poseído de la noble idea de ensanchar el campo
de los conocimientos despejando el horizonte, con volun-
tad incansable ha registrado archivos , ha hecho revivir
con el poderoso surgite mortui los empolvados pergami-
nos que dormían el sueño de los siglos , reconstituyendo
con la pluma , la poderosa palanca del siglo xix , las muer-
tas asociaciones , instituciones olvidadas de la época de
nuestra grandeza como pueblo original y no sujeto á ex-
trañas influencias. Las ha hecho aparecer vivas , como si
existiesen aún florecientes , como institución no sólo po-
sible , sino necesaria para nuestra regeneración ; como
progresivos elementos en la esfera de la a'sociación y de
1 8o LA ESPAÑA MODERNA.
la libertad, para enseñanza de los pueblos ; como genuino
tratado en que aprender y estudiar el principio de socia-
bilidad, conforme á los fines de la personalidad humana.
Seguir por tan espinosa senda, no desmayar ante obstácu-
los casi insuperables, y puesta su mira en el objetivo de
sus aspiraciones, seguir luchando, separando obstáculos,
salvando imposibles vacíos , y venciendo para llegar á
su fin , tal es el propósito en que se afirmó el Sr. Tra-
moyeres para realizar la obra más acabada sobre Las
Instituciones gremiales de Valencia. Propósito que ha
realizado de una manera brillante, dados los elementos
que pueden hallarse en nuestra patria. ¿Cómo lo ha
efectuado? Eso es lo que nos proponemos dar á conocer
en cuanto los reducidos límites de una nota bibUográfica
nos lo permiten : bien quisiéramos que el estrecho espa-
cio de que podemos disponer nos dejara campo para
examinar aquilatando el valor de tan estimable cuanto
erudito trabajo ; pero ya que esto no nos sea posible, pro-
curaremos ceñirnos á los puntos más culminantes de la
obra, y en los que se manifiesta más el estudio y pode-
roso espíritu analítico del autor, en historia tan compleja
y de tan vastos horizontes.
Para ello ha tenido que invertir un tiempo precioso,
y que, aphcado á cualquier ramo de la actividad humana,
hubiérale , metálicamente considerado , con creces re-
munerado sus afanes. Para escribir un libro como el de
las Instituciones, necesítase un largo período de prepara-
ción, no sólo délos elementos que lehabían de ayudar, sino
que también , y es el más pesado , el del caudal bibliográ-
fico que había de servirle de punto de mira, materiales
que escoger y aquilatar en su valor para llevar adelante
su penoso empeño. Y este trabajo es tanto más difícil y pe-
sado, como dijimos al comenzar, por lo escaso del inven-
INSTITUCIONES GREMIALES. l8l
tario bibliográfico que sobre la materia y sus afines en
el orden económico poseemos en España, si la considera-
mos con relación á otros países, á Francia particularmen-
te, que nos ofrece un catálogo de obras , tanto impresas
como manuscritas, como el publicado por Hipólito Blanc,
comprensivo de 1,141 sobre asociaciones obreras anterio-
res al año 1789 (•)•
En nuestra patria no han sido las instituciones gremia-
les estudiadas con el detenimiento que como importantes
organismos en el funcionar del Estado merecían; es más,
parece que no se dio importancia á unas agrupaciones
de obreros que constituyeron fuerzas, no sólo económi-
cas , sino que también políticas ; fuerzas respetables en
acción, como lo demostraron más de una vez los hechos,
como puede conocerse por la historia , y si no , téngase
presente , aquí en el reino valenciano , la manifestación
mihtar ó revista de 8,000 hombres ante el cardenal
Adriano , en los hechos que precedieron á esa guerra lla-
mada de las Germanías , tan poco estudiada como menos
comprendida todavía.
A pesar de su importancia como corporaciones pro-
ductoras , como base de la riqueza y conocimiento del
ser industrial del país , no llamaron especialmente la aten-
ción de los economistas y jurisconsultos , tan respetables
como importantes organismos, que si por un momento
pudieron ser causa y efecto del estancamiento y parali-
zación del movimiento industrial, respondió esto más á
los erróneos principios económicos reinantes y al espíritu
uniformista que introdujo en nuestras costumbres la ce-
remoniosa corte austriaca ; excusas y faltas no propias y
exclusivas de nuestra patria , si no comunes á toda Eu-
(i) Bibltographie des Corporations ouvrieres avant lySp. París, 1885.
1 82 LA ESPAÑA MODERNA.
ropa , y que con un espíritu de tradición mal entendido se
perpetuó más largo tiempo en España, imbuida por las
ideas de riqueza, que, en mal hora para nuestra existen-
cia económica y mercantil, se fomentaron con los capita-
les que de América vinieron para abrir con azadones de
oro la fosa de nuestra ruina y aniquilamiento, como factor
importante en el concierto de la producción europea. No
sucedió así, no se dio importancia á la que encierran
estas instituciones como base de la riqueza de la nación,
y abandonándolas á la rutina, al statit quo , el marasmo
las ahogó , y sucumbieron en sus estrechas y tradiciona-
les miras, de la misma suerte que decayó la nación entera,
víctima de una idea de mísera riqueza que nos redujo á
un pueblo de orgullosos harapientos en las agonías de
una decadente dinastía que nos había conducido á la más
cruel y ridicula de las miserias. Escribiéronse centenares
de obras buscando remedio á los males que agarrotaban
la vida económica de la nación ; buscáronse empíricas
soluciones en el aumento del valor de la moneda, las pro-
hibiciones de introducción extranjera y la salida del nu-
merario, mas todo fué en vano ; no estaba allí el mal:
atacábanse los efectos , pero no se inquiría la causa ; y
de aquí que vanos esfuerzos estrellábanse contra la misma
ineficacia del remedio, contra la propia medicación. In-
formándose en estos conceptos, escribiéronse muchas
obras, tal vez demasiadas, buscando escape á tantos
males ; pero entre tantas como se escribieron, y de las
cuales citamos algunas por nota (')> apenas podemos pre-
sentar, sino muy entrado el siglo, alguna que con dete-
nimiento se ocupe, trate, dé importancia á las corpora-
( I ) Apólogo de la ociosidad y del trabajo , por Luis Mexía (1546).
Memorial para que no salgan dineros de estos reinos de España, por Luis
Ortiz(i558).
Despertador que trata déla gran fertilidad , riqueza, etc., que España
INSTITUCIONES GREMIALES. 1B3
ciones obreras, gremios, asociaciones ó hermandades. No
se las consideró como elementos productores, sino que
sólo se vio en ellas el espíritu de beneficencia, más que el
industrial, y esto fué causa de que el estancamiento de
aquéllas produjese su muerte como elemento de produc-
ción en unas corporaciones, que, lejos de ser freno para
el adelanto, debieron ser espuela que aligerase el paso
industrial ; quisieron detener con sus trabas y formula-
rismo al viento rápido del comercio , y éste arrolló á los
gremios, que quedaron cual desarbolado buque, sin rum-
bo ni medios para salir del agitado mar de la febril in-
dustria, cada día más activa, más poderosa y enérgica
en su vertiginosa marcha.No sucedió así; ni la ciencia ni
el estudio vieron algo , algo poderoso é influyente en los
gremios, les dejaron como fuerza que para nada servía
sino como remora ; y de aquí, que, como hayamos dicho,
solía tener y la causa de los daños y faltas con el remedio suficiente , por Juan
de Arrieta (1578).
Memoriales sobre la política necesaria y útil restauración de la república
de España, por Martín González de Gellorigo (1600).
Bienes del honesto trabajo y daños de la ociosidad, por Pedro de Guzmán
(1614).
Restauración política de España , por el Dr. Sancho de Moneada ( 1619).
Comercio impedido por los enemigos de esta monarquía , por José Pelllcer
Ossau (1639).
Rapsodia económica político monárquica , por el marqués de Santa Cruz
de Marcenado ( 1732).
Restablecimiento de las fábricas y comercio español, por Bernardo UUoa
(1750).
Recreación política : reflexiones sobre el tratado de población , por Nicolás
Arriquibar ( 1779).
Reflexiones económicas , por Francisco Vidal Cabarés ( 1781 ).
Carta sobre los obstáculos que la naturaleza , la opinión y las leyes oponen
á la felicidad pública , por el conde de Cabarrús ( 1795 ).
Memoria sobre la industria en general, por D. Vicente Alcalá Galiano,
en ( 1781).
Historia del lujo , por Sempere Guarinos (D.Juan), 1801-1804.
Reflexiones sobre las artes mecánicas, por D. Francisco Bruna ( 1805 ).
Muchas otras podríamos citar, pero el lector que quiera conocer me-
jor la bibliografía sobre la materia puede consultar la Biblioteca econó-
mica del Sr. Colmeiro.
184 LA ESPAÑA MODERNA.
murieran para la industria ; y como corporaciones cerra-
das á toda innovación sucumbieron , víctimas del vacío
que en torno suyo habían formado. Sucumbieron por
erróneo concepto en su marcha ; pero no sucumbieron ni
sucumbirán en cuanto al principio que les informa, la
sociabilidad humana ; y hay más : mañana el gremio rena-
cerá como institución abierta , como poderosa fuerza or-
gánica de la industria, y favorecidos por el Estado cual
debe serlo toda asociación dentro de aquél en cuanto se
rijan sus aspiraciones por los principios inmutables de la
moral y del derecho.
No deja de citarnos el Sr. Tramoyeres las pocas fuen-
tes de estudio que sobre la materia puede presentar Es-
paña en el inventario del trabajo sobre esta institución, y
al hacerlo , al verse la escasez de elementos de que pudo
disponer, avalórase más y más el de su estimadísimo tra-
bajo, tan sobrio en detalles como rico y abundoso en doc-
trina , presentada de una manera tan metódica , clara y
ordenada, como exenta de aparatosa ostentación ni de-
terminaciones conceptuosas. Cítanos en la pág. 405 de su
estudio la conocida obra de Ustáriz Teoría y práctica del
comercio, impresa en 1724 : el Proyecto económico de
Ward, edición de Madrid de 1779 , obra que recibió su ins-
piración en las doctrinas de Colbert , y en la que se trata
con bastante extensión de las corporaciones gremiales
encaminando sus tendencias á la libertad industrial.
Aprecia en cuanto vale el estimable y nutrido estudio
Discurso sobre la educación popular de los artesanos
y su fomento. Importancia tuvo en su tiempo el citado
trabajo, y mucho más por la riqueza de datos que nos
suministra el Apéndice que acompaña al citado discurso.
Este Apéndice se publicó en cinco volúmenes , que , com-
prendiendo otras tantas partes, fué impreso por A. San-
INSTITUCIONES GREMIALES. 1 85
cha en Madrid, en iiiyini^ No deja de hacer aprecia-
ción del informe de Jovellanos una de sus más estimables
obras , y en la que presentó un completo plan orgánico
de las instituciones gremiales. Bien puede decirse que este
preclaro economista fué quien inició un nuevo rumbo á
estos interesantes estudios, penetrando en el conocimiento
de su interno organismo , siendo su principal reformador,
y entusiasta panegirista de las corporaciones y gremios.
Práctico en estos estudios, no deja de hacer el aprecio de-
bido á las notables Memorias políticas y económicas
sobre frutos, comercio , fábricas y minas de España, por
por D. Eugenio Larruga, las que comenzaron á ver la
luz pública en 1775, con numerosa colección de volúme-
nes y cuyo completo es hoy difícil de hallar.
No deja en olvido los apreciados trabajos de D. Va-
lentín de Foronda Cartas sobre los asuntos más exqui-
sitos de la Economía política y ley es criminales (1794),
lo propio que la interesantísima Historia de la Econo-
m,ía política en Aragón (1798) , apreciando sus doctrinas
con la tendencia á la nueva escuela económica , citando
al mismo tiempo los inolvidables estudios de Capmany :
el Semanario erudito de Valladares con su importantí-
simo Discurso político-económico sobre la influencia de
los gremios en el Estado, en las costumbres popidares,
en las artes y en los mismos artesanos, (1778), cuyo
trabajo, aun cuando apareció anónimo, adivinóse su autor
por el completo dominio del asunto. De todas estas obras
hace mérito el Sr. Tramoyeres en el cuerpo de su mo-
nografía ; todas ellas las aporta como contingente impor-
tante en el desenvolvimiento ilustrativo de su estudio,
bajo sistemático plan y labor.
El Sr. Tramoyeres no se satisface con la exposición
de los elementos que constituyen el gremio, sino que, pe-
1 86 LA ESPAÑA MODERNA.
netrando resueltamente en el campo de la investigación
histórica, llegando al período romano, inquiere y pre-
gunta á los monumentos epigráficos , deduciendo de los
restos de inscripciones provechosa enseñanza , para de-
mostrarnos los gérmenes del primitivo gremio , el espíritu
de asociación que comenzaba á asomar en medio de la
organización impuesta por Roma. Á investigar estas im-
portantes manifestaciones dedica el capítulo primero , en-
lazándole con los pocos conocidos hechos del período vi-
sigótico deducidos del Breviario de Alarico. La domina-
ción musulmana , recibiendo elementos superiores de
civilización, aun de la misma raza vencida, por la inque-
brantable ley de la historia de que la fuerza se rinde á la
fuerza de la civihzación , y que el vencido se impone por
la inteligencia al vencedor , hizo que los vestigios del gre-
mio no desaparecieran , sino que continuaran , modificán-
dose tan sólo en cuanto afectaba su organización reli-
giosa, á su manera de obrar en la acción social. Deja ce-
rrado lo que pudiéramos llamar el período germinativo
ó incubatorio del gremio , que se desenvuelve con la re-
conquista de Valencia por D. Jaime I. Surge entonces con
nueva vida en una atmósfera de libertad y de expansión
bajo el amparo y la egida religiosa, poder tutelar, bajo
el cual se abrigaron la ciencia y el arte para prepararse,
al calor del claustro , al amparo de la vida corporativa,
para una nueva revolución con nuevas tendencias y ma-
yores aspiraciones en el dominio de la ciencia. Lo propio
que con la Universidad sucedió con el gremio , sin olvidar
la tutela, bajo la cual había vivido, sin abandonar sus an-
tiguos lares, sin olvidar aquéllos, el gremio , nacido al
influjo de la educación, comenzó por instituirse como co-
fradía; bajo dicha salvaguardia constituyese con este ca-
rácter; bajo el de la caridad con el prójimo se organiza;
INSTITUCIONES GREMIALES. 1 87
informándose en los fines cooperativos de la asociación
en el terreno de la mutualidad, y sin abdicar de aquella
tutela desenvuelve más amplias aspiraciones en los eco-
nómicos , unidos y afectos á los de la caridad ; y entonces,
sí, es cuando el gremio representa la totalidad del espí-
ritu humano en sus fines sociales del corazón y la inteli-
gencia, la caridad y el progreso; es decir, se cumplen
las armónicas combinaciones de la moral y el derecho.
Al estudiar este punto de la manera tan clara como su-
cinta cual lo hace el autor del laureado trabajo, no po-
día menos de presentar un paralelo entre la distinta
situación económica y moral del obrero del gremio y del
que permanecía aislado sin el apoyo del mutuo , sin la
hermandad que el agremiado encontraba en sus colegas
allí adonde la suerte le llevaba, adonde en busca de tra-
bajo se encaminaba con la patente de la fraternidad cor-
porativa, que hacía una especie de nacionalidad del ofi-
cio , con leyes de solidaridad que le daban fuerzas para
el adelanto , apoyo y conservación de una disciplina hija
del espíritu social que regía al individuo por el de la tota-
lidad, y á éste por la iniciativa del agremiado en bien de
aquélla.
De esta suerte es como de una manera tan completa
como perfectamente expuesta nos presenta el desenvolvi-
miento histórico del gremio , de la corporación ; pero al
terminar lo que pudiéramos llamar su proceso histórico,
penetra de lleno en el terreno filosófico , procediendo al
examen de los principios é ideas que le engrandecieron,
para deducir que cuando los errores económicos , el
egoísmo y la envidia comenzaron á predominar é impo-
nerse sobre los justos principios de la equidad , dando
lugar al monopolio, á los privilegios, sobre los principios
del progreso que exigía la vida moderna comercial con el
88 LA ESPAÑA MODERNA.
nuevo rumbo económico, entonces es cuando se manifiesta
de una manera clara , precisa y determinada la muerte
del gremio como corporación cerrada , con sus querellas
y espíritu rutinario , y queriendo en vano detener la im-
pulsiva fuerza del adelantamiento. Las corrientes de la
ciencia le impulsaban por nuevos caminos , no quiso
seguirlos , no quiso encauzar en aquella corriente que le
absorbía ; quiso detener la invasión , y cual débil obs-
táculo que se opone á la impetuosa de un río , fué arras-
trado y sucumbió ante el nuevo orden de vida ; quiso bus-
car en la modificación su futura existencia , era tarde , y
al influjo de las ideas revolucionarias cayó para desapa-
recer como institución cerrada , como remora del pro-
greso , pero para renacer como renacerá, como asocia-
ción libre, como hija del espíritu corporativo, bajo las
bases de la moral y del derecho , como nueva evolución
del espíritu del hombre, apoyado en el «la unión hace la
fuerza». Bajo este lema, el gremio será lo que debe ser,
la unión, y ésta es hoy la vida; el espíritu corporativo es
la nueva palanca, y los hechos lo comprueban. El gre-
mio cerrado, con sus rutinas y preocupaciones, su quie-
tismo y reminiscencias de la vida contemplativa , sin
adelantos ni fuerza impulsiva , sucumbió ante el exceso
de oxígeno de la vida moderna ; en cambio , el espíritu
corporativo ha llenado el mundo de potentes manifesta-
ciones de su acción , y díganlo si no las asociaciones
cooperativas, sobre todo la de \osEquitables pionners de
Rochdale , comparadas con la rutinaria y pobre existen-
cia del antiguo gremio. Este período, este estudio es para
nosotros el que con más fuego, entusiasmo y claridad nos
presenta el Sr. Tramoyeres. La multitud de pruebas que
nos suministra la bibHografía francesa , sumamente rica
en estudios de esta índole , como hemos dicho , nos da los
INSTITUCIONES GREMIALES. I 89
elementos necesarios para comprender que la existencia
del gremio, su estudio , la vida del obrero , y el espíritu de
asociación en los tiempos presentes , tiene una fuerza in-
contrastable, y que es digna de atenderse preferentemen-
te, encauzarse y levantar cuanto tienda al espíritu cor-
porativo como mejora del obrero, como fuerza viva, que
llevará en su día su contingente á la representación na-
cional, si ésta ha de ser una verdad, si ésta se ha de inspi-
rar en aquella antigua organización de las Cortes arago-
nesas , que dieron entrada al gremio, le respetaron como
uno de los elementos más influyentes en la reconquista y
organización del país. De aquí, pues, que, si la verdadera
representación nacional ha de existir , si ha de ser una
cosa cierta y positiva , fuentes tenemos en nuestras anti-
guas libertades en donde inspirarnos, en que hallar ele-
mentos históricos que fueron buenos y sirvieron para ser
respetados en lejanas épocas. Son elementos genuina-
mente españoles, y á ellos debemos recurrir, como
hijos de nuestro modo de ser. El Sr. Tramoyeres , cual
diligente arqueólogo, ha revuelto las ruinas del pasa-
do, y sacando preciosas notas de los archivos , les ha
hecho revivir , y ante la clara luz de su crítica , ha de-
mostrado con filosófico informe lo que debe ser el gre-
mio , lo que será indudablemente mañana , pues que la
enseñanza no se pierde; que la bandera levantada por
nuestro sabio y querido maestro D. Eduardo Pérez Pujol
hace años no cae, y tiene quien la enarbola, y así lo de-
muestra la notable obra de que nos venimos ocupando,
y que en las Cortes el Sr. Comenge haya no ha mucho
levantado la bandera del gremio como asociación libre,
llamada á ser la base de la representación nacional en la
ley del sufragio ; todo ello señala y manifiesta la justicia
del pensamiento y su necesidad y conformidad en el cum-
190 LA ESPAÑA MODERNA.
plimiento de las inmutables bases de la moral y del de-
recho.
Las tendencias del Sr. Tramoyeres, con las cuales es-
tamos completamente conformes , son : asegurar el dere-
cho como base de la libertad económica , y por tanto de
su libre acción, y fundar sus asertos en lo necesario de
la sociedad , como base de desenvolvimiento de la liber-
tad del individuo. Y como al estudiar el desarrollo del
gremio ha tenido que analizar los elementos orgánicos
que le informaron en los demás pueblos , de aquí que nos
marque las tendencias que le encauzaron en la Francia
del Mediodía, y sus relaciones con Cataluña y Aragón,
explicando de una manera evidente su causa , origen y
naturalización en nuestra patria, como obedeciendo á
tan directa é inmediata influencia, que, no sólo la tuvo en
este punto , sino en el arte y en el idioma. De igual suerte
precisa la germana , luego más tarde , siempre can sus
tendencias militarescas de uniformación , del cierre , del
absolutismo hasta en los detalles, tendencias que se impu-
sieron y predominaron en Europa, para señalar la muerte
de los gremios , que cayeron con la Casa de Austria, casi
coetáneamente, por el virus del estancamiento. El pro-
greso económico inició nueva vida , y ésta es hoy el
porvenir del gremio como corporación libre, como fuerza
en el Estado , en la producción , y como informada en el
espíritu del adelanto y de la vida moderna para facilitar
la realización en fines económico-sociales. Que semejante
tendencia no es hija exclusiva de ninguna escuela deter-
minada que cierre á los ojos de la verdad y de la eviden-
cia del hecho histórico que ante nosotros se desenvuelve ,
lo manifiesta la bibHografía extranjera, que es innumera-
ble en la materia, no sólo en volúmenes, si que aun más
en folletos y memorias , debiendo hacer mención de algu-
INSTITUCIONES GREMIALES. I9I
ñas de las últimamente publicadas, como son : Les asso-
ciations ouvriéres, Études sur leur passé , leur presentj
leur condition et progrés , por J. C. Paul Rougier, Du
mouvement coopératif international , por Paul Matrat.
L' avenir de Vouvrier . Travail et prévoyance, por Che-
valet. La question sociale, por Bonalet. Union des das-
ses labor ieuses , por Perrin. Lepar gne du travailleur,
por Chelusant, En Italia encontramos también que el mo-
vimiento en la materia nos da un notable contingente con
las obras de Ciccone, La questione sociale-ecconomica
(memoria laureada), y algunas de menor importancia.
Rusia, la lejana Rusia nos presenta la obra de Kavatcho-
nuski (L. M.), Statistique des f orces de production
de la Rusie, publicada en alemán, francés y ruso. Estos
últimos datos nos demuestran la importancia cada día
mayor que va dándose á estos estudios, y cuánto tienden
el desenvolvimiento corporativo, apoyados por las socie-
dades católicas y fomentados por ellas como lo demues-
tran los trabajos del Círculo Católico de Iseghem (Bél-
gica) creado en 1872 , y del cual han surgido muchas fun-
daciones de previsión y patronato. En Lo vaina vive prós-
peramente la corporación de oficios y negocios, en la que
se hallan mezclados patronos, obreros y comerciantes.
Todas las naciones siguen por este fecundo camino unien-
do á las clases productoras, único capaz en nuestro concep-
to de poder torcer el rumbo á la cuestión social. En nues-
tra patria, si bien no faltan espíritus ansiosos de llevar ade-
lante un pensamiento aceptado , no sólo en el viejo, sino
también en el nuevo mundo , no obstante estos deseos y
noble propaganda, la política personal y de ambiciones de
mezquinos partidos sin más fin ulterior que el poder, apo-
yado en el caciquismo rural que mantiene el malestar y
ruina de nuestro pueblo , también se han publicado alo-u-
192
LA ESPAÑA MODERNA.
nos interesantes estudios referentes al punto de que ve-
nimos tratando. Aquí cuanto se hace es debido al esfuerzo
individual , á la iniciativa particular, débil siempre ante el
esfuerzo colectivo ; y aparte de los interesantes números
bibliográficos que cita el autor en la pág. 405, sólo di-
remos una palabra: obra sistemática sobre el asunto gre-
mial no existe otra anterior á la del Sr. Tramoyeres. Él
es quien puede decirse ha roto el hielo que encubría la ma-
teria , y al hacerlo, lo ha hecho de una tan perfecta suerte,
que poco podrán mejorarse en lo sucesivo cuantas se es-
criban, no sólo en fondo, sino en método. Se han publicado
algunas tocante á los conceptos principales y especiales
sobre la materia , im.portantes factores todos ellos para la
realización del principio, y entre ellos no podemos menos
de citar la notable obraCurso de derecho político, Madrid,
1880, del Dr. D. Vicente Santamaría; los Elementos de
derecho natural, del Dr. D. Rafael Rodríguez de Cepeda.
Ambas notables obras infórmanse en el principio gene-
ral , en cuanto concierne á la acción corporativa ; y en
sentido especial , no podemos menos de hacer la justicia
que se merece el notabilísimo discurso de recepción en
la Academia de Ciencias Morales y Políticas del Excelen-
tísimo señor conde de Torreanaz , con referencia a los
Gremios de CastiUa (Abril de 1886). La interesante re-
copilación metódica sobre Gremios de Valencia que pu-
blicó el erudito y estudioso cuanto celoso investigador de
la historia de Valencia, Excmo. señor marqués de Crui-
lles, y finalmente, sobre mejoramiento de las clases
obreras , se han publicado , con motivo de la información
que pidió al Gobierno siendo ministro de la Goberna-
ción el Sr. Moret, valiosas contestaciones, informándose
ya muchas de ellas en el principio del gremio como aso-
ciación libre, y bajo este mismo criterio el que esto escri-
INSTITUCIONES GREMIALES. 1 93
be publicó en 1879 un informe que, como ponente de una
comisión nombrada al efecto , tuvo que redactar, acerca
del mejoramiento de las clases obreras por el propio ho-
gar, este trabajo, asaz insignificante, mereció aceptación
del público, teniendo que hacerse hasta tercera edición
de la memoria, que nada de nuevo encerraba sino la
idea esparcida con claro criterio y mejor constancia por
nuestro querido maestro Sr. Pérez Pujol. Posteriormente
poco se ha publicado: parece haberse apoderado el ma-
rasmo nuevamente; pero la obra del Sr. Tramoyeres
vemos que en el Parlamento ha hecho levantar la voz de
un diputado tan celoso como el Sr. Comenge, que ha abo-
gado por el gremio como la base del sufragio , y cuya
enmienda no fué aprobada ; no hay que desmayar por
ello, y el Sr. Tramoyeres, al recibir merecido premio en
los Juegos ñorales por su obra, recibirále mucho mejor
con el aprecio que su interesante estudio le creará en Es-
paña, y mucho más aún en el extranjero, en donde estos
trabajos son estimados en cuanto representan y valen.
El fondo no puede estar más enriquecido de datos, notas
y acertada observaciones, y si su lectura es sumamente
grata para quien con gusto estudia estos interesantes y
tranquilos desenvolvimientos del espíritu social en nues-
tra patria, no lo es menos para quien desea conocerla
historia de las clases obreras , pudiéramos llamarla así,
de los tiempos medios.
Bien quisiéramos entrar en el análisis de la obra , pero
ni el espacio , ni nuestra inteligencia nos lo permiten ;
bien quisiéramos que estas notas pudieran aquilatar el
valor de la obra del Sr. Tramoyeres, pero ni nuestras
fuerzas son para llegar á tal altura , ni un examen minu-
cioso avaloraría su rico trabajo; es necesario abarcar,
estudiar el conjunto , para comprender el inquisitivo, de
94 LA ESPAÑA MODERNA.
erudición y de análisis empleado en una obra que resulta
un todo tan homogéneo y completo cual si con su estu-
dio viviéramos en el gremio y del gremio. Si algo faltaba
para abrillantar tan erudito trabajo, complétalo el pró-
logo del Excmo. Sr. D. Eduardo Pérez Pujol, nuestro
inolvidable y querido maestro : acerca de él nada dire-
mos ; somos muy pequeños para llegar á la obra siempre
respetabilísima del sabio profesor ; la veneramos como
obra de nuestro padre en la vida científica, y repetimos
con el respeto con que un hijo recuerda el nombre de sus
antecesores: el prólogo «es obra del Dr. D. Eduardo Pé-
rez Pujol».
J. Casan Alegre.
REVISTA ULTRAMARINA
Postdata á la división de mandos en Ultramar. — Bochinche á la americana.
— La secretaría del Gobierno general de Puerto Rico. — El Sr. Cáno-
vas del Castillo. — Un artículo de El Economista de Caracas. — Santa
Isabel la Católica y San Cristóbal Colón. — Recuerdos de Bello y de
Bolívar. — Cambio de tono en los poetas con respecto á España. —
Poesías de D. O- Sánchez y D. L. Cordero.
GANAN terreno las esperanzas de un completo fra-
caso del Congreso de Washington, hasta el punto
de Hmitarse ya, según parece, las pretensiones de
los Estados Unidos á obtener de las Repúblicas hispano-
americanas algunos vergonzantes beneficios económicos;
pero , en cambio , nuestros problemas ultramarinos , de
que en el artículo anterior tratamos largamente, han tro-
pezado con una dificultad lamentable por su significación,
por sus tendencias y por el retroceso que presagia de
nuestras costumbres políticas. Bien se comprenderá que
nos referimos á la algarada que en estos momentos pro-
duce el simple anuncio de la separación de mandos en
Ultramar, así en el Senado como en el Congreso, mo-
vidos ciertos elementos militares y algunos del orden
civil por una carta-proclama del senador y general Da-
ban, tocando á rebato á los de su clase, tana deshora,
96 LA ESPAÑA MODERNA.
sin razón ni sustancia , que el ministro de la Guerra se
ha visto precisado á imponerle dos meses de castillo, de-
mandando al Senado autorización para sacarle de su re-
sidencia. De aquí sesiones parlamentarias tumultuosas
y bizantinas , que si al pobre sistema le quedara sano al-
gún hueso, le clavarían el puñal de misericordia, y una
agitación ficticia y ruin de los elementos políticos, que
no hay vocablo en nuestro idioma que con exactitud
la pinte, siendo más afortunados los de América, que tie-
nen para ello el significativo y estruendoso bochinche,
que ya con su sonancia descubre su baja ralea, mal defi-
nido por la Academia en su Diccionario , á quien recti-
fica en estos términos el excelente Vocabulario Río-pla-
tense de D. Daniel Granada, que alcanza ya su segunda
edición , impresa en Montevideo en este mismo año: «Bo-
chinche: va: desorden, escándalo, barullo: confusión y
»alteración del concierto propio de una cosa, por efecto de
»la ineptitud, abandono, travesura ó malicia de la persona
»ó personas que dirigen su ejecución. Así se dice,refirién-
»dose á una oficina mal administrada, es un bochinche;
»á una tertuHa en que poco ó nada se ha respetado , era
^un bochinche; á un debate que degenera en pendencia,
y>fué un bochinche.^
¡Lástima que no nos diga el Sr. Granada si en Santo
Domingo y Haiti corre también la voz bochinche! porque
de allí mayormente parece trasunto lo que estamos pre-
senciando en España con ocasión de la proyectada re-
forma del gobierno superior de la pequeña Antilla , don-
de , como ya dijimos , se presta el Gobierno á hacer un
ensayo de la división de mandos. Las infundadas y escan-
dalosas quejas con que el general Daban ha pretendido
soliviantar, no á la milicia ni al ejército, que éstos le im-
portan, al parecer, muy poco, sino á los generales, par-
REVISTA ULTRAMARINA. 197
ten del inverosímil supuesto de hallarse éstos maltratados
y atropellados con total menosprecio de sus fueros y pre-
eminencias, justamente en los momentos mismos en que
el presupuesto de la Guerra es el Noli me tangere para
todos , desde el Parlamento abajo, á quien se da en los
nudillos cada vez que intenta ver claro ó menos turbio,
y que no hay atropello ni menosprecio que por contraria
razón no sufran las clases civiles en la administración
del país; hallándose de tal modo pospuestas á las mi-
litares , que de no hacerse pronto una reforma de la ley
de sargentos, verbigracia, quedará para siempre cerrada
la puerta de la carrera administrativa á los jóvenes de la
clase media que no puedan adquirir un título profesional
en los establecimientos de enseñanza. Aquella ley adju-
dica á las categorías inferiores del ejército, de sargento
para abajo, cuantas vacantes ocurran en los destinos pú-
blicos hasta 6,000 rs. , y como éstos son los llamados pro-
piamente de ingreso, resulta que la numerosa y necesitada
juventud de la clase media está de hecho proscrita y
para siempre alejada de los cargos civiles, con no pocos
peUgros del orden moral y social, que ya están viéndose
claros, por cuya razón apunta en todos los partidos viví-
sima tendencia á modificar un privilegio tan absurdo como
insostenible, que en la misma Prusia, país que puede
compararse con un cuartel, parecería exagerado. Aquí lo
es hasta el punto de adjudicarse á cabos, sargentos, y aun
á simples licenciados , empleos que requieren condiciones
de especial aptitud ó que despojan de su derecho de elec-
ción á corporaciones populares , como acontece con los
Ayuntamientos , á quien virtualmente se ha quitado la fa-
cultad de elegir secretario , imponiéndoles personas pro-
puestas por el ministerio de la Guerra, como si se tra-
tase de castillos ó plazas fuertes ; y no menos se ven atro-
198 LA ESPAÑA MODERNA.
pelladas Universidades , Academias, etc., etc., cuando
ocurren vacantes en sus oficinas , pues al punto se ven
entrar por sus puertas hombres que habrán sido muy há-
biles en el pendoleo de listas de revista y cuentas de
rancho, pero que para el manejo de libros y papeles de
categoría un poco más alta no han recibido con el ca-
nuto ciencia infusa. Y sin dejarnos llevar del ardor de
esta polémica, tan peligrosa como importuna, insinuare-
mos que la imprudencia de un periódico republicano, di-
ciendo redondamente que todos los ciudadanos españo-
les que no gastan sable son otros tantos Otéis as, está
produciendo en provincias grandes estragos en la opinión
pública. El Diario de Badajos de 2 de Abril publicó una
répHca tan contundente como bien escrita á su colega
republicano, mientras otros periódicos revolucionarios
hacen en la literatura popular maUcioso espurgo de co-
plas como esta :
«Quiéreme que soy buen mozo,
Y escribo en la mayoría ,
Y soy sargento primero,
Y corro con compañía » ;
queriendo probar que la milicia, desde sus grados más
ínfimos, abre camino y pone escuela de Oteizas, habién-
dose publicado también un cuadro comprensivo de todas
las ventajas y privilegios que gozan las clases militares
sobre las civiles, tea de discordia y síntoma funesto para
el orden social.
Ni en ocasión que tanto abundan los gobernadores
civiles saUdos de la clase militar, que hasta los hay capi-
tanes, puede en justicia decirse que ésta se halle tenida
en menos , y si á nuestas provincias de Ultramar se vuel-
REVISTA ULTRAMARINA. 1 99
ven los ojos, no se negará que proceden del ejército y la
marina dos terceras partes de su Administración. Asis-
tentes y ordenanzas de nuestros generales es frecuentí-
simo verlos allí empleados , y aun en cargos que exigen
cultura para el trato de las gentes , amén de otras condi-
ciones delicadas que no se improvisan.
¿Quemas? Por ser en todo injusto, exagerado y por
contera importunísimo el bochinche, ocurre en días que
el Gobierno por segunda vez consiente, en honor aun
nuevo Capitán general ultramarino , la conculcación de
un principio fundamental de todas las leyes de emplea-
dos que para aquellos países se han hecho , nombrando
Secretario general del gobierno de Puerto Rico á un
Jefe de Estado Mayor, hecho que por sí solo adulte-
ra, vicia y trastorna en su esencia el organismo polí-
tico de la isla , aunque ese nombramiento haya recaído
en persona tan estimable y capaz como el poeta dra-
mático D. Leopoldo Cano. No es nuevo tal contraprin-
cipio , ni tal ilegalidad es nueva , pues si bien con cir-
custancias atenuantes, cuando fué nombrado para Fi-
lipinas el general Weyler , en 1888, ya obtuvo la secreta-
ría de aquel gobierno general D. Antonio Monroy, per-
sona peritísima, muy práctica en las cosas y negocios del
país, donde ha desempeñado con lucimiento varios car-
gos, entre otros el de gobernador de la importante isla
de Negros ; pero coronel al fin, y oficial del ministerio de
la Guerra , cuando fué nombrado para el cargo más civil
del Archipiélago , después de la dirección de Administra-
ción. Si al menos se suprimiese el jefe de Estado Mayor,
refundiéndose en uno los dos empleos, como antiguamente
estuvieron , la economía para el Estado haría disimulable
la irregularidad en el servicio. Mientras el general Chin-
chilla, con una prudencia y un respeto á la ley de que se
200 LA ESPAÑA MODERNA.
ven pocos ejemplos , elige su secretario entre los Conse-
jeros de Administración de Puerto Rico, justamente en
esta misma Antilla, para nombrar á D. Leopoldo Cano,
se traslada al Consejo de Administración al secretario de
aquel Gobierno superior, D. Fernando Fragoso, funciona-
rio irreemplazable , en verdad, por lo antiguo, benemérito
j competente , que está calificado con el simple recuerdo
de haber sido el único secretario que tuvo el respetable
general Jovellar mientras desempeñó el Gobierno supe-
rior civil de Filipinas.
En vez de los ascensos y mejoras que sus buenos ser-
vicios merecían, el Sr. Fragoso tiene hoy que ceder su
puesto á un oficial de Estado Mayor, que, no por reunir
las excelentes cualidades de D. Leopoldo Cano, deja de
ser nuevo en la administración ultramarina, doble re-
mora para los negocios de Gobernación y Fomento, ahora
y casi siempre los más interesantes de la política colonial;
negocios que en un año lo menos serán inextricables, así
para el nuevo Gobernador superior como para el nuevo
secretario, con harto detrimento del servicio. ¿No es ver-
dad que el espectáculo desconsuela á los amantes del
buen régimen y de los sanos principios en todas las
cosas? Cuando los gobiernos abdican ante clases privile-
giadas en términos de no defender á sus mejores funcio-
narios, á sus hechuras mismas (porque el Sr. Fragoso es
un constitucional de abolengo , nada menos que un ex-
redactor de La Iberia , de la antigua Iberia de Abascal
y Sagasta), merecen verse así escarnecidos y atropella-
dos á su vez en bochinches , donde se les acusa de todo
lo contrario á la verdad de los hechos, á la justicia, y
hasta al sentido común.
Alardean, y con razón, no poco los opositores á la
división de mandos en Ultramar del respetable nombre
REVISTA ULTRAMARINA. 201
del Sr. Cánovas del Castillo , que sería, en efecto, el voto
más autorizado , y para nosotros más decisivo en la ma-
teria , si creyéramos que su actitud obedece al problema
fundamental de que se trata, más bien que al procedi-
miento y conducta observada por el Gobierno con el ge-
neral Daban, que, en efecto, se presta á discusión, y aun
á censuras, donde la inmunidad parlamentaria se ha ex-
tendido á límites inconmensurables. Por dar á la tradición
y al principio autoritario lugar preferente en sus lucu-
braciones, es posible que el Sr. Cánovas olvide el ver-
dadero estado de nuestras Antillas, que acaso no ha
vuelto á estudiar á fondo desde que en 1865 inició aque-
lla información famosa , tan ensalzada por unos como por
otros censurada , que es al menos prueba del buen deseo
y alto espíritu de este verdadero estadista. Cuando fije
su atención en los peligros que hoy se ciernen sobre nues-
tras posesiones de América, principalmente desde la caída
del imperio brasileño , y en los síntomas que por menor
analizamos en nuestra pasada Revista, es seguro que el
Sr. Cánovas, hombre tan de su tiempo y de su clase que
puede aspirar á la gloria de personificarlas en nuestro
país , no será indestructible remora á la división de
mandos , máxime si el espíritu del difunto general Sala-
manca sigue enseñoreado de algunos militares , que, por
lo visto , pretenden tener á sus pies , como aquél al par-
tido constitucional de Cuba, los partidos españoles, el
Parlamento , y hasta el país con todos sus intereses y
conveniencias. Pues aquella gravísima frase no se ha
desmentido , fuerza será reconocer que es verbo de toda
una falange más ó menos autorizada y numerosa , á quien
hay que tomar en cuenta para el desenvolvimiento de la
política en lo por venir, y que era una ilusión creer anu-
lado el caudillaje en España.
202 LA ESPAÑA MODERNA.
Ni cerrará tampoco los ojos el Sr. Cánovas al movi-
miento délas opiniones en América, que puede alejarse
por completo de la idea española, según la frase del se-
ñor Gavidia que consignamos en el número anterior, sino
se ven por nosotros secundadas de una manera fraternal y
discreta. Afortunadamente no existe por ahora ningún
síntoma que justifique las pesimistas apreciaciones del
escritor salvadoreño, antes por lo contrario, cada día nos
parecen las Repúblicas americanas más inclinadas á re-
hacer en los moldes del españolismo los elementos prin-
cipales de su vida moral , como son la historia y la poe-
sía. El simple establecimiento de comunicaciones directas
que se debe á la Compañía Transatlántica , ha produ-
cido entre España y América un desbordamiento tal de
afectos y relaciones, que no lo produce mayor en el or-
den mercantil la apertura de istmo ó la desaparición de
una frontera; y á la emigración trabajadora y fecunda que
nosotros le enviamos , responde América con la visita de
sus más ilustres pensadores , de sus políticos más distin-
guidos, de sus capitalistas más opulentos y bizarros. Este
trato íntimo acabará por fundir en una la idea america-
na con la idea española.
Recientemente ha publicado en El Economista de Ca-
racas un escritor, á quien tuvimos el gusto de conocer y
apreciar en nuestros centros literarios ha pocos años,
un trabajo acerca de El libertador Bolívar , dedicado á
la nueva generación de la República, esperanza de la
patria, que puede servir de justificante á las nuestras,
por lo mismo que se trata de un caudillo que simboliza la
independencia de América, y ha venido por ende simbo-
lizando los odios , los rencores y los intereses creados
por la guerra entre las dos razas. Y, sin embargo, allí el
Sr. D. Evaristo Fombona, que es el escritor á quien nos
REVISTA ULTRAMARINA. 20}
referimos , hace verdadera gala de espíritu español y fra-
ternidad generosa , prueba evidente de que la juventud
caraqueña, á quien dedica su trabajo , ha de recibir esa
fecunda semilla como tierra bien abonada. Ora pintando
con pincel caluroso al general Belgrano , uno de los cau-
dillos de la independencia de Buenos Aires , se place en
consignar de esta manera el más bello episodio de su
vida militar :
«Recuerdo , exclama , un rasgo de este eminente ar-
» gentino , que nos revela la hermosura del alma de Bel-
» grano. El 20 de Febrero de 181 3 derrota á Tristán, ge-
»neral español, en la batalla de Salta. Desde el 25 de
»Ma3^o de 18 10, aurora déla independencia, es presti-
*gioso en su patria el esclarecido D. Manuel Belgrano.
»E1 austero vencedor ordena levantar en aquel campo
»de batalla una gran cruz commemoratoria de aquel
> desastre de famiUa, con esta inscripción :
<i Honor á los vencedores
»Y á los vencidos ».
« i Cuánta gloria para los vencedores argentinos , que
» saben así compartirla con los vencidos españoles ! Estos
» rasgos son geniales de nuestra famiHa. »
Y más adelante, comparando á su héroe Bolívar con
los de otros tiempos , llega casi á olvidar que es ameri-
cano , aun escribiendo de cosas y hechos locales , y es-
tampa estas hermosísimas ideas tras un párrafo lleno de
nombres de la antigüedad clásica:
«Me agrada Carlomagno, que agota su vida en perfec-
» clonarse para el imperio , y mira como un deber princi-
»pal el ser, después de Dios y sus Santos, el guardián y
»el defensor del Imperio. Y sobre todo y sobre todos me
204 LA ESPAÑA MODERNA.
• agrada Isabel la Católica (sic)y que consagra treinta
» años de su santa vida á levantar á España sobre todos
»los pueblos de la tierra.
»Es un milagro la conquista, como es un milagro la in-
» dependencia. La obra de la conquista, dice un sabio
«francés, es una obra de portentos. Si no estuviera tan
» comprobada, la creeríamos mitológica. Enla historia an-
» tigua no hay un portento como la conquista de América
»por los castellanos. La conquista de México, llevada á
» cabo por Hernán Cortés y un puñado de valientes espa-
Ȗoles, dice Prescott , como empresa militar es poco me-
ónos que milagrosa ; demasiado sorprendente é inverosí-
» mil aun para una novela , y sin ejemplo en las páginas
»de la historia. Por eso mientras palpite en el fondo de la
» conciencia humana el sentimiento de justicia, y haya
» virtud en la tierra , vivirá reverenciada en las regiones
»del Nuevo Mundo aquella generación de héroes y de
» mártires que abatió la idolatría y plantó sobre la cum-
»bre de los Andes la cruz de Jerusalén. »
Véase con qué delicada parsimonia trata de la inde-
pendencia al imponerle la lógica una antítesis natural :
«Como ley de los pueblos, llegó, porque debía llegar, la
^emancipación de la América española, y la dirigió, por-
»que debía dirigirla, Bolívar, ungido de Dios. Soninmor-
»tales los campos de Boyacá, de Carabobo y de Junin,
*porque allí pelearon los soldados de Salamanca, de Za-
»ragoza y de Bailen. La grandeza del vencimiento hace
agrande la victoria. Los proceres de la independencia son
»la posteridad de los héroes de la conquista: por eso son
»heróicos, desprendidos, abnegados como los mayores;
»no desmienten la raza. »
Este caluroso ditirambo de Isabel la Católica nos
mueve á emitir en alta voz la idea de que aquella santa
REVISTA ULTRAMARINA. 20 5
mujer sigue velando desde el cielo por las glorias de su
España y de su América , tan ahincadamente como lo
hizo en vida, idea que abrigan todos los pensamientos
españoles y muchos que no lo son , pero que simpatizan
con todas las grandezas verdaderas, tal vez á pesar suyo,
cuando un fanatismo político ó rehgioso no los embarga.
Bajo la gloriosa advocación de Isabel I de Castilla, aca-
ba de establecerse en los Estados Unidos una sociedad
de señoras principales, que se proponen la imitación de
sus virtudes y la extensión de su gloria , comenzando por
erigirle un monumento colosal. En la República de San
Salvador propone un poeta al mismo tiempo mucho más:
propone que se la canonice.
«Os piden que amparéis al Nuevo Mundo,
Pues sois sus protectores naturales ,
Santa Isabel primera , Reina heroica ,
San Cristóbal Colón , profeta y mártir. »
Esta poesía de D. Juan J. Cañas merece párrafo apar-
te, comosíntoma del tiempo. Se concibe perfectamente la
tendencia místico-materialista en que están inspiradas las
últimas obras del conde Rosselly de Lorgues , que, al
pretender la canonización del descubridor del Nuevo
Mundo, explota sentimientos é ideas universales, que
hoy pueden llamarse cosmopoHtas : la subordinación de
todos los intereses al mercantil y utilitario. De aquí
que adultere el Conde y vicie la historia del Almirante
suponiéndole varón perfecto , digno de la veneración
de los cristianos, con mengua de la verdad y de la
propia fama de historiador que tenía ganada , pues pro-
cede sin rectitud, al revés de lo que hacían los Livios y
Plutarcos, que en un César, por ejemplo, no disimulaban
la ambición desapoderada y sin escrúpulos, ni en un Ale-
206 LA ESPAÑA MODERNA.
jandro lo colérico y supersticioso, por ser la única misión
que se proponían aquellos escritores presentar á la hu-
manidad ejemplos y modelos dignos de ser imitados, antes
que satisfacer sus pasajeros intereses y preocupaciones.
No procede así el postulante laico de la beatificación
colombina : principalmente en su Histoire posthume de
Christophe Colomb, impresa en París en 1885, entre infini-
tos errores y falsificaciones , que con su acostumbrada
sagacidad observó ya nuestro amigo D. Cesáreo Fernán-
dez Duro en su informe académico , titulado Colón y la
historia postuma , impreso en Madrid por Tello en el
mismo año , volumen no menos interesante que sustan-
cioso , Doña Isabel la Católica aparece como figura se-
cundaria , puesta en la penumbra y dominada por Don
Fernando , para que se destaquen otras figuras de menor
relieve y menos simpáticas, que con sus debilidades y aun
defectos encubran los del gran navegador , que resulte
así digno de los altares á la postre. En honor á la humani-
dad, estamos viendo que se le tienden en vano estos lazos
pueriles , pues cada día aparece Doña Isabel tanto ó más
alta que Colón en grandeza material, y en prendas mora-
les tan superior y prominente, que puede llamarse única
en el gran cuadro del descubrimiento de América.
Por abarcarlo hasta en sus menores detalles y hasta
en su génesis histórico , peca el poemita del Sr. Ca-
ñas , que resulta prosaico y enciclopédico , si bien justi-
fica su título de La nación más grande y lo que obliga
también al autor á rendir tributo á ideas y frases de
moda, que no caben en la poesía y deslucen su trabajo.
Llamar á Colón monomaniaco no puede hacerse en ver-
dad , sin notas y comentarios médico-alienistas á lo Ez-
querdo, como sublimar las tres carabelas de Palos de Mo-
guer calificándolas ^^ filón de portentos repleto de riquí-
REVISTA ULTRAMARINA. 2O7
simos metales , y otros rasgos por el estilo , enfría no
poco el entusiasmo que produce el espíritu y la tenden-
cia déla obra. Atendiendo á estos principalmente, pláce-
nos copiar aquí algunas estrofas, que también causarán
hondo placer á los lectores españoles :
« Santos son del progreso y de la ciencia
Del Nuevo Mundo , santos tutelares
Que de la negra noche en que yacía ,
Llenos de fe volaron á sacarle.
La gratitud universal debiera
Erigirles suntuosas catedrales,
En lugar de mezquinos monumentos
Y profanar su nombre al darlo á calles.
Pero siempre tendrán ferviente culto
Al venerarse más que en los altares ,
En cada corazón americano
Cada uno de los dos , su augusta imagen».
Cuando de Doña Isabel y Colón, pasa á ocuparse en
España, dice:
«Siga en tanto la luz de la memoria
Alumbrando la marcha del gigante ,
A quien debe aplicarse el non plus ultra
Que ostenta su moneda en los pilares.
Sólo donde la luz no ha penetrado
Y do temen llegar los huracanes
No ha puesto esa nación su inmenso sello ;
¿Y otra antes que ella lo pondrá? ¿Quién sabe?
Se despobló á sí misma por dotarlas
De invencibles y férreos capitanes ,
Como aquél que incendió sus propios barcos
Y miles de héroes más, cuyas hazañas
Reclaman una Iliada que las cante....»
208 LA ESPAÑA MODERNA.
Aquí acusa á los poetas en términos antipoéticos,
porque
« Desdeñan empuñar la épica trompa ,
Cual lo hacen Campoamor y Núñez de Arce».
Tan ardentísimas defensas de nuestro espíritu histó-
rico le arrebatan hasta poner en verso este argumento
de café (y poderosísimo no obstante) :
«¿Quién le reprocha que en aquellos tiempos
Hiciera de su fuerza tanto alarde ,
Si feroces los pueblos se destrozan
Por estéril islote en los actuales?»
Fustiga por su pasado á las naciones europeas en pá-
rrafos más dignos de un trabajo histórico que de una
composición poética :
«De Europa absortas las demás naciones,
A tal altura viéndola elevarse,
Determinan seguir de sus navfos
Tras la estela espumosa y fulgurante.
Pero, en vez de seguir los derroteros
Que les trazaba España infatigable,
Donde muy bien satisfacer pudieran
De su ambición y su codicia el hambre,
Se lanzan llenas de rastrera envidia ,
Y á guisa de asesinos miserables,
Lo que la noble España ha conquistado
Impotentes queriendo arrebatarle.
Luego infestan de América las costas
Crueles filibusteros en falanges.
En tanto recibía el Nuevo Mundo
La melodiosa lengua de Cervantes,
La Religión y leyes de Castilla ,
Sus hidalgas costumbres y carácter».
REVISTA ULTRAMARINA. 2O9
La conclusión es uno de los mejores rasgos del señor
Cañas :
«La humanidad debiera agradecida
De España sólo al nombre arrodillarse».
Algo nos ha apartado el recuerdo de Isabel la Cató-
lica, por ser tan simpático y comprensivo , de otros docu-
mentos que, por relacionarse con el gran revolucionario
á quien llama su libertador la América , muestran bien
á las claras la profunda evolución que están haciendo
allí las opiniones. Los que recuerden el tono con que sus
primeros poetas han cantado á Bolívar y á los héroes y
batallas de su guerra de la Independencia, apenas conce-
birán tan estupendo cambio. Casi es placentero ya traer
á la memoria los insultos de que están empedradas la
Alocución á la poesía, la Oda á la agricultura de la
2ona tórrida y las obras de la primera juventud del in-
signe venezolano Bello, no menores que los de Olmedo
y Heredia, insultos sobrepujados por sus discípulos é
imitadores.
(( A manos
De tus viles satélites, Morillo.... ,
Pero, ¿cuál es de tu crueldad el fruto?
¿A Colombia otra vez Fernando oprime?
¿México á su Visir postrada adora?
¿El antiguo tributo
De un hemisferio esclavo á España llevas?
¿Puebla la Inquisición sus calabozos
De americanos, ó españolas Cortes,
Dan á la servidumbre formas nuevas?
¿De la sustancia de cien pueblos, graves,
La avara Cádiz ve volver sus naves? '
( I ) Es curioso observar que D. Andrés Bello , tan atildado hablista y
tan erudito lexicógrafo , padeció faltas verdaderamente enormes en esta
210 LA ESPAÑA MODERNA,
Asaz de nuestros padres malhadados
Expiamos la bárbara conquista....
No largo tiempo usurpará el imperio
Del sol la hispana gente advenediza ,
Ni al ver su trono en tanto vituperio
De Manco Capac gemirán los manes.
Saciadas duermen ya de sangre ibera
Las sombras de Atahualpa y Motezuma».
Véase ahora cómo el Sr. D. Quintiliano Sánchez, uno
de los hombres más perspicuos del Ecuador , canta los
mismos asuntos en Sueño y realidad , canto á Bolívar,
impreso en Quito :
« Vencida estás , España ;
Muerto el prístino brío ,
materia, y por la más liviana de las razones ciertamente, que es la fuerza
del consonante, la menos admisible entre los verdaderos poetas. Que él
mejor que nadie las conocía , y acaso por negligencia las dejaba pasar,
es en mi concepto muy verosímil. Aquí, por ejemplo, \2,% gravea naves,
suenan mal, impropia y antipoéticamente calificadas. Años adelante el
maestro reprendía severamente un defecto igual, olvidándose de que él
mismo lo había cometido, en la mala y pobre sátira El cóndor y el poeta,
que hizo en 1848, contra la magnífica poesía de Mitre Al cóndor de Chile,
poniendo en boca del poeta la siguiente estrofa :
«Despacha, pues, arranca, desarrolla
El raudo vuelo , tiende el ala grave ,
Como la parda vela de la nave....»
Á lo cual le contesta Bello por boca de El cóndor:
«Ya te obedezco , y tiendo, como mandas.
El ala, aunque eso de tenerla un ave
No ligera, ni leve, smo grave ,
Para tanto volar , no es lo mejor. »
Quizá su anti-españolismo le hizo olvidar los buenos modelos del
habla castellana , que él conocía tan bien. Herrera, por ejemplo, en su
Canción á la batalla de Lepanto , dice :
« Sobre torres y muros y las naves
De Tiro , que á los tuyos fueron graves.»
REVISTA ULTRAMARINA. 211
Tu largo poderío
Bolívar destruyó ; pero la saña
No alienta ya los colombianos pechos.
Admiradores de tus grandes hechos ,
Tu religión y lengua
Eternas nos serán. »
Y más significativo aún otro poeta que á la memoria
de Bolívar en su primer Centenario imprimió Dos cantos
á la raBa latina, uno propio y otro ajeno. Éste último es
el conocido de Olegario Andrade , poeta típico entre los
americanos por sus grandes defectos y rica fantasía, can-
to que obtuvo el primer premio en los Juegos florales de
Buenos Aires, con el título de Atlántida: canto al porve-
nir de la rasa latina , donde abundan los improperios y
las injusticias con España, aunque no ya por su con-
ducta histórica tanto como por su fanatismo religioso
(hermanos gemelos, que no puede separar la más absur-
da filosofía). Andrade la acusa de haber dejado caer so-
bre su espíritu
«La sombra enervadora del Papado»,
y haber estado acurrucada
« Al pie de los altares ,
Calentando su espíritu aterido
En la hoguera infernal de Torquemada » ,
y otras vulgaridades semejantes.
Por haber prescindido el poeta del Ecuador al tran-
zar el cuadro del porvenir de América, y quizá, aun-
que no lo exprese, por protestar también de sus ideas
políticas y religiosas, otro poeta, que, en nuestro con-
cepto, aventaja á Andrade, el señor D. Luis Cordero,
212 LA ESPAÑA MODERNA.
con el título de Aplausos y quejas, imprimió el cuaderno
á que nos hemos referido: Dos cantos á la rasa latina.
De tan vigorosa y noble protesta copiamos por abreviar
esto solamente :
«Perdón, ¡oh madre amada! ,
Perdón si un día tus audaces hijos
Libertad te pedimos con la espada ;
Tú la sangre nos diste de Pelayo ,
Tú la férvida sed de independencia ,
Castellano el arrojo ,
Castellana la indómita violencia
Fueron con que esgrimió tajante acero
El que probó en la lid ser tu heredero.
Si para siempre roto
Cayó el antiguo lazo en la jornada,
Ese lazo no fué , madre adorada ,
El del filial amor, vínculo tierno
Que ha de ligarle á ti con nudo eterno.
Mientras tu dulce sonoroso idioma,
Raudal inagotable de armonía,
Su ritmo musical preste á los bardos
Que en la floresta umbría
Del Ande entonan cantilena indiana,
No morirá tu amor, y tuyo el lustre
Será , si en el concento ,
Entre las galas del primor latino
Luce el hispano varonil acento».
Y aun de obras más graves y trascendentales que
las poesías pudiéramos sacar hartos testimonios , pues
principalmente en la historia está el espíritu español re-
cobrando su eclipsado imperio. Faltos ya de espacio, exa-
minaremos otro día las más fundamentales que han Me-
gado á muestras manos, sin perjuicio de advertir, en
conclusión, como corolario de nuestra tesis patriótica,
que nos cumpie secundar la idea española en América,
REVISTA ULTRAMARINA. 21 3
dándole cultivo en Cuba y Puerto Rico , para evitar que
esos mismos apóstoles del españolismo renaciente ayu-
den á la realización de esta profecía de Cordero , en la
misma obra que hemos citado :
«Las que en medio del Ponto gimen solas
Y el furibundo embate
Sufren del despotismo y de las olas ,
Cual débiles barquillas
Dispersas en la mar , formarán libres
La poderosa Unión de las Antillas».
V. Barrantes,
REVISTA LITERARIA
Realidad, novela en cinco jornadas , por D. Benito Pérez Galdós.
II.
PERO hay más. Aun dando por bueno que sea com-
pletamente serio y permita conservar la ilusión de
la realidad ese convencionalismo de oir pensar y
sentir á los personajes, nace otra dificultad aún mayor
de la índole misma de esos discursos.
Los soliloquios de Augusta, de Tomás, de Federico,
traspasan los límites en que el arte dramático más libre y
atrevido, más convencional, en beneficio de la transparen-
cia espiritual de los personajes, tiene que encerrar sus
monólogos. En el monólogo hay siempre el lirismo de
lo que se dice á sí propio el personaje.... para que lo oiga
el público , para que se entere éste de cómo aquél va pen-
sando, sintiendo y queriendo. En el soliloquio de Reali-
dad.... hay mucho más que esto en el fondo, y la forma no
es adecuada, pues siempre se ofrece también con esa apa-
riencia retórica, para que el púbhco se entere. A veces
el autor llega á poner en boca de sus personajes la expre-
sión literaria, clara, perfectamente lógica y ordenada en
2l6 LA ESPAÑA MODERNA.
SUS nociones, juicios y raciocinios de lo que, en rigor, en
su inteligencia aparece oscuro, confuso, vago, hasta en los
límites de lo inconsciente ; de otro modo , el novelista hace
hablar á sus criaturas de lo que ellas mismas no obser-
van en sí, á lo menos distintamente, de lo que observa el
escritor, que es en la novela como reflejo completo de la
realidad ideada. A la novela moderna, llamando moderna
ya á la novela de Stendhal, sobre todo en sus progresos
formales de estas últimas décadas, se debe esa especie de
sexto sentido abierto al arte literario, gracias á la intros-
pección del novelista en el alma toda, no sólo en la con-
ciencia de su personaje. Mediante este estudio interior en
que el artista no se coloca en lugar déla figura humana su-
puesta , ni recurre al aspecto lírico de la psicología de la
misma , sino que toma una perspectiva ideal que le con-
siente verlo todo sin desproporción causada por las dis-
tancias; mediante este estudio parcial, íntimo (pero inde-
pendiente del subjetivismo propio del personaje), ha po-
dido alcanzar la sonda poética de algunos novelistas
contemporáneos honduras á que , valga la verdad , no ha-
bía llegado la psicología artística de ningún tiempo. Una
délas causas de la superioridad que, en cierto respecto,
hoy tiene la novela sobre los demás géneros, consiste
en esta facultad de anatomía espiritual , que es, repito,
cosa diferente del lirismo , y que en el drama es imposible.
Tolstoi, y ya G.ogol, han hecho grandes esfuerzos de
ingenio , con buen éxito , en esta materia , pero con menos
arte que Zola, cuyo Assommoir ofrece en tal particular
una novedad completa , una sorpresa para todo lector
atento. Porque Zola no será psicólogo en cuanto al fun-
damento de los fenómenos anímicos que observa y pinta,
pero sí lo es de hecho; y hay una confusión, en que yo he
visto caer á los más reflexivos críticos , al empeñarse en
REVISTA LITERARIA. 21 7
encerrar en ^\xy?í fisiología el estudio humano artístico
en las obras de Zola. Diga él mismo lo que quiera, por
sus preocupaciones sistemáticas y sus pretensiones de
científico, psicología hay en sus personajes, y por lo
que se refiere al modo de penetrar en ella, que es lo que
aquí importa, pocos como él, tal vez nadie, tal vez ni el
mismo Flaubert , saben cómo se escudriña en lo más ín-
timo del hombre figurado, cómo se refleja en la narración
imparcial del autor el estilo del sentir , del pensar , del
querer de un alma imaginada. Pero lo que hace Zola , esto
que hace también el mismo Galdós en muchas novelas
de su colección de Las contemporáneas y no es posible
conseguirlo, ni se debe intentar, en obras de aspecto dra-
mático. Lo que el autor puede ir viendo en las entrañas
de un personaje es más y de mucho mayor significación,
que lo que el personaje mismo puede ver dentro de sí y
decirse á sí propio. Un ejemplo acaso aclare mi idea. Si
un médico alienista pudiera ver por dentro el pensa-
miento del enfermo , y lo que siente y lo que quiere , saca-
ría mucho más provecho para su estudio que de la
observación puramente exterior , aun suponiendo que el
enfermo muestre, mediante el lenguaje y otros signos,
todo lo que él de sí mismo sabe. Pues bien: en los solilo-
quios de Realidad el lector sólo ve de las figuras que
hablan por sí lo que á ellas se les antoja que son, y en la
introspección de la novela, según Zola, y según el mismo
Galdós, otras veces, el lector ve mucho más, ve lo que
piensan, sienten y quieren los personajes, tal como ello
es , no tal como ellos se lo figuran.
Añádase á esto la falsedad formal que resulta de la
necesidad imprescindible de hacer á los que han de pen-
sar ante el público, pero pensar hablando, expresar con
toda claridad, retóricamente, sus más recónditas apren-
2l8 LA ESPAÑA MODERNA.
siones de ideas y sentimientos ; de la necesidad de tra-
ducir en discursos bien compuestos lo más indeciso del
alma, lo más inefable á veces. Si fuera cierta la doctrina
vulgar de que pensar es hablar para sí mismo, sería
menos violenta la forma dramática aplicada á tal asunto;
pero bien sabemos ya todos , y un ilustre psicólogo con-
sagró hace años en el Journal des Savants un estudio
curioso y profundo á la materia, que pensamos muchas
veces y en muchas cosas sin hablar interiormente , y otras
veces hablándonos con tales elipsis y con tal hipérbaton,
que traducido en palabras exteriores este lenguaje sería
ininteligible para los demás. De donde se saca que todo
lo que sea usar de un convencionalismo innecesario para
la novela , tomado del drama , que en ciertas honduras
psicológicas no puede meterse, es falsear los caracteres
por culpa de la forma. Esto sucede en la Realidad de
Galdós ; y he insistido en este punto mucho , por lo mismo
que creo que sólo á esta especie de capricho del autor,
tocante á la forma de su libro , se debe la falta de verosi-
miHtud que algunos han de achacar á los caracteres por
sí mismos.
No ; hecha la salvedad que tantos renglones ocupa
más arriba , bien se puede afirmar que Federico Viera
es una de las figuras más seriamente ideadas y expresa-
das con más acierto (fuera de lo apuntado) entre las mu-
chas á que ha dado vida el ingenio de Pérez Galdós.
III
Ha dicho bien un crítico : el arte cada día será más
complejo; la falsa sencillez á que aspiran, como á irra-
cional y deletérea reacción , los perezosos y los impo-
REVISTA LITERARIA. 219
tentes, no será más que uno de tantos tópicos, como
inventa el ingenio secundario , que es el que siempre se
opone á la corriente poderosa que señala la dirección del
progreso. Las metáforas solares que, como ya notaba
Mad. Stael, en Homero son nuevas y de gran efecto, no
pueden rejuvenecerse ; aunque algunos bárbaros moder-
nos aspiran á cegar la memoria de la civilización abrien-
do un abismo de ignorancia entre las nuevas generacio-
nes y la tradición literaria, tal vez, como apunta Lemaitre,
para darse la satisfacción de inventar bellezas muy
antiguas , descubrir Mediterráneos poéticos , los demás
no pasamos por tal pretensión ; sabemos el momento en
que vivimos , lo que atrás queda , y no consentimos que
se nos dé por nuevo , fresco y palingenésico lo que hasta
la saciedad hemos visto y saboreado en las obras de épo-
cas anteriores. Nada más cómodo que no leer á los de-
más , especialmente á los antiguos , y después renegar de
decadentismos y complicaciones y alambicamientos, y
poner remedio á la sutileza ^^/"<?rm2>a de las letras contem-
poráneas con la sencillez paradisíaca, conlet sa7tcta sim-
plicitas, con la candidez y naiveté idílicas que cada cual
ha podido saborear en la poesía de otros tiempos , en que
todo eso era natural fruto de la estación, espontáneo pro-
ducto de la historia. Aquel pedazo de muralla que Flaubert
admiraba singularmente en el Partenón, como un modelo
de sencillez hermosa , se convierte en muchos autores
simplicistas del día en mampostería trabajada por kiló-
metros á destajo. No se nos quiera hacer adorar, por la
sencillez del muro del Partenón , todas las obras de fá-
brica de la modernísima sencillez de cal y canto.
No; hoy es más natural, más sencillo, admitir el
mundo tal como está, verlo tal como es ; y fuera de casos
contados , de excepcionales situaciones y de arranques
220 LA ESPAÑA MODERNA.
rarísimos del genio , que no han de ser buscados , porque
entonces no parecerán , lo regular será estudiar la vida
actual tan compleja como es, sin rehuir sus dificultades,
sutilezas y complicaciones.
Federico Viera no es sencillo ; es de los caracteres
que algunos simplicistas llaman con desdén compues-
tos ('), porque no son de la prendería realista ó idealista,
y porque no está toda la máquina que los mueve al alcan-
ce de la primer lectora sentimental y sencilla , de esas
cuya opinión halaga á ciertos autores , i que después se
burlan de Ohnet !
Federico tiene el alma y la vida llenas de contradic-
ciones, y es aquél espíritu como una de esas asambleas
que tiene que disolver la autoridad , porque sus miem-
bros no se entienden , se amenazan , se atropellan y son
incapaces de adoptar un acuerdo , y por la deliberación
sólo llegan al tumulto. Instintos buenos y malos delibe-
ran, luchan en el alma de Viera, y la voluntad traída y
llevada por tantas opiniones , por tantas fuerzas contra-
rias, termina lógicamente por negarse á sí propia ; puesto
que no sabe querer nada , acaba por querer la muerte.
Federico se mata, porque en el arte de la vida su torpeza
para ser bueno y su torpeza para ser malo le ha llevado
á profesar la religión del honor en el ambiente de la des-
honra ; se ha dejado arrastrar por el hábito al vicio ; las
costumbres, todo lo material, sensible y tangible, lo que
para muchos representa toda, la única realidad, le iban
sumiendo en la vida desordenada ; dehia ser uno de tan-
tos perdidos que comercian con todo , con el amor inclu-
sive; debía admitir la salvación de sus intereses , es de-
( 1 ) Véase como modelo de los absurdos críticos á que lleva la teoría
que combato, el desprecio con que un señor G. A. C. trata á Zola con mo-
tivo de la Bete bumaine, en el número de i6 de Marzo de la Nueva\Anto-
logia, de Roma.
REVISTA LITERARIA. 221
cir , el pan de cada día , de manos del marido de su que-
rida ; á esto le llevaba la lógica de su vida exterior; de
aquella á que se había dejado arrastrar por la co-
rriente...., y, ¡quién lo dijera!, en este camino de flores se
atraviesa una cosa tan sutil , tan aérea como el punto de
honor.
Él , — un calavera que de tantos modos se ha degra-
dado , va á tropezar con escrúpulos morales de los que
dilucidan los galanes de Calderón, ó los catedráticos de
ética casuística ; como una tisis heredada , Viera encuen-
tra dentro de sí una caverna moral, unos microbios
psicológicos, y dentro de lo psicológico de lo más sutil, es-
crúpulos de ética, cosillas del ifnperativo categórico , de
que tan graciosamente se burlan algunos ; y parece nada,
pero aquella inflamación, aquel principio disolvente de
los tejidos del egoísmo, trabaja, trabaja, y llega á hacer
imposible la vida del perdis, que tuvo la desgracia de
heredar también, aunque mediante atavismo, porque su
padre es un malvado en absoluto , de heredar la honrilla
castellana de sus antepasados , que en tal ó cuál ramo de
la vergüenza eran intransigentes.
Cuanto más se medita sobre el carácter de Viera,
más belleza se encuentra en esta figura que Galdós in-
ventó, componiéndola, sí, pero con elementos verosími-
les, con datos de observación y sin salir de las normales
combinaciones de que resulta un espíritu , no por com-
plicado menos real.
Hasta en el amor es Federico una antítesis de esos
héroes sencillos que algunos quieren resucitar. — ¡El
amor en la novela! ¡Qué poco ha trabajado el realismo
todavía en el amor ! j Cuánto se deja en este asunto ca-
pitalísimo al convencionalismo tradicional y á los hábitos
románticos! Muchos realistas han creído volver á la
222 LA ESPAÑA MODERNA.
verdad erótica exaltando el elemento material de esta
pasión, dando más importancia á los instintos groseros.
Pero era esto poco , y por otro camino había que buscar
la verdad y la sinceridad. Cuando una niña, la Maupe-
rin , dice en una novela de los Goncourt que los libros
están llenos de amor , y que ella no ve que pase lo mismo
en el mundo , expresa , además de una frase caracterís-
tica de su inocencia , una regla que debería servir á
los inventores de historia hipotética, á los artistas que
imitan las relaciones de la sociedad. Un escritor ruso de
los de segundo orden, una de cuyas obras dramáticas
acaba de ser traducida en París , tiene por distintivo esta
misma observación, aunque exagerándola : según él, no
importa, no influye tanto el amor en el mundo, como dice
el arte. (Entiéndase que se trata del amor sexual más
ó menos fino ; el amor caritativo influye mucho menos
todavía.) Pues bien : Federico Viera no es sencillo en
amor...., porque no es un amante absoluto, un esclavo de
la pasión. Empieza por tener el amor partido. En casa
de la Peri está la dulce y tranquila intimidad , la paz del
alma en el afecto ; en casa de Augusta , la violencia , el
fuego , la ilusión , el incentivo plástico , la atracción co-
rrosiva de la fantasía, del arte, délas elegancias. Pero el
amor grande , el amor déspota , no está ni acá ni allá. De
ser un Quijote Viera...., ¡parece mentira!, tendría por
Dulcinea la moralidad. Á lo menos, por ella muere.
Y hay que tener presente que Galdós ha llegado á es-
tas sutilezas sin recurrir á un héroe filosófico, á un
disciptdo como el de Bourget ; Viera no es de esos hom-
bres que pasan la vida en perpetuo examen de concien-
cia; no busca como un Amiel, el tormento interior, la
angustia psicológica , como dilettante del desengaño ;
es un distraído , un hombre de mundo vulgar en muchas
REVISTA LITERARIA. 22J
cosas; pero es la naturaleza moral naturans; es una
energía ética luchando con adversidades , defendiéndose
con instintos y con tesoros de herencia.... Si aquí la crí-
tica de actualidad se consagrara á estudiar de veras las
obras de los poquísimos hombres de talento , dignos de
su tiempo , que tiene nuestra literatura , en vez de repar-
tir la atención entre las nulidades que sdihenfaire Var-
ticle, y las medianías que poseen la misma habilidad,
á estas horas el Federico Viera de Galdós hubiera sido
objeto de examen por muchos conceptos, como lo son en
Francia , en Inglaterra , en Italia , en todas partes donde
hay verdadera vida literaria, las figuras que van inven-
tando los maestros del arte. Aquí, casi casi hay que pe-
dir perdón por haber dedicado tantas palabras á un solo
personaje de una novela.
Tomás Orozco merecería un estudio no menos dete-
nido: en él los defectos formales de que tanto hablé más
arriba , producen mayores estragos , hasta el punto de
que á veces parece que el autor se burla de la bondad de
su héroe y le convierte en caricatura; pero Orozco es tam-
bién tipo grande, y á pesar de la aparente sencillez de
su bondad de una ^zV^-a^ es complicado. ¡Y qué compH-
cación la suya ! Á ella alude Augusta cuando duda si su
marido es santo nada más, ó es un santo con manías.
Debajo de esto hay problemas que no se resuelven ni
con renegar de la psico-física moderna, en nombre de
los eternos principios de lo bello, lo bueno y lo verdade-
ro.... ni tampoco con copiar las ideas más ó menos origi-
nales y meditadas de un Lombroso , y llamar loco á Scho-
penhauer, y creer que el doctor Escuder, de Madrid, por
ejemplo, sabe, efectivamente, en qué consiste el alma.
Clarín.
ÍNDICE
Faginas.
SECCIÓN EXTRANJERA.
Recuerdos de mi infancia, por el Conde León Tolstoi 5
El chiquillo espía (cuento) , por Alfonso Daudet 23
Memento vivere (cuento), por Teodoro de Banville 33
Gustavo Doré, por Emilio Zola 41
Flores impuras ( traducción de Francisco Coppée ) , por Teodoro
Llórente , 53
SECCIÓN HISPANO-ULTRAMARINA.
La democracia en Europa y América, por A. Cánovas del Castillo. . . 55
De la literatura mallorquina en i88g , por Miguel S. Oliver 65
El moderno Anticristo (Ernesto Renán), por Fray Zacarías Martínez,
Agustiniano 79
La literatura de la Sociología, por Adolfo Posada loi
¿Por qué está descontento el ejército? , por Jenaro Alas. . 125
Cartas al Sr. D. Juan Valera sobre asuntos americanos , por Rafael
M. Merchán , 139
Poética, por Campoamor 161
Instituciones gremiales , Consideraciones sobre el libro de este título,
publicado por D. Luis Tramoyeres Blasco, porj. Casan Alegre.. 177
Revista ultramarina , por V. Barrantes I95
Revista literaria, por Clarín 215
AJÑO n. NÚM. XVII.
LA
ESPAÑA MODERNA
(REVISTA IBERO-AMERICANA)
Director propietario : J. LÁZARO
MAYO-1890
MADRID
IMPRENTA DE ANTONIO PÉREZ DUBRULL
Flor Baja, 22
1890
Para la reproducción de los artículos
comprendidos en el presente tomo, es in-
dispensable el permiso del Director pro-
pietario de La España Moderna.
Sección Extranjera.
GUILLERMO DE HUMBOLDT
Y CARLOTA DIEDE.
NO hay en Alemania quien no conozca una obra
postuma de Guillermo de Humboldt , intitulada :
Cartas á una amiga. Publicadas por vez primera
en 1847,— doce años después del fallecimiento de aquel
grande hombre, en cuya honra se ha levantado un monu-
mento enfrente de la Universidad de Berlín , — esas cartas
produjeron efecto extraordinario ; desde entonces se han
repetido incesantemente las ediciones , y el libro se halla
en todas las bibliotecas. Es el único de Guillermo de Hum-
boldt (hermano mayor de Alejandro, el ilustre natura-
lista) que logró cierta popularidad. Si Guillermo de Hum-
boldt no hubiera tenido una amiga, habría faltado algo á
su gloria ; no hubiera sido leído por las señoras.
Sabíamos todos que Humboldt había sido hombre de
Estado, diplomático, que había representado muchas
veces á Prusia en cortes extranjeras, que había firmado
con el príncipe de Hardemberg el tratado de París, y
que, sin haber llegado nunca á desempeñar los primeros
papeles , habíase distinguido en el Congreso de Viena por
el vigor y la claridad de su entendimiento, por su habilidad
LA ESPAÑA MODERNA,
en las discusiones , por la seriedad de su cortesía , sazonada
con una frialdad irónica y penetrante. Sabíamos todos, asi-
mismo, que ese diplomático,despuésde haber abandonado
los negocios , había consagrado á la ciencia el resto de su
vida ; que , filólogo excelente , había renovado la lingüís-
tica con sus investigaciones sobre el idioma basco, sus
cartas acerca del carácter de la lengua china , y su intro-
ducción al estudio del kawi, y que sus libros , escritos en
lenguaje abstracto y un tanto intrincado á las veces , eran
almacenes de ideas , en los cuales los sabios de todos los
países habían bebido á su gusto , y beberán por mucho
tiempo todavía,
En lo que á su vida privada respecta , no ignoraba
nadie que Humboldt, en su juventud, había sentido la
comezón de todas las curiosidades , y que no habían sido
las mujeres las que menos habían picado esa curiosidad.
La famosa Rachel había dicho de Humboldt : «Admiraría
yo más la libertad de su ingenio , si tuviese menos liber-
tad en sus [principios » .
Varnhagen habíale definido : « Un perfecto pagano en
toda la extensión de la palabra». Pero los paganos son
muchas veces muy buenos maridos. Humboldt se había
casado en 1791 con la señorita Carolina de Dacheroden,
persona muy simpática y muy linda, á quien tuvo el gusto
de enseñar el griego , y que leía con su marido á Homero
y á Herodoto. Vivieron siempre en la mejor armonía ; se
hablaba de aquel matrimonio como de un modelo de ca-
riño conyugal, de concordia, de consideración mutua y
recíproco respeto, hasta punto tal, que, aun queriéndose
muchísimo , había muchas cosas que no se decían el uno
al otro. «Podría yo experimentar disgustos graves y
gustar grandes alegrías sin sentir la necesidad de dar
participación en unos ni en otros á las personas que más
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE.
quiero ; así me sucede con mi mujer y con mis hijos. Sue-
len no saber ni una palabra de muchos asuntos que me
interesan, y mi mujer opina en esto lo mismo que yo; de
modo que , cuando por casualidad sabe algún incidente
que yo no le había confiado , no le pasa por las mientes
asombrarse. La confianza es una necesidad del amor y
de la amistad ; pero las almas grandes gustan poco de las
confidencias. » Continuaba diciendo que había sido siem-
pre muy reservado , y que aun en los tiempos en que
más había vivido en la sociedad, había practicado el arte
de permanecer solitario, y que, por muy dichoso que
fuese con los suyos, si estaba solo, nada echaba de menos.
Cuando aparecieron las famosas Cartas, los que habían
tratado con intimidad á Humboldt, y que se preciaban de
conocer bien el carácter de éste y su temperamento y
las condiciones de su alma , quedaron sorprendidos al
saber que había tenido una amiga , con la que había es-
tado en continua correspondencia durante veinte años y
hasta su muerte. Pero los aficionados al escándalo que-
daron chasqueados.
Esta amiga se nombraba Carlota Diede , y Humboldt
le manifestó más de una vez que era muy de su gusto
aquel nombre , y que experimentaba particular contenta-
miento cuando le pronunciaba ó le escribía ; complacíase
también el diplomático en repetir á su amiga Carlota que
le inspiraba interés vivísimo ; pero nada había en todo
esto que al amor se pareciese.
Toda esta correspondencia está escrita con estilo gra-
ve, sentencioso, si puede decirse así, de color de hoja
seca, que evoca el recuerdo délas cartas de Séneca á
Lucillo. La amiga era persona muy melancóHca, y que,
en verdad, tenía motivos sobrados para serlo. Humboldt
procuraba consolarla; enseñándole cómo es menester
LA ESPAÑA MODERNA.
conducirse para dulcificar los sinsabores , para llevar con
facilidad el pesado fardo de la existencia. Las ciento cin-
cuenta cartas publicadas contienen un tratado completo
de filosofía de la dicha , y se buscaría inútilmente en ellas
una sola palabra que pueda comprometer la buena me-
moria del filósofo. Interesan, instruyen, edifican á veces;
la señora de Humboldt hubiera podido leerlas todas sin
hallar cosa alguna que la escandalizase ó alarmara.
- A más de esto , en el transcurso de veinte años que
duró esa correspondencia , solamente se vieron la amiga
y el amigo dos veces: un día en Francfort, en el año 1817;
después en Cassel, en 1828. Carlota contaba, á la sazón,
cincuenta y nueve años; Humboldt tenía sesenta y uno.
La carta en que éste anuncia su visita, no es, por cierto,
carta de enamorado ; muy tranquilo tenía el pulso cuando
escribió: «Me considero dichoso, mi querida Carlota, al
decir á V. que hemos variado nuestro itinerario , y que
pasaremos por Cassel. Me alegra mucho la idea de ver
á V. , aunque solamente sea por una ó dos horas. Si llego
temprano, iré á casa de V. en la tarde de aquel mismo
día ; si llego muy tarde , nos veremos al día siguiente , y,
caso de permanecer allí un día más, haré á V. dos visi-
tas». Al cabo solamente pudo hacer una: «Si V. hubiese
vivido más cerca, habría yo pasado aún media hora más
en su compañía; pero era imposible. Estoy contentísimo
de haber visto á V. en su casa, de la que guardo y guar-
daré siempre agradabilísimo recuerdo » .
Sentimientos son estos que puede uno confesar en pre-
sencia de todo el mundo, y, no obstante, Humboldt se
habría considerado perdido si sus parientes, sus amigos,
su secretario , hubieran sabido algo de su intriga , tan
filosófica y tan inocente. A nadie absolutamente dijo nun-
ca una palabra de esto. Para desorientar más completa-
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE.
mente á sus allegados, llevó el abuso de las precauciones
hasta hacer que un maestro de escuela de aquellas cer-
canías escribiese de una sola vez la dirección de sus car-
tas á Carlota. Provisto de algunos centenares de sobres,
juzgábase seguro contra las indiscreciones del correo.
Hay personas que tienen el furor del misterio , y para
quienes la suprema felicidad es tener que ocultar alguna
cosa.
Es bien que lo digamos todo. Si a Humboldt no inspi-
raba Carlota más que un sentimiento tranquilo de buena
amistad, hubo tiempo en que esa amiga le había inspira-
do otro cariño más vehemente. Sin temor de equivocar-
se , puédese afirmar que Humboldt estuvo enamoradísimo
de Carlota, no por mucho tiempo: por tres días. Ocurrió
esto en 1788. Como el futuro diplomático estudiaba en-
tonces en Goettinga, la curiosidad le había llevado á Pyr-
mont , estación balnearia muy visitada. En aquel sitio , en
la mesa redonda, vio á una joven de belleza extraordi-
naria, deslumbradora, adorable. Nada podía igualarse,
según parece, á la frescura de sus colores. Abundante
cabellera rubia orlaba su rostro, y sus ojos azules tuvie-
ron hasta en su vejez el privilegio de atraer á los hom-
bres y de hechizarlos. Era aquella joven la hija del pas-
tor de Lüderhausen , pueblecito del principado de Lippe-
Detmold.
La literatura alemana trata á las hijas de los pastores
mucho mejor que á las hijas de los maestros. Preciso es,
sin embargo, no juzgar á éstas por el testimonio algo
sospechoso de Benjamín Constant, que, corriendo el año
mismo en que Humboldt había encontrado á Carlota,
llegaba á Goettinga, y escribía á la señora de Chavriére:
«He visitado al profesor Heyne, y he visto á su hija. Mi
entrada en casa de ésta es un verdadero efecto de tea-
LA ESPAÑA MODERNA,
tro : figúrese V. una habitación entapizada de rosa y
con cortinas azules ; una mesa con recado de escribir,
papel orlado de flores, dos plumas nuevas colocadas pre-
cisamente en medio , y un lapicero muy bien afilado entre
las dos plumas : un escaño con multitud de botoncitos de
azul celeste, algunas tazas de porcelana muy blancas
con rositas pintadas, y dos ó tres bustos enanos en un
rincón ; estaba yo deseoso de saber si la persona era lo
que aquel conjunto prometía. La persona me ha parecido
inteligente y muy sensata». El mismo Benjamín Constant
continuaba diciendo que es necesario perdonar algunos
caprichos á las hijas de los profesores alemanes: «Desdén
hacia el lugar en que habitan , quejas de la falta de socie-
dad de los escolares á quienes es preciso ver , de la redu-
cida y monótona esfera en que se encuentran , presunción
y matices más ó menos pronunciados de romanticismo ;
tal es el uniforme de su talento ; y la señora Heyne, aper-
cibida para mi visita, había tenido la precaución de po-
nerse el uniforme » .
Las hijas de maestros de escuela están destinadas fre-
cuentemente á vivir en poblaciones pequeñas , donde,
quiéranlo ó no, hállanse envueltas en todos los enredos,
en todos los chismes de vecindad y en todas las murmu-
raciones. Las hijas de los pastores de aldea viven en un
pueblecito donde nadie les disputa su categoría ; pueden,
por consiguiente, prescindir de la presunción. Humboldt
quería mucho á esas princesas rurales , en quienes se
unían, ajuicio del sabio, las gracias del ingenio con la
sencillez de corazón y de modales , y que tenían bastante
mundo, sin ser demasiado mundanas. A.sí se le apareció
Carlota , y fué un hechizo . Juntos pasaron tres días felices.
No se separaban un solo momento, desde la mañana hasta
la noche; paseaban, charlaban....; habíase convertido
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE. I I
Pyrmont para ellos en un lugar de inocentes delicias. Al
despedirse de esta criatura adorable, el estudiante de
Goettinga la entregó una hoja de álbum ; hoja en que había
escrito estas palabras : «El amor á la verdad, al bien y á
la belleza, ennoblece y exalta el corazón ; pero muy poco
vale esto si un alma simpática no comparte con nosotros
por igual lo que sentimos. Nunca esta convicción ha es-
tado arraigada en mi espíritu con la fuerza que en este
momento en que me separo de V., con la esperanza in-
cierta de verla de nuevo». Humboldt había prometido,
sin embargo, solemnemente que antes de mucho tiempo
iría á visitar al pastor de Lüdenhausen. Aquel estudiante
era barón, y no cumpHó su palabra. Llamáranse Guiller-
mo ó Alejandro , los Humboldts eran hombres prudentes,
dueños siempre de sus inclinaciones , y muy cuidadosos
de separar de su camino todo lo que podía embarazarles.
Sin embargo , á través de todas las vicisitudes de su
vida, nunca olvidó Alejandro los cabellos rubios ni los
ojos azules que habían hecho peHgrar su parsimonia du-
rante algunas horas; acordábase de cierto paseo que
cierto barón, joven aún, había recorrido acompañando
á la hija de un pastor; de cierto banco en el que ambos
se habían sentado; y cuando, veintiséis años después,
hallándose él en el Congreso de Viena , recibió una carta,
en la cual una mujer muy desdichada le confiaba sus
penas y le pedía consejos , aquel capítulo de su pasado,
evocado tan súbitamente, causó emoción vivísima en
aquel diplomático, que se jactaba de conmoverse poco.
«No sé, escribía Humboldt á Carlota, si volveremos á
vernos; pero aseguro que algo de V. ha quedado en mi
alma. Es V. para mí como una aparición del pasado, que
no se borrará nunca de mi memoria.... ¡Peregrinas rela-
ciones las nuestras ! ¡ Dos seres que se vieron durante
12 LA ESPAÑA MODERNA.
tres días , hace ya muchos años , y que tienen muy pocas
probabilidades de volver á verse ! La pura y honda ale-
gría que experimento en este instante es de una índole
tan extraña , que me avergonzaría yo si no confesase que
la imagen de V. se ha confundido siempre , dentro de mí,
con todos los sentimientos de la juventud, con el recuerdo
de unos tiempos que son ya idos, y en los cuales nuestra
Alemania era mucho más bella que ahora. »
Compréndese fácilmente que Humboldt se cuidó muy
poco de ver á Carlota. Aquel hombre, nada novelesco,
había tenido en otro tiempo su novela : temía estropearla.
Como Carlota hubiese encomendado á su amigo el en-
cargo de resolver si debía ella vivir en Brunswick ó en
Goettinga, le respondió: «Cuando estaba yo en Bruns-
wick no conocía á V. ; en Goettinga pensé en V. muy á
menudo. Trasládese V. á Goettinga». Al goce de recor-
dar se unió muy pronto el placer de hallarse con una
conciencia á la cual dirigir. Carlota le había escogido,
entre todos , para confesor suyo , para su director espi-
ritual. Juzgaba Humboldt que para un hombre es bueno
y honroso tener la custodia de un corazón femenino que
se abandone á él completamente sin reserva y de buena
fe. No pongamos en olvido que era infinitamente curioso.
En los ratos de vagar que le dejaba el estudio del
chino, del kawi y del hombre primitivo, su pasión domi-
nante, así lo confesaba él mismo, era la de estudiar á los
hombres y á las mujeres de su tiempo ; la de represen-
tarse exactamente su manera de vivir y de pensar. «Los
defino , los clasifico , los agrego á ideas generales , y hago
de todo esto una ciencia particular.» Carlota era una
persona digna de ser definida'y clasificada. Humboldt exi-
gía de ella, no ya solamente que le escribiese con fre-
cuencia , sino que le refiriese circunstanciadamente toda
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE. 1 3
SU historia año por año. Reservábale, sin duda, algún
párrafo en su tratado de antropología comparada , con
cu5'^a publicación soñó mucho tiempo. Así pasamos desde
la emoción á la curiosidad ; la correspondencia después
se convierte en costumbre , y nuestras costumbres nos
son más queridas á medida que envejecemos. Humboldt,
aconsejando y consolando á su amiga , realizaba induda-
blemente una buena obra ; pero en ella encontraba su
ventaja y su placer, y es lícito decir, sin que estas pala-
bras le ofendan, que ese género de beneficencia era lo
que á él más le gustaba.
Carlota conservaba religiosamente las cartas de su
ilustre amigo : pero había ordenado á éste que destruyera
las escritas por ella. De Carlota consérvanse solamente
las que escribió á sus hermanas , y que una persona, ani-
mada de piadoso celo por la memoria de aquélla , se tomó
el trabajo de coleccionar. Mr. Otto Hartwig las publicó,
agregando á ellas una noticia interesante y curiosa , en
que se halla casi todo lo que nos importaba saber. Gra-
cias á él y á sus investigaciones , conocemos desde ahora
á la hija del pastor de Lüdenhausen, y podemos, á nues-
tra vez, definirla y clasificarla.
Aún no había cumphdo veinte años , cuando tuvo una
desdichada y ruidosa aventura. La pobre se aburría en
su aldea, y deseaba salir de ella á toda costa. No obs-
tante la decidida oposición de su familia, Carlota resolvió
casarse con el doctor Diede, procurador del Supremo
Tribunal de Cassel. Este doctor en derecho era rico , pero
de alma grosera, de carácter brutal, y aunque muy
vehemente en sus amores , nunca supo respetar aquello
que amaba. Desde los primeros días adquirió Carlota el
convencimiento de que sentía hacia él antes aversión que
cariño. Habíala educado su padre en los principios más
14 LA ESPAÑA MODERNA.
severos ; pero ella inventó para uso propio otros que no
lo eran tanto. Habíase unido muy íntimamente á una
mujer demasiado ligera y que ejercía sobre Carlota gran
predominio; esta mujer le demostró con su ejemplo que
existen arreglos especiales en la ley del matrimonio.
Á más de esto , Carlota vivía en una época en la cual
proclamaban muchos los derechos imprescriptibles de la
pasión, predicaban la libertad de los corazones, el amor
libre, la vida racional en oposición á la vida estúpida. En
Weimar, como en Jena, existían mujeres de las cuales
se hablaba mucho; rodeábaselas de homenajes, y, para
lisonjearlas , los filósofos y los poetas enseñaban que cier-
tos deberes son solamente preocupaciones del vulgo. «No
se toma en serio el matrimonio, die Ehen gelten nichU,
decía Juan Pablo. En Cassel no iban mucho mejor que
en Weimar estas cosas. El landgrave Guillermo IX no
pensaba, ni mucho ni poco, en moralizar á sus subditos.
Andábase ya en su tercera amante oficial , en la cual tuvo
hasta diez y ocho hijos. Carlota Diede cedió ala corrien-
te, y acabó por creer que puede una casarse con un hom-
bre á quien no ama , sin que esto pueda tener consecuen-
cias, y que existen consuelos permitidos.
Su marido fué muy imprudente. Aquel hombre brutal
estaba orgulloso de la hermosura, del talento de su mu-
jer y de la admiración de que ella era objeto. Entre los
admiradores que frecuentaban su casa, había un oficial
llamado Von Hanstein , capitán en el regimiento de gra-
naderos de la Guardia. Tenía un alma bastante vulgar;
pero era de muy buena familia, de formas hercúleas y
de maneras muy agradables. Aunque su cara estaba muy
picada de viruelas , tenía fama de ser el más irresistible
de los seductores, y muy pronto se vanaglorió de haber
sido afortunado con la hermosa señora de Diede. El ma-
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE. I ^
rido concibió sospechas, dio gran escándalo, maltrató
á su mujer, que, abandonando el domicilio conyugal,
buscó refugio en casa de su amante.
El doctor Diede entabló demanda de divorcio , y lo
obtuvo muy fácilmente. Carlota no tardó mucho en de-
plorar su calaverada; pero se lisonjeaba con la esperanza
de salvar su reputación casándose con su capitán de
granaderos, á quien adoraba. Entretúvola Hanstein con
promesas durante catorce años , la engañó con vanas es-
peranzas , ligándose ó desligándose , sin pudor , hasta el
día en que se casó con otra. Carlota pagó muy cara su
falta. Necesitaba ilusiones, y al perderlas, poco le faltó
para que perdiese la vida. La infeliz pasó el resto de su
existencia entre las amarguras del remordimiento y las
inquietudes del deseo. Estaba desconsolada, y pobre y
enferma. Tenía la desgracia de colocar mal los capitales,
y su modesta fortuna desapareció en ese abismo. Que-
dábanle , sin embargo , sus dedos de hada , de los cuales
se sirvió para fabricar flores de exquisito gusto ; éste fué
su único medio de subsistencia. Pero era preciso traba-
jar sin descanso , acostarse muy tarde , levantarse muy
temprano. Su valor se sobrepuso á todas estas pruebas,
y las venció.
Aunque su salud estaba muy quebrantada y su belleza
había disminuido bastante, aún inspiraba grandes pasio-
nes. No era posible acercarse á ella sin amarla. Las de-
claraciones que se le dirigían no eran ciertamente para
disgustarla. Carlota no se enojaba ; asombrábase , pro-
rrumpía en exclamaciones de sorpresa , y reñía al ena-
morado, aunque con dulzura. De ella dependió el casarse
con otro oñcial que tenía más corazón que Hanstein. Pero
era suspicaz , muy celoso , y Carlota no supo tranquili-
zarle. Aunque creyó ella que la amaba con verdadera
1 6 LA ESPAÑA MODERNA.
pasión, tan pronto quería, tan pronto no quería, y alter-
nativamente adelantaba ó retrocedía. «V. ama á todos y
no ama á ninguno» (decía él encolerizado). Y á impulsos
del despecho, levantó el sitio. Poco después un hombre
casado , muy rico , que había hecho á Carlota algunos
favores de dinero , le insinuó proposiciones que ella re-
chazó con horror. Carlota no había nacido para ser feliz;
era demasiado coqueta para mujer honrada , y demasiado
honrada para coqueta. Sea uno lo que fuere , es menes-
ter que lo sea del todo ; es el mejor medio para tener pro-
babilidades de lograr algo en el mundo .
Carlota fué mucho tiempo coqueta, y siempre ro-
mántica. Nunca supo aceptar la vida por lo que la vida
es, ni ver á los hombres tales cuales son. Era tan sincera
en su comportamiento , cuanto había sido candida en su
falta, y poseía toda clase de virtudes : honor, desinterés,
valor; todas las soberbias de un alma grande. Hubo de
contraer deudas en más de una ocasión , y entonces se
imponía á sí misma, sin regatearlas y sin quejarse , todas
las privaciones necesarias para saldar sus cuentas. Con-
forme avanzaba en edad , adquiría más delicadeza en sus
sentimientos; las cartas que publicó Mr. Hartwig dan fe
de esto, y el estilo es en todas tan noble cuanto abundante
y fácil. Solamente le faltaba una cosa , cuya ausencia
perjudica mucho: sentido común. Adoró neciamente en
su capitán de granaderos, que le quitaba dinero, y des-
pués le reprochaba el humillar á su amante trabajando
para vivir. Y Carlota, sin embargo , se obstinaba en con-
siderarle como el más magnánimo de los mortales; nece-
sitó una experiencia de más de dos años para convencerse
de que su héroe era un bribón que se burlaba de ella.
Cuando estuvo desengañada, buscó en otra parte un
corazón honrado al que poder unirse. Nadie solicitó más
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE. I 7
que su amor; pero la confianza faltó siempre, y Carlota
se indignaba. Quejábase constantemente de que el mundo
fuese implacable ; que no comprendiese que el sincero
arrepentimiento lava la falta, y que la experiencia trans-
forma las almas. El mundo, efectivamente, cree con mu-
cha dificultad en el arrepentimiento , y admite con más
dificultad aún que haya mujeres que sólo cometan una
falta y que se sientan curadas para siempre del deseo de
volver á empezar. Tenía Carlota unos ojos tan dulces, que
no era fácil faltara quien se prestase muy gustoso á con-
solarla ; pero á ella no le bastaba el amor ; exigía el res-
peto y la fe que no razona. «He hecho descubrimientos
muyemeles, escribía Carlota á su hermana. Derramo
todas las lágrimas de mis ojos al pensar que la sociedad
es bastante injusta para no dar al olvido un extravío de
la juventud ; extravío rescatado por muchos años de una
conducta irreprensible. Por dondequiera que mi pasado
se desconoce, todos se dirigen á mí con bondad y me
prodigan muestras de estimación; se informan después, y
se alejan todos de mí ; aunque, por último, muden de pa-
recer cuando me conocen mejor. Pero mi pobre corazón
sufre cruelmente ; me reconcentro en mí misma, y me en-
cierro en mi soledad triste. »
Le parecía que se hallaba rodeada de ciegos que no
querían dejarse batir las cataratas. ¿Era posible que se
pasase un cuarto de hora al lado suyo sin adivinar los
tesoros de ternura que ocultaba ella en el fondo de su
alma? ¿Sin comprender que existía en ella lo necesario
para labrar la completa dicha de un hombre? Respetar
á Carlota Diede y hacerse amar por ella.... ¡Oh! Esto
habría sido disfrutar en la tierra todas las delicias del
cielo.
Pero no ; los que la amaban no sabían creer, ni aun se
2
1 8 LA ESPAÑA MODERNA.
limitaban á dudar : eran suspicaces, sombríos, celosos.
Otros le decían : « V. es seductora , y solamente en V.
consiste proporcionarse tranquilidad y comodidades. Do-
blegue V. un poco su carácter ; transija con sus princi-
pios; procure parecerse á todo el mundo ; acepte V. las
proposiciones que se le hacen, y deje V. á un lado esas
ínfulas ; al fin y al cabo V. no es una reina». Erguíase
entonces Carlota, y con el dedo señalaba la puerta al in-
solente ; y esto era un consuelo para su orgullo ultrajado
y herido, i Ay! El insolente partía; pero el disgusto se que-
daba, y de día en día aproximábase la vejez poco á poco.
De muy buena gana habría dicho Carlota , como Safo :
«La dulce manzana madura en el extremo, muy en el
extremo de la rama, y allí la han olvidado los recolecto-
res de manzanas.... No, no la han olvidado ; es que no han
sabido cogerla » .
No pudiendo sustraerse á sus pesares , trató de
adormecerlos. La religión fué su auxilio y su refugio.
El sufrimiento exaltaba su espíritu, y del mismo modo
era novelesca en materia de dogma y de prácticas reli-
giosas que en los juicios que formaba acerca de los hom-
bres.
Le parecía que algún ser muy poderoso y muy per-
verso se encarnizaba persigiéndola ; que el mismo diablo
en persona impedía á los capitanes de granaderos casarse
con las mujeres que los amaban, y suplicaba á los tronos
y á las dominaciones que la salvaran del demonio. Carlota
se curaba muy poco de la Providencia universal ; nece-
sitaba una providencita particular que reahzara mila-
gros en favor de Carlota Diede. Deseaba que su Dios
fuera para ella más que para los otros mortales ; que le
perteneciese y le revelase su presencia por medio de avi-
sos secretos. Para poner á prueba á su Dios, determinó
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE. 1 9
tomar un billete de cierta lotería, á pesar de que se ha-
bían ya tirado cinco series. El billete le costó treinta tha-
lers: Carlota ganó dos mil, que tardó muy poco en per-
der. El sentido común es un consejero más seguro que
las suertes bíblicas.
Es muy presumible que cuando en 1814 concibió de
pronto el pensamiento de refrescar la memoria de Hum-
boldt , y de pedirle algún auxilio , le viese á través de
sus recuerdos, y se creyera todavía en Pyrmont. Car-
lota esperaba indudablemente de aquel sabio algo más
de lo que el sabio podía darle , y debió de costarle bastan-
te trabajo acomodarse á la moral austera que él le pre-
dicaba.
Adivínase en las cartas de Humboldt el temor de
que Carlota se equivocase, el deseo de detenerla en una
pendiente peligrosa, y de volver al buen camino aquella
imaginación expuesta á extraviarse.
En 16 de Julio de 1825 le escribió Humboldt: «Siento
mucho que V. se queje siempre de sus negras melan-
colías, que no puedo aprobar, y que V. debe combatir
á todo trance, querida Carlota. Lo atribuyo en parte
al exceso de trabajo ; pero seguramente ninguna respon-
sabilidad me alcanza en esto. Si sabe V. leer mis cartas,
verá en ellas, y en cada una de sus líneas , el interés,
el afecto que V. me inspira, y el contentamiento que
me causaría saber que era V. dichosa. Tengo una idea
muy clara de lo que podemos ser el uno para el otro.
V. conoce perfectamente mis sentimientos hacia V.; por
breve, por efímero que haya sido nuestro primer encuen-
tro, siempre he conservado de él un recuerdo querido,
y he aprovechado apresuradamente la ocasión de mani-
festar á V. mi simpatía. Nuestra hermosa y tranquila
amistad, tan adecuada á mi edad cuanto á mis inclinacio-
20 LA ESPAÑA MODERNA.
nes, puede durar hasta el término de nuestra existencia;
aquí nada hay, ni en V. ni en mí, según entiendo , que á
esto se oponga. Si, como creo firmemente, puede V.
contentarse con esto , irá todo perfectamente » . Como
hombre prevenido, desconfiaba Humboldt del precipicio,
y colocaba pretiles á los dos lados del puente.
No hay obra de misericordia más difícil que la de con-
solar á los afligidos. El filósofo Citófilo respondió cierto
día á una mujer, que procuraba conmoverle con la rela-
ción de sus desgracias, que la historia universal no es sino
un encadenamiento de desventuras ; que la reina Enri-
queta había visto morir en el cadalso á su augusto es-
poso ; que María Estuardo había sido decapitada ; que la
hermosa Juana de Ñapóles había sido presa y ahorcada.
« Lo siento por ellas» , respondió la señora, y tornó á sus
melancolías. Guillermo de Humboldt , para consolar á
Carlota Diede, procedió completamente al contrario.
Nunca pensaba en recordar que todos tenemos nuestros
disgustos ; antes se complacía en repetirle que existían
personas completamente felices , y que Guillermo Hum-
boldt estaba entre ellas. Narraba sus prosperidades, des-
cribíale su hermoso castillo de Tegel , sus antigüedades,
sus mármoles , sus estatuas , una cabeza de Medusa en
pórfido (regalo de un Sumo Pontífice), una bonita ninfa
sacando agua que ornaba uno de los huecos de su
salón.
Aunque no tenemos las cartas de Carlota, las respues-
tas de su buen amigo bastan para que las conozcamos.
La conversación epistolar sostenida entre ambos puede
resumirse del modo siguiente :
«Pero, ¿qué?, preguntaba, lanzando suspiros, la per-
sona afligida y pobre y enferma. ¿V. es real y efectiva-
mente dichoso?— Seguramente ; ¿cómo no había 3^0 de
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE. 21
serlo? Durante mi vida he disfrutado de la libertad que
da la fortuna , y he podido entregarme sin obstáculos á
mis gustos. Mi salud es buena ; mi carácter igual. Las
contrariedades del destino me importan muy poco. Ni el
mal tiempo, ni la bruma del invierno me entristecen ; un
cielo nublado tiene á mis ojos su encanto, y no conozco en
el mundo nada de que no pueda yo sacar algún deleite ó
algún provecho. Cuando ha sido menester que renuncia-
se yo á los negocios, me ha costado muy poco hacerlo ;
el estudio ha sustituido perfectamente á todo. Trabajo
durante todo el día ; no salgo de mi habitación hasta muy
entrada la noche , y estoy constantemente tranquilo , ocu-
pado siempre, y á todas horas contento de mí mismo y de
los demás.— ¿De modo que nada echa V. de menos?— No;
desconozco la esclavitud del deseo. Sé gozar y sé también
privarme de goces. Tengo siempre muchísimo gusto en
ver á mi esposa, á mis hijos, á mis amigos ; cuando no
los veo , no me hacen falta ; me las arreglo de suerte que
me basto á mí mismo. — Según eso , V. que me manda es-
cribirle, V. que asegura que mis cartas le complacen,
; no tiene necesidad de recibirlas ? — ¿ Qué voy á decirle so-
bre eso, mi querida Carlota? Los verdaderos placeres son
aquellos de los cuales podemos prescindir , porque toda
necesidad es un dolor que empieza. — ¡Dios mío! (ex-
clamaba Carlota, asombrada por la insolencia de esa feli-
cidad.) ¿Qué necesito hacer para sufrir menos? — Necesita
V. hacer lo que yo : mirar con indiferencia muchas co-
sas; convencerse de que todo lo que nos ayuda á madu-
rar es bueno; tener cuidadosamente equilibrado el espí-
ritu ; adquirir este reposo del corazón que he poseído
desde joven y que es preferible á la alegría.»
Carlota fingía aprobar aquel método, pero hallaba in-
finitas dificultades para seguirlo; y aquellos recursos que
22 LA ESPAÑA MODERNA.
Humboldt tanto elogiaba , no eran para utilizados por
ella. Aconsejábala que se olvidase de sus desdichas con-
templando el cielo estrellado. «¿Ha observado V., le es-
cribía, la hermosura del cielo en estas últimas noches de
Septiembre y de Octubre? Tres planetas y una estrella de
primera magnitud se encontraban reunidos ; descubríase
á Marte y á Júpiter en la constelación del León ; Venus
brillaba al lado de la estrella Sirio. El instante de más be-
lleza era entre las tres y las cuatro de la madrugada. Mi
mujer y yo nos hemos levantado casi todas las noches, y
hemos permanecido mucho tiempo asomados á la ven-
tana, y gozando con aquel espectáculo. Siempre he sido
muy aficionado á contemplar las estrellas. Mirándolas se
desprende el alma de todo lo terreno. Frente á esos infi-
nitos mundos esparcidos en las inmensidades del espacio
nos sentimos anulados; nuestros destinos, nuestros pla-
ceres, nuestras privaciones, cosas todas á las cuales con-
cedemos tanta importancia, se reducen á la nada. Añada
V. á esto que esas estrellas siempre en movimiento en-
vuelven todas las generaciones de los hombres y todas
las épocas de la naturaleza ; todo lo han visto desde el
principio; lo verán todo hasta el fin. Es este un pensa-
miento en el cual me gusta abismarme. V. , querida Car-
lota, hará perfectamente estudiando la astronomía ; si V.
quiere, le daré instrucciones acerca de esto , indicándole
los libros que pueden serle útiles.»
Carlota hacía siempre lo que Humboldt le decía ; se
puso , por consiguiente , á mirar al cielo ; pero no consi-
guió olvidar sus penas ; buscaba Carlota en la inmensidad
del firmamento el astro en que hallaría ella su fehcidad
al abandonar esta tierra tan triste. Humboldt la repren-
día por esto ; el sabio no se cansaba de repetirle que el
verdadero contentamiento consiste en desprenderse de sí
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE. 23
propio , y desligarse del corazón para vivir en el mundo
de las ideas eternas , inmutables , que son para el hombre
manantial de una felicidad sin males , y la amistad única
que no le engaña nunca. Carlota procuraba creerle en
esto; poníase con mil dificultades en camino hacia el
mundo de las ideas; pero llevaba siempre consigo sus re-
cuerdos, sus remordimientos, sus dolores. Pensaba en las
perfidias de Hanstein , en las crueldades de los hombres
con respecto á ella, y por grandes esfuerzos que hiciese
para huir de ella misma, tornaba á encontrar en todas
partes á Carlota Diede. Es cierto que cuando hay incer-
tidumbre é inquietud para el mañana ; cuando se necesita
pasar la noche elaborando flores artificiales ; cuando se
tienen acreedores que apremian , es más difícil de practi-
car el amor intellecUialis de Spinoza ó la ataraxia de
los estoicos , que cuando se tiene la fortuna de ser barón,
de no tener acreedores ni penas del alma , de habitar en
Tegel un hermoso castillo muy cómodo , lleno de esta-
tuas que llevan sobre su frente y en sus ojos sin mirada
la serenidad del Olimpo.
Refiriéndonos al testimonio de una amiga suya , Car-
lota se atormentó , se maltrató hasta la hora de su muer-
te. « Había en ella siempre , así nos dicen , como una llama
de inquietud (Es war bis ans Ende der Tage eine flaín-
mende Unruhe su ihr). Y, no obstante, las cartas deHum-
boldt eran para Carlota un consuelo que el cielo mismo le
enviaba. Era muy dulce á Carlota Diede pensar que
un grande hombre se acordaba de ella y se dignaba ex-
hortarla á que contemplase el cielo. Tratábale de «amigo
celestial , amigo divino » . No eran precisamente los con-
suelos los que la halagaban , sino el hombre que preten-
día consolarla, y en esto, lo mismo que en todo, Carlota
era verdaderamente mujer. El amigo divino y celestial
24 LA ESPAÑA MODERNA.
no cumplió sus deberes hasta el fin. Durante mucho
tiempo Humboldt pasó á Carlota una pensioncita de cerca
de cuatrocientos francos , que le era , en verdad , muy ne-
cesaria para nivelar su presupuesto. Pero murió en 1835,
sin dejar nada á su querida amiga. Mr. Gutzkow quiere
explicar esto atribuyéndolo á la desidia del filósofo ;
Mr. Hartwig lo explica por su amor al misterio : no quiso
que sus herederos hallasen el nombre de Carlota en el
testamento. Nos inclinaríamos más á creer que Hum-
boldt había ajustado cuentas en su cabeza, y encontrado
que estaba quito y cumplido con la amistad. Lo mismo
que su hermano Alejandro , Guillermo de Humboldt era
de esos hombres que calculan todas sus acciones como
todas sus generosidades, y que saben perfectamente dón-
de acaba el deber y comienza la tontería. La pobre Car-
lota estaba destinada á experimentar , unos en pos de
otros, todos los desamparos. No por esto dejó de ser
amada por ella la memoria de su amigo divino. Pero la
vejez comenzaba á hacerle sentir sus achaques; las en-
fermedades llegaban, y sus dedos de hada comenzaban á
rehusar sus servicios. Poco tiempo después vióse preci-
sada Carlota, para no morir de hambre, á elevar al rey
de Prusia, Federico Guillermo IV, una soHcitud, que fué
atendida. El rey concedió á Carlota Diede una pensión
de poco más ó menos mil francos, que la pobre hubo
de disfrutar poco tiempo. Al año siguiente ya había
muerto; en el cementerio de Cassel disfrutó Carlota, por
vez primera, de tranquilidad y reposo.
Las cartas que le escribió Humboldt serán siempre
de muy interesante lectura ; en ellas se encuentra por
dondequiera la huella de un gran talento. Pero faltaba
allí el encanto, la naturalidad, la sencillez que se aban-
dona. Esa sabiduría tan segura de sí misma y tan sober-
GUILLERMO DE HUMBOLDT Y CARLOTA DIEDE. 2^
bia en su candidez aparente ; esa prudencia nunca des-
mentida , sin debilidades , que dedica su vida á verse vivir,
que no sabe ni regocijarse, ni conmoverse, ni enojarse,
produce á la larga un malestar secreto. ¿Qué vendría á
ser este pobre mundo si arrojásemos de él la risa, la mi-
sericordia santa y los santos enojos? En 1814 había dicho
Goerres : « Guillermo de Humboldt es claro y frío como
sol de Diciembre». Las Cartas á una amiga tienen la
severa belleza de un día de invierno, sereno y claro. En
el cielo no hay una nube, el aire es puro, el sol brilla
sobre los árboles cubiertos de escarcha ; pero ese sol no
es el que hace que las rosas florezcan y canten los pájaros.
Víctor Cherbuliez.
ENRIQUE HEINE
LA Última vez que vi á Enrique Heine fué algunas
semanas antes de su muerte: necesitaba yo es-
cribir una noticia ligera sobre la reimpresión de
sus obras; hallábase en el lecho en que lo tenía postrado
aquella indisposición leve, al decir de los médicos, pero
que no le había permitido levantarse hacía ocho años :
había, pues, seguridad de encontrarle siempre, como él
mismo hacía observar; y, sin embargo, poco á poco
crecía la soledad en rededor suyo; por eso decía Heine
áBerlioz,que había ido á visitarlo: «¿Viene V. á ver-
me?.... i V. siempre tan original!» Y no era que se le
quisiese ó se le admirase menos ; era que la vida arras-
tra, á pesar de ellos mismos, á los corazones más fieles;
sólo una esposa ó una madre pueden no abandonar una
agonía tan prolongada. Los ojos humanos no podrían
resistir sin apartarse, la contemplación por tiempo muy
largo del espectáculo del dolor. Las mismas diosas se
cansan de eso, y las tres mil Oceánidas que se fueron á
consolar á Prometeo en su cruz del Cáucaso, tornáronse
aquella misma noche.
28 LA ESPAÑA MODERNA.
Cuando mis ojos fueron acostumbrándose á la penum-
bra de la estancia, pues una luz demasiado viva hubiese
herido la vista casi apagada del enfermo , distinguí un
sillón próximo á la cama del pobre achacoso, y en él tomé
asiento. El poeta, haciendo un esfuerzo, me tendió una
mano pequeña, suave, blanda, mate y blanca como una
hostia , una mano de enfermo , alejada de la influencia del
aire libre , y que no ha tocado nada , ni siquiera una plu-
ma, desde hace muchos años. Nunca los más duros huese-
cillos de un esqueleto habían estado revestidos de una piel
más suave, más untuosa, más satinada, más cuidada. La
calentura, á falta de vida, ponía en ella algún calor, y,
no obstante , al tocarla experimenté un ligero estremeci-
miento , como si hubiese tocado la mano de un ser que ya
no pertenecía á la tierra.
Con la otra mano , para verme , había levantado el
párpado paralítico del ojo, que en él conservaba una per-
cepción confusa de los objetos , y le dejaba todavía
adivinar un rayo de sol como á través de una gasa negra.
Después de que hubimos cruzado algunas frases , cuando
supo el motivo de mi visita, me dijo: «No se compadezca
V. demasiado de mí; la viñeta de la Revista de Ambos
Mundos, en la que me representan demacrado y con la
cabeza inclinada como un Cristo de Morales, ha conmo-
vido ya suficientemente en favor mío la sensibiHdad de
las gentes bondadosas; no soy aficionado á los retratos
en que hay parecido; quiero ser retratado hermoso, como
las mujeres bonitas. V. me ha conocido cuando era yo
joven y robusto ; sustituya V. con aquella mi imagen an-
tigua, esta efigie lastimosa de ahora».
Efectivamente: el Enrique Heine á quien había yo
sido presentado en 183...., poco tiempo después de su lle-
gada á París , en nada se parecía al que á la sazón es-
ENRIQUE HEINE. 29
taba tendido ante mi vista, inmóvil, como el cuerpo que
espera á que se le coloque en el ataúd.
Era un hombre hermoso , de treinta y cinco á treinta
y seis años; hubiérasele tomado por un Apolo germano,
al ver su elevada frente, blanca, pura como una mesa de
mármol , sombreada por masa abundante de cabellos
rubios.
En sus ojos azules resplandecían la luz y la inspiración;
sus mejillas redondas y blancas y de un contorno ele-
gante, no estaban cubiertas por la lividez romántica de
moda en aquella época. Muy al contrario: el matiz rojo
aparecía allí clásicamente ; una ligera curvatura hebraica
contrariaba, sin alterar su pureza, la intención que su
nariz había tenido de ser griega; sus labios armoniosos,
«semejantes como dos bellos pareados», para servirme
de una frase suya , tenían en reposo una expresión encan-
tadora; pero cuando hablaba, de su arco rojo surgían
silbando flechas agudas , dardos sarcásticos , que jamás
erraban el blanco ; porque nadie fué nunca más cruel que
Heine para con los tontos.
Unahgerísima gordura, algo pagana, que debía expiar
andando el tiempo con una flacidez completamente cris-
tiana, redondeaba sus formas ; no llevaba barba ni bigote ;
no bebía cerveza, y, como Goethe, profesaba odio á tres
cosas ; hallábase entonces en el apogeo de su furor hege-
liano ; si le repugnaba creer que Dios se había hecho
hombre , admitía , sin dificultad , que el hombre se hubiese
hecho Dios, y obraba en consecuencia. Dejémosle á él
mismo la palabra para que cuente aquella espléndida em-
briaguez intelectual: «Era yo, yo mismo, la ley viva de
la moral ; yo era impecable, yo era la pureza encarnada;
las Magdalenas más comprometidas fueron purificadas
por las llamas de mis ardores y tornaron á ser vírgenes
LA ESPAÑA MODERNA.
entre mis brazos ; es cierto que esta restauración de vir-
ginidades estuvo muy á punto de agotar mis fuerzas;
era yo todo amor, y me hallaba exento de odio ; nunca me
vengaba de mis enemigos , porque yo no admitía enemi-
gos frente á mi personalidad divina; eran solamente in-
crédulos , y la ofensa que me hacían era un sacrilegio y
las injurias que de mí decían eran otras tantas blasfemias.
Era menester, sin embargo, de tiempo en tiempo, casti-
gar tales impiedades ; pero aun entonces sólo un castigo
divino alcanzaba al pecador , no una venganza de ren-
cores humanos. Tampoco admitía yo, en lo que á mí
respecta, amigos, sino fieles creyentes, y ya les hacía
demasiado favor. Los gastos de representación de un
Dios que no quiere ser avaro y que no economiza ni su
bolsa ni su cuerpo , son enormes. Para representar ese
papel soberbio, es necesario ante todo poseer mucho di-
nero y estar dotado de muy buena salud; ahora bien: el
día en que yo menos lo esperaba,— era á fines del mes de
Febrero de 1848,— me faltaron ambas cosas, y mi divi-
nidad sufrió con esto tal sacudida, que se hundió mise-
rablemente. »
Yo vi muchas veces á Heine durante aquel período
divino: era un Dios encantador, — maligno como un dia-
blo,— y muy bueno, digan lo que quieran. Que él me con-
siderase como su amigo ó como su creyente, me impor-
taba muy poco, con tal de que yo gozase de su chispeante
conversación ; porque si Heine fué pródigo de su dinero
y de su salud, lo fué más todavía de su talento. Aunque
hablaba perfectamente el francés , algunas veces se di-
vertía disfrazando sus sarcasmos con una pronunciación
de tudesco cerrado, que exigiría, para ser reproducida,
las peregrinas onomatopeyas de que usa Balzac en su
Comedia Humana para representar las poco regulares
ENRIQUE HEINE.
frases del barón de Nucingen : el efecto cómico era en-
tonces irresistible ; era Aristófanes hablando con la prác-
tica de Enlenspiegel.
Mezclábase á su lirismo una especie de fuerza regoci-
jada, y si los rayos de la luna de Alemania plateaban uno
de los lados de su fisonomía , el sol alegre de Francia do-
raba el otro. Ningún otro escritor demostró , á un tiempo
mismo , tanta poesía y tanto ingenio : dos cosas que ordi-
nariamente se destruyen; en cuanto á la sensibilidad
nerviosa que tantos encantos presta á L Ínter me b so y El
Tambor Legrand, Los Baños de Lacque y á tantas pá-
ginas de los Reisehüder, ocultábala Enrique Heine en
la vida ordinaria con pudor exquisito , y detenía á tiem-
po, con alguna palabra oportuna y graciosa, las lágri-
mas próximas á desprenderse.
En lo que á su modo de vestir y de presentarse se re-
fiere , si bien no presumió nunca de elegante , cuidábalos
más de lo que generalmente era necesario entre los lite-
ratos , á quienes siempre algún descuido echa á perder
veleidades de lujo. Las habitaciones distintas en que vi-
vió no tenían eso que llamamos hoy el sello del artista ;
es decir , no estaban atestadas de muebles maqueados,
de bocetos , de otras curiosidades de mírame y no me
toques; antes, por el contrario, presentaban una comodi-
dad esencialmente burguesa, en que el propósito firme
de huir de las excentricidades parecía manifiesto. Un
hermoso retrato de mujer hecho por Laómlein , y que re-
presentaba á la JuHa de quien habló el poeta en las pri-
meras páginas de ^^^¿í-TVí*//, es el único objeto de arte
que recuerdo haber visto en su casa.
Para apuntalar su divinidad , que vacilaba un poco,
Enrique Heine fué á Cauterets á pasar la temporada de
los baños, y allí compuso aquel peregrino poema cuyo
LA ESPAÑA MODERNA.
héroe es un oso, y en el que se mezclan con la poesía más
idealista los más extravagantes caprichos , y yo lo perdí
de vista por algún tiempo.
II.
Cierta mañana vinieron á decirme que un extranjero,
cuyo nombre, desfigurado por mi doméstico, no pude com-
prender, soHcitaba hablarme. Bajé á la habitación en que
recibía yo las visitas, y vi á un hombre muy ñaco , cuyo
semblante recordaba el de Gericault, y terminaba en una
barba puntiaguda , rubia , y en la cual veíanse blanquear
muchos hilos de plata. Buscaba yo entre mis recuerdos
quién podría ser aquel huésped matinal que me saludaba
familiarmente y me tendía la mano con la franca cordia-
lidad de un amigo antiguo. No conseguí juntar su nom-
bre á aquella cara tan cambiada ; pero, transcurridos al-
gunos minutos de conversación, un rasgo ingenioso del
desconocido me hizo exclamar : «Este es el diablo, ó es
Heine». Era, efectivamente, Heine , convertido de Dios
en hombre.
Pocos meses después, Enrique Heine caíaen camapara
no levantarse más ; permaneció ocho años clavado en la
cruz de la parálisis por los clavos del padecimiento. Du-
rante esta larga agonía, presentó el fenómeno del alma
viviendo sin cuerpo , del espíritu prescindiendo de la ma-
teria ; la enfermedad le había arrugado , demacrado , di-
secado como á su antojo, y en aquella estatua de dios
griego había tallado, con la paciencia minuciosa de un ar-
tista de la Edad Media , un Cristo descarnado hasta el
esqueleto, en que los nervios, los tendones, las venas
ENRIQUE HEINE. ^}
aparecían salientes. Aun así desfigurado, Enrique Heine
era todavía hermoso ; y cuando levantaba su párpado
caído , brillaba una chispa en su pupila casi ciega ; el ge-
nio resucitaba aquella cara muerta ; Lázaro salía de su
fosa por algunos minutos ; aquel espectro , que , envuelto
en sus sábanas , parecía estatua fúnebre yacente sobre
un monumento, hallaba voz para hablar, para reir, para
lanzar ironías ingeniosas , para dictar páginas seducto-
ras , para dar rienda suelta á sus estrofas aladas , y en
aquellos días en que la piedra de su tumba mortificaba
con más dureza sus miembros , para gemir lamenta-
ciones tan tristes como la de Job en su estercolero. Sus
amigos debieron alegrarse de que aquella espantosa tor-
tura concluyese al fin, y de que el verdugo invisible diese
el golpe de gracia al infeliz atormentado ; pero pensar que
aquel luminoso cerebro, amasado con luz y con risas, del
que surgían las imágenes zumbando como abejas de oro,
sólo resta hoy un poco de pulpa gris , es un dolor al que
no es posible resignarse sin protesta.
Cierto que estaba en vida encerrado en un ataúd;
pero, acercándose á él, era posible oir á la poesía cantar
bajo el negro ropaje.
¡Cuánto apenaba el ver uno de esos microcosmos —
más vastos que el universo y contenidos en la reducida
bóveda de un cráneo —roto, perdido, aniquilado! ¡Cuán-
tas y cuan lentas combinaciones habrá menester la natu-
raleza para formar una cabeza parecida !
Enrique Heine había nacido en el día i.° de Enero del
año 1 8o I , circunstancia que le hacía decir, riéndose, que él
era el primer hombre del siglo. Topffer observa los in-
convenientes que hay, cuando se envejece, en llevar las
centésimas del siglo, que perpetuamente nos recuerda
nuestra edad y parece que nos arrastra con él. Heine
3
34 LA ESPAÑA MODERNA.
abandonó á su compañero en el quincuagésimosexto
viaje.
El tiempo era frío, nublado, triste; las horas señala-
das parala conducción delcadáver, las de la mañana; unos
pocos amigos y admiradores del poeta se paseaban de-
lante de la casa mortuoria , esperando que el fúnebre cor-
tejo se pusiese en marcha para el cementerio. Heine había
prohibido toda pompa , toda ceremonia ; considerábase
como muerto desde hacía mucho tiempo , y quería que lo
poco que de él quedaba saliese en silencio de aquella
habitación que no debía abandonar sino para trasladarse
á la tumba. La vista del féretro, muy largo, muy ancho
y muy pesado , en que aquellos restos pequeños estaban
tendidos más desahogadamente que en su lecho , evocó
en todos nosotros el recuerdo involuntario de este pasaje
del V Intermezzo: «Ida buscarme un ataúd de tablas
sólidas y gruesas: es menester que sea más largo que el
puente de Maguncia ; y traedme doce gigantes más fuer-
tes que el vigoroso San Cristóbal de la catedral de Colo-
nia , del Rhin ; es necesario que lleven el ataúd y lo arro-
jen al mar; un ataúd tan grande pide una grande fosa.
¿Sabéis por qué es menester que el féretro sea tan grande
y tan pesado? Porque voy á depositar en él juntamente
mi amor y mis penas » .
En efecto : el ataúd no era demasiado grande ; y si no
fué arrojado al mar , se le depositó en una huesa provisio-
nal en presencia de poetas y de artistas franceses y ale-
manes poco numerosos , que permanecían formados res-
petuosamente , convencidos de que asistían á los funerales
de un monarca del talento , aunque no había allí ni gran
cortejo, ni marchas fúnebres, ni tambor con crespones,
ni negro estandarte con estrellas , ni discurso enfático , ni
blandones de amarilla cera. Colocada la lápida, cada
ENRIQUE HEINE. 35
cual tornó á descender por la triste colina, y fué á per-
derse en el hormiguero infinito de la vida humana.
Pocos poetas me han conmovido y emocionado como
Heine. Desconozco el idioma alemán, es cierto, y sólo he
podido admirarle en las traducciones ; pero ¡ qué hombre
será este cuando , aun privado del ritmo , de la rima , del
feliz ordenamiento de las voces, de todo lo que constituye
el estilo , en una palabra , produce todavía efectos tan ma-
ravillosos!—Heine es el poeta lírico más grande de Ale-
mania ; su sitio está naturalmente al lado de los de Goe-
the y Schiller; tal aparece á mis ojos, aunque la poesía
traducida en prosa no sea sino un rayo de luz envuelto
en paja, como Heine mismo ha dicho.
Ninguna naturaleza hubo nunca que se compusiera de
elementos más heterogéneos que la de Enrique Heine ;
era simultáneamente alegre y triste , creyente y escépti-
co, tierno y cruel, sentimental y burlón, clásico y ro-
mántico, alemán y francés, deUcado y cínico, entusiasta
y lleno de sangre fría; todo, menos fastidioso. Á la más
pura plástica griega , unía el sentido moderno más exqui-
sito; era verdaderamente el Euforión hijo de Fausto y de
la hermosísima Elena.
No es propio de este sitio examinar y apreciar su obra,
que hablará por sí misma; pero no podemos por menos
de indicar la impresión que nos produce.
Cuando se abre un tomo de Heine , parece que entra-
mos en uno de esos jardines que tanto gustaba él de pin-
tar ; las marmóreas esfinges de la escalinata afilan sus
garras en el ángulo de sus pedestales y nos miran con
sus ojos en blanco, con una intensidad que asusta; sobre
su lomo leonado se ven como estremecimientos; su cue-
llo de mujer palpita como si latiese un corazón bajo aque-
llos contornos rígidos ; rechinan las puertas al girar sobre
j6 LA ESPAÑA MODERNA.
SUS goznes enmohecidos , y se cree ver el pliegue de un
vestido que desaparece bajo un arco, como si el espíritu
de la soledad huyese sorprendido por nuestra llegada. El
musgo , las ortigas , las bardanas han brotado entre las
desunidas losas de la terraza ; los arbolillos sin cultivar
nos detienen el paso con sus ramas, como si nos suplicasen
que no siguiésemos adelante. Las rosas parecen ensan-
grentadas entre las espinas , y las gotas de lluvia suspen-
didas en sus pétalos brillan como lágrimas ; las flores,
ahogadas por las hierbas nocivas, exhalan perfumes ex-
traños que producen vértigos. En el estanque el agua
negruzca se corrompe bajo la hierba verde , y la náyade
roja es chata como la estampa de la muerte. El sapo salta
á través de los senderos y va á contar nuestra llegada á
su tía la víbora. Sin embargo, el viento suspira sus ele-
gías , y el ruiseñor canta sus penas de amores idos ; en la
ventana de la casa, casi destruida, aparece una doncella
fresca y rubia, envuelta en su bata de raso, semejando á
esas hadas neerlandesas que Gaspar Nestcher se agrada
de pintar en un fondo de rocas ó de dulcamaras ; es en-
cantadora, pero no tiene corazón, y en su seno se encie-
rra un pozo de nieve. Jamás caerá en falta con nosotros;
pero si tenemos alma y nervios, valiéranos más habernos
enamorado de una de esas mujeres que llevan pintado el
vicio en sus pómulos enrojecidos. Esa doncella nos dará
la muerte con mil suphcios inocentemente diabólicos , y
ni en el día del juicio osaremos resucitar, por miedo de
volver á verla.
Heine tiene de común con Goethe que sabe pintar
mujeres verdaderas ; una línea le basta para que una
figura se dibuje viva y completa. ¡Qué engañoso encan-
to, qué pérfida languidez, qué risa de hiena, qué lágri-
mas de cocodrilo , qué ardiente frialdad , qué helada
ENRIQUE HEINE. 37
llama , qué coquetería de gata ! Ningún poeta ha sabido
mover con más gracia la cola del dragón en la comisura
de unos labios de rosa. ¡ Con qué convicción dice de Lu-
signan , el amante de Melussina : «Hombre feliz , cuya
querida no era serpiente sino á medias ! »
Si Heine no ha labrado en su paros la más resplande-
ciente estatua de dioses griegos y bajo-relieves de ba-
canales tan puras de forma como los antiguos , está,
cuando menos, alniveldeUhland y de Tieck si narra las le-
yendas católicas y caballerescas de la Edad Media. Heine
saca del cuerno maravilloso de Achim , de Arnim y de
Brentano sonidos que hacen estremecerse á los siervos en
el fondo de los bosques y bajarse los puentes levadizos
de los castillos feudales. Cuando jinete en su corcel se
lanza á la carrera , muy luego roza con su calzado la
blasonada falda de la castellana cazadora, y nadie maneja
el venablo con más gracia.
Nuestras costumbres literarias, muy dulcificadas,
acaso hagan que aparezcan excesivamente crueles algu-
nas ejecuciones de Enrique Heine ; con los malos poetas
era implacable; pero ¿no tiene Apolo derecho á desollar
á Marsyas? La mano que empuña la lira de oro, empuña
también el cuchillo para disecar al sátiro grosero. Voy á
terminar con una página del libro de Lázaro; ella dará
una idea de la manera del poeta, que ya sabe á qué ate-
nerse sobre ese terrible problema:
«La pobre alma dijo al cuerpo: — No te abandono;
permanezco contigo; contigo quiero abismarme en la no-
che de la muerte , y contigo beber la nada. Has sido siem-
pre otro yo ; me has envuelto cariñosamente como en
vestido de raso suavemente forrado de armiño; ¡ ay!: es
preciso ahora que , completamente desnuda, despojada
de mi querido cuerpo , como un ser puramente abstracto,
38 LA ESPAÑA MODERNA.
yo me lance á vagar , allá arriba, como una hada bien-
aventurada, en el reino de la luz, en esos fríos espacios
del cielo donde las eternidades silenciosas me miran bos-
tezando ; allá se arrastran llenas de hastío y producen un
ruido insípido con sus zapatillas de plomo. ¡Oh! ¡Esto
es aterrador! ¡ Ah ! ¡Quédate aquí conmigo, querido
cuerpo 1
»E1 cuerpo dijo á la pobre alma: — ¡ Ah! Consuélate;
no te aflijas de esa manera. Debemos sobrellevar resig-
nados la suerte que nos depara el destino. Era yo la tor-
cida de la lámpara; es menester que me consuma; tú, el
espíritu, serás elegido para brillar allá arriba , lindísima
estrellita de la claridad más pura. Yo soy ya solamente
un harapo ; no soy sino materia ; caña hueca , es preciso
que me deshaga y vuelva á ser lo que he sido , un poco
de polvo. Adiós, y consuélate. Por otra parte, acaso en el
cielo se divierta uno más de lo que tú crees. Si encuen-
tras á la Osa mayor en la bóveda celeste , dale muchas
expresiones de mi parte. »
Teófilo Gauthier.
ARTHUR
HABITABA yo , hace algunos años;, un cuartito en los
Campos Elíseos', en el pasaje de Donze-Maisons^
Figúrense Vds. un rincón de cualquier barrio so-
litario , situado en medio de esas inmensas calles aristo-
cráticas, tan frías, tan tranquilas, que no parece sino
que por allí solamente se transita en carruaje. No sé qué
capricho de propietario , qué monomanía de avaro ó de
viejo dejaba subsistir en el corazón mismo de un dis-
trito hermoso aquellos terrenos yermos, aquellos jardi-
nillos enmohecidos , aquellas casas bajas, mal construi-
das , con las escaleras al exterior y azoteas de madera
llenas de ropas tendidas á secar, de jaulas de conejos, de
gatos flacuchos, de cuervos domesticados. Había allí fa-
milias de obreros , de rentistas de menor cuantía , algún
artista,— de éstos hay siempre donde quedan árboles, —
y, por último, dos ó tres cuartos amueblados, de aspecto
desagradable y como ensuciados por generaciones de
miserias.
En los alrededores, el esplendor y el bullicio de los Cam-
pos Elíseos ; el rodar incesante de los coches ; el choque
40 LA ESPAÑA MODERNA.
de arneses y el ruido de pasos animados ; las puertas co-
cheras cerrándose ruidosamente; notas de pianos; los
violínes de Mabille ; un horizonte de inmensos palacios si-
lenciosos , con los ángulos redondeados , con sus cristales
matizados por cortinas de seda clara y sus elevados es-
pejos sin azogue, por donde suben los dorados de los can-
delabros y las flores raras de las jardineras....
Esta calleja de Dottse-Maisons, alumbrada únicamen-
te por un farolillo colocado en un extremo , venía á ser
como el bastidor de la decoración que la rodeaba. Todo
lo que estaba de sobra en medio de aquel lujo iba á refu-
giarse allí: galones de libreas, disfraces de payaso, una
bohemia de palafreneros ingleses, de amazonas del circo,
el coche de los borregos, el teatrillo Guignol,y á más de
todo esto , tribus de ciegos que regresaban por la tarde
cargados de acordeones y violines. Uno de esos ciegos
se casó durante mi permanencia en aquella casa. Esta
boda nos valió, durante toda la noche, un concierto fan-
tástico de clarinetes , oboes , organillos y acordeones , en
que se veía perfectamente desfilar todos los puentes de
París con sus respectivas y distintas salmodias. Esto no
obstante, el paraje era de ordinario muy tranquilo. Aque-
llos vagabundos de la calle no tornaban hasta algo entra-
da la noche , j y tan cansados ! Allí no había ruido sino el
sábado, cuando cobraba Arthur su jornal de la semana.
El susodicho Arthur era mi vecino. Una pared dema-
siado corta, á la que se había agregado para prolon-
garla una empalizada, era la única separación que existía
entre mi cuarto y el gabinete amueblado que ocupaban
Arthur y su mujer. De este modo , y muy á pesar mío, la
vida de los vecinos venía á mezclarse con mi vida, y yo
tenía que oir todos los sábados, sin perder absolutamente
una palabra, el horrible drama, muy parisiense, que
ARTHUR. 41
se representaba en aquel hogar de obreros. La función
comenzaba siempre de la misma manera. La mujer pre-
paraba la comida ; los hijos daban vueltas en derredor
de la madre. Ésta les hablaba en voz baja y proseguía su
faena. Las siete, las ocho ; nadie.... Á medida que trans-
curría el tiempo, su voz cambiaba, vertía lágrimas , po-
níase nerviosa. Los chicos tenían hambre , sueño ; prin-
cipiaban á refunfuñar. El hombre nunca llegaba. Se comía
sin él. Después, acostada y dormida la familia menuda, la
pobre mujer salía á su balcón de madera , y la oía yo de-
cir, en voz baja y entre sollozos:
—¡Oh! ¡Canalla! ¡Canalla!
Los vecinos que volvían á casa la encontraban allí.
Todos la compadecían.
—Vaya V. á descansar ya, señora Arthur ; ya sabe
V. que no ha de volver hoy ; es día de jornal.
Y los consejos de las vecinas :
— Yo de V., ¿sabe V. lo que hacía?.... ¿Por qué no se
lo dice V. á su principal?
Estas muestras de compasión sólo conseguían que llo-
rase más ; pero perseveraba en su esperanza, y seguía
aguardando ; allí permanecía completamente enervada ;
cuando las puertas se cerraban y el pasaje quedaba silen-
cioso, la pobre mujer, considerándose completamente
sola, continuaba apoyada de codos en el balcón, reco-
gida en un pensamiento fijo, contándose á sí misma sus
tristezas , con ese descuido peculiar de la gente del pue-
blo que tiene siempre la mitad de su existencia en la calle.
Los alquileres de la casa se debían ; los proveedores de
comestibles la atormentaban ; el panadero se negaba ya
á dar el pan....; ¿cómo se arreglaría si su marido volvía
á casa sin dinero? Al fin, el cansancio de estar en ace-
cho, de escuchar las pisadas torpes de algún transeúnte,
^2 LA ESPAÑA MODERNA.
de contar las horas, se apoderaba de ella, y la vencía.
La infeliz entraba en su cuarto ; pero mucho tiempo des-
pués, cuando creía yo que aquello estaba ya terminado,
sonaba muy cerca de mí, en la galería, una tos. Todavía
estaba allí la pobre mujer, sostenida por la inquietud,
desojándose para mirar al fondo de aquella callejuela
obscura, y no viendo en él más que sus angustias.
Hacia la una ó las dos , á las veces más tarde aún , se
oía cantar en el extremo del pasaje. Era Arthur que vol-
vía. Casi siempre se hacía acompañar; traía arrastrado á
un camarada hasta la puerta: «Ven...., ven....»; y aun
allí mismo se detenía un buen rato ; no podía resolverse
á entrar, presumiendo lo que en su casa le esperaba. Al
subir la escalera , el silencio de la casa dormida que le de-
volvía el eco de sus pasos torpes , le molestaba como un
remordimiento. Hablaba solo en voz alta delante de cada
habitación. «Buenas noches, señé Weber....; buenas no-
ches, seña Mathieu»; y si no le respondían, desatábase en
injurias y denuestos , hasta que todas las puertas y todas
las ventanas se abrían para enviarle mil maldiciones. Esto
era precisamente lo que él quería ; tenía un vino batalla-
dor, y gustaba del ruido y de las disputas. Además, con
eso se enardecía , se encoleriz aba y le causaba así me-
nos miedo la entrada en su casa.
Esa entrada era ciertamente espantosa.
— Abre; soy yo.
Oía yo entonces los pies desnudos de la mujer pisando
sobre el entarimado , el frotar de los fósforos , y el hom-
bre que al entrar procuraba medio balbucir una histo-
ria , la misma siempre : los compañeros , un compromi-
so. «Chose, ya le conoces....; Chose, el que trabaja en el
ferrocarril » .
— ;Y el dinero?
ARTHUR. 43
—Ya no tengo, — contestaba la voz de Arthur.
— Es mentira.
Era mentira efectivamente. Aun en medio de los ex-
travíos de su embriaguez , se reservaba siempre algunos
céntimos, pensando por anticipado en la sed del lunes; y
este residuo de su jornal era lo que su mujer pretendía
arrancarle. Arthur se defendía.
—Cuando te digo que me lo he bebido todo, — gritaba
él. Su mujer, sin responderle, le agarraba con toda la
fuerza de su indignación , con todos sus nervios ; le sacu-
día, le registraba, volvíale los bolsillos. Al cabo de un
rato oía yo el sonido del dinero que rodaba por el pavi-
mento; la mujer se echaba sobre esas monedas, diciendo
con una risa de triunfo :
— ¡ Ah! ¿Lo ves?
Después, un juramento horrible y golpes sordos....
Era el borracho que se vengaba. Ya puesto á pegar, no
se detenía. Todo lo que hay de perverso y de destructor
en ese horrible vino de las barreras , subíasele á la ca-
beza y pugnaba por salir. Chillaba la mujer, los últimos
muebles de la habitación volaban en pedazos , los mucha-
chos, despertándose sobresaltados, lloraban de miedo.
En el pasaje, todas las ventanas se abrían. Y decían to-
dos los vecinos :
— i Es Arthur ! ¡ Es Arthur !
Algunas veces , el suegro , un trapero ya muy anciano
que habitaba en el cuarto amueblado próximo á éste,
llegaba en socorro de su hija; pero Arthur se encerraba
por dentro con llave para no ser interrumpido en su ope-
ración. Entonces, á través de la cerradura, se entablaba
entre suegro y yerno un edificante diálogo , en el cual
nos enterábamos de cosas muy agradables.
— ¿Es decir, pedazo de ladrón, que no tienes bas-
44 LA ESPAÑA MODERNA.
tante con tus dos años de presidio?— gritaba el viejo.
Y el borracho contestaba con cierto aire de altanería:
—Es verdad, he cumplido dos años de presidio. Y
¿qué tenemos? Por lo menos, yo he pagado mi deuda á la
sociedad. Procura tú pagar la tuya.
Esto le parecía sencillísimo y claro : he robado , me
habéis tenido en presidio; pues estamos en paz. Pero á
veces también, cuando el viejo insistía demasiado , impa-
cientándose Arthur, abría la puerta, se precipitaba sobre
el suegro, y sobre la suegra, y sobre los vecinos, y á to-
dos les pegaba, como Polichinela.
Y, sin embargo, no era un mal hombre; muy á menu-
do sucedía que el domingo , al día siguiente de una de esas
matanzas, el borracho, tranquilo y apaciguado ya, sin
un céntimo para ir á beber , pasaba todo el día en su casa.
Se sacaban las sillas de los cuartos. Instalábanse en la
azotea la señora Weber , la señora Mathieu , toda la ve-
cindad, y se charlaba. Arthur se hacía el amable , y hasta
picaba en ingenioso. Adoptaba para hablar una voz cla-
ra, dulzona, declamaba trozos de ideas que había reco-
gido por distintas partes sobre los derechos del obrero y
la tiranía del capital. Su pobre mujer, enternecida por
los golpes de la víspera, le contemplaba con admiración;
y no era sola.
— Este Arthur, si él quisiera.... — murmuraba la se-
ñora Weber suspirando. Entonces las señoras le hacían
cantar. Arthur cantaba Las Golondrinas de M. de Belan-
ger. ¡Oh! ¡Aquella voz de gola, llena de falsos sollozos,
de sentimentalismo estúpido del obrero ! En aquel terrado
enmohecido , lleno de andrajos puestos al sol, que apenas
dejaban pasar un trozo de color azul por entre las cuer-
das, toda aquella gente, sedienta de un ideal á su modo,
levantaba al cielo sus ojos humedecidos.
ARTHUR. 45
Todo lo cual no era incompatible con que el sábado
siguiente Arthur se bebiese el jornal y apalease á su
mujer; ni con que tuviese en aquel tabuco un montón de
Arthurillos que solamente esperaban á tener la edad de
su padre para beberse también sus jornales y pegar á
sus mujeres.
¡Y esta es la raza que pretende gobernar el mundo!
¡Ah! ¡Maldecidos!, como dirían mis vecinas del pasaje.
Alfonso Daudet.
CÓMO SE ENGAÑA A LAS MUJERES
Sí; i he sido amada! (dijo la duquesa de Lore á su
amiga la princesa de Claris) ; amada como todas
las mujeres ansiamos serlo ; con un respeto ideal
que nunca logró reina alguna , y con una idolatría que so-
lamente podía ser otorgada á la divinidad. Sí; he sido
amada con una adoración infinita, pero hasta tal extremo,
que sólo el pensamiento de ese culto , cuyo incienso em-
briagador he respirado , basta para borrar, para supri-
mir lo que haya existido de triste en mi vida , y para qui-
tar valor á las decepciones y matizar mi existencia con
un color purpurino, semejante al de ese sol que desde su
ocaso nos alumbra .
En el fondo de un castillo antiguo del Bourbonnais, en
un tocador muy alto de techo , pintado por la mano misma
de Boucher , y en cuyas paredes las Dianas y las ninfas
de pintadas blancuras dejaban ver sobre sus desnudas
carnes los colores del fuego , como si el amor las hubiera
incendiado con su antorcha , las confidencias de la Du-
quesa tomaban, en efecto, una especie de voluptuosa so-
lemnidad en los extensos resplandores rojizos que el cielo
CÓMO SE ENGAÑA Á LAS MUJERES. 47
arrojaba sobre aquellas pinturas deliciosamente ajadas.
— i Ah , querida amiga ! (murmuró suspirando la Prin-
cesa.) Si es verdad eso, puede V. decir que la ha tocado
el premio gordo de la lotería, que existe únicamente para
engolosinar á los jugadores candorosos, y que nunca toca
á nadie; alo menos eso había yo creído hasta ahora;
pero si V. ha tenido esa fortuna inesperada, haga el fa-
vor de no dar dentera á los demás.
—Princesa (contestó la hermosísima Erice de Lore):
ambas sabemos mutuamente nuestras edades respecti-
vas, pues hemos nacido en casas muy próximas, y casi á
un mismo tiempo. Si hemos sabido ser, como parisienses, lo
necesario , y como grandes señoras lo suficiente para im-
pedir que la gordura desfigurase nuestros talles , y para
evitar , sólo con quererlo , y sin el empleo innoble de men-
jurges y cosméticos, que se deslice una cana entre nues-
tros cabellos , no hemos dejado por eso la una y la otra de
cumplir los treinta y seis años. Podemos decirlo aquí, solas
entre estas paredes feudales, que no oyen — diga lo que
quiera el adagio — y que tienen espesor bastante para im-
posibilitar cualquier indiscreción. ¿No es este el momento
más á propósito para hacer un balance exacto de toda
nuestra vida pasada, y calcular si lo que hemos disipado
de nunca vistos tesoros valía la pena de vivir? Un Príncipe
real , heredero de uno de los tronos más envidiados del
mundo, y extraordinariamente hermoso, consagró á V.
su juventud, y para no causar á V. ni la más ligera som-
bra de disgusto, murió soltero, burlando así las esperan-
zas de su familia y de todo su pueblo. Pues bien, amig^a
mía: creo que mi felicidad ha sido superior á la de V.;
porque yo, sin dar nada de mi belleza, ni de mi persona
visible, he poseído, como objeto de mi pertenencia exclu-
siva , un corazón de héroe y de niño , y el entendimiento
48 LA ESPAÑA MODERNA.
más elevado que ha resplandecido en nuestra época.
— Eso (replicó la Princesa) semejaría un enigma, si
hubiera enigmas en el mundo.
— No los hay (contestó la Duquesa) : esto no lo es. V.
no se equivoca nunca, y no se equivocó al sorprender
el brillo de mis ojos cuando , entrando juntas la otra
noche en el vestíbulo del Teatro Francés , hemos visto
allí colocado por primera vez el busto de Guy de Char-
naille , labrado por David con la avasalladora sinceri-
dad del genio. Sí; Guy de Charnaille es quien me ha
amado. En los años en que las cien novelas palpitantes
de vida y saturadas de modernismo ('), que después fue-
ron coleccionadas bajo el título común de Estudios socia-
les, aparecían sucesivamente y apasionaban á Europa ;
cuando , sobrepujando en su vuelo vigoroso á los poetas
épicos , sacaba Guy de su pensamiento un mundo : prín-
cipes, duques, clase media, aldeanos, artistas, vírgenes,
cortesanas, mujeres de mundo tan parecidas á nosotras,
que leyendo aquellos libros no parecía sino que nos hu-
biera sacado, completamente desnudas , á la luz del día ;
cuando amontonaba , merced al más prodigioso esfuerzo
creador que se ha producido nunca , tantos y tantos dra-
mas, historias dignas de los antiguos narradores, come-
dias iguales á las de Moliere, églogas dulces, dolorosas
elegías ; cuando conocía y divulgaba todos los secretos
como si, por milagro de una doble naturaleza, tuviese en sí
el eterno femenino, imaginé que sería una conquista her-
mosa la de domar á tal gigante, la de poseer, de tener en
poder mío aquel monstruo de intehgencia sobrehumana,
sabio como un Dios. Pero quería yo producir esa hechi-
cería por medio de un encanto verdaderamente misterio-
(i) La Academia Española no puede en justicia rechazar este neo-
logismo, que autoriza el uso y la necesidad impone. (Nota del T.)
CÓMO SE ENGAÑA Á LAS MUJERES. 49
SO, de la fuerza única del invisible fluido que de nosotras
emana ; hice por lo tanto saber á Guy de Charnaille inme-
diatamente que renunciase en absoluto á la esperanza de
verme y de conocerme , cuando le escribí ofreciéndole mi
amistad.
—¿La amistad de V.? (dijo la Princesa.) ¿Y esa pala-
bra no le hizo soltar una ruidosa carcajada á lo Rabe-
lais, hasta romper los cristales de su casa?
— ¡Oh! (contestó Erice.) Amistad, amor, ¿quemas da?
No discuto nunca por palabras. La verdad del caso es
que solamente con mis cartas convertí á este Encelado
en amante sumiso y domeñado como esas fieras que el
Amor de las mitologías arrastra hasta los pies de su ma-
dre con cadenas de flores. En aqueUos momentos, rendido,
aherrojado, obscuro, como genio aún no comprendido
y á quien sus enemigos admiran ya demasiado, luchando
con El Dinero, como luchaba Jacob con el Ángela perse-
guido por los editores y por las deudas ; á las veces im-
poniendo privaciones á su familia , vertiendo lágrimas
abrasadoras , Guy trabaja de quince á diez y ocho horas
diarias en su retiro de Chaillot, produciendo obras maes-
tras como parten guijarros los empedradores, con la mi-
rada fija en el lejano objetivo , apartado de los hombres;
huyendo , con motivo , de escribir á su madre y á su her-
mana , y teniendo siempre en los labios el horrible beso
de la soledad. En tales condiciones, cuando Guy no tenía
un momento para vivir ni para hablar ; cuando el tra-
bajo pesaba sobre su pecho como los diablos en una pe-
sadilla, halló tiempo para amarme á mí sola, para rela-
cionar con mi recuerdo todos sus actos y todos sus de-
seos , escribiendo y creando únicamente para mí. No tuvo
entonces una idea sola que no me fuese ofrecida como el
incienso que se quema en los altares : ¡ adoraba en mí! Un
4
3 0 LA ESPAÑA MODERNA.
hecho solo bastará para que V. estime la inefable delica-
deza de ese cariño : Guy de Charnaille tuvo en su mano,
y así me lo demostró, el medio de saber quién yo era y de
conocerme. Hasta llegaron circunstancias en las cuales,
á cada hora y á cada minuto, habríale sido fácil desga-
rrar el velo en que yo me envolvía y llegar hasta mí; no
quiso hacerlo, sin embargo, porque yo se lo tenía prohi-
bido. Pero, no vacilará V. en creer esto: con esas prodi-
giosas facultades intuitivas que le daban indiscutible su-
perioridad con relación á los demás hombres, Guy había
sabido soñarme tal cual soy , y el magnífico retrato pin-
tado por Dehodency no se me parece más que el retrato
escrito en que Guy me ha representado muy á lo vivo
por un instinto invencible , y que ha colocado en la pri-
mera página de su más hermosa novela. Robándolas á
su descanso y al sueño, este luchador, quebrantado, ren-
dido de fatiga , tomaba las horas que empleaba en escri-
birme; pero no bien evocaba mi nombre, el cansancio
del trabajo penosísimo desaparecía como por encanto;
sentíase entonces animoso y ágil , como si se hubiese su-
mergido en la juventud eterna. Antes de escribir el nom-
bre único bajo el cual le ha sido dado el conocerme, abría
su ventana, contemplaba las negruras de aquel París in-
menso con sus millares de luces: segura estoy de que
Guy adivinaba cuáles eran las luces de mi palacio , porque
no existían obstáculos materiales para aquel genio privi-
legiado. Y cuando se sumergía de esta suerte en las deli-
cias de un martirio sin cesar renovado, condenábase para
el día siguiente á una lucha imposible , porque debía tor-
nar al comienzo de sus prodigios diarios sin que su cere-
bro ardiente hubiese podido calmarse con el indispensable
reposo. Deleitábame en figurarme aquel gigante , viéndo-
me, á pesar de la distancia, con sus ojos claros; sepa-
COMO SE ENGAÑA A LAS MUJERES.
rando , para verme mejor , su cabellera leonina ; pensando
en el asunto de sus libros, en los trabajos prometidos, en
las pruebas, en los pagos próximos, en los compromisos
que le tenían aprisionado entre mil ligaduras , y poniendo
todo eso en olvido sólo con pronunciar un nombre que
á mí se me había antojado formar , y que él sabía perfec-
tamente que no era el mío, porque Guy también había
adivinado eso , por de contado. Sobrellevaba entonces,
con una resistencia de Hércules , las torturas que le pro-
ducían la envidia, la injusticia del éxito y el triunfo de
las medianías , tan celosas siempre de los seres supe-
riores; pero las que padecía por mi causa, solamente
por mí, las aceptaba espontáneamente y con una adora-
ble alegría.
— Pero , hermosa (dijo la Princesa): en el África Cen-
tral hay antropófagos , cuyo único crimen es el de tener
muy buen apetito, y cuya crueldad se queda muy pequeña
comparándola con la de V. , porque los antropófagos no
siempre se comen los cerebros de sus víctimas.
— Es verdad (respondió con orgullo la duquesa de
Lore) ; pero la soberanía tiene ese precio; por eso los dio-
ses han exigido siempre sacrificios humanos. En una
ocasión me digné indicarle un medio de que me enviase
alguna cosa diferente de sus cartas , y entonces Guy de
Charnaille , más pobre que nunca á la sazón, aunque ga-
naba cantidades enormes , me envió un ramo de flores
tropicales, alcanzado por no sé qué intrigas, y que un rey
había creído excesivamente caro. Ofrecíame temblando
lo que habría rehusado á príncipes y á Rothschilds , el
manuscrito de una de sus obras , manuscrito en el cual
se leía la inspiración viva y palpitante. Encontró manera
de hacerle encuadernar en ocho días por Thouvenin ó
Capé, que nada hacían sin tomarse dos años de plazo, con
52 LA ESPAÑA MODERNA,
cantoneras metálicas , dibujadas expresamente por Fou-
chéres ó por los Johannot, y lo puso á mis plantas ador-
nado como para una princesa Farnesio ó para una du-
quesa de Este. De ese modo duró, por espacio de cuatro
años, un amor vehemente, exclusivo, pronto al sacri-
ficio , merced al cual saboreé cartas muy superiores á los
más sentidos poemas, escritas para mí sola, y que na-
die leerá jamás ; porque he jugado á los futuros editores
de correspondencias la mala partida de quemarlas todas,
conservando sólo unas pocas relativamente insignificantes.
Por último: ¡es bien que me conozca V. del todo! Yo
era libre ; bastante hermosa para no tener miedo á las
comparaciones con un ideal cualquiera; de una posición
social suficientemente elevada para no dar importancia
á las murmuraciones del mundo; de mi sola voluntad
habría dependido conceder á una hechura mía las deli-
cias paradisíacas de una felicidad completa ; pero me
pareció más dulce dejarle padecer y consumirse para mi
gloria del todo inmaterial. Acaso yo me inspiraba, sin
advertirlo, en el vago deseo de no contrariar al destino;
quizá había yo comprendido inconscientemente que una
felicidad excesiva debía ser mortal para el genio. Todo
ha de tener acabamiento ; sin embargo , este comercio de
almas no concluyó sino por un acto de mi voluntad , en el
día mismo en que pude temer que la violencia de tales
deseos siempre aspirando á mí, turbase al fin con su sa-
cudida eléctrica aquellos placeres sutiles en que me ha-
bía yo embriagado lentamente. Por otra parte, ¿qué más
podía yo exigir ya, habiendo tenido en mi poder , para mí
sola , durante cuatro años , á ese Charnaille , que fué
como Goethe un Júpiter, obediente , tímido , extasiado,
á quien sólo el temor de enojarme hacía palidecer , y que
fué siempre fiel por añadidura?
CÓMO SE ENGAÑA Á LAS MUJERES. 53
— ¡¡Fiel!!— repitió Ana de Claris, más asombrada que
si hubiera oído hablar á un perro.
— Sí, entre su trabajo y yo, nada existía en aquel espí-
ritu de ángel. Lo mismo que un niño , me lo confiaba todo;
referíame, minuto por minuto, sus pensamientos, sus
propósitos, sus aspiraciones, sus ideas; disculpándose
de faltas leves que habrían hecho sonreír á un santo, y
solicitando mi perdón por ofensas más impalpables que
una hoja de rosa en un sueño ; colocando con soberano
desdén todas las recompensas humanas muy por de-
bajo de una sencilla palabra de aprobación de la mujer
amada.
— Pero (preguntó la princesa), ¿el gran novelista no
ha faltado ni una sola vez á esa fidelidad de paladín, más
inverosímil que todos los cuentos de Ariosto?
— Sí (dijo la duquesa de Lore) : una vez sola. Pero i con
qué contrición, con qué remordimiento, con qué inconso-
lable amargura se confesó conmigo del crimen! Y, sin
embargo, tenía un alma tan noble, que ni por un instante
solo pensó en humillar, al escribirme, á la que había
ocasionado su caída. Guy había ido al baile de la Ópera
para encontrar allí asunto de una descripción indispensa-
ble á sus Estudios Sociales; confesó que, una vez allí,
hubo de acercársele una desconocida, y que en aquel
instante mismo habíase sentido envuelto en un deUcadí-
simo perfume, aturdido por una voz melodiosa, subyu-
gado por una gracia rítmica y soberana, enloquecido
por unos cabellos suaves como ceniza tamizada, y que
entonces....
— i Ah ! (dijo la Princesa.) Y V., que en lo que respecta
á los celos es muy parecida al feroz moro de Venecia, ¿le
ha perdonado eso?
—No (respondió la Duquesa) : no se lo he perdonado
54 LA ESPAÑA MODERNA.
nunca. Sin embargo, en este caso especialísimo , sentía-
me yo mu}^ predispuesta á ser indulgente, porque....
—¿Por qué? — preguntó la Princesa.
— ¡Bah! (dijo la de Lore, con el aire malicioso de una
gata que masca un ratón); porque la desconocida del baile
de máscaras.... era yo.
— ¡Oh, amiga mía! (dijo la Princesa, dando rienda
suelta á su risa.) Buen anacoreta sería el que supiese pro-
porcionarse las voluptuosidades del ayuno, alimentán-
dose con perdices y bebiendo Rhin.
Está visto que en lo que á casuística se refiere , una
Duquesa parisiense sabe más que el mismísimo diablo.
Teodoro de Banville.
PROUDHON Y COURBET
H
AY libros cuyo título, enlazado con el nombre
del autor , basta para dar , antes de su lectura,
idea completa del alcance y de la significación de
la obra.
El libro postumo de Proudhon, Del principio del
Arte y de su misión en la sociedad, se hallaba aquí, en
mi mesa. Yo no lo había abierto: figurábame, sin embar-
go, conocerlo que contenía, y sucedió que, en efecto,
mis previsiones se realizaron.
Proudhon es una inteligencia honrada , de extraordi-
naria energía, amante de lo verdadero y de lo justo. Es
el nieto de Fourier ; aspira al bienestar del género huma-
no ; imagina ó sueña una vasta asociación de la humani-
dad , asociación de la cual cada hombre será un miembro
modesto y activo. Quiere, en una palabra, que reinen la
igualdad y la fraternidad; que la sociedad, en nombre de
la conciencia y de la razón, se reconstituya sobre las
56 LA ESPAÑA MODERNA.
bases del trabajo colectivo y del continuo mejoramiento.
Parece cansado de nuestras luchas, de nuestras desespe-
raciones, de nuestras miserias; pretende obligarnos á la
paz y á una existencia arreglada. El pueblo que Proudhon
ve en sus sueños es un pueblo que halla su tranquilidad en
el silencio del corazón y de las pasiones : ese pueblo de
trabajadores solamente vive de la justicia.
En toda su obra ha trabajado Proudhon para el na-
cimiento de ese pueblo. De día y de noche, á todas ho-
ras , necesitaba combinar los distintos elementos huma-
nos de un modo conducente á establecer sobre cimientos
firmes la sociedad por él soñada. Quería que cada clase,
cada trabajador, entrase por su parte en la obra común;
él coordinaba los entendimientos , reglamentaba las fa-
cultades ganoso de no desperdiciar nada, y temeroso, al
propio tiempo, de introducir alguna levadura de discor-
dia. Paréceme verlo á la puerta de su ciudad futura,
examinando á cada hombre que se presenta, sondeando
su cuerpo y su alma, contraseñándolo después y dándole
por nombre un número , un oficio por vida y por espe-
ranza. El hombre no es ya más que un ínfimo peón.
Cierto día el gremio de artistas se presentó en las
puertas. Cátate á Proudhon todo perplejo. ¿Qué hombres
son éstos? ¿Para qué sirven? ¿En qué mil demonios po-
demos ocuparlos? Proudhon no se atreve á despedirlos
resueltamente , porque , al cabo , él no desprecia ninguna
fuerza y porque además espera que, con paciencia, algo
podrá sacarse de ellos. Comienza, pues, á buscar y á ra-
zonar. No quiere ver en ellos una negación de sus teorías,
y acaba por hallar un sitio reducido en que colocarlos;
les endilga un sermón larguísimo, en el cual les recomien-
da que sean buenos chicos , y les deja entrar, vacilando
aún y diciendo para su capote: «Vigilaré sobre ellos,
PROUDHON Y COURBET. 57
porque tienen malas caras y ojos encendidos que no me
prometen nada bueno».
Tiene V. motivo para temblar; debería V. no haber-
los dejado penetrar en su ciudad modelo. Son esas gen-
tes muy extrañas , que no creen en la igualdad ; que han
dado en la manía ridicula de tener corazón , y que , á
las veces, extreman su maldad hasta el punto de ser hom-
bres de genio. Van á perturbar ese pueblo de V.; á des-
ordenar las ideas comunistas ; á rehusar resueltamente
pertenecer á V. , para no pertenecer más que á ellos mis-
mos. Suelen nombrar á V. el terrible lógico; figúrase-
me que esa lógica estaba durmiendo el día en que V.
cometió la falta irreparable de admitir pintores entre sus
legisladores y sus zapateros. Es V. poco aficionado álos
artistas ; toda personaHdad desagrada á V. ; V. aspira
al aplanamiento del individuo para ensanchar los cami-
nos de la humanidad. Corriente; pues sea V. sincero, y
mate al artista. El mundo de V. quedará más así tranquilo.
Comprendo perfectamente la idea de Proudhon, y hasta,
si se quiere, me adhiero á ella. Desea el bien de todos; lo
anhela en nombre de la verdad y del derecho , y no tiene
para qué mirar si al dirigirse hacia su objetivo aplasta á
varias víctimas. Consiento en ser habitante de su ciudad;
es indudable que me moriré de aburrimiento ; pero me
aburriré honrada y tranquilamente, lo cual es una com-
pensación. Lo que no puedo soportar, lo que me irrita es
que obligue á vivir en esa ciudad dormida á hombres
que rehusan enérgicamente la paz y el aniquilamiento que
él les ofrece. ¡Es tan sencillo y tan hacedero no recibir-
los y lograr que desaparezcan! Pero, por amor de Dios,
no les dé V. á viva fuerza lección ; sobre todo, no se di-
vierta V. en fabricarlos con otro barro que el empleado
por Dios para hacerlos, por sólo el gusto de crearlos, por
58 LA ESPAÑA MODERNA.
segunda vez, tales cuales V. los quiere. Todo el libro de
Proudhon está aquí. Es una segunda creación, un asesi-
nato y un parto. Proudhon acepta en su ciudad al artista;
pero al artista imaginado por él, al artista de que ha me-
nester, y que ha creado tranquilamente y sólo en teoría.
Su libro está vigorosamente pensado , y tiene una lógica
abrumadora; pero todas las definiciones, todos los axio-
mas son falsos. Es un error gigantesco deducido con una
fuerza de razonamiento, que no debería nunca ser puesta
al servicio de lo que no fuese la verdad.
Su definición del Arte, hábilmente trazada y más há-
bilmente explotada, es la siguiente: « Una representación
idealista de la naturaleza y de nosotros mismos que
se endereza al perfeccionamiento físico y ynor al de nues-
tra especie^. Esta definición es, sin duda, la del hombre
práctico del que yo hablaba hace poco , del hombre que
pretende que nos comamos las rosas en ensalada. Sería
insustancial en manos de cualquiera. Proudhon no gasta
bromas cuando se trata del perfeccionamiento físico y
moral de nuestra especie. Utiliza esa definición para
negar lo pasado y para fantasear un futuro horrible. El
arte perfecciona lo conocido ; pero perfecciona á su ma-
nera, regocijando el espíritu , no predicando ni dirigién-
dose á la razón.
Por otra parte , esa definición me produce alguna in-
quietud. Viene á ser el resumen muy inocente de una
doctrina peligrosa en otro concepto. No puedo admitirla
solamente por el desenvolvimiento que le da Proudhon ;
en sí misma , paréceme la obra de un hombre de bien
que juzga el arte como se juzga la gimnasia ó el estu-
dio de las raíces griegas.
Proudhon asienta, en tesis general, lo siguiente : yo
público , yo humanidad , tengo derecho á guiar al artista
PROUDHON Y COURBET. 39
y á exigirle lo que me agrade ; el artista no debe ser él,
debo ser yo , debe pensar como yo pienso , debe trabajar
para mí solamente. El artista, por sí mismo , no es nada ;
lo es todo por el linaje humano y para el linaje humano.
En resumen : el sentimiento individual , la libre expre-
sión de una personalidad, quedan prohibidos. Es menester
que el artista se limite á ser el intérprete del gusto ge-
neral , á trabajar solamente en nombre de la colectividad,
para agradar á todos. El arte llega á la perfección cuando
el artista se anula, cuando la obra no lleva su nombre,
cuando esa labor artística es el producto de una época
entera, de una nación, como la estatuaria egipcia ó como
la arquitectura de nuestras catedrales góticas.
Yo , á mi vez , asiento , en principio , que la obra artís-
tica sólo existe por su originalidad. Es necesario que en
cada obra encuentre yo un hombre , ó la obra me deja
completamente frío. Sacrifico resuelta y francamente la
humanidad al artista. Si yo hubiera de definir una obra
de arte , mi definición sería la siguiente : Una obra de
arte es un pedaso de la creación, visto á través de un
temperamento. Lo demás, ¿qué me importa? Soy artista,
y os doy mi carne y mi sangre , mi corazón y mi pensa-
miento. Me pongo completamente desnudo en presencia
vuestra ; bueno ó malo , me entrego á vosotros. Si aspi-
ráis á ser instruidos , contempladme , aplaudid ó silbad ;
sea mi ejemplo un estímulo ó una advertencia. ¿Qué más
queréis pedirme? No puedo daros otra cosa, pues me doy
todo entero , con mis violencias ó con mis dulzuras , tal
cual Dios me hizo. Sería ciertamente ridículo queProud-
hon, el apóstol de la verdad, viniese á transformarme
en otro, á obligarme á mentir. Es evidente que V. no ha
comprendido que el arte es la manifestación libre de un
corazón y de una inteligencia , y que resulta tanto más
6o LA ESPAÑA MODERNA.
grande cuanto es más personal. Si existe el arte de las
naciones , la expresión de las épocas , existe también la
manifestación de las individualidades , el arte de las
almas. Un pueblo ha podido crear arquitecturas ; pero
me siento infinitamente más emocionado ante un cuadro,
ó con un poema, obras individuales en que me veo yo
mismo , con todas mis alegrías y con todas mis tristezas.
No niego , por lo demás , la influencia que en el artista
pueden ejercer el medio ambiente y el momento histó-
rico ; pero no tengo para qué curarme de esas cosas.
Acepto al artista tal cual llega hasta mí.
Dice V., dirigiéndose á Eugenio Delacroix : «Me im-
portan muy poco las impresiones personales de V No
son las ideas de V., ni su ideal propio, los que han de la-
brar en mi alma al pasar por mis ojos ; son las ideas y el
ideal que hay dentro de mí , que es precisamente lo con-
trario de lo que V. se precia de realizar. De suerte que
todo el talento de V. debe concretarse á producir en nos-
otros impresiones, movimientos y propósitos que redun-
den , no en pro de la gloria ó del medro de V., sino en be-
neficio de la felicidad general y del mejoramiento de la
especie». Y en la conclusión escribe V. : «Por lo que res-
pecta á nosotros, socialistas revolucionarios, decimos á
los artistas, lo mismo que á los literatos : nuestros idea-
les son la verdad y el derecho : si con esto no sabéis rea-
lizar el arte, ni tener estilo, j atrás! ; para nada os nece-
sitamos. Si estáis al servicio de los corrompidos, de los
ricos , de los haraganes , ¡atrás!; no queremos vuestras
artes. Si la aristocracia, el pontificado ola majestad real
os son indispensables , ¡ atrás ; siempre atrás ! Proscribi-
mos vuestro arte y vuestras personas». Por mi parte, me
creo autorizado para contestar á V. en nombre de los ar-
tistas y de los literatos, délos que sienten latir su corazón
PROUDHON Y COURBET.
y elevarse su pensamiento : « Nuestros ideales , los idea-
les que poseemos , son nuestros amores y nuestras emo-
ciones, nuestras sonrisas y nuestras lágrimas. Si vos-
otros no necesitáis de nosotros para nada, nosotros nos
hallamos perfectamente sin vosotros. Vuestro comunis-
mo y vuestra igualdad nos descorazonan. Tenemos estilo,
y realizamos el arte con nuestra carne y con nuestra
alma ; amamos la vida , y os damos cada día un poco de
nuestra existencia. No estamos al servicio de nadie, y
nos negamos á entrar al vuestro. Ni engrandecemos á
nadie, ni obedecemos más que á nuestra naturaleza. So-
mos buenos ó malos, y os dejamos en libertad completa
de escucharnos ó de taparos los oídos. Aseguráis que
proscribís nuestras obras y á nosotros. Intentadlo, y sen-
tiréis dentro de vosotros un vacío tan grande , que llora-
réis de amargura y de vergüenza » .
Somos fuertes, y Proudhon lo sabe. Su cólera no sería
tan grande si pudiese aplastarnos y dejar sitio despejado
para realizar sus humanitarios ensueños. Le molestamos
con todo el poder que tenemos sobre la carne y sobre el
alma. Se nos quiere ; nosotros llenamos los corazones,
nos apoderamos de la humanidad por todas las facultades
que en ella aman , por sus esperanzas y por sus recuer-
dos. Tanto como él nos aborrece, como su orgullo de
filósofo y pensador se irrita viendo que la muchedumbre
le vuelve la espalda y cae á nuestros pies. Proudhon
la llama, nos rebaja, nos clasifica, y nos señala un sitio,
allá en el extremo del banquete sociahsta. Tomemos
asiento, amigos míos, y turbemos el banquete. Sólo nece-
sitamos hablar, sólo necesitamos coger el pincel, y como
nuestras obras son conmovedoras , la humanidad derra-
ma lágrimas y olvida la justicia y el derecho para no
ser sino carne y corazón.
52 LA ESPAÑA MODERNA.
Si me preguntáis qué es lo que yo , artista , he venido
á hacer en el mundo, os responderé : «Vengo á vivir en
las alturas » .
Ahora se comprende lo que debe de ser el libro de
Proudhon. Examina los distintos períodos de la historia
del Arte, y su sistema, que Proudhon aplica con una bru-
talidad ciega , le hace prorrumpir en las blasfemias más
extrañas. Estudia sucesivamente el arte egipcio , el arte
griego y el romano, el arte cristiano, el Renacimiento,
el arte contemporáneo: todas estas manifestaciones del
pensamiento humano le disgustan ; pero aparece siempre
en el autor una visible preferencia por las obras ó la es-
cuela en que el artista desaparece y se llama legión. El
arte egipcio , ese arte hierático , generalizado , que se re-
duce á un tipo y á una actitud ; el arte griego , esa ideali-
zación de la forma , ese cliché puro y correcto , esa be-
lleza divina é impersonal ; el arte cristiano , esas figuras
demacradas y pálidas que pueblan nuestras catedrales y
que parecen todas obras del mismo artífice: tales son los
períodos artísticos que hallan gracia ante Proudhon,
porque en ellos las obras parecen como si fuesen produ-
cidas por las multitudes.
En lo que respecta al Renacimiento y á nuestra épo-
ca, ya sólo ve decadencia y anarquía. Y es claro, porque
es intolerable que haya personas que se permitan tener
talento sin consultar á la humanidad , que existan ó ha-
yan existido los Miguel-Ángel, los Tizianos, los Vero-
nés, los Delacroix, que se atrevieron á pensar por sí
mismos y no por conducto de sus contemporáneos ; de ex-
presar lo que ellos tenían en su alma, y no lo que tenían
en las suyas los imbéciles de su tiempo. Que Proudhon
arrastre por el lodo á Leopoldo Robert y Horacio Vernet,
me es casi indiferente. Pero que sienta admiración por
PROUDHON Y COURBET. 63
el Marat 6 por el Juramento en el Juego de pelota , de
David , por razones de demócrata ó de filósofo , ó que
destroce los lienzos de Eugenio Delacroix en nombre de
la moral y de la razón, son cosas que no pueden tolerar-
se. Por todo lo del mundo no querría yo ser elogiado por
Proudhon ; se elogia á sí mismo cuando elogia á un ar-
tista , y se deleita con ideas y con asuntos que el último
peón de albañil podría hallar y desenvolver.
Duéleme todavía el viaje que con él he llevado á cabo
á través de los siglos. Como yo no admito en el arte más
que la vida y la personaHdad , claro que no soy aficio-
nado á los egipcios , ni á los griegos , ni á los artistas del
ascetismo. Me entusiasma, por el contrario, la libre ma-
nifestación de los pensamientos individuales, — eso que
Proudhon llama la anarquía;— me gustan el Renacimiento
y nuestra época, estas luchas entre artistas, esos hombres
que vienen todos á pronunciar una palabra todavía des-
conocida ayer. Si la obra no tiene sangre y nervios , si
no existe en ella la expresión entera y conmovedora de
una criatura , rechazo la obra , aunque sea la Venus de
Milo. En una palabra: yo soy diametralmente opuesto á
Proudhon ; éste quiere que el arte sea la obra de la na-
ción; yo exijo que sea la obra del individuo. Por lo de-
más, Proudhon es sincero. «¿Qué es un grande hombre?
(pregunta.) ¿Hay grandes hombres? ¿Puede admitirse en
los principios de la Revolución francesa , y en una Repú-
bUca fundada sobre el derecho del hombre, que haya
grandes hombres? » Estas palabras , por muy ridiculas
que parezcan, son graves. V. que sueña con la liber-
tad, ¿no quisiera dejarnos la libertad de la inteligencia?
Proudhon dice después en una nota: «Diez mil ciudada-
nos que han aprendido el dibujo, forman una potencia de
colectividad artística, una fuerza de ideas, una energía
64 LA ESPAÑA MODERNA.
de ideal muy superior á la de un individuo , y que , al ha-
llar un día su expresión, sobrepujará la obra maestra».
Por esto, á juicio de Proudhon, la Edad Media vale más en
asuntos de arte que el Renacimiento. Al no existir gran-
des hombres, el grande hombre es la multitud. Confieso
á Vds. que ya no sé lo que se pretende de mí, artista, y
que prefiero mil veces coser zapatos. Por último, el pu-
blicista, fatigado de divagar, expone todo su pensamien-
to. Para ello exclama: « ¡Pluguiera á Dios que Lutero hu-
biese exterminado los Rafael , los Miguel-Ángel y todos
sus émulos, todos esos decoradores de palacios y de
iglesias! » Fuera de esto, la confesión es más completa to-
davía cuando Proudhon dice: «El arte en nada puede
contribuir directamente á nuestro progreso ; la tendencia
es á prescindir de él en absoluto». Pues bien: me agrada
más esto; prescindan Vds. del Arte , 3^ no se hable más del
asunto. Pero no nos venga V. luego declamando orgullo-
sámente : « Llego á colocar los cimientos de una crítica de
arte racional y serio», cuando anda V. en el error más
grosero.
Creo que Proudhon no habría tenido derecho á pene-
trar en la ciudad-modelo , ni á sentarse en el banquete
socialista. Habríasele expulsado sin compasión. ¿No era él
un grande hombre? ¿No era una vigorosa inteligencia,
personalísima en grado sumo? Todo su aborrecimiento á
la individuaUdad cae sobre él y le condena. Proudhon
habría venido entonces á buscarnos , á nosotros , á los ar-
tistas, á los proscriptos, y nosotros acaso hubiésemos
podido consolarle admirándole , al pobre hombre grande
soberbio que habla de modestia.
PROUDHON Y COURBET. 6^
II.
Proudhon , después de pisotear lo pasado , sueña un
porvenir, una escuela artística para su ciudad futura.
Convierte á Courbet en revelador de esa escuela , y lanza
la piedra del oso á la cabeza del maestro.
Ante todo , quiero declarar ingenuamente que deploro
ver á Courbet mezclado en este asunto. Habría yo cele-
brado que Proudhon hubiese escogido para ejemplo otro
artista; cualquier pintor sin talento alguno. Aseguro que
el publicista, con su carencia absoluta de sentido artístico,
hubiera podido elegir con el mismo desembarazo , al más
ínfimo amasador de yeso, al ganapán estúpido que trabaja
en pro del mejoramiento de la especie. Proudhon quiere
un moralista en pintura, y , á lo que parece, le importa muy
poco que este moralista moralice con un pincel ó con una
escoba. Habríam.e sido lícito en ese caso, después de ha-
ber rechazado la escuela del porvenir, rechazar delmis-
mo modo al jefe de la escuela. No puedo hacerlo. Es me-
nester que yo distinga entre las ideas de Proudhon y el
artista á quien Proudhon aplica esas ideas. Por otra
parte, el filósofo ha disfrazado de tal modo á Courbet,
que me bastará, para no contradecirme admirando á
Courbet , declarar en alta voz que me inchno , no ante el
Courbet humanitario de Proudhon , sino ante el maestra
vigoroso que nos ha dado algunas páginas llenas de gran-
deza y de verdad.
El Courbet de Proudhon es un hombre singular, que
utiHza el pincel como un dómine de pueblo utiliza su pal-
meta. El menor de sus henzos , á lo que parece , está pre-
3
66 LA ESPAÑA MODERNA.
nado de ironías y de enseñanzas. El tal Courbet, siempre
el de Proudhon , desde las alturas de su cátedra, nos mira,
nos penetra hasta el corazón , pone al desnudo nuestros
vicios ; después , integrando nuestras fealdades , nos pinta
en nuestra verdad para hacernos enrojecer de vergüenza.
¿No se sienten Vds. movidos á postrarse de hinojos, á dar-
se golpes de pecho y á pedir misericordia? Posible es que
el Courbet de carne y hueso semeje en algunos rasgos á
este Courbet del publicista; discípulos demasiado entu-
siastas y averiguadores de lo futuro han podido extraviar
al maestro ; por otra parte , existe siempre en los hombres
de gran entereza espiritual algo de extravagancia y de
ceguedad rara ; pero confiesen Vds. que si Courbet predi-
ca, predica en desierto, y que si merece nuestra admira-
ción, la merece solamente por la manera enérgica con que
se ha apoderado de la naturaleza y después la ha repro-
ducido.
Deseo ser justo , y sentiría dejarme tentar por una
broma verdaderamente fácil. Concedo que algunos lien-
zos del pintor pueden parecer satíricamente intenciona-
dos. El artista suele pintar escenas ordinarias de la vida,
y por eso nos hace , si se quiere , pensar en nosotros mis-
mos y en las cosas de nuestro tiempo. Esto no es sino
el natural resultado de su talento, que se ve arrastra-
do á buscar la verdad y á expresarla. Pero querer que
consista todo su mérito en el hecho solo de haber tra-
tado asuntos contemporáneos , es dar una idea muy ex-
traña del arte á los principiantes á quienes se trata de
educar para la bienandanza del género humano.
Quieren Vds. que la pintura sea útil y coopere al per-
feccionamiento de la humanidad. Admito que Courbet per-
feccione; pero yo me pregunto entonces: ¿en qué propor-
ción y con qué eficacia perfecciona? Francamente: podría
PROUDHON Y COURBET. 67
él amontonar cuadros sobre cuadros ; podrían Vds. llenar
el mundo de lienzos suyos y lienzos de sus discípulos, y la
humanidad continuaría siendo , dentro de diez años , tan
viciosa como es ahora. Mil años de pintura, de pintura
hecha á gusto de Vds., no equivaldrían á uno de esos pen-
samientos que la pluma escribe con claridad y que la in-
teligencia recuerda siempre, tales como: « Conócete d ti
misma, Amaos los irnos á los otrosy>, etc ¡Cómo! ¡Po-
seen Vds. la escritura , poseen la palabra , pueden decir
todo lo que quieran , y acuden al arte de las líneas y de
los colores para enseñar y para instruir ! ¡ Oh , por com-
pasión! Acuérdense Vds. de que nosotros no somos sólo
entendimiento. Si son Vds. prácticos, dejen al filósofo el
derecho á darnos lecciones , dejen al pintor el derecho á
emocionarnos. No creo que deben Vds. exigir del artista
que enseñe , y de todos modos , niego terminantemente
la influencia de un cuadro sobre las costumbres de las
masas.
Mi Courbet, el Courbet que yo admiro, es una perso-
nalidad. El pintor comenzó imitando la Escuela flamenca
y á ciertos maestros del Renacimiento; pero su naturaleza
protestaba; sentíase arrastrado el artista por toda su
carne,— por toda su carne, óiganlo Vds.,— hacia el mun-
do material que le rodeaba, las mujeres gruesas y los
hombres fuertes , las campiñas feraces y los montes fe-
cundos. Grande y vigoroso, sentía el áspero deseo de es-
trechar entre sus brazos la naturaleza verdad ; quería
pintar la carne y el estiércol.
Entonces apareció el pintor que ahora quieren darnos
como un moralista. Proudhon mismo lo ha dicho : los pin-
tores suelen no saber con exactitud lo que valen y por
qué valen. Si Courbet, de quien he oído^decir que es or-
gulloso , funda ese orgullo en las lecciones que cree dar-
68 LA ESPAÑA MODERNA.
nos, estoy por enviarle á la escuela. Téngalo entendido:
él no es sino un infeliz grande hombre muy ignorante, que
ha dicho menos en veinte lienzos que La Cortesía infan-
til en dos páginas. Courbet no tiene sino el genio de la
verdad y del vigor; que se dé por contento con su parte.
La generación nueva, me refiero á los jóvenes de
veinte á veinticinco años, apenas conoce á Courbet, por-
que sus últimos cuadros han sido muy inferiores. He te-
nido ocasión de ver , en la calle de Haute Feuille , en el
taller de un maestro , algunos de los primeros que pintó
Courbet. He admirado sinceramente; no he hallado ni el
más insignificante motivo para reir en esos cuadros gra-
ves, enérgicos, délos que me habían hecho suponer co-
sas monstruosas. Esperaba yo algo de caricaturesco, una
fantasía extraviada ó grotesca , y me encontraba ante un
pintor admirable, de gran elevación, y de una finura y
una franqueza extremadas. Los tipos eran verdaderos
sin ser vulgares ; las carnes , firmes y suavísimas , vivían
su verdadera vida ; los fondos se llenaban de aire , y da-
ban á las figuras un vigor prodigioso. El colorido, tal vez
un poco sordo, tiene una armonía casi dulce, mientras
que la precisión de los tonos, la amplitud de ejecución
determina los planos, y contribuyen á que cada detalle
adquiera relieve extraordinario. Cerrando ahora mismo
los ojos, torno á ver aquellos enérgicos henzos , de una
sola pieza , hechos á cal y canto , reales hasta la vida y
bellos hasta la verdad. Courbet es el único pintor de nues-
tra época ; pertenece á la familia de los pintores de car-
nes ; tiene por hermanos , quiéralo él ó no lo quiera , al
Veronés, á Rembrandt y al Tiziano.
Proudhon ha visto, como yo los vi, los cuadros á que
me refiero ; pero él los ha visto de otro modo ; prescin-
diendo de las hechuras, desde el punto de vista del pen-
PROUDHON Y COURBET. 69
Sarniento puro. Un lienzo es para Proudhon un asunto;
pintadlo en rojo ó en verde, ¿qué le importa eso? El cua-
dro le dice lo mismo : él no entiende nada en pintura , y
razona tranquilamente sobre las ideas. Proudhon comen-
ta ; obliga al cuadro á que signifique tal 6 cuál cosa ; de
la forma, ni una palabra.
Por este camino llega hasta la payasada. El nuevo
crítico de arte, el que se vanagloria deponerlas bases de
una ciencia nueva, formula sus juicios del modo siguien-
te : *El regreso de la feria , de Courbet , es la Francia
rural , con su humor indeciso y su espíritu positivista , su
lengua sencilla, sus pasiones dulces, su estilo sin énfasis,
su pensamiento más cerca de la tierra que de las nubes,
sus costumbres igualmente apartadas de la demagogia
que de la democracia, su preferencia decidida por las
maneras comunes, alejada de toda exaltación idealista,
feHz bajo una autoridad templada , en ese justo medio
tan querido por las gentes honradas , que , ¡ ay ! , las enga-
ña constantemente». «La Bañista es una sátira contra
la clase media. Sí, hela ahí ; ahí está esa clase media
gordinflona y adinerada , desfigurada por la gordura y
por el lujo ; esa clase en la cual la molicie y la masa
ahogan los ideales y predestinada á morir de holgaza-
nería, cuando no por exceso de grasa ; hela ahí tal cual
su necedad, su egoísmo y su cocina nos la presentan.»
«Las Señoritas del Sena y los Picapedreros, sirven para
establecer un maravilloso paralelo : esas dos mujeres vi-
ven en medio del bienestar...., son verdaderas artistas.
Pero el orgullo, el adulterio, el divorcio y el suicidio,
sustituyendo á los amores , revolotean en torno suyo y las
acompañan , las llevan en sus alas ; por eso al fin parecen
horribles : los Picapedreros^ por el contrario , están gri-
tando con sus harapos venganza contra el arte y contra
70 LA ESPAÑA MODERNA.
la sociedad; en el fondo son inofensivos, y sus almas están
sanas.» Y Proudhon examina de esta manera cada lienzo,
explicándolos todos y prestándoles un sentido político,
religioso ó de sencilla policía de costumbres.
Los derechos del comentarista son amplios , lo sé ; es
permitido á todo espíritu decir lo que él siente á la vista
de una obra de arte. Hasta hay observaciones atinadas
y justas en lo que Proudhon piensa acerca de los cuadros
de Courbet. Pero Proudhon es siempre el filósofo , y no
quiere sentir como artista. Lo repito : solamente del asun-
to se cuida ; lo discute , lo acaricia , se extasía ó se rebela.
En absoluto considerado , nada malo hallo en esto ; pero
las admiraciones , los comentarios de Proudhon llegan á
ser peligrosos cuando los sintetiza en una regla y pre-
tende convertirlos en leyes del arte soñado por él. No ve
Proudhon que Courbet existe por él mismo , no por los
asuntos que ha escogido para sus obras ; el artista habría
pintado con el mismo pincel , romanos ó griegos , á Ve-
nus ó á Júpiter , y habría llegado á la altura misma en
que se halla. El asunto ó las personas del cuadro son pre-
textos ; el genio consiste en presentar ese objeto ó esas
personas con más verdad ó con más grandeza. Por lo que
á mí respecta , no es el árbol , ni es el rostro , ni la escena
que eso representa , lo que me conmueve : me conmueve
el hombre que encuentro en la obra , la individualidad
poderosa que ha sabido crear al lado del mundo de Dios
ese mundo personal que mis ojos no podrán olvidar nunca
y reconocerán por dondequiera.
Soy admirador de Courbet de un modo absoluto;
Proudhon lo es de un modo relativo. Sacrificando el ar-
tista á la obra , parece creer que puede reemplazarse fá-
cilmente un maestro semejante, y expone sus teorías con
tranquilidad , convencido de que le bastará hablar para
PROUDHON Y COURBET. 7 I
que la ciudad de sus sueños se pueble de maestros emi-
nentes. Lo ridículo es que ha tomado á una individualidad
por un sentimiento general. Morirá Courbet, y nacerán
otros artistas que no se le parecerán en nada. El talento
no se enseña : él crece en la dirección que le agrada. No
creo que el pintor de Ornano crease escuela ; de todas
suertes, una escuela nada probaría. Puede afirmarse con
toda certeza que el gran pintor de mañana no imitará á
nadie directamente ; porque si imitase á alguno , si no
aportase ninguna personalidad propia, no sería gran
pintor. Consúltese la historia del arte.
Aconsejo á los socialistas demócratas — los cuales, se-
gún parece , desean educar artistas para su uso particu-
lar— quecontraten ávarios centenares de obreros y que les
enseñen el arte como se enseñan, en el colegio, el latín y el
griego. Así tendrán, transcurrido que hayan cinco ó seis
años , gentes que les harán con limpieza cuadros concebi-
dos y ejecutados según su gusto y muy parecidos todos
unos á otros , lo cual será testimonio de una conmovedora
fraternidad y de una igualdad laudable. Entonces la pin-
tura contribuirá en gran parte al perfeccionamiento de la
especie. Pero que los socialistas demócratas no funden es-
peranza alguna sobre los artistas de genio libre y educa-
dos fuera de su reducida iglesia. Podrán hallar uno que
les convenga ó poco menos ; pero esperarán mil años
antes de haber á las manos otro artista semejante al pri-
mero. Los obreros que hacemos nosotros nos obedecen y
trabajan á nuestro capricho; pero los obreros que hace
Dios solamente á Dios obedecen, y trabajan á capricho
de su carne y de su intehgencia.
Comprendo que Proudhon celebraría atraerme hacia
él , y que yo me alegraría de atraerle hacia mí. Pero no
somos del mismo mundo ; blasfemamos el uno para el otro.
72 LA ESPAÑA MODERNA.
Él desea hacer de mí un ciudadano ; yo deseo hacer de él
un artista. En esto finca el pleito. Su arte nacional ^ el
realismo de su propiedad exclusiva, no son, para decirla
verdad , sino una negación del arte , una insustancial ilus-
tración de lugares comunes de la filosofía. Mi arte, por
el contrario , el arte en que yo creo , es una negación de la
sociedad, una afirmación del individuo fuera de todas las
reglas y de todas las necesidades sociales. Comprendo
perfectamente el embarazo que le produzco no aceptan-
do una ocupación en su ciudad humanitaria; me pongo
aparte, me engrandezco sobre los demás, menosprecio
su justicia y sus leyes. Procediendo así , sé que mi corazón
obra bien, que obedezco á mi naturaleza, y creo que mi
obra será bella. Quédame un temor solo : consiento en
ser inútil; pero no quiero ser perjudicial á mis hermanos.
Cuando me pregunto á mí mismo , veo que , por el con-
trario , ellos me dan las gracias , y que yo les consuelo
muy á menudo de las durezas de algunos filósofos. Ave-
riguado esto, desde ahora, dormiré tranquilo.
Proudhon nos echa en cara á los novelistas y á los
poetas que vivimos aislados , indiferentes , sin inquietar-
nos por el progreso.
Haré observar á Proudhon que nuestros pensamientos
son absolutos, en tanto que los suyos sólo pueden ser re-
lativos. Él trabaja como hombre práctico para el bienestar
de la humanidad; no intenta la perfección, busca el mejor
estado posible, y realiza después todos sus esfuerzos para
mejorar, poco á poco, ese estado. Nosotros, por el con-
trario , llegamos de un salto á la perfección ; en nuestro
ensueño alcanzamos el ideal. Dado esto, compréndese el
escaso interés que nos inspira la tierra. Nos hallamos
allá, en las alturas del cielo, y ya no bajamos. Así se ex-
pUca el hecho de que todos los desgraciados de este mundo
PROUDHON Y COURBET. 73
nos tiendan los brazos y se lancen hacia nosotros, apar-
tándose de los moralistas.
No tengo para qué resumir ya el libro de Proudhon.
Es la obra de un hombre, de todo en todo incompetente,
y que, so capa de juzgar el Arte desde el punto de vista de
su misión social, le abruma con sus enconos de hombre
positivista ; afirma que no quiere hablar sino de la idea
pura , y su silencio acerca de lo demás , acerca del Arte
mismo , es de tal manera desdeñoso , su odio á la perso-
nalidad es de tal modo exagerado , que habría procedido
mejor titulando su libro: De la muerte del arte y de su
inutilidad en la sociedad. Courbet, que es un artista emi-
nentemente personal, no tiene mucho que agradecerle
por el nombramiento de jefe de los pintamonas, curiositos
y morales, que deben embadurnar colectivamente las
paredes de su futura ciudad humanitaria.
Emilio Zola.
Sección Hispano -Ultramarina.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA
Y AMÉRICA.
IV.
Poco de lo que al presente se deplora existió, justo
es decirlo , en los años primeros de la independen-
cia de los Estados Unidos , cuando nadie imaginaba
la esencial modificación que en el ejercicio de sus institu-
ciones, ya que no en ellas mismas, se observa al presen-
te. Un examen más detenido del concepto de la soberanía
con que los Estados Unidos nacieron, así como del rei-
nante entonces en su madre patria , y del ahora predo-
minante en Suiza y otras muchas partes , al llegar á este
punto se me impone , si he de dar á entender bien lo que
va de ayer á hoy. Tratando el tantas veces citado James
Bryce, de la opinión que entre los anglo-americanos niega
á las Cámaras legislativas de los Estados el derecho de
delegar , cuando les conviene , sus constitucionales atri-
buciones en el referendum, opinión fundada en la máxima
Delégala pot estas non delegatur, cuidadosamente ad-
vierte que al Parlamento inglés no se le podría disputar,
porque su autoridad es originaria , nativa, y no delegada
76 LA ESPAÑA MODERNA.
por el pueblo. Tal es, y en realidad tiene que ser, la doc-
trina en las monarquías constitucionales. Pero ahí estuvo
precisamente , desde el primer día , la distinción práctica
entre la soberanía de los Estados Unidos y la de su me-
trópoli, porque éstos nunca dudaron que la suya se ejer-
ciera por delegación del pueblo, ó sea de los Estados.
No por eso se admitió, ni por pienso, allí, cual indiqué
anteriormente, la soberanía popular á la francesa. Nó-
tese, por el contrario, que la misma palabra democracia
fué rechazada y condenada por uno de los fundadores y
más grandes pensadores de los Estados Unidos, John
Adams , en los siguientes términos : « Lo que ella en rea-
lidad significa es la ausencia de todo gobierno, y aconsejar
al país que adopte semejante régimen, es proponerle el
desorden y la destrucción» ('), Ya sé que aquí hay algo de
cuestión de palabras; pero su sentido, tratándose de
quien conocía bien la República de Aristóteles, debe así
y todo tomarse en cuenta. Añádase, que garantizando la
Constitución federal , con sus enmiendas , á los Estados,
la inviolabiUdad de la forma repubUcana, de la libertad
de conciencia, de la palabra, de la imprenta y de reunión
pacífica, en términos casi iguales que la Confederación
suiza, no establece como esta última el derecho al sufra-
gio de todo hombre mayor de edad , quedando hoy mismo
esta cuestión al arbitrio de los Estados particulares en
América. Lo cual significa, al menos, que la soberanía de
la total Nación nada tiene allí que ver con el sufragio uni-
versal. Ni éste existe en los Estados mismos como insti-
tución doctrinal, sino prácticamente , para usar de la obs-
cura fórmula de Bryce, que á mi juicio quiere decir que,
hallándose en relación ahora el número de representan-
( I ) Claudio Jannet : Le-s Etats-Unis contemporaines : París , 1889.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 77
tes de la Cámara federal con la cantidad de electores de
los Estados , por interés propio se encuentran éstos em-
pujados á abandonar el voto restringido. Mas sea como
quiera , el hecho es que cuando cuatro años ha pubhcó
Mr. de Boutmy sus excelentes estudios sobre Derecho
Constitucional ('), y aun á principios del presente, cuando
se imprimió en Inglaterra el Government Year Book, de
Lewis Sergeant (*), todavía el Estado de Rhode-Island ne-
gaba el derecho electoral á los ciudadanos naturalizados
que no poseyesen cierta propiedad territorial ; los de
Pensilvania y Georgia concedían dicho derecho sólo á los
contribuyentes por cualquier concepto ; y Massachussetts,
Como Connecticut, aparte de la condición de contribu-
yentes, exigían á todo elector, saber leer y escribir el
primero, y leer el segundo siquiera. Excepciones y todo
las anteriores , bastan á hacer aún patente de cuan di-
versa manera juzga esto la democracia anglo-americana
que las demás.
Pero ¿qué tiene de extraño, si el propio ejercicio de
la soberanía por las mayorías , está expuesto por los co-
mentaristas de su derecho constitucional, en términos
que á ningún republicano suizo ó francés se le ocurrirían
jamás? ¿Cuándo han obrado los convencionales de 1793,
ni sus discípulos helvéticos , como gente persuadida de
que una mayoría pudiera ser igualmente facciosa, que
una minoría rebelde, en ciertos casos? Pues desde 1787
constituía casi un dogma eso para el insigne Adams, y para
muchos lo ha sido después. Faccioso es el número ante
el concepto anglo-americano déla soberanía (^) cuando
( 1 ) E. Boutmy : Etudes de Droit Constiiutionnel : París , 1885.
(2) The Government Year Book, edited by Lewis Sergeant : Lon-
don , 1889.
(3) Duc DE NoAiLLES : Cent ans de Republique aux États-Unis : Bour-
loton, 1886-89.
78 LA ESPAÑA MODERNA.
se sobrepone á los derechos individuales, idénticos en los
ciudadanos , sumen éstos más , sumen menos. De allá viene
la consideración de los dichos derechos individuales como
soberanos únicos , que ha corrido en Europa por algún
tiempo. No impidió esa doctrina que la Revolución anglo-
americana , movida por el espíritu de independencia , prin-
cipal determinante del concepto de soberanía nacional,
desde luego diese al de su pueblo de Estados en conjunto
un vigoroso y claro sentido , que se transmitió á todo na-
turalmente. En la Nación-madre, donde el partido tory,
alternativamente gobernante , ni aun en el orden especu-
lativo reconoce el principio de la soberanía popular, va
ya, en el ínterin, para dos siglos, que ningún hombre de
Estado concede al ejercicio de ella por la Corona límites
tan amplios como se ha atribuido á sí propio desde el
primer día el pueblo americano en los negocios comunes.
Y, no obstante la tremenda excisión del Sur , que puso
en tela de juicio esta total soberanía , ligaba entre sí ya
entonces , como ahora liga , á las diversas regiones anglo-
americanas , un sentimiento de nacionalidad mayor que
reine en toda la Gran Bretaña, y más real que en Suiza,
entre alemanes , italianos y franceses ; sentimiento que
engendra un tipo común, ni poco ni mucho obscurecido
por las inmigraciones, con ser tan numerosas, que, á
ejemplo délos indios desposeídos, titulan los europeos
yankee , donde sucesivamente aparece, y con rapidez
suma, lo extraño y lo propio fundido. Tal es como Na-
ción aquel país vastísimo , hoy ocupado por una pobla-
ción enorme; y el más robusto y fiel guardador de ella,
conviene ya demostrarlo, es el Presidente.
Dejo expuestas las principales causas de que la Cons-
titución de 1787 crease un gran poder público, aunque
temporal, en la Presidencia, no una mera delegación del
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMERICA. 79
Congreso, ni siquiera un mandato, dependiente en el
ejercicio de sus funciones de la soberanía popular, y lo
que me falta es explicar sus medios de acción. No decla-
ra el Presidente la guerra, sino el Congreso; no nombra
ubérrimamente sus Ministros ni los funcionarios federa-
rales , antes bien , interviene en uno y otro la aprobación
necesaria del Senado ; pero con eso y todo , un impor-
tante libro inglés ha copiado sin escándalo la afirmación
del americano Conway {'),de que entre la reina de Ingla-
terra y el Presidente , éste era el más poderoso de los
dos. Aunque sea algo exagerada, semejante opinión pro-
viene de que, según se ha observado, y continuará ob-
servándose en lo que resta , la realidad de los hechos no
está de acuerdo siempre con los preceptos de las leyes
escritas, y menos que nada lo que toca al positivo ejer-
cicio de las funciones soberanas. Posee la Monarquía un
poder necesariamente substancial y activo en el régimen
representativo de Prusia , donde sus Ministros no depen-
den del Parlamento ; mayor , si cabe , lo posee en todo
régimen parlamentario , donde por modo decisivo inñu-
yen sus Ministros en las elecciones, y consecuentemente
en la estructura de las Asambleas populares, tal cual
sucede en Portugal é Italia ; mas en el verdadero régi-
men de gabinete que, es el caso de Inglaterra, sus posi-
tivos medios son menos. Incalculable será el valor de la
Corona, conforme dijo Bagehot, que estimó que se hun-
diría sin ella la Constitución inglesa; pero su fuerza,
emanada del carácter y sentido histórico que conserva,
es moral, y hasta religiosa, no directa y material. La
Revolución está allí olvidada; el sentimiento de la legiti-
midad de todo punto restablecido ; la persona que ocupa
(i) Palabras insertas en The Government Year Book o/i88p, pág. 254.
8o LA ESPAÑA MODERNA.
el trono , á juicio de muchos de sus subditos y con asen-
timiento de todos, reina aún por la gracia de Dios, que
no por actos de la soberanía nacional ('); pero, en el ín-
terin, desde 1784 acá, el derecho constitucional exige que
cuando una cosa piensa el Rey y otra la Cámara de los
Comunes , le toque á ésta siempre la razón , como no
apele aquél de su fallo al cuerpo electoral. Y si éste sen-
tencia en pro de la disuelta Cámara , nadie reconoce más
en la Corona la facultad de imponer su opinión (=). De tal
suerte, el Rey está imposibilitado de poseer esos minis-
tros que, desde el tiempo de Carlos II, constituyen su Ga-
binete, sin hallarse de completo acuerdo sobre el caso con
el cuerpo electoral, directa ó indirectamente consultado.
Pueril error sería confundir , ni en sus principios ni en
sus consecuencias , este verdadero régimen de gabinete
con los estrictamente parlamentarios , aunque en lo exte-
rior se asemejen. Pide el primero, como requisito de
todo punto indispensable , la preexistencia de un cuerpo
electoral , que sea un poder real é independiente y que
decida por sí, de veras, las cuestiones políticas que se le
sometan. Donde esto falta, deben los más liberales con-
tentarse con el mero régimen parlamentario , cuya mayor
eficacia consiste en el influjo de la palabra ; género de
gobierno que de todos modos merece preferencia sobre
la Monarquía pura. Tal es el consejo prudentísimo de sir
C. Cornewall Lewis. No obstante todo lo dicho , la monar-
quía perpetua de Inglaterra , que continuamente atesora
prestigio ; la íntima , pero siempre creciente influencia
personal de la reina Victoria , por ejemplo ; sin duda logran
un valor permanente, fuera de las oficiales prerrogativas
(i) W. Bagehot: The British Constitution : London , 1868.
(2) George Cornewall Lewis : Obra citada, pág. 70, y lord John
RussELL : An essay on the history ofthe english government and Constitution :
London, 1865.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 8 1
de la Corona , que ni con mucho alcanza la Presidencia
de los Estados Unidos. Mas si comparamos esta Monar-
quía de gabinete con la Presidencia de los Estados Uni-
dos, tal y como durante su corto período de permanencia
se puede ejercer, dijo verdad Conway : la ventaja queda
de parte del Presidente, cuyo ministerio, una vez acep-
tado por el Senado, depende de él exclusivamente, sin la
menor intervención del Congreso.
A la fuerza que eso le da al Presidente, y á la que le
añade su ordinario influjo sobre el poder judicial de la
Confederación , júntase la que le presta su carácter de
jefe de partido sobre las Cámaras^ sobre toda adminis-
tración federal y sobre el país en general ; y sin exponer,
por de pronto , todo cuanto esta última signiñca , permi-
tidme que resuma lo que es ó llega á ser de hecho aquella
Presidencia, invocando ciertos recuerdos. Uno de los que
la han ocupado, Jackson, hombre de guerra ante todo,
con el auxilio de su titulado Kitchen cahinet , ó gabinete
de cocina y compuesto de gentes de su partido, es decir,
agentes electorales y periodistas, ejerció ya en el primer
tercio de este siglo un poder superior á todos los de la
Confederación, hasta el punto de merecer el nombre de
dictador (')• Pasaron los años, y como Comandante cons-
titucional en jefe del ejército y la marina, y de las mili-
cias cuando están sobre las armas, fácilmente sobrepuso
luego Lincoln los que llamaba sus poderes ,de guerra á
todos los legales , suspendiendo por sí solo el Rabeas Cor-
pus y y aun los derechos individuales, anulando la escla-
vitud misma, no sin saltar por encima, es claro, del alto
dique de la magistratura, que, como no podía menos, de-
claró su conducta inconstitucional. Y aún tuvo mayor
( I ) Albert Gigot : La Démocratie autoritaire aux ÉtaU-Unis : Bour-
loton , 1885 , pág, iGi.
6
82 LA ESPAÑA MODERNA.
fortuna Lincoln que Jackson, cuando era General en
campaña, porque sólo dos años después de las dictatoria-
les medidas del primero las sancionó el Congreso, el cual
tardó en anular la pena al segundo impuesta por el Tri-
bunal de Nueva Orleans , no menos que un cuarto de si-
glo. La opinión pública, elemento de que he de hablar
después , en una Nación tan extraordinariamente poseída
de su soberanía como la anglo-americana , se antepuso
así con Lincoln á los textos constitucionales, como no
se concibe que se hubiera jamás antepuesto la Corona de
Inglaterra. Si más tarde Johnson pudo ser, aunque in-
útilmente, procesado por actos inconstitucionales, debido
fué á q\ie \?i opinión pública no estaba de su lado. La
coordinación complicada de los elementos constituciona-
les ; su compensación y fiscalización recíproca ; todo cede
allí, pues, cuando conviene, ante estos principios consig-
nados ya por el Federalist: «Que un poder ejecutivo
débil no puede ejecutar sino débilmente; que ejecución
débiles sinónima de mala; y que un Gobierno que pro-
duzca tal consecuencia , cualquiera que su bondad teó-
rica sea, en la práctica constituye un mal Gobierno (')».
Comentario perpetuo de su constitución suprema, estas
palabras, siempre que es necesario, dirigen en los Esta-
dos Unidos la opinión pública. Mas, aun sin necesidad
de hallarse en circunstancias extremas, la autoridad del
Presidente alcanza una independencia en sus actos , de
que por su lado no goza el poder legislativo, siempre
sujeto á su veto. Los propios cuatro años de duración
del cargó , cuando los Senadores son renovados por ter-
ceras partes cada dos , y cuando sólo se eligen por este
plazo los representantes, de donde con frecuencia pro-
( I ) The Federalist: Obra ya citada.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 83
cede que la mayoría de una Cámara pertenezca á un par-
tido y la de la otra al adversario , facilítanle al Presidente
la primacía , porque difícilmente se pone de acuerdo el
Congreso para dificultar en lo que pudiera su política.
Póngase al cabo ó no, tampoco su enemiga le importa
gran cosa. De hecho además, durante el tiempo de su
gobierno , para muchos políticos anglo-americanos esca-
sísimo, nadie tiene autoridad ya hoy sobre su persona (').
Del referido proceso de Johnson ha surgido la conclusión
de que el impeachement , 6 derecho de las Cámaras de
acusar y juzgar respectivamente al Presidente por sus
actos gubernam.entales , carece de toda eficacia, justifi-
cando el sarcasmo del anglo-americano que ha dicho de
aquel recurso jurídico que hoy era un trabuco oxidado.
Pero el reverso de tantas ventajas está en la enfer-
medad grave que tiempo ha padece la Presidencia de
los Estados Unidos , justamente originada por una de las
cosas mismas que, según he dicho , acrecientan su poder,
es decir, el desempeñarla siempre un hombre de partido.
El clásico libro , titulado el Federalista muestra en sus
páginas hasta qué punto se vanaglorió candidamente
Hamilton de un método de elección presidencial , que ni
los impugnadores más sistemáticos de la Constitución
censuraron ; método , desde entonces excelentísimo , á su
parecer, y destinado á evitar siempre la corrupción. Los
hechos que todo el mundo sabe dan un mentís tristísimo
á tan generosa esperanza, porque las elecciones presi-
denciales constituyen , sin disputa, en nuestros días , la
mayor fuente de corrupción que en aquel país exista, y
acaso el peligro más grande de la sabia obra de Filadel-
fia. No son los electores de segundo grado, á número
( I ) Chambrun : Le Pouvoir éxccutifaux États-Unis: París , 1876 , pá-
gina 344.
84 LA ESPAÑA MODERNA.
igual que la totalidad de senadores y representantes que
cada Estado envía al Congreso, quienes eligen, como
quiere la Constitución, al Presidente y Vicepresidente.
Eso ha quedado en vana fórmula, porque el pueblo anglo-
americano , que de un salto parecía haber llegado á toda
la perfeccción posible en las instituciones políticas no bien
triunfante la independencia, conténtase en su democrati-
zación presente, con prestar, como los primitivos hom-
bres, su asentimiento, también egoísta, á cuanto anhelan
los que sobre sí toman, ya por unos, ya por otros móvi-
les, pero siempre interesados, la agradable empresa de
gobernarlo. Con este ejemplo, por sus colosales caracte-
res decisivo, ¿quién protestará ya con santa indignación,
en adelante, contra el antiguo postulado político, de que
el asentimiento, que equivale á la indiferencia, sea ejer-
cicio completo de soberanía , y bastante á hacer legítimo
cualquier poder? Mucho se ha negado esto desde 1789, á
propósito de los pueblos fieles, que pasivamente asistie-
ron durante siglos al ejercicio absoluto de la soberanía
por parte de sus monarcas ; y, sin embargo, por unani-
midad reconocen ahora los publicistas anglo-americanos,
ingleses , itaUanos , alemanes , franceses , cuantos han es-
crito, en fin , sobre la política de los Estados Unidos, de
cuarenta y más años acá, que, con efecto, la inmensa
mayoría de los miembros de aquella Nación, por fortuna
suya no corrompida, sino antes bien honrada, laboriosa,
inteligente , discreta , enérgica por naturaleza , é indepen-
diente por hábito, deja hacer, y de ordinario sigue sin
resistencia á los que la conducen á las elecciones de toda
especie , y en primer término á las presidenciales. Lo que
observó ya De Tocqueville se ha agravado más ; y en
todo cuanto se refiere al régimen usual del Estado, cada
día están más fuera de la vida pública los ciudadanos
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMERICA.
que en ella debieran interesarse más, por lo cual , y no
obstante algunas protestas nobilísimas de la prensa y
otros órganos de la opinión pública , la Nación queda en-
tregada en todas sus esferas á los politicians 6 políticos
de oficio , con sus caiicus ó conjuraciones inmorales y
violentas, que convierten las primitivas oposiciones de
principios en despiadada guerra de provechos persona-
les. Al término de la lucha presidencial, sobre todo, mí-
rase así la victoria, según dijo un Presidente honradísi-
mo ('), no como el triunfo del hombre más capaz de
hacer cabeza de uno de los pueblos más nobles del Uni-
verso, sino un reparto de botín; botín, no sólo compuesto
de empleos , sino de negocios fraudulentos. Eso mismo
proporcionalmente se ve y toca en las elecciones de go-
bernadores, de Asambleas legislativas , de magistrados,
de funcionarios públicos de cualquiera especie, en los
Estados. Úrgeme, sin embargo, advertir, antes de conti-
nuar adelante, que la alteza del puesto, los grandes debe-
res que tienen desde él que contemplarse , tratándose de
una nación tan principal ; la presencia en el mundo de las
otras supremas personahdades que rigen Estados ; la
ordinaria elevación de ideas de los hombres que en sí
sienten alguna superioridad, cuando no los ahoga el ansia
de abrirse camino de cualquier modo ; todo esto junto, y
tal vez algunas causas más, producen el incontestable
efecto de que, aun siendo, como se dice que son, hechu-
ras de corrompidos políticos , y quedando en la lucha
muy obligados, casi uncidos á la voluntad de sus intere-
sados favorecedores, los Presidentes, con excepción rarí-
sima, se muestran luego dignos de su cargo. ¿Quién lo
diría? La ingratitud, sin duda, es obra aquí de virtud y
( 1 ) Hayes, citado por Minghetti en su obra I partiti politici e la inge-
ren^a loro nella giusticia e nell amministra:[ione : Bologna, i88i.
86 LA ESPAÑA MODERNA.
causa de beneficio público cual en parecidos casos en
Suiza. Pero desde el Presidente, su Ministro de Negocios
extranjeros, poco menos elevado por necesidad y cos-
tumbre que él, y algún que otro funcionario eminente,
abajo, los innumerables individuos, que en las elecciones
se proclaman vencedores, por testimonio conforme de los
que deben saberlo de cierto, pueden ser, si no lo son por
acaso, indignos de los empleos que se les distribuyen. Y
ya se habrá comprendido que se hace todo esto mediante
los partidos y á causa de la organización y el poder de
ellos, en ningún otro país semejantes.
Algo he hablado ya de partidos á propósito de Suiza;
pero allí no están compuestos, disciplinados y combina-
dos entre los varios cantones de suerte que sean la loco-
motora á que va enganchado todo su régimen político,
como de los Estados Unidos dice Bryce. Laméntase, no
obstante , el doctor Dubs de que los partidos de su patria
no se asemejen á los ingleses; y ¡ oh! ¡cuánto más deben
de eso quejarse los Estados Unidos! Cincuenta y cuatro
años hace, cuando pubHcó De Tocqueville su célebre
obra sobre los Estados Unidos, pretendió que nada había
más difícil que organizar allí grandes partidos , después
de muertos los antiguos, con lo cual pensaba que, si la
felicidad de aquel país había ganado, no así su morah-
dad, pervertida por las innumerables fracciones políticas
contendientes (O . Imposible parece que hombre de tamaño
mérito supusiera que sin morahdad cupiese real acre-
centamiento en el bien público ; pero todavía sorprende
más la importancia escasa que concedió al hecho de que
ya en su tiempo «las clases ricas de la sociedad hubieran
desaparecido ahí del mundo político , hasta el punto de
(i) De Tocqueville : De la Démocratie en Amérique , tomo ii, cap. ii.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 87
que, lejos de proporcionar derechos la riqueza, era una
causa de disfavor y un obstáculo para tomar parte en el
Gobierno (')»• Bien pudiera haber cambiado De Tocque-
ville muchas , muchísimas de sus ingeniosas y aun saga-
ces observaciones por esta sola: que un país donde no
había otro ideal que la adquisición de riqueza, donde po-
dían adquirirla todos por iguales medios , mediante el
trabajo y la honradez , y donde su creación incesante,
prodigiosa , constituía el primer vínculo social , proscri-
birla del organismo del Estado era un aberración funesta
y absurda, por sí sola capaz de minar y á la larga des-
truir el régimen que con tamaño amor describía. Cuando
los Estados Unidos eran para él una asociación casi ex-
clusivamente industrial y comerciante, ¿no es raro que
juzgase natural, con tanto valor como á la igualdad atri-
buía, que precisamente la desigualdad se impusiese á los
mejores industriales y los comerciantes mejores, que de-
bían de ser allí los más ricos? Reconoce él mismo, por
otra parte , la preferencia declarada de Washington por
los que al tiempo de la Independencia podían pasar por
hidalgos; y es verdad, con efecto, que la costumbre ad-
quirida hizo allí que la elección de los empleados públi-
cos reca3^ese por bastante tiempo en los habitantes , mer-
ced á su trabajo, más acomodados, bastante en confor-
midad con el estilo de la madre patria. Mas desde antes
de los días de Tocqueville cambió esto , y aunque sea la
consecuencia lamentable, no debió de tener por causa
única la envidia democrática. Así como no había poten-
tados tradicionales que\:onvertir en lores para el Senado,
tampoco hubo de encontrarse al fin y al cabo con facili-
dad quien se encargase de todos los oficios gratuita-
(i) De Tccoueville: Ibidem.
88 LA ESPAÑA MODERNA.
mente, y mucho menos de los penosos que obligaban á
sacrificar á los públicos los asuntos propios. Y dado lo
que en el país se llama burlescamente el rey dollar , ó
sea el espíritu de especulación individual y á todo trance,
para hacer pronto fortunas nuevas, que desde el princi-
pio animó á los anglo- americanos, una clase gobernante
como la de Inglaterra, ni por lo gratuito de sus servicios,
ni por sus respetos tradicionales , tenía en realidad allí
probabihdad de ser. Mas no por eso el daño es menor ;
como que arranca de este punto, á mi juicio, la diferen-
cia profundísima de los partidos ingleses y anglo-ameri-
canos.
En ocasiones varias he expuesto ya cuan singular im-
portancia atribuyo á esta clase gobernante inglesa, esen-
cialmente intacta hoy, no obstante los indudables pro-
gresos del sentimiento democrático en la nación. Para
mí, ha de continuar siempre existiendo en muy semejan-
tes condiciones á las de ahora, mientras con la nivelación
ó comunidad de las fortunas no triunfe allí la barbarie; y
en tanto, de eso depende, por la mayor parte, la final
superioridad del régimen político inglés sobre todos los
conocidos. ¿Concíbese que nunca envidie el cuarto estado
á la clase gobernante inglesa sus gratuitos trabajos?
¿Dónde hallar hombres, por otro camino, que, sin nece-
sidad de propio oficio , ni estímulo ninguno para abusar
de las funciones públicas, voluntariamente se ofrezcan á
servir á los demás? Funcionarios así tendrán del todo
que reclutarse aún entre propietarios y capitalistas, más
ó menos considerables , cuando totalmente deje de estar
ya de moda la nobleza, conservándose en lo esencial sus
ventajas. Pienso también que nada se presta más que el
servicio gratuito , y moralmente afianzado , al tácito y
universal asentimiento, esa inagotable fuente de poder.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 89
El Estado asalariado en todas sus funciones y con fun-
cionarios pasajeramente asalariados, aunque por necesi-
dad exista en tantos países, ¿qué le hemos de hacer?:
sobre ser más propenso realmente á la corrupción, ofrece
mayor blanco á que se la suponga que el gratuito , cuando
lo es de verdad, porque puede serlo. Que no trato aquí
yo de las funciones servidas de balde, por quien carece,
en tanto, de estrictos medios de vivir, porque frisa en
milagro que no salgan esas siempre carísimas. Pregun-
tad, si no, á vuestra memoria. Las mismas funciones
asalariadas , desempeñadas por gentes que no tienen el
salario por modo único de vivir, están desde luego exen-
tas , que no es poco , de la ley fatal de la concurrencia,
que no siempre puede someterse á la moral tanto, que
salgan sólo á relucir en ella armas lícitas. Mas para com-
prender mejor todo esto por una comparación práctica
de Estado á Estado , tomemos á la Gran Bretaña y los
Estados Unidos por ejemplo, y oigamos, antes de todo,
al inglés Bryce ('), subsecretario en la última administra-
ción de Gladstone, y perteneciente, por tanto, á lo más
avanzado del Hberalismo gobernante en la primera de
estas naciones.
«Dícese comúnmente», escribe aquel autor desapa-
sionado y hasta benévolo, «que las instituciones forman
á los hombres ; pero no es menos cierto que éstos dan á
las instituciones su color y sus tendencias. Poco importa
saber las reglas legales , el método y orden de un Gobier-
no, si no se conoce también algo á los hombres que diri-
gen su máquina, los cuales, por el espíritu con que la
emplean , pueden convertirla en poderoso instrumento de
bien ó mal. Son estos hombres los políticos; pero, ¿á
( I ) James Bryce : Obra citada.
90 LA ESPAÑA MODERNA.
quiénes conviene tal calificativo? En Inglaterra lo aplica-
mos á aquellos que activamente se dedican á adminis-
trar, legislar, ó bien discutir la administración y la legis-
lación: y así comprende á los Ministros de la Corona,
miembros del Parlamento (aunque á algunos en la Cá-
mara de los Comunes, y en la mayoría en la de los Lores,
les interese la política poco), unos cuantos periodistas
acreditados, y un corto número de personas más, escri-
tores , lectores , organizadores y agitadores , que , en or-
den inferior, sirven para influir sobre el público. A veces
empléase el término en sentido más extenso, incluyendo á
cuantos trabajan en favor de un partido político , como
los presidentes y secretarios de las asociaciones locales,
y las personas más activas de sus comités directivos. Los
primeros, á quienes podría llamarse principal círculo de
los políticos, sonlo de profesión, porque la política cons-
tituye su más asidua , aunque rara vez única , ocupación
en la vida. Mas son en estos tiempos contadísimos los
que de ella sacan dinero, ó cualquier provecho mate-
rial. Los hay que esperan obtener un empleo ; otros , en
mayor número, piensan que un asiento en el Parla-
mento les ayudaría á llevar adelante sus negocios finan-
cieros, ó les pudiera proporcionar mejor posición en
el mundo comercial : sin embargo , la idea de sacar de
nada de eso sus medios de vivir entra en el cálculo de po-
cos. La otra clase, que cabe denominar círculo exterior
de la política , compónese de gente que no es política de
profesión ; son personas que principalmente se ocupan en
sus asuntos propios , 3^ ninguno , haciendo excepción de
tal cual secretario de comité , lector pagado , ó agente
del registro, saca tampoco el menor provecho de su tra-
bajo.» Hasta aquí no habla sino de su patria Bryce ; y
para expUcar luego el modo distinto con que pasan las
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 9 1
cosas en los Estados Unidos , hace ante todo observar
que el círculo principal ó de oficio , es en éstos más vas-
to , en absoluto , y con relación al círculo exterior , que
en otras partes. Luego entra con tal motivo en las reñe-
xiones que siguen : «Cuando en un gran país los negocios
públicos crecen y ocupan cada vez más a los que se de-
dican á ellos ; cuando, ensanchándose la esfera del Go-
bierno , la administración es más complexa y está más
estrechamente unida á los intereses industriales del país
y del mundo , necesario es saber y considerar mayor nú-
mero de cosas , y recaen los negocios naturalmente en
manos de los hombres eminentes por su clase , fortuna ó
habihdad , los cuales llegan á formar una especie de clase
gobernante y con frecuencia hereditaria. La parte ele-
vada de la administración civil queda así entre ellos, lle-
nan sus miembros el Consejo supremo ó las Cámaras
legisladoras, dirigiendo sus debates ; y, aunque reciban
sueldo mientras desempeñan sus cargos, la mayoría de
ellos posee recursos independientes , dedicándose en rea-
lidad á la política para adquirir fama ó mando , ó por
gustar de las emociones que produce. Los pocos que no
tienen medios particulares con que vivir , pueden conti-
nuar sus negocios y profesiones en la capital donde resi-
den, ó ir al punto que les interesa. Todavía es este gene-
ralmente el caso en Inglaterra y otras naciones. Pero
veamos las condiciones de los Estados Unidos, por su
parte. Allí es relativamente corta la clase de personas
acomodadas , con fortuna suficiente para no tener que de-
pender de los negocios públicos, si se consagran á ellos,
y el mayor número de estos acomodados vive en el cam-
po, en el extranjero ó en las grandes ciudades. No existe,
en los puntos donde precisamente se han ¿e desempeñar,
clase ninguna con aptitud hereditaria para los puestos
92 LA ESPAÑA MODERNA.
públicos ; ni hay allí grandes familias cuyos nombres sean
por el pueblo conocidos, y que, enlazados por simpatías
de sociedad y relaciones de parentesco, unos á otros se
ayuden, y guarden en manos de sus miembros los cargos
principales. La Nación, por otro lado , es muy grande, y
tiene su capital política en una ciudad sin industria, sin
fábricas , sin carreras profesionales. Aun las capitales de
los Estados son con frecuencia ciudades relativamente
pequeñas. De aquí el que ningún hombre pueda atender
á un tiempo á sus negocios lucrativos y á figurar en el
círculo principal de la política. Y como los miembros del
Congreso y de las Cámaras legislativas de los Estados
son invariablemente elegidos entre los residentes en di-
chas capitales, de tales funciones quedan excluidas todas
las personas acomodadas que son forasteras. La corta
duración, en tanto, de las funciones 3^ el gran número de
ellas que por elección se obtienen, hacen que sean éstas
mu}^ frecuentes ; y todas , con ligeras excepciones , se
disputan entre los partidos, porque el resultado de cual-
quiera de las menos importantes, en que sólo se gana
un insignificante empleo local , afecta más tarde á las de
importancia suma, como la de miembro del Congreso,
por ejemplo. Así se expKca que estén siempre preparadas
las listas de candidatos para todos los empleos vacantes.
Y todo esto junto obUga á penosos trabajos en las elec-
ciones y en la política local, trabajos que no cabe com-
pensar meramente con la fama ó el honor, ni con la
satisfacción de haber cumplido un deber. Hay, pues, que
pagarlos de otro modo, y se paga; pero en funciones pú-
blicas, ya asientos del Congreso, ya empleos federales ó
de los Estados, incluyendo sus legisladores, ya en admi-
nistraciones de las ciudades y condados, alo cual hay
que añadir las plazas de jueces , electivos en la mayor
L\ DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 93
parte de los Estados. Todos los funcionarios dichos
son amovibles por natural consecuencia , y cambian
cada vez que los partidos entran y salen del mando.
Por estos caminos, la política ha llegado á ser una pro-
fesión como la de abogado ó comerciante, y la gente
se dedica á ella comúnmente por dos motivos: primero,
el del esperado salario; segundo, el de aprovecharse
además de sus funciones para obtener provechos ile-
gítimos. Ni es de olvidar, que á todos los miembros
altos y bajos de la administración federal ; á la mitad ó
la cuarta parte délos legisladores de los Estados, con
todos sus funcionarios públicos; á los de las grandes
ciudades y los condados , hay todavía que añadir un in-
menso número de pretendientes, regimentados, ya en
un partido , ya en otro , con la esperanza de futuras utili-
dades.»
Creo que habrán ganado mucho mis lectores oyendo
á Bryce en vez de oirme á mí exponer todo esto directa-
mente. Bastaría ese cuadro suyo para probar que ni la
democracia , ni el régimen parlamentario , ni mucho me-
nos el de gabinete, presentan semejante exceso de em-
pleomanía en parte alguna, y que los partidos tampoco
abusan en mayor grado de sus victorias en el país más
pervertido. Por lo mismo que aquellos partidos no son
oficiales, facticios, sino producto espontáneo de las ins-
tituciones y délas costumbres nacionales, y por tanto
independientes , poderosos , fuerzas verdaderas , sin con-
trapeso ni límites en ninguna parte, cosas que todas á un
tiempo tan sólo en una democracia pueden acontecer, los
de los Estados Unidos llegan á extremos que en otras
Naciones son imposibles. El capítulo especial y detallado
que consagra en seguida Bryce á la corrrupción oficial,
fruto de tales partidos ; el de Minghetti sobre igual asunto,
94 LA ESPAÑA MODERNA.
y todo el excelente libro del anglo-americano Seaman ('),
sin otros muchísimos autorizados textos , contienen cosas
á este propósito, que realmente causan vergüenza y
hasta horror. No pediréis, sin duda, que me extienda
mucho en este punto. ¿Para qué? No sé yo si habrá en el
mundo quien se complazca en manchar las cosas gran-
des ; lo que sé es que á mí toda mengua en ellas me en-
tristece, sin dejarme humor para sátiras ni declamaciones.
Los Estados Unidos, de todos modos, constituyen, en su
conjunto, una de las más excelsas creaciones que los hom-
bres hayan realizado jamás ; y si la corrupción con que allí
se ejerce la soberanía en los más de los asuntos es incon-
testable , patentiza eso una vez más , que no hay institu-
ciones algunas , ni ningún pueblo , cualesquiera que sean
sus méritos, que en su seno no abrigue impurezas. Pero
basta con que nos sirva de lección ó ejemplo: Dios hu-
milla así, con la esclavitud de la imperfección, á hom-
bres y Naciones. Mejor, pues, que detallar el mal ejer-
cicio de la usual soberanía , por los partidos anglo-ame-
ricanos, prefiero explicar el casi constante asentimiento
que la generahdad de la Nación les presta , por boca de
algunos angio-americanos. Uno de ellos, muy honrado,
le dijo al respetabilísimo Minghetti estas frases, que con-
firman otras mías: «Bien sabemos que nuestra adminis-
tración está llena de indignidades, dilapidaciones y ro-
bos ; lo cual aumenta los gastos públicos ; pero más nos
conviene pagarlos con ese aditamento que tomarla á
nuestro cargo; porque, empleando nuestro tiempo en
negocios particulares, nos rinde diez veces más que asi
perdemos (')». Otros muchísimos repiten sin escrúpulo :
( I ) EzRA C. Seaman : Le systéme du Gouvernement américain: Traduc-
tion de Th. Hippert : Bruxelles, 1872.
(2) Minghetti: Obra citada.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 95
« Más vale apresurarse á hacer la propia fortuna , y de-
jar á los politicians de profesión que gobiernen; cada
uno á su oficio, y la política es el de los que ninguno sa-
ben». Alo cual añade M. Claudio Jannet, que nos lo
cuenta: «Tiénense, en suma, por bastante ricos para que
los roben». Pero, con todo lo dicho, se han quedado los
extranjeros, al describir estas singularidades, todavía
muy atrás del autor anglo-americano que cité antes , y que
años hace anda en manos de todos. Ezra C. Seaman,
consejero legal de los Estados Unidos , observó y estudió
durante más de cuarenta años, según dijo, el régimen
político de su patria , por lo cual sería siempre más se-
guro recomendar su libro á quien por ventura no lo co-
nozca , que exponer de nuevo cuanto él por sí mismo ó
con ayuda de otros compatriotas suyos dio á cono-
cer. Su conclusión general se reduce á que los partidos
anglo-americanos hacen, sin que para nada les estor-
ben sus leyes políticas, cuanto quieren, tal como si ellas
no existieran. Pero véanse, siquiera estos particulares
conceptos del referido autor: «No hay más poder en este
país que el partido dominante ; Gobierno y partido son
una misma cosa ; todas las obligaciones de partido se ci-
fran en evitar que la menor migaja del patronato (ó sea
de los favores oficiales) caiga en manos de cualquiera
que esté fuera de él; ¿qué derecho tiene un hombre de
partido, piensan los que los forman, á su propia concien-
cia? ¿qué necesidad de obrar por sí mismo, siguiendo sus
nociones personales sobre el deber ?»('). No hay como ne-
gar, por tanto, crédito, al escritor francés Claudio Jan-
net , citado antes , admirador sumo de los Estados Uni-
dos , y que allí está reputado por imparcial , cuando lo
( I ) Seaman : Obra citada , págs. 1 1^ á 1 19.
96 LA ESPAÑA MODERNA.
resume todo diciendo: «que la soberanía, ó bien el poder
de hecho, se ejerce por el puñado de politicians que
hacen las elecciones , y que el Gobierno es sólo una más-
cara para ellos (')». Y aún enseña más, si se quiere,
esta breve definición de Bryce : «la política no es allí
ciencia de gobierno, sino arte de ganar elecciones y em-
pleos (')».
Los principios de gobierno, aunque algunos prefieran
ó afecten naturalmente los partidos anglo-americanos,
son á todo esto lo de menos. De Tocqueville pensaba
que, no existiendo en los Estados Unidos las pasiones
religiosas ; que faltando ya los odios de clase porque el
pueblo lo era todo ; que no habiendo , en fin , miseria pú-
blica que explotar, cosa que, por supuesto, vaya ha-
biendo, los grandes partidos no se podrían reproducir.
¡Quién se lo hubiera dicho! La inmoralidad que él no
hizo más que entrever, ha bastado para reproducirlos , y
con exceso. Federalistas j ó con tendencias á la unidad el
uno, y republicano , ó con más inclinación al particula-
rismo el otro, se titulaban los dos que en 1787 surgieron;
los sucesivos pudieron tener más ó menos inclinación á
la plutocracia, que no á la aristocracia, el uno, y el otro
á la democracia igualitaria ; mas todo esto con frecuen-
c: i ha ido cambiando de sentido real, dirección y nom-
bre. Hoy parece el titulado demócrata algo mejor amigo
de la autonomía de los Estados, y el repubhcano más de
l:i extensión del poder federal; pero déjanse fácilmente
llevar hacia lo uno ó lo otro, según sus conveniencias
prácticas. Al decir de Bryce, el republicano no se tiene,
en suma , sino por menos vicioso y más escrupuloso que
su adversario el demócrata ; pero ¿hay realmente en
( 1) Claudio Jannet: Obra citada, t. i, pág. 63.
y 2 ) jAvifiS Bryce : Obra citada.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 97
esto diferencia notable entre los dos? En el ínterin, las
pinturas que de la corrupción de los legisladores , de los
administradores, de los jueces, de los agentes de poli-
cía, cada día hacen los periódicos, cuesta trabajo creer
que no sean exageradas ; pero son al menos testimonios
constantes y unánimes. Insisto, con todo, en que, mien-
tras menos lugar dé aquí á tales extravíos, será me-
jor, y voy ya á limitarme á añadir lo puramente in-
dispensable. Constituyen en la Nación anglo-americana
sus partidos dos verdaderos Estados dentro de cada Es-
tado confederado , y del de la Confederación misma. En
vano , ya lo indiqué , la opinión pública , fortificada por
la prensa , de vez en cuando intenta desacreditar estas
terribles máquinas , porque ello es que siempre siguen
en movimiento , sin que las ilusiones de los que esperan
desmontarlas presenten hasta aquí probabilidad de éxito.
En cada uno de los condados de que los Estados se com-
ponen, continúa residiendo y obrando una junta que pu-
diéramos llamar condal, constituida por delegaciones
de todos los barrios de las ciudades, de las poblaciones
rurales que no gozan municipios propios , y de las asocia-
ciones diversas de distrito. Para entrar en funciones, de-
mándasele á cada miembro de dicha junta que firme el
credo político del partido , y un formal compromiso de
votar las listas de candidatos que éste presente para los
empleos. Tan pronto como el centro condal queda esta-
blecido , celebra una primordial sesión , en que nombra
su comisión ejecutiva y reglamenta el trabajo de elegir
los candidatos del partido. No queda tras esto sino de-
signar en las juntas condales los delegados que han de
formar la Convención del Estado ; y desde la del más
mínimo empleo municipal hasta la del Presidente de la
RepúbHca, pasan todas las candidaturas luego por estas
7
98 LA ESPAÑA MODERNA.
corporaciones , que alcanzan mayor poder que las res-
pectivas Cámaras legislativas. El duque de Noailles, que
más recientemente aún que Bryce, en estos mismos días,
ha acabado de exponer las condiciones políticas de los
Estados Unidos , confirma que allí son bastante más obe-
decidas las reglas por los partidos impuestas para todo,
que las constitucionales ('). Las Convenciones se entien-
den y conciertan entre sí perfectamente luego , y todas
juntas influyen también más en la dirección del Gobier-
no , que el acuerdo completo del Congreso federal. Á
tal organización se da el nombre genérico de caucusy
que ya he citado al paso ; palabra que en su origen sig-
nifica reunión de bebedores para hablar de política, y
hoy se encuentra elevada á denominación del verdadero
soberano usual en territorio tan vasto y tan grande , y
tan inteligente y rica población como la de los Estados
Unidos.
Vengo diciendo usual y porque por encima de todo lo
dicho hay, sin duda , que contar á veces con la opinión
púbHca ; aquella opinión pública que hizo dictador á Lin-
coln , sin deliberar ni votar , y que guardan los anglo-
americanos para todo momento supremo , pensando que
les salvará al fin y al cabo de cualquiera riesgo, siempre
que sea indispensable y que ella surga y se levante om-
nipotente. Á mis ojos, nada hasta aquí prueba, con efec-
to, que la voz del pueblo, del verdadero y total pueblo
americano, por sujeta que parezca al egoísmo tácito de
los más , no se haga oir también cuando sea necesario.
No hubiera, sin duda, impedido partido alguno de por sí
que la esclavitud se suprimiese á su hora , bien que la co-
rrupción por ellos dirigida produjera, aun entonces, di-
(i) NoAiLLLES : Obra citada, pág. 384.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 99
lapidaciones inauditas , y llegase en la guerra hasta la
indeficencia. Tampoco la decisión, ni la prosecución de
cualquiera otra guerra popular, quedaría en mi concepto
fiada á los partidos. No puedo abrigar, con todo, de la
soberanía de la opinión pública de los Estados Unidos,
el concepto de Bryce, que, después de lo expuesto por él
mismo acerca del influjo interesado y absorbente de los
partidos , pretende que aquélla es continua y totalmente
soberana. Imposible es para mí dejar de ver una contra-
dicción palpable entre los capítulos que este escritor con-
sagra al sistema de partido , y los que dedica á la opi-
nión pública. Á las veces confunde á ésta con aquél visi-
blemente. Bien creo yo que cara á cara nunca osarán
contrariar los partidos á la opinión pública, porque,
cuando lo hicieran , la masa irresistible del pueblo los
arrollaría fácilmente. Bien sé que procurarán atraérsela
sin tregua por medio de la prensa , de los meetzngs^áe
los discursos , de los manifiestos y todo medio conocido.
Tampoco negará nadie que el sentido y la conciencia
nacional esté sobre los partidos ; pero, todo esto, ¿qué
vale para los muchísimos casos ordinarios en que egois-
tamente les cede el pueblo la palabra? Que la opinión
pública, más serena y más inclinada á lo grande, y en
los Estados Unidos constituida por más gente que piensa
que en otras partes , sea para los partidos un límite en
todo aquello que realmente la apasione, sea en buen hora.
Mas, por desgracia, también lo que se conoce por opi-
nión pública, simple adición del momento á los partidos,
de aquellos que por lo común quedan indiferentes, de los
mal enterados , de los que nunca se han tomado el trabajo
de aprender á juzgar los negocios públicos, está lejos de
ser segura guía en los más de los casos. Otra cosa es la
conciencia nacional de que hablaré más tarde ; pero la
lOO LA ESPAÑA MODERNA.
dirección de lo que se llama opinión pública, puede ser
tan funesta á veces como la de los partidos mismos. Por
eso , en suma , las instituciones políticas , dotadas de per-
manentes derechos, son indispensables. Ellas pueden dar
tiempo , primero , á que se distinga la opinión pública con
evidencia, cosa difícil, y luego, á que con sus propios
contrastes se aclare ó depure. Después, Dios la guíe,
que ya he dicho en qué ocasiones pienso que la guiará de
veras.
A. Cánovas del Castillo.
LA MUJER ESPAÑOLA C)
EL pasado año de 1889 la Fortnightly Review, im-
portante publicación que ve la luz en Londres,
pidió á Julio Simón un estudio sobre La mujer
francesa y á mí otro sobre La mujer española. El ori-
ginal español de mi trabajo se encontraba inédito , y yo
me resistía á publicarlo , comprendiendo que para Espa-
ña un estudio de tal índole y sobre tan delicado asunto
pedía mayor desarrollo y extensión, al par que requería
prescindir de ciertos detalles necesarios para el lector
inglés, y acaso triviales entre nosotros. Por último , me
he resuelto á entregarlo á la prensa tal como salió de la
pluma , aunque sin quedar curada de mis recelos , y de-
seando que esta advertencia me valga la tolerancia del
público.
( I ) Creemos qiíe nuestros lectores agradecerán que hayamos obte-
nido de nuestra eminente colaboradora Sra. Pardo Bazán , la inserción
de cuatro artículos que ella no quería imprimir en lengua española por
las razones que indica al encabezar el primero. Los extraordinarios
encomios que merecieron de la prensa inglesa al ver la luz en la Fort-
nightly Review , y lo curioso del asunto , nos obligaron á rogar á dicha
señora que quebrantase su propósito en interés de los lectores de La
España Moderna. (N. de la D. )
102 LA ESPAÑA MODERNA.
I.
Al hablar de la mujer en mi patria, desearía poder
atribuirle sin restricción virtudes, cualidades y méritos,
presentándola como un dechado de perfecciones ; pues
siendo yo igualmente mujer y española, cuanto realce dé
á nuestras mujeres ha de refluir en mí. Aparte de que
siempre granjea más simpatías del público quien ensalza
que quien aprecia imparcialmente el estado de las cos-
tumbres ; y en España , á veces , constituye un acto de
valor decir por escrito lo que todo el mundo reconoce de
palabra, por lo cual el escritor se ve precisado á dorar la
pildora.
Yo, aun comprendiendo lo arduo de la cuestión y
escribiendo para mis compatriotas , no la doraría : habla-
ría clara y explícitamente , como hablo siempre en las
cuestiones graves y vitales en que no puede ser ley la
cortesía. Pero la obligación de ser verídico aumenta
cuando nos dirigimos á lectores extranjeros, que nos
piden informes francos y leales , y casi no tienen medio
de rectificar los errores en que pudiese inducirles nues-
tra inexactitud.
No se crea, sin embargo, por lo que indico, que voy á
censurar agriamente á la mujer española ; á trazar una
especie de sátira á lo Juvenal ó á lo Boileau. Ni hay mo-
tivo para ello, ni habría riguroso derecho, aunque hubiese
motivo ; porque los defectos de la mujer española, dado
su estado social, en gran parte deben achacarse al hom-
bre, que es, por decirlo así, quien modela y esculpe el
alma femenina. Acaso en la sociedad francesa de hace
LA MUJER ESPAÑOLA. ^0}
doscientos años, cuando ejercía omnímodo imperio una
favorita y daba el tono una reunión de preciosas, pudo
repetirse con algún fundamento el axioma de que «los
hombres hacen las leyes y las mujeres las costumbres».
Lo que es en la España contemporánea , de diez actos
consuetudinarios que una mujer ejecute, nueve por lo
menos obedecen á ideas que el hombre la ha sugerido ; y
no sería justo ni razonable exigirla completa responsabi-
lidad, ni perder de vista este dato importante.
Para entender lo que es hoy la mujer española, hay
que recordar el cambio, ó, mejor dicho, la transforma-
ción que sufre España desde principios del siglo xix, re-
chazada ya la invasión napoleónica. La Revolución fran-
cesa, que apenas había logrado influir directamente en
nosotros, lo consiguió por modo indirecto á favor del
violento choque de una épica lucha. Nuestra guerra de
la Independencia, pareciendo terrible protesta contra la
nueva forma social de la nación vecina , fué en reahdad
vehículo por donde el espíritu revolucionario y las ideas
modernas penetraron hasta nosotros salvando la valla del
Pirineo. Desde que se reunieron las Cortes de Cádiz en
1812, destacóse claramente la nueva España constitucio-
nal , llamada á domeñar á la antigua en repetidas y san-
grientas luchas civiles. Para robustecerse y vivir, nece-
sitaba la España joven combatir sin tregua á la vieja,
autoritaria y devota, sujeta á un absolutismo, sólo en
ocasiones ilustrado, por los reyes de la Casa de Borbón;
y no combatirla solamente en los campos de batalla , sino
en el terreno de las costumbres. Modiñcación tan profun-
da tenía que reflejarse en el estado social y moral de la
mujer, y, por consiguiente, en el de la familia.
La mujer del siglo xvm, entre nosotros, se diferencia
totalmente de la de Francia en los albores de la Revolu-
104 LA ESPAÑA MODERNA.
ción. Mientras la francesa del siglo xviii es quizá la más
ingeniosa , escéptica y libre que registra en sus anales la
historia (sin exceptuar á la mujer ateniense) , la española
es la más rezadora, dócil é ignorante. Obsérvese que he
dicho rezadora y no cristiana, porque cristianas juzgo
que lo eran mejor , y con más sólido fundamento , las íncli-
tas mujeres de los siglos xvi y xvii, á cuya cabeza brilla
la gran reina Isabel I. Bajo el Renacimiento, la mujer es-
pañola, tan piadosa como sabia, lejos de contentarse con
una instrucción inferior ó nula , desempeña cátedras de
retórica y latín, como Isabel Galindo, ó ensancha los do-
minios de la especulación filosófica, como Oliva Sabuco.
En el siglo xviii, de tal manera se perdieron estas tradi-
ciones , que se juzgaba peligroso enseñar el alfabeto á
las muchachas, porque, sabiendo lectura y escritura, les
era fácil cartearse con sus novios. De cierta bisabuela
mía, procedente de casa gallega muy ilustre, he oído
contar que tuvo que aprender á escribir sola , copiando
las letras de un libro impreso , sirviéndole de pluma un
palo aguzado, y de tinta un poco zumo de moras. Salu-
dable ignorancia ; sumisión absoluta á la autoridad pa-
ternal y conyugal; prácticas religiosas, y recogimiento
sumo, eran los mandamientos que acataba la española
del siglo pasado ; contra ellos esgrimió el azote satírico
nuestro excelso Moratín en El si de las niñas, El viejo y
la niña y La mojigata. La moraleja de estas tres come-
dias equivalía á una transformación capital del elemento
femenino.
El tipo de la española antes de las Cortes de Cádiz ha
llegado á ser clásico , tan clásico como el garbanzo y el
bolero. Esta mujer neta y castiza no salía más que á misa,
muy temprano (pues, según el refrán , la mujer honrada,
la pierna quebrada). Vestía angosta saya de cúbica ó
LA MUJER ESPAÑOLA. IO5
alepín; pañolito blanco sujeto con alfiler de oro; basquina
de terciopelo; mantilla de blonda, y su único lujo, — lujo
de mujer emparedada que no anda nunca ,— era la media
de seda calada y el chapín de raso. Ocupaba esta mujer
las horas en labores manuales , repasando , calcetando,
aplanchando, bordando al bastidor ó haciendo dulce de
conserva ; zurcía mucho , con gran detrimento de la vista;
— todavía en mi niñez me enseñaba mi madre , como tra-
bajo de mérito, unas almohadas zurcidas por mi bis-
abuela , donde casi los zurcidos formaban un tejido nuevo.
— Esta mujer, si sabía de lectura, no conocía más libros
que el de Misa, el Año cristiano y el Catecismo, que en-
señaba á sus hijos á fuerza de azotes ; porque el azotar á
los chicos era entonces una especie de rito , del cual no
sería correcto prescindir, según lo de qui diligit filium,
assiduat illi flagella. Esta mujer guiaba el rosario, á
que asistían todos los criados y la familia; daba de noche
la bendición á sus hijos , que le besaban la mano, aunque
peinasen barbas ó estuviesen casados ya ; consultaba los
asuntos domésticos con algún fraile , y tenía recetas ca-
seras para todas las enfermedades conocidas. Tan ge-
nuina figura femenil no podía menos de desaparecer al
advenimiento de la sociedad moderna.
No afirmo que todo fuese virtud en la antigua. Me
desmentirían á voces los escandalosos recuerdos de la
corte de Carlos IV, las duquesas yéndose á merendar en
la pradera con los toreros, ó á cenar en casa de las co-
mediantas ; las reinas encumbrando á sus favoritos y cu*
briéndoles de oro y honores; las damas entregadas
(aparte de otras pasiones más excusables porque las im-
pone la naturaleza) al vicio del juego, atestando de on-
zas el bolsillejo de abalorio , y perdiendo en una noche
un quiñón de su hacienda. Sólo quise decir que el tipo
I06 LA ESPAÑA MODERNA.
clásico de la mujer «á la antigua española» era el más
común antes del año 12, y ha llegado á caracterizar la
sociedad anterior al régimen constitucional ; y añadiré
que las mujeres devotas y recogidas y las damas galan-
tes que Goya pintó en los frescos de la ermita de San
Antonio, fueron dos formas distintas, pero conexas é in-
separables, de una misma época ; dos figuras de la España
antigua , que ninguna de las dos cabe en el siglo xvm
francés, donde virtudes y vicios presentan un sello de in-
telectualismo evidente.
El cambio social tenía que traer, como ineludible con-
secuencia , la evolución del tipo femenino ; y lo sorpren-
dente es que el hombre de la España nueva , que anheló y
procuró ese cambio radicalísimo , no se haya resignado
aún á que, variando todo — instituciones, leyes, costum-
bres y sentimientos, — el patrón de la mujer también va^
ríase. Y no cabe duda: el hombre no se conforma con que
varíe ó evolucione la mujer. Para el español, por más li-
beral y avanzado que sea, no vacilo en decirlo, el ideal
femenino no está en el porvenir , ni aun en el presente,
sino en el pasado. La esposa modelo sigue siendo la de
cien años hace. Detengámonos en profundizar esta obser-
vación , porque ella nos dará la clave de varias contra-
dicciones y enigmas, á primera vista inexplicables, que
ofrece la española contemporánea.
Cuando estalló la guerra de la Independencia , poseía
España uno de los elementos que más robustecen la con-
ciencia nacional : y era la unidad del sentimiento público
en los dos sexos. De esta concordia (que también poseyó
Francia durante el período revolucionario) se engendra
el patriotismo en el hogar ; el patriotismo transmisible á
las generaciones futuras. Esperadlo todo de la nación
donde semejante concordia existe.
LA MUJER ESPAÑOLA. IO7
Más iguales entonces el varón y la hembra en sus fun-
ciones de ciudadanía ^ puesto que aquél no ejercía aún
los derechos políticos que hoy le otorga el sistema parla-
mentario negándolos por completo á la mujer, la sociedad
no se dividía, como ahora , en dos porciones política y na-
cionalmente heterogéneas. Sentía y pensaba lo mismo la
mujer que el hombre, y eran ambos católicos, monárqui-
cos castizos, enemigos del extranjero hasta la medula de
los huesos. Así es que el papel de la mujer en la defensa
contra el francés no fué menos activo que el del hombre.
Dócil y pasiva en circunstancias ordinarias, la mujer «á
la antigua española» supo mostrar, cuando vio la patria
en peligro , que bajo su honesta basquina latía el corazón
indomable de las heroinas de Celtiberia. Con las manos
acostumbradas á pasar las cuentas de la camándula ó á
mover el abanico de lentejuelas y tul , supo arrojar en los
pozos á los granaderos de la guardia vieja, y apücar la
mecha al cañón.
Acaso entrando en el terreno de la hipótesis , me di-
rán que volvería á suceder lo mismo si se renovase la
invasión extranjera. No lo creo. Este heroísmo femenil se
daría quizá como caso aislado; como hecho general, no.
Y se daría más bien en el pueblo ó en la aristocracia que
en la clase media, que es la que más ha sentido el influjo
de la transformación política y social en beneficio del
varón. Los últimos chispazos de conciencia pública en
la mujer española fueron sus protestas y la especie de
fronda que organizó cuando la Revolución de Septiem-
bre de 1868 tomó color anticatólico y Amadeo I se sentó
en el trono. Al mismo orden de manifestaciones perte-
nece la cooperación que las mujeres (las aldeanas sobre
todo) prestaron al alzamiento cariista en las provin-
cias del Norte. (Y nótese cómo siempre que la mujer
I08 LA ESPAÑA MODERNA.
española revela interés político , se adhiere á la España
antigua; la nueva, socialmente hablando, no se ha for-
mado su elemento femenino.) Extinguida la última guerra
civil, la mujer no vuelve á pensar en negocios públicos ;
si algunas señoras adoptan la costumbre de frecuentar
las tribunas del Congreso, es por distracción, por ver ó
ser vistas. Quejábaseme hace pocos días un amigo mío,
de ideas nada reaccionarias, de que la mujer española
carece de ideal ; y pensaba yo, al oir su queja, que no
puede tenerlo , porque ni le han infundido el nuevo , ni le
han respetado el antiguo.
Adolece el hombre, en España, de un dualismo peno-
so. IncHnado á las novedades sociológicas contal ardor,
que en ningún país , salvo quizá en el Japón , han sido
más radicales y súbitas las reformas , siente á la vez de
un modo tan intenso el apego á la tradición , que siempre
vuelve á ella, como el esposo infiel á la esposa constante.
Y el punto en que la tradición se impone con mayor
fuerza al español, porque late, digámoslo así, en el fondo
de su sangre semítica , es el de las cuestiones relativas á
la mujer. Para el español, — insisto en ello,— todo puede
y debe transformarse ; sólo la mujer ha de mantenerse
inmutable y fija como la estrella polar. Preguntad al
hombre más liberal de España qué condiciones tiene
que reunir la mujer según su corazón, y os trazará un
diseño muy poco diferente del que delineó Fr. Luis de
León en La perfecta casada, ó Juan Luis Vives en La
institución de la mujer cristiana^ si ya no es que remon-
tando más la corriente de los tiempos, sube hasta la Bi-
blia y no se conforma sino con la Mujer fuerte. Al mis-
mo tiempo que dibuja tan severa silueta, y pide á la hem-
bra las virtudes del filósofo estoico y del ángel reunidas,
el español la quiere metida en una campana de cristal
LA MUJER ESPAÑOLA. IO9
que la aisle del mundo exterior por medio de la igno-
rancia. Hombre conozco que se pasa la vida patullando
en el charco de la política, y censura como el mayor de-
lito ó escarnece como la mayor ridiculez el que una mu-
jer se atreva á emitir opinión sobre un negocio público.
Y en cuanto á conocimientos de otro orden, muchos opi-
nan lo mismo que el papá de una amiga mía, que , habién-
dole preguntado su hija si Rusia está al Norte, contestó
muy enojado:
— Á las mujeres de bien no les hace falta saber eso.
Repito que la distancia social entre los dos sexos es
hoy mayor que era en la España antigua, porque el hom-
bre ha ganado derechos y franquicias que la mujer no
comparte. Suponed á dos personas en un mismo punto ;
haced que la una avance y que la otra permanezca inmó-
vil: todo lo que avance la primera, se queda atrás la
segunda. Cada nueva conquista del hombre en el terre-
no de las libertades políticas , ahonda el abismo moral
que le separa de la mujer, y hace el papel de ésta más
pasivo y enigmático. Libertad de enseñanza, libertad de
cultos, derecho de reunión, sufragio, parlamentarismo,
sirven para que media sociedad (la masculina) gane
fuerzas y actividades á expensas de la otra media feme-
nina. Hoy ninguna mujer de España — empezando por la
que ocupa el trono— goza de verdadera influencia polí-
tica ; y en otras cuestiones no menos graves , el pensa-
miento femenil tiende á ajustarse fielmente á las ideas su-
geridas por el viril, el único fuerte.
A fin de demostrar la exactitud de este aserto, me
bastará analizar un solo aspecto del alma femenina en
España : el aspecto religioso.
Ya dejo dicho que en mi patria, lejos de aspirar el
hombre á que la mujer sienta y piense como él , le place
I o LA ESPAÑA MODERNA.
que viva una vida psíquica y cerebral, no sólo inferior,
sino enteramente diversa. La mujer española es creyen-
te por instinto , no lo niego , pero ayuda mucho al des-
arrollo de ese instinto la ley , promulgada por los hom-
bres, de que, sean ellos lo que gusten,— deístas, ateos,
escépticos ó racionalistas,— sus hijas, hermanas , esposas
y madres no pueden ser ni son más que acendradas ca-
tólicas. Recuerdo que en una ciudad de provincia se
organizó hace tiempo un meeting de librepensadores,
arreglado y presidido por un profesor muy repubhcano,
quien anunció en los diarios que podían asistir señoras.
Como después del meeting le preguntasen por qué no
había llevado á la suya, contestó lleno de horror : «¿A
mi esposa? Mi esposa no es librepensadora, gracias á
Dios » .
No seré yo quien me queje de que persista el espíritu
religioso en la mujer, 37- ojalá persistiese también en el
hombre , que buena falta le hace ; sólo quiero poner pa-
tente la contradicción, el desequilibrio y el carácter un
tanto humillante que tiene para la mujer esa consigna
impuesta por el varón de no romper el freno de las creen-
cias. Júzgase el varón un ser superior, autorizado para
sacudir todo yugo, desacatar toda autoridad, y proce-
der con arreglo á la moral elástica que él mismo se forja ;
pero llevado de la tendencia despótica y celosa propia
de las razas africanas , como no es factible ponerle á la
mujer un vigilante negro, de puñal en cinto, le pone un
custodio augusto : ¡ Dios !
Dios es, pues, para la española, el guardián que de-
fiende la pureza del tálamo ; lo cual ofrece la ventaja de
que, si el marido se distrae y solaza fuera, el guardián se
convierte en consolador y en sano consejero , que, toman-
do el alma herida en sus manos amorosas, la curará con
LA MUJER ESPAÑOLA. I I I
bálsamo suave, apartándola del sendero de perdición.
Así se explica el que ningún español ( salvando excep-
ciones, que por lo escasas confirman la regla) quiera ver
á las mujeres de su familia apartadas de la religión en
que nacieron. Hombre hay que no se confiesa hace treinta
años, y le parecería ofensivo oir que su mujer no había
cumplido con el precepto en la pasada Cuaresma. Note-
mos que esta susceptibilidad crece si la refuerza el filial
cariño. Ningún incrédulo deja de revelar cierta sensibili-
dad cuando evoca los días de su infancia , recordando las
creencias que le inculcó su madre. No haber recibido de
su madre enseñanza religiosa, se juzga casi tan humi-
llante como no tener padre conocido : y decirle á un hom-
bre que su madre carecía de principios religiosos , es ul-
trajarle poco menos que si la acusásemos de libertinaje.
De este duaHsmo en el criterio varonil nacen contras-
tes sumamente curiosos entre la vida privada y la pública
de los personajes políticos españoles. Mientras exterior-
mente alardean de innovadores y hasta demoledores , en
su hogar doméstico levantan altares á la tradición, y se
asocian á las prácticas rehgiosas de la famiha. Estanislao
Figueras, presidente que fué de la República, rezaba
diariamente el rosario con su mujer. En la mesa de Emi-
lio Castelar, otro presidente, y además tribuno demo-
crático, no se sirvió carne los días de vigilia, mientras
vivió su hermana Concha. Con su don de embellecerlo
todo , Castelar explicaba estos miramientos de una ma-
nera sumamente poética y linda. «Mi hermana— decía
el célebre orador— representa para mí el hogar ya des-
hecho de nuestros padres, las gratas memorias de la in-
fancia, y ese período juvenil en que con tanta fuerza se
ama y se cree. Las prácticas católicas que mi hermana
me impone, me calientan el corazón. >►
112 LA ESPAÑA MODERNA.
Son hechos tan comunes y repetidos que nadie fija
su atención en ellos, el que ínterin las mujeres oyen
misa los maridos las esperen recostados en algún pilar
del pórtico, y el que álosejercicios espirituales, triduos,
novenas y comuniones apenas asistan más que mujeres,
algún sarcerdote ó algún carlista. De tal manera les han
cedido los hombres el campo de la devoción, que los
predicadores se han visto obligados á idear un subterfu-
gio para conseguir algún auditorio masculino. Consiste
en anunciar unas pláticas ó conferencias , que por versar
sobre asuntos muy hondos de ciencia, moral ó filoso-
fía, no pueden ser atendidas por mujeres. Lisonjeada
así la vanidad varonil en su punto más cosquilloso , que
es el exclusivismo intelectual , la iglesia se llena , y aunque
regularmente las conferencias no rebasan de un límite
vulgar , inferior á cualquier artículo de revista, con la
golosina de ser «para hombres solos», consiguen éxito
y público.
Me apresuro á añadir que al abandonar el terreno de
la devoción á la mujer, no permite el hombre que en él
se detenga hasta echar raíces. Le prohibe ser librepen-
sadora, mas no le consiente arrobos y extremos místicos.
Detrás de la devota exaltada ve el padre , hermano ó ma-
rido alzarse la negra sombra del director espiritual, un
rival en autoridad, tanto más temible cuanto que suele
reunir el prestigio de una conducta pura y venerable al
de una instrucción superior casi siempre — al menos en
cuestiones morales y teológicas— á la de los laicos. Así
es que de todas las prácticas religiosas de la mujer, la que
el hombre mira con más recelo es la confesión frecuente.
Á veces ocasiona verdaderas guerras domésticas. Hay en
España algunas ciudades (en Vizcaya y Andalucía), don-
de el inñujo de los Jesuítas es tan grande, que las familias
LA MUJER ESPAÑOLA. II3
se rigen por el consejo dado en el confesonario ; y no sa-
bré ponderar la impaciencia y enfado con que los hom-
bres ven este influjo, ni las insinuaciones malévolas y
hasta calumniosas con que disputan á los Jesuítas el do-
minio del alma femenil.
Y , sin embargo , los maridos , ó en general los que
ejercen autoridad sobre la mujer , saben que el confesor
no es para ellos un enemigo, sino más bien un aliado. No
sucede casi nunca que el confesor aconseje á la mujer
que proteste , luche y se emancipe, sino que se someta,
doblegue y conforme. Sólo en raras ocasiones , cuando
puede peligrar la fe, el confesor recordará ala penitente
que ella no ha de perderse ni salvarse en compañía de su
marido, y que el alma no se enajena al contraer nupcias.
A pesar de tanta cautela y moderación por parte de los
confesores, añrmo que el hombre no ve con gusto la con-
fesión frecuente ni la religiosidad entusiasta. Lo que
desea para la mujer es una piedad tibia: un justo medio
de piedad. Y la mujer ha tomado dócilmente ese camino:
ni se exalta, ni se descarría.
Emilia Pardo Bazán.
VERDADES POÉTICAS
Consideraciones sobre el libro de este título publicado por
Melchor de Palau. Prólogo de D. José R. Carracido.
ESTA obra está contenida , con prólogo y todo , en
un cuadernito de 8o páginas , y sin embargo su-
giere tantas reflexiones, aun al menos reflexivo,
que para exponerlas con orden y reposo sería menester
escribir un libro de cinco veces más lectura: de 400 pági-
nas lo menos.
Por fortuna ó por desgracia , según el gusto de cada
cual, no tiene tiempo quien esto escribe para exponer
aquí dichas reflexiones con la debida amplitud. Se limita-
rá, pues, á apuntarlas en cifra y apresuradamente.
Ya se entiende, desde luego, que en esta declaración,
de que el cuaderno del Sr. Palau da mucho en que pen-
sar, va implícito muy lisonjero encomio. Lo vulgar ó lo
insignificante no estimula la mente de nadie, ni despierta
jamás en ella pensamientos ni ideas.
Las composiciones en verso que contiene el cuaderno
cuyo título va como epígrafe, son, pues, bellas, discre-
tas é inspiradas , lo cual no es afirmar que sea verdad lo
que afirman.
Il6 LA ESPAÑA MODERNA.
Y, con todo, hace ya doscientos años ó más, que dijo
un crítico: ríen n'est beau quelevrai; pero, antes de
que lo dijese este crítico, lo habían dicho otros, y antes
otros , si bien con diversa frase y en diversa lengua ; por
donde creemos fácil de probar que , desde que hubo poe-
sía, todo crítico juicioso sostuvo lo mismo : la ecuación
entre la verdad y la belleza: la absoluta imposibilidad de
que sea bello lo falso.
El distingo que importa hacer á fin de salvar esta pri-
mera contradicción, es que la verdad del sabio es una, y
la verdad del poeta es otra. Lo que importa para que el
uno sea buen sabio y el otro buen poeta, es que ambos se
muestren verídicos , pero cada cual á su modo. Entendi-
das las cosas de otra suerte, armaríamos un enredo que
ni el mismo diablo sería capaz d.e desatar.
Aclaremos esto con un ejemplo. Consideremos las poe-
sías de tres ilustres italianos : Manzoni , Carducci y Leo-
pardi. Los dos primeros coinciden en creer que la huma-
nidad progresa, que vamos de bien en mejor , y discre-
pan en que el primero entiende que toda la ventura
presente y la mayor ventura de las venideras edades se
deben á Cristo y á su doctrina , y en que entiende el otro
que Cristo y su doctrina han traído mil males al Hnaje
humano , cuyo progreso y bien consisten en que ya po-
cos hombres creen en Cristo , y en que con el andar del
tiempo no creerá nadie. Acudamos después al tercer
poeta, á Leopardi, y veremos que, lejos de poner en paz
á sus dos colegas , ó de abarcar en una síntesis la oposi-
ción, contradice á ambos, y sostiene que ni Júpiter, ni
Cristo , ni Mahoma, ni el creer en este dios ó el negar el
otro, hacen la felicidad de los hombres; y que todos los
inventos de la física, de la química y de la mecánica, y
todos los descubrimientos de la ciencia, lejos de mitigar
VERDADES POÉTICAS. II7
nuestro infortunio y nuestra irremediable miseria, los
acrecientan y emponzoñan.
Imaginemos ahora á un escéptico sereno , que lea á los
tres poetas , y es posible que no dé la razón á ninguno de
los tres. Acaso este escéptico niegue á Leopardi su des-
esperado pesimismo , y á Carducci y á Manzoni el opti-
mismo risueño y progresista que los anima , y al primero
no le conceda, y hasta le censure su furor anticristiano,
y no convenga con el segundo en que la libertad, la fra-
ternidad y la dicha, dado que existan en la tierra , se de-
ben á la Iglesia católica.
Resultará de aquí que, para nuestro escéptico , nin-
guno de los tres poetas dirá ó cantará la verdad; pero
como nuestro escéptico podrá ser sujeto de buen gusto,
y apto para sentir y comprender la belleza, los tres poe-
tas le parecerán divinos, y pondrá sobre su cabeza las
obras de ellos en señal de veneración profunda y de sin-
gular entusiasmo.
Luego no vale , diremos entonces , la ya citada senten-
cia: rien n'est heau que le vrai. Aquí tenemos tres poe-
tas bellísimos, y los tres se equivocan. Ahora es cuando
encaja el distingo. Demos de barato que los tres yerran :
pero la verdad de la poesía está en que el error es ver-
dadero : en la sinceridad perfecta del error ; en el ardor
con que se acepta y en el brío con que se sostiene y se
propala.
De aquí se sacan infinidad de consecuencias. La que
más conviene á nuestro propósito es que debemos lamen-
tar la divergencia, bien demostrada, entre la verdad poé-
tica y la verdad científica. Debiera darse la convergencia
de ambas verdades. Si no convergen, hablemos con fran-
queza, es porque en muchos puntos, tal vez, ó sin tal vez,
en los más interesantes, no hay verdad científica aún.
1 8 LA ESPAÑA MODERNA.
Acaso la haya dentro de ochenta siglos , si sigue la huma-
nidad progresando. En el día, todos esos puntos oscu-
ros, inexplorados, donde la ciencia no llega, los vemos
porque nos los presenta la imaginación ó la fe , que son
la potencia y la virtud del alma que se levantan hasta
ellos con vuelo encumbrado. La ciencia se queda tama-
ñita y muy por bajo, titubeando y dando tropezones.
Aunque sostengamos que la fe y la imaginación , que
suben hasta donde la ciencia no sube, hallan y nos ofrecen,
no la verdad, sino fantasmas vanos, el error ó la mentira,
¿cómo probar, si la ciencia no vale para el caso, que es
mentira ó error lo que la imaginación ó la fe nos presen-
tan como verdad? ¿Qué sabio marcó ya definitivamente
los límites entre lo ideal y lo real , lo sobrenatural y lo
natural , lo posible y lo imposible? ¿Es argumento contra
la existencia de los ángeles el que no los vea el astrónomo
con su telescopio ; ni se infiere que no haya ondinas , ni
sílfides , ni salamandras , de que no las saque el químico
del fondo de sus retortas , ni las vea ó las sienta escapar
por la piquera de sus alambiques?
Goethe, gran sabio y gran poeta ala vez, dice que
el hombre yerra mientras aspira , y aspira mientras
vive. Si se suprime el error, queda la aspiración supri-
mida.
¿Para qué cansarnos en imaginar qué sería la poesía si
tuviésemos perfecta ciencia? ¿Qué sabemos lo que sería
entonces la poesía? Ni siquiera lo columbramos con va-
guedad.
La condición presupuesta no se dará aunque persista,
progrese indefinidamente, y cada día crezca, cunda y
ahonde más el saber humano. Detrás de cada objeto, en
el centro de cada ser finito y Hmitado que descubra, des-
cubrirá también un nuevo infinito incógnito ; y de cada
VERDADES POÉTICAS. I I9
ley con que explique un misterio , surgirá multitud de
misterios nuevos ó antes no concebidos.
Se aduce todo esto para demostrar el error de lo que
el Sr. Palau sostiene; pero como su error estriba en ver-
dad poética, los versos del Sr. Palau son bellos también.
Nada de lo que voy á añadir va contra el Sr. Palau como
poeta.
La oda-prólogo , que explica y resume el pensamiento
capital del librito, es verdad y sinceridad purísimas, por-
que expresa bien un modo de sentir que atormenta en el
día á no pocas almas humanas. Nadie ha expresado con
más brío y elegancia que Leopardi este modo de sentir
que el Sr. Palau pone en la misma poesía personificada,
excitándola al suicidio.
La ciencia ha averiguado ya tantas cosas , ha invadido
tantas regiones , no exploradas antes , y ha explicado tan-
tos fenómenos, que nada le ha dejado á la imaginación y
á la fe por donde vuelen, se explayen y creen.
Pasó la edad de la fantasía; pasó la edad de la fe; vi-
vimos en la edad de la razón. Adiós mitologías, religio-
nes, metafísicas, milagros, magias, teurgias, querubi-
nes, demonios, duendes, etc. La Poesía, despojada de
toda esta riqueza, que era suya, y que tan cara y respe-
tada la hacía á los hombres , no recibe de ellos sino des-
dén y sofiones, y, no pudiéndolos sufrir, decide matarse.
Indudablemente, la Poesía del Sr. Palau se deja arre-
batar de su mal humor, y delira. Habrá acaso algunos
naturalistas, ingenieros ó geólogos, que sueñen con que
lo saben todo y desprecien la Poesía; pero la mayoría de
los mortales , aun concediendo que ha crecido en extremo
el número de las cosas sabidas, reconoce que, en pro-
porción, se ha aumentado el catálogo de los misterios,
de lo inexplorado y arcano y de los enigmas sin solución.
20 LA ESPAÑA MODERNA.
Isis sigue con su velo , sin que ni Mad. Blawaski , ni ningún
sabio inglés ni alemán, por audaz é insolente que sea, se
le levante; la esfinge, inmóvil en la puerta de la vida,
persevera en obstinado silencio sobre nuestro origen y
nuestro fin; y las más de las preguntas, que se hicieron,
hará treinta ó cuarenta siglos , en el Hbro de Job , conti-
núan sin contestación , á no ser que se conteste á ellas
como el personaje de Moliere contesta á la que dice :
¿Quare opium facit dormiré? — Qui a est in eo virtus
dormitiva.
Lo descubierto y lo inventado por la ciencia experi-
mental tiene , sin embargo , mucho valer , y es digno de
que la Poesía lo celebre ; pero no es este el principal
asunto de la Poesía, sino uno de los menores.
La ciencia no es de ahora, sino de hace miles de años :
y tan ciencia de verdad era la ciencia del tiempo de Aris-
tóteles para los científicos contemporáneos suyos, como
la ciencia de hoy para los científicos que viven sincróni-
camente con el Sr. Palau. Aristóteles decía que Homero
era poeta y Empédocles no , sino físico : que entre ellos lo
único que había de común era el metro. En el día no
queda derogada esta ley de Aristóteles , y la sentencia
que da contra Empédocles puede valer y renovarse.
El Sr. Palau reconoce su justicia. Para sustraerse á
tal sentencia, asegura en una nota que él no es didáctico,
que no enseña: que, lejos de enseñar, su poesía presu-
pone el completo conocimiento del asunto de que trata.
Estamos conformes. Nunca nos pasó por la cabeza
que el Sr. Palau quisiese enseñarnos geología, astrono-
mía ó química en sus odas. Lo que quiere hacer, y lo
que hace , es celebrar sus triunfos , los adelantamientos de
estas ciencias. Y en esto puede, sin duda , lucir su ingenio
un poeta.
VERDADES POÉTICAS. 121
En ]o que no convenimos es en la novedad de tal gé-
nero de composiciones. Pues qué, ¿Monti no cantó á
Montgolfier? ¿Quintana no celebró la invención de la im-
prenta? ¿Qué artefacto, qué máquina, qué navegación
ha carecido de poeta que los ensalce?
No se sigue de aquí que la consagración de la Poesía
á las ciencias físicas y químicas haya de rayar en exclu-
sivismo ; ni que la Poesía haya de desechar por eso los
mythos ; ni que se haya de abstener de prefigurar la
Naturaleza á su antojo, ya que, hasta hoy, bien á su an-
tojo se la prefiguran los sabios, sin saber mejor que los
poetas lo que es en reahdad la Naturaleza.
Decimos esto con motivo del Prólogo que pone el
Sr. Carracido al librito del Sr. Palau. No podemos con-
ceder que sea justo ordenar lo siguiente : «Sepúltense en
las capas. formadas por el sedimento histórico los fósiles
de la poética clásica, y no disputen el derecho á la vida
de los nuevos organismos que por ley de evolución res-
ponden con sus formas y tendencias al medio generador
en qué han de nutrirse y desarrollarse, para no quedar
rezagados en el cumplimiento de su misión , conforme al
lugar que ocupen en el proceso evolutivo».
La poética clásica, esto es, las reglas y leyes de la
poesía buena, ni es fósil, ni impide á nadie que cumpla
su misión , ni que se nutra , ni que se desarrolle , ni que
tenga todos los procesos involutivos y evolutivos que le
cuadren.
Si no sucede á nuestra edad otra de perverso gusto y
de barbarie completa, no habrá sedimento histórico bajo
el cual se sepulten esas reglas y los modelos inmortales.
Un Virgilio de ahora haría unas Geórgicas en que los
descubrimientos químicos entrarían por mucho ; y un
Fracastoro del día hablaría de aquella picara enferme-
122 LA ESPAÑA MODERNA.
dad y de sus remedios con mejor noticia de todo, porque
había visto los microbios y sabe Dios cuántas cosas más ;
pero estos poemas, en cuanto fuesen tales poemas, no
serían mejores ni tan buenos como los antiguos, si pres-
cindían de las minucias de sintaxis y detalles prosódi-
cos y de otros trabajos rastreros , por cuya virtud sa-
len los versos bruñidos, cincelados, esculpidos en bron-
ce, con la perenne, rítmica y divina nitidez de la forma.
El que no quiera sujetarse á esos trabajos rastreros, ¿no
es mejor que escriba en prosa desatada y corriente? Ver-
dad es que hasta en prosa pone el buen escritor cierto
artificio, por donde, llevando al extremo la doctrina,
vendríamos á parar en que un sabio profundo ni en verso
ni en prosa habría de escribir.
Escriba en verso, no obstante, el Sr. Palau , pero no
siga los malos consejos que irreñexivamente , y harto
deslumhrado por las ciencias que con éxito brillante cul-
tiva, le da sobre literatura el Sr. Carracido.
Considere, pongamos por caso, á Terencio Mamiani,
que escribió también un extento poema sobre Geología.
¿Deja dicho poema de estar lleno de reminiscencias clási-
cas, de mythosyáe primor artístico? Lo geólogo, lo
filósofo y lo científico que era Mamiani , ¿ fué obstáculo
para que compusiese cantos épicos (como los de Ho-
mero á los dioses) á San Rafael, á San Telmo y á Santa
Rosalía? No hay tal ésto matará aquello. Ni el telesco-
pio , ni el microscopio , ni el radiómetro han venido á des-
truir lo que la fantasía produce y lo que la fe sustenta.
Coexisten y caben con holgura en la pasmosa capacidad
de la mente humana el protoplasma y el demiurgo , el te-
légrafo y los ángeles , los microbios y los silfos , los gno-
mos y los duendes, y todos los lagartos alígeros y demás
bicharracos descomunales de las edades primitivas.
VERDADES POÉTICAS. 12}
La ciencia no ha venido á achicarlo todo , como pre-
tende y deplora Leopardi , sino á hacer más ingente , más
hermoso, más rico y más vario el panorama del espíritu;
el espectáculo de cuanto es y de cuanto puede ser , es-
pectáculo que se retrata en el alma del poeta , como en
espejo cuya virtud lo magnifica todo, y, si cabe, le presta
mayor hermosura, porque debe fijar lo transitorio, do-
tar de persistencia lo caduco , y hacer inmarcesible , in-
deleble y perpetuamente luminoso lo que en la naturaleza
se marchita, se borra y se apaga.
Y nada de esto se consigue sin los trabajos que cali-
fica de rastreros el Sr. Carracido , y sin muchas minu-
cias de sintaxis y de prosodia. Los versos salen malísi-
mos cuando se prescinde de tales minucias. Si prescin-
diese de ellas el Sr. Palau, no le elogiaríamos como le
elogiamos.
Juan Valera.
EL MODERNO ANTICRISTO
(ERNESTO RENÁN)
II.
EL ORDEN SOBRENATURAL.
EL crepúsculo hace aptos los ojos para ver la cla-
ridad del día : ya blanquea el cénit del Oriente ;
sobre las alturas brillan los cielos con inusitado
esplendor; la aurora se levanta, y el sol no tardará en
aparecer....» Así profetizaba á orillas del Rhinhace cua-
renta años un filósofo-poeta, esperanzado con la apari-
ción radiante del nuevo sol filosófico. Porque, verdadera-
mente , á principios de este siglo la filosofía sufrió lo que
se llama parálisis; indecisa, irresuelta, inerte para todo,
remedaba la agonía de un ebrio moribundo. Los pensa-
dores tenían las fuerzas enervadas , resultado sin duda
de la agitación espantosa que sufrió en la pasada centu-
ria el organismo social. Pero los gérmenes de los enci-
clopedistas memorables no se atrofiaron: se esperaba
un sol nuevo que con sus rayos amorosos les fecundara
é hiciese brotar lozanos y robustos. Y ese sol apareció á
126 LA ESPAÑA MODERNA.
la postre , lanzando los rayos de su cabellera desde las
cátedras universitarias de Jena y de París. Los nervios
estudiantiles, sacudiendo el marasmo cosmopolita, se
agitaron como las cuerdas de un arpa , y entonaron him-
nos como éste: «Hay un Dios.... , pero no como el de las
Iglesias, que juzga las acciones.... Ese Dios es la piedra
y la nube, el perfume y la brisa; la flor que se abre, el
sol que la fecunda y la abeja que vuela. Dios, Acaso,
Naturaleza, indiferente para todo...., no le ofendéis. ¡Ha-
ced lo que os plazca ! » Ese himno panteista vibró en la
conciencia de muchos escritores y de algunas escritoras,
— V. gr., Aurora Dupin ó Jorge 5aw<i , — arrancando
otros himnos pertenecientes al mismo género , aunque de
forma distinta; es decir, que el panteísmo real, arga
masa inconcebible, se confundió con el panteísmo ideal,
mezcolanza más ridicula , que hoy se evapora en el labo-
ratorio de Wundt. Desde el año 30 á la fecha, el sol del
panteísmo fué la aurora del sol racionahsta, cuyos pro-
gresos han sido tan rápidos, que no hay escritor baladí
en ciertas aulas que no aborrezca la idea antigua de
Dios y lo que la es consiguiente: el orden sobrenatural.
No obstante, hasta hace unos cuantos años, todavía
resonaba el grito de los ñlósofos alemanes , á quienes
Büchner (Ciencia y Naturaleza) llama cacharreros. Mi-
chelet, Vacherot, Taine, Schérer y Sainte-Beuve, defen-
dían—Taine lo deñende aún— que Dios es la Idea des-
arrollándose en el mundo. Y sin salir de nuestra España,
hemos oído alternativamente, ya á D. Nicolás Salmerón
y á D. Antonio López Muñoz, ya á D. Francisco de Paula
Canalejas ó á José Barnés, ó á Eusebio Chamorro, que
Dios es ó «la conciencia humana y la ley moral que late
en el fondo de cada ser y se manifiesta en las palpitacio-
nes (!!) de la historia», ó «lo absoluto en la intimidad de
EL MODERNO ANTICRISTO. 1 27
los espíritus que son y serán», ó «la Humanidad-Dios,
padre de todos los hombres, siglos y pueblos». Y hoy
mismo en Francia, Mr. Camilo (Flammarion), después de
refutar con argumentos incontrastables el Dios-Materia,
termina propinándonos un «Dios-Fuerza», ideal, univer-
sal é íntimo, hecho á imagen del hombre, pensamiento
inmanente que reside invisible en el fondo de cada átomo
empapado de Dios. (Dios y Naturaleza.)
Y aquí llega Renán. ¿Coma, sin abrazarse con esas
teorías, podía demostrar en sus obras novelescas que
Jesús no es Dios, y el orden sobrenatural no existe?
¿Cómo, sin esa máquina de guerra, podía combatir la fe
en lo suprasensible , la divinidad del Cristianismo , y dar
explicación á las elevaciones grandiosas del Mártir del
Calvario? Así es que pronto se adivina la estrategia del
critico-novelador . «....Por mi parte, dice Ernesto, juzgo
que en el Universo no hay inteligencia superior á la hu-
mana. La fe absoluta es incompatible con la Ciencia : sin
la fe, existe el amor. De admitir alguna fe, ha de ser la
fe ideal. Los Evangelios son leyendas, porque abundan
en sobrenatural y en milagros. La materia eterna , el
germen-latente de la vida y el Di os- Impersonal , es lo que
nos queda. Un nombre propio en Dios es la negación de
la divina Esencia. El exclusivismo de Israel y de la Iglesia
católica es horrible. El CatoHcismo rompió las cadenas
ortodoxas por causa de sus santos. Dios está en todos :
llamarle suyo, es blasfemia satánica, confiscación sacri-
lega. El progreso de Israel y del Catolicismo consistirá
en dejar al Ihavé-Dios particular, y quedarse con la
existencia abstracta de Elohiín-Dios universal.... y*
i Gracias á Dios que nos hemos entendido ! Un Dios-
Impersonal, fe ideal, inteligencia Soberana...., raciona-
lismo escueto. Bérand y Renoudier, discípulos de Renán,
28 LA ESPAÑA MODERNA.
participan de esa opinión. La escuela crítica-histórica
admite, á pesar de todo, el tránsito de la animalidad á la
racionalidad y la herencia darwiniana. Con esos prelimi-
nares se explica muy bien lo que fué Jesús. Hegel le pre-
sentó saHendo de la Idea nebulosa para encarnarse en el
mundo ; Amoldo Ruge y Daumer, como un símbolo de la
lucha del estío y del invierno ; Dupuis , como un mito del
sol. Hay que convenir en que Vacherot y Renán han sido
más cuerdos , presentando á Jesús como un hombre cir-
cunspecto y puro , héroe y mártir , sublime y divino hu-
manamente : en lo cual está la razón decisiva de la in-
fluencia de Jesús en el mundo.
Dada la intuición del Yo-Puro , por un acto de refle-
xión trascendental y vueóidinte la sublime cópula y como
D. Nicolás diría, se realiza, el ósculo inefable de Dios con
la criatura ; y al abrazarnos y comulgar con Él , nos
abrazamos y comulgamos con todos los seres. Así cuen-
tan que murió Sanz del Río. ¡Pero qué infeliz debe de ser
ese Dios , cuando en ese abrazo y en ese beso permite á
sus místicos esposos proferir tantas sandeces insulsas !
¡Cuánta palabrería para plagiar en estilo mistagógico el
panteísmo de Scoto Erígena , la íntima y natural unión de
las almas con el Ser Inefable! ¡Oh Ciencia nueva, más
vieja que Matusalén, que todo lo explica y todo lo con-
funde, trocando á nuestras almas en frascos de vitriolo ó
en terrones de azúcar!....
Los católicos defienden que Dios está presente en el
alma como causa conservadora, no como objeto de in-
tuición; que el hombre puede unirse con Dios por vías
sobrenaturales, extraordinarias, suprasensibles, siendo
auroras de esa unión la esperanza, fe y caridad. Mr. Er-
nesto siente y ve á Dios en la intimidad de su conciencia,
en la idea de su mente, en el fondo de su ser, como en las
EL MODERNO ANTICRISTO. 1 29
palpitaciones de la historia. De donde resulta la negación
del orden sobrenatural y de la Divinidad de Jesús. Desde
Arrio hasta Denk y Socino, y desde Socino hasta los mo-
dernos filósofos , distinto ha sido el procedimiento é idén-
tico el resultado. Hegel alaba á la Religión cristiana por-
que realizó «la suspirada unión de Dios con el hombre».
Verificado el nefando contubernio de Dios con el hom-
bre, el orden sobrenatural es ridículo «pues le creamos y
hacemos accesible á nuestros conocimientos». (Büchner,
(Ciencia y Naturaleza.)
Al llegar aquí, deja Renán la exégesis á un lado para
operar con el escalpelo racionalista. No se detiene ya
para salir del laberinto, como Mr. Reville, ante los nom-
bres de «Hijos de Dios» que se dan á los justos y á los
ángeles ; ni ante la santidad absoluta de Jesús, el perenne
equilibrio de todas sus potencias , la estupenda é insepa-
rable unión de su grandeza y mansedumbre , sin intermi-
tencia alguna, en las ovaciones entusiastas y los sarcas-
mos horribles del pueblo de Israel: lo cual nadie niega á
Jesús y le proclama altamente verdadero Hijo de Dios,
por ser imposible en un hombre puro. No repara ya en la
lista sin fin de los pasajes del antiguo y del nuevo Testa-
mento en que Jesús es llamado Hijo propio de Dios ; ni
siquiera en que todos los Evangelistas desde el principio
de sus leyendas y el visionario de Damasco le saludan
con ese título subhme. Á los ojos del sabio francés , Na-
poleón de las ideas, pasó inadvertido aquel satánico in-
terrogatorio en que el astuto Caifas y sus ministros per-
versos preguntan á Jesús: «¿Luego tú eres Hijo de Dios?»,
y el Justo les responde : «Vosotros lo decís : i lo soy !», le-
vantando esta respuesta una explosión de cólera y ha-
ciendo rasgar las vestiduras del Gran Pontífice.... No:
Renán no se detiene en esas bagatelas: bástale para
9
I ^O LA ESPAÑA MODERNA.
conseguir lo que se propone , recurrir al procedimiento
estúpido que lleva siempre en sus escritos religiosos : al
racionalismo, á la negación é invención.
« .... La preexistencia ideal de Jesús, dice Ernesto , es
evidente. Jesús no pensó en hacerse pasar por una en-
carnación de Dios y pero se creía algo más que un hom-
bre extraordinario. Jesús era hijo de Dios como todos los
demás hombres : pues Dios está en el hombre y vive en
él como el pensamiento en la tnente. La fraseología de
sobrenatural y sobrehumano no tenía sentido en la ele-
vada conciencia de Jesús. Jesús, en este punto, no se pa-
rece á los de su raza. Muchas frases, v. gr. , «te perdono
tus pecados» , han sido, quizá, peut-étre, atribuidas al
Maestro para servir de apoyo á la autoridad colectiva
de los Apóstoles. El reino del cielo de que habla Jesús,
es un cielo fantástico. No obstante, la voz de Dios reso-
naba en el corazón de Jesús con el timbre más puro ; por
eso fundó el verdadero reino de Dios, el reino de los
mansos y humildes. Y porque comunicaba con Dios en la
conciencia, tuvo relación directa con Él y la idea más
grande y el más elevado sentimiento de Dios entre los
hombres : idea resultante de su íntima unión con la Di-
vinidad. Pero esta unión y comunión no era real y ver-
dadera, pues está desmentida por las ciencias físicas y
fisiológicas — ¿en qué capítulo?— sino ideal y humana.
Dios se había revelado antes de Jesús y se revelará des-
pués en las manifestaciones ocultas de la conciencia. Á
esta revelación íntima y particular en la de Jesús , se
deben todas las acciones maravillosas que en Jesús ad-
miramos y su poderío en la historia. Lo que se debe ado-
rar en Jesús no es á Jesús-Dios , sino á la Humanidad-
Dios. El amor hacia Jesús fué creciendo como la luz de
la mañana en el pueblo de Israel , y ese amor justísimo
EL MODERNO ANTICRISTO.
se ha agigantado en el correr de las edades y le ha con-
ferido el título de Hijo de Dios.»
.... Ahora se comprende el artificio de Renán ; el por
qué maldice con rabia satánica al autor del cuarto Evan-
gelio, tan justamente ensalzado por Reus, maestro de Re-
nán ; porque el águila de Patmos , remontándose á las
alturas inaccesibles de la Esencia de Dios, nos trazó una
metafísica sublime, desconocida hasta entonces ; la me-
tafísica eterna de la Divinidad de Jesús y autoridad y
Divinidad de su Iglesia : metafísica que no pueden com-
prender los filósofos que llevan telarañas por pupilas. En
ese terreno , el sahio por antonomasia es invulnerable ; á
Renán no se le puede combatir, á no ser con las razones
poderosas con que á los escépticos se fustiga. Renán, ni
admite profecías ni milagros. Ya sabemos cómo explica
la propagación del Cristianismo y la sangre de los már-
tires. Solución tendrán también en el bufet del orienta-
lista el fin de los perseguidores de la Iglesia católica ; la
estabilidad de la misma á través de los siglos , en medio
de las tormentas y combates y sangrientas batallas ; en-
cima de las ruinas de los tronos que se han derrumbado
y de las coronas que se han deshecho, de las dinastías
que se han extinguido y de los cetros que se han roto.
i Qué modo tan peregrino de combatir la Divinidad de
Jesús ! i Místicas sublimes-cópulas , manifestaciones ocul-
to-masónicas , palpitaciones secretas , timbres puros, co-
muniones íntimas, conciencias krausistas, ciencias físi-
cas , ciencias fisiológicas , ovaciones frenéticas , amores
agigantados y seres teratológicos.... ¡Ni Castelar con su
Cosmos y su materia radiante!
Para refutar debidamente todos esos dislates , era ne-
cesario hablar del ontologismo de Malebranche y Gio-
132 LA ESPAÑA MODERNA.
berti y de la escuela de Lovaina, del panteísmo ale-
mán, etc., etc. , lo cual haría yo con fruición si aquí fuese
oportuno. Pero para cerrar los labios á Ernesto y á cual-
quier libre pensador de su talla , son bastantes estas dos
consideraciones: Renán quiere principalmente que Jesús
sea Hijo de Dios, no porque comunicase Jesús con Dios
en la intimidad de la conciencia, sino porque Jesús exi-
gía sólo el amor , no la fe ; y el título de Hijo de Dios se
le confirieron las ovaciones del pueblo israelítico y el
amor de las siguientes edades. Todo eso es una calumnia
y una evasiva del que no sabe desatar la dificultad. Los
Evangelios— ya que Renán los cita — repiten incesante-
mente aquel «niodicaefidei^. Luego Jesús no se conten-
taba con el amor. Jesús fué pers.eguido desde Belén hasta
elGólgota, y si algunas turbas le hicieron ovaciones,
advierta Renán lo que Caminero contestaba á Réville :
« i las ovaciones se hacían al Taumaturgo, y los raciona-
listas no admiten los milagros ! » Y si ese mismo título de
«Hijo de Dios» fué la resultante, en las edades sucesi-
vas, de los entusiasmos frenéticos de las turbas, es decir,
de una ilusión , venga Renán y todos los libre pensadores
y expliquen con razones satisfactorias cómo esa ilusión
ha podido remover al mundo en sus cimientos , renovar
todas las instituciones y hacer inexplicable la historia si
esa ilusión no se tiene presente, según el mismo Renán
confiesa. Pero las contradicciones vendrán después , y
ellas dirán más de lo que yo podía decir. Así es que para
no interrumpir las historietas de Ernesto , terminaré ha-
ciendo una observación.
Renán , que maldice todo lo que huele á sobrenatural
y ultramundano , en la Vida de Jesús tiene para el alma
de su querida y difunta hermana Enriqueta,— que le acom-
pañó y murió en su viaje á Palestina, — la siguiente dedi-
EL MODERNO ANTICRISTO. 1 33
catoria , apostrofe inconcebible : « ¡ Tú que duermes en
la tierra de Adonis, cerca de la Santa Byblos y de las
aguas sagradas adonde iban á mezclar sus lágrimas
las mujeres de los antiguos misterios!.... ¡Revélame,
¡oh buen genio! , á mí, á quien tanto amabas, esas ver-
dades que dominan la muerte é impiden temerla y casi
nos la hacen amar y desear!....» Al leer estas frases de
un escritor que dibuja con el buril del ridículo los apodos
farisaicos, un nombre también se me ocurre, pero no
le quiero estampar ; y juzgando piadosamente que Er-
nesto no cree que el alma de su hermana querida vague
por esos mundos como la de Garibay , ó transformada
en cuervo como la del rey Arthus , me contento con re-
petir: «¡Oh divina comedia!....»
III
EL CULTO.
Como era de esperar , ante las magníficas descripcio-
nes de las prácticas rehgiosas del antiguo y del nuevo
pueblo de Dios , Ernesto , que pretende historiar el ori-
gen y progresos del Cristianismo , no podía poner punto
en boca. El ilustre racionalista, en comunicación con
Dios, ensaya extinguir esa explosión de sentimientos y
plegarias que suben á los cielos como el aroma de las
flores. No conozco á ningún filósofo que haya negado el
orden sobrenatural sin ser enemigo implacable de esas
sinagogas abiertas á los incircuncisos. Y en verdad
que si el hombre es Dios, todo el incienso traído de
¡34 LA ESPAÑA MODERNA.
la Arabia deberá quemarse después del postre en el altar
de la mesa.
El culto católico es una de las piedras de escándalo
para el racionalismo-positivista moderno. Pedro de Bruys
y sus hijos los petrobrusianos, clamaban en el siglo xii
que estaba prohibida la construcción de iglesias, y pedían
á gritos se destruyesen las existentes , porque Dios lo
mismo nos oye en el monte que en el valle , en la taberna
que en el templo. Parece que esta frase, fortísimo Aqui-
les, la recogieron de los labios de aquel hereje todos los
libre pensadores del día , que gustan más de solazarse
entre las sábanas matinales, soñando en la orgía ó el
banquete de la pasada noche, que de cumplir un deber
común á todos los hombres. El dios dormilón, que sigue
al dios de la bacanal , tiene más atractivos que el Dios ver-
dadero, que grita: «¡Insensatos! ¿En dónde está el honor
que me debéis?» «Hegel, dice Menéndez y Pelayo, al ha-
blar del culto , tiene páginas de exquisita ternura. » Será
la única excepción ; porque yo confieso que en bastantes
libros racionalistas y materialistas que leí, encontré repe-
tida la sentencia antirracional de Pedro de Bruys. Hasta
el astrónomo Mr. Camilo (Flammarión), que debió al-
canzar con la potencia de su telescopio el concierto in-
extinguible y admirable , como dice Job, que elevan al
Supremo Ser esos mundos infinitos que giran en los in-
finitos espacios, rechaza indignado las religiosas supers-,
ticiones de los neos. « ¡ Culto puro , religión absoluta y
positiva, sin fecha, sin patria, sin libros ni dogmas, sin
sacerdotes ni altares ! » , es el grito marcial de todos esos
científicos. Tiene la palabra Ernesto:
«.... Dios, dice, es adorado con una buena acción. No
se ha observado que se ocupe de los acontecimientos de
la humanidad. La novísima Filosofía ha desvanecido , no
EL MODERNO ANTICRISTO. I }y
con la abstracción metafísica, sino con la experiencia
cuotidiana , esas supercherías con que áDios honraban las
turbas. Es proclamación frenética la de los que dicen que
el hombre no tiene más que un solo Dios y un solo Padre
y un solo Maestro. El templo es la materialización del
culto, y supone que Dios tiene necesidades más ó menos
humanas. El del Rey pacífico é impuro, fué locaHzación de
la gloria divina: Salomón debía haber puesto en el frontón
de su Iglesia lo que Voltaire puso en el de la suya : Deo
erexit Voltaire.... Todo templo produce cismas; el de Je-
rusalén fué el primer acto para destruir las escorias su-
persticiosas del viejo Israel. Jesús, comunicando con
Dios en su conciencia , y sólo por sentimiento , fué ene-
migo , como Isaías , del culto externo y del sacerdocio
hipócrita. Si el Cristianismo sedujo á las almas, fué por-
que no tenía forma exterior : una Religión así es maravi-
llosamente apta para que todos la abracen. Jesús en este
sentido fué el revolucionario trascendental que ensaya
regenerar el mundo en sus bases mismas : aborrecía las
obras del Arte, y por eso rechaza y condena el templo.
Fué más allá que Moisés, que Judas Gaulonita y Matías
Margatoth , fundando la religión absoluta. Hacía poco
caso del ayuno: no conocía prácticas externas ; érale
secundario el bautismo. El día en que Jesús pronunció
la frase : «Adorar á Dios en espíritu y en verdad» , fué
verdadero Hijo de Dios ; sobre esas palabras descansa el
edificio de la Religión eterna ; con ellas fundó el culto
puro, sin fecha y sin patria , la Religión de la humani-
dad, la Religión absoluta, que será perenne hasta el fin de
los siglos.... »— Aquí Renán suelta la sin hueso contra el
sacerdocio y culto católicos.
No es fácil ni conveniente dar contestación cumplida
á ese conjunto de contradicciones y blasfemias. Asegurar
136 LA ESPAÑA MODERNA.
en tono olímpico que Jesús condena el templo 3^ ama el
culto puro ; que no conocía prácticas externas y conside-
raba como cosa secundaria el bautismo ; que la nueva
filosofía ha desvanecido las supersticiones religiosas, y^
d pesar de todo, el templo de Jerusalén — ¡que produjo
cismas! — las ahogó, etc., etc., todo eso me parece el
único medio de hacer historia y decir lo que venga bien.
¡Cálmese Renán! El culto católico no desaparecerá de la
tierra aunque rujan los vientos huracanados de la meta-
física positiva. ¡Hay luces inextinguibles! Jesús se bauti-
zó; Jesús lavó los pies á sus Apóstoles; Jesús dijo: Id y
predicad..,, bautizando, etc., el que no fuere bautiza-
do, etc. ; Jesús instituyó los Sacramentos de la gracia, y,
por último, para no ser interminable, Jesús en el templo
enseñó á los doctores; en el templo oró y del templo
arrojó indignado á los profanadores del templo: ¡cuánto
le amaría! Ni Lutero, ni Cal vino, ni Ostorodio y los So-
cinianos ; ni Melancton , Antonio de Dominis , Kemnicio ó
Dallaeo se atrevieron á proferir afirmaciones semejantes.
Y es porque Renán es partidario de Pedro de Bruys, que
condena todo culto externo , mientras que Melancton ú
Ostorodio le falsificaban. Es porque en el siglo xvi la so-
beranía de la razón era templada, ó quizá representati-
va, y en el siglo XIX es absoluta; tan absoluta como la
del Czar en su solio , ó la del Emperador en la Cochin-
china. Aquellos herejes verían quizá la necesidad del
culto externo , no en las divinas indigencias , sino en los
beneficios innumerables que á la continua recibimos de
Dios ; en nuestras facultades vegetativas , sensitivas é
intelectuales, en todo lo que hay de bueno en nosotros,
en la vida y en el ser , en el cuerpo y en el alma ; lo cual
exige nuestra gratitud y reconocimiento sin límites para
con Dios. Verían quizá, filósofos zafios, que si á Dios se
EL MODERNO ANTICRISTO. 1 37
lo debemos todo , ese reconocimiento y esa gratitud es
una obligación imperiosa de la naturaleza racional , no
sólo para el alma , sino para el cuerpo ; porque así como
el aroma se pierde si el cáliz se divide y el líquido se de-
rrama si el vaso se rompe , el amor que es uno , como es
inmortal, debe tender con todas sus fuerzas, como el
fuego, hacia arriba, no concentrándose en los objetos de
la tierra contra las leyes de la mecánica psíquica ; porque
entonces no amaríamos á Dios , pues no le amaríamos de
veras. Verían también que esa obligación, principal-
mente del alma, no se puede realizar sin el auxilio de los
motores del cuerpo ; que el entusiasmo interior se extin-
gue y muere sin las vibraciones y armonías de los obje-
tos sensibles. Así se ve que los indiferentistas, esos fa-
riseos del siglo que debieran llamarse , según la fra-
seología de Renán , /os ¿y qué! y sólo tienen un templo,
pero es para.... ¡el Buey Gordo! Finalmente: vislumbra-
ban acaso los filósofos aquellos la necesidad del culto
público en la natural sociabilidad de los hombres; y
como la sociedad es obra de las manos de Dios, debe
manifestársele la sociedad en masa.
No sé cómo Arhens , Thibergien y Renán , con su culto
únicamente interno é invisible , se colocan enfrente del
sentido común de todas las razas , de todos los siglos y
lugares. «Recorred, decía Plutarco, la extensión déla
tierra : podréis hallar ciudades sin muros , sin reyes , sin
casas, riquezas ó monedas, sin gimnasios ó teatros. Pero
una ciudad sin templos y sin plegarias, en la cual no
tenga significación el oráculo y el juramento, y no se
ofrezcan sacrificios para conseguir bienes ó expiar crí-
menes...., ¡imposible!» Ahí están, dice otro escritor,
Amasis entre los egipcios, Zoroastro entre los persas,
Radamanto y Mino entre los cretenses , Triptolemo entre
138 LA ESPAÑA MODERNA.
los habitantes de Atenas , Pitágoras entre los crotonia-
tas , Zalenco entre los locrenses , Licurgo entre los lacede-
monios, Rómulo y Numa entre los romanos....
Ahora preguntará Renán : ¿Será infatuación de espí-
ritus enclenques y mujerzuelas? — Es patrimonio de todas
las razas y de esos espíritus fuertes que resan á solas
cuando ruge la tempestad. — ¿Será creación del miedo?
—El miedo no crea el culto : le supone.— ¿Será invención
del sacerdocio hipócrita, de los legisladores y príncipes?
— ¡Ah! Entonces, ¿por qué pacto, en virtud de qué con-
venio se hicieron todos participantes de esa idea sobe-
rana y universal? Porque para llevar tan rápidamente
esas noticias, no existían aún cables, telégrafos ó loco-
motoras. Esto necesita explicación, y Ernesto no la da,
ni la dará nunca. Yo prefiero creer que el sentimiento ese
del culto externo es una verdad encarnada en todos los
pechos humanos, como lo atestiguan todas las razas,
desde la Religión índica hasta el babismo ; y por ende,
verdad infalible, de sentido común. Tienda la mirada
Renán hacia aquella institución memorable del 89. Los
revolucionarios negaban la adoración al Corazón Sacra-
tísimo de Jesús, océano de delicias inefables. En cambio,
adoraban en relicario precioso el corazón sanguinario de
Marat, pudridero de todas las inmundicias y de todos los
crímenes que revolvió con la punta de su cuchillo la fa-
mosa Carlota.
¿Y tiene valor Renán para maldecir el culto católico?
Si el culto es necesario y urgente , yo no veo que pueda
compararse al del Catolicismo el de todas las demás re-
ligiones. No hay para qué hablar de las prácticas sangui-
narias , ridiculas y grotescas de los proséUtos de Confu-
cio , Budha ó Mahoma : sangre á torrentes piden á gritos
esos remedos de Moloch. Recorred las iglesias protes-
EL MODERNO ANTICRISTO. 1 39
tantes : el Ángel de la belleza artística parece que ha
quemado sus alas : son — por no darles otro nombre más
duro — salones de anatomía descriptiva ó de clínica ca-
sera , en los que el estuche del médico y la retorta del
químico están reemplazados por una mesa de pino y un
libro grasicnto. ¡Urnas mortuorias de todo sentimiento
elevado ! Acudid de noche á una sesión espiritista , y os
parecerá un conciHábulo de Satanás , en que los filtros y
duendes os ponen los pelos de punta. ¡ Pandaemonium
horrendo, en que el gemido se trueca en blasfemia! Acu-
did á las comparsas masónicas , el tercer día de luna
nueva, las fiestas de las Kalendasde Octubre, el 27 de
Diciembre ó el día con que cada tres años celebran las
honras fúnebres en memoria de los hermanitos albañi-
les difuntos. jQué espectáculo tan triste! Parecen algo
semejante á esas comparsas de las turbas alborotadas,
en esos períodos de anarquía, cuando Dios permite que
un enjambre de hienas beba con frenesí la sangre y la
esencia de todos los consuelos y latidos generosos, i Es la
risa satánica de Danton en la guillotina !
En cambio , sed espectadores de la fiesta católica por
excelencia el día del Corpus. Mirad la gran Basílica,
nave que flota en las borrascas de la vida y tabla de sal-
vación en el naufragio ; el suspiro y la plegaria de las
almas á lo infinito , simbolizados en las agujas de los ca-
piteles ; los santos y los ángeles que llaman al pecador
con sus brazos y sus ojos; las campanas, lenguas de los
cielos, que convocan á la multitud; el sol que quiebra
sus rayos por entre las vidrieras de colores ; las mil luces
que arden en los altares ; el raudal de armonías que se
eleva éntrelas ondas del incienso.... Fuera de la Basíli-
ca.... contemplad las colgaduras en los balcones; las flo-
res de primavera que tapizan las plazas y embalsaman la
40 LA ESPAÑA MODERNA.
atmósfera, y entre la multitud.... las doncellas pudorosas
junto al ejército aguerrido. ¡Ya sale de su santuario, en
carro de oro y pedrería, el Príncipe de los Príncipes!, y
entre las armonías de la música y de las campanas y el
aroma del incienso y de las flores, el ejército rinde á los
pies de su Dios el cañón y el fusil. ¡Una explosión de lá-
grimas de júbilo, de suspiros y plegarias surge del cora-
zón de la arrodillada multitud! ¡Día de triunfo y de re-
gocijo! Aquí la doncella que gime y el pecador que llora,
el huérfano desvalido y la viuda desamparada , la virtud
perseguida y el vicio purificado, la miseria despreciada
y la endeblez escarnecida.... ¡todo tiene una voz amorosa
que le responde, una fuente deleitable que le consuela,
un bálsamo para curar toda herida y toda aflicción!....
Y lo mismo que esa festividad son otras festividades
católicas. Yo no puedo leer, sin que el llanto se agolpe á
mis ojos , la última Misa Pontifical del Santo vivo, del
gran Pío IX , descrita por Alarcón en su obra De Madrid
á Ñapóles. Es necesario tener un corazón de corcho, y
el alma fría como un carámbano , para no sentir esas ele-
vaciones espontáneas y vibraciones sublimes que Dios
suscita en los pechos humanos. Y consiste todo eso en
que el Dios á quien los católicos adoran no es el Dios de
queso ó mantequillas como el de las sectas disidentes ; no
es el Dios vacío y enjuto del racionalismo ; no es el Dios
cornudo de los espiritistas , ni el Dios dormilón de los
¿y qué? y ni el Dios albañil de los masones , sino aquel Jeho-
vá, océano inmenso de vida, belleza y amor, adonde con-
fluyen y desde donde parten las oleadas eternas ; círculo
de todo suspiro, imán de todo deseo, iris de toda espe-
ranza, fuente de toda gota, éxtasis y centro, alfa y
omega de lo que es, ha sido y será. Á pesar de tener la
intehgencia pervertida y el corazón corrompido , Rous
EL MODERNO ANTICRISTO. 14!
seau y Diderot no faltaban á la fiesta católica del Corpus.
De donde el lector podrá deducir el estado patológico del
alma de Renán.
Y ya que Ernesto se fija en esa frase que De Maistre
llamaba bagatela de los impíos , adorar á Dios en espí-
ritu y en verdad, debo responder que la Iglesia católica,
como su fundador Jesús, al pronunciar esa frase, la die-
ron la única, verdadera significación siguiente : «Manifes-
tar al Creador de los tiempos nuestra gratitud con todas
nuestras fuerzas, alma y corazón, vida y ser, todo entero».
Lo demás es mentira.
Y si es notorio que el universo es templo de Dios y el
corazón humano el altar, como cantan los poetas, evi-
dente es también que para que los miembros de la familia
humana, bajo una autoridad é idéntico fin, salden sus cuen-
tas con Dios, cumplan el deber rigurosísimo de darle culto
público — pues públicas son las relaciones sociales , —
para que oigan las doctrinas salvadoras del cuerpo y
del alma, del trono y del pueblo , del tiempo y de la eter-
nidad , necesitan un templo y un sacerdote : el templo y
el sacerdote del Catolicismo. Sin esos dos broqueles, —
¡convénzanse los libre pensadores! — ninguno puede ser
salvo. Jesús no condenó el culto, porque sabía que la
plegaria ó la súplica se extinguirá dentro del pecho
cuando el dolor — ¡abolengo bien triste! — se arranque de
raíz de los humanos corazones ó pueda siempre ahogarse
en la garganta sin prorrumpir en lastimeros gritos.
Fr. Zacarías Martínez,
Agustiniano.
CARTAS AL SEÑOR DON JUAN VALERA
SOBRE ASUNTOS AMERICANOS.
11.
Sr, D. Juan Valera,
Madrid.
MUY respetado señor mío : El segundo punto sobre
que tengo que contestar á V. es el relativo á la
conducta de los conquistadores.
Dice V. que ninguna raza indígena ha perecido , y
que en algunos lugares son acaso ahora más numerosas
que cuando la Conquista.
El movimiento demográfico de los indios después de
la emancipación política del Continente hispano-ameri-
cano; su guarismo actual, que no se puede fijar con pre-
cisión por la imposibilidad de levantar la estadística, y,
en fin, el porvenir de las razas nidígenas, no son factores
de necesaria intervención en el examen de la política co-
lonial de ahora tres ó cuatro siglos. Hasta es probable
que dichas razas se extingan, no por la violencia, sino
sumergidas en las marejadas de la inmigración europea
que ya ha empezado á cubrir nuestros desiertos. Un ca-
44 LA ESPAÑA MODERNA.
ballero español, que ha residido muchos años en la Re-
pública Argentina , el Sr. D. R. M. Cañaveras, escribía
en 1881 á i^a Ilustración Española y Americana:
«El indio americano, salvaje ó civilizado, constituye todavía en la
América del Sur la mayoría de la población ; pero no aumenta , sino que
va disminuyendo, siguiendo en esto la ley fatal de las razas inferiores
cuando viven en contacto con otras más superiores con quienes , si se
mezclan, resultan híbridos (')-^'
El Sr. Cañaveras opina que la raza india está des-
tinada á desaparecer, por su inferioridad psicológica, y
yo creo lo mismo , pues lo observo en los Estados Unidos,
donde el decrecimiento es notable, y no podemos atri-
buirlo exclusivamente al mal trato , que reconozco y con-
deno, con que ha sido ultrajada en aquella nación. En la
Memoria presentada al Congreso americano el 4 de Di-
ciembre último por el Secretario respectivo , dice éste
que «ni se puede dar con toda exactitud el número actual
de indios que existen en los Estados Unidos, ni tampoco
determinar si la población india se aumenta ó se disminu-
ye»; pero eso se refiere á los años de la última década, y
no á tiempos anteriores, respecto de los cuales el decre-
cimiento es visible. La extinción será más tardía en paí-
ses como Colombia, que no figuran aún en el itinerario
délos inmigrantes, y que organizan, como está suce-
diendo aquí actualmente , misiones dignas del mayor en-
comio para civilizar esos pueblos rezagados; pero no
creo posible que deje aquí mismo de cumplirse la ley de
la lucha por la existencia, cuando Europa nos envíe los
excedentes de su población trabajadora.
Mas estos tópicos de lo presente y lo futuro son oca-
(i) Ilustración Española y Americana de Madrid , tomo i de 1882 , pá-
ginas 43 y 46.
CARTAS Á D. JUAN VALER A. 145
sionados á confusión en un debate sobre lo pasado^ al
cual debo concretarme.
¿No ha perecido ninguna raza indígena ?
Refiere Oviedo que cuando en 15 14 llegó Pedrarias á
Castilla de Oro (Darién), había más de dos millones de
indios, y que un tercio de siglo después, ya todos habían
sucumbido, pues el territorio estaba yermo y despo-
blado C).
El obispo de Tierra Firme escribió en 1552:
«En Panamá , Nata Nombre de Dios y Acia de los indios que hay mu-
chos, son de Perú , Nicaragua , Venezuela, Santa Marta. Acia está quasi
despoblada por mal gobierno. En Panamá, salvo la isla de V. M. y otras
dos ó tres en que habrá sesenta familias, no quedavan naturales. En
nombre de Dios, de indios naturales habrá ocho ó diez , y la población
que allí hizo Clavijo ya está deshecha y la dio por solar á un fraile. En
Panamá, quitadas las islas, no había treinta que fuesen naturales. En las
dos islas de Otoque y Taboga habría cuarenta piezas de indios extranje-
ros con los cuales han puesto otros extranjeros, que unos no se entienden
á otros» (').
D. José Antonio Saco, dice:
«Aún no corridos cuatro años de la dominación castellana en la isla
Española , y ya en 1496 había perecido en ella la tercera parte de los in-
dios (^).^)
En Cuba no queda ya ni un solo individuo descendiente
de su antigua y pacífica población, la que han calculado
( I ) Oviedo : Historia general de las IndÍM , libro xxix, capítulos ix, x,
XXV y xxxiv.
(2) Al Príncipe desde Panamá en 1552. Fr. Paulm Episcopus Conti-
nentis. (Colección de Muñoz.)
Véase, sobre despoblación del Perú, la nota á la pág. 29S, parte 11,
de las Noticias secretas de América, por D. J. Juan y D. A. de Ulloa. — Ma-
nuel Sanguily, Revista Cubana, ix, 4S6.
( 3 ) José Antonio Saco : Historia de la esclavitud de los indios en el
Nuevo Mundo, cap. iii.
10
46 LA ESPAÑA MODERNA.
algunos en un millón de habitantes , y otros , más acerta-
damente quizá, en doscientos mil; y la desaparición no
ha sido debida á la famosa ley citada, pues la isla, te-
niendo capacidad para varios millones de habitantes , no
cuenta sino con millón y medio , cuya mitad es de co-
lor. De los caribes en general, le dirá á V. un escritor
español, el Sr. D. Juan Cervera Bachiller, que « quedan
pocos restos ya (')».
No quiero averiguar qué se han hecho otros pueblos ;
me limito á hablar de Cuba, porque la circunstancia de
no haber dejado nunca de pertenecer á España, excluye
toda divagación sobre la responsabihdad de los Gobier-
nos y las clases superiores de los países que conquista-
ron la independencia.
Es, además, bien sabido que la introducción de negros
africanos tuvo por objeto remediar la falta de brazos
causada por la merma de la población indígena. El mal á
que se quiso poner remedio , y el remedio mismo , fueron
dignos el uno del otro ; fué cubrir un borrón con otro bo-
rrón, y yo le invito á V., Sr. Valera, á que considere
estas cosas, no con espíritu de nacionalidad, sino como
miembro de la especie humana , para que las pueda juz-
gar bien.
Dice V. :
« El guerrero español de la conquista sería cruel , codicioso , sin en-
trañas, lodo lo malo que se quiera, con tal de que no se suponga, sin
justicia alguna, que hubieran sido ó que fueron más suaves ó benignos
los alemanes ó los ingleses ; pero no fueron españoles los que imagina-
ron que eran los indios de una raza inferior. Los españoles creyeron
siempre que los indios eran sus hermanos, extraviados y decaídos , á
quienes convenía traer al buen camino y levantar de su abatimiento y
miseria. »
(i) Ilustración Española y Americana , tomo ii de 1883, P^^- 251-
CARTAS A D. JUAN VALERA. 1 47
Pero, Sr. Valera, si los españoles eran crueles y sin
entrañas , según V. mismo , y si consideraron á los indios
como hermanos, ¿contra quiénes ejercieron su crueldad?
Aquí no había entonces más población que la india : con-
tra ella tuvo que ser.
En esta parte de mi trabajo es cuando más quisiera
que tuviese la lengua castellana voces dulces con que ex-
presar ideas y hechos que no lo son, y lo quisiera por
consideración á V., á quien deseo no lastimar ni en lo más
leve la epidermis delicada del patriotismo. Quisiera po-
seer esa habilidad suya para tratar gallardamente asun-
tos escabrosos , ese superb treatment of a very huBar-
doiis theme, que con tanta justicia elogió en V., á propó-
sito de su Pepita Jiménes, una revista newyorkina (').
Quisiera, en fin, un verbo amable y melodioso como una
modulación de la Nilsson, y que. expresase sin bronque-
dad : cortar las manos á los indios ; otro que significase:
cazarlos con perros de presa ; otro y otro : incendiarles
sus poblados, abrumarlos de trabajo, herrarlos como á
bueyes, aplicarles el tormento, tostarlos en hogueras para
que revelasen dónde estaban escondidos sus tesoros, ahor-
carlos, degollarlos.... (').
Pero á falta de melodías imposibles , note V. que su-
primo todo epíteto ajeno, y no escribo ninguno por mi
cuenta. Refiero hechos, y no los caHfico ; y no supongo
gratuitamente esos hechos , sino que los tomo de histo-
( I ) Edeóiic Magaiine de New York , Octubre de 1886, pág. 569.
(2) Carta del Obispo Miguel Jerónimo Ballesteros, de Venezuela,
fechada en Coro el 2ode Octubre de 1550: colección de Muñoz, tomo lxxxv.
— Oviedo: Historia General, lib. xxix, capítulos iii y x. — Carta del licen-
ciado Alonso de Zuarzo á M. de Chiévres, fechada en Santo Domingo el
22 de Enero de 1518. — Carta de Fr. Tomás de Ángulo, obispo de Carta-
gena , al Emperador, fecha 7 de Mayo de 1535 : Colección de Muñoz. —
La autorización de herrar á los indios fué dada por Fernando el Católico,
en Real cédula expedida en Tordesillas el 25 de Julio de 151 1.
148 LA ESPAÑA MODERNA.
rías y documentos imparciales , y llevo mi empeño en no
exagerar hasta el extremo de no apoyar ninguna censura
en los escritos indignados del P. Las Casas.
Pedro Martín de Angleria , que desaprobó antes que el
P. Las Casas el sistema colonial de España , encabezó con
estas palabras la continuación de un trabajo interrumpi-
do : «En todo el tiempo que ha pasado desde que suspendí
mis Décadas, no se ha hecho otra cosa más que matar y
recibir la muerte» (trucidare ac trucidari).
D. José Caicedo Rojas, una de las grandes reputacio-
nes literarias de Colombia , y que ama con arrobamiento
á España en su presente y en su pasado, — en su pasado
más que en su presente, — publicó en el Repertorio Colom-
biano de esta ciudad un interesante estudio sobre Fr. Do-
mingo de las Casas, del cual tomo los párrafos que voy
á copiar. Como V. lo ve, el deponente es de la mayor ex-
cepción :
« Ya se deja comprender, pues, cuáles serían las instrucciones benévo-
las y caritativas dadas á los religiosos misioneros que venían á América,
y cuáles las miras y sentimientos de la Santa Sede respecto de los desgra-
ciados indígenas , á quienes desde el principio de la Conquista se les ne-
gaba aun el carácter de individuos de la raza humana, afirmando que no
eran capaces de recibir ni comprender las verdades de la fe, ni eran aptos
para la civilización , y, en consecuencia , no sólo se les miraba , sino que
se les trataba como animales.
» El reverso de esta política humanitaria era la baja y vulgar ambi-
ción de la mayor parte de los conquistadores , hombres aparentemente
religiosos , pero en realidad soldados descreídos y corrompidos , á quie-
nes las costumbres y aventuras de la vida militar de aquellos tiempos,
les habían encallecido el corazón y hecho insensibles á las desgracias
ajenas. Y este es el segundo error en que se ha incurrido , atribuyendo
generalmente á los tales un celo piadoso exagerado. No era la conversión
de los fieles lo que á ellos les importaba ; por el contrario, un motivo dia-
metralmente opuesto al sentimiento religioso les hacía desear que los
CARTAS Á D. JUAN VALERA. 1 49
indios no recibiesen la instrucción evangélica que podía civilizarlos y
hacerlos menos abyectos. Su verdadero interés era que aquella raza, na-
tural enemiga de los invasores, se fuese aniquilando.»
«Fué tal el empeño que tomaron en propalar la especie de que los
indios no eran hombres, y tales las proporciones á que se elevó la cues-
tión , que al fin llegó hasta la Corte y luego hasta Roma, y fué necesario
que el Papa Paulo III reuniese una consulta de teólogos para oir las enér-
gicas reclamaciones que sobre el particular hacían el Obispo de Tlascala
y los frailes Dominicanos misioneros , y en consecuencia expidiese una
Bula.... (i)»
El Sr. Caicedo no cita sino muy pocas frases de la
Bula , pero conviene reproducirla íntegra , y voy á ha-
cerlo :
«Paulo, Papa Tercero , á todos los Fieles Christianos que las presen-
tes Letras vieren, salud, y bendición Apostólica. La misma verdad, que
ni puede engañar ni ser engañada , quando embiaban los Predicadores de
su Fe , á exercitar este Oficio, sabemos que les dixo : Id , y enseñad á to-
das las Gentes. A todas (dixo) indiferentemente , porque todas son capa-
ces de recibir la enseñanza de nuestra Fe. Viendo esto y embidiando el
común enemigo de el Linage Humano , que siempre se opone á las bue-
nas obras, para que perezcan , inventó un modo , nunca antes oído, para
estorvar , que la Palabra de Dios , no se predicase á las Gentes , ni ellas
se salvasen. Para esto movió á algunos JVlinistros suios , que deseosos
de satisfacer , á sus codicias , y deseos, presumen afirmar á cada paso,
que los Indios de las partes Occidentales , y los de el Mediodía , y las
demás Gentes, que en estos nuestros tiempos han llegado á nuestra noti-
cia , han de ser tratados y reducidos á nuestro servicio , como Animales
Brutos, á título de que son inhábiles para la Fe Católica , y so color , de
que son incapaces de recibirla , los ponen en dura servidumbre, y los
afligen, y apremian tanto , que aun la servidumbre en que tienen á sus
Bestias, apenas es tan grande como la con que afligen á esta Gente. Nos-
(i) Repertorio Colombiano, ii , páginas 6 y 7.
50 LA ESPAÑA MODERNA.
otros , pues , que aunque indignos , tenemos las beces de Dios en la tie-
rra, y procuramos con todas fuer9as hallar sus Obejas, que andan perdi-
das fuera de su Rebaño, para reducirlas á él, pues es este nuestro Oficio,
conociendo que aquestos mismos Indios , como verdaderos Hombres , no
solamente son capaces de la Fe de Ghristo , sino que acuden á ella , co-
rriendo con grandísima promptitud , según nos consta , y queriendo pro-
veer en estas cosas de remedio conveniente, con Autoridad Apostólica,
por el tenor de las presentes , determinamos , y declaramos , que los di-
chos indios y todas las demás Gentes , que de aquí adelante vinieren
á noticia de los Christianos , aunque estén fuera de la Fe de Ghristo , no
están privados , ni deben serlo, de su libertad , ni de el dominio de sus
bienes , y que no deben ser reducidos á servidumbre , declarando que los
dichos Indios, y las demás Gentes, han de ser atraídos y combidados á la
dicha Fe de Ghristo , con la Predicación de la Palabra Divina , y con el
exemplo de la buena vida. Y todo lo que en contrario de esta determina-
ción , se hiciere, sea en sí de ningún valor , ni firme9a, no obstantes qua-
lesquier cosas en contrario, ni las dichas, ni otras en qualquier manera.
Dada en Roma, Año de 1537, á los nueve de Junio, en el año tercero de
nuestro Pontificado ('). »
^%
Que la conquista no destruyó nada. ¿No vimos hace
poco que los acueductos eran destruidos con la esperanza
de encontrar tuberías de oro? ¿Y qué objeto tuviéronlas
lágrimas de Hernán Cortés cuando lloró amargamente la
destrucción de nueve décimas partes de la antigua Méxi-
co , destrucción ordenada por él mismo como medida de
guerra, así como por motivos religiosos derrocó y quemó
los ídolos de Cempoale (^)? De la destrucción de México,
( I ) ToRQUEMADA. — Monarquía Indiana , tomo iii, libro xvi,'cap. xxv,
página 198.
(2) D. José Morales Santisteban.
CARTAS Á D. JUAN VALERA. I5I
la hermosa Tenochtildan , reina del Anáhuac y asombro
de los conquistadores, como la llama el ilustrado mexica-
no Sr. Dr. D. Demetrio Mejía, dice el erudito señor
D. Alfredo Chavero:
«....Cada día hubo diez batallas, cien asaltos, innumerables incen-
dios. Los castellanos, para conservar un palmo de terreno conquistado ,
necesitaban quemar y derribar casa por casa.... No se dejaba piedra sobre
piedra; cuanto ocupaban castellanos y aliados era destruido y quedaba
tornado yermo campo (')• »
El marqués de Nadaillac, en su reciente obra LAmé-
rique préhistoriqíie, tan aplaudida por la prensa de am-
bos mundos, dice que los edificios de los Nahuas eran,
según los historiadores , más importantes aún que los de
los Mayas, pero que todos han perecido á impulsos de la
cólera española, motivada por una resistencia inesperada,
y también de orden de los sacerdotes. Tal fué la causa de
«esas destrucciones, irreparables para la ciencia. Las ruinas que qu edan
no sirven sino para acrecer nuestro pesar». ((Ningún monumento de Mé-
xico está en pie; nada hay ya que nos recuerde el poder de los Aztecas ;
pirámides, palacios, teocahs, todo ha desaparecido; las ruinas mismas
están sepultadas bajo el polvo acumulado durante tres siglos , y se ignora
hasta la situación de los edificios cuyo imponente esplendor encomiaron
á porfía los escritores españoles.» ((Tezcuco ha desaparecido como su
antigua rival; las piedras, los bajo relieves, las esculturas, han servido
para construir las casas de la nueva ciudad.... (*)»
Los templos, cuajados de oro y plata é incrustados de
piedras preciosas , y las sepulturas , llenas de riquezas en
relación con la categoría que habían tenido los difuntos,
(i) Discurso pronunciado el 21 de Agosto de 1887 en la solemne
inauguración del monumento erigido en la calzada de la Reforma de Mé-
xico á Cuauhtemoc (Guatimozin) en el aniversario -^(i^"" de su tormento.
(2) Le marquis de Nadaillac: L' Amérique préhistorique : París, 1883 :
páginas 349, 357, 360, 386, 414.
32 LA ESPAÑA MODERNA.
eran otros tantos archivos de la antigüedad precolom-
biana, y fueron objetos especiales de persecución y de-
vastación. Así desaparecieron el gran templo ó teocali en
México , en donde estaba el calendario azteca elogiado
por Laplace, y que no vino á ser encontrado (y eso no
íntegro, según varios arqueólogos) sino años más tarde,
cuando se hicieron excavaciones en la plaza de Armas de
la ciudad para empedrar una calle ; así desapareció el
templo del Sol en el Cuzco , convertido luego en conven-
to de Dominicanos (')i y se cuenta que habiéndole to-
cado al soldado Mancio Sierra de Leguizamo la colosal
figura de oro del sol, la jugó y perdió en una noche, de
donde se hizo proverbial en el Perú la frase: «juega el
sol antes que salga»; así, en fin, pereció el templo de
Suamoz ó Sogamoso en Colombia, y tantos otros que da
lástima enumerar. Léase lo que refiere Quintana hablan-
do de la ciudad del Cuzco :
«....Los templos se acabaron de desnudar de las planchas que los
vestían , metiéronse á saco la fortaleza y los palacios, revolvióse de arri-
ba abajo cuanto se encontró en las casas particulares. Pasó después el
ansia á los sepulcros, y los huesos de los muertos tuvieron que salir al
aire otra vez, y ceder á las manos avarientas las alhajas y preseas con
que los habían enterrado. »
El ya citado secretario del Museo Arqueológico de
Madrid, dice:
(c Cuantos objetos encontraron con frecuencia los viajeros que poste-
riormente visitaron al Perú con Vasco Núñez de Balboa y Pizarro , los
hallaron en los sepulcros, ricas minas de metales preciosos y de recuer-
dos históricos , llamados á consignar las verdaderas costumbres de sus
primitivos dueños-, de aquí dimana que muchos conquistadores, en su
( I ) Nadaillac , pág. 413.
CARTAS Á D. JUAN VALERA. I 53
sed de riquezas, profanasen en primer término estos sagrados recintos,
y que de esta ambición se hiciesen también reos algunos de los mismos
indios.... (')»
Jamás he negado lo que la civilización de ambos mun-
dos ha debido á la Iglesia ; nunca tampoco he seguido la
moda de la clerofobia , porque sé lo que es tratar de cerca
á sacerdotes virtuosos bástala santidad, y venerarlos
todavía , aun después de haber olvidado muchas de sus
enseñanzas ; y por eso puedo reproducir con gusto las
siguientes palabras de uno de los más notables escritores
cubanos, D. José Antonio Saco, quien no será cierta-
mente calificado de parcial en favor de la clerecía:
« Dígase lo que se quiera de los frailes en España durante el siglo xvi,
lo cierto es que, en medio del furor de la conquista del Nuevo Mundo,
muchos de ellos fueran los más valientes y constantes defensores de la
libertad de los indios (^).»
Pero reconocido esto ; reconocido también que á va-
rios sacerdotes , como á varios seglares , debemos las pri-
meras fuentes de noticias , informes y tradiciones relati-
vas al Nuevo Mundo , y más aún : que si en la conquista
no hubiese habido más que conquistadores ; si no hubiese
habido también frailes Franciscanos, Dominicanos y otros
misioneros, careceríamos de casi todos los conocimientos
científicos , históricos y filológicos que poseemos acerca
de los indios ; reconocido todo esto , se me permitirá tam-
bién decir que la ignorancia de parte del clero y su des-
dén altivo por la ciencia y la inteligencia de los indios,
atizaron las hogueras en que ardieron poemas, libros,
crónicas, pinturas raras, vasos sagrados y otras reliquias
donde se contenía quizá toda la historia precolombiana,
( I ) Ilustración Española y Americana, tomo i de 1883 , pág. 3 1 .
(2 ) Saco : Historia de la esclavitud de los indios , cap. iii.
154 LA ESPAÑA MODERNA.
que ahora inquirimos desalados. El primer obispo y ar-
zobispo de México, Zumárraga, figura como uno de los
más señalados entre este nuevo género de iconoclastas ;
pero ha sido defendido por el Sr. García Icazbalceta.
Aunque no conozco la obra del erudito mexicano , sé que
el Sr. Bachiller y Morales, después de leerla y elogiarla,
no quedó convencido ('). Ojalá que se pueda vindicar de
todo en todo al Prelado que hizo introducir (con el virrey
Mendoza) la primera imprenta que hubo en el Nuevo
Mundo.
Otro obispo, D. Diego de Landa, escribía: «Se los
quemamos todos (los libros), lo cual á maravilla sentían
y les daba pena». ¡Bella hazaña! ¡Dejar á un mundo
sin voz !
Por fortuna , no todos perecieron , como lo creía con
fruición el celoso quemador mitrado ; pero si el fruto de
aquel alumbramiento de las pasadas edades americanas
sobrevivió lisiado á la asfixia, no fué deseo de ahogarlo
en la cuna lo que faltó. Algunos libros se han salvado,
cuyo estudio hace más sensible la pérdida de los otros.
El Dr. Daniel G. Brinton, de Filadelfia, logró adquirir
por compra algunas obras mayas de Chilam-Balan , las
cuales contienen «secretos astrológicos y profecías, con-
sejos y recetas del arte de curar, y la historia detallada
del tiempo y los sucesos » ; y ya se ha visto el partido que
ha sacado de ellas M. Charnay.
D. Manuel Orozco dice que han perecido más de se-
senta idiomas en los límites de la República mexicana ;
muchos más han desaparecido en otras partes; — para
que venga luego D. Nicolás Fort y Roldan, oficial pri-
mero de Administración militar del ejército de Cuba, á
( I ) Revista de Cuba , xiii , 470.
CARTAS Á D. JUAN VALERA. I 53
marcar la senda que debe seguir la juventud estudiosa
para indagar el pasado de América por medio del estudio
de su idioma (')!
La inteligencia de los jeroglíficos se ha perdido tam-
bién, y recuérdese que el P. Las Casas asegura (') que
en su tiempo había hombres iniciados en la lectura y re-
producción de esos signos. En comunicación fechada el
16 de Marzo de 1884 en San Sebastián, Concordia (Es-
tado de Sinaloa), aseguró el señor presbítero D. Dámaso
Sotomayor á la Academia de Numismática y Antigüe-
dades de Filadelfia, que él había descubierto la clave
azteca, con tanta solicitud buscada inútilmente por los
sabios ; y que estaba en arreglos con la casa editorial de
Bancroft, de California, para publicar en cinco ó más
idiomas una obra relativa á su hallazgo ; pero después
no hemos vuelto á oir hablar de este importantísimo
asunto , y tememos que haya corrido la misma suerte
que la ilusión del Ldo. Borunda. También se ha anun-
ciado que M. Le Plongeon ha tenido la envidiable ven-
tura de encontrar la clave ; pero han pasado más de dos
años desde que se dio la noticia, y á haberse ésta confir-
mado , no se habría rodeado del gran silencio que se ha
hecho después en torno suyo. Los hombres de los si-
glos XV y XVI hubieran podido ahorrarnos estas pesqui-
sas é incertidumbres.
De Fuentes y Guzmán dice :
«Nuestros venerables progenitores anduvieron en continuado movi-
miento sobre su reducción (de los indios) á nuestras leyes, y los ecle-
siásticos en la predicación y enseñanza no cuidaron de apuntar , reco-
mendando á la perpetuidad de lo escrito, los movimientos y máximas
( I ) D. Nicolás Fort y Roldan : Cuba, indígena.
(2) Las Casas : Historia apologética de Jas Indias Occidentales.
I<y6 LA ESPAÑA MODERNA.
políticas de aquellos ancianos y primitivos tiempos, distantes de nos-
otros para la mayor noticia y retentiva de las noticias , costando no poco
trabajo y gasto de tiempo las que después de tantos caducos años se
adquieren ( i ).»
Es del caso recordar aquí que á mediados del siglo xviii,
y con motivo del célebre proceso deBoturini, propuso el
Consejo de Indias que se fundase en México una Acade-
mia de Historia para el estudio de la particular de Nueva
España, y el Monarca se negó rotundamente, según
consta en Real Acuerdo de 19 de Diciembre de 1746.
Favorecido por esa destrucción de idiomas y de mo-
numentos, pudo Mr. Luis H. Morgan (1881) forjar la
teoría de que todos los indios, sin excepción, vivían en
las construcciones colosales cuyas ruinas nos quedan,
y no en edificios particulares ; teoría rectificada ya , pero
que siempre sirvió para embrollar más el pasado ameri-
cano, y no sirvió sino para eso.
***
V. no puede, Sr. Valera, negar las abominaciones de
la conquista. Si lo pretendiera, depondrían en contra
suya , además de la Historia , aquellas frases « cruel , co-
dicioso, sin entrañas», aplicadas por V. mismo al gue-
rrero vencedor. Veamos en cuántos puntos más, fuera
de éste, podemos estar de acuerdo.
¿Dice V. que otras naciones llevan en su conciencia
idéntica mancha? Convengo en ello ; no sé de ninguna
conquista que se haya efectuado al regalado son de la
( 1 ) Historia de Guatemala , ii , 1 1 1 .
CARTAS Á D. JUAN VALERA. 1^7
orquesta , ni con las maneras suaves de pisaverdes de
salón. Todas las guerras son horrorosas, todas las ar-
mas mortíferas y todos los trofeos destilan sangre. Al
lado de jefes generosos se descubren siempre subalter-
nos sin alma y sin disciplina, corazones empedernidos,
como el de aquel margrave de Gomer, fotografiado al
comienzo de la vigorosa poesía Confíteor y en la que V.
ha compendiado todo un poema de Coppée. En unos ca-
sos habrá más ferocidad que en otros, pero á nada con-
duce discutir sobre gradaciones ; en hecho de verdad,
todas las naciones conquistadoras son algo así como so-
lidarias en la sevicia, y ninguna puede arrojar á otra la
primera piedra , por más que en sabiduría de administra-
ción colonial, en educación política de los nuevos subditos,
y en preparación para la libertad y el gobierno propio, sí
las haya que con satisfacción legítima puedan preciarse
de algo parecido á una predestinación. Si nosotros, en-
grandecidos en un día futuro, descubriésemos tierras
pobladas de salvajes, y las conquistásemos, quizá proce-
deríamos también como los antepasados de V. y míos,
pues hay en muchas de nuestras guerras civiles antece-
dentes que justifican ésta, que sí es suposición. Consué-
lese, pues, Sr. Valera, con esta fideUdad fatal ala voca-
ción hereditaria; y cuando nos quiera imponer silencio,
no niegue las iniquidades de los españoles ni se escude
con las de los extranjeros, sino busque en los anales
americanos, desde México hasta los aledaños del Polo
Sur, nuestras propias atrocidades. ¿Quieren Vds. que
les regalemos á Melgarejo, Santana y otros tiranuelos,
especialmente á Rosas? Todos, pues, Vds. y nosotros,
todos podemos introducir una ligera variante en el verso
de Terencio: Homo siini: mhiimani a me nihil aliemmi
puto.
I^S LA ESPAÑA MODERNA.
Nos parecemos hasta en las desolaciones. Hace poco
más de dos años leí en un periódico que en un lugar de
Guatemala se esforzaban en hacer desaparecer varios
monumentos antiguos que habían quedado sumergidos en
unas inundaciones (contra lo cual protestó enérgicamente
el reputado Diario de Centro -América, y entiendo que el
Gobierno de aquella RepúbHca acudió con disposiciones
eficaces á impedir la devastación). En la isla de Cuba han
ido, como juguetes, á manos vandálicas de muchachos,
los primeros instrumentos de piedra descubiertos de los
aborígenes (bien que hoy la ilustrada Sociedad Antropo-
lógica de la Habana organiza expediciones arqueológicas
y recoge cuantos restos puede de los antiguos poblado-
res). En Colombia se ha permitido que se venda al ex-
tranjero un Museo de antigüedades formado en muchos
años de paciente diligencia por el Sr. D. Gonzalo Ramos
Ruiz, cosa que también ha sucedido en México y en otras
partes ; y no fué sino hace tres meses cuando se resolvió
oficialmente conservar el cercado de Facatativá , donde
murió el último Zipa independiente , cercado que ya había
empezado á ser objeto de explotación particular, y tal vez
hubiera desaparecido sin la solicitud patriótica y tenaz
de nuestro gran poeta el Sr. D. Rafael Pombo , secundada
por el Gobierno (')•
¿Alega V. que las autoridades metropohtanas no orde-
naron ni aprobaron todo lo que hicieron los conquistado-
res , y que antes bien expidieron órdenes tras órdenes en
favor de los Indios? Lo reconozco también, y antes que V.
me lo cite , recordaré yo el noble testamento de Isabel la
CatóHca , en el cual « rogaba á su esposo y ordenaba y
(i) Zipa de Bogotá, Mayo 6 de 1881 , pág. ^85. — La Nación de
Bogotá, núm. 357, Marzo 17 de 1889. — Estrella de Panamá, Abril 20
de 1889.
CARTAS A D. JUAN VALERA. I 59
mandaba á sus herederos y sucesores, que los Indios fue-
ran tratados al igual de sus subditos, como que al em-
prender el descubrimiento se había tenido en mira ganar
almas para el cielo , pero no esclavos para la tierra » . Para
satisfacción de V. copiaría yo aquí, si no fuese innecesa-
rio, los diez y nueve títulos del libro vi de la Recopilación
de las Leyes de las Indias y otras muchas órdenes , prag-
máticas y reales acuerdos. Y no solamente el Gobierno
metropolitano, sino jefes de la Conquista, se esforzaron
por que sus gentes procedieran con espíritu cristiano,
como lo prueba el bando de Jiménez de Quesada , publi-
cado en Guachetá, «en el cual, bajo penas severas, pres-
cribía el más profundo respeto á las propiedades de los
naturales ( ' ) » . Yo pudiera añadir, y lo añadiré en obsequio
de la verdad , que la bondad de los Monarcas tuvo tal ó
cual excepción ( véase la nota 2 en la pág. 147) ; que Belal-
cázar escribía al pie de las órdenes de la Península : « Se
obedece, pero no se cumple» ; que Francisco Carvajal
incitó á Gonzalo Pizarro á sublevarse contra la Corona;
que los mejores jefes eran con frecuencia estorbados y
desobedecidos por sus subalternos , y más de una vez los
últimos, en castigo de su insubordinación y desafueros,
sufrieron la pena capital en estas tierras; en fin, que
« tantas disposiciones sobre un mismo asunto prueban por
sisólas su completa inobservancia» (') ; que «la misma
abundancia y repetición de pragmáticas enbeneficio délos
naturales es la prueba concluyente de que á tanta distan-
cia del trono fué superior el feroz impulso de la destruc-
( I ) Esto no impidió «que Quesada le mandase formar (á Zaquesa-
zipa) un proceso por ocultador de tesoros públicos, ni que le hiciese dar
tormento. Zaquesazipa murió en él, y fué el último rey de los Chibchas».
— Felipe Pérez : Geografía de los Estados Unidos de Colombia : Bogotá,
1883 , pág. 31.
(2) Rafael María Baralt : Resumen de la Historia de yene:(uela:
París , H. Fournier y Compañía : 1841 , pág. 192.
1 6o LA ESPAÑA MODERNA.
tora codicia, á la solicitud, más ó menos tornadiza, de
los Monarcas» (')■ Pero no importa : ordinariamente, la
crueldad no dimanó del supremo Gobierno.
¿No estaremos de acuerdo en todas estas cosas, señor
Valera? A lo menos, hago todo lo posible porque nos
entendamos, y para ello atravieso como en zancos mu-
chas ascuas de la Historia , ya que yo no soy el repre-
sentante de lo que llama Pelletan « todo el dolor de una
raza», ni fué V. el director de la conquista (que i ojalá
lo hubieran sido hombres de su temple!). Pensar y decir
cosas que V. acepte, es una honra y una seguridad de
tino, y de ahí mi solicitud porque me firme V. el visto
bueno.
^
* *
Donde no , ó si acerca de esas especulaciones acadé-
micas se empeñase V. en que cada uno conserve su pro-
pia tienda en su propia colina, siempre le invitaré yo á
que subamos juntos á otro promontorio de hacia Oriente,
desde el cual no se columbre ya el pasado , sino que po-
damos fijar un mismo punto de vista de lo por venir. Me
refiero á sus trabajos en pro de la confraternidad ibero-
americana. No lo voy á tentar, como Satanás ; no le voy
á decir : « Si me oyes , todo esto será tuyo » ; sino antes
bien: «esto no será de V. ni mío, sino de toda la familia,
por cuyas venas corre nuestra sangre».
Un poeta uruguayo, D. Estanislao Pérez Nieto, dijo
(i) Manuel Sanguily, en un notabilísimo artículo en que critica,
con el acierto y vigor de su acerada pluma , un mal libro de D. Miguel
Blanco Herrero, publicado en 1888 en Madrid, con el título de Política
de E^añd en Ultramar. — Revista Cubana, xr, 485.
CARTAS Á D. JUAN VALERA. 1 6
en una composición titulada Canto á la Patria y premiada
en los Juegos Florales del Centro Gallego de Buenos
Aires en 1882:
«Su gloria de nación eso no empaña;
Que era el error del siglo, y no de E spaña (').»
No hay para qué reparar en pelillos con el Sr. Pérez
Nieto, diciéndole que ya habíamos leído á Quintana. Lo
que importa es fijar la atención de V. en que el acento
patriótico del gran lírico español ha encontrado ecos en
América. En verdad, yo me figuro que Quintana hubiera
retocado su composición si hubiese vivido en la triste dé-
cada de 1868 á 1878; masen orden al poeta uruguayo,
que escribió cuatro años después , él da testimonio de
que en estas tierras hay combustibles activos para produ-
cir la llama de la unión que V. anhela por avivar, y que
en mi concepto no dejará de vacilar al empuje de más de
una ráfaga sino cuando se den á las Antillas todas las li-
bertades prometidas por el ilustre general Martínez Cam-
pos en el convenio del Zanjón ; Hbertades rezagadas por
la inñuencia del Sr. Cánovas del Castillo, el estadista
eminente y aciago , con quien , para no ser injustos en la
estimación de sus grandes merecimientos, tenemos los cu-
banos que empezar por prescindir de que somos cubanos.
Yá propósito, Sr. Valera: ¿por qué en sus jugosas
Cartas americanas no habla V. de la literatura de Cuba?
En 1869, muchos años antes de empezar á escribirlas, ya
había V. dedicado á la Avellaneda en la Revista de Es-
paña uno de sus magistrales Estudios. ¿No le seduce á
V. el movimiento intelectual tan activo que se ha des-
(i) Ilustración Española y Americana, tomo i de 1883, P^g- M-
1 1
102 LA ESPAÑA MODERNA.
arrollado en la Grande Antilla , el número crecido de filó-
sofos, poetas, historiadores, economistas, oradores, crí-
ticos , de mayor ó menor mérito , que estudian allí todos
los problemas contemporáneos y se afilian en todas las
escuelas? ¿Deberé yo el honor, que agradezco , deque
me haya V. nombrado varias veces, á la circunstancia
de no residir en la patria? ¿Ó evita V. el tener que decla-
rar que las promesas del Sr. Sagasta permanecen aún
sin cumplimiento? Pues permítame decirle mi opinión
sobre la confraternidad.
Vds. no la han comenzado por donde debe comenzar-
se. El Gobierno ha creado legaciones en todas estas Re-
públicas , ha celebrado tratados de comercio con algu-
nas, y trata de celebrarlos con otras; ha abierto sus es-
cuelas militares á los jóvenes sud-americanos, y quiere
reconocer la validez de los grados universitarios conferi-
dos acá; se ha trazado, en fin, una nueva línea de con-
ducta respecto de estos países donde en otro tiempo ondeó
Ubremente su bandera, y la U7tión Ib ero- Americana se-
cunda con carácter privado todos esos esfuerzos oficia-
les. Pero tales manifestaciones , ¿son hijas exclusivas del
afecto, de la voz déla sangre, ó proceden también de
previsión? Creo que hay de todo , porque veo que son pos-
teriores á la revolución de Cuba , y deduzco que sin duda
España atribuye á sus desdenes anteriores el grito uná-
nime de simpatía con que todo este Continente respondió
á la insurrección de Yara.
Pero están Vds. en un error, si se figuran que tal sen-
timiento puede sofocarse con tratados comerciales , rela-
ciones literarias ó requiebros de cancillerías. La libertad
de Cuba es una como aspiración innata de todo corazón
americano. Apenas se anuncia una tentativa de emanci-
pación, que después resulta rumor falso , la prensa de es-
CARTAS Á D. JUAN VALERA. 1 63
tos países la acoge como los hebreos la realización de
una grata profecía. Miembros de la Unión Ibero-Ameri-
cana de Bogotá han venido á pedirme datos para promo-
ver , en unión de las sociedades hermanas de América , una
solicitud colectiva de todas estas Repúblicas al Gobierno
español, en favor siquiera de la autonomía cubana.
La obra de la fraternidad debe, pues , empezar en la
Isla. Déjennos Vds. administrar los intereses locales de
la provincia ó colonia ; déjennos siquiera formar sin tra-
bas y discutir nuestros presupuestos en una Cámara in-
sular (no en las Cortes , donde nos abruman las preocu-
paciones de los unos y la indiferencia de los más) , y será
de Cuba de donde saldrá la propaganda más activa en
favor de la unión de lo que erróneamente se ha dado en
llamar nuestra raza. Estas naciones aplaudirán entonces,
y no seguirán pensando , como ahora lo piensan y lo di-
cen , que si todavía fueran posesiones españolas , estarían
aún sometidas al régimen irregular que impera en las
Antillas ; y ya no habrá ocasión de manifestaciones hosti-
les contra España á propósito de Cuba, porque ya enton-
ces el separatismo no tendrá premiosa razón de existir.
V. dirá que sus Cartas americanas son Hterarias y
no políticas. Pero los límites entre la política y la litera-
tura no están bien trazados , y hay circunstancias en que
la una se confunde con la otra. Entre ciencia y ciencia,
como entre arte y arte, hay una como zona común que nin-
guno puede considerar su propiedad exclusiva. El estu-
dio del Sol, el del Palenque, el de un asesinato, corres-
ponden, respectivamente, al astrónomo, al arqueólogo,
al jurisconsulto, pero éstos tienen que oir el dictamen, á
veces imprescindible y decisorio , del físico ó del químico,
del arquitecto, del médico ó del cirujano. De todos mo-
dos, Cuba está en América, y hay en ella una literatura
64 LA ESPAÑA MODERNA.
naciente, que reclama un buen espacio en sus Cartas,
Uno de los grandes beneficios que está V. haciéndonos
con ellas es que nos está dando á conocer unos á otros á
los hispano-americanos , pues nuestras relaciones mutuas
son nulas ó escasas. En sus Cartas aprendemos de nues-
tros vecinos mucho que ignoramos. V. es el ángulo de
reflexión de todos los rayos luminosos de este Continente.
Un libro escrito en Chile, llega á conocimiento de los co-
lombianos porque V. lo lee, lo comenta y lo divulga. De-
bido á sus Cartas, hasta la prensa extranjera más refrac-
taria á nuestras cosas intelectuales , empieza á sospechar
que vivimos. ¿Le será á V. indiferente el que Cuba tam-
bién sea conocida? Y yo creo que no lo es bien ni aun en
España, y que es V. el llamado á colmar tal deficiencia.
Volveré á citarle á Tácito : « Después de una acción bri-
llante, hay que continuar».
No hable V., pues, de nuestros problemas coloniales;
ya en el Parlamento español nos han defendido , al lado
de las de nuestros propios oradores Montoro , Labra , Gi-
berga, Betancourt, Portuondo, Fernández de Castro,
Figueroa , las enérgicas voces de peninsulares ilustres,
entre otros D. José Fernando González y D. Manuel
Ortiz de Pinedo , dos de las almas más bellas que han
honrado á la nación española. Déjeles á ellos la tarea po-
lítica, y asuma V. la literaria; pero si en el curso de sus
estudios tuviere que pronunciar la palabra libertad (y
no uso esta voz en el sentido de independencia) , pronun-
cíela resueltamente, V. que es Hberal, V., antiguo com-
pañero de O'Donnell , fundador con él del partido de la
Unión liberal española, y revolucionario de 1868.
Simpatías tiene V. en Cuba, por su ingenio, su eru-
dición de buena ley, su talento amante de la contradic-
ción y de la paradoja, su sinceridad , su discreción, su
CARTAS Á D. JUAN VALERA. 1 65
gusto correcto y aquilatado , — frases todas con que lo
califica mi compatriota D. José Várela Zequeira y que
yo prohijo ('); ¿por qué ha de pesarle aumentar allí el
número de sus admiradores , contribuyendo , aunque sea
de soslayo , á nuestra regeneración política?
Yo deseo ésta , por mis compatriotas más que por mí;
por ellos, cuya felicidad social, el día que la obtengan,
acaso no compartiré; pero cuyos sufrimientos actuales
son los míos , cuyas angustias , desilusiones y tristezas
son la única nube que empaña la serena tranquilidad de
mi vida bajo el cielo colombiano.
***
Temo haber abusado de su paciencia; pero V., como
antes el inolvidable Sr. Hartzenbusch, ó más quizá, se
interesa vivamente en todas nuestras cosas. Ese interés
será mi excusa , así como es la ocasión , que gustoso apro-
vecho , de ofrecerme á sus órdenes como su admirador y
servidor Q. B. S. M.
Rafael M. Merchán.
Bogotá, Octubre 31 , 1889.
(i) /í^'üw/jJ^ Cm¿>¿i, XV, 331 , 332, 336.
RATAPLÁN
(cuento)
I.
AQUEL más animoso de mis lectores que se haya
presentado á exponer lo que sabe de cualquier arte
ó ciencia delante de cinco pasmosos profesores , y
enfrente de dos ladinos contrincantes, comprenderá el
valor y la poca aprensión que se necesitan. Ese valor lo
tuve yo en dos ocasiones. En la tercera no fué ya valor,
sino desesperación , porque después de haber llevado dos
revolcones, con alguna justicia, era preciso, para pre-
sentarse á otra oposición, estar muy desesperado ó no
tener chispa de vergüenza. Y, sin embargo, el éxito, ó
mejor dicho, el tribunal coronó esta nueva proeza, y me
vi nombrado de la noche á la mañana catedrático de psi-
cología , lógica y ética. No os hablaré por de pronto del
alegrón que recibí al saberlo , pues han corrido bastantes
años de entonces á acá, y ya no lo siento para reprodu-
cirlo con la misma intensidad y viveza. Por otra parte,
no soy retórico , y no puedo acudir al socorrido reperto-
rio de hipérboles, simplificaciones, paradojas, símiles y
RATAPLÁN. 167
demás tropos. Lo único que recordaré como indubitable
es que me apresuré á recoger el título en el ministerio, á
arreglar el baúl , y á despedirme de los compañeros de
Madrid , por el ansia que me había entrado de hallarme
lo más pronto posible en Cayudes.
Cayudes es mi patria , y no debe extrañarse que tu-
viera tanta prisa por dejarme ver en ella. Era esta una
de las primeras , y por consiguiente más vivas satisfac-
ciones que me proporcionaba el estudio. Existía además
otro motivo que me impulsaba á no dilatar indefinida-
mente mi estancia en la corte: oj^endo á unos y otros,
vine á formar idea de la merecida estimación que goza-
ban entre el profesorado los autores de obras de alguna
importancia ó trascendencia. Estas obras se presentaban
luego al Consejo de Instrucción pública, que informaba
acerca de su mérito , y según fuese éste , el Gobierno las
declaraba de texto en las Universidades. Otro gran ali-
ciente : en los concursos á cátedras se tenían muy en cuen-
ta los trabajos originales publicados por el opositor.
Todas estas observaciones me sugirieron la idea de
estudiar á conciencia mi asignatura , y ver de pergeñar
un libro aceptable , útil , nuevo por el método ó por la
mucha sustancia de su doctrina , lo cual llevaba más de
dos docenas de perendengues, como dicen en mi tierra.
Concebido así mi plan , y determinado á reahzarlo , no me
faltaba para poner manos á la obra más que una cómoda
instalación y mucha tranquilidad de espíritu. Cediéron-
me mis padres con este exclusivo objeto la habitación
más retirada de la casa, un cuarto muy capaz, alto de
techo , con una hermosa ventana que caía al patio , y
recibía la luz del mediodía. Hacía ya veintiséis años que
ocupábamos el piso segundo , mientras el dueño se había
reservado el principal, los sótanos ó bajos y este patio,
1 68 LA ESPAÑA MODERNA.
un perfecto cuadrado , bastante espacioso para poder con-
vertirse en jardinillo. Pero hubo de contentarse al prin-
cipio con plantar en los rincones dos parras , una frente
á otra, y así se quedó para in aeternum. Al llegar la pri-
mavera , estas dos parras alegraban con sus verdes refle-
jos los tonos terrosos y sucios de aquellos paredones , que
debían ser obra morisca , ó de la época de los Felipes,
cuando menos.
De todos modos, complacíame en extremo el sosiego
casi monacal que parecía reinar en aquel recinto de la
casa , destinado nada menos que á restaurar la verda-
dera psicología. Porque, en efecto, la escuela inglesa, lo
mismo que los Enciclopedistas, habían hecho mangas y
capirotes de esta egregia rama de la filosofía clásica y
tradicional. Reducíase mi tarea, por lo tanto, á aplastar á
los unos y á perniquebrar á los otros á fuerza de lógica.
En cuanto á Cousin y á sus hermanos en eclecticismo y
en elegancias de estilo , me bastaba con unos cuantos al-
filerazos bien dirigidos para que se deshinchasen y vinie-
sen á tierra, blandos, vacíos y rugosos, como esos gló-
bulos de goma que sujetan los niños con un hilo. Excuso
decir igualmente á mis lectores lo que yo pensaría de
aquel famoso Krause, que por aquella época despuntaba
en nuestro horizonte filosófico. Para él, y aun para otros
de mayor cuantía, reservaba, no ya dos ó tres argumen-
tos de sentido común , sino una especie de catapulta de
argumentos. Pues este buen señor había tenido la pa-
ciencia de encerrar sus sofismas bajo una forma tan im-
penetrable, tan áspera y aparatosa, que más que razo-
namientos y tesis de metafísica, parecían cachazudos
galápagos ocultando su cabeza entre dos conchas.
RATAPLÁN. 169
11.
Ello es que no tardé en empezar mis tareas animosa-
mente, en medio de una santa y envidiable paz. Ésta
duró quince días ; al decimosexto me distrajo bastante
un ruido particular que salía del patio y sonaba como á
toque de generala ó de parada militar ; pero de un modo
tan desagradable, que nadie se lo figuraría. Luego, ya
comprendí que se trataba de un simple tambor tocado de
prisa y desordenadamente. Y esto sucedía á las ocho de
la mañana , en Octubre , á muy poco de empezar el curso,
en el momento de ir á prepararme para la lección de la
cátedra. Como el ruido no cesaba y me sentía molesta-
dísimo , me asomé á la ventana , y vi que el empecatado
autor no era otro que el nieto del dueño de la casa. Este
chiquillín de seis á siete años, morenillo, feo, de mal
color, con una nariz tan recia que semejaba un manu-
brio , llevaba pendiente de una correa un tambor casi
mayor que él, sobre cuyo parche menudeaba los golpes
con todo el entusiasmo bélico de un veterano. Acompa-
ñábase al mismo tiempo de su voz aguda y resonante,
gritando : «¡Plan, plan, rataplán, plan, plan!*
— ¡Eh! Fernandito, ¿quieres callarte? Ó bajo y se lo
digo á tu abuelo, — le advertí desde la ventana.
Pero el condenado chiquillo continuó impertérrito,
como si le hubiera hablado en griego , cruzando el patio
en todas las direcciones y machacando sobre su tambor,
con aire tan marcial como insolente. Dos horas duró la tal
música aquella mañana. Después pregunté á mis padres
la razón de tenerlo el abuelo en su compañía , que no po-
70 LA ESPAÑA MODERNA.
día ser más sencilla y natural : habiendo fallecido la ma-
dre del niño, y hallándose el padre constantemente fuera
de la población, por estar como ingeniero al frente de unas
minas , pensaron que en ninguna parte se hallaría mejor
que bajo su vigilancia. Desgraciadamente, la abuela, que
era una malva y una excelente señora , se pasaba el día
en la iglesia ó en las juntas de piadosas congregaciones,
y el abuelo, D. Camilo Cebrián, sino era sordo por com-
pleto , le faltaba muy poco.
— ¡ Bah! Ya se cansará de tocar, me dije yo algunos
días después ; los niños tienen también sus manías, y aun
es peor muchas veces llevarles la contraria. Pero, ¡ ay de
mí !, aquella manía no pertenecía sin duda á las comunes
ni á las que fácilmente ceden ó se extinguen. Pasó un día,
corrió un mes, contáronse seis meses, y terminó el curso
sin que la tal manía dejase de estallar á la hora me-
nos pensada. Hallábame á lo mejor desentrañando una
proposición abstrusa en lo más peHagudo de mi tarea,
cuando de pronto oía en el fondo del patio los maldecidos
redobles del chiquillo, que sonaban en mis oídos como la
murga más antipática del mundo. Cada idea se escapaba
por un lado; ya no cabía ilación en ningún razonamiento,
y aquello era el caos de la meditación, la dansa macabra
de los conceptos , el Walpulgis de la lógica. ¡Poderoso
Dios! ¿Cómo discurrir con tino en medio de tan atrona-
doras disonancias ? Imposible ; había que desistir de la
empresa. Pues ya comprenderéis que para perniquebrar
á Condillac y echar la zancadilla á John Stuart Mili, nece-
sitábase mucha paz , mucho sosiego y mucha tranquiHdad
de espíritu.
Cierto que podía haber trabajado de noche en esta
santa empresa; pero á causa de una afección á la vista
que padecí de niño , se me quedó hasta el presente tan
RATAPLÁN. 171
sensible y delicada, que hube de renunciar á todo lo que
fuese velar con luz artificial más de media hora. Aun en
las primaveras suelo usar gafas de cristal azul para li-
brarme de molestas irritaciones y de los reflejos vivos y
deslumbradores. En resumen: que con tales distraccio-
nes no adelantaba gran cosa en mis estudios.
ni.
Una mañana fué tanta la ira que me dio , que tomando
un cierto instrumento que mis padres destinaban á muy
distinto uso , lo llené de agua fría y me situé detrás de la
ventana, decidido á hacer un escarmiento. Ya compren-
do que el procedimiento empleado no estaba á la altura
de las circunstancias. Realmente no resultaba muy airosa
la figura de un señor catedrático, con jeringa en mano,
espiando detrás de una ventana , como cualquier antiguo
dómine, las idas y venidas de un chicuelo. ítem más: de
un señor catedrático que peinaba barbas , que ostentaba
z?iX2í feroce por lo grandona y seria, que vestía bata de
color de avellana y gorro oscuro de terciopelo , lo cual
no deja de revestirnos de cierta respetabilidad; pero ¿qué
queréis?, los pormenores risibles se imponen en ocasio-
nes aun á las personalidades más graves y caracteriza-
das. Y como es la sinceridad la que dicta estas páginas....
paso adelante y digo , que en cuanto el chiquillo se me
puso á tiro le solté sobre el cogote una tremenda rociada,,
que debió dejarle más fresco que una lechuga. Amedren-
tado ante aquel furioso chaparrón , tan certero como im-
previsto, corrió á esconderse á su casa, y ya no le sentí
en todo el resto del día.
172 LA ESPAÑA MODERNA.
Esto no obstante^ la memoria del castigo no duró mu-
cho más de veinticuatro horas. Á la siguiente mañana,
algo más tarde que de costumbre, se oyeron los redobles
del tambor , aquellos maldecidos redobles que me ponían
las ideas de punta. Cerré el libro con muda desespera-
ción, y me armé del instrumento. Pero, á pesar de su en-
tusiasmo, el chiquillo levantaba la cabeza y miraba de vez
en cuando á la ventana. Por no errar el golpe, como no
paraba ni un solo instante, asomé yo un poco la nariz al
lanzar la temible rociadura , lo cual fué causa de que lo
advirtiese á tiempo, y huyera á toda prisa, gritando:
— ¡ Polito , PoHto , Polito , ya te veo !
Me llamo HipóHto Salvatierra ; pero el muchacho , por
abreviar sin duda, se comía dos letras y un acento. Cono-
cida la intención del enemigo , se colocó frente á mi ven-
tana, y con insolentes voces, gritos y exclamaciones em-
pezó á pedir que le arrojase más agua. Torné yo á apa-
recer con gesto avinagrado, y aun le amenacé seriamente
con un bastón. ¡Que si quieres! Fernandito se rió en mis
barbas de semejantes amenazas, insistiendo á voz en
cuello que se repitiera la función. Tuve que retirarme á
mi campamento. Desde aquel día le tomé una inquina
horrible, que casi llegaba al odio, y me hacía discurrir
un medio de acabar de una vez con su endemoniado ra-
taplán. Y mentalmente repetía la frase de Lutero: «Yo
haré un agujero en ese tambor*. Con esta intención les
hablé á mis padres para saber qué opinaban sobre un
cambio probable de domicilio. ¿Qué habían de opinar?
Eran viejos , estaban habituados á su rinconcito , después
de veintiséis años que vivían en él , y les sonaba pésima-
mente todo lo que fuera hablar de mudanza de casa ni
de buscar cosa mejor que su rincón.
Aquel curso ni aun siquiera logré formar un progra-
RATAPLÁN. 173
ma de la asignatura para mis discípulos. \ Un año perdido!
Y en verdad que el segundo no comenzaba con mejores
auspicios. Una tarde que volví de paseo media hora antes
que de ordinario, con la idea de dar la última mano á mi
programa , me encontré con la novedad siguiente : como
consecuencia de sus correrías por el barrio , Fernandito
se había traído algunos amigotes y hecho jefe de ellos.
Así que, cuando me asomé á la ventana me lo vi en el
patio con su tambor, ¡siempre con el tambor!, un gorro
de papel en la cabeza y un sable de hoja de lata en la dies-
tra, al frente de un pelotón de soldados, es decir, de cinco
ó seis chiquillos que le obedecían como borregos. Al poco
rato, después de diversas marchas y contramarchas, es-
talló un motín. ¡Divino cielo! Era cosa de emigrar del
barrio, de Cayudes y hasta de la provincia. ¡Qué voces,
qué gruñidos , qué peleas , qué batallas aquellas que pre-
cedieron por su inmensa resonancia á las de Alcolea,
Monte-Ezcurra y Lácar ! Estos jaleos se repetían la ma-
yoría de las tardes , y observaba yo al ir al Instituto que
en otras muchas calles los chiquillos se uniformaban mi-
Htarmente, lanzaban vivas á algunos generales, cantaban
el himno de Riego y otros himnos por el estilo.... Induda-
blemente existía en nuestra atmósfera social cierto espí-
ritu de insubordinación, de indisciplina, de entusiasmo
bélico que inspiraba estas continuas algaradas. Ahora
bien: ¿cómo trabajar y ahondar en psicología en medio
de semejante rumor de guerra , y sobre todo con la ve-
cindad de la patrulla de Fernandito? ¿Sería otro año per-
dido para mi porvenir de autor? Probablemente.
174 LA ESPAÑA MODERNA.
IV.
Transcurrido algún tiempo, y muerto el digno compa-
ñero que la desempeñaba , se me concedió la Secretaría
del Instituto como premio á mi laboriosidad. Una maña-
na que despachábamos las papeletas de matrícula, se
presentó á reclamar la suya un estudiantino moreno , feo,
con ojos vivos de pájaro y una nariz gruesa, que parecía
un puño pegado á la cara.
— ¿Su nombre de V.?
—Fernando García,— respondió con desparpajo, y mi-
rándome serenamente, cuando, sorprendido yo por el
nombre, clavé mi vista en él. Según la papeleta, estaba
matriculado en Aritmética y Álgebra , Geografía , Retó-
rica y Poética, y no sé qué más. «Esta es la mía: — vae
dije en cuanto volvió la espalda;— ahora veremos, señor
Rataplán y si despunta V. tanto en matemáticas como en
el manejo del tambor. »
Durante el curso le pregunté en varias ocasiones á
mi compañero, el profesor de Aritmética, cómo se por-
taba el alumno Fernando García.
—Le tengo por una medianía. No da palotada, ni es-
tudia, ni concurre á clase.... y es de los que amotinan á
los estudiantes:— tal fué la respuesta que me dio.
Perfectamente; lo que yo esperaba. No quise saber
más. Terminado ya el curso , formaba con mi compañero
antedicho el tribunal de examen , y poco tuve que hacer
para que se le propinase el merecido suspenso. Mas
cuando llegó Septiembre, volvió á presentarse, y respon-
dió con algún acierto ó, mejor dicho, con mucha verbo-
RATAPLÁN. 175
sidad. Conocíase que á ratos perdidos había hojeado los
libros. Mis compañeros dudaban, pero yo insistí:
— i Oh ! Como le dejen hablar. . . . , no le ahorcarán segu-
ramente á ese chiquillo; pero no basta saber charlar si
falta la doctrina. En fin: es un charlatán que carece de
fondo. Además, se le habrá visto en cátedra media do-
cena de veces en todo el curso.
Esta opinión decidió al tribunal , y se le obsequió con
un reprobado más grande que una casa.
En el curso siguiente se formaron distintos tribunales
de examen, y, aunque con gran trabajo, debió pasar el
caballerito Fernando , porque llegúela tenerlo entre mis
discípulos. No es ahora del caso referir menudamente
ciertas peripecias de poca monta que pasaron en la cáte-
dra, y por las cuales la ojeriza que le había cobrado su-
bió de punto. Pero siempre, en estos choques, lo que
más me irritaba , lo que más me revolvía la bilis , era la
frescura y desparpajo con que se atrevía á replicar á mis
reprimendas. Dos años le tuve amarrado á la psicología
y ética. Por fin llegó al grado de bachiller, de cuyo tri-
bunal formaba yo también parte como secretario. Pre-
sentóse de los últimos, y no puedo negar que casi casi
saUó airoso , gracias á su desenfado , á su faciHdad en ex-
presarse, á la petulante anuencia de su palabra. Habíale
recomendado la familia á uno de los catedráticos del tri-
bunal , y como la cosa quedó un poco en duda , se armó
un zipizape mayúsculo. Se discutió lo indecible. Tanto y
con tal empeño , que yo tuve que sacar el cristo , asegu-
rándoles que nunca daría mi voto á un charlatán que ca-
recía de ideas, de doctrina y de sohdez, sin más jugo ni
sustancia que una sarta de tópicos , vulgaridades y fra-
ses hechas. Le hice una seña al presidente, que era de
los nuestros, y añadí:
176 LA ESPAÑA MODERNA.
— Se puede proceder á la votación.
— Un momento, señores (repuso nuestro digno pre-
sidente). Si se aprueba este alumno, advierto á Vds. que
la manga ancha seguirá igual para todos los demás.
Pasamos , pues , á votar , tras esta sustanciosa insinua-
ción, y apareció suspenso por irrecusable mayoría. Des-
pués de tal derrota no debió presentarse en Septiembre,
á probar fortuna de nuevo , porque no volví á verlo en el
Instituto, ni aun enCayudes, desde aquella memorable
fecha. Debo confesar, sin embargo, que, á pesar de la
mala voluntad que tuve siempre al muchacho , en más de
una ocasión recordé con verdadero sentimiento la rigi-
dez y la aspereza excesivas con que le había tratado. Ni
aun logró templarlas siquiera el saber que entre algunos
compañeros míos disfrutaba de ciertas simpatías, por
aquel despejo y aquel gentil desenfado con que respondía
siempre en clase, supiera ó no supiera la lección, á tuer-
tas ó á derechas, antes que pasar plaza de ignorante,
i Pobre Fernandito García! Yo lo traté á baqueta por lo
de marras , y no merecía tanto rigor , bien consideradas
las cosas.
V.
Gozando, por fin, de aquella tranquilidad de espíritu,
tan necesaria para el estudio , di á luz una tras otra las
siguientes obras: Programa fundamental de psicología
y ética , El racionalismo ante la sana razón y Errores
de la filosofía positiva y materialista , tres Hbrejos que
me ganaron la estimación de todas las personas cultas y
sensatas de Cayudes, pero que, considerados como valla
RATAPLÁN. 177
y antemural de la buena doctrina, fueron impotentes para
detener el aluvión revolucionario que se nos entraba por
las puertas. No hay duda que el terreno se hallaba ya
preparado por aquel satánico espíritu de rebeldía que ha-
bía yo sorprendido en la marcha irregular y agitadísima
de los sucesos , y bastó un hecho solo para que las ideas
perturbadoras tomaran repentinamente cuerpo. Este he-
cho fué la revolución de Septiembre .
Tuvimos , por consiguiente , motines un día sin otro, y
dos á la par; formáronse juntas de compadres, se armó
la milicia ciudadana, nos nacieron tribunos con esa pro-
lífica abundancia de las plagas, amaneció la discordia,
estalló la guerra. Mal cariz presentaba aquello. Algunos
compañeros míos , así como todas las personas sensatas
de la población , se alarmaron lo indecible al observar el
giro que tomaban los acontecimientos , aquella especie de
esfinge , invencible y trágica , asentada en cuantos cami-
nos recorrían nuestros Edipos. Lo que yo me alarmaría,
pueden calcularlo mis lectores, sabiendo que llevaba escri-
tos en El Orden, periódico ortodoxo y tradicionalista , una
tanda de artículos políticos algún tanto mordaces. ¿Cómo,
pues , sustraerse á las consecuencias , al temor, al espan-
to, á la posibilidad de cualquiera desagradable peripecia?
¡ Ah ! ¡Que no volvieran aquellos felices años (algo más de
un lustro), que tan sosegadamente corrieron para mis
tareas de autor diligente! Corrieron, sí, con el sosiego y
la apacibilidad de un río de anchísimo y dilatado cauce
que ve r enejarse en sus claras aguas las infinitas bellezas
del paisaje.
Después de proclamada la RepúbHca, una de aquellas
tristes noches, tan tristes en provincias, que todavía es-
peran un Ovidio desterrado que las cante , al tiempo de
retirarme á casa se me presentó un ordenanza del gober-
178 LA ESPAÑA MODERNA.
nador, y me hizo saber que su jefe me recibiría en su
gabinete particular , entre doce y una de la madru-
gada.
— Perfectamente: iré por allá, — contesté con no poco
susto, porque las circunstancias no eran para menos.
Quedé luego pensando en las horas de recibir á las
gentes que tenía S. E., que no podían ser mejores, sobre
todo para cualquier catedrático metódico y madrugador.
Pero fueran como fuesen, no era lo peor las horas, sino
el asunto ó motivo de la cita. ¿Sería acaso político?
En cuanto dieron las doce, cogí el abrigo y me enca-
miné á la Diputación. Pero al cruzar por la sala, con el
quinqué en la mano, eché una mirada al espejo, y me vi
algo más pálido y amarillento que de ordinario. Debo
advertir, por lo que atañe al exterior de la persona , que
mi cara de filósofo con peluca alo Luis XVI, seriota,
carnosa y carrilluda, con su correspondiente papadilla,
no previene en contra ; á lo más infundirá cierto respeto,
y creo que no disonase mucho, á pesar de su bigotillo,
en el coro de una catedral , entre las más esponjadas y
expresivas de los prebendados. Entrando en la Diputa-
ción , salió á recibirme el consabido ordenanza , y aún es-
tuve media hora de antesala antes que volviera para
acompañarme al despacho del Gobernador. Era este un
hombre de mediana talla, pero de mucha fibra al pare-
cer, moreno, joven, quizá demasiado joven para seme-
jante cargo, de mal color, barbudo, con ojos de ave de
rapiña y un perfil de cara típico, que, según Lavater,
debía significar audacia, genio militar, orgullo, propen-
sión á los cargos elevados, etc., etc Con todo y con
eso, en conjunto resultaba una figura agradable, fina,
atractiva, vestido como iba en aquel momento de levita
negra y pantalón azul , lo cual tendría yo por inexpHca-
RATAPLÁN. 179
ble , si no fueran mis propios sentidos los que tal impre-
sión me sugirieran.
— ¿V. es D. Hipólito Salvatierra? — me preguntó en
seguida, sin haber cruzado conmigo ningún saludo.
—Servidor de V.
— Muy señor mío. ¿V. es catedrático de psicología,
lógica y ética , secretario del Instituto , autor de varias
obras y redactor de El Orden , desde cuyas columnas nos
ha puesto V. á los liberales como chupa de dómine?
— ¡Oh! no, Sr. Gobernador; tanto como eso.... He
atacado, ó, mejor dicho, he puesto en tela de juicio cier-
tas ideas....
—Pero detrás de las ideas están los hombres , y V. se
ha permitido aludir en sus artículos á los más caracteri-
zados de una manera ofensiva, mordaz, venenosa, in-
digna de una pluma que se precia de culta y de discreta.
— Eso es la furia de la improvisación, créalo V. Si
V. E. supiera cómo se escriben esos maldecidos artícu-
los....—Y en medio de este tiroteo de preguntas y res-
puestas sentía bañarse todo mi cuerpo en extraño sudor,
y pensaba para mi capote: «Pero, señor, ¿en qué vendrán
á parar estas misas?»
—Además, se me ha indicado por persona que debe
estar en autos, que V. ha dado dinero para....— Aquí bajó
la voz su señoría y deslizó la acusación en mi propio oído.
Yo protesté en voz alta:
— ¡Por Dios y por todos los Santos, Sr. Goberna-
dor! ¡Que se inventen semejantes absurdos en un Cayu-
des.... y que se les dé crédito ! ¿Cabe en cabeza humana
que con doce mil reales de sueldo, teniendo que sostener
á mis padres , socorrer á mis parientes y pagar casa, me
quede á mí dinero para.... para eso?
^Bueno bueno. Es un rumor que me permito indicar.
1 8o LA ESPAÑA MODERNA.
aunque no crea en él. Y vengamos á lo importante, se-
ñor D. Hipólito; por personas de mi confianza supe esta
mañana que la gente del bronce había formado una lista
de sospechosos, con la idea de encerrarlos bajo llave. V.
va en esa lista. Se han empeñado en tener una garantía
de valor contra los excesos de los carcas, como los lla-
man ellos. A mí, como comprenderá V. , me repugnan los
procedimientos de fuerza, ; pero las circunstancias difíci-
les que atravesamos me obligan á tolerar lo menos malo
para no reprimir y ahogar en sangre lo peor. Ahora, que
si faltan á lo convenido y se exceden de obra ó de pala-
bra, en cualquier terreno que sea, yo le aseguro á V.
que les sentaré la mano. Le he llamado, pues, para ad-
vertirle que haría V. muy bien en arreglar esta noche el
equipaje y largarse á Madrid lo más pronto posible. Hoy,
por hoy, hallará V. mayor seguridad en aquel río re-
vuelto que en esta balsa de aceite. ¡ Ah! Otra cosa: V. no
me habrá conocido tal vez; V. no se acordará ni del Santo
de mi nombre, ¿no es verdad? Por supuesto que como me
firmo Fernando G. Cebrián....
— Esa fisonomía.... Sí, señor, sí; estaba recordando, y
me decía : «yo he visto esa fisonomía en otra parte....,
tengo una idea confusa....»; pero no acertaba. Dispense
V. E. mi torpeza: debo ser mediano fisonomista.
— Fernando García. Solo que hay tantos Garcías en
España , que para no ser uno más , acostumbro á firmar
con el apellido de mi madre. Por eso no me extraña que
V. no cayera en la cuenta ni antes ni después.... ¿No se
acuerda V. de aquel discípulo y vecinito suyo que V.
suspendió tantas veces por ojeriza, por su desaplicación
y por ciertas travesuras , pero sobre todo por lo primero?
— Perfectamente; no diga V. más. Fernandito García,
¡vaya! ¡Ya lo creo! Algo había de eso que V. indica, se-
RATAPLÁN. l8l
ñor Gobernador; algo había en efecto.... Es una historia
que le divertiría á V. muchísimo si se la contara.
— Pues yo, como muchacho resuelto y expeditivo, tras-
ladé la matrícula á Madrid, y allí me hice abogado, ora-
dor y hombre político, todo en una pieza. No lo hice tan
mal al principio que no me ganara algunas simpatías , y
aquí me tiene V. de jefe, debiendo ser soldado raso. Pero
no lo olvide V., Sr. D. Hipólito; es preciso ser un poco
tolerante con la juventud ; ni todos nacemos para sabios,
ni todos los grandes hombres se formaron en las aulas.
Dicho esto , volvióse hacia la mesa del despacho , tocó
un timbre, y acompañándome hasta la puerta, añadió
con un gracioso movimiento de cabeza :
—Estos señores metafísicos.... son terribles.
Debo advertir que en este expresivo cabeceo no se
traslucía ni por asomo aquel necio y soberano desdén con
que Napoleón hablaba de los ideólogos.
Transcurrida apenas media hora , cerrando mi maleta
de viaje en la soledad de mi cuarto , hacíame cruces , y
me preguntaba con pueril asombro : «¿Viviré en la reali-
dad? ¿Será posible que aquel alborotador chiquillo, que
aquel estudiantino travieso, que aquel famoso Rataplán
gobierne una provincia nádamenos? ¿Habrán pasado, en
efecto, doce años, ó serán innumerables los que hayan
corrido milagrosamente , como cuenta la leyenda de no sé
qué santo anacoreta , para despertar en una España dis-
tinta de la que yo conocí? »
Á los pocos días de llegar á Madrid supe por los perió-
dicos que habían sido detenidos y llevados á la cárcel al-
gunos pájaros gordos de Cayudes. Pero Rataplán cum-
plió su palabra ; los excesos del populacho se limitaron á
detener á estos catorce ó quince personajes en calidad de
rehenes, y exigirles algún dinero.
1 82 LA ESPAÑA MODERNA.
Entonces demostró carácter. Dos años después habló
en las Cortes como diputado, y demostró talento. Con
esta bizarra acción de acordarse de su profesor , sólo por
haber sido su profesor, para evitarle un tremendo dis-
gusto , demostró que era hombre de generosos impulsos,
sin contar con que el citado rasgo envolvía una lección de
prudencia regalada por el discípulo al maestro. ¡Vaya
con el famoso Rataplán! No dudo yo que si modificara
algún tanto sus ideas, que son medianejas, por sus puntas
y ribetes de socialismo , le viéramos el mejor día ministro.
Por mi parte , si ese día llega , me comprometo á dibu-
jaros esta figura contemporánea con los mejores perfiles
de mi pluma de psicólogo ; pues , según los estupendos
lances de su vida, sospecho que no ha de carecer de origi-
nahdad, ni de gallardía, ni de noble y gracioso colorido.
Por la copia,
José M. Matheu.
APUNTES
PARA UN
DICCIONARIO DE ESCRITORAS ESPAÑOLAS
DEL SIGLO XIX.
(Conclusión. )
PÉREZ DE MONTES DE OCA (Doña Luisa).— Poeti-
sa. Nació en la villa de Cobre (Santiago de Cuba) en 1837.
Sus primeros trabajos aparecieron en los periódicos de
la Habana. En 1857 publicó un tomo de poesías , que ase-
guró su fama literaria. Son muy pocos los datos biográ-
ficos que podemos dar de esta escritora.
PERÍN (Doña Modesta).— Propagandista de las ideas
federales en la tribuna del club , en las barricadas de Za-
ragoza y en las columnas de El Jurado federal y otros
periódicos. Murió en 5 de Octubre de 1871.
PICH (Doña Rosa). — Escritora catalana. Ha dado al
teatro en Barcelona las piezas Com sucsheix molías ve-
gadas y Gent de barri (1877).
PINO Y PENICHET (Doña María).— Autora del libro
de poesías Lágrimas y Flores (Habana, 1866).
PIRES (Doña Dolores). — Colaboradora de El Correo
de la Moda (1877).
PLAZA (Doña Magdalena). — Colaboradora de El
Correo de la Moda (1874).
POGGI DE LLÓRENTE (Doña Isabel).— Esposa del
distinguido periodista cántabro D. Ildefonso Llórente
Fernández. Ha escrito y publicado numerosas poesías
de carácter religioso , especialmente en La Moda Ele-
gante^ La violeta y otros periódicos.
184 LA ESPAÑA MODERNA.
POVEDA (Doña Ana María).— Es autora de un Ma-
filial de las señoritas 6 Arte para aprender cuantas
habilidades constituyen el verdadero mérito de las mu-
jeres (Madrid, 1853).
POZO GUERRERO (Doña Adelaida).— En El De-
fensor del Comercio y otros periódicos hemos visto ver-
sos de esta señora.
PRAT (Doña Carmen).— En 1876 dedicó una poesía
Al rey D. Alfonso XII y pacificador de España.
PRÍNCIPE (Doña Clotilde Aurora).- -Poetisa ; nació
en 1849, y es hija del escritor D. Miguel Agustín Prínci-
pe. Ha colaborado en El Correo de la Moda (1864-65).
PUIG CASTEJÓN (Doña María).— Ha leído poesías
en algunas solemnidades dramáticas de Madrid (1877), y
pertenece á la Asociación de Escritores y Artistas. Co-
laboradora de La Rasa latina y otros periódicos.
PUJALTE (Doña Asunción). — Colaboradora de La
Paz de Murcia (1876).
PUJOL DE AULÉS (Doña Isabel). —Esposa del
autor dramático D. Eduardo Aulés. Ha escrito la come-
dia catalana Per amor al art (1885).
PUJOL DE COLLADO (Doña Josefa).— Activa co-
laboradora de los periódicos La Ilustración de la Mu-
jer y Cddis, La Producción Nacional y Flores y Perlas y
La Ilustración Ibérica y El Diay y otros. Se le debe tam-
bién la traducción de algunas novelas y muchos trabajos
literarios publicados con el pseudónimo de Evelio del
Monte.
PULIDO Y ESPINOSA (Doña N.)— Ha traducido y
pubhcado un Compendio de la Historia Sagrada y no-
ciones de la profana {1^46)^ El tribunal secreto y por Cle-
mencia Robert (1848).
ESCRITORAS ESPAÑOLAS. 185
Q
QUEMADA (Doña Nicasia).— Escritora, natural de
Valladolid, maestra superior. En la inauguración de la
estatua de Cervantes en dicha capital (1877), y en otras
solemnidades anuales y conmemorativas del Manco de
Lepanto , ha publicado ó leído varias de sus composicio-
nes poéticas. Fué premiada en los Juegos florales de
Pamplona, celebrados en 1883, por su composición El
cantar de un emigrado.
QUINTANO Y MEDINA (Doña María Juana).— Poe-
tisa, nacida en Madrid en 27 de Enero de 181 5. Son sus
obras: Novena de Santa Teresa de Jesús (1830); Novena
de San Francisco de Asís; Novena d la virgen y mártir
Santa Filomena (1853) ; Canto al natalicio de la Prin-
cesa de Asturias (18 51) ; Devocionario en verso (1853) ;
Plegaria á Nuestra Señora de Atocha (1860). Murió en
Madrid en 1870.
QUINTERO Y CALÉ (Doña Emilia). — Hija de la
poetisa doña Emilia Calé y del Sr. D. Lorenzo Quintero,
natural de la Coruña. Muy niña aún, publicó traducciones
del italiano y del francés en El Correo de la Moda, Cádiz
y otros periódicos. En las ñestas del Liceo Brigantino del
Ferrol en 1881 fué premiada por su notable ejecución
como pianista.
R
RAMÍREZ TRUJILLO (Doña Ana).— En i8éo tomó
parte en el Álbum dedicado á la reina doña Isabel por
los profesores de instrucción primaria de Madrid.
1 86 LA ESPAÑA MODERNA.
RAMOS DE FERNÁNDEZ (Doña Luzdivina).— En
1876 habitaba en Toro, y escribió en la revista de instruc-
ción primaria La Reforma. También hemos visto varias
sentidas composiciones poéticas de esta señora,
RAVELLA (Doña Teresa).— Colaboradora de la re-
vista Flores y Perlas (1883).
REAL Y MIJARES (Doña Elena).— Colaboradora
délos periódicos Los dos Mundos (1883), La Patria,
La Crónica de la Moda y de la Música , etc.
REAL Y MIJARES (Doña Matilde).— Maestra supe-
rior, institutriz y profesora délos Jardines de la Infancia.
Ha publicado las obras: Los animales trabajadores; Lec-
turas infantiles sobre la naturaleza (1882); La educa-
dora de la infancia, cualidades y circunstancias que
debe reunir {1SS4) ] Observaciones sobre la educación
moral del niño (1887).
RIBERA Y GARAU (Doña María Inés). Escritora,
nacida en Palma y muerta en 1861. Perteneció al claustro
y escribió algunas obras religiosas .
RIDOCCI (Doña Matilde).— Ha publicado Nociones
de higiene privada general al alcance de los niños
(Valencia, iSy 6), y Nociones de higiene privada general
para las Escuelas normales y las superiores (1877).
RIEGO Y PICA (Doña Francisca Carlota del).—
Ha escrito numerosos artículos y poesías en El Correo
de la Moda (1857 á 1865); la novela Elena de Mendoza
(i 88 i), y el libro Cartas sobre la misión de la mujer (1882).
RÍOS (Doña Blanca de los).— En 1879 dio á conocer
los primeros frutos poéticos de su ingenio con el pseudó-
nimo de «Carolina del Boss» esta escritora sevillana. En
1880 obtuvo un accésit en certamen abierto por la so-
ciedad «Julián Romea». En 1881 publicó el libro de pQe-
sías Esperanzas y recuerdos, y por la misma época la
ESCRITORAS ESPAÑOLAS. 1 87
leyenda Los funerales del César, En 1889 fué recompen-
sada por la Real Academia Española por un Estudio bio-
gráfico y critico de Tirso de Molina.
RIQUELMEY TRECHUELO (Doña Adela). -Pro-
fesora de la Escuela normal central. Ha publicado: In-
fluencia ejercida por la mujer en España (1883), y
Nociones de Higiene doméstica (1885).
ROBIROSA Y DE TORRENTS (Doña Josefa).—
Nacida en Villanueva y Geltrú en 18 17; dio al teatro el
drama Lorenzo (1845).
RODÉS Y GARIES(DoÑA Rita).— En i8é8 publicó
en Zaragoza un volumen de poesías con el título de Al-
boradas.
RODRÍGUEZ (Doña Clotilde).— Poetisa cubana, co-
nocida por La hija del Damuji, muerta en Cienfuegos á
principios de Abril en i88i.
RODRÍGUEZ (Doña Narcisa). — Tomó parte en la for-
mación del Álbum que en 1860 dedicaron á la reina doña
Isabel los profesores de instrucción primaria de Madrid.
RODRÍGUEZ TIÓ (Doña Dolores).— Poetisa porto-
rriqueña. En 1885 publicó la colección de poesías Claros
y nieblas y y A mi patria en la muerte de Corchado.
RODRÍGUEZ DE MORALES (Doña Catalina).—
Poetisa cubana. Ha publicado composiciones poéticas en
La Rasa latina de Nueva York (1879).
RODRÍGUEZ DE URETA (Doña Antonia).— En 1885
publicó en Barcelona la novela Pacita ó la virtuo-
sa filipina^ y en 1889 una colección de Leyendas mo-
rales.
RODRÍGUEZ DE VELILLA (Doña Dolores).— Poe-
tisa contemporánea , cuyos trabajos hemos visto en dife-
rentes periódicos , y en la Corona fúnebre á la memoria
de la señorita Este varena.
88 LA ESPAÑA MODERNA.
RODRÍGUEZ Y PÉREZ (Doña Enriqueta).— En 1865
obtuvo accésit en la Sociedad Bibliográfico-Mariana de
Lérida, por su estudio sobre elSantuario de la Virgen de
Atocha.
ROJAS (Doña Natividad de). — Distinguida señora
que ha cultivado la música y la poesía, ya tomando parte
en las veladas artísticas del Liceo de Madrid , ya colabo-
rando en El Correo de la Moda y otros periódicos. En
1865 se estrenó en el Circo de Madrid la zarzuela Una
apuesta en la velada de San Juan, letra y música de su
composición.
ROJO Y HERRAIZ (Doña Carmen).— Ha colaborado
en el periódico Instrucción para la mujer (1883).
ROMERO DE MARTÍ (Doña María de la Capilla).
— En La Semana de Jaén se han publicado poesías de
esta escritora.
ROMERO DE SEGOVIA (Doña Sofía).— Actriz y
escritora. El público de Madrid la conoce sobradamente
para que haya necesidad de decir nada en su elogio , bajo
el primer aspecto. Como escritora, ha dado á la estampa
gran número de poesías y se ha representado con aplauso
en el teatro Lara la pieza Ala vicaria (1885 ).
RONCO Y PÉREZ (Doña Adelaida).— Maestra de
instrucción primaria de Pastrana, premiada en 1886 con
medalla de bronce por sus escritos de educación, lleva-
dos á la Exposición provincial de Guadalajara. No sabe-
mos que hayan sido publicados.
ROS DE JARAMATE (Doña Elisa).— Poetisa. En
1878 pubHcóse en Barcelona un Himno a Su Santidad
León XIII, cuya letra se debía á esta señorita.
ROSSEL Y MANÉ (Doña Carmen).— Dio al teatro de
Barcelona en 1884 el juguete cómico Apuros de un far-
macéutico.
ESCRITORAS ESPAÑOLAS. 1 89
ROSSO (Doña Concepción). —En El Eco Moderno y
otros periódicos hemos leído versos suyos (1877).
RUBIANO Y SANTA CRUZ (Doña Ventura).— En
1843 tradujo y publicó en Barcelona la obra de Albat
Cler Fisiología del mtisico. Ha traducido también otras
obras.
RUBIO (Doña Inés).— Hemos visto la firma de esta
señora al pie de algunas poesías (1878).
RUÍZ (Doña Pídela).— Regente de la Escuela nor-
mal de maestras de Lérida. En 1888 publicó, en unión de
D. Cipriano Ruíz , la obra Tratado de Caligrafía y Or-
tología.
RUÍZ RICOTE (Doña Marcelina).— Profesora de
labores desde hace veinte años en el Colegio nacional
de sordo-mudos y de ciegos. En la sesión de reparto de
premios celebrada en dicho Colegio en 30 de Junio de
1889, la Sra. Ruíz Ricote tuvo á su cargo el Discurso re-
glamentario.
RUÍZ DE CARAB ANTES (Doña Leonor).— Ha dado
al teatro en Valladolid las comedias Amparo, Por un
descuido (1882); Por vestirse de prisa (1883), y Lo que
encubre una levita (1885). En 1887 dio á la estampa una
colección de poesías con el título de Crisálidas, la primera
de las cuales aparece dedicada á Allán-Kardec , apóstol
del espiritismo, y en 1889 la colección Flores y perlas.
En 1882 había publicado otra poesía en honor de Santa
Teresa de Jesús.
RUÍZ DE MENDOZA (Doña Joaquina).— Publicó las
obras: Tres tumbas al pie de la CruB (1858); La mujer
cristiana, consideraciones filosóficas sobre la influencia
de la Santísima Virgen María en las sociedades cris-
tianas (1870).
RUÍZ Y ALÁ (Doña Carmen). —Profesor a de ins-
190 LA ESPAÑA MODERNA.
trucción primaria. Publicó en Barcelona en 1877 un Mé-
todo de corte y confección de prendas de vestir para
señora y lencería para caballero. En 1882 dirigió en aque-
lla capital el periódico El Figurín artístico.
RUSIANO (Doña Matilde).— Hemos visto la firma de
esta señora en la prensa religiosa al pie de algunas com-
posiciones poéticas ( 1 887 ).
SABATER (Doña Adelaida). — Colaboradora del pe-
riódico El Generalife de Granada (1877).
SAENZ de tejada (Doña Victorina).— Poetisa,
natural de Antequera. En 1865 publicó en Granada un
volumen de Poesías , del que hizo la prensa entusiastas
elogios. En 1875 tomó el velo de religiosa en el convento
de San Clemente de Sevilla.
SAENZ de VINIEGRA (Doña Luisa).— Esposa que
fué del general Torrijos, y autora de una Vida de dicho
general (1860).
SÁEZ DE MELGAR (Doña Faustina). — Escritora.
Nació en Villamanrique en 1834, y llevada de irresistible
afición á las letras, las cultivó desde que era adoles-
cente, á pesar de la oposición de su familia. Casada en
1855 conD. Valentín Melgar, pudo ya escribir libremente,
y utilizó con gran amplitud la autorización, de lo que dan
claro testimonio sus numerosos artículos , sus poesías,
sus obras novelescas, su incesante labor, lo mismo enMa-
drid que en París, donde actualmente reside.
Ha colaborado en los periódicos El Correo de la Moda ^
El Trono y la nobleza, El Agente industrial. La Antor-
cha, El Occidente, La Discusión, La Época, La Moda
Elegante, La Violeta (fundado por ella en 1862), La Ca-
ESCRITORAS ESPAÑOLAS. 19I
nastilla infantil (lo publica en París), El Mensajero
de la Moda (1879), La Mujer, El Dia y otros muchos pe-
riódicos, así políticos como literarios y de modas. Son
sus obras principales : Z,a Pa5íc?ra del Guadiela (1858);
La Marquesa de Pinares (1859); Los Miserables de Es-
paña; Matilde ó el ángel de Valderreal ; Angela ó el ra-
millete de jazmines; Aniana ó la quinta de Peralta
(1876); La Cruz del Olivar; La higuera de Villaverde;
El caballero del Águila negra; La prelada de las HueL
gas; Luz y esperanza; Un libro para mis hijas; Manual
de la joven adolescente (1861); Sendas opuestas; La
bendición paterna; Inés ola hija de la caridad {i^j^)]
El collar de esmeraldas ; El deber cumplido (1879) ; Ecos
^^^/(9r/a^ leyendas históricas (1877); Páginas para las
niñas (1881); La Abuelita, cuentos de la aldea; Maria;
El hogar sin fuego; Ayer y hoy; Blanca la extranjera;
Rosa, la cigarrera de Madrid; La lira del Tajo, poe-
sías (1859); /w^s /a Mojigata; La loca del Encinar {i%ji)]
Intrigas cortesanas; África y España {iM'])\ Deberes
de la mujer (1866) ; Romances históricos y lecturas ame-
nas (1888); Irene (1886); Los dos maridos de Tula (1886);
Aurora y felicidad (1889). Para el teatro ha dado el ju-
guete cómico Contra indiferencia, celos (iSj^); el drama
La cadena rota, y ha traducido La sociedad y sus cos-
tumbres; Los dramas de la Bolsa, y otras muchas obras.
En 1889 se encargó de traducir á nuestro idioma las
obras de la reina de Rumania Carmen de Silva, dándo-
las á la estampa con el título de Flores y perlas,
SAN ANTONINO (Sor María Isabel de).— Autora
de un Poema historial de la vida de Santo Domingo
de Guzmán (Granada....).
SÁNCHEZ CANTOS (Doña Adela).— Colaboradora
de El Correo de la Moda, la Revista Compostelana y
192 LA ESPAÑA MODERNA.
otros periódicos. Ha publicado las novelas La victima
de una ambición (1875)7 Venganza y abnegación (1876),
y ha dado al teatro el drama La mártir de su honra
(Toledo, 1878).
SÁNCHEZ MARÍN Y GYMIA (Doña María).— Au-
tora de una poesía de la muerte de la reina Doña Mer-
cedes de Orleans.
SÁNCHEZ DE BUSTAMANTE(DoÑALuiSA).-Tomó
parte en la redacción del Álbum que en 1860 dedicaron á
la reina Doña Isabel II los profesores de instrucción pri-
maria de Madrid.
SÁNCHEZ DE LLANO (Doña Isabel).— Autora de
un Tratado de Mitología (1877).
SANJURJO Y BADÍA (Doña Josefa).— Ha publicado
algunas composiciones poéticas en los periódicos de la
Coruña (1874).
SAN ROMÁN (Doña Josefa).— Escritora castellana:
en los periódicos de Valladolid y de Madrid se han publi-
cado trabajos literarios de la misma (1880).
SANTA CRUZ (Señorita).— Publicó en la Habana el
libro Historias campesinas.
SANTA MARÍA (Doña Joaquina).— Escritora cata-
lana. Premiada en el certamen de la Juventud Católica de
Barcelona de 1877, por una poesía firmada con el pseudó-
nimo de Ana de Valldaura.
SANTA TERESA (Sor Gregoria Francisca de).—
En 1865 publicó en París un volumen de Poesías.
SARALEGUI DE CUMIA (Doña Concepción).— Poe-
tisa navarra, cuyos trabajos desconocemos.
SARASATE DE MENA (Doña Francisca).— Escri-
tora navarra, esposa del pubHcista D. Juan Cancio Mena.
Ha publicado Un libro para las pollas {i^y 6); Horizon-
tes poéticos {\%%i)\ Amor divino y poesía premiada con
ESCRITORAS ESPAÑOLAS. l'93
una pluma de oro en el certamen poético de Alba de Tor-
mes dedicado á Santa Teresa (1882); Una actriz y novela
{1887) ; Fiilvia ó los primeros cristianos (1889) ; y ha di-
rigido el periódico La Gaceta de París.
SCHMIDT (Doña Elisa).— Ha publicado traducciones
del alemán en los periódicos de Valencia (1878).
SELLES (Doña Elena). — Poetisa, hermana del autor
dramático de su apellido. En 1879 publicó en El Indepen-
diente una colección de Cantares. También ha colabora-
do en diferentes periódicos literarios.
SERRA YMIRÓ (Doña Rosalía).— Poetisa catalana,
residente en Villanueva y Geltrú, en donde son muy
apreciados sus trabajos literarios.
SERRA Y MUÑOZ (Sor María del Carmen).— Reli-
giosa del Sagrado Corazón de Jesús en Barcelona. Pu-
blicó en 1 84 1 El ejercicio de la presencia de Dios, tra-
ducción de la obra del P. Vauber.
SERRANO (Doña Arminda Flora).— Es un pseudó-
nimo. El premio logrado con él en un certamen de Orense
(1885), lo fué por el poeta D, Valentín Lamas Carvajal.
SERRANO DE WILSON (Doña Emilia), t^aronesa de
Wilson.— Nació en Granada en 4 de Enero de 1843; ha di-
rigido los periódicos Las Hijas del sol y El Ultimo figu-
rón, y colaborado en El Correo de la Moda y otros mu-
chos. Se le deben las obras: Almacén de señoritas (1860);
Alfonso el Grande, poema histórico (1860); Las perlas
del corazón; La miseria de los ricos, historia de dos
millones (1872); La mujer ; La peregrina del Rhin; El
camino de la Cruz, poema (1872); Los tres duendes ó el
mundo en carnaval ; El mundo americano y la Exposi-
ción de Barcelona (1887); Americanos ilustres (1889).
Estos dos últimos libros , como los de carácter biográfico
é histórico que tiene en preparación , son resultado de
13
194
LA ESPAÑA MODERNA.
los largos viajes hechos por la autora en América , donde
ha recibido grandes distinciones, como la corona poética
que la dedicaron en 1881 los escritores de Colombia.
SEVILLANO DE TORAL (Doña Josefa).— Poetisa,
cuyos trabajos aparecen en La Semana y El Industrial
de Jaén, Cervantes , La Ilustración infantil, Cádiz y
otros. Murió prematuramente en Cádiz, en 10 de Septiem-
bre de 1878.
SHEE (Doña Isabel). — Escritora, premiada en 1882 en
el Certamen abierto en Baena para conmemorar el Cen-
tenario de Santa Teresa de Jesús.
SIDRACH DE CARDONA (Doña Telma).— Ha publi-
cado poesías en el periódico El Constitucional (1877).
SIERRA Y ORENGA (Doña Casimira ).— Tradujo
del inglés y publicó en Madrid en 1860 la obra Influencia
de la educación doméstica.
SILVA (Doña Micaela). — Escritora: nació en Oviedo
en 8 de Mayo de 1809, y una vez terminada la guerra de
la Independencia, se trasladó á Barcelona y más tarde á
Madrid, donde pudo entregarse al estudio de idiomas y al
de las obras de nuestros clásicos. Escribió muy nume-
rosas composiciones poéticas, publicando bastantes en
El Correo de la Moda, La Mujer cristiana, La Defensa
de la sociedad y otros periódicos ; debiéndose citar espe-
cialmente su sátira Un novio á pedir de boca y la tra-
ducción de El cinco de Marso, de Manzoni. Publicó
Emanaciones poéticas, colecciones de poesías (188 5). Des-
pués de muy prolongada dolencia, falleció en Jadraque
en 20 de Julio de 1884.
SIMAN (Doña Ramona). — Poetisa charadística, que
escribía en 1 881 para La V02 de las Clases Pasivas. Otro
poeta la dedicaba unos versos, llamándola inspirada
cantora del manso Henares.
ESCRITORAS ESPAÑOLAS. 1 95
SINUÉS DE MARCO (Doña María del Pilar). -Dis-
tinguida y fecunda escritora aragonesa, esposa del autor
dramático D. José Marco. Contrariedades de la vida la
hicieron utilizar como medio de existencia el cultivo de
las bellas letras , á que desde su primera juventud había
mostrado invencible afición , siendo en gran número los
periódicos , así de la Península como de Ultramar, en que
aparecen los trabajos de esta escritora, inspirados todos
en la más sana moral. Novelas, estudios de educación,
poesías , cuentos para la infancia : he aquí las especiali-
dades cultivadas preferentemente, sin contar las revistas
de modas y de actualidades , que son muchas y muy dig-
nas de estimación. Los libros publicados por la Sra. Si-
nués atestiguan su portentosa fecundidad literaria. A con-
tinuación citamos unos setenta de los mismos, sin poder
asegurar que aún sea completa su enumeración: Glorias
de la mujer; Reinas mártires, leyendas (1877); Palmas
v^(9r^5^ leyendas del hogar (1877); Las alas de loar o,
novela ( 1872 ); Un libro para las madres (1877) ; Un libro
para las damas (i 87 5 ) ; Plácida (1877); Combates de la
vida (1876); Un libro para las jóvenes; La primera fal-
ta (1879); Damas galantes (1878); La gitana (1878); El
becerro de oro (1878); Flor de oro (1878); La mujer
en nuestros días (1878); La ley de Dios (i^^s); Ala
luB de una lámpara; El laso de flores; La rama de
sándalo; Celeste; El almohadón de rosas; Dos ven-
ganzas; Amor y llanto (1857) ; El sol de invierno;
Margarita; Ala sombra de un tilo; La senda de la glo-
ria; La virgen de las lilas; No hay culpa sin pena;
Posa {iSjd»); Querer es poder (1878); Un nido de palo-
mas (1878); Ario revuelto ....; Premio y castigo (1859);
Glorias de la mujer (leyenda); Tres genios femeninos
(leyendas); Lus y sombras (leyendas); Cuentos de niñas
LA ESPAÑA MODERNA.
( 1883 ) ; Una hija del siglo; El ángel del hogar , estudios
morales (1874); Sueños y realidades; Álbum de mis re-
cuerdos; Hija, esposa y madre; El camino de la dicha;
La vida intima; Flores del alma; El último amor (1870);
Mecerse en las nubes; La expiación (1887); Verdades
dulces y amargas (1882); Una herencia trágica (1883);
La abuela; El alma enferma (1882); La dama elegante
(1879); Narraciones del hogar (1883); Manual práctico
del buen tono (1880); La vida real (1882); La diadema
de perlas {\%'^^)\ Amor y llanto ; Veladas del invierno
en torno de una ínesa de labor; Álbmn de la familia; La
corona nupcial; La confianza en los padres; Los már-
tires del siglo XIX; Páginas del corazón (1887); Cantos
de mi lira {iSs7)\ En la culpa va el castigo; Fausta
Sorel; Galería de mujeres célebres (1874); Cortesanas
ilustres; Los máí'tires del amor; La misión de la mujer
(1886); Una historia sencilla (1886); Isabel {i^z%)\ Cuen-
tos de color dorado (1867); Morir sola (1889); Cómo
aman las mujeres (1890).
SOLANCE (Doña Rosario).— Tradujo al castellano y
publicó en Barcelona la obra El lirio inmaculado ó Ma-
nual del peregrino en Lourdes (1888).
SOLER (Doña Carolina).— Colaboradora de El Co-
rreo de la Moda (1864).
SOLÍS Y GREPPI (Doña Elvira). —Colaboradora de
El Correo de la Moda.
SORIANO Y PALLAZAR (Doña Isabel).— Escribió
en el Álbum poético á la terminación del ferrocarril de
El Grao ájátiva (1855).
SORIANO Y BAZÁN (Doña Prudencia). —Poetisa
aragonesa. En 1875 leyó al rey D.Alfonso XII algunas
de sus poesías.
SOTO Y CORRO (Doña Carolina).— Escritora se-
ESCRITORAS ESPAÑOLAS. ¡97
villana. Durante algún tiempo dirigió en Jerez de la Fron-
tera la revista semanal Asta Regía; ha publicado ade-
más numerosas composiciones poéticas en los periódicos
de Andalucía , y es autora de las obras El Faro de la vir-
tud (1883); El Santo de la aldea, poema (I1885); El terre-
moto de Andalucía {id,S^)] Álbum de boda (1888); El dia-
blo en el pulpito, poema ( 1889) ; Americanistas ilustres:
Excmo. Sr. D. Ramón Elices Montes ( 1890). En la actua-
lidad prepara el libro Poetas andaluces contemporáneos.
T
TAMARIT (Doña Carmen). — Colaboradora de El Co-
rreo de la Moda (1859-60).
TARTILÁN (Doña Sofía).— Dirigió en Madrid el pe-
riódico La Ilustración de la mujer y colaboró en los ti-
tulados El Correo de la Moda, Flores y Perlas, El Ra-
millete, La Enciclopedia y varios más. Publicó asimismo:
Páginas para la educación popidar (1877); Historia de
la critica; Costumbres populares (1880); La lucha del
corazón, novela; La loca de las olas, novela (1884); Bo-
rrascas del corazón, novela (1884). Murió en Madrid
en 2 de Julio de 1888.
TORRE (Doña María Luisa de la). — Colaboradora
de La Correspondencia de los Niños (1877).
TORREGROSA PASTOR (Doña SoLEDAD).-Ha pu-
blicado algunas composiciones poéticas en los periódicos
de Alicante (1884).
TOVAR Y SALCEDO (Doña Antonia).— Tradujo
del francés la obra Reinaldo y Elina ó La sacerdotisa
peruana {Vcúencia, 1820).
TRONCOSO DE OIZ (Doña Matilde). -Escritora
198 LA ESPAÑA MODERNA.
cubana, cuya pluma, puesta siempre al servicio de la re-
ligión, ha dado notables muestras de laboriosidad. La
prensa cubana ha insertado muchas de sus composicio-
nes, la mayor parte en prosa. En 1887 fué fundadora en
Las Palmas de las Conferencias de San Vicente de Paúl.
u
UGARTE-BARRIENTOS (Doña Josefa).— Poetisa.
Nació en Málaga en 5 de Septiembre de 1855, siendo pre-
miadas varias de sus composiciones en Juegos florales y
certámenes de Málaga, Lérida, Santiago y otras capita-
les. Ha publicado dos libros de poesías : Recuerdos de
Andalucía (1878); Páginas en verso (1882); La estatua
yacente (1889). También ha escrito para el teatro los
dramas Margarita y El Cautivo y y tiene inédito el titu-
lado Jaime.
En 1887 contrajo matrimonio en el conde de Parcent.
URBLNA Y MIRANDA (Doña Gregoria). —Escri-
tora. Nació en San Francisco de California en 1857.
En 1877 publicó en la Habana, donde residía : Novena á
Santa Elena, Emperatriz , y Septenario de melodías
divinas. En dicho año vino á la Península, donde ha pu-
blicado : Una visita al Hospital del Niño Jesús ( 1878) i
Una Madre cristiana (1878) ; La condesa de Orchis, no-
vela; Cara¿:z/aZ2, novela (1879); Apuntes históricos sobre
el pueblo hebreo ; Jacobo Cook, novela ; La mujer en el
siglo XIX (1879); Historia de Galinda, novela (1880);
Los Actores de la Humanidad (1880) ; La Mujer en so-
ciedad. También ha colaborado en La Vos de Cuba, El
Ramillete, La Semana y otros periódicos.
URIARTE (Doña María).— Hemos visto algunas poe-
sías de esta señora en los periódicos de Andalucía (1876).
ESCRITORAS ESPAÑOLAS. 1 99
V
V'CRONWLEY (Doña Amalia). — Publicó en 1844 la
novela El Nieto del Verdugo.
VALDERRAMA SÁNCHEZ (Doña Eloísa) .—En i 8 66
publicó en Granada : Aritmética con la explicación del
sistema métrico y el de monedas ; en 1875 Método de
lectura, primera y segunda parte.
VALDÉS MENDOZA (Doña Mercedes). — Poetisa.
Nació en la Habana. Publicó una numerosa colección de
poesías con el título de Cantos Perdidos.
VALENCIA DE LÓPEZ NÚÑEZ (Doña Carolina).
— Escritora. Hemos visto su firma al pie de poesías y ar-
tículos religiosos y morales en La Propaganda de Pa-
lencia, La Ilustración Católica de Madrid, El Mundo
de los Niños Y otros periódicos. En 1889 fué premiada su
oda El arpa del poeta en los Juegos florales de Palencia,
y actualmente prepara la publicación de un volumen de
sus principales poesías.
VALLDAURA (Doña Ana).— V. Santa María.
VALLE (Doña Petra del). — Colaboradora de La Se-
mana madrileña (1877).
VAN-HALEN (Doña Margarita).— Hija del pintor
de este apellido. Autora de la novela Un conde conde-
nado (1875).
VELARDE (Doña Eulalia).— Colaboradora de El
Correo de la Moda {i^y^,), El Cántabro {i%Zi) y otros
periódicos.
VELASCO (Doña Emilia). — Ha escrito en colabora-
ción de D. Carlos Yeves un libro de Economía política y
labores, declarado de utilidad para la enseñanza en 1884.
VELAVIÑA Y WANDERLÍN (Doña Luisa).— Pro-
200 LA ESPAÑA MODERNA.
fesora de Instrucción primaria, y poetisa, natural de
Madrid. Ha colaborado en El Correo de la Moda, La
Pas de Murcia , El Porvenir de Santiago y otros perió-
dicos. En 1877 fué premiada con un accésit en los Jue-
gos florales de Murcia , por su trabajo La instrucción
de la mujer.
VELILLA (Doña Felisa). — Escribió unos versos en
la Corona fúnebre de la poetisa Estevarena (1877).
VELILLA Y RODRÍGUEZ (DoñaMercedes).— Pu-
blicó en Sevilla en 1873, con el título de Ráfagas, un
volumen de poesías. En ^1876 dio al teatro en la misma
población el cuadro dramático El Vencedor de si mis-
mo. Ha colaborado en El Gran mundo y otros perió-
dicos.
VENERO BELL VER DE OLLERO (Doña Emilia).
—Profesora de instrucción primaria, y directora que fué
en Valencia del periódico La Institutriz , autora de la
obrita Breves nociones de urbanidad para niñas ( 1 880).
Murió en Valencia en i."" de Julio de 1883.
VERA (Doña Joaquina).— Escritora dramática. Ha
dado al teatro los arreglos : Dos amos para un criado
(1844); £"/ disfras (1844); £';2 todas partes hay de todo
{i%'>,^)\ De España d Francia ó una noche en Vitoria
(1858), y ¿Quién es su madre? (1872). Al tiempo de re-
presentarse este último en el teatro Martín, de Madrid, la
autora había fallecido, sin que podamos precisar la fecha.
VERDEJO Y DURAN (Doña María Tadea).— Poe-
tisa aragonesa, muerta muy joven en Julio de 1855. Ya
con su nombre, ya con el seudónimo de Corina, escribió
muy sentidas poesías en El Correo de la Moda y otros
periódicos. También ha publicado: Ecos del corazón y
La estrella de la niñez. Ambas obras se han reimpreso
diferentes veces.
ESCRITORAS ESPAÑOLAS. 201
VERDIER (Doña Ana).— Escritora nacida en 1848.
Ha publicado las novelas Los hijos de Margarita (1880)»
y Mi agonia,
VERDUGO DEARAZOZA (Doña Pilar).— Hemos
visto varias traducciones de novelas francesas hechas por
esta señora (1887).
VEREA Y NÚÑEZ (Doña Constanza).— Colabora-
dora de Flores y Perlas y de otros periódicos. En 1871
se representó ■ en el teatro Martín de Madrid un drama
de esta escritora, titulado Luz en tinieblas.
VICIANA (Doña María del Mar).— En 1860 colaboró
en el Álbum que dedicaron á la reina Isabel los profeso-
res de instrucción primaria de Madrid.
VIDAL (Doña María Nieves).— Maestra de instruc-
ción primaria de Fonollosa. Publicó en 1885 : La educa-
ción moral y El trabajo es indispensable para la civili-
zación de los pueblos.
VILCHES (Condesa de).— V. Llano y Dotres.
VILLAMARTÍN Y THOMÁS (Doña Isabel).— Escri-
tora catalana , que colaboró activamente en El Correo
de la Moda y otros periódicos; concurrió á varios certá-
menes , siendo premiada, entre otras, su leyenda Clemen-
cia Isaura con la flor natural en los Juegos florales de
Barcelona en 1869. Publicó una colección de cantares con
el título de Horas crepusculares. Murió en el estableci-
miento termal de la Garriga, en i.° de Octubre de 1877,
legando todos sus premios literarios á la Virgen de Mon-
serrat.
VILLAR DE LA TORRE (Doña Práxedes).— En la
ñesta celebrada en la casa de Cervantes de Valladolid en
23 de Abril de 1879 leyó una poesía alusiva áaquel suceso.
VISCONTI Y VISCONTI (Doña Edelmira).— Ha pu-
blicado en Pontevedra ^í:í?S(Í^/ alma, colecciónde poesías.
202 LA ESPAÑA MODERNA.
X
.XAMBO (Doña Emilia).— Publicó en 1879, en el folle-
tín de Las Noticias de Murcia , una traducción de la no-
vela de C. Laumier, La Idiota.
Y
YANGUAS (Doña Eloísa).— Ha publicado algunas
poesías en los periódicos de Zaragoza (1883).
ZAPATERDE OTAL (Doña Rosario).— Es autora
de las obras : Prácticas sociales y Prontuario de lec-
tura y música, y de las novelas La expiación y Madrid
por dentro. Viuda del brigadier Sr. Otal, se consagró
en absoluto al cuidado de su madre , y cuando ésta falle-
ció, la Sra. Zapater tomó el velo de religiosa en el con-
vento de la Asunción (1886).
ZAPATERO Y ÁNGULO (Doña Prudencia).— En la
solemnidad conmemorativa celebrada en Valladolid en la
casa de Cervantes, en 23 de Abril de 1879, leyó esta se-
ñora una poesía alusiva al acto.
M. OssoRio Y Bernard.
REVISTA ULTRAMARINA
La conquista del África comparada con la de América. — Los españoles
fuimos los primeros en llegar á las fuentes del Nilo. — Stanley y Emin-
bey. — Intrigas y manejos. — Bismark los complica. — Nuestros senti-
mientos humanitarios y los de ahora. — Historias edificantes de Stanley
y de ciertos misioneros ingleses. — Caso ocurrido en la muerte de Her-
nando de Soto.— 7w¿2w de la Torre , por J. A. de La valle : folleto impreso
en Lima. — Tipo vulgar del conquistador español. — Ahascal: otro es-
crito del citado autor. — Historia de la división libertadora del Perú , por
Gonzalo Ruines.
LO que va de Pedro á Pedro!, podemos sin gran jac-
tancia decir los españoles , cuando en toda la pren-
sa del universo mundo, trompeta colosal que así
alienta las empresas más gloriosas , como hace públicas
las mayores ignominias é indignidades , leemos curiosí-
sima y edificantísima relación de las desavenencias ocu-
rridas entre los célebres exploradores del África orien-
tal, Stanley y Emin-bey, representantes ó más bien
símbolos de las naciones que se dan hoy el pomposo nom-
bre de colonizadoras; desavenencias principalmente pro-
ducidas por pequeños intereses, pasiones bajas y rui-
nes propósitos. Cierto que ha sido empresa digna de
los españoles del siglo xvi la salvación de Emin-bey por
Stanley, atravesando casi en toda su longitud el inhos-
pitalario y terrible continente Negro, y burlando las
feroces asechanzas de aquellas innumerables tribus an-
204 LA ESPAÑA MODERNA.
tropófagas ; pero hay que considerar, que sobre hallarse
toda Europa interesada en tan noble aventura , lo cual es
por sí sólo una fuerza casi omnipotente , la han ayudado
con 30,000 libras esterlinas la Compañía formada ad hoc
en Inglaterra, y con recursos que no es posible apreciar
todavía , una suscrición abierta en todas las ciudades del
Reino Unido, cuyos corresponsales y cu^^as relaciones
mercantiles representan á su vez otra fuerza moral y ma-
terial incontrastable , por todo el universo escalonada.
Trabajos que se emprenden entre aplausos y con los bol-
sillos repletos, no exigen la abnegación de los héroes, ni
de los mártires la constancia.
Sin rebajar un punto el valor y la trascendencia de
semejantes esfuerzos , nos es permitido á los españoles re-
cordar los nuestros en el orden científico , y anteponer-
los en el sociológico y humanitario , ya que no son otros
en el siglo xix los fundamentos y justificantes de tales
conquistas. Si damos crédito á los periódicos belgas, y en
particular al Journal de Briixelles, allá por los prime-
ros meses de 1881, encontraron los exploradores de las
fuentes del Nilo huellas indudables de expediciones aná-
logas emprendidas por dos Jesuítas españoles en el si-
glo XVII, sin otra ayuda que la de Dios, sin otros recursos
que su fe inquebrantable , y sin más propósito que el amor
á la ciencia y la extensión de los conocimientos geográ-
ficos. Ni fueron ellos solos por ventura. Un fraile anónimo
y oscuro, cuyo viaje publicó por primera vez en 1877
el Sr. D. Marcos Jiménez de la Espada, caminó el rio
del Nilo ayuso, hasta subir á la Persia, de donde por el
Norte de Europa, por Alemania y Flandes , volvió á Se-
villa , su punto de partida. Titúlase este rarísimo docu-
mento Libro del conoscimiento de todos los reynos y tie-
rras y señoríos que son por el mundo, escrito por un
REVISTA ULTRAMARINA. 2O5
Franciscano español de mediados del siglo XIV, y aun-
que no exento de errores y fábulas semejantes á las de
los grandes viajeros antiguos Benjamín de Tudela , Pian
de Carpino, Ruisbroek, Oderico de Friuli y John de Man-
de ville, algunos de sus datos geográficos y de sus inte-
resantes noticias se están diariamente justificando.
Las empresas españolas posteriores, repárese bien,
tenían por único objeto la extensión de la fe y por con-
siguiente de la civilización , y arrancar á la barbarie los
pueblos más bárbaros del mundo : obras á toda luz que
se miren dignas de una raza verdaderamente épica, que
cumplía una misión providencial. No es más grande la
que atribuye la mitología á los argonautas , y aun entre
ellos simbolizaba el vellocino de oro la ganancia mercan-
til. Nosotros, por regla general, en los primeros pasos de
nuestras conquistas, nunca hemos pensado en el vello-
cino. Por el contrario: á los ingleses, como á los norte-
americanos y alemanes , no los guía otra estrella en esta
ocasión. El cálculo de las toneladas de marfil que pueden
traerse á Europa como fruto de los viajes de Stanley y
Emin-bey, ha sido el cebo, no sólo de los exploradores,
sino de sus auxiHares filantrópicos. Suprímase de los li-
bros de caja extranjeros esta columna del Debe, y segu-
ramente quedará en blanco la del Haber. Ni hay suscri-
ciones ni compañías. Los descubrimientos geográficos se
dejarán para mejor ocasión, y los negros seguirán siendo
esclavos y bárbaros, hasta que haya una raza de Quijotes
que vaya á romper sus cadenas de barbarie por amor pla-
tónico á la humanidad. Visto el camino que lleva el mun-
do, pueden esperar sentados los negros y la geografía.
Cuanto á la conducta de los dos apóstoles del progre-
so y de la buena nueva africana, el conflicto que han pro-
movido entre las naciones colonizadoras lo prueba por
206 LA ESPAÑA MODERNA.
modo elocuentísimo. Acorralado Emín-bey en Wadelai
por las tribus negras , lo salva de la muerte de Gordon el
dinero inglés , representado por su colega en filantropía
Stanley, que representa al mismo tiempo el papel de Me-
fistófeles , aunque con el carácter extraño de enemigo de
la raza de Margarita, pues lo mismo trabaja por Bélgica
que por Inglaterra , con tal que Emin no se ponga al ser-
vicio de Alemania. Al decir de los reporters y amigos
íntimos de unos y otros , que son hasta ahora los únicos
que han rasgado un poco el velo que encubría estas mise-
rias , Stanley tan pronto obraba por cuenta de la Bélgica
y del flamante Estado del Congo , como por cuenta del
Gobierno inglés y de los comerciantes de la City. Si Emin
se decidía á enarbolar la bandera belga, se le haría gene-
ral, conservando su gobierno de Wadelai , con un sueldo
fijado por él mismo, y un plus de 12,000 libras esterlinas
que se agenciaría vendiendo marfil y comerciando. Si
abrazaba la causa de la Compañía inglesa del África
Oriental, también sería su boca la medida de la ganancia;
pero había de ayudar con sus tropas á Stanley á apode-
rarse de los territorios del Sudoeste hasta las orillas del
Victoria Nyanza, plantando su cuartel en Kavirondo,
mientras Stanley conquistaba el país de los Massai , de
donde le traería barcos que le permitiesen extenderse
hacia el Uganda y el Unioro , para darse la mano con su
antigua provincia de Wadelai , y así la Compañía inglesa
realizaría su sueño dorado de unir sus posesiones del Sur
de África con la cuenca del Alto Nilo.
Sin la ejecución de este plan , queda el dominio inglés
reducido á una faja de tierra comprendida entre el mar
y el lago Victoria, de unas cuatrocientas millas de largo
por menos de doscientas de ancho ; es decir , un bocadillo
de pan duro para los comerciantes ingleses , mientras las
REVISTA ULTRAMARINA. 2O7
posesiones alemanas del Sur del Victoria Nyanza podrían,
con la ayuda de Emin, extenderse hasta las provincias
ecuatoriales, ó sea la cuenca del alto Nilo. El Times,
nada menos que el Times, califica de desastre esta pro-
babilidad, llegando hasta aconsejar á su país que recurra
á la guerra para impedirlo. ¡En pleno siglo xix! Tendría
que ver por unas cuantas toneladas de marñl, y por te-
rritorios donde la civilización y el progreso parecen impo-
sibles, el choque de razas que se creen tipo del progreso
y la civilización , y no sólo el choque , sino quizá una gue-
rra europea de resultados incalculables. Habría que bo-
rrar todas las tablas de derechos que suponen haber
escrito los pueblos modernos, y rehacer la historia con-
temporánea, sobre todo en lo que se refiere á las censu-
ras que desde el siglo xvii se han fulminado á España por
sus procedimientos en la conquista y colonización de
América.
Pues si volvemos los ojos á las complicaciones que en
esta contienda puede producir la caída de M. de Bis-
mark, suben de punto los peligros del choque profetizado
y aun deseado por el Times. Hombre práctico y positivo,
el gran Canciller se negaba á comprometer al Imperio en
aventuras coloniales antes de establecer una base más
sóHda que la que por lo visto tiene actualmente la Com-
pañía alemana del África Oriental , representada por el
mayor Wiseman , limitándose á obrar de acuerdo con
Inglaterra, á pacificar en lo posible los territorios ya
ocupados, y á impedir la trata de negros, único punto de
vista civilizador y humanitario que puede hacer disimu-
lables estas guerras de invasión 3^ conquista en la época
moderna. Pero el Canciller ha caído, y con él la política
de los temperamentos conciliadores en África, según
parece. ¿No será este suceso la causa determinante de la
208 LA ESPAÑA MODERNA.
conducta de Emin-bey, que, según los últimos telegramas,
se decide al fin por entrar al servicio de Alemania, vol-
viendo la espalda á Inglaterra y á su oferta de 12,000 li-
bras anuales.... en marfil? Ello es que, con el título de El
Naufragio de Bismark, hemos leído en un periódico es-
pañol, que se dice bien informado en la materia, y que á
pesar de su insignificancia puede estarlo , pues su actitud
en las cuestiones de Filipinas descubre estrechos lazos
con Alemania, un artículo que atribu^^e exclusivamente
la caída del Canciller al nuevo giro que el Emperador
está dando á su política colonial y á sus relaciones con
Emin-bey, capaces de producir un conflicto internacional,
que Bismark preveía y evitaba, « aleccionado (sic) por los
sucesos de las Carolinas. Por de pronto, concluye el articu-
lista, entre gr¿ udes elogios al personaje caido, ya tene-
mos las protestas de Inglaterra contra los actos deEmin».
Tampoco debe desatenderse otro aspecto de la cues-
tión, que pone muy negros colores en el cuadro de estos
Corteses y Pizarros de nuevo cuño. La conducta que
están observando, sobre todo Inglaterra, con los explo-
radores modestos que representan naciones humildes,
porque no pueden apoyarlos con numerosas escuadras
y grandes ejércitos, es más que censurable, indigna.
Á pocos pueblos deben tanto la civilización y la cien-
cia como á holandeses y portugueses. Estos últimos en
África tienen una historia verdaderamente gloriosa, has-
ta el punto de disputarnos el descubrimiento del Río
del Oro en el siglo xiv, y habérsenos anticipado en la
India Oriental por el Cabo de las Tormentas y el es-
trecho de Magallanes. Sabido es igualmente que hasta
han sacrificado la vida de sus reyes por introducir la
civiUzación y el Cristianismo en África. Mientras sólo
se trataba de hacer sacrificios gloriosos y expediciones
REVISTA ULTRAMARINA. 20^
científicas , Portugal ha obtenido benevolencia y aplauso
de sus carísimos protectores los comerciantes ingleses ;
pero llega á entreverse la posibilidad de cargar de mar-
fil unos cuantos barcos , y la escena cambia por completo.
Los servicios portugueses á la humanidad no merecen el
premio de anexionarse un pequeño terreno comprendido
entre Sofala y el Atlántico , porque la Compañía inglesa
del África del Sur lo considera comprendido.... , no en sus
territorios, sino en la zona de su influencia , y no podrá
cumplir su misión civilizadora si la navegación del Zam-
bezé ha de estar intervenida por Portugal. De aquí el
conflicto que estamos presenciando y que tanto conmueve
al vecino reino , hasta poner en peligro sus instituciones.
Nada más sofístico que el texto literal de las declaraciones
inglesas. «El Zambezé, que es una gran vía comercial é
» internacional, debe pertenecer á la Gran Bretaña, única
» potencia que está resuelta á reprimir la trata de escla-
» vos , en lugar de favorecerla, como han hecho hasta aquí
»los portugueses.» Calumnia infame en este siglo, pues
los portugueses han dejado de consentir en Cabo Verde
la caza de esclavos , acaso antes que los ingleses dejaran
de explotarla, dedicando casi todos sus barcos á llevar
carne negra á América, y toda su influencia á arrancar
á España privilegios para este humanitario comercio.
Cansada está la historia de repetir que los ingleses se hi-
cieron abolicionistas por haberles negado Felipe V aquel
privilegio. Para indemnizarse de tan honrosa pérdida, se
quedaron con Gibr altar.
La Compañía belga, finalmente, encuentra en ellos aná-
logas dificultades, desde que, puesta bajo la protección
real, puede llegar á ser un obstáculo á sus miras absor-
bentes. Ya el Nord de Bruselas, con finísima sátira, hizo
observar que el Transvaal y el Estado libre de Orange
14
2IO LA ESPAÑA MODERNA.
debían desaparecer arrollados por la emigración anglo-
sajona , á causa de que los boers son inhumanos , esclavis-
tas por temperamento , maltratan á los cafres y no tienen
condición alguna para ejercer influencia moralizadora.
Este mal trato á los cafres nos recuerda el que dan los
ingleses á todas las razas que dominan. El que no ha visto
en el puerto de Hong-kong (como en tantas otras partes)
á los simples commis de las fondas abrirse paso entre los
barqueros chinos, haciendo el molinete con sus rotens de
puño de plata, á costa de cabezas rotas y brazos magulla-
dos , puede dar crédito á los alardes del humanitarismo
inglés, que sólo existe en los libros y en los periódicos.
Por no extendernos demasiado en esta cuestión , hoy
para nosotros incidental , terminaremos copiando dos
documentos fresquísimos , uno acerca de la conducta en
África de ese mismo Stanley , publicado en Enero de este
año por toda la prensa , y cierta historia ediñcante de los
misioneros ingleses en Blantyre, contada por la prensa
de Lisboa y no desmentida por la de Londres. Dice así
el primer documento :
« Una nota discordante ha venido á alterar la armonía
en el concierto general de elogios que toda Inglaterra tri-
buta á Stanley con motivo de su próximo viaje á Londres.
» John Burns, el popular caudillo socialista de la capi-
tal, en su calidad de miembro del Consejo del condado
de Londres , ha protestado enérgicamente contra el reci-
bimiento que la corporación pensaba hacer al explorador
de África.
«Stanley— dijo— no ha hecho nada por la civilización
»en su último viaje en socorro de Emin. Su único objeto
»al emprender la expedición, era traer 160,000 toneladas
» de marfil para favorecer el egoismo mercantil de la Com-
»pañía inglesa del África Oriental. Con esta sola mira ha
REVISTA ULTRAMARINA. 211
• sacrificado Stanley en África tantas vidas, dejando cu-
»biertos los senderos de las selvas con los huesos de sus
» compañeros, haciendo ejecutar sumariamente á cuantos
» estorbaban la realización de sus planes, exponiendo á los
• mayores peligros centenares de existencias, sin excep-
»tuar la suya, con un heroismo rayano en fatuidad.
» Si de paso ha hecho algunos descubrimientos geo-
» gráficos , ha sido puramente obra del azar , pues en su
» expedición no le ha guiado ningún pensamiento científico
»ni humanitario. Su conducta con los indígenas de África
»ha dado siempre la razón á los que le acusan de cometer
• crueldades injustificadas é inútiles. Yo he vivido por es-
» pació de un año entre aquellos indígenas , y nunca he
» comprendido la necesidad de los castigos corporales. Los
• procedimientos de Stanley, desde hace dos años, han
• hecho asomar el rubor al rostro de más de un explora-
» dor del continente africano. »
» Fácilmente puede imaginarse el efecto que produci-
ría este discurso pronunciado en el seno de una asamblea
de admiradores del gran viajero. El presidente del Con-
sejo del condado, lord Roseberry ^ se negó á llamar al
orden al orador, como algunos pedían, declarando que
eso sería infringir el reglamento.
»Por último: uno de los miembros del Consejo propu-
so que se abandonara toda idea de recibimiento solemne,
á fin de evitar discusiones poco edificantes sobre una
personalidad tan eminente como la de Stanley. »
La edificante historia á que nos hemos referido en
segundo lugar es la siguiente :
«Lisboa i 8 de Enero de 1890 (5 tarde).
» La prensa lisbonense pubHca hoy un documento no-
table , que muestra cómo llevan los ingleses al África su
212 LA ESPAÑA MODERNA.
misión civilizadora. Trátase de los sacerdotes estableci-
dos en Blantyre. Un subdito inglés , Mr. Mac Gregor, se
presentó al Gobernador general portugués , reclamando
oficialmente el apoyo de su autoridad, en nombre de la
humanidad , para que persiguiera á unos misioneros ingle-
ses , y relatando hechos verdaderamente horribles lleva-
dos á cabo por las misiones inglesas.
»Un ejemplo entre varios:
>»Un pobre negro iba camino de Blantyre, llevando
»una caja; á los pocos pasos sintióse muy enfermo, y
»en la imposibihdad de seguir su camino, volvió á la
«ciudad de donde salía, ocultando la caja entre un
«boscaje.
«Vuelve á seguir su camino trabajosamente, pero cae
» rendido por el mal cerca de un riachuelo , donde poco
«después lo hallan los individuos de la misión inglesa.
«Algo debieron saber los de la misión sobre la caja que
«el pobre negro llevaba, porque le preguntaron en cuál
«sitio la había dejado.
— «La he escondido temiendo que me la robaran.
—«¿Dónde está?— preguntaron los de la misión.
«El negro se niega á revelar el sitio en que la caja es-
«taba, los misioneros amenazan, el indígena suplica , y
«ante la tenacidad de éste, los misioneros le dan hasta
«doscientos palos. En el estado del mísero negro, los pa-
«los acabaron con él. Muerto el infeliz, los misioneros
«fueron á buscar la caja, que estaba, con efecto, donde a
^fortiori había declarado el negro.
« Otro caso : apareció muerto un negro servidor de la
«misión. Sospechan en ella que otro indígena fuera el
«matador, se apoderan de él y le atan, atormentándole
«cruelmente. El negro acusado protesta enérgicamente
«de su inocencia, y pide misericordia. En vano ; los in-
REVISTA ULTRAMARINA. 213
agieses le ordenan abrir una fosa, al borde de la cual le
» obligan á arrodillarse.
»E1 superior de la misión, desoyendo las lamentacio-
» nes del cuitado , lee indiferente en su libro las oraciones
»de difuntos, y, terminadas, manda cargar armas. So-
» brevino un momento horrible : el negro pidió piedad , el
» pelotón disparó, y el desdichado cayó moribundo junto
»al hoyo. No había muerto aún, y el superior, dejando el
» santo libro y cogiendo un revólver, acabó inhumana-
» mente con aquel pobre hombre.... >
Hará esa lectura indudablemente recordar á todos
los españoles el coro de insultos con que los extranje-
ros han pretendido oscurecer la gloria de nuestra con-
quista de América , por haberla alcanzado sin ayuda
ajena, por nuestro propio esfuerzo y con nuestros re-
cursos propios. Las evoluciones de los tiempos y de
las ideas nos están dando la razón en tantas cosas,
que puede en ésta pronosticarse ya sin recelo un nuevo
triunfo moral y material para España. Á pesar de sus
defectos y sus debihdades comunes á la naturaleza hu-
mana , y á pesar del espíritu del siglo xvi , en que aca-
baban las naciones de salir de la llamada barbarie de
la Edad Media, los soldados de Cortés y Pizarro van á
resultar más humanos, más civilizadores y más hom-
bres á la moderna , por decirlo todo con una frase grá-
fica, que los ingleses de Stanley y los evangelizadores de
Blantyre. Día llegará muy pronto en que puedan com-
pararse historias con historias, y los americanos, como
Bustamante , que han escrito Los horrores de Cortés, los
franceses , que les han hecho coro , como Brasseur de
Bourbourg , y tantos otros escritores extranjeros , se sien-
tan más inclinados á la benevolencia del abate Niux que á
la exageración del P. Las Casas. Hoy por hoy hemos de
214 LA ESPAÑA MODERNA.
concluir recordando, respecto á la humanidad y los pro-
cedimientos con los indígenas, un caso que cuenta. El Jidal-
go de Elvas en su Rela^am verdadeira dos trabalhos qiie
ho gobernador D. Fernando de Sonto e certos fidalgos
portugueses passaron no descobrimento da provincia
da Froeida, historiador que preferimos al Inca Garcilaso
y á otros panegiristas de Hernando de Soto, por ser
émulo de las glorias españolas y por su laconismo y se-
veridad. Los ingleses que en Dahomey han tolerado y to-
leran los grandes sacrificios humanos que hace la corte
en sus fiestas , debieron tener presente el trance apuradí-
simo en que se vio Luis de Moscoso cuando , para ocultar
la muerte de Hernando de Soto, manifestó á los indios que
había subido al cielo por unos días , sin poder engañarlos
á todos, pues el cacique de Gachoya «teve para sí que era
»morto e mandóse allí trazer dous indios mancebos e ben
»dispostos: e disse que ho uso da quella térra, era quando
» algum senhor falecía , matarem indios para ho acompa-
» nharem e servirem no caminho e pera isso por seu man-
» dado eran aquelles allí viudos , e disse á Luys de Mos-
»coso que Ihes mandasse cortar as caberas pera que
»fossen acompanhar e servir á seu hirmao e senhor (Así
«llamaba el Cacique á Hernando de Soto). Luys de Mos-
»coso Ihe disse que ho Gobernador nam era morto, mas
»que habia ido ao ceo, e que de seus soldados christianos
» levara os que le bastaban para seu servido; que le ro-
»gaba que mandase soltar aquellos indios e dahi em
-odiante nam custumasse tao mao custume: logo os man-
»dou soltar é que se fossen á suas casas».
V De los trabajos y fatigas sufridos por Hernando de
Soto y su gente en el descubrimiento del mar del Sur y
paso de los Andes , aunque la ocasión se nos brinde tan
propicia, no haremos otra cosa que este recuerdo ligero
REVISTA ULTRAMARINA. 21 ^
para contrastarlo con las ponderaciones y ditirambos
que se dedican á los exploradores del Alto Nilo , máxime
debiendo de ocuparnos ahora , por caer perfectamente
en la esfera de nuestro propósito , en una bien escrita mo-
nografía que con el título de Juan de la Torre, uno de
los trece de la isla del Gallo, ha publicado en Lima
D. J. A. deLavalle, correspondiente de la Academia de la
Historia, la cual empieza con este valiente cuadro, traza-
do por Prescott en su Historia de la conquista del Perú :
«Tirando Pizarro de la espada trazó con ella una línea
» sobre la arena de Oriente á Poniente , y volviéndose al
» Mediodía : — Amigos y compañeros , exclamó; en este
»lado están los trabajos, el hambre, la desnudes , las
» lluvias y las tormentas, el desamparo y la muerte : en
» aquél la holgura y el placer : allí está el Perú con sus
y> riquezas , aquí Panamá y sus miserias: escoja cada
» cual lo que más propio estime de un valiente castella-
^ no y que por mi parte voyme al Sur. y* Y así diciendo,
atravesó la línea...., siguiéndole trece compañeros más,
de los cuales dice el historiador norte-americano , « que
» cercados de los mayores trabajos que pudo el mundo
» ofrecer á hombres y que estando más para esperar la
^muerte que las riquezas que se les prometían, todo lo
•^pospusieron á la honra y siguieron á su capitán y cau-
y>dillo,para ejeinplo de lealtad en lo futuro» .
Los trece de la fama fueron llamados éstos que se
quedaron con Pizarro en la isla del Gallo , entre los cua-
les se hallaba Juan de la Torre, protagonista de la exce-
lente monografía publicada por el Sr. Lavalle, dignos
rivales todos de aquellos doce pares de Cario Magno,
que llenaron el mundo antiguo con el nombre de los ca-
balleros de la Tabla Redonda. Entre los del Perú sólo
había un extranjero, Pedro de Candía, natural de la isla
2l6 LA ESPAÑA MODERNA.
de Creta. Comparadas con estas escenas las de África,
donde se ofrecen á Emin-bey 60,000 pesos al año sobre un
sueldo de gobernador, y donde todo el mundo civilizado
auxilia moral ó materialmente á la empresa , hay que ex-
clamar nuevamente : ¡Lo que va de Pedro á Pedro!
Y sin ser de los primeros Juan de la Torre , tanto que
en la lista de los Trece figura el último, todavía hizo otras
cosas dignas de memoria , que merecen muy bien el tra-
bajo biográfico que el Sr. Lavalle le ha dedicado. So-
bre permanecer ajeno á las guerras civiles entre Pizarro
y Almagro, ocupando su actividad y luces en la funda-
ción de la ciudad de Arequipa , donde fué primer alcalde ,
fautor de Ordenanzas y obras de policía, gran virtud
en aquellos tiempos, al ser asesinado Pizarro en 1541»
se puso al lado del nuevo gobernador Vaca de Cas-
tro , asistiendo á la batalla de Chupas , tan funesta á Al-
magro el Mozo y sus partidarios, debajo del estandarte
real, con armas y caballo á su costa y minción ; lealtad
que no quebrantó ni una sola vez en las posteriores dis-
cordias , que le proporcionaron ocasión de repetir la ha-
zaña de Guzmán el Bueno , con mengua , tal vez de las
leyes de la sangre y de la humanidad. Fué el caso, que en
el alzamiento de Francisco Hernández Girón , tomó parti-
do con los rebeldes su propio hijo primogénito, Juan de la
Torre el Mozo , mientras el anciano caudillo de los Trece
salía huyendo de Arequipa, sublevada por Girón, á unir-
se con el ejército y estandarte real, como buen caballero,
asistiendo padre é hijo en Octubre de 1 5 54 á la batalla de
Pucará, en que Juan el Mozo cayó prisionero, y fué ajus-
ticiado en garrote, sin que el viejo interpusiera en modo
alguno su legítima inñuencia para salvarle , antes decía
« que avia sido traydor a su rey e señor, e que no merescia
»que se le otorgase la vida», y aun testigos fidedignos,
REVISTA ULTRAMARINA. 21 7
alegados por el moderno historiador peruano, añaden :
«que el dia en que auian fecho justicia del dycho su hijo,
»el dycho Joan de la Torre el Viejo, en lugar de luto, se
»auia vestido de grana». Extremo riguroso, en verdad,
que le censuran con razón grandísimamente sus propios
amigos y paisanos, Lorenzo de Aldana y Gómez de Solís.
Espejo nunca empañado de lealtad , y recio y duro como
un roble , á pesar de sus fatigas en la isla del Gallo y en
las civiles contiendas , vivió Juan de la Torre más de cien
años sin salir de la modesta esfera de uno de tantos es-
pañoles como descubrieron y conquistaron el Nuevo
Mundo. Es de suponer que á hombres semejantes no fal-
tarían Stanleys que les ofrecieran muchos miles de pesos
y muchas encomiendas de indios , en vez de esterlinas y
cargas de marfil , por hacer traición á sus deberes ; pero
nuestros antepasados, cuando la hacían, la hacían de
balde, y por puro amor á la discordia y á la guerra.
No creemos con esto pagada nuestra deuda literaria
con el Sr. Lavalle, pues entre sus curiosos escritos de
carácter biográfico , interesantes para España , hallamos
una monografía consagrada al penúltimo virrey del Perú,
Abascal, personaje digno, en efecto, de estudio más pro-
fundo que el que hasta ahora le han dedicado nuestros
historiadores , porque establece así como cierta solución
de continuidad entre los hombres de la España antigua y
la moderna. Cabe tanto mejor en el artículo presente el
análisis de este trabajo, cuanto que las circunstancias
dificilísimas que rodearon al marqués de la Concordia,
al resistir por sí solo la insurrección de toda la América,
a^' como las que pusieron á prueba su lealtad monár-
quica , semejan no poco á las de esos aventureros de las
fuentes del Nilo , que miramos propensos á las tentaciones
de la deslealtad y la codicia en medio de las asechanzas de
21 8 LA ESPAÑA MODERNA,
la muerte , que tanto ennoblecen y purifican el espíritu
humano en hombres como Abascal. Ha de permitirnos
igualmente la Biografía de éste volver los ojos á un libro
de grande interés histórico que el Sr. Gonzalo Bulnes
publicó en Santiago de Chile en 1888, bajo el título de
Historia de la expedición libertadora del Perú (1817-
1822), dos volúmenes en 4.'', que comprenden la historia
del gobierno de aquel General como lógico antecedente.
Ni padece gran detrimento nuestro plan de estudios crí-
ticos de la literatura americana porque atendamos en
esta ocasión con preferencia al espíritu de ciertas publi-
caciones , relacionándolo con acontecimientos contempo-
ráneos ó con cosas y personas de las que llama la prensa
periódica de actualidad, toda vez que, aunque sea ligera-
mente bosquejado, se ofrece así al lector , en sus líneas
principales, el cuadro de las relaciones intelectuales que
hoy median entre América y España, objetivo principal
de nuestros trabajos, según habrá podido observarse en
los artículos anteriores. Por ser á toda luz inconmensu-
rable el espacio que tenemos que recorrer, cúmplenos
otra advertencia : erraría mucho el que creyese termi-
nado nuestro estudio de un libro, de un personaje ó de
un suceso, por verlo comprendido á la ligera en nuestras
Revistas , pues volverá á ocupar seguramente nuestra
atención cuantas veces sea necesario , á medida que las
circunstancias ó los sucesos lo enlacen con nuestro pen-
samiento. La conveniencia de dar variedad y agrado á
escritos homogéneos y de suyo desabridos , pesa mucho
también en nuestro ánimo para inclinarnos , ora á la ge-
neralización , ora al concretismo , ora al análisis , ora á
la síntesis. Ni historia ni crítica hacemos exclusivamente,
sino ambas cosas á la vez, y si resultara filosofía polí-
tica enderezada á fundir en uno los ideales hispano-
REVISTA ULTRAMARINA. 2I9
americanos, sería para nosotros miel sobre hojuelas.
Representó Abascal á su llegada á Lima en 1806 aná-
loga evolución á la que estaban sufriendo las ideas en
España y en América , pues su antecesor en el virreinato,
el marqués de Aviles, era de estos hombres que por su
beatitud y ñoñería, ganan el cielo perdiendo la tierra. El
ilustre escritor Vicuña Mackena, tan poco amigo de los
españoles , á pesar de la justicia que hacemos á su mérito,
ha confesado en su Revolución del Perú de i8og á i8ig,
que el sagaz y oportuno Abascal , por su energía y su es-
píritu conciliador, «era quizá la única valla que contenía en
»el Perú el raudal (revolucionario) que lo inundaba por
» todas sus fronteras » ; y lo contenía con prudentes conce-
siones y hábiles y bien entendidas reformas. La de cemen-
terios, la de enseñanza y la creación del Colegio de medi-
cina, fueron sus alardes de gobernador, ínterin los sucesos
del año de 8 y la Revolución española le obligaban á des-
envainar su espada de general y empuñar su bastón de
virrey. En esta ocasión, dice elSr. Lavalle, confirmando
indicaciones de muchos escritores, se hicieron á A^bascal
vivas instancias para que se ciñese la corona del Perú,
alentándole á ello , no sólo la opinión pública , sino el mis-
mo Carlos IV, cuando le escribía que no obedeciese á
Fernando VII, mientras el primer Bonaparte le colmaba
de honores y lisonjas y la princesa del Brasil le confiaba
sus poderes : «Mas el noble anciano, dice el biógrafo, no
»se dejó deslumhrar por el brillo de una corona ; con las
» lágrimas en los ojos cerró sus oídos á la voz del que ya no
» era su rey ; despreció indignado los favores del usurpador
» de la patria , y llamó respetuosamente á su deber á la
» hermana de Fernando». El 13 de Octubre de 1808 un
grito inmenso de admiración y entusiasmo acogió las no-
bles palabras del vaHente anciano, que desde el balcón
220 LA ESPAÑA MODERNA.
del palacio de los virreyes de Lima proclamaba al Perú
por Fernando VIL Su propio secretario esperaba que
allí naciese la dinastía de los Abascales.
Cuando la prisión del rey en Valengay , coincidiendo
con los trabajos de los filibusteros y de las logias masóni-
cas, facilitaron pretexto á los americanos para constituirse
en juntas provinciales , que la de Cádiz , en su ignorante
candidez, estimulaba, considerándolas focos de patriotis-
mo y lealtad, el Perú permaneció tranquilo, á pesar de las
escasísimas fuerzas del ejército real. Caído muy pronto el
mentiroso antifaz de las Juntas , según la feliz expresión
delSr. Lavalle, Caracas, Quito, la Paz, Santiago y Buenos
Aires aparecieron en plena insurrección contra la Metró-
poli , obligando al Virrey á dividir sus tropas , en términos
que resulta homérica la serie de pasajeros triunfos que ob-
tuvo. «Prescíndase por un momento de toda pasión, ex-
» clama noblemente aquí el escritor chileno ; y admiremos
»sin reserva al hombre que en lucha con el destino, que
» había marcado la horade la independencia de América en
» el reloj del tiempo , logró aplazar á fuerza de audacia y
» de energía la ejecución de su inexorable sentencia.»
Desde esta primera faz de la revolución americana,
hasta el 7 de Julio de 181 6, en que Abascal entregó el Perú
á su sucesor en el virreynato el general Pezuela , un libro
entero del Sr. Bulnes, no menos encomiástico é impar-
cial, nos da cuenta día por día de los esfuerzos titánicos
del anciano Virrey para sostener su difícil situación , que
acaso más que nadie creía insostenible , y por eso la aban-
donó en el primer momento en que pudo creerla desemba-
razada , pretextando los achaques de sus setenta años (se-
tenta y tres, dice el Sr . Bulnes), y de una llaga que tenía en
la pierna, sin contar el amor de su única hija que se había
casado y vuelto á España. Con harto sentimiento renun-
REVISTA ULTRAMARINA. 22
ciamos á recoger de las páginas del Sr. Bulnes, tan ricas
de color como pobres, tal vez, de estilo, curiosos datos
de los trabajos masónicos que se hacían en España para
fructificar en el Perú , así á la sombra de las Cortes de
Cádiz como de las banderas de nuestro ejército, donde
sirvieron hasta 1812 muchos americanos, después gene-
rales y revolucionarios en su patria, como San Martín,
O'Higgins, y el mismo Bolívar, y aunque hemos repro-
ducido en otro artículo las confesiones de Pueyrredón
á este propósito, algunas de la Historia de la expedición
libertadora del Perú no deben quedar en olvido. «La
»idea de la masonería política como palanca revoluciona-
»ria aplicada á América , dice el escritor citado en la
«página 17 del tomo primero, no es de San Martín, sino de
» Miranda, quien le dio cuerpo en el siglo pasado, fun-
» dando en Londres una logia para independizar (¡qué
» verbo, santo Dios!) á Venezuela. De aquí tomó pie otra
» institución análoga, que se formó en Europa á principios
» de este siglo , con el nombre de Sociedad Lantaro ó de
^los caballeros racionales , destinada á sublevar la Amé-
»rica. Tenía su centro en Londres y una de sus ramifica-
» clones ó ventas en Cádiz. »
Con ser esta palanca tan poderosa, ni la ayuda de In-
glaterra y los flamantes Estados Unidos , ni la misma su-
blevación de nuestro ejército en las Cabezas de San Juan,
hubieran probablemente hecho morder el polvo al mar-
qués de laConcordia si en el gobierno del Perú continuara.
Dedúcese de ese dato y de los que ya hemos dado en
otros artículos , que Pueyrredón primero , y San Martín
después , ó ambos á un tiempo , llevaron la masonería á
las orillas del Plata ; pero este último hizo más por la in-
dependencia, organizando el ejército de Chile á la manera
masónica, si bien quizá, por esta misma causa, por haber
222 LA ESPAÑA MODERNA.
establecido un régimen severo en aquellas tropas allega-
dizas , no perdieron su fuerza tan pronto las ideas autori-
tarias y monárquicas, que tanta remora habían de ser á la
consolidación de la República en los primeros años de su
triunfo. También lo dilató no poco el general arequipense
D. José Manuel de Goyeneche, después conde de Guaqui,
leal servidor de España, que desplegó condiciones de
gran soldado, un tanto oscurecidas por sus instintos de
crueldad, que autorizaron las represalias del demagogo
Castelli en Córdoba, cuando fusiló al virrey de Buenos
Aires D. Santiago Liniers, depuesto por la Junta, al ge-
neral Nieto , al coronel Córdoba y al intendente Sanz .
Los varios trances de la guerra y la situación angus-
tiosa de Abascal se hallan perfectamente descritas en un
párrafo del Sr. Bulnes , harto flojo por el estilo , pero exac-
to y elevado por el pensamiento. Al hablar del reemplazo
del general Belgrano por San Martín en la dictadura de
Buenos Aires , dice que éste « recorrió con la vista el glo-
»rioso cuadro de la revolución argentina, que luchaba (en
»las mesetas del alto Perú) desde 1810, alternativamente
^vencedora y vencida...., flujo y reflujo de sangre que con-
» sumía el patriotismo, los hombres, el dinero, sin que la
» solución avanzara.... El virrey Abascal, que abrazaba á
»su vez aquel conjunto con profunda claridad, miraba el
»Perú como la base de sus recursos, y podía echar sus
» ejércitos á la Argentina , porque tenía segura su base,
» que era el Perú, y su flanco, que era el desierto de Chile».
San Martín se propuso cortarle esa base , plan digno
de un buen estratégico , y que se realizó á la postre , aun-
que no en tiempos de Abascal, ni por culpa de su sucesor
Pezuela. Ambos, por lo contrario, podían creer vencida
la insurrección americana en 181 6, pues la derrota de los
argentinos en Viluma había sido tan completa como la de
REVISTA ULTRAMARINA. 22-)
los chilenos en Bancagua, quedando sólo en el campo
guerrillas de gauchos y montaneros , que fueron después
la diversión del ejército español, mientras con auxiHo de
los ingleses y norte-americanos organizaba San Martín
su gran expedición libertadora. Abascal aprovechó tan
feliz coyuntura para abandonar el mando , y pudo decir
al país en su proclama de despedida :
......Nadie puede disputarme la grata satisfacción
» que experimento al recordar que he estado constituido
»por la Providencia á su cabeza (del Perú), empleando
» mis incesantes desvelos y afanes en conservarle libre de
»los estragos de la discordia.... ¿Qué otra recompensa
» podría colmar mi ambición que ver desde las márgenes
» del Río de la Plata hasta el Istmo de Panamá reposar en
» paz y fraternal contento á los que se hallaban antes arma-
>dos unos contra otros, sin adelantar más que su exter-
»minio y su deshonra?» La perspicacia de que dio hartas
pruebas el marqués de la Concordia, ¿le permitiría fun-
dar tantas ilusiones en lo futuro como en lo presente?
Terminaremos encareciendo otra vez más el sensato
espíritu que anima las obras de los Sres. Bulnes y Lava-
lle, riquísimo arsenal la primera de documentos de gran-
de importancia, por cuya razón hemos de volver á me-
nudo á utilizarla , y puramente anecdótica la segunda,
que antes que biografía á la moderna es un caluroso pa-
negírico del penúltimo virrey legítimo del Perú. Por lo
mismo que el Sr. Bulnes lo califica con razón de azote y
obstáculo invencible de la independencia americana,
prueba claramente con sus elogios , no menos calurosos
que los del escritor chileno , el buen sentido y la impar-
cialidad histórica de las nuevas generaciones literarias.
V. Barrantes.
ÍNDICE
IX
Páginas.
SECCIÓN EXTRANJERA.
Guillermo de Humholdt y Carlota Diede, por Víctor Cherbuliez 5
Enrique Heine, por Teófilo Gautier 27
Arthur, por Alfonso Daudet 39
Cómo se engaña á las mujeres , por Teodoro de Banville 46
Proudhony Courbet, por Emilio Zola 55
SECCIÓN HISPANO-ULTRAMARINA.
La democracia en Europa y América, por A. Cánovas del Castillo. . . 75
VX La mujer española, por Emilia Pardo Bazán lOi
Verdades poéticas , Consideraciones sobre el libro de este título pu-
blicado por Melchor de Palau. Prólogo de D. José R. Carracido,
por Juan Valera 115
El moderno Anticristo (Ernesto Renán), por Fray Zacarías Martínez,
Agustiniano 125
Cartas al Sr. D. Juan Valera sobre asuntos americanos , por Rafael
M. Merchán 143
Rataplán, por José M. Matheu 166
Apuntes para un diccionario de escritoras españolas del siglo XIX, por
M. Ossorio y Bernard 183
Revista ultramarina , por V. Barrantes 203
/
AÑO n. NUM. XVIII,
LA
ESPAÑA MODERNA
(REVISTA IBERO-AMERICANA)
Director propietario : J, LÁZARO
j UN 10-1 890
MADRID
IMPílENTA DE ANTONIO PÉREZ DUBRULL
Flor Baja, 22
Para la reproducción de los artículos
comprendidos en el presente tomo, es in-
dispensable el permiso del Director pro-
pietario de La España Moderna.
Sección Hispano -Ultramarina.
LA MUJER ESPAÑOLA
II
LA ARISTOCRACIA.
NO debo seguir tratando de la mujer española sin
distinguir las clases sociales en que se divide, dado
que la aristocracia, la clase media, la plebe de
las ciudades y el campo , producen tipos diferentes , aun-
que ofrezcan afinidades que revelan la unidad nacional y
el parentesco de raza.
Al nombrar á la an .tocracia, nos acordamos en pri-
mer término de la familia Real , la cual es un gineceo,
pues se compone de cuatro ó cinco mujeres y una cria-
tura. No todas estas mujeres son españolas: la Regente
es austríaca, y la infanta Paz, por su matrimonio , está
naturalizada en Baviera. Pero la Reina abuela, más co-
nocida por Isabel II, tiene un sello castizo innegable.
Desenfadada y aguda; compasiva y burlona; vertiendo
gracia á raudales ; llana con todo el mundo ; supliendo
)
I
LA ESPAÑA MODERNA.
las graves deficiencias de su cultura é instrucción con la
viveza de su ingenio, la reina Isabel (juzgue la historia
su conducta política, yo ahora sólo trato de su carácter)
es un ejemplar neto de españolismo : si no es la ínujer es-
pañola por antonomasia, es lo que llamaría Taine un tipo
representativo de bastantes españolas de la generación
pasada. Su hija la infanta Isabel , condesa de Girgenti,
tampoco desmiente la tierra en que nació. Familiar en su
conversación; activa como nadie; sin apego á la etiqueta;
de genio resuelto y franco , la infanta Isabel practica la
virtud muy al modo español, sin repulgos, sensiblerías
ni melindres, sin pruderie de ninguna especie. Lo que la
diferencia del grupo de mujeres españolas en que podría-
mos clasificarla , es una independencia varonil , una afi-
ción al sport y á los ejercicios corporales, que parecen
más propias de la raza sajona. No puede negarse á la in-
fanta Isabel personalidad , condición que la hace muy
simpática y la aproxima á las mujeres del Renacimiento.
La infanta Paz ostenta aficiones delicadas , como pintar y
hacer versos , pero no llega nunca á evidenciar un tem-
peramento artístico ; y la infanta Eulalia , elegante y ner-
viosa, no ha logrado distinguirse por ningún estilo de la
multitud de damas que adornan los saraos y agradan á
los ojos con su gentileza.
Descartada la famiha real, las mujeres de la aristo-
cracia,— así la de sangre como la financiera ó la que pro-
cede de recientes glorias militares y políticas, — son las
peor reputadas de España toda. Ya probaré que es una
injusticia ; pero tengo que empezar consignando el hecho.
El pueblo de Madrid, que ve pasar en rápidas y mue-
lles carrozas , lujosa y caprichosamente ataviadas , á unas
cuantas docenas de mujeres, siempre las mismas; la clase
media ó el forastero provinciano que desde el paraíso del
LA MUJER ESPAÑOLA.
teatro Real distingue á esas propias mujeres recostadas
en sus palcos, resplandecientes de pedrería y con los
hombros y los brazos desnudos ; que devora en los perió-
dicos las « revistas de salones » y los « ecos mundanos » y
lleva cuenta de los encajes de cada trousseau y los me-
tros de terciopelo de cada cola ; que oye resonar ciertos
nombres con la insolencia de la belleza, la riqueza y la
dicha , al sentir diariamente el aguijón de la envidia y el
escocimiento del amor propio , se inclina á creer y repetir
que las señoras del gran mundo son todas una especie de
Cleopatras ó Julias, tan dispuestas á beberse infusión
de perlas en vinagre , como á perderse hoy con César y
mañana con los gladiadores del circo. He observado, — y
no me parece muy trillada esta observación, — que el au-
ditorio , coro ó galerie que siempre tienen las clases ele-
vadas , la muchedumbre que observa y glosa sus menores
actos, no mira en esas clases más que á un sexo : el feme-
nino. En la mujer personifica los vicios y virtudes de la
clase; y sea que, por efecto de la dualidad del criterio
moral que rige para los dos sexos, imagine que al hombre
todo le es lícito , sea porque el lujo del hombre no se
ostenta, como el de la mujer, en exterioridades que des-
piertan la envidia, el caso es que los tiros de la maledi-
cencia y las acusaciones dirigidas contra la high Ufe to-
man siempre por pretexto la conducta de la mujer. Que
el aristócrata sea haragán, derrochador, desenfrenado,
frivolo , ocioso ; que viva sumido en la ignorancia y la
pereza; que sólo piense, como aquel majo de la célebre
sátira, en toros y caballos; que no sirva de nada á su
patria en particular , ni en general á la causa de la civi-
lización, eso no asusta á las gentes; lo inaudito, lo que
nos conduce á la «decadencia» y al «Bajo Imperio» en
derechura , es que se sospeche que la marquesa Tres Es-
8 LA ESPAÑA MODERNA.
trellas tiene un arreglo, ó que haya bajado dos centíme-
tros la línea del escote.
Para quien no vive en las esferas de la alta sociedad,
ni posee la rara virtud de hacerse cargo, son delitos y
crímenes una multitud de acciones indiferentes en sí, que
las damas aristocráticas ejecutan , ó porque se lo exige su
posición, ó por llenar el vacío de su existencia, ó por
ajustarse á los cánones de la moda. El pueblo, y más aún
la menesterosa clase media, que es quien elabora la
opinión, no admite que no sea una perdida la mujer que
gasta al año algunos miles de duros en ropa y alhajas;
que asiste á las carreras en lando á la d'Aumont ó en
mail-coachy y merienda allí emparedados, champagne y
manzanilla ; que. quita tela del corpino y la arrastra en
la falda ; que perfuma el acolchado de sus batas ; que usa
á diario medias de seda ; que come bien y con sibaritis-
mo, y que al terminar la comida, después de saboreado
el café, enciende un cigarrillo turco. Todo esto se le figu-
ra al español indicio de la mayor depravación y maldad ;
3^ de cada detalle análogo que sorprende, deduce una
vida de regodeo y crápula , y supone que esta vida es la
de todas las señoras del gran mundo.
Es indudable que algunas viven muy superficialmente,
no pensando sino en adornos, fruslerías y diversiones.
Pero sobre que esto nace más bien de poco seso que de
inmoralidad, es preciso antes de condenarlo ver si los
hombres, de quienes recibe la mujer el impulso moral, la
dan mejores ejemplos. No vacilo en afirmar que no, y que
el sexo masculino aristocrático peca de frivolidad tanto ó
más que el femenino. Y en el hombre tiene este pecado
menos excusa. La mujer, al ser frivola, al vivir entre el
modisto y el peluquero, no hace sino permanecer en el
terreno á que la tiene relegada el hombre , y sostener su
LA MUJER ESPAÑOLA. 9
papel de mueble de lujo. Suele decirse que en España las
mujeres no pueden desempeñar más cargos que el de es-
tanqueras ó reinas , á lo cual ha venido á añadirse última-
mente el de telegrafistas y telefonistas. El hombre, en
cambio , tiene abiertos todos los caminos y todos los hori-
zontes ; y si nuestra aristocracia masculina quisiese pesar
é inñuir en los destinos de su país , y ser clase directiva
en el sentido más hermoso y noble de la palabra, nadie
se lo impediría, y se lo alabaríamos todos.
Sin embargo , no es tan general como se cree el que las
damas aristocráticas estén exclusivamente entregadas al
lujo y la molicie. Muchas viven en modesto retraimiento;
son numerosas las que se consagran al hogar y á vigilar
de cerca la educación de sus hijos; bastantes ocupan sus
horas con la caridad ó la devoción, y algunas manifies-
tan loable interés por las cuestiones de la literatura, del
arte ó de la ciencia, y hasta del progreso agrícola é in-
dustrial. Estas últimas las cito como excepción; pero sería
injusto no elogiar el buen gusto literario de la marquesa
de Casa-Loring , y la fecunda actividad é iniciativa de la
duquesa Ángela de Medinaceli (ya quisieran parecerse á
esta señora muchos hombres de su misma clase social).
No han sido varones , sino damas de la aristocracia , las
que se han interesado siempre por la poesía nacional, que
representa Zorrilla ; y no han sido varones , sino damas
de la aristocracia , quienes primero ensalzaron y llevaron
en palmas al ilustre Menéndez y Pelayo. Conocido es el
intelectualismo de todas las señoras de la famiha Rivas;
y bien ha probado su entusiasmo por los dones de la inte-
ligencia la bella hija de los marqueses de Sotomayor, pre-
firiendo á Cánovas del Castillo, y desdeñando á una turba
de pretendientes de sangre azul en campo de oro. De vir-
tud esplendorosa no quiero citar ejemplos , porque pare-
I o LA ESPAÑA MODERNA.
cería ofensa para las que no citase ; perdone , pues , la
condesa de Superunda que sólo la mencione aquí recor-
dando la claridad de su entendimiento y la seriedad inte-
rior de su vida.
Yo que he defendido mil veces el buen nombre de las
damas del gran mundo contra acusadores que (lo creo
firmemente) nunca habían visto de cerca á una sola , al
ver que no se convencían estos austeros moralistas im-
provisados , acudía á la prueba testimonial , y les rogaba
que me fuesen nombrando una por una á las evidente-
mente livianas (á quienes, repito, no trataban), y yo en
cambio les nombraría á las indudablemente honestas
(escogidas entre gente que yo podía conocer). «Bien
comprende V. (añadía dirigiéndome á mi interlocutor),
que si , en efecto , las señoras del gran mundo están tan
corrompidas y desastradas como V. dice, es fácil para V.
convencerme con nombres y más nombres. Y como la
falta principal que V. imputa á esas señoras es la que
abre más campo á la calumnia , y si da la gente en supo-
nerla, ya es como si se hubiese cometido, ni replicar
podré á los argumentos que V. aduzca. Vengan, pues,
nombres. » Entonces mi adversario me nombraba sobre
media docena, la media docena eterna, invariable, que
da incesante pasto á la murmuración y materia á la cró-
nica escandalosa ; la media docena cuya leyenda ha
trascendido á provincias , y sospecho que á Ultramar y
al extranjero también ; yo en cambio enumeraba familias
enteras, cientos de señoras, y una vez hasta llegué á
coger la Guía Oficial , donde está el catálogo de la no-
bleza , y permitir al moralista que señalase con una cruz
las que consideraba culpables. Recuerdo que nunca pudo
llegar á completar el Vía-Crucis.
Mas ¿ quién desarraiga una preocupación tan exten-
LA MUJER ESPAÑOLA. 1 I
dida? ¿Quién combate ideas como las de cierta señora de
provincia, que, habiendo leído en no sé qué periódico que
las damas aristocráticas adornaban los zapatos de baile
con hebillas de diamantes , alzó el grito y juró que no
podía ser mujer honrada la que usaba brillantes en los
pies , y que no sabía cómo los maridos de esas señoras
no las encerraban en las Arrepentidas?
En esta especie de conjuración contra la buena fama
de las damas encopetadas han tomado bastante parte el
teatro y la novela. Sea porque al público le divierte y
halaga la pintura del vicio en las altas clases , ó porque
la preocupación de que antes hablé trasciende hasta los
literatos, ello es que las duquesas, marquesas y con-
desas que salen en dramas y libros son casi siempre el
mismo diablo de perversas y fatales. No hace mucho
que uno de nuestros primeros novelistas , Pereda , dio á
luz una novela de costumbres aristocráticas , titulada :
La MontálveB , donde las señoras y señoritas del gran
mundo salen haciendo verdaderos horrores. Yo creo que
en Pereaa, muy enemigo de la vida de la corte , influyó
lo que llamo la leyenda provinciana : si el novelista hu-
biese querido frecuentar el gran mundo, su pintura sería
más justa, y no haría de la excepción la regla general.
No salen mejor libradas las señoras en las novelas de
otro autor de gran valía, el Jesuíta P. Coloma ; pero en
éste , Li sotana expUca ciertas apreciaciones excesiva-
mente rígidas sobre bailes, saraos, trajes y distracciones
propias de la aristocracia.
La educación que reciben las señoritas de la nobleza
se resiente, en mi entender, de dos defectos. Es floja y es
muy extranjerizada. Floja, porque no se funda en estu-
dios robustos y sinceros, ni pasa de la superficie; extran-
jerizada, porque los colegios, las institutrices , las pro-
12 LA ESPAÑA MODERNA.
fesoras , las niñeras y las ayas , todo , para ser elegante
y correcto, ha de venir de Francia, Alemania ó Inglate-
rra. Así pierde cada día más la mujer el carácter nacio-
nal y la fisonomía propia. Nunca he entrado en un gabi-
nete ó tocador elegante , que mi instinto de observadora
y de novelista no me impulsase á registrar el libro que,
forrado en rica tela antigua , descansaba sobre el vela-
dorcillo ó el canto de la chimenea. De diez veces, nueve
era una novela francesa , género azucarado , Ohnet,
Feuillet ó Cherbuliez ; casi nunca un libro místico ó his-
tórico ; jamás una novela española, porque para el gusto
de estos paladares , acostumbrados á bomboncitos fran-
ceses servidos en caja de raso , las novelas españolas
son ordinarias. Una dama que, como la condesa-duquesa
de Benavente , siga con interés y aplauso la marcha de
nuestra novela moderna, ó, como la duquesa de Mandas,
haya leído y entendido bien obras de prehistoria y geo-
logía , es honrosa excepción.
No cabe duda: una mujer que por su posición desaho-
gada y lo bien organizado de su servidumbre no necesita
dedicar mucho tiempo á las faenas domésticas ; que ya
no vive claustralmente como se vivía en el siglo xviii ; á
quien se le caen encima, como decimos aquí, las cuatro
paredes de su casa, porque el hombre la deserta para
correr á sus diversiones y quehaceres, necesita una gran
superioridad de espíritu para no abandonarse á la exis-
tencia baldía de visitas, paseos, teatro Real y saraos;
pensar en algo más que en las oscilaciones de la moda,
y ser fuerte y reñexiva. Muchas veces es la vanidad del
marido quien la empuja á gastos, exhibiciones y compe-
tencias de lujo , si ya no es que con su indiferencia y aban-
dono la obliga á buscar el aturdimiento y el vértigo. Cir-
cunstancias atenuantes que no admitirán los que quieren
LA MUJER ESPAÑOLA. 1 3
á la mujer impecable é impasible , pero que el psicólogo
nunca desdeña.
El físico de las damas de la nobleza española es , por
lo regular, hermoso y arrogante; pero va escaseando ya
el tipo de belleza nacional. La mujer de estatura mediana,
cintura leve y redonda, movimientos ondulantes y lángui-
dos ó arrebatados y airosos, ojos negros expresivos y
pestañudos, boca algo pálida, tez morena y pelo como la
tinta, va cediendo el paso ala rubia carnosa, conocida
aquí por tipo á lo Rubens. Hay infinitas rubias en Madrid.
Verdad que muchas no son rubias , sino que se enrubian
con tinte. Otro tipo abunda en la aristocracia, y ese me
parece muy antiguo en ella: es el rubio pálido, anemiado,
de cara larga , de labio inferior saliente y desdeñoso, que
reprodujeron los grandes pintores retratistas como Pan-
toja y Velázquez. Á falta de belleza, este tipo respira
distinción.
Créese que la traída de aguas del Lozoya y el cambio
de clima y de atmósfera que fué consecuencia de ella,
han modificado el aspecto de las damas de Madrid, dán-
doles más frescura y más carne. Para mí es evidente que
en la pérdida del tipo nacional entra por mucho la varia-
ción del traje , la adopción de modas creadas por otras
razas muy diferentes de la nuestra, y que si á ellas les
sientan bien, á nosotras nos desfiguran. La mujer espa-
ñola había encontrado la fórmula de su ropaje en los tra-
jes de la época de Carlos IV: la falda corta de raso, el
zapatito escotado , y sobre todo la misteriosa , voluptuosa
y poética mantilla negra ó blanca , son irreemplazables
para un tipo femenil más gracioso que realmente bello.
La moda actual, las telas gruesas, los colores apagados,
las prendas de corte masculino, de procedencia inglesa,
los impermeables y abrigos largos, la bota de suela fuerte
1 4 LA ESPAÑA MODERNA.
y ancho tacón , y más que nada el sombrero-capota fran-
cés , son otros tantos enemigos de la hermosura española.
Una mujer de cuello largo y espalda recta, como la in-
glesa , estará perfectamente con camisolín y corbata de
hombre; una mujer de tez muy blanca y fresca no per-
derá aunque use los medios tonos grises, beige y nutria;
una mujer alta podrá parecer airosa con un abrigo que
la cubra de pies á cabeza ; pero la española , pequeña , mo-
rena, redondeada, curvilínea, necesita atavíos de otra
clase y modas adecuadas á su forma natural. El tipo
clásico parece mejor conservado entre las chulas de los
barrios bajos que en la aristocracia; pero se debe á que
la chula viste aún de un modo que remeda el vestir del
pasado siglo: se calza y se peina á la española, y se en-
vuelve en el mantón de Manila bordado de colorines.
Cuando las señoras del gran mundo sacan la mantilla de
fondo , los días de Semana Santa , en seguida vuelve á
brillar, como un diamante montado sobre carbón, el tipo
clásico en toda su gracia genuina.
Todo turista de instintos artísticos lamenta, al vi-
sitar á España, la desaparición de la mantilla. Un refu-
gio le quedaba, aparte de los días de Jueves y Viernes
Santo : las corridas de toros. Pero hasta de ese último
atrincheramiento la arrojó la moda. Hoy lo elegante y
distinguido es ir á los toros de sombrero (cuanto más
exagerado mejor) ; y si se ha de decir la verdad pura, lo
elegante es no ir á los toros nunca , y preferir las carre-
ras de caballos, con el teje-maneje délas apuestas, el pu-
gilato de ostentación del desfile y la exhibición de los
trajes estrepitosos y veraniegos. La afición á los toros,
— que es la verdaderamente española, la que nosotros
tenemos en la masa de la sangre , — solo permanece entre
los hombres , las chulas y el pueblo ; la clase media, que
LA MUJER ESPAÑOLA. I 5
siempre procura imitar á la aristocracia, ha desertado
de la plaza, y la mujer española, cuyo sistema nervioso
va afinándose tanto, que ya no soporta los «dramas tris-
tes» , no puede tampoco resistir las emociones taurinas,
que la propaganda filantrópica le ha pintado como geme-
las de las del Coliseo romano.
Emilia Pardo Bazán.
LA DEMOCRACIA EN EUROPA
Y AMÉRICA.
V Y ÚLTIMO.
NO voy á tratar expresamente ahora del régimen
vigente en Francia, y mucho menos de su Go-
bierno actual. Mi intento es hablar sólo de los
principios teóricos de la democracia francesa, conocida
por demás , en sus actuaciones ó revoluciones sucesivas,
de todos nosotros, para que deba detenerme en ella
tanto como hasta aquí en otras. No haría eso , aunque el
tiempo, que me falta ya tanto, me sobrase. Bien sabido
es que fuera del Catolicismo y la Monarquía legítima,
históricas bases de la Nación española, los legisladores
de Cádiz nos construyeron un Estado ideal sobre los
principios corrientes de Rousseau , y parecidísimo al de
la Constitución francesa de 1791 ; de la cual se dijo, con
razón, «que contenía sobrada RepúbHca para Monar-
quía, y sobrada Monarquía para República». De la Cons-
titución de 18 1 2 pudo decirse también lo que reciente-
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMERICA.
mente ha dicho de la de 179 1 un publicista liberal de
Francia ; es á saber : « Que parecía tener por objeto pro-
vocar incesantes choques y conflictos en el mecanismo
constitucional {')^>. Pero no tratemos ahora del tiempo
pasado. Lo cierto, en tanto, es que la famosa Declara-
ción de los derechos del hombre y del ciudadano, con
su sentido especulativo , individualista , inorgánico , sec-
tario , y por todo esto junto deficiente é intolerante , goza
ai1n entre nuestros vecinos bastante crédito para que su
aniversario se haya celebrado con una apoteosis,' más
que por ellos, merecida por el trabajo, verdadero genio
tutelar de la Nación francesa. No quiere esto decir que,
ni aun dentro de la escuela democrática , sus publicistas
todos rindan fanático culto al texto concreto de los prin-
cipios de 1789 ('). Pero cuando han penetrado éstos tan
profundamente en gran parte de los continentes europeo
y americano , y hasta en los mismos Estados Unidos de
nuestros días, ¿qué tiene de extraño, después de todo,
que se les siga en Francia tomando por norte, y que más
ó menos hayan hasta aquí informado su régimen polí-
tico , lo propio bajo la Monarquía parlamentaria que bajo
el Imperio autoritario y la República? La leyenda misma
los protege, porque, al parecer, hay poblaciones fran-
cesas que piensan que sólo desde ellos, y por ellos, la
dignidad humana , la propiedad libre , y la igualdad ante
la justicia existen, como si antes y después no hubiesen
gozado , y frecuentemente con mayor seguridad , los an-
glo-sajones, tales bienes en los dos grandes pedazos de
su nacionalidad.
Ocioso parece que añada que , en mi concepto , queda
( I ) Th. Ferneuil : Les principes de ijS^ et la science sociale : Cculom-
miers, 1889.
(2) Ferneuil, ya citado, y Pafjl Laffitte : Le suffrage universel et
le rcgime parlamentaire : París, 1888.
^m
LA ESPAÑA MODERNA.
poca historia en Francia para equilibrar cuanto conviene
los precipitados impulsos orgánicos, que, más bien que
organizar, por lo común desorganizan la democracia mo-
derna. De cuanto antes he expuesto, se induciría fácil-
mente. Pero lo histórico, dicho sea con imparcialidad,
todavía es más imposible de crear arbitrariamente,
cuando ya en realidad no existe , que lo nuevo, por in-
consistente que sea esto último después. De aquí la
dificultad extrema del problema político en general,
dentra de aquella Nación , por tantos otros títulos envi-
diable. Suponiendo que la República sea su definitiva
forma de gobierno , cosa que ni niego ni afirmo , quedará
el tiempo encargado de demostrar si, con efecto, es po-
sible una RepúbHca unitaria , porque nada puede ense-
ñarnos acerca de eso el ejemplo de las Confederaciones
anglo-americana y helvética. Son históricas obras estas,
que no quiere Francia imitar, enamorada, y no sin mo-
tivo, de su unidad armónica y sana por una parte,
mirando siempre, por otra, á las conveniencias de
su organización y acción militar. Pero, aunque quisie-
ra , no por eso resucitarían de verdad sus antiguas au-
tonomías bretona ó borgoñona, por ejemplo, ni el espí-
ritu aparte que hace menos tiempo distinguía de sus
habitadores franceses, á los flamencos, alemanes y es-
pañoles, por no contar los itahanos, que aún no son tan
franceses como otros. Francia no encierra elementos
ningunos federales , y tampoco es bastante desgraciada
para abrigar en su seno la más mínima cantidad de sepa-
ratistas disfrazados. Ya he dicho de antemano, y repe-
tirlo fuera inútil, lo que las federaciones piden á la rea-
lidad preexistente. Por otro lado, ni tiene hoy Francia,
ni Dios sabe si tendrá por cimiento jamás su forma
política constituida, sea ella la que se quiera, el único
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMERICA. I9
bastante hondo y firme para hacerlas eternas , es decir,
la aquiescencia universal. Todas las Repúblicas de Amé-
rica poseen esta fundamental condición, como probó
México pocos años ha , de igual modo que los Estados
Unidos y Suiza. En Francia , por el contrario , ni la Repú-
blica , ni la Monarquía legítima , ni el Imperio , pueden ya
aspirar á poseerla. Nada de esto que, á mi juicio, le falta
á la democracia francesa para igualar á sus hermanas,
depende de ella ; pero sin lo que no tiene , ni puede tener,
vive, y habrá de vivir por fuerza.
El principio de la soberanía está , en cambio , allí , en-
carnado clarísimamente. Rige la Nación el titulado su-
fragio universal directo ; sin límite en el vario derecho
cantonal ó particularista , sin freno ninguno para sus ma-
yorías volubles. La total soberanía se ejerce á su nom-
bre, y él es el amo efectivamente, como los franceses de
todos los partidos reconocen. De su inteligencia y su mo-
deración ; de la realidad de su concurso , por una parte
convencido y por otra sin egoísmo ni desfallecimiento ;
del recto ejercicio, en fin, de su no compartida soberanía,
espérase allí el posible bien. Ninguna mitigación á la ley
del número; dondequiera resuelve la mayoría absoluta:
en los comicios, en el Senado, en la Cámara délos Dipu-
tados , en la Asamblea Nacional, delegación suprema del
pueblo y verdadera cabeza del Estado. Esa representa-
ción constante distingue de la democracia absoluta ó di-
recta el actual sistema francés ; pero ninguna hay tan
pura, como en éste, entre las representativas. Fáltales
sólo el referendtmt á los ciudadanos de la Nación vecina
para seguir en rigor democrático inmediatamente á los
de la Lansgemeinde helvética. Sin embargo, ya que el
reunirse todos los republicanos franceses á deliberar en
una pradera, como los de Uri, no sea hacedero, llevan-
20 LA ESPAÑA MODERNA.
les á estos mismos la ventaja de que ejercen la soberanía
totalmente, no una parte sola y desnuda de lo más im-
portante , reservado siempre á la Confederación donde
existe. De todo lo cual resulta que no puede quejarse
Francia hoy de que sus instituciones coarten la libertad,
dependiendo de la mayoría absoluta de sus hijos que sea
aquélla en su suelo moral y jurídica , no semejante á la
que se titula natural, por no aplicarle peor nombre.
Si la laboriosidad , la inteligencia , el saber , el honrado
espíritu de economía , las grandes cualidades de los indi-
viduos bastaran, contemplaría sin duda el mundo con to-
tal confianza el Estado francés , que tiene bajo su direc-
ción el movimiento de una de las mayores y más fecundas
fuerzas humanas. Pero los hombres están no menos in-
fluidos por sus instituciones que las instituciones por los
hombres. Preciso será, por tanto, que sin cesar estudien
las suyas nuestros vecinos , para hacerlas realmente me-
jores, que no para alterarlas apasionada y caprichosa-
mente. La delicadeza de relaciones que el régimen de
gabinete que ensayan exige, entre los poderes distintos
y los que los ejercen, ¿serán para manejados por una
mano por naturaleza tan ruda como la del sufragio uni-
versal? Dúdanlo no pocos republicanos sinceros, por lo
cual hay quien piense allí en el régimen deficientemente
distinguido con el nombre de representativo, es decir,
con suprimir los ministros responsables ante las Cámaras.
Al propio tiempo , la presidencia actual de la República
no se deriva de la designación popular inmediata ni me-
diata por el recelo que en aquellos republicanos origina
el procedimiento plebiscitario , tan conocido en la mo-
derna historia de Francia ; pero con y sin ministros res-
ponsables, bien puede ser de ese modo un juguete en
manos de las Cámaras que lo nombran y enfrente del su-
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 21
fragio universal, que directamente no lo conoce. Logra-
rán , en todo caso , las cualidades personales de lo§ Pre-
sidentes , hacer respetable su autoridad en circunstancias
ordinarias; pero en las extraordinarias, que siempre están
cerca de una Nación militar , y aun de una democracia
mal equilibrada , sentiráse , en mi concepto , la necesidad
de un hombre como Lincoln, de más origen y prestigio
popular. El poder legislativo está por su lado dividido en
dos ; pero aquel Senado no presenta derechos propios en-
frente de la representación directa de la Nación, como
los compuestos de mandatarios de cantones ó Estados
soberanos. Nadie negará que sea el Senado francés ahora,
emanación lejana del sufragio universal, una obra de
todo punto artificiosa ; y tal vez ganaría con que se le
constituyera en una directa y exclusiva representación
de las municipahdades como tales , elemento único éste
que allí tenga aún algo de histórico, no obstante la uni-
formidad oficial impuesta entre nuestros vecinos á las lo-
calidades por una larga y enérgica centralización. No en
vano los que hemos asistido á las últimas elecciones,
mejor que los que sólo tienen noticia de ellas por los pe-
riódicos , podemos testificar que , así los que votaban
como los que no , parecían conformes sobre lo siguiente:
que en la nueva composición de la Cámara de los Diputa-
dos exclusivamente consistía , cual si hubiera una sola,
no ya la futura suerte del ministerio, ni de un partido, ni
siquiera del Presidente , sino la de la forma misma de Go
bierno.
Y, con efecto, bajo un régimen de gabinete por el
estilo del que la República francesa conserva, ¿qué me-
dios de existencia le quedan tampoco á un Presidente sin
mayoría en la Cámara de los Diputados? Ningún gabi-
nete inglés vive así tampoco ; pero detrás de él hay al
22 LA ESPAÑA MODERNA.
cabo un jefe del Poder ejecutivo inamovible, unánime-
mente aceptado , defendido por los ciudadanos activos y
por los habitantes que no lo son en ambos sexos; poder con
eficacia moderador, porque su inmensa autoridad moral
lo erige fácilmente en arbitro ; que cede sin aminorarse,
porque su indiscutibilidad y su inviolabilidad efectivas lo
ponen al abrigo de los menosprecios de la flaqueza. Pero
supongamos suprimido el gabinete', ¿qué poder, de todos
modos , hubiera quedado en Francia capaz de luchar con-
tra una mayoría enemiga recién elegida por el sufragio
universal, como ha solido y suele luchar, con ventaja,
el Presidente de los Estados Unidos contra el Congreso?
No resulta ya aquí que, tomado en conjunto, el régimen
que vulgarmente se apellida representativo , ni en las
Monarquías ni en las RepúbUcas , ofrezca ventaja sobre
el parlamentario , y aun me parece muy inferior al de
gabinete de verdad , al de gabinete en Inglaterra , ó sea
á aquel que arranca de un cuerpo electoral que puede y
quiere ser independiente. Pero, dígolo con verdad, en
una democracia sin contrapeso alguno eficaz , como la
francesa, el régimen de gabinete me inspira aún mayo-
res recelos.
No es posible que allí haya, entre otras cosas, parti-
dos gobernantes como los que hasta aquí ha habido en
Inglaterra. Nada más distante que los grupos parlamen-
tarios que las Repúblicas francesas han conocido, del
concepto de los partidos que Burke profesaba, y que lord
John Russell prohijó en su Ensayo histórico sobre la
Constitución inglesa. Todos aquellos pensarían también
constituir corporaciones de hombres reunidos, para pro-
curar por sus esfuerzos juntos el bien del país, partiendo
de un principio común ; pero hubiera sido además preci-
so, según observó Russell, que, descartando los vicios y
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 2J
las violencias , pudiesen , como fuerzas políticas , ofrecer
á un pueblo, por su parte constituido en juez del campo,
igual libertad , seguridad personal idéntica , y más tran-
quilidad que nunca, aun sin contar con la consideración
y la gloria ('). ¿Logran parecida cosa los grupos parla-
mentarios franceses, ni por separado, ni juntos? Verdad
es que, al menos, no hay por acá partidos semejantes á
los de los Estados Unidos, en lo cual nada pierden nues-
tros vecinos. Por esta razón tal vez, mientras en la Repú-
blica anglo-americana el grito de los mejores ciudadanos
es fuera los partidos, los mejores republicanos france-
ses piden partidos á voces , y cada día con más necesidad,
al parecer. ¡Tan contigentes y variables son las cosas
políticas ! Pero , para concluir : si ningún partido en Fran-
cia es un organismo capaz de ponerse en lugar de la Na-
ción, formando un Estado extralegal, con igual ó mejor
organización y disciplina que el que las leyes establecen,
tampoco representa ninguno , en cambio , un instrumento
político que, absolutamente dentro del orden legal, al-
terne por la sola utilidad patriótica de la alternativa , que
no por peculiares intereses , con otro , en el ejercicio de
la soberanía. Esto, sin embargo, es lo que sin remedio
necesita el régimen de gabinete.
Fáltales , por otro lado , á los prupos políticos france-
ses, poderosa organización con jefes ciertos y disciplina
segura , y , aparte de esto , tribunal capaz de ponerse de
acuerdo sobre sus acciones y méritos , juzgándolos se-
rena é imparcialmente ; lo cual cabe sólo en un cuerpo
electoral que sobre lo más , y todo lo esencial , esté con-
forme. Y ¿qué se quiere? Estimo yo además que, para
que salgan buenos partidos gobernantes de un cuerpo
(i) Lord John Russell : Obra citada.
24 LA ESPAÑA MODERNA.
electoral, es conveniente también que no hagan de él
parte los que no posean por lo menos casa y hogar, cosa
que indudablemente predispone á incorporar el interés
personal en el púbHco. Mas no hay que hablar de ese
principio inglés en Francia. Hay allí, por el contrario,
sobra de electores , y partidos irreconciliables , que casi
por mitad se reparten la Nación , quedando un tanto al
acaso de tal modo los destinos del país cada cuatro años ;
hay grupos gubernamentales, más ó menos reductibles,
pero siempre sin raíces hondas ni suficiente organización
en el país , y por lo mismo sometidos á las pasiones ó los
caprichos individuales ; hay dondequiera exageración de
ideas y aspiraciones. Y, entretanto, no porque Francia
carezca de grandes partidos gobernantes , el sistema de
los grupos y de las mayorías pasajeramente formadas
por ellos , ya juntos , ya separados , deja de dar por fruto
Mw funcionalismo de que la celebrada administración de
aquel país había estado bastante libre este siglo. No los
periódicos , que bien sabemos todos que hasta de buena
fe exageran siempre , con el calor y los demás estímulos
de la diaria contienda, sino los libros políticos, más se-
rena y razonablemente escritos en esta época, lo prego-
nan. No ha llegado, con todo, allí la corrupción hasta
donde en otras partes ; ni los partidos, ni sus jefes, aun-
que quizá no impecables , suelen hacer meros instrumen-
tos de su personal provecho las instituciones ; mas éstas,
para decirlo de una vez, dejan harto más que desear en
sí mismas que las de Suiza y los Estados Unidos , consi-
derándolas desde el propio punto de vista democrático.
4if**
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 2 5
Y estoy ya tocando al término. La variedad con que,
según acabamos de ver, se ejerce aquí ó allá la sobera-
nía dentro de un mismo principio político , prueba ante
todo que José de Maistre tuvo razón al decir que basta
que una constitución pueda aplicarse á distintos pueblos,
para saber que á ninguno le conviene. Con efecto : ni la
constitución federal suiza sería aplicable del todo á los
Estados Unidos , ni ésta ni aquélla República darían á la
francesa útil modelo. En una sola cosa está toda demo-
cracia conforme, y es en no entregar el ejercicio de la
soberanía á la Nación entera. Dondequiera conservan un
Estado , por mayor ó menor número de habitantes cons-
tituido, mas nunca por todos. Tampoco existe en demo-
cracia alguna la igualdad de derechos políticos, desde
1789 ofrecida á todos los seres capaces de discurso y vo-
luntad. ¿Podrán ellas mantener así perpetuamente la
consideración del sexo , como razón generadora del de-
recho político , hasta fuera de los límites de la convenida
capitis diminiitio délas mujeres casadas, extendiéndola
á las célibes y viudas con fortuna ú oficio independientes,
instruidas , y harto más interesadas con frecuencia , que
muchísimos varones en el buen gobierno? La misma ar-
bitrariedad de los plazos de la mayoría de edad, que hace
que en los cantones suizos el derecho electoral vague en-
tre los diez y siete y los veinte años , fecha bien prolon-
gada en otras partes, ¿no tendrán que sustituirla al fin
las democracias igualitarias por una norma fisiológica
con valor científico, en vez del empirismo actual? La
Iglesia católica, que no peca de ligera , ha sido ya mucho
más generosa que ellas en este punto , reconociendo el
discurso y la voluntad en menores edades , para casos
más graves que depositar votos en las urnas. Parecida
cosa ha hecho el Derecho Penal. Y no se me hable de in-
20 LA ESPAÑA MODERNA.
convenientes, que demasiado los sé; pero son los que
lógicamente trae consigo el lujo de no parecer doctrina-
rios, y el llevará sus consecuencias los principios. El
caso es que mientras lo antedicho no se realice, la des-
igualdad de los humanos , tan reprobada á Aristóteles,
continuará en substancia. Bien lo comprenden ya Ingla-
terra y los Estados Unidos, que al compás que se demo-
cratizan, acercan indudablemente las mujeres á la vida
púbhca, sobreponiendo la lógica de un principio, no diré
al masculino orgullo , sino mayormente á las burlas que
acogen cualquier moda nueva , hasta que se hacen los
ojos, como decimos vulgarmente.
Imposible es negar , por otro lado , que en todo su con-
junto cabe sólo llamar Nación á cualquiera gente. Aquél
es quien únicamente constituye una personalidad nacio-
nal, y la gran voz de la conciencia de ésta fué la que se
oyó allá en nuestra lucha de la independencia , así como
en la Santa Rusia se oye también cuando flotan hacia
Constantinopla sus banderas. Todo lo que no sea eso,
constituye actos de soberanía del Estado , ó expresiones
de lo que se llama opinión pública j en reahdad hmitada
al privilegiado número de seres humanos que gozan de
la consideración de ciudadanos activos. La conciencia
nacional, lo repito, es otra cosa. Manifiéstase la vida en
el planeta por muy diversos modos; y es claro que esta
conciencia sin cerebro único no alcanza la variedad in-
mensa de nociones , de sentimientos , de aspiraciones , que
cabe en las individuales. Pocas , pero fundamentales
ideas; pocos, pero profundísimos sentimientos , contiene
en su particular espíritu la personalidad social ó nacio-
nal, y tampoco necesita más para sus fines providencia-
les. Si á su conciencia, verdaderamente pública, se le
pregunta por todo, y á cada instante, ó no responde ó
LA ESPAÑA MODERNA. 27
responde mal, porque es en verdad estrecha su peculiar
esfera. Pero, en cambio, cuando dentro de ésta habla,
poco menos que infalibles son sus sentencias.
Viniendo, por último, á conclusiones más prácticas, he
de decir aún que, en mi concepto , ni la bondad de las de-
mocracias en cualquiera forma constituidas, ni la de nin-
guna otra organización de Estado , entiendo yo que se
juzgarán un día por reglas abstractas : ni por las que
sentó a priori la Revolución francesa, ni por las que
desde Montesquieu, y su poco exacta teoría de la división
de poderes, se han inferido experimentalmente del feliz
resultado de las instituciones inglesas. Para mí, los tiem-
pos llegan en que un régimen político sea estimado , so-
bre todo por la aptitud que posea para mantener en or-
den al trabajo 3^ al capital, contribuyendo hasta donde
quepa á su concierto necesario. Todos los Gobiernos rin-
den algún tributo ya, aunque en mayor ó menor cuantía,
al socialismo del Estado , bien que ninguno haya adelan-
tado sus pasos tanto en esta senda como el alemán. Pero
lo más grave es hoy, bien lo sabéis , que la Iglesia cató-
lica en la propia Alemania , en Inglaterra , en Francia, y
más que en ninguna parte en los Estados Unidos, rechaza
á título de unas de sus principales leyes , la caridad , los
excesos de la concurrencia ó de ia lucha por la vida en
la regulación del trabajo. El Papa mismo ha declarado
no ha mucho que es lícita la existencia de la formidable
asociación titulada de los Caballeros del trabajo en los
Estados Unidos , con tal que respete la propiedad indivi-
dual, y que no incurra en los extravíos del socialismo re-
volucionario. Por tales caminos ya la mayor fuerza moral
que posea el mundo , reparad también que la fuerza ma-
terial más triunfante en el mismo y más gloriosa , se ha
dejado persuadir del sociaHsmo de la cátedra, del llamado
28 LA ESPAÑA MODERNA.
inexactamente socialismo católico , del socialismo con-
servador, y hasta de la nueva economía política realista,
conformes ya en una cosa , á saber : que las leyes mate-
máticas de la producción y la demanda, ni se deben, ni
se pueden aplicar á los hombres. No discuto aquí, expon-
go; no pretendo establecer, según dije ha poco , sino que
el Estado del porvenir ha de estar influido, antes que por
nada, por el hecho novísimo de que sobre los antiguos
problemas políticos claramente prepondera el problema
social.
Pues ahora bien : el más simple planteamiento de
este problema dificilísimo , obligará á prescindir de go-
biernos que no sean capaces de pasar irresistiblemente á
un tiempo sobre las minorías propietarias ó capitalistas,
y sobre las mayorías trabajadoras y proletarias , con el
ñn de que ni las primeras aprovechen las ventajas todas
de la concurrencia, ni extiendan las segundas su estricto
derecho á vivir trabajando, hasta convertirlo en más-
cara de la pereza, del apetito de lo superfluo ó del vicio.
Dígase, por otra parte , contra el socialismo y sus sis-
temas varios, cuanto se quiera , paréceme á la par esto
evidente : que en las democracias donde se reconoce por
amo al pueblo, ni siquiera es racional que los servidores
disputen al dicho amo la seguridad del sustento. De esta
compenetración de la soberanía absoluta con la pobreza
en la mayoría de los ciudadanos , fuerza será que las de-
mocracias se den cuenta exacta, no mirando sólo á los
inconsistentes diques que hábitos , respetos , ignorancia,
desconocimiento aun de las propias fuezas, mantienen to-
davía en pie, sino ala cantidad de las corrientes asola-
doras que pudieran rebasar todo cauce alguna vez. Si
para esas horas carecen las democracias de organis-
mos proporcionados á la misión primera del Estado , si
LA DEMOCRACIA EN EUROPA Y AMÉRICA. 2g
no aciertan á sobreponerse á los más, cuando haga falta,
á pesar de su dependencia absoluta del número , poca
duda será permitida, respecto á los riesgos que correrá
en sus manos el orden social.
Las mayorías, trabajadoras ó sin trabajo, totalmente
apoderadas del poder público, ¿por qué no han de dirigir
el ejercicio de su incontestada soberanía en un sentido
conforme á su erróneo concepto de la justicia, á sus de-
seos vagos y sus reales necesidades , por más que suela
esto hallarse en contradicción con las ineludibles leyes de
la desigualdad natural (')? Todas las soberanías han abu-
sado hasta aquí, y por nada ha luchado tanto el género
humano como por ir poco á poco enfrenando á las ante-
riores. ¿De qué modo se logrará esto mismo con la más
moderna? Sábelo Dios solamente ; pero no sería mucho
que para contenerla , si la contenían , engendrasen las de-
mocracias de nuevo, como engendraron ya en Grecia,
aquella clásica institución del tirano, y la dictadura con-
sular ó imperial en Roma, frutos de un propio árbol.
Parecería entonces más loable que ahora el grande Estado
alemán, donde, rindiéndose tributo á la evidencia de los
males sociales , y procurándoles el alivio posible , ya que
no total remedio , reside suficiente poder orgánico para
excluir de la cuestión la violencia brutal por todos lados,
dando lugar con el inexorable mantenimiento del orden
al tiempo y á la inteHgencia humana para adquirir por
racionales métodos mayor bienestar común , y evitar más
número de males de día en día (').No olviden las democra-
( I ) No serán suficiente obstáculo libros como el de H. C. Mailfer : De
la Dcmocratie en Europe : Saint-Denis, 1875, ni tampoco el de Henry
Maine : Popular governement : 1886.
(2) El príncipe de Bismarck ha dicho con orgullo en el Reichstag, á
propósito de esto : «II m'est permis de revendiquer pour moi la paternité
premiére de toute la politique sociale». Discours de Mr. le Frince de Bis-
marck , vol. xv , pág. 283.
30 LA ESPAÑA MODERNA.
cias individualistas , enemigas feroces del socialismo á las
veces , que está éste dentro precisamente de su propia
naturaleza, porque el poder igual de todos, aunque sea
un imposible práctico , pide que las consecuencias socia-
les para todos sean iguales también. Por eso mismo se
encuentran forzadas á mayor precaución y acción , allí
sobre todo, donde por deficiencia de la espontaneidad in-
dividual haya por fuerza de intervenir el Estado. Hoy ya
el socialismo católico, como el conservador, la Monarquía
prusiana de derecho divino como el torysmo democrático,
ó sea la democracia conservadora de D'Israeli y sus dis-
cípulos, ofrecen lecciones útiles para este caso, que los
Estados democráticos tendrán que precipitarse á apro-
vechar.
A. Cánovas del Castillo.
NOVELA-PROGRAMA
A la Sra. de R. G.
MI distinguida amiga : Hace ya meses que me
envió V. un ejemplar de LooMng backwardy
novela de Eduardo Bellamy, impresa en Boston
en 1889. En seguida di á V. las gracias por su presente ;
pero, como tengo tantas cosas que leer y tantos asuntos
á que atender, confieso que no leí la novela, y la dejé
arrinconada.
Pasó tiempo, y un día la novela cayó de nuevo por ca-
sualidad entre mis manos. Entonces reparé en una cosa
en que no había reparado antes, y que no pudo menos de
mover mi curiosidad hacia la novela. En letra mucho más
menuda que el título y por bajo de él, decía la portada :
two himdredth thoiisand.
Estas tres palabras me dieron dentera, ó, si se quiere,
envidia. Yo también soy autor, y no estoy exento de tener
envidia á otros más dichosos autores.
Las tres palabras indicaban que de la ñamante novela
se habían vendido ya doscientos mil ejemplares cuando se
32 LA ESPAÑA MODERNA.
imprimió el que yo había recibido. Desde entonces hasta
ahora ha pasado tiempo bastante para que se vendan
otros cien mil. Bien se puede afirmar, pues, que lo menos
trescientos mil ejemplares de LooMng backward han
sido ya vendidos.
En ese país y en Inglaterra hay mucha librería circu-
lante ^ y los libros además se prestan sin dificultad. No es
exageración suponer que cada ejemplar ha sido leído por
diez personas. El Sr. Bellamy, por consiguiente, puede
jactarse de que han leído ya su obra tres millones de
seres humanos. Sobre esta satisfacción de amor propio
debe de tener además el gusto más sólido y positivo, su-
poniendo que sus derechos de autor son por cada ejem-
plar no más que diez céntimos de dollar , de haber co-
brado á estas horas por su trabajo treinta mil dollar s, ó
dígase bastante más de ciento cincuenta mil pesetas de
nuestra moneda. Tan opimos derechos merecen , en ver-
dad, el pomposo nombre de royalty, realeza ^ que tienen
en inglés ; mientras que los derechos de los autores espa-
ñoles, salvo en rarísimos casos, debieran llamarse heg-
gary , mendicidad ó pobretería.
Compungido yo y descorazonado por esta considera-
ción, vengo á sospechar á veces si todo, y singularmente
los escritores, estaremos en España muy por bajo del
nivel intelectual de otros países. El que en España no se
lea no basta á explicar que no se lean nuestros hbros. Si
fueran buenos , me digo , se traducirían y leerían en otros
países , ó bien en otros países aprenderían el español para
leernos. ¿No sucede esto por dondequiera, con los libros
que se publican en Francia? En nuestra Península, y en
toda la extensión de la América hispano-parlante , ¿para
qué ocultarlo? , Zola, Flaubert y Daudet son más estima-
dos que Alarcón, que Pereda, y hasta que Pérez Galdós,
NOVELA-PROGRAMA. 33
y de seguro que se han leído y se han vendido más ejem-
plares de Nana 6 de Germinal, 6 de La Tierra y que de
Sotilesa ó de los Episodios nacionales.
Con los libros en inglés aún no sucede esto tanto en
las naciones que hablan nuestra lengua ; pero los libros
en inglés , si llegan á hacerse populares , no han menester
de nuestro tributo.
Harto se ve en Looking backward. Tal vez sea yo,
hasta ahora , gracias al ejemplar que V. me envió de pre-
sente , el único español que sabe de dicho Hbro, y de dicho
libro, con todo , se han vendido ya más ejemplares que de
ninguna de las novelas de Zola : del más glorioso y á la
moda entre los novelistas franceses.
A pesar de cuanto acabo de exponer, quiero desechar
mi abatimiento y mi modestia ; y, sin rebajar el mérito
del escritor extranjero, entiendo que son parte en la fama
y en el provecho, que á menudo alcanza, lo bonachón y
lo candoroso que es el público de otros países , donde se
rodea al escritor de gran prestigio y se le presta autori-
dad que nosotros le quitamos.
Nosotros no tenemos mala voluntad á los hombres de
letras ; pero las circunstancias nos encierran en círculo
vicioso de difícil salida. Aquí no pocos hombres de mu-
cho talento y bastantes de mediano medran, se enri-
quecen y encumbran, politiqueando, tratando de curar
enfermedades ó defendiendo pleitos. El que compone li-
bros, si no tiene rentas, ó bien si no tiene otras ingeniaturas,
permanece siempre casi pordiosero. Y de ello inferimos,
ya que el que compone libros está medio loco, ya que es
incapaz de ser político hábil, abogado con clientes ó mé-
dico con enfermos, por donde se da á Hteraturas, como
quien se da á perros, desengañado y desechado de pro-
fesiones más lucrativas.
3
34 LA ESPAÑA MODERNA.
Pero salgamos de tan tristes meditaciones crematís-
tico-literarias , y hablemos de la novela del Sr. Bellamy.
Nada más rancio , trillado y manoseado que lo funda-
mental de su argumento. Es un caso de sueño ó letargo
prolongadísimo, del cual se despierta al cabo. Ya de
Epiménides de Creta, que vivió seis siglos antes de Cristo,
se cuenta que estuvo durmiendo cincuenta y siete años.
Hermotimo de Clazomene, que floreció poco después,
echaba también siestas muy largas ; con el aditamento
de que, mientras que su cuerpo dormía, su desatado es-
píritu se paseaba por todo el universo con la rapidez del
rayo. En las edades cristianas, abundan más aún los
durmientes , empezando por los siete, que , durante la
persecución de Decio , se quedaron dormidos en una ca-
verna, y despertaron ciento cincuenta y siete años des-
pués , hallando muy cambiadas las cosas del mundo y el
cristianismo triunfante.
No sé de país donde no haya cuentos , leyendas , co-
medias y zarzuelas que se fundan en esta base. Nosotros
tenemos á nuestro D. Enrique de Villena, que desde el
siglo XV estuv.o hecho jigote, y apareció y surgió á nueva
vida en La redoma encantada de Hartzenbusch. Por lo
común , no se requiere determinación tan heroica como
la de hacerse jigote , ni siquiera se exige sueño, para dar
un brinco en el tiempo, y plantarse de súbito dos, tres
ó cuatro siglos más allá del punto de partida. Basta para
ello un éxtasis, un arrobo ola traslación real á medio
más dichoso, donde el correr del tiempo es más raudo.
Yo he leído un cuento japonés, en que un pescadorci-
11o es llevado á una isla encantada. Allí se casa con cierta
mágica princesa. Vuelve á su tierra, en su sentir al cabo
de un año, y reconoce que han pasado doscientos ó más;
que no tiene ya ni padre , ni madre , ni perrito que le ladre,
NOVELA-PROGRAMA. 3^
y que nadie en su tierra le recuerda. Atolondrado, abre
entonces unacajita , don de su princesa , cajita que le debía
servir, no abriéndola, para volver á la isla encantada; y
sale de la cajita un vapor, á manera de nubécula blanca,
que en lo alto del aire se disipa. Entonces siente que caen
sobre él , con todo su peso , los doscientos ó trescientos
años que habían pasado , y pierde la lozanía de la juven-
tud, y se trueca en un horrendo viejezuelo , que se encoge
y consume hasta que muere.
La Leyenda áurea, las vidas de los Padres del yermo,
en todo país y en diversos idiomas , están llenas de casos
semejantes, aunque menos lastimosos. Ya es un monje
que se embelesa, oyendo cantar un pajarillo, en un soto,
cerca de su convento. Vuelve al convento, creyendo
haber estado ausente una hora, y ha pasado un siglo.
Longfellow ha puesto en verso una historia de esta clase.
Ya , como en una preciosa leyenda italiana del siglo xiv,
son dos monjes que se extravían en una selva ; hallan
una barca en la margen de apacible río; se embarcan, se
dejan llevar de la corriente, y arriban al Paraíso terre-
nal. El querubín de la espada flamígera les da libre en-
trada; y Enoch y Elias los reciben y los agasajan, rega-
lan y deleitan tan maravillosa y elegantemente, que se
les hace muy cuesta arriba volver al convento , al cabo
de una semana. Pero no hay más recurso que volver.
Vuelven, y descubren que han pasado en el Paraíso Te-
rrenal la friolera de setecientos años.
La invención , pues , del Sr. Bellamy nada tiene de
inaudita. Su héroe, JuHán West, se queda dormido, en
un sueño magnético, y despierta ciento trece años des-
pués. Se duerme en 1887 y despierta en el año 2000 de
nuestra Era.
Se advierte en esto otro ingrediente capital , permita-
36 LA ESPAÑA MODERNA,
seme la expresión farmacéutica , que entra en la confec-
ción de la novela del Sr. Bellamy. La novela es profé-
tica : nos pinta lo que serán el mundo y la humanidad
dentro de poco más de un siglo.
Tampoco es esto nuevo. Pinturas proféticas por el es-
tilo, acaso más divertidas y más brillantes y pasmosas,
se han hecho en casi todas las literaturas. ¿Dónde está,
pues, el valer de la novela? ¿Cuál ha sido la causa de su
extraordinaria popularidad? A mi ver, el valer de la no-
vela es grande y la causa de los aplausos justísima. Con-
sisten en la buena fe y en el fervor con que el Sr. Bella-
my cree y espera en lo que profetiza con alegre y
profundo optimismo.
Sin duda que en Europa los descubrimientos é in-
venciones recientes de la ciencia experimental , la activi-
dad fecunda de la industria , la facilidad de las comuni-
caciones, la creciente riqueza, las máquinas, el bienes-
tar, el lujo y sus refinamientos, el telégrafo , el teléfono, el
alumbrado eléctrico, las Exposiciones universales, los
congresos de sabios y otras maravillas, han ensoberbe-
cido y alentado por todo extremo á no pocos hombres, y
les han hecho creer en un indefinido progreso humano ;
pero también esas mismas novedades, primores y ade-
lantos, han influido, en sentido opuesto, en más hombres
aún, volviéndolos canijos, descontentadizos, nerviosos y
quejumbrosos.
El pesimismo existe desde antes de Job y de Budha ;
pero pocas veces ha estado más divulgado , más razonado
y más boyante que en el día. Pocas veces ha sido, además,
más negro y desesperado en Europa : ya porque se afirma
la mayor dificultad, cuando no la imposibihdad , de ilu-
siones, de ideales, de creencias; ó como quieran llamarse,
que sirvan de compensación ó de consuelo ; ya porque se
NOVELA-PROGRAMA. -7
abultan los peligros en la resolución de urgentes y teme-
rosos problemas ; ya porque los impacientes y furiosos
quieren resolver estos problemas con desmedida violen-
cia y por virtud de los más truculentos cataclismos.
Inútil me parece detenerme en probar que, en Europa,
y singularmente en la segunda mitad de este siglo que va
llegando á su fin, hay más desesperación que esperanza,
se ve oscuro y tempestuoso el porvenir, y son tétricas la
filosofía y la literatura.
La risueña amenidad de algunos reformadores socia-
les, como Fourier por ejemplo, sólo sirve ya para bur-
las. Los que en el día aspiran á reformadores, se llaman
nihilistas, y aturden y aterrorizan á las clases conser-
vadoras. Los poetas siguen siendo desesperados y satá-
nicos , ó bien dimiten , por suponer que la poesía se acaba.
Sus negaciones , maldiciones y furores , en vez de salir en
verso y en raptos líricos , que solían tomarse menos por
lo serio, se ponen hoy en prosa, con el método, el orden
y las pretensiones didácticas de una ciencia. En vez de
Leopardi, Byron ó Baudelaire, tenemos á Schopenhauer.
Las pasiones sublimes , los caracteres nobles y desintere-
sados , los dulces amores , las creencias profundas , todo
lo ameno y hermoso se va arrojando de la narración es-
crita, donde se afirma que la imaginación no debe poner
nada de su cosecha. Las obras, pues, de entretenimiento,
las más leídas y admiradas , son cuadros horribles de vi-
cios , maldades y miserias , en que el hombre , bestia hu-
mana, se revuelca en cieno y en sangre. La vida, en la
realidad y en la ficción , aparece como una pesadilla cruel,
ó como una estúpida é indigna farsa, que no merece ser
vivida. El mejor término y remate de todo es morirse
para descansar. La suprema bienaventuranza del mundo,
la última victoria del saber y la más alta realizada aspi-
38 LA ESPAÑA MODERNA.
ración del deseo, serían el totalicidio : que la ciencia nos
hiciese poderosos para ahogar el necio prurito de vivir
que fermenta en las cosas y matar el universo.
Cierto es que la misma exageración de los clamores y
de las blasfemias hace que á veces se tengan por fanfa-
rronadas , y que el hombre sereno las ría y no las de-
plore; pero la insistencia y la generalidad de tantas quejas
se sobreponen á la risa, anublan el ánimo más despejado,
y angustian al fin y meten en un puño el corazón de más
anchuras.
En el conjunto, bien puede asegurarse que de ese
otro lado del Atlántico , no hay que lamentar como en-
démica esta enfermedad del desconsuelo ; reina cierta
gallarda confianza en los futuros destinos de la humanidad.
La tierra es nueva , vasta y pingüe , y cría savia abun-
dante en cuanto se trasplanta en ella. Si de una cepa
vetusta, cubierta de filoxera y carcomida por el hongui-
11o , tomamos un buen sarmiento , y le metemos en tierra
á alguna distancia, el mugrón se transforma pronto en
otra sana y fructífera cepa. Así me figuro yo que ocurre
quizá al anglo-americano en relación con el europeo. La
prosperidad de esa gran República se diría que promete
mayor auge é inmensa ventura para en adelante. Toda
dificultad, en vez de desalentar, aumenta los bríos, y
hasta regocija con la esperanza de vencerla. Hay ahí
cierta emulación , cierta petulancia juvenil , que son útiles,
porque persuaden á muchos de que América logrará lo
que Europa no ha logrado ; resolverá problemas que aquí
tenemos por irresolubles, y realizará ideales que nos-
otros, ya cansados, agotados y viejos, abandonamos por
irrealizables y quiméricos. Excelsior es la hermosa y
extraña divisa que llevan Vds. en la bandera. Los poetas
de ahí están llenos de presentimientos dichosos , y no
NOVELA-PROGRAMA. 39
lloran ni se quejan tan desoladamente como los nuestros.
La vida para ellos no es lamentación, sino acción ince-
sante, á fin de avanzar más cada día,
Still achteving , still pursuing ,
y dejando en pos
Footprints on the sands of time ,
como dice Longfellow, en su Psalmo. Todo vate quiere
hoy ser ahí más profeta que en parte alguna. Su misión
es profetizar y no cantar :
Life sings not now , hut prophesies.
Whittier es á modo de un Ezequiel de nuestro siglo.
Con justicia se le saluda como al «cantor de la religión,
de la libertad y de la humanidad , cuya palabra de santo
fuego despierta la conciencia de una nación culpada y
derrite las cadenas de los esclavos».
La poesía lírica de ahí inculca en sus mejores obras
que querer es poder. La voluntad tenaz, valerosa y des-
enfadada, rompe todo límite que el saber imperfecto
pone á lo posible. Un buen yankee (y permítame V. que
llame así á sus paisanos , por no llamarlos anglo-ameri-
canos siempre), un buen j^a/í^é»^^ digo, alentado por su
soberbia esperanza , es como el Reco de la bella leyenda
de Russell Lowell; no duda de lograr su anhelo, y se con-
sidera como sobrehumanado para lograrle.
(( Reco no dudó ya de su ventura.
Bajo sus pies, á la ciudad volviendo,
Pensó que ufano el suelo florecía ;
Que era más clara la amplitud del éter •,
Que alas para cruzarle le brotaban ;
Y que del sol los rayos , en sus venas
Infundidos , prestaban á la sangre
Calor salubre y levedad celeste.»
40 LA ESPAÑA MODERNA.
Esta fe en el porvenir , esta exultación del espíritu,
que nada deja fuera de su alcance, ha sido la Musa que
ha inspirado su novela al Sr. Bellamy.
Al espirar el siglo xx, ó dígase dentro de poco más
de un siglo , la más portentosa revolución estará ya con-
sumada; se habrá renovado la faz de la tierra; la con-
dición humana habrá logrado mejoras extraordinarias
materiales y morales, y la Jerusalén celeste, ó, si se
quiere, la suspirada ciudad de Jauja, habrá bajado del
cielo , y extenderá su feliz y dulcísimo imperio sobre to-
das las lenguas, tribus y naciones del mundo. No quiere
decir esto que una Jauja conquistadora tendrá sometido
el resto del mundo , sino que la Jauja ideal se reahzará
por dondequiera, y todo el mundo será Jauja,
Entendámonos, sin embargo. La Jauja realizada en
todas partes , no será la grosera y vulgar de que habla el
proverbio ; la Jauja donde se come , se bebe y no se tra-
baja. En el nuevo orden de cosas, en la flamante ciudad,
no habrá nadie que no trabaje ; hombres y mujeres serán
trabajadores; pero merced á la ingeniosidad y primor de
la maquinaria y á la superior organización del trabajo, el
trabajo, lejos de ser fatigoso, será gratísimo.
La vida estará lindamente arreglada. Hasta los vein-
tiún años dura el período de la educación en el nuevo ré-
gimen. Las escuelas son tan buenas, que apenas hay quien
salga de ellas sin ser un pozo de ciencia , diestro en todos
los ejercicios corporales , así de fuerza como de agiHdad y
de gracia; sano, hermoso y robusto.
Como ya no sobrevienen (estamos en el año 2000)
guerras ni desazones , y vivimos en una paz plusquam-
octaviana , ni hay quintas , ni mucho menos servicio miH-
tar obligatorio. ¿Y para qué, si tampoco hay generales
ni ejército guerreador? De lo que no se puede prescindir
NOVELA-PROGRAMA.
es de ejército industrial, y todo individuo tiene que ser-
vir en este ejército, admirablemente regimentado. Pero
el servicio es cómodo y ameno, como ya hemos dicho, y
á la edad de cuarenta y cinco años termina. Á la edad de
cuarenta y cinco años recibe cada cual su licencia abso-
luta, ó bien se jubila. Y no porque ya se le crea inútil,
sino porque ya ha cumplido con la sociedad.
Lejos de estar inútil el jubilado ó licenciado, puede
asegurarse que está en lo mejor, en el cénit de su edad.
La higiene , pública y privada , la medicina , la cirugía y el
arte culinaria han progresado de tal suerte , que el término
ordinario de la vida es ya de noventa años. Quedan, pues,
después de la jubilación, otros cuarenta y cinco años de
huelga y reposo , durante los cuales todo hombre y toda
mujer disfrutan de las invenciones, fiestas, riquezas, es-
plendores, magnificencias y deleites que el trabajo, la
industria y el ingenio sociales han producido y siguen
produciendo, cada día con mayor abundancia, delicade-
za, chiste y tino.
Dígole á V.; sin el menor sonrojo, que se me hace la
boca agua al pensar en tan jubilante jubilación, en tan
honrado y decoroso sibaritismo , y en tan verdadero gati-
deamiis y otium cimi dignitate.
Algo he extrañado , pero no para censurar , sino para
aplaudir, que el Sr. Bellamy, que tantas cosas reforma ó
trueca, todo lo deja como está ahora en lo tocante á las
artes cosméticas é indumentarias ^yZ/rí^ noviazgos y bele-
nes. Así da nueva prueba de que en amor y en belleza
no hay más que pedir. Hemos llegado á la relativa per-
fección que , en lo humano , cabe en lo erótico y en lo
estético. Lo que podrá conseguir el nuevo organismo
social es democratizar la belleza ; á saber: que haya
más muchachas bonitas , y que no abunden las feas. Tám-
42 LA ESPAÑA MODERNA.
bien se conseguirá, implicado en el progreso del arte
macrobiótica, que la hermosura y la edad de los amores
duren doble ó triple.
Me pasma que una cosa que aquí, en España, acaba-
mos ahora de establecer como gran progreso , la deseche
el Sr. Bellamy como barbaridad ó poco menos. Hablo
del jurado. Aunque en su República ó Utopía apenas ha de
haber ignorantes , y en cambio ha de haber pocos pleitos
que sentenciar y poquísimos delitos que castigar, todavía
entiende el Sr. Bellamy que la ciencia del derecho es tan
subHme y la administración de la justicia función tan
egregia , que ^ólo á los sabios la confía, mirando como
profanación sacrilega que cualquier ciudadano lego in-
tervenga en ella.
Hay otro punto trascendental, en que (yo lo celebro)
va el Sr. Bellamy contra la vulgar corriente progresista.
No quiere que la mujer ejerza los mismos empleos públi-
cos que el hombre, ysea,v. gr., alcaldesa, diputada,
ministra, senadora ó académica. Todo esto le parece de
una insufrible y antiestética ondinariez : lo que por acá
llamamos cursi. La mujer, en su sistema, reinará en los
salones ; influirá en todo más que el hombre ; inspirará á
éste los más nobles sentimientos y altas ideas ; le seguirá
puliendo y gobernando y mandando , como ha sucedido
siempre; y hará que él, por el afán de complacerla, ena-
morarla y servirla, sea ó procure ser dechado de virtu-
des y modelo de distinción; discreto, limpio, peripuesto
y atildado.
Encanta considerar lo mucho que se disfruta con el
nuevo sistema ya establecido. La lucha entre el capital y
el trabajo cesa por completo. No hay competencias entre
fabricantes del mismo país , ni entre industrias de diversas
naciones. Y no hay, por consiguiente, ni aduanas, ni de-
NOVELA-PROGRAMA. 43
rechos protectores, ni huelgas, ni ruinas y bancarrotas
por competir. Ni hay tampoco un solo soldado que man-
tener, ni un solo barco de guerra que costear, ni instru-
mento de destrucción que pagar caro , ni bronce que fun-
dir sino para campanas que repiquen, ni pólvora que
gastar sino en salvas.
Sigúese de aquí la supresión de multitud de gastos
tontísimos ; del desorden y del despilfarro que la guerra
industrial y la guerra de armas y aun la paz armada oca-
sionan, y de un enjambre de zánganos ó personas inúti-
les para la producción de la riqueza, ya que se emplean
ó en dislocarla jugando á la Bolsa y en otras especula-
ciones y operaciones , ó en impedir ó aparentar que impi-
den que la disloquen , manteniendo lo que ahora se llama
orden público, aunque, según el Sr. Bellamy, es un caos
enmarañado.
Resultará de tan atinada supresión que nademos en la
abundancia, sin que ahogue la plétora de productos. Con
el trabajo moderadísimo que durante veinticuatro años
ha de dar cada individuo, bastará y sobrará para que vi-
vamos todos como unos nababos ó reyes durante noventa
años.
Varios descubrimientos científicos, previstos ó colum-
brados por el Sr. Bellamy, conspiran á este fin. El sol, la
electricidad y otras energías ocultas en fluidos impalpa-
bles, ó en el éter primogenio, nos prestan calor, luz y
fuerza productora y locomotora. En vez de enviar por el
correo paquetes postales , van por tubería desde los al-
macenes, con una velocidad de todos los diablos, trajes,
brinquillos, alhajas y hasta pianos de cola y coches de
cuatro asientos. Tal modo de remitir, ó su artificio, se
llama el teléstolo 6 el telepistolo , y es complemento del
telégrafo y del teléfono.
44 LA ESPAÑA MODERNA.
Este último , el teléfono quiero decir , se ha perfeccio-
nado ya por tal extremo en nuestra Utopia, que cada
cual le tiene en su casa, y sin salir de ella , oye, si quiere,
óperas , comedias , sermones y conferencias de Ateneos
y Universidades, sin perder nota, ni palabra, ni tilde.
En resolución : sería cuento de nunca acabar si qui-
siese yo explicar aquí, con todos sus pormenores, lo bien
que estará el mundo dentro de ciento trece años.
Todo esto es maravilloso ; pero lo es mil veces más lo
que he sabido por cartas y periódicos de ahí, y singular-
mente por el número de Febrero último , que V. me ha
enviado, del Atlantic Monthly, excelente Revista de lite-
ratura, ciencias y artes , que se publica en Boston.
En los Estados Unidos ha entusiasmado Looking
backward , no sólo como libro de mero pasatiempo , sino
como- programa práctico de renovación y salvación so-
ciales.
Más aún que en el triunfo anti-esclavista influyó la
celebrada novela de la Sra. Harriet Beecher Stowe, se
aspira á que influya la novela ,del Sr. Bellamy en otros
triunfos más completos y en la realización de otras no-
vedades mayores.
Se ha formado un partido, nationalist party , del que
es Vademécum la novela Looking backward. El nuevo
partido se organiza y cuenta ya con ciento ochenta clubs,
esparcidos por varias poblaciones. Hasta ahora no ha acu-
dido este partido á los comicios ó á las urnas electorales;
pero acudirá pronto. Dicen que se han alistado en él más
gente de refinada educación y más mujeres que obreros.
Hay en él, añaden, a lar ge amount of intellect and
comparatively little ínuscle , como si dijésemos , pocos
músculos y muchos nervios; pero, como quiera que sea,
si es admirable que sobre un libro de imaginación , que
NOVELA-PROGRAMA. 45
sobre un ensueño poético , se funde un partido , no es
menos admirable la calmosa serenidad con que se miran
en los Estados Unidos estos movimientos socialistas, que
por aquí asustan ó inquietan no poco á los burgueses y á
los ricos.
Yo tengo muy buena opinión de los ingleses y de sus
descendientes los anglo-americanos. Creo que son Vds.
menos sensatos que lo que nosotros creemos y que lo
que llamamos ser sensatos, esto es, que la sensibilidad y
la fantasía son en Vds. poderosísimas. De aquí la facili-
dad con que se entusiasman por un libro ó por una teo-
ría. Hará ocho años que Enrique George publicó una
obra socialista , que se hizo tan famosa como la del
Sr. Bellamy. También de ella se vendieron centenares de
miles de ejemplares. Los conservadores de ahí, y no hay
que negar que tienen gracia en esto , convierten en argu-
mentó contra las censuras de la actual sociedad , que se
leen en tales obras, ese mismo pasmoso éxito que las
obras obtienen. Bellamy y George describen al pueblo,
antes de sus reformas , sumido en horrible pobreza , ig-
norante, rudo, por culpa de la sociedad. Por bajo de los
ricos, dichosos y educados, hay, suponen, una ham-
brienta y ruda caterva de esclavos del trabajo. Á lo cual
los conservadores responden: «Si las cosas son así, ¿de
dónde salen los trescientos mil sujetos con dinero de sobra
para comprar los libros de Vds., y los millones de sujetos
con tiempo y humor para divertirse leyéndolos? Si estu-
viesen hambrientos , no leerían para distraer el hambre » .
Pero , en mi sentir , no tienen razón en esto los conserva-
dores. Puede haber en un país de sesenta millones de ha-
bitantes trescientos mil compradores deunlibro quevalga
tres pesetas, y mucha hambre y mucha miseria además.
El Atlantic Monthly trae un extenso artículo de im
46 LA ESPAÑA MODERNA-
Sr. Walker , refutando las doctrinas del Sr. Bellamy y
del partido nacionalista. Yo , en ciertos puntos , doy la
razón al Sr. Walker; en otros no puedo dársela, y en
bastantes puntos, lo confieso, me apesadumbra que el
Sr. Walker tenga razón. Es un dolor que ideal tan agra-
dable se desvanezca; que se reduzca á ensueño fugaz un
porvenir tan magnífico y próximo.
La verdad es que , como el héroe de la novela , Julián
West , se pasa durmiendo los ciento trece años durante
los cuales cambia la faz del mundo , Julián West no ve
cómo se verifica el cambio. Bellamy se guarda de de-
cirlo, y su impugnador Walker no se hace cargo tampoco
de esta importantísima mutación , completa ya en el se-
gundo milenio de la Era Cristiana.
Bellamy , cuando empezó á escribir su novela , puso
el cambio mucho más tarde. La reaparición de Julián
West, en el mundo renovado, ocurre en el tercer mile-
nio ; en el año de 3000. Después reflexionó Bellamy que,
al poner tan largo plazo , si bien hacía la mutación mu-
cho menos inverosímil , casi quitaba toda mira práctica á
su libro, pues no se forma partido militante, ni se orga-
nizan clubs, ni se escvihen platafonnas 6 programas,
por meramente posibilista que se sea, para reahzar algo
dentro de mil ciento trece años. Entonces rebajó mil años,
y dejó sólo ciento trece.
Por lo visto, era indispensable , ó por lo menos con-
veniente y apocalíptico, que la renovación se nos reve-
lase en un milenio. Durante mucho tiempo, en el horror
y en las tinieblas de la Edad Media, imaginaron los hom-
bres que la fin del mundo sería el año 1000. Ahora que
vivimos mejor, hemos adelantado mucho y no debemos
estar desesperados , importa imaginar , para el año de
2000, una risueña y deleitosa Apocalipsis.
NOVELA-PROGRAMA. 47
Al imaginarla y escribirla , nos presenta Bellamy su
nueva Jauja, su nueva Jerusalén ya fundada ; pero tiene
la astucia de no hablar de la destrucción de la ciudad an-
tigua sobre cuyas ruinas se levanta la nueva.
Sin duda ha omitido esto , pasándolo en silencio mien-
tras duerme Julián West, á fin de no aterrar al público.
Supongamos perfectamente realizable el plan de Bel-
lamy, sin que tenga cambio radical la humana natura-
leza ; todo por obra del mecanismo social.
Para destruir el actual mecanismo, que tantos intere-
ses sostienen, y para destruirle pacíficamente, por evo-
lución, como Bellamy quiere que sea, así en la novela
como en el programa publicado después por su partido,
me parecen pocos los mil ciento trece años. Y si la des-
trucción ó la mudanza ha de ser sólo en ciento trece
años, entonces no será por evolución, sino en virtud de
una revolución tremenda y de encarnizadas y horribles
guerras sociales. No de otra suerte se concibe que los
que tienen se dejen despojar de cuanto tienen para que el
pueblo se incaute de ello , y , sin quedarse con nada , se
lo entregue al Estado , que venga á ser , como represen-
tante y gerente de la nación, el único capitalista.
Aunque para el despojo de los propietarios se valga
la nación ó el Estado, su gerente, de mil habilidades, no
conseguirá que no sea despojo, ni que tranquilamente se
consume. El medio más suave que se ve es dar un plazo
á los tenedores de papel de la deuda ; pagarles hasta en-
tonces algo más de tanto por ciento , y anunciar que des-
pués no cobrarán nada. Esto bastará para que los fondos
bajen á cero y quede la deuda destruida. A todas las
grandes empresas industriales se les podrá fijar un plazo
también, á cuya espiración todo será del Estado, como
los ferrocarriles. Y en cuanto á los pequeños industria-
48 LA ESPAÑA MODERNA.
les, labriegos, terratenientes, etc. , se les podrá ir poco á
poco aumentando la contribución, hasta que adviertan
que es una tontería quebrarse la cabeza cuidando de los
instrumentos de producción, tierra, aperos de la labran-
za, etc. , para entregar luego al Estado casi todo lo produ-
cido. Entonces dirán al Estado, quédate con todo, ó, sin
que se lo digan, el Estado se quedará con todo para co-
brarse de lo que deban á la Hacienda pública.
De esta suerte , y á mi ver no sin violentísima oposi-
ción, que será menester sofocar, se logrará la primera
parte del programa del Sr. Bellamy: que se convierta en
hacienda pública cuanta hacienda haya.
Verificada así la incautación total , quedará por cum-
plir la segunda parte del programa, que me parece mu-
cho más difícil todavía ; que el Estado incautador nos
alimente , nos vista , nos divierta y nos regale á todos
con esplendidez y elegancia, sin que cada uno de nos-
otros le dé más que el trabajo que podemos dar en un
poquito más de la cuarta parte de nuestra vida, ya que
las otras tres cuartas partes quedan para holgamos.
Á toda persona profana se le ofrecen montes de di-
ficultades para que se realice , sin tropiezo , plan tan ex-
quisito. Lo primero que cree necesitar es una fe tan
profunda y una confianza tan omnímoda en el Gobierno,
convertido en capitahsta, como la que Cristo, en el Ser-
món de la Montaña , nos recomienda que tengamos en
nuestro Padre que está en el cielo , el cual nos dará el
pan de cada día y cuanto nos haga falta por añadidura,
de suerte que, sin preocuparnos del día de mañana , vivi-
remos como los pajaritos del aire, que no acopian trigo
en graneros y Dios los alimenta. Lo segundo que nos
asusta es la serie de borrascas parlamentarias y aun de
pronunciamientos que habría (en España, pongo por caso)
NOVELA-PROGRAMA. 49
para quitarse el poder unos á otros , si el poder se ex-
tendiese á repartirlo todo, cuando hoy nos alborota-
mos tanto por repartir , quiero suponer , para que no se
me tilde de exagerado, la tercera parte, á lo más. Y lo
tercero que aterra es la inhabilidad vehementemente
sospechada en que pudieran incurrir los encargados de
dirigir todas las operaciones de la riqueza (producción,
circulación y consumo) , cuando hoy yerran tanto los Go-
biernos, sin emplearse apenas sino en repartir y en con-
sumir. Sabido es que lo más difícil de esta ciencia, arte
3^ oficio de la riqueza, es el producirla. Repartirla y con-
sumirla es mucho más llano ; y hasta ahora los Gobier-
nos casi no se emplean sino en repartir y en consumir, á
no ser que se considere producción el orden y la seguri-
dad que nos dan, ó que se presume que nos dan, por
medio de la justicia y de la fuerza pública, para que los
que producen algo lo produzcan tranquilamente y sin
temor de que los despoje nadie, como no sea el Gobierno
mismo.
Milita en pro de la vehemente sospecha de incapaci-
dad de todo Gobierno para poducir la riqueza , esto es,
para ser fabricante, agricultor ó comerciante, la consi-
deración de que el Gobierno vende ó arrienda y no admi-
nistra lo que posee. En España apenas ejerce ya por sí
otra industria que la de banquero en el juego de la lote-
ría , pues vende las tierras que eran del Estado, y arrienda
sus minas , y arrienda , por último, el monopolio del ta-
baco, con lo cual el público fuma mejor y más barato.
Todo esto lo dirán los no iniciados en las doctrinas y
en el plan que expone en su novela Bellamy ; pero los ini-
ciados responderán que el nuevo artificio administrativo
es tan prodigioso, que por su virtud, y no por la ciencia
y buena maña de los administradores , ha de salir todo
4
50
LA ESPAÑA MODERNA
bien. Así, valiéndonos de un símil, cualquiera hallará ab-
surdo el suponer que alguien, si ignora la música y no
tiene ejercitadas y diestras las manos, toque en el piano,
V. gr., la marcha del Tannhauser de Wagner; pero mer-
ced á cierta maquinaria y á ciertos cartoncitos que se
han inventado , todo hombre , y hasta un niño si no es
manco , toca al piano lo que quiere dándole á un manu-
brio.
Hay , pues , una nueva ciencia de la Administración,
para cuyo estudio no es menester leerse el fárrago enor-
me, aunque digesto, recopilado por los Freixas, y Cla-
rianas, y Alcubillas. Basta con estudiar y empaparse
bien en algunas páginas de Lookhig backward. Entonces,
conocidos ó atisbados los recursos de que la nueva cien-
cia dispone, se cobra confianza, y se ve que hasta el más
porro puede dar vueltas al manubrio administrativo.
Algo del portento de su mecanismo se presiente al ob-
servar los buenos efectos que hasta el mecanismo admi-
nistrativo de hoy , con ser tan complicado, produce en
ocasiones.
Cierto amigo mío (confieso que en extremo maldicien-
te) suponía sin motivo que un Director general de Co-
rreos , que hubo muchos años ha , distaba bastante de ser
un águila ; y, sin embargo, añadía: ¿Quieren Vds. creer
que recibo de diario todas las cartas que me escriben,
sin que se extravíe una sola? De aquí infería él que la
Administración era perfectísima , y que por sí sola hacía
infaliblemente los servicios.
Aplicada á los demás ramos esta perfección del de
correos , queda resuelto el problema y triunfante el plan
de Bellamy , salvo que en otros ramos se requiere mayor
seguridad para no andar siempre con el alma en un hilo ;
porque, si ponemos á un lado un corto número de nobilí-
NOVELA-PROGRAMA. ^I
simas almas, el vulgo de ellas se preocupa, más que de
recibir tiernas epístolas , de recibir el corporal alimento,
y prefiere el cuervo de Elias á todas las palomas mensa-
jeras , aunque sean las del propio carro de Venus.
Pero, en fin, Bellamy afirma que por su sistema lo re-
cibiremos todo con seguridad y regularidad indefectibles.
El sistema de Bellamy merece, pues, ser examinado.
Para mí no valen algunos prejuicios con que los des-
contentadizos é incrédulos , desde luego y sin examen , le
desechan.
Imposible parece , dicen , que , siendo tan fácil la re-
forma, por cuya virtud habrá felicidad, paz y holganza
universales , no se haya antes ocurrido á nadie la reforma.
Pero esto tiene muy obvia contestación. De no pocas de
las más benéficas invenciones de estos últimos tiempos se
puede decir lo mismo. Desde antes que apareciese el li-
naje humano hay hulla ú hornaguera en nuestra mansión
terrestre, y á nadie, hasta hace poco, se le antojó em-
plearla para combustible. Desde que hay ollas y se gui-
sa , brinca la tapadera cuando hierve el caldo , y , si no
sale el vapor, se quiebra la olla; pero nadie, hasta nues-
tros días, pensó en aplicar esta fuerza á la industria. Na-
die ha ignorado jamás que el humo ó todo fluido más
leve que el aire, ó el aire mismo rarificado por el calor,
sube y se sobrepone al aire más denso ; pero , hasta fines
del siglo pasado , nadie renovó con éxito , y por medios
naturales, algo del arte de Dédalo , de Abaris y de Simón
el Mago.
¿No puede haber acontecido lo propio con el invento
del Sr. Bellamy, y que de puro sencillo nadie diese con
él hasta ahora?
A esto se objeta que, siendo mil veces más importante
por sus efectos la invención del Sr. Bellamy, parece an-
52 LA ESPAÑA MODERNA.
tiprovidencial y harto caprichoso, ó sea contrario á las
sabias leyes que deben presidir á la historia, que un sis-
tema del que depende la redención de la humanidad haya
tardado tanto en formularse. Pero este argumento tiene
visos de ser de mala fe, aunque no lo sea. Nada nos da
motivo para afirmar que el Sr. Bellamy presenta su plan
como independiente del progreso realizado hasta hoy. La
trabajosa y larga marcha de la humanidad no pudo aho-
rrarse con su plan. Bellamy, si hubiera nacido en tiempo
de los Faraones , no hubiera podido inventarle ni divul-
garle entonces. Bellamy, si es lícito aplicar á lo munda-
nal lo trascendente , y expresar lo profano con frases que
remedan frases divinas , puede decir que no ha venido á
derogar la ley de la historia, sino á que acabe de cum-
plirse, ó, mejor dicho, á que siga cumpHéndose, ya que
no se infiere tampoco de la lectura de Looking backward
que en el año de 2000 habrán llegado los hombres al tér-
mino de su carrera , sino que habrán dado un gigantesco
paso más , un salto estupendo , y á mi ver peligroso , en
ese camino, cuya meta final él ni pone ni descubre.
His ego nec metas rerum nec témpora pono.
Y aquí, aunque parezca inoportuna digresión, se me
antoja comparar la candida espontaneidad americana con
el arte reñexivo de los franceses. Zola ha escrito ya
quince ó veinte novelas , y siempre promete revelarnos
en la última el enigma, darnos el resultado de todos sus
estudios en la novela experimental , y exponernos su sis-
tema. Bellamy, por el contrario, dice cataplún, y lanza
su sistema de repente.
Yo no atino á prever desde aquí si el partido nacio-
nalista, que de él ha nacido, vendrá á importar tanto ó
más que el libro de Enrique George y que la ingente aso-
NOVELA-PROGRAMA. 33
dación ú orden de los caballeros del trabajo, Knights
of labor , en el movimiento de socialismo que se advierte
portodas partes, y que ahí tiene cierto carácter optimista
que me hace gracia: pero, á pesar de mis cortísimos co-
nocimientos económicos , como yo tuviese humor y va-
gar para ello, aun había de escribir á V. largo, dicién-
dole mil cosas que me sugiere Looking backward y lo
escrito en contra por Walker.
Entretanto , me complazco en repetir que me admira
la serenidad y que simpatizo con la confianza regocijada
que se nota en toda manifestación de ese pueblo joven.
El plan de Bellamy no se limita á dar por resuelto el
más difícil y temeroso de los problemas económicos , sino
que resuelve ó da por resuelto también el magno pro-
blema de la paz y del desarme universales, sin decirnos
cómo puede ser esto , cuando las naciones se arman más
cada día, y cuando desde 1850 ha habido en el antiguo y
en el Nuevo Mundo guerras tan sangrientas y costosas.
Es de desear que el Sr. Bellamy escriba otra novela, ó
la continuación de la misma, en que nos explique cómo,
además de haberse logrado el bienestar económico de
cada nación, se habrá logrado también, en el año 2000,
que las naciones no se combatan ni se amenacen como
en el día.
Dispénseme V. que me haya extendido tanto en darle
mi opinión , aunque tan incompleta , sobre la novela que
me ha remitido , y créame su afectísimo amigo ,
Juan Valera.
ORADORES POLÍTICOS
CONSroERACIONES SOBRE EL LIBRO DE ESTE TÍTULO , ESCRITO
POR DON MIGUEL MOYA.
-J---V s un libro lleno de sagacidad, de buen sentido, de
j-H ingenio , escrito en un estilo límpido , desnudo de
S — > afeites , vivo y grato. Pocos , poquísimos libros es-
pañoles consiguen como éste atar el alma del lector á sus
renglones y hacerle llegar hasta el final sin impaciencia
ni desmayo.
Para escribir bien es necesario pensar bien ; luego,
decir lo que se piensa sencillamente, sin mostrar deseo de
admirar al lector con nuestro estilo. Muchos de los que
escriben y no son leídos se dejarían leer seguramente si
fuesen más naturales , más ingenuos , si no creyesen ne-
cesario, en suma, calzarse el coturno para presentarse
ante el público. A éste no se le debe decir : « Vean Vds. qué
ingenio tengo, con qué gallardía escribo, qué lenguaje tan
castizo poseo», sino lisamente : «Ahí tienen Vds. lo que
pienso». Si el escritor tiene talento y la naturaleza le ha
dotado de gracia y elegancia , estas cualidades se nota-
rán, aunque no ponga empeño en mostrarlas. Si no las
56 LA ESPAÑA MODERNA.
posee, su prosa tendrá el valor de una opinión honrada
por lo menos. Mas si se esfuerza en aparentar lo que no
es, y lucha obstinadamente con las armas de la retórica
para que le llamen escritor castizo , ó profundo , ó chis-
peante, entonces resultan esos Hbros y artículos empala-
gosos, indigestos, ilegibles, que diariamente vemos ro-
dando por las Hbrerías y por las columnas de las hojas
periódicas.
Miguel Moya ha expresado su pensamiento sobre
nuestros oradores políticos con una sinceridad que asom-
bra y atrae al mismo tiempo. Y es el caso , que, sin ofre-
cerse al público como un escritor ameno, sagaz y elegante,
demuestra serlo en alto grado. Corre por las páginas
de su libro un pensamiento sano, vigoroso, una pene-
tración maravillosa, y una benevolencia simpática que le
prestan interés extraordinario. Una de las cosas que más
sorprende en él es la habihdad con que el autor ha ex-
presado su pensamiento sin causar honda mortificación
á nadie. Porque, á pesar del perfume de benevolencia que
trasciende de casi todas sus páginas, en cada retrato se
encuentran observaciones justísimas y nada halagüeñas
para el retratado. Sin prepararse ni tomar vuelo para
ello, Moya suelta por la pluma algunas verdades (no tan-
tas como debiera). La franqueza leal, el espíritu recto, y
en general benévolo que se advierte en el escritor, le
salva de la odiosidad que ordinariamente inspiran los cen-
sores.
Conozo á Moya desde las aulas de la Universidad.
Juntos nos sentamos en sus « duros , pero honrados ban-
cos » , como los llamaba nuestro inolvidable maestro Ca-
mus, aunque no intimamos muy profundamente entonces,
quizá porque 3^0 no era de los asistentes más asiduos ; se
me figura que él tampoco lo era. Sin embargo, recuerdo
ORADORES políticos. 57
que al examinarme de la asignatura que profesaba el sa-
bio jurisconsulto D. Benito Gutiérrez, vi áMoya sentado
en un banco. Como yo era un discípulo desconocido para
el profesor , y tenía la impudencia de presentarme á exa-
men el día primero entre los tres ó cuatro mejores alum-
nos de la clase, aquél me dirigió una mirada penetrante
y dura , y comenzó á preguntarme con marcada aspereza.
Al salir recibí un abrazo de Moya, que me dijo con mani-
fiesta emoción: «¡Me dio V. un susto! Qué mirada la de
Gutiérrez!» Entonces lo acepté como una palabra de
cortesía; más adelante, cuando nuestra amistad tomó
cuerpo al través de la vida literaria, comprendí que le
salía del corazón. Porque Moya pertenece á esa raza pri-
vilegiada de seres que no han sentido jamás las torturas
de la envidia. Se alegra de los triunfos de sus amigos
como si fuesen propios , y siente sus caídas mucho más.
¡ Este privilegio sí que es digno de envidia ! En medio de
la sorda hostilidad que todo el que se dedica á las letras
con éxito más ó menos feliz percibe entre sus compañeros,
¡ cuan grato es hallar el oasis de un espíritu noble y ca-
riñoso, que antepone el sentimiento de la amistad al de la
miserable emulación! Todos los que nos honramos con
su amistad, sabemos que podemos contar con ella en la
felicidad y la desgracia. En general , los literatos no sien-
ten el compañerismo y la amistad. Cuando ven aun amigo
caído, suelen compadecerlo y acercarse á él, pero es para
hablar mal del que ha logrado encaramarse. Aquí donde
el escritor no puede saber exactamente el fallo de la opi-
nión hasta pasado mucho tiempo , siendo un poco obser-
vador, es fácil conocerlo en la cara de ciertos amigos.
Moya representa una excepción dichosa en este punto.
Sincero, generoso, formal en todos sus actos y palabras,
cuenta con el afecto y la confianza de sus compañeros.
58 LA ESPAÑA MODERNA.
Hace algún tiempo un amigo suyo y mío se me quejaba de
cierto suelto publicado en el periódico donde Moya es-
cribe. «Sospecha en quien quieras, le dije; pero yo te
juro y te respondo con mi vida de que el corazón de Moya
no ha destilado esa gota de hiél. »
Pues bien: estas cualidades, que para el vulgo nada
tienen que ver con las privativas del literato , son , por el
contrario, de gran importancia. El escritor, el poeta, el
que aspira á persuadir y á conmover á sus semejantes,
necesita poseer un espíritu elevado , un corazón donde
vibren las pasiones grandes, los sentimientos exquisi-
tos de la humanidad. No quiere esto significar que el es-
critor deba ser un santo , ni que deje de sentir en momen-
tos dados la rabia de los impulsos feroces que laten en el
fondo de nuestra naturaleza animal : al contrario , para
expresarlos bien es necesario haberlos sentido alguna
vez. Lo que pienso es que el que escribe para las muche-
dumbres no puede ser jamás un hombre de mísero cora-
zón animado por pasiones viles , sin entusiasmo ni amor
por su arte, atormentado por la envidia, preocupado no-
che y día con las obras de sus compañeros y no con las
propias. El escritor debe ser ante todo un hombre. Mu-
chos de los que se otorgan á sí mismos aquel título, no lo
son. Así que, por más que posean un entendimiento cla-
ro, viveza de imaginación y regular cultura, como les
falta el soplo divino , esto es , como les falta el amor , la
unión desinteresada y absoluta á todo lo hermoso , pa-
rezca donde parezca, aunque se halle en poder de su más
encarnizado enemigo , no logran jamás la gloria por que
suspiran.
Por eso Moya con su libro alcanza lo que tal vez otros,
con más imaginación y maestría en el arte de escribir, no
podrían lograr , esto es , logra tener cautivo hasta el fin
ORADORES políticos. 59
el ánimo del lector. Sin alardes de fantasía, ni de ingenio,
ni de habilidad en el manejo del idioma, su obra es de
una lectura grata y deja placentera impresión. Se respi-
ra en toda ella una atmósfera sana , se percibe la mano
del obrero robusto, alegre, sin hiél en el corazón. Se nota
además que conoce perfectamente la materia sobre la
que trabaja. El autor ha vivido largos años en comercio
con los personajes que pinta. Ha seguido el procedimiento
de Van-Dyck; conocer á la persona, tratarla íntimamente
antes de hacer su retrato. Moya tiene afición á la polí-
tica (en estome separo totalmente de su gusto); lleva
muchos años escribiendo en la prensa periódica, y conoce
á los políticos mejor que la madre que los parió. Ha ob-
servado mucho , y no le engañan las cualidades aparentes
ni tampoco los defectos que el vulgo les atribuye. En las
cualidades halla muchas veces la parte flaca de los hom-
bres , en sus defectos ve el nervio de su carácter , lo que
realmente determina su personalidad , ó la destaca del
vulgo de los políticos.
¡El vulgo de los políticos ! Aquí está el defecto capital
de la obra de Moya. Ó por la afición que el autor ha ma-
nifestado siempre á la ciencia social, ó por el trato con-
tinuado con la gente que bulle en la pohtica , ó tal vez por
la benevolencia misma de su carácter , en el libro apare-
cen unos elogios , á mi juicio, disparatados, de ciertos
personajes. Aunque apunta también sus defectos, lo hace
dejando á salvo la grandeza y majestad del sujeto , cual
si se tratase de un héroe ó semidiós de la antigüedad.
El autor de los Oradores políticos, sigue en este punto
la corriente de la prensa periódica. D. José Posada He-
rrera, como aquél recuerda oportunamente en su libro,
paseando un día por cierta iglesia con harto poca cere-
monia, recibió un recado del Rector, invitándole á guar-
6o LA ESPAÑA MODERNA.
darla. «Dígale V. al señor Rector, contestó el astuto
asturiano, que estoy en el secreto.» Pues bien, querido
Moya; yo también estoy en el secreto. Yo también sé que
la mayoría de esos augustos personajes de que V. nos
habla, son hombres de mediana inteligencia y de cultura
menos que mediana , que luchan obstinadamente , no por
el bien del país , sino por satisfacer su soberbia ó sensua-
lidad; que cuando llegan al ministerio se entregan en
brazos de los jefes de negociado, porque no saben una pa-
labra de aquello que van á dirigir ó fomentar; que pro-
nuncian discursos hueros ó malévolos en la oposición;
que no representan , en suma , nada positivo y serio en la
marcha progresiva del país ni del género humano , y que,
por lo mismo , apenas bajen á la tumba , caerán en el ol-
vido más completo. ¡Ya lo creo que estoy en el secreto!
Cuando contaba diez y seis ó veinte años , creía de buena
fe en el talento y la ilustración de los personajes que figu-
raban en la política, pensaba que aquellos hombres habían
salido adorables y magníficos del vientre de su madre.
Después he visto sustituidos estos hombres por otros que
fueron mis condiscípulos, mis amigos y compañeros,
cuya medida intelectual conocía perfectamente : entonces
no pude menos de exclamar como en las comedias: —
« j Ahora lo comprendo todo ! » Lo comprendo tan bien,
que hasta presumo de augur. Cuando veo á un muchacho
desaplicado, inquieto, con poca aprensión y bastante des-
vergüenza, nunca dejo de decirme ó decir á mis amigos :
«Fulano será diputado, ó gobernador, ó director gene-
ral». Y tengo la desgracia de haber acertado muchas
veces. Cuando veo á un joven escribir comedias que se
silban, ó versos que nadie quiere escuchar, ó novelas
que el público no compra, digo sin vacilar: «Fulano se
dedicará muy pronto á la política». Aquí siempre he
ORADORES políticos.
acertado. No sólo se dedicará á la política y ocupará los
altos destinos de la Administración, sino que habrá tam-
bién, ¡ay!, jóvenes inteligentes y escritores notables como
Moya que canten sus alabanzas entre nubes de incienso.
Me han dicho que en los Estados Unidos quien se de-
dica á la política por oficio es poco apreciado en socie-
dad, se le mira con recelo y desdén. No sé si será cierto;
pero debiera serlo. En Francia, si el político de oficio no
es despreciado , por lo menos es menos querido y admi-
rado que el que posee un talento ó una habilidad positiva,
cualquiera que ella sea. Un inventor, un poeta, un escul-
tor, un gran ingeniero , despiertan allende los Pirineos
más atención y simpatía que un charlatán político. En
España no sucede otro tanto , ni sucederá todavía en
muchos años, que por algo llevamos tantos de atraso con
respecto á otras naciones. En nuestro afortunado país
vale incomparablemente más adiestrarse en hablar tres
ó cuatro horas profiriendo en tono enfático y campanudo
todas las vulgaridades del repertorio nacional, bastante
extenso por cierto, que apHcarse con ahinco y entusiasmo
á cualquier arte útil ó bello.
Deploro, pues, que mi amigo Moya no haya combati-
do mejor contra este fetichismo estólido de los políticos,
que haya encontrado trufas en un terreno donde no suele
haber masque patatas. Fuera de esta timidez, que le
obUga á no cerrar como debiera con hombres que no tie-
nen absolutamente otro mérito que el de soltar muchas
palabras sin tropezar, el libro es instructivo, hace cono-
cer pronto y bien el estado del personal de nuestra polí-
tica, y está sobre todo escrito con arte.
A. Palacio Valdés.
PAPELES VIEJOS
AL SR. DOCTOR THEBUSSEM
Cartero Honorario:
en Medina Sidonia,
MI amigo y dueño : Cuentan que el labrador más
afamado , por sus grandes riquezas de un pue-
blecito de Extremadura , vióse una tarde , al re-
gresar á su casa después de visitar sus heredades, sor-
prendido por furiosa tormenta en mitad de la campiña ; y
que, temeroso de que alguna desgracíale aconteciera,
mojado hasta los huesos y maltratado del viento , se refu-
gió en una venta miserable que encontró á orillas del
camino.
Malhumorado , sin decir siquiera — i guárdeos Dios !,
entróse en ella; y el ventero, hombre recién llegado á
los sitios aquellos, que ni de vista conocía al ricacho,
molesto por tanta franqueza y silencio tanto , no tardó en
preguntarle con descorteses formas qué se le ofrecía en
su humilde casa. Pasmado el labrador de no ser conoci-
do, contestóle secamente: «Yo soy D. Pedro López. —
¡Y qué! (replicó el ventero): cualquiera se llama López
en esta tierra».
04 LA ESPAÑA MODERNA.
Recuérdele á V. el cuento , Doctor amigo , para con-
fesarle sinceramente un error mío. Yo también, como
el ventero , rendía tributo á la común creencia de que
nada era tan plebeyo y vulgar en nuestra patria como
llamarse á secas López, Pérez ó Gutiérrez. ¡Tantos de
estos apellidos se conocen!
Pero un expediente antiguo, del que daré á V. noticia
brevemente, ha modificado mi opinión. Los Gutiérrez
deben su renombre á la proverbial pertinacia de los vas-
cos , y todos son nobilísimos ; vea V. la prueba :
***
La majestad del quinto Felipe ordenó á su Corrregi-
dor y Ayuntamiento de Jerez de la Frontera que , á se-
mejanza de lo que había resuelto para las ciudades de
voto en Cortes, por la representación que le hizo la de
Toro , no fuesen admitidas á servir los oficios de Regido-
res, sino aquellas personas que hicieran justificación de
notoria nobleza. En el despacho que tal cosa se mandaba,
fechado en Madrid á 21 de Abril de 1736, so pena de la
real merced y de treinta mil maravedises para la Cámara,
declaraba el Monarca ser su voluntad que dicha justifi-
cación se hiciera por testimonios, noticias judiciales y
presentación de papeles que pudieran ser adquiridos den-
tro de la ciudad ; prohibiendo rigurosamente á los comi-
sarios que el Cabildo nombrase para conocer de las prue-
bas, que por ningún motivo se ausentaran del pueblo
mientras la probanza no fuere acabada.
El ordenamiento del Rey era terminante : « Os manda-
» mos (dice á la letra el despacho) que la Justificación de
PAPELES VIEJOS. 65
» Nobleza de los que pretendan entrará servirlos Em-
» pieos de Regidores de esa Ciud. para verificar la cali-
»dad de Hijodalgo, no sólo se haga por noticias Judiciales
» e Informaciones , sino es por las Extra Judiciales de la
«Notoriedad de Nobleza, presentación de papeles y de-
»más que puedan adquirir sólo dentro desa dha. Ciud....»
Conforme á esta disposición , habiendo solicitado Don
Juan Gutiérrez de Acuña y Medina ser capitular de
Jerez , en calidad de veinticuatro , la Cámara , en los pri-
meros días de Enero de 1756, libró á la ciudad manda-
miento suscrito por D. Agustín de Montiano y Liiyando,
para que informase si el pretendiente á la veinticuatría
era persona de buena vida y costumbres ; si concurrían
en él la suficiencia y habilidad requeridas para el cargo ;
si había otra persona en el Concejo que fuera su padre ó
su hijo , ó si no era merecedor del nombramiento por te-
ner trato ó comercio en los abastos públicos.
Reunido el Ayuntamiento , diósele cuenta del despa-
cho de la Cámara: sorteáronse los capitulares para que
los comisarios que conocieran de las pruebas de nobleza
del Acuña no debieran sus cargos á una elección ama-
ñada; y los que designó la suerte, después de jurar que
cumplirían fielmente las órdenes del Rey, en nombre de
S. M. y del Cabildo requirieron al aspirante para que á la
justificación viniera.
Muchas declaraciones hay en el expediente en favor
de la nobleza de Gutiérrez de Acuña ; muchos documen-
tos éste presentó , entre ellos , el que aparece del siguiente
certificado del escribano Nicolás Rodríguez:
«Asimismo doy fee parece por una certificación de
» Diego de Uruina Rey de Armas del Sr. Rey Don Pheli-
» pe Nro. Sr. Escripta en pergamino firmada de su nombre
» y con su sello su fha. en Madrid á Siete de Maio del año
5
66 LA ESPAÑA MODERNA.
» de mili Seiscientos y quatro , con su comprouacion co-
»rrespondiente; con signo y firma de Francisco Muñoz,
»Esno., que diceassi.
«Yo Diego de Uruina Rey de Armas del Rey Don Phe-
»lipe Nro. Señor Certtifico y hago entera fee y Crédito a
» todos quantos esta Carta vieren como en los libros y
» copias de linajes que Yo tengo destos Reynos parece y
»esta escritto en ellos el linaje y Armas de Gutierres su
»thenor del qual es como sigue:— Los Gutierres son bue-
»nos y antiguos hijos dalgo decienden de los Godos 11a-
»mauan al lugar donde Algunos destos Caualleros es-
» tauan la tierra del Godo : los Viscainos como son cortos
» de razones a los que en su tierra estañan llamauanlos
» Gutierres por decir Godos y desta manera se corrompió
»el uocablo y quedaron con el Apellido de Gutierres.
»Uno deste linaje que se llamo Pedro Gutierres fue uno
»de los trecientos hijos dalgo que fueron Ganadores y
» Pobladores de Xerez en tiempos del Rey Don Alonso el
» deceno del qual ay sus decendientes. — Traen por armas
» un escudo a^ul y en el una Torre de plata y una orla
» Jaquelada de oro y de colorado.... y para que dello
» conste de pedimento de Bartolomé Gutierres vecino de
» Xerez di esta carta y Certtificacion firmada de mi nom-
» bre y sellada con mi Sello que es fha. en Madrid a Siete
»de Maio de mili e seis cientos y quatro años.— Diego de
» Uruina Rey de Armas.»
***
¿Cumplieron fielmente su encargo los comisarios con-
cejales, admitiendo para la justificación un documento
obtenido en Madrid, por los antecesores de Gutiérrez de
PAPELES VIEJOS. 67
Acuña? No me atrevo á decidirlo. Mas, si hubo contraven-
ción en ello, huélgome de que, con poco escrupulosa
conciencia, no rechazaran la certificación copiada, que
me dice cómo en la cortedad de razones de los vizcaínos
tuvo su origen el renombre Gutiérrez.
Y dejo, Doctor amigo, á la misericordia de V., que
acabe de desvanecer mis errores, diciéndome algo seme-
jante de los Pérez y López de nuestra tierra: me dispen-
sará V. un favor señaladísimo, y, al par, contribuirá á
que en su debido valor se aprecie la frase tan común: —
i Cualquiera se llama López !
Su atento servidor,
Juan J. Cortina.
De Jerez , á 15 de Abril de 1890.
EL MODERNO ANTICRISTO
(ERNESTO RENÁN)
llí Y ÚLTIMO.
LOS MILAGROS
LOS milagros! ¡Ah! Ese es el coco repugnante y
espectro horrible para la moderna filosofía. Ellos
aparecen en el cielo de los librepensadores como
una pesadilla mística entre sueños fatigosos, descabella-
dos y crueles. Pero he dicho mal; esos puntos oscuros
han sido , según nos dicen , arrancados del templo mar-
móreo de la ciencia por el escalpelo del médico , el aná-
Hsis del químico , el martillo del minerálogo , la espada
del filósofo y el cata-hechos del historiador. ¡Cuánto he-
mos progresado ! El primero que tuvo la ocurrencia de
arrancar esos puntos oscuros , esas negras sombras que
extendían sus alas de buitre en el santuario del saber,
merecía que le elevasen un monumento grande, subli-
me, ciclópeo, ideal, superior al antiguo Parthenón. Los
aborrecedores de trampantojos místicos, los que desga-
EL MODERNO ANTICRISTO. 69
rraron la venda con que la superstición religiosa cubría
las miradas de la doliente humanidad, están de enhora-
buena. ¡Oh comedia divina!
Por mi parte, creo que es un sainete de los más chis-
tosos y que me causan dolor más profundo. Ver al discí-
pulo desaplicado , de entendimiento de pájaro y memoria
de grillo; al revistero pedante que aprendió á escribir
coplas al lucero del alba ; al periodista que pugna por
subir en la categoría social; al catedrático que ascendió
á impulso áefuersas secretas; al fogonero de la estación
del Mediodía ó del Norte que no se lava la cara más que
cuando llueve, y al barrendero cerril de la Plaza de la
Cebada.... tronar contra los milagros, hablar áe\2i su-
perstición religiosa y de las leyes inmutables de la
naturaleza ; unos , porque lo oyeron en un meeting ; otros,
porque lo leyeron en folletos nada ilustrados; los de allá,
porque se quedaron en sus estudios in stiitu quo á
mitad del bachillerato ; los de acullá, es decir, los más
Hstos, porque en materias filosóficas son nulidades, ó
porque les pagan predicando tales doctrinas.... ; todo
esto, repito, me descorazona á la vez que me encocora.
Y no sólo niegan el hecho sobrenatural é histórico,
sino su posibilidad en absoluto. Hasta he oído decir á
ciertos personajes para mí muy queridos , á pesar de
que sus ideas son antitéticas de las mías , que si viesen
con sus propios ojos resucitar á un muerto, creerían que
los sentidos les engañaban. ¡Qué ciencia tan peregrina y
singular !
Otros hay,— ¡loado sea Dios!, — que participan de la
opinión contraria cuanto á la posibilidad del milagro y
cuanto al hecho milagroso. Yo no sé si será preocupa-
ción ó fanatismo ; pero creo que no deben aplicárseles
esos epítetos tan duros , porque tienen razones dignas de
70 LA ESPAÑA MODERNA.
ser meditadas ('). Voy á exponer las dos opiniones, como
prólogo en este punto á las teorías de Renán.
De admitir, dicen los neos, un Dios Creador, debéis,
¡oh librepensadores!, abrazaros con la posibilidad del
milagro. Enemigos nosotros de la raza de Büchner , re-
chazamos la eternidad de la materia, porque la sucesión
de tantos miles de fenómenos sin cuento , lo deleznable
de las horas, la rapidez de los siglos, la fragilidad del lé-
gamo que constituye á los seres , la indiferencia radical
de la materia para el movimiento ó el reposo , el límite
de las causas y sus efectos...., dicen al espíritu pensador
que el mundo no tiene los atributos esenciales del Eterno
Ser , Infinito, Inmóvil, Perfectísimo y Espiritual. Acudid
á la circulación perpetua de la vida de Moleschott , á la
serie infinita de causas ligadas por el misterioso anillo
del Acaso, á los millones de centurias del hombre tercia-
rio, etc., etc., ¿os parece que resolvéis así el problema de
esa Esfinge filosófica? No: con esa solución le hacéis más
oscuro y tenebroso. La extensión, los años , la fuerza y
los fenómenos no pueden ser infinitos, es decir, tienen su
límite infranqueable , porque unos se aumentan ó dismi-
nuyen , y otros pueden aumentar ó disminuir. Será el
mundo , el gran Pan , el Dios mendigo de Hegel , el Dios
hilvanado con los jirones de trapero de su propio manto
ó del .manto carcomido de raquíticos seres. Si éste es
vuestro Dios , ¡ id en paz con vuestro avechucho ! ; pero
entonces sois más ignorantes que la vieja del huevo y de
la gallina. Acudid á la nebulosa de Laplace ó al moco de
pavo. ¿Quién les dio la vida , el ser y el movimiento ?
¡Laberinto inextricable ! El hombre, rey de la creación,
es en el mundo un relámpago que brilla y desaparece; y
(i) No defino el milagro ni señalo sus condiciones, porque deben sa-
berlo muy bien los que le combaten.
EL MODERNO ANTICRISTO. 7 1
los subditos ó vasallos, cien veces más innobles que el
ser racional , ¿han de ser eternos (')?
Luego la contingencia del mundo nos dice que existe
una causa primera , creadora ; mano invisible que levantó
á los mundos de la nada; anillo primordial de las edades
y sucesiones ; arpa de todas las armonías , fuerza inmó-
vil de todos los movimientos; gran Artista, gran Geóme-
tra, razón de todas las existencias, océano de vida y amor,
y distinto sustancialmente del mundo. Negarle, pues,
su influencia necesaria en el mundo , es negar la esencia
del mundo y de Dios. Si el efecto no ha de ser más noble
que la causa, negar á Dios que pueda suspender una ley,
es arrojar á su frente inefable el lodo de que nos formó :
es proclamar que el Dios Inñnito no tiene fuerza infinita,
el Independiente y Libérrimo carece de libertad, y el que
todo lo puede no es Omnipotente; y el que por amor, sólo
por amor, nos dio la vida y el ser, es el Dios cousinianOj
escondido allá en las alturas de su eternidad silenciosa.
Padre cruelísimo y sin entrañas, que nos dejó á todos or-
phelins en el dolor perpetuo y la eterna miseria! Todos
los gritos de Juan Pablo en su romance Selina , no bastan
para maldecir semejantes aseveraciones....
¡Y vosotros, sí, científicos del día; vosotros, ingenie-
ros de caminos y canales , podéis torcer el curso de los
ríos; vosotros, químicos eminentes , podéis en vuestras
retortas descomponer y recomponer , analizar ó sinteti-
zar un cuerpo ó un ácido ; vosotros , médicos ilustres,
podéis animar las fuerzas enervadas ; vosotros , famosos
oculistas, podéis hacer que la velada pupila absorba otra
vez los rayos solares; vosotros, mecánicos insignes, po-
(i) No me he propuesto aducir todas las razones filosóficas en pro
de la existencia de Dios. La significación vacía de la palabra Acaso hela
discutido en otro lugar.
72 LA ESPAÑA MODERNA.
deis levantar en la tierra torres Eiffels, ó puentes de
cristal sobre las encrespadas olas ; vosotros, los Edissons,
podéis estereotipar la humana voz y transmitirla á cien
generaciones; vosotros, políticos de frac y de corbata,
podéis remover el corazón de las muchedumbres, y hasta
vosotros, fabricantes de impermeables ó de paraguas,
podéis hacer que el hombre camine con la piel seca ó
enjuta por en medio de las tempestades!....
Todo eso podéis vosotros, ¡pigmeos de la ciencia ab-
soluta ! ( ' ) ; y Dios , el que con sólo un acento hizo surgir
del abismo y lanzó á los espacios esas mirladas de mun-
dos, no podrá detener al sol en su carrera: el Autor de
la vida , que creando y combinando los átomos formó las
hermosuras é inspiró el primer soplo vital en el rostro
primero , es impotente para dar la vida á un cadáver y
menos reconstruir los átomos de un organismo, — pues los
átomos no se aniquilan, — y mandarle que se levante y
camine: el que puso freno á las olas y valla á los mares
con cintas leves de arena, no puede detener el curso del
Jordán ó del Mar Rojo : el que colocó en las entrañas de la
tierra gigantes de fuego que braman y rugen , no puede
librar de las llamas á unos niños en el horno de Babylo-
nia: el que colgó en la inmensidad los polos sobre que
gira la creación, no puede lo que puede Eiffel: el que dio
la glotis y epiglotis al ruiseñor y á Gayarre, no puede lo
que puede Edisson ; en suma : el que da el alimento á los
hijos de los cuervos, y viste de pompa á los lirios de los
campos, y da guarida á las raposas, no puede alimentar á
cinco mil hombres , ni librarles de la lluvia y del grani-
zo!.... ¡Ser Invisible é Inefable, perdónales, porque no
(i) Ninguno más admirador que yo del genio y del progreso de
nuestro siglo. He estampado ese epíteto át pigmeos , «teniendo en cuenta
lo que es la Ciencia humana en comparación con la Ciencia divina».
EL MODERNO ANTICRISTO. 73
saben lo que dicen! ¡La humanidad, á excepción de esos
pro -hombres, te ha invocado siempre como á Dios tute-
lar suyo , te ha dirigido centenares de súplicas para que
la apartes del mal ó la concedas el bien; y la humanidad,
obra tuya, no se engaña! ¡Perdona, pues, á la moderna
Pentápolis, que aún hay millares de justos en Sodoma!....
Mas i ah ! : se me olvidaba. Las leyes que rigen el mun-
do son ineluctables; gozan de necesidad absoluta: de
otro modo, nuestra ciencia sería quimérica y Dios versá-
til también. Éste es el reparo de los científicos. Pero, ¿en
dónde habrán visto la absoluta necesidad de esas leyes,
lo vacío de nuestros conocimientos y la mutabilidad de
Dios si ellas se mudasen? Dio el Señor la existencia al
hombre : podía haber creado en lugar del hombre coli-
bríes americanos ó palm^eras del desierto ; pero una vez
que le plugo que el hombre existiese, no podía crearle —
es intrínsecamente imposible, y Dios dejaría de serlo —
colibrí ó palmera. La animalidad y racionahdad son á la
esencia del hombre absoluta é incondicionalmente ne-
cesarias. Estarán en la verdad esos científicos cuando
prueben que las leyes físicas son tan esenciales al mundo
como al hombre el ser animal racional. Mientras que el
mundo con sus leyes exista, existirá; — i verdad de pero-
grullo! — á esto llamo yo necesidad contingente, no ab-
soluta. Mientras el hombre exista, existirá también —
¡intuición soberana! — Pero así como el hombre no es,
por eso, necesario, tampoco lo es el mundo ni lo será
nunca: y aquí está la radical diferencia que esos cientí-
74 LA ESPAÑA MODERNA.
fieos no saben ó no quieren saber. La esencia del hombre,
física ómetafísica, no puede existir en el orden real ó ideal,
sin estos dos elementos constitutivos: animal-racional ;
y el mundo puede existir en el orden real ó ideal sin esas le-
yes que le rigen . Me explicaré : no podemos imaginar, como
la filosofía enseña , un « hombre-cuadrúpedo » , — grite des-
aforadamente el darwinismo cuanto pueda,— y no se ve
contradicción 6 repugnancia alguna en que la tierra , un
cometa ó una constelación, en vez de girar de Occidente
á Oriente, giren de Septentrión á Mediodía. Veo además
que las leyes del mundo físico dependen de multitud de
condiciones, y de ahí concluyo muy lógicamente que esas
leyes no son en absoluto necesarias , y que podían haber
sido sustituidas por otras.
Y en verdad, que porque se suspenda una ley, no re-
sulta vana la ciencia. Los sabios que creyeron en los he-
chos sobrenaturales del mundo antiguo y los que creye-
ron en los prodigios de Jesús ,— es decir , lo mejor que
tuvo la Europa,— no creo yo que hayan resultado pig-
meos. La suspensión instantánea de una ley , no empece
el curso posterior de esa ley, y menos el del orden uni-
versal. Además, que Dios es prudentísimo en conceder
tales gracias. Ni veo tampoco que Dios cambie por eso.
Dios , al crear el mundo , vio y ordenó con su inteligencia
y voluntad infinitas las circunstancias , tiempos y luga-
res en que una ley se había de suspender ; como el relo-
jero—perdóneseme la comparación innoble — prevé y
ordena cuándo ha de caer el despertador. Si los raciona-
Hstas no saben ni alcanzan el fin universal de los seres,
i no encarrilen la inteligencia infinita en su troquel raquí-
tico ! i respeten lo que está por cima de todos ! Más sen-
satos serían si, confesando su ignorancia del orden uni-
versal, exclamasen: las leyes del mundo físico deben de
EL MODERNO ANTICRISTO. 75
ser como las ecuaciones matemáticas; lo que en un
miembro se substrae, se substrae también en el otro; la
supresión de una ley efímera, quizá lleve consigo la sus-
pensión de una sentencia eterna. Si entendiesen de filo-
sofía esos científicos, seguramente hubieran presentado
la dificultad magna y no resuelta por ningún teólogo ni filó-
sofo del Catolicismo , pero con la que el Catolicismo no
se desvirtúa.
Despréndese de todo lo dicho la veracidad de la frase
de Rousseau : «Á los que niegan la posibilidad del mila-
gro , se les hace demasiado honor castigándoles ; basta
encerrarles como á locos». Pero no pudiéndose emplear
en el siglo libre estos procedimientos inquisidores , es
más oportuno oir á los científicos. Los tales científicos
no entienden de filosofías ; no hablan de la posibilidad del
hecho milagroso; bástales negarla, y negar así los que
ha habido, ó darles solución satisfactoria. No sé por
dónde empezar á escoger; la materia es inmensa, y se
presta á un saínete que yo haría con mucho gusto ; pero
sancta sánete tractanda sunt. Sin embargo , el saínete va
á sahr, bien á pesar mío. Abro un libro de Renán, que
en esto de los milagros sigue á Pauliis el doctor , y leo:
«....Los relatos sobrenaturales se deben rechazar />í?r-
qiie implican credulidad é impostura. Los milagros que
hormiguean en las historias son falsos , porque ninguno
se verificó bajo condiciones científicas. No son compe-
tentes para juzgar del hecho milagroso , ni los jueces , ni
el pueblo, ni la clase elevada. Yo no niego la posibihdad. . . .
— lo veremos ; — lo que digo es que hasta ahora ninguno
ha podido resistir el examen. — ¿En dónde, cuándo, cómo?
— Traedme una sociedad de fisiólogos, químicos, físi-
cos, etc., y delante de ellos resucitadme un cadáver; re-
petid el experimento diez, veinte, treinta veces , y enton-
76 LA ESPAÑA MODERNA.
ees el hecho adquiriría una probabilidad casi igual á la
certidmnbre.... Creer en milagros es creer en magias,
filtros, fascinaciones, duendes y vampiros. El milagro es
una hipótesis grotesca, y es superfino el combatirla,
porque el hecho milagroso pertenece á un estado distinto
del de nuestro espíritu; Dios se mudaría; la ciencia sería
imposible, y las leyes de la naturaleza volubles, — esto ya
caducó....»
¡ Et bien! ¡Adelante! Ya sabemos que Renán niega y
no niega, — pero sí; la niega, — la posibilidad del milagro;
que ignora los exquisitos y trabajosos procedimientos, y
todos los recursos de la ciencia que emplea la Iglesia ca-
tólica para examinar el hecho milagroso ; como lo atesti-
guó aquel protestante convertido ; que Ernesto hace de
Dios una especie de prestidigitador , titiritero ó figurín,
que ha de bailar á gusto del científico juagado diez,
veinte, treinta veces, y á la postre.... le pagan con una
probabilidad casi igual á la certidumbre. De idéntico
parecer que Renán son Schopenhauer, Moleschott, Büch-
ner y Flammarión. (Vid. Ciencia y Naturaleza , Dios y
Naturaleza ydi citadas.) «El milagro, dicen, repugna á
la ciencia nueva. Si Dios gobernase el mundo , serían su-
perfinas las leyes. Ahora bien: el hecho milagroso , ó pro-
cede de Dios, ó del asar, ó de la fuerza y de la materia.
No procede de Dios ni del azar, porque es insostenible.
Luego estiren Vds. el hilo».... (Textual todo esto.)
Si se quiere saber cómo expHca Renán los milagros
del antiguo Testamento , hay que acudir á la última obra
que está pubhcando. «....Los milagros , dice , no existen.
i Las leyes de Roma sí que son providenciales ! Cuentan
que Moisés hizo brotar aguas de una roca: esto no es
verdad ; porque peut-étre que los nobles del pueblo que
le acompañaban, llevasen bastones, é hincándolos en
EL MODERNO ANTICRISTO. 77
tierra, hiciesen brotar las aguas sin intervención divina;
así parecen indicarlo Las guerras de lahavé. Dicen que
cuando los israelitas cruzaban el desierto , un exquisito
maná descendía milagrosamente para servirles de comi-
da; peut-étre que fuese el rocío , lente ó escarcha que á la
salida del sol caía como blanca nieve sobre las hierbas.
Los truenos y relámpagos del Sinaí son poesía hebraica;
pues es inconcuso que el Sinaí presenta un aspecto terri-
ble y volcánico. Tampoco los israelitas cruzaron el mar
Rojo á pie enjuto , sino que dieron un rodeo para cru-
zarle. Se puede asegurar lo mismo del paso del río Jor-
dán; este río llevaba en aquellas circunstancias poquísima
agua , y era fácil vadearle. El derrumbamiento de los
muros de Jericó al sonido de las trompetas , es fantasía
pura ; un ejército armado fué el que derribó los muros.
Elias no resucitó álos muertos, sino que les comunicaba
su aliento vital como por una corriente de inducción....»
Explicación más satisfactoria no se puede excogitar .
Los bastones , las gotas de rocío, rodeos, vadeamientos,
corrientes de inducción, peut-étres...., resuelven de plano
los hechos sobrenaturales de la ley vieja.... Esas tautolo-
gías ó esos dilettantismos no sirven para nada bueno, son
formas hueras del pensamiento vacío. Mas llega ahora
lo épico sublime, la explicación de los milagros de Jesús.
Aquí Renán llevará la voz cantante, pero no será solo.
Si hemos de creer á Büchner (Ciencia y Natural es a),
Schopenhauer afirmó que « Jesús hizo milagros por medio
del magnetismo». Pero «Jesús, contesta Renán, no sabía
de esas cosas, ni siquiera medicina. Es verdad que hizo
algunos milagros para confirmar el título de Hijo de Da-
vid; pero Jesús no tuvo la más remota idea del orden
inflexible é ineluctable de las leyes físicas : como tauma-
turgo, es un charlatán; á pesar suyo fué taumaturgo y por
78 LA ESPAÑA MODERNA.
medios secretos: sus milagros son una violencia de su
siglo, una concesión arrancada por la necesidad pasajera.
Jesús como taumaturgo y exorcista se ha desvanecido....
No podía ocurrir otra cosa. El milagro es considerado
como la ífiardf estación esencial de la Divinidad (! !); lo
cual no impide el que la acción taumatúrgica vaya acom-
pañada de medios naturales: — ¡inconsecuencia evidente! —
Así se ve que las circunstancias en que se verificaron son
pura juglería de Jesús y los Apóstoles. Éstos estaban
llenos de preocupaciones teúrgicas , como buenos espiri-
tistas (! !); creían , como todos los que acompañaban á
Jesús, en espectros y apariciones de Ángeles ó Elohim,
— que vienen y van. — Los siete demonios de la Magdale-
na eran siete enfermedades nerviosas; epilepsia, histe-
ria, etc.,— demonios crudos. — El milagro de los cinco
panes y dos peces , el de las bodas de Cana, etc., etc., son
paparruchas. Los únicos que ofrecen cierto respeto son:
el de Lázaro y el de la Resurrección de Jesús. Pero vea-
mos cómo se expHcan. El milagro de Lázaro no es del
todo legendario. Peut-étre la alegría de la llegada de
Jesús pudo devolver á Lázaro la vida ; peut-étre por amor
de Jesús , las personas piadosas salieran de todos los lí-
mites pregonándolo ; peut-étre que Lázaro , pálido aún á
causa de su enfermedad, se hiciese cubrir de vendas
como á un muerto y encerrar en el sepulcro de su fami-
lia....; llegan Jesús y la muchedumbre: Jesús desea ver
á Lázaro, y éste, separando la piedra mortuoria, surge
del sepulcro envuelto en sus vendas y cubierta la cabeza
de un sudario. Esa fué la resurrección.... »
Resumen de lo que precede : creer en filtros , desco-
nocer lo que es milagro , espiritistas , espectros y unos
cuantos peut-étre. \ Peregrino modo de explicar y com-
batir ! Si esta es la ciencia de la escuela crítico-histórica,
EL MODERNO ANTICRISTO. 79
¡ maldición sobre esa Ciencia ruin y pedante ! Justísimo
fué el escándalo que con esa explicación suscitó Renán
entre sus más íntimos amigos , entusiasmados peut-étre
ante el cuadro de Mr. G. Catternoles.
Y llega la Resurrrección de Jesús. West y Sherlok la
explicaron según las reglas del foro inglés , combatiendo
á WoUaston. Mucho antes la resolvió Celso con decir
«que todo fué patraña é invención apostólica». Strauss
la explica de este modo : « Ó Jesús resucitó por vía natu-
ral ó sobrenatural ; pero ni uno ni otro es posible, porque
las palabras « muerto » y « resucitado » son contradic-
torias. Si Jesús resucitó , no estaba muerto ; y si estaba
muerto, no resucitó....» ¡Bravo! Kaiser dijo que la Resu-
rrección de Jesús era un mito poético-histórico ; Semler,
que sólo un mito; Reimaro, Wunsch y Bahrdt dudan de
ella ; Panlus el doctor niega la muerte de Jesús , y explica
la Resurrección usando el síncope. Algunos racionalistas
exégetas dicen que los ángeles eran los hortelanos esse-
nios que se aparecieron á la Magdalena; otros, como
Kuinoel, que los ángeles fueron las llamas salidas, á eso
del crepúsculo , de las entrañas de la tierra ; otros , como
Bruno Bauer , que los ángeles fueron los rayos de la au-
rora matinal; otros, finalmente, aseguran que los esse-
nios arrebataron vivo á Jesús, le llevaron al huerto, y le
rodearon de piedras: llegan José de Arimatea y Nicode-
mo, y sale Jesús, que, al reconocerlos, llora. Los essenios
son los ángeles, y Jesús se aparece á la Magdalena, que
lecreyó hortelano. La opinión de Renán es la siguiente :
dice que « los Apóstoles robaron el cadáver de Jesús y le
llevaron á Galilea: la exaltada imaginación de María de
Magdala (Magdalena) desempeñó un papel de primer
orden. El amor dispuso á los ánimos á creerlo. ¡Poder
divino del amor! ¡Sagrados momentos aquellos en que la
8o LA ESPAÑA MODERNA.
pasión de una alucinada dio al mundo un Dios resuci-
tado!....»
A mí sólo me queda exclamar también: ¡Poder en-
clenque de la Ciencia nueva ! ¡ Momentos tristes en que
el alma, sedienta de saber^ sólo halla en torno suyo nega-
ciones rotundas y explicaciones vacías ! i Un milagro ilu-
sorio creído por la venerable antigüedad , precedido del
estremecimiento del mundo , de la rupción de las rocas,
de un sol ensangrentado, de muertos volando por los
aires, de vibraciones que resonaron en el areópago de
Atenas y en la cumbre del Gólgota! ¡Milagro ilusorio,
estremecimiento fantástico, que, repercutiendo en el co-
razón de doce pescadores, removió al mundo en sus ci-
mientos, trastrocó los papeles de la historia, luchó á brazo
partido con los poderes del infierno y las potestades de
las pasiones ; que tuvo testigos de los que á Pascal le
gustaban; testigos que se dejaron degollar; niños inocen-
tes , ancianos decrépitos y doncellas vírgenes ; que consi-
guió lo que el héroe Macedón y los Emperadores de Roma,
los políticos y los filósofos , no pudieron conseguir : civili-
zar al mundo extendiendo la doctrina del Crucificado en
todo lugar, en toda tribu y en toda nación, y no con el
alfanje de Mahomet, sino con el imán del amor y del sa-
crificio! ¡Ilusión sublime, que, pereciendo todas las insti-
tuciones, ha hecho que una sola permanezca inalterable
entre tantos derrumbamientos y desmayos , ante las blas-
femias y las espadas, siquiera hayan sido como la de
Napoleón ó Cavour, de Garibaldi ó de Crispí; ilusión
creída por una falange de genios que cruzaron el mundo
cual astros luminosos ; ilusión que hoy presta aHentos á
un inerme anciano , y hace que todas las potencias de la
tierra , como los Reyes al Niño de Belén , le obsequien
con joyas riquísimas , y saluden como á Redentor de la
EL MODERNO ANTICRISTO. 8 1
sociedad que se muere!.... ¡Ilusión! ¡ilusión! ¡ilusión!
<^Hoc nobis unum grande miracuhiín sufficit », diré con
el Fénix del África.
Y ahora , venid , gacetilleros parlanchines , poetillas
de agua chirle , periodistas librepensadores , catedráticos
de salón, sabios de la escuela de Renán, filósofos de la
hornada de Thiberghien ; vosotros, los que, como Rou-
land, Massy ó Jacomet, combatís el milagro visto por
una pastora inocente ; vosotros, los que, como Ernesto,
no os acercáis á Lourdes por no rebajar vuestra dignidad
personal ; vosotros, pensadores y que no tuvisteis valor
para mamaros la bicoca de miles de duros , demostrando
la falsedad de un hecho solo de los centenares de Lour-
des....; venid, y explicadme cómo la Resurrección de
Jesús , esa ilusión de Magdalena , ha podido y puede hacer
tantos prodigios.
¡Rocas de Massabielle, hablad á estos infatuados!....
LAS CONTRADICCIONES.
¡Respiremos! A pesar de las blasfemias precedentes,
no puede Ernesto ocultar lo que ningún blasfemo ha ocul-
tado. El elogio sale de entre los insultos, 3^ la contradic-
ción de entre las doctrinas. Por depravado que se halle el
corazón del hombre , alguna fibra generosa le queda : por
inextinguible que sea el odio contra Jesús , los impíos , en
esos momentos de lucidez en que las pasiones callan y la
cólera se extingue, no pueden escatimar á Jesús entu-
siastas alabanzas. Como Balaam, decía nuestro Cami-
nero, quieren maldecirle, y á pesar suyo sale de sus
labios un grito de admiración. Leed al desesperado Rous-
seau , y hallaréis la apología del Jesús-Dios en el hbro
6
82 LA ESPAÑA MODERNA.
cuarto de su Emilio, Leed á Kant, el universal demo-
ledor, y veréis que «la moral de Jesús es la más elevada,
universal y posible » . Recorred las páginas de Fichte , y
hallaréis que «Jesús, fundando en la tierra el reino de los
cielos, ejecutó la voluntad suprema de su Padre ; y como
primer ciudadano de ese reino, es verdaderamente Hijo
de Dios » . Recorred las páginas de Goethe , el enemigo del
palo rígido y en cruz, y hallaréis «la necesidad de la Re-
dención y de la vida futura; y que si eso es supersticioso,
esa superstición es la poesía de la vida». Y si habéis leído
á Strauss, habréis visto que « ningún hombre puede tener
la vida religiosa que Jesús tuvo». Y si queréis leer al
iracundo más horrible que cruzó por la tierra, al blasfe-
mo Proudhon ; allí , de aquellos labios encendidos , de
aquella boca nido de blasfemias enroscadas , salió esta
frase digna de que todos los racionahstas la graben en
sus corazones : «Si reconocéis á un Ser Supremo...., ¡de
rodillas ante el Crucificado ! » Con razón , pues , decía Mo-
reno Nieto : « En todas las obras de los enemigos de Jesús,
veo al Jesús-Dios». Á todos se les puede repetir lo que á
Marción respondía Tertuliano : «En vano trabajasteis;
porque á cien leguas veo al verdadero Jesús : i hasta en
vuestro falso Evangelio ! »
Yo , por mi parte , he de confesar que á través de las
obras de Ernesto veo la divinidad de Jesús 3^ del Catoli-
cismo , como la Providencia á través de las miserias de
la vida; y como aquel que en tiempo déla revolución
francesa, contemplando el aspecto repugnante y ensan-
grentado del ojo de Robespierre fuera de su órbita, ex-
clamó : « ¡Dios existe ! » ; así exclamo : i Jesús es Dios ! Po-
dráseme objetar que las frases dedicadas por Ernesto á
Jesús son de sentido racionaUsta; no importa : el lector
juzgará imparcialmente. Ya que con mucho trabajo las
EL MODERNO ANTICRISTO. 83
he recogido de las obras de Renán, voy á presentarlas
como Dios me dé á entender, seguro de que con esas con-
tradicciones y esos elogios daré pasto á la curiosidad de
mis lectores, y quizá algún consuelo para calmar en
parte las impresiones pasadas. Poquísimo he de poner de
mi cosecha ; calmaré los impulsos de mi entusiasmo ante
las frases, no ya heladas y frías, sino líricas y arrebata-
doras , de Ernesto Renán.
Ernesto, que ha execrado á los discípulos de Jesús,
dice: «¡Ellos vencerán al mundo con su modestia y man-
sedumbre ! » Renán , que ha explicado por vía natural y
evolución histórica el Cristianismo maldiciéndole , tiene
esta página escrita contra las paradojas anticristianas de
Feuerbach , inmejorablemente traducida por nuestro in-
signe Menéndez y Pelayo : «¡Ojalá que Feuerbach hubiese
mojado sus labios en fuentes más ricas de vida que las de
su germanismo exclusivo y altanero! ¡Ah! Si sentado
sobre las ruinas del monte Celio hubiese oído el son de
las campanas eternas dilatarse y morir sobre las colinas
desiertas donde fué en otro tiempo Roma; ó si desde la
playa solitaria del Lido hubiese oído la voz del campa-
nile de San Marcos espirar en las lagunas; si hubiese
visto á Asís y sus místicas maravillas , su doble basílica
y la leyenda del segundo Cristo de la Edad Media tra-
zada por el pincel de Cimabue y de Giotto ; si se hubiese
empapado en la mirada penetrante y dulce de las vírge-
nes del Perugino , ó en la catedral de Siena contemplando
el éxtasis de Santa Catalina.... Feuerbach no lanzaría así
el anatema sobre una mitad de la poesía humana , como
queriendo apartar lejos de sí el fantasma de Iscariote....
No comprende que la gran diferencia entre el helenismo
y el Cristianismo consiste en que el helenismo es natural
y el Cristianismo sobrenatural » .
84 LA ESPAÑA MODERNA.
¡Qué contradicción tan bella! — exclama Menéndez y
Pelayo. — No presentaré las contradicciones innumerables
de Renán acerca de los libros y profetas antiguos. Óiga-
sele.... Las religiones de Siria y Egipto llenaron el mundo
de braxas y amuletos ; no tenían ninguna idea grande,
moral y elevada ; la religión de la humanidad pertenece
á la raza semítica (hoy dice lo contrario en su Histo-
ria del pueblo de Israel). — Jesús se posesionó de una
sociedad á la cual no bastaba la filosofía del Estado : no
fué á la escuela : hasta ignoraba los nombres de Budha y
Zoroastro y Platón: no había leído ningún Hbro griego,
ningún sutra búdhico: no sabía letras, y, sin embargo,
había leído los Psalmos, los libros apócrifos, el Pentateu-
co, los Profetas, Daniel é Isaías, el libro de Enoch y todos
los escritos que trataban del advenimiento del Mesías-
Salvador: era jurista, controversista, exégeta, teólogo....
— (¡Misterio incomprensible!) — Jesús no conocía la his-
toria, pero fundó la moral eterna salvadora de la huma-
nidad, la doctrina sublime de la libertad de las almas.
Alma lírica , alma grande , naturaleza divina , fundador
excelso , exento de nuestras incertidumbres y vacilacio-
nes; héroe sin rival de la pasión, modelo cumphdo de las
almas puras, á cien codos sobre los demás fundadores....
Al abrogar la ley con todo el poder de su genio , instituyó
el Cristianismo , hecho glorioso , único y fecundo ; hizo
dar á la Religión un paso al cual no puede ni podrá com-
pararse ningún otro. — (¡Misterios incomprensibles!) —
¡Rabino el más embelesador de Judea, divina personali-
dad!; su predicación era dulce y suave como las armo-
nías de la naturaleza y el perfume de los campos. Con Él
habitó Dios entonces en el mundo. Predicaba « el reino de
los cielos», cuyo debilitado aroma es aún nuestra supre-
:ma consolación. Nunca dilató el pecho humano gozo tan
EL MODERNO ANTICRISTO. 85
puro y tan inmenso. En aquel esfuerzo, el más vigoroso
que ha hecho la humanidad para elevarse sobre el barro
de nuestro planeta , hubo un momento en que se olvidaron
los lazos de plomo que nos ligan á la tierra y á las angus-
tias de la vida. ¡ Feliz el que entonces pudo ver la luz de
aquella divina aurora! — (¡Misterios incomprensibles!) —
Si las ideas de Jesús no fuesen superiores á los hombres,
la tierra sería un paraíso celeste : Jesús no tiene rival en
palabras y obras. Creador verdadero de la paz de las
almas y consolador de la vida...., su Evangelio fué el
sursum corda ^ remedio único para todas las ambiciones;
y para el progreso y la civilización, fué como el rocío que
desciende sobre el monte Hermont. — (¡Misterios incom-
prensibles !) — En los milagros apostólicos había algo su-
perior á las fuerzas humanas: sin los milagros, Jesús no
hubiera realizado una revolución moral tan estupenda,
ni creado el Cristianismo : la Iglesia convirtió al mundo.
— (¡Misterios incomprensibles!) — Jesús, más bien que
reformador de una religión antigua, esfwtdadory crea-
dor de la religión verdadera. Él anunciaba sus futuros
padecimientos, 3^ hablaba de ellos bien claramente á sus
discípulos: Él conoció la traición de Judas: Él predijo la
inmortalidad del nombre de Marta; y las palabras «caiga
su sangre sobre nosotros y nuestros hijos», encierran pro-
funda verdad histórica: todo ha sucedido así. — (¡Miste-
rios!)— Perdonémosle la idea de un cielo fantástico y de
un vano Apocalipsis ; pero ella es la expresión más gran-
de y poética del humano progreso : no despreciemos esa
quimera que ha sido la corteza tosca del sagrado bulbo
de que nosotros vivimos: esas frases favoritas de Jesús,
permanecen todavía llenas de perenne encanto. Su exqui-
sita ironía y sus malignas provocaciones contra los fari-
seos , iban siempre derechas al corazón : sus rasgos se
86 LA ESPAÑA MODERNA.
han escrito con buril de fuego sobre la piel de los hipó-
critas. ¡Rasgos incoínp arables dignos de un Hijo de
Dios!; ¡porque sólo un Dios sabe matar asi! Sócrates
y Moliere no hacen más que arañar la epidermis; Jesús
introduce el hierro candente hasta la medula de los hue-
sos.— (¡Qué contradicciones tan bellas!) — Jesús se pro-
clamó Hijo de Dios, y esto que en otros hombres hubie-
ra sido vanidad insoportable, no debe mirarse en Jesús
como tal: esa idea no la recibió de los judíos , brotó de
su grande alma. El odio de sus enemigos puso el sello á
la Divinidad de Jesús.... ¡Jesús, Jesús, confortación de
las almas afligidas!; la humanidad deseará besar las
huellas que dejáronlos pies de Jesús. ¡Jesús!, aquel prin-
cipio de renacimientos morales á quien debe cada uno de
nosotros lo mejor que tiene en sí, y dirige todavía, en la
presente hora, los destinos de la humanidad, porque fué
su digno intérprete. ¡Jesús!, hombre de proporciones co-
losales, honor común de todo el que sienta latir en su
pecho humano corazón; columna la más grandiosa de las
pasadas y futuras generaciones; ideal universal que adop-
taron Roma y Atenas.... ¡Los bárbaros caen á sus pies, y
hoy el Racionalismo no le mira una vez siquiera ñjamente
sin arrodillarse consternado!.^.. Sin Jesús, nada se expli-
ca. ¡Ved aquí al Dios vivo ; al Dios á quien es preciso
adorar! . . . .
Describe Renán la muerte de Jesús , y dice. . . . : « Á me-
dida que el hálito vital se extinguía , su alma se serenaba
y volvía otra vez á su celeste origen : vio en su muerte la
salvación del mundo...., y profundamente unido á su Pa-
dre , empezó en el patíbulo la vida que por siglos y si-
glos iba á gozar en el corazón de las sociedades.... /C6>/í-
summatum est ! ¡Reposa en tu gloria, noble iniciador de
la más sublime de las doctrinas! Tu obra se halla con-
EL MODERNO ANTICRISTO. 87
cluida ; tu divinidad queda fundada. No temas ya que una
falta venga á derribar el edificio debido á tus esfuerzos.
Lejos del alcance de la fragilidad humana , en adelante
asistirás desde el seno de la paz divina á las infinitas con-
secuencias de tus actos. ¡ Tu nombre , gloria y orgullo de
la humanidad , va á ser exaltado durante millares de si-
glos ! ¡ Lábaro de nuestras contradicciones , tú serás la
bandera á cuyo alrededor se librará la más ardiente de
las batallas ! Y mil veces más vivo , más amado después
de tu muerte que mientras cruzaste por este valle de lá-
grimas , llegarás á ser de tal modo la piedra angular de
la humanidad, que borrar tu nombre de los anales del
mundo sería conmoverle hasta en sus cimientos. Entre
Dios y tú ya no existirá diferencia alguna. ¡Toma, pues,
posesión de tu reino, sublime vencedor de la muerte, de
ese reino adonde te seguirán por la vía ancha que tra-
zaste siglos y siglos de adoradores
¡Coloquemos á Jesús encima de la grandeza hu-
mana!.... Nosotros, condenados ala impotencia, trabaja-
mos sin cosechar, y no veremos el fruto de nuestra siem-
bra.... Entre los futuros, nadie sobrepujará á Jesús. Su
culto se rejuvenecerá incesantemente ; su leyenda arran-
cará lágrimas sin cuento: su martirio enternecerá los
mejores corazones. ¡Y todos los siglos proclamarán que
entre los hijos de los hombres no ha nacido ninguno que
pueda comparársele!....*
Á misólo me queda exclamar: ¡Bendito sea Dios, que
trueca en oro la ruin escoria y la blasfemia en alabanza!
La piedra que pretendieron arrojar los que edificaban^
ha llegado d ser la cima del ángulo. ¡Jesús es Dios!
88 LA ESPAÑA MODERNA.
CONCLUSIÓN.
Pero no seamos optimistas , ni lleguemos á creer , sa-
boreando aún las dulzuras que preceden, que el moderno
Anticristo es un Anticristo convertido. No : consideran-
do en conjunto todo lo que en este escrito queda estam-
pado , ante ese dédalo de contradicciones , creo que se
puede preguntar: ¿qué hará Renán en lo que le falta de
vida? ¿Adorará en Jesús, en (^akiammuni ó en Caglios-
tro? ¿Irá, como el mal ladrón, desde la cruz al infierno?
¿Pedirá, como Strauss, á la hora de su muerte, que le
lean las páginas del Phedon sobre la inmortalidad del
alma? ¡Quién sabe!.... Cuando Lamennais estaba en el
lecho del dolor y de la agonía , exclamó : « i Dios mío, Dios
mío , que reveláis vuestros secretos á los humildes y los
ocultáis á los soberbios! » Y Corneille, el paisano de Re-
nán, dijo ya:
«Dieu fie s'abatsse pos vers les cimes trop h antes. »
El orgullo, dice Gay, tiene por pena la ceguedad y
por alimento la mentira.
Horribles han sido las impresiones causadas en mi
alma por la lectura de la Histoire du peuple d' Israel.
Renán aquí es mucho más escéptico que en sus lucubra-
ciones anteriores: más cansado, menos ameno, más in-
fatuado y menos entusiasta de Jesús y su fundación. Su
estilo tiene más hiél y menos almíbar. Parece como que
el ángel malo le va endureciendo el corazón con el frío
de la vejez , y sembrando nieblas en el entendimiento con
EL MODERNO ANTICRISTO. 89
el humo de la soberbia. No es ya Renán aquel sereno es-
pectador que describe Cantú; aquel apologista del fraile
y panegirista del Salvador de los hombres. Es Renán el
cantor del Dios impersonal , de la materia eterna y del
germen latente de la vida , aspirante á la metamorfosis
del espíritu público , gárrulo declamador que marea con
espejeos y vislumbres , capitán de batalla que ha gastado
el último cartucho. Es Renán el furibundo socialista de
Le Prétre de Nemi; escritor envejecido y enervado por
el opio de sus libros y el incienso fatal de sus comensa-
les, adulador y mañero sobre toda ponderación. Él, que
califica de extravagante éi Francisco de Asís; él, que,
como el Témpano de Suárez Bravo , llama histérica y
visionaria á la figura española más encantadora y ado-
rable, de frente erguida y de mirdiádi penetrante y dulce,
y en el puño el acero contra los enemigos de Jesús, á la
extática Santa Teresa ; él , que cien veces suelta la sin
hueso para maldecir á los Profetas y á los Apóstoles , á
las Hermanas de la Caridad y al clericalismo de Roma,
y llama á David bandido y santifica á Jezabel y Robo-
hám; él, que ha manchado con su inmunda baba todo lo
más santo de la tierra y de la gloria...., se cree sucesor
único de Jesús, y volviendo la mirada al ciclo desús
obras impías, al terminar la que está publicando, dice
que exclamará lleno de júbilo con el viejo Simeón: <^Nunc
dimittis servum tuum, Domine, secimdum verbum tuum
inpace>. ¡Sarcasmo horrible, digno de una mueca de
Voltaire ó Satanás !
El filósofo Schleiermacher , dice Cantú, despojando al
Testamento antiguo de sus profecías, y de sus milagros al
Testamento nuevo , concilio lo demás con su filosofía in-
grata; pero advirtiendo adonde iba á parar, inclinado
ante el abismo que abrió á sus pies, gritaba: «¡ Felices
90 LA ESPAÑA MODERNA.
nuestros padres , que , inexpertos aún en la exégesis,
creían leal y sencillamente cuanto les era enseñado!»
Renán no se detiene ante el caos [que también abrió ; y
caos profundo es lo que ha hecho de la historia ; en su
campo no deja absolutamente nada ; su soplo ha sido
fuego devastador; su pluma, el hacha que aplica á la
raíz de todo lo bueno. Contradictorio dialoguista , filó-
sofo llorón á veces , y á trechos melancólico novelador
de los que Valera describe, incrédulo, tarambana y ver-
sátil, amante de la ciencia esotérica y se lamenta de que
la sociedad esté tan corrompida, de que el pueblo se ra-
cionalice y vaya haciéndose incrédulo. ¡Heráclito digno
de risa! Es vastago de aquella casta volteriana que ha-
cían oir Misa á sus deudos, y en los banquetes de Con-
dorcet mandaban retirar á los criados para que no oyesen
las nefandas blasfeínias. Vacherot y Flammarion lloran
también contemplando la sociedad. ¡ Qué acertadamente
Núñez de Arce puso en boca del demagogo , contestando
al burgués y describiendo á París , las siguientes estrofas:
«Rota está la cadena. ¡ La habéis roto !
Si mis labios
Ofenden tu pudor , hieren tu oído ,
No me culpes á mí, culpa á tus sabios
Que del error apóstoles han sido....
¿Qué has hecho tú de la conciencia humana?
¿Qué fibra has respetado? ¿Qué pureza
Ha resistido á tu atracción tirana?
¿Dónde acaba tu infamia? ¿Dónde empieza?.,..
¡No tuviste piedad, y no la esperes!
¡ fa tu grandeza vergonzosa acaba,
Pudridero del mundo!....»
Pero las lágrimas de Renán son de cocodrilo; está
Ernesto completamente obcecado ; no se mece ya entre
EL MODERNO ANTICRISTO. 9 1
la tierra y el cielo; no humilla su frente en la ceniza de
los altares que quemó ; salta por las contradicciones to-
das. Se puede repetir de él lo que Proudhon decía de los
filósofos contestando á Federico Bastiat (Obras de éste,
tomo v): «Áfuerzade eclecticismo y materialismo, — racio-
nalismo y panteísmo , — ha perdido la inteligencia de sus
tradiciones». Renán, que ha puesto á Jesús en la cúspide
de la humana grandeza, dice hoy que Jesús no tiene
nada que ver con los filósofos; Renán, que veía en el
Evangelio el sursuní corda de la humanidad y la mani-
festación más grande del progreso humano , dice hoy que
la moral evangélica es una utopía ridicula; Renán , que
nos colocó la edad de oro perdida, el paraíso llorado por
los poetas, y la religión suspirada, y la civilización
verdadera en la nación de la raza semítica, hoy coloca
todos esos elementos en Grecia. Según Renán, del Par-
thenón y del Olimpo salieron «nuestras ciencias y artes,
nuestra literatura, filosofía, moral, política, estrate-
gia, diplomacia, derecho internacional y marítimo. El
progreso consistirá en desarrollar eternamente lo que
Grecia concibió. Grecia es el más grande de los niila-
gros».
Renán ha sembrado viento y recoge tempestades. La
objeción, — él mismo lo confiesa, — es hija siempre de la
perversidad y del orgullo , sin llevar premio en la vida ni
esperanza en la muerte. Renán propiamente no tiene es-
cuela ; sólo consigió hacer indiferentistas. Su trabajo y su
sentir, su esperanza y galardón, resúmelos él en las si-
guientes frases : « ....El pueblo más grande, más noble y
más fuerte, será aquel que viva sin obedecer á autoridad
y á superior ; sin ley , ni ciudad , ni emperador ni rey ;
sin rehgión y sin sacerdotes.... Un pueblo es glorioso fre-
cuentemente por sus revolucionarios que le pierden , vili-
92 LA ESPAÑA MODERNA,
pendían y escupen.... ¡La libertad es el gran resultado
obtenido! Cada uno puede educar á sus hijos y disponer
sus funerales como quiera....» «Admiremos, sí, la moral
del Evangelio ; pero suprimamos de nuestra enseñanza la
quimera que le dio el ser. Jesús, el fundador de los de-
rechos libres, tiene hoy sus representantes : las tentati-
vas sociaHstas serán infecundas si no van informadas por
el espíritu de Jesús.... El movimiento del mundo es la re-
sidíante del par aleló gramo de dos fuerzas : del libera-
lismo y del socialismo ; del liberaHsmo de origen griego,
y del socialismo de origen hebreo. Para saber cuál de
esas dos fuerzas vencerá , es necesario saber cuál es el fin
de la humanidad. ¿Es el bien de los individuos que la
componen ó forman? ¿Es, como se cuenta, la consecución
de ciertos fines objetivos y abstractos que exigen heca-
tombes de sacrificios?.... Cada uno responda según su
temperamento moral, y eso basta. El universo, que no
nos ha dicho aún su palabra última, consigue su objeto
con la variedad infinita de sus gérmenes. Lo que Dios —
lahavé — quiere , siempre llega. Estemos tranquilos.
Si somos los engañados, esto no tiene grandes conse-
cuencias. Si perdemos nuestro partido , otros le ga-
narán!....»
i Pues vaya un consuelo que nos ofrece Ernesto en la
conclusión del segundo tomo de su última obra! Yo lo es-
peraba, sí, pero no tan explícitamente : socialismo , in-
diferentismo.... y y por término la desesperación, es la
religión renana, el gran resultado obtenido! Saber que
tenemos un fin y no ocuparnos de él absolutamente para
nada, como de él no se ocupan los cuadrúpedos , conten-
tándonos con que si perdemos nuestro partido , otros lo
ganarán ; ignorar en qué consiste ese fin supremo y últi-
mo, centro de nuestros suspiros, imán de nuestros deseos
EL MODERNO ANTICRISTO. ()}
y blanco de nuestras aspiraciones, y asegurar que su pér-
dida no tiene consecuencias gravísimas para nosotros....,
es ridículo y blasfemo ; ridículo , porque se habla de lo
que se ignora ; blasfemo , porque es lo mismo que decir
que los hombres somos más desdichados que todos los
seres de la creación, tendiendo á su fin, con su vida, luz
y ser , como brújula palpitante ; blasfemo , porque es
hacer de Dios el déspota proiidhoniano , verdugo de
nuestra razón y espectro de nuestra conciencia. Creer
en un Dios , — lahavé, — que hace llegar siempre lo que
quiere y que nos ha prefijado ese fin último...., y perma-
necer inmóviles como estatuas en el campo del combate
cuando se oye el estampido del cañón y el estruendo de
la metralla.... , sin elevar súplicas y oraciones al lahavé.
Dios de los ejércitos y de las venganzas.... , es el colmo
de la desesperación cruda y horrible. Los positivistas,
dice Büchner (Ciencia y Naturaleza) yl^en todos los días
un capítulo del Kempis : Compte rezaba tres veces al día.
Por lo visto, Renán se contenta con menos. Sospechaba
también que, al llamarse Ernesto «único sucesor de Je-
sús » , era semejante á aquel Jerónimo Korler y á su her-
mano Cristian, precursores del mormonismo, que se
creían «los testigos de Dios descritos en el Apocalip-
sis». ¡Fanatismo, visionarios, alucinados.... I ¡I'»
Y ahora, para concluir y dejar tranquila mi concien-
cia, voy á responder á ciertas preguntas. ¿Qué ha con-
seguido Renán, qué consigue Jacolliot , qué consigue
Taine, con sus trabajos de zapa y sus lucubraciones an-
tievangélicas? ¿Desterrarán á Jesús del corazón de los
hombres? ¿Perecerá el CatoHcismo?.... ¿Qué esperanza
salvadora nos ofrecen esos sabios? A esta última pre-
gunta me responde Renán en el Libro de Job : «El se-
creto de la vida está en ahogar las melancolías y pasarse
94 LA ESPAÑA MODERNA.
sin esperanza». En la Historia del pueblo de Israel nos
ofrece, como hemos visto ya, la esperanza del socialismo
y nihilismo ruso.
Para contestar á las otras preguntas , será necesario
tender la mirada sobre los hombres que fueron. Nicolás
Fréret,en 17 19, examinólos Evangelios para combatirlos,
y nada consiguió. Semler, Kant, Herder, Paulus, Strauss,
Réville, Ernesto Bunsen, Emilio Burnouf, y Jacolliot y
Renán, sin traer á cuento todas las escuelas heréticas
desde Jesús al siglo xvi^ desde el siglo xvi á las de Halles,
Tubinga y Gottinga , todos han redoblado sus esfuerzos
por desterrar la Biblia, y principalmente el Testamento
nuevo , y muy principalmente hoy el Evangelio cuarto, y
nada han conseguido. El gran poeta lord B3^ron, escép-
tico desesperado también , lanzaba este suspiro : «En este
libro — el de los Evangelios — está el misterio de los mis-
terios. ¡Ah, dichosos aquellos mortales á quienes Dios
hizo la gracia de oirle, verle é invocarle y de respetar
las palabras de este santo Libro! ¡Dichosos los que
saben forzar su puerta y penetrar en sus senderos! ¡Pero
valdría más que no hubiesen nacido, si han de leerle para
dudar de él ó despreciarle ! »
En cuanto á Jesús y al Catolicismo, no cabe dudar de
que la victoria es su3^a. ¿Qué no hizo por aniquilarlos
aquella legión de demonios incubada en el pecho de Vol-
taire? Y no obstante , el último suspiro volteriano fué el
último suspiro de Juliano el Apóstata . Hay que conven-
cerse de que, merced al Catolicismo, que es el verdadero
Cristianismo , subsiste el mundo, como decía Gioberti.
Es necesario que se persuadan los científicos racionalis-
tas y librepensadores de que sus sistemas estupendos y
atrevidos, condensados en aquel período de Gabriel Mol-
lin : « Es preciso que acabemos definitivamente con
EL MODERNO ANTICRISTO. 95
Dios.... ; nosotros vivimos en la tierra ; no queremos el
cielo » ; no han consolado á un alma afligida , no han po-
blado un corazón desierto, ni enjugado siquiera una lá-
grima. Jesús y el Catolicismo , fuentes irrestañables de
caridad y mansedumbre y confortación de todas las almas
afligidas, desaparecerán, como juzgaba Montalembert,
cuando se arranquen de la tierra el sufrimiento y el dolor.
Vea, pues, Renán si evaporará la memoria del Jesús-
Dios y del Catolicismo con sus picarescas chanzonetas é
ilógicas deducciones ; persiguiendo lanza en ristre , como
el rey Forlón el horizonte vacío , dorando las blasfemias
con matices y cosméticos , ocultándose bajo la piel del
hipócrita y lavándose las manos como Pilatos después de
vender al Justo.
Considere Renán que el tumulto de blasfemias y sa-
crilegios que levanta él y los que son de su casta, es sofo-
cado por el ¡Hossannal sublime que levanta á los cielos
la Iglesia católica en la extensión de la tierra. Podrá Re-
nán üevar á Jesús al Sanhedrín, y desde allí al Pretorio,
y desde allí hacerle pisar, cargado con la Cruz, el áspera
cumbre del sangriento Calvario ; pero no puede ni podrá
Renán impedir que ese Jesús crucificado entre dos ladro-
nes y escarnecido por una ruin canalla , aparezca al ter-
cer día ante las muchedumbres resucitado y glorioso,
vencedor del infierno y de la muerte , y aclamado por
Dios, Verbo Eterno y Resplandor de la gloria del Padre,
suba á ser Rey de los eternos eucarísticos festines, y
desde allí triunfe de todos sus raquíticos enemigos.
¡Triunfo, sí, triunfo sin rival, milagro estupendo , pro-
digio inaudito , que el mismísimo Federico II formulaba
en este frase : «No ignoro que quien combate á la Iglesia
bebe el Cciliz de Babilonia»! — ¡Y ha sido así! — diría el
abate Ricard. Desde Herodes el Grande hasta Licinio
(^6 LA ESPAÑA MODERNA.
desde Arrio hasta León VI el Iconoclasta, desde Astolfo
el lombardo hasta Cavour y Farini , todos se han estre-
llado contra la roca que Jesús puso en el mundo ; todos
han sido arrojados ignominiosamente á la tumba.
— ....¿Qué hace ahora el hijo del carpintero José ? —
preguntaron los bárbaros , los cismáticos, los herejes é
invasores. — Y cada edad respondió : « ¡ Un féretro!.... »
Fr. Zacarías Martínez,
AgustinianG.
EL ESPINAR CUBANO
Y LA SEGUR BARRANTINA.
DOY gracias al Sr. Director de la acreditada Es-
paña Moderna, por la galantería compromete-
dora con que ha solicitado mi colaboración ; y
como el único modo de corresponderle bien es remitirle
algún trabajo, pongo manos á la obra. No he tenido li-
bertad para elegir el asunto : las circunstancias me lo han
señalado. Hubiera creído faltar á un deber si no comen-
zase por una rectificación , al colocar mi nombre entre los
de los escritores de esta Revista donde mis compatriotas
han sido mal juzgados, por no decir maltratados. Me re-
fiero al artículo publicado en Octubre de 1889 por el ilus-
trado académico Sr. D. V. Barrantes. He procurado
estar en guardia contra mí mismo , por las tentaciones
del tema y por la naturaleza del periódico que tan gra-
ciosamente me brinda honroso hospedaje. Censuro á Es-
paña, censuro á los españoles, contradigo alSr. Barran-
tes ; pero ello en sí mismo no es violación de ninguna
etiqueta social ni literaria , pues el inteligente redactor
de la Sección Hispano-Ultr amarina debe de estar acos-
tumbrado á las luchas de la discusión , y en esta propia
7
98 LA ESPAÑA MODERNA.
Revista él mismo y otros han criticado á sus Gobiernos,
sus hombres y sus cosas con una acritud de tono que yo
no empleo. Además, deben Vds. considerarme como de
la casa, si quieren ser consecuentes con su teoría de que
los cubanos somos españoles ; y digo teoría, porque en
la práctica suelen tratarnos, no ya como á extranjeros,
sino como á enemigos. Era necesario llenar aquel requi-
sito de la templanza ; mas también es necesaria mi pro-
testa. Acepto el asiento que me ofrece el Sr. Director,
pero antes de ocuparlo sacudo el inadvertido polvo con
pañuelo de seda.
I.
LA EDUCACIÓN Y LAS INSURRECCIONES.
Con el arriesgado título de La Poesía lírica en Cuba
ha dado ala estampa el Sr. D. Martín González del Valle
una colección de composiciones de compatriotas míos,
adicionadas , según parece , con notas biográficas y ob-
servaciones críticas. No la conozco, pues el ejemplar que
pedí á la Habana cuando se anunció la publicación, y que
me fué enviado , se extravió en el camino ; pero varios
amigos me han escrito que no por ello me páselas noches
«de claro en claro » , y el voto del Sr. Barrantes viene á
esforzar la discreción de ese consejo. No me propongo,
pues, levantar proceso ai libro mencionado, sino exami-
nar las ideas que él ha sugerido al descontentadizo aca-
démico.
Según éste, en Cuba casi no hay ni ha habido poetas,
por culpa de la educación desorganizadora con que Es-
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. 99
paña nos ha favorecido , y de la torpe política metropoli-
tana. Y como sea cosa de que se santigüen de sorpresa
los versados en nuestra historia colonial que no conoz-
can las fantasías del Sr. Barrantes, copiaré algunas pa-
labras suyas :
«....Nunca sin honda pena cae en nuestras manos una antología cu-
bana , verdadero martirologio de jóvenes malogrados por una educación
viciosa ó una política insensata. »
Las «reformas de la instrucción pública debilitaron todas sus creen-
cias (de los cubanos) y todos sus sentimientos, desde el temor de Dios,
hasta el amor de la patria.»
« .... La Habana , desde que en 1842 se hizo en la enseñanza una re-
forma radical, á cuyos autores Dios perdone , ofrecía peligros tan claros
y evidentes , que reclamaban altas dotes de previsión y cordura en sus
gobernadores. »
Padre , te admiramos , pero no te comprendemos , le
decía á San Crisóstomo una mujer de Antioquía; y lo re-
cordamos, porque de esas líneas resulta que hace medio
siglo se nos está aleccionando en demagogia, y esto no
ha sucedido nunca en la Isla , ni en materia de enseñanza
ha habido allí jamás plan alguno oficial de progreso me-
tódico , ni otra cosa que alternativas más ó menos defi-
cientes. Lo que ocurrió en 1842 fué que el Gobierno, casi
remolcado por el impulso que la iniciativa individual, con
dinero de particulares, estaba dando á la instrucción,
amplió los estudios de la Universidad, introduciendo
especialmente los de ciencias naturales ; por cierto que
D. José de la Luz, Del Monte y otros cubanos beneméri-
tos , faltos de confianza en los halagos oficiales , rehusa-
ron las cátedras que se les ofrecieron. Pero ¿no ha oído
el Sr. Barrantes hablar de cierto D. José de la Concha y
de sus reculadas? ¿No tiene noticia de un tal Araíztegui,
quien decía oficialmente en 1871 que el medio seguro de
100 LA ESPAÑA MODERNA.
españolizarnos era escatimarnos lo más posible la ins-
trucción? (') ¿No ha pasado la vista por el recetario del
señor general López de Letona? Nuestros estudios supe-
riores distan mucho de nivelarse con las necesidades de
un pueblo culto. En ningún país se ha visto que la instruc-
ción pública sea un arbitrio rentístico ; y en la Habana
«los ingresos de la Universidad por derechos de matrículas han excedido
á sus gastos en el año de 1884, nada menos que en 127,000 duros, y
este sobrante , lejos de ser accidental, viene acumulando tales condicio-
nes de permanencia, que ha pasado á la categoría de axioma el aserto de
que nuestro gran establecimiento docente nada en absoluto cuesta al Es-
tado» (=«).
Á tiempo que eso sucede, el Gobierno no se cuida de
formar
«ni ingenieros, ni arquitectos, ni pilotos, ni verdaderos agrónomos, ni
comerciantes provistos de todos los conocimientos que constituyen hoy
el arsenal de esta honrosa profesión , ni operarios bien instruidos en la
técnica difícil de las modernas industrias. Para ser algo de esto hay que
ir á aprenderlo fuera. En cambio, copiamos servilmente la organización
de sociedades diversas y de existencia secular, como si aun en esto qui-
siéramos hacer buena la famosa frase en que sintetizaba Merivale, como
ha sintetizado luego un publicista francés muy conocido , el empeño co-
lonizador de nuestros antepasados : hacer una sociedad vieja en un país
nuevo » (^).
Hace apenas un año , nuestro famoso orador el señor
D. Rafael Montoro, en su elogio del Sr. D. Antonio Ba-
chiller y Morales , sintetizaba en una frase todo nuestro
sistema de educación desde 1839 para acá: el profesorado,
(i) Raimundo Cabrera: CwZ»fljV5«í7Wí:^, 5. "edición. — Habana, 1889,
pág. 117.
(2) José SiLVERio JoRRiN : Discurso de recepción pronunciado en la
Universidad de la Habana el 13 de Abril de 1885 , cuando fué elegido por
dicha corporación Senador del reino.
( 3 ) El País de la Habana , Octubre 4 de 1 888.
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. 1 01
decía, ha estado «adscrito á un plan de estudios de todo
punto ajeno á las audacias de la ciencia contemporánea,
y siempre fiscalizado». El Dr. D. Valeriano Fernández
Ferraz (peninsular), catedrático de la Universidad de
la Habana, decía en 1883, en un discurso que pronunció
en el colegio La grande Antilla, que el plan de estu-
dios vigente es «inverosímil», y á propósito de la segunda
enseñanza se expresaba así:
((No corresponde á lo presente, ni está por lo pasado: si valiera ha-
blar en términos gramaticales, acaso podría decirse que es un pretérito
imperfecto. y)
Por fin, y esto debería ahogar en júbilo todas las pe-
sadumbres del Sr. Barrantes, el citado Sr. Montoro ha
consignado no hace mucho el hecho de «la influencia que
á la callada viene ejerciendo en el país el elemento cleri-
cal , favorecido hasta un extremo increíble por el plan de
estudios vigente» ('). Sea enteramente franco el Sr. Ba-
rrantes , y declare que su ideal en materia de civihzación
para los cubanos, es el mismo que el Sr. Jackson Veyan
aconsejaba para la hija de «Modesta» en sus versos Ni
Francia ni Inglaterra:
«Dices que vives en humilde villa
Falta de ilustración ;
Con que haya en ese pueblo una capilla
Tiene aula el corazón.
Aunque el álgebra ignore inadvertida
Sabrá vivir y amar :
¡ Lo terrible en las luchas de la vida
Es no saber rezar ! »
( I ) Revista de Cuba, xii , pág. 576.
102 LA ESPAÑA MODERNA.
Si es esto lo que se quiere , empiécese por eliminar de
nuestros estudios el de la historia de España , pues es oca-
sionado á malas tentaciones el saber lo que hizo Pelayo
por la independencia de su patria , qué eran las Comu-
nidades , qué pretendió Padilla , cómo se portaron los
españoles cuando la invasión napoleónica, quién era
Riego....
Por otra parte , el liberalismo de una pedagogía no es
requisito forzoso para que la aversión al absolutismo en-
tre en la estructura del alma de la juventud ; será un gran
factor, pero no indispensable, niel único. Suponga el se-
ñor Barrantes que se hubiera modelado á Cuba en una
educación tan homeopática y tan integrista como quie-
ra: ¿se imagina que la libertad no hubiera germinado es-
pontáneamente en la colonia? Las RepúbHcas hispano-
americanas responden negativamente.
El Sr. D. Carlos Holguín, á quien tuvieron Vds. allá
de ministro colombiano , y que ahora es presidente inte-
rino de esta República, describe en los términos siguien-
tes el estado de Nueva Granada en la época que prece-
dió inmediatamente á la guerra de la Independencia:
c( .... En los primeros años del siglo no estábamos todavía bastante
educados para hacernos cargo del libre manejo de nuestro peculio, y....
la índole de nuestro carácter es la menos á propósito para que jamás se
nos hubiera concedido venia de edad. En las capas superiores de nuestra
sociedad se encontraban algunos hombres superiores que habían recibido
esmerada educación , y á su lado se habían formado otros que , aunque
de talla menor , podían , como los primeros , comprender y administrar
bien los negocios públicos. Mas comparados éstos con la población ge-
neral del país , eran excepciones rarísimas , puntos imperceptibles en la
masa universal destituida de toda luz , sin nociones de lectura ni de es-
critura , ni noticia de nada más que de la existencia de Dios nuestro Se-
ñor en el cielo y del rey nuestro amo en la tierra. Este era el elemento
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. IO3
pueblo , destinado á representar el primer papel en el sistema que iba á
surgir de la revolución triunfante.... »
« Encontrar algún trabajo que proporcionase los medios necesarios
para el sustento de la familia y el pago de los pechos reales •, educar á los
hijos en el santo temor de Dios ; establecer á las hijas , dándoselas de
preferencia en matrimonio á un español , aunque fuese un asturiano ó un
gallego que sólo supiera hacer cucuruchos de cominos ó pimienta ; acos-
tarse temprano , comer á horas , no faltar á sus devociones y tener ves-
tidos nuevos para las fiestas solemnes , era cuanto de tejas abajo codicia-
ban nuestros mayores. Y por cierto que para alcanzar aquellos bienes el
régimen bajo el cual vivían se prestaba admirablemente. En lo político,
las aspiraciones se reducían á ser alcalde ordinario , ó miembro de algún
cabildo , á recibir alguna invitación oficial , ó á tomar parte en la fiesta
que se celebrase por el cumpleaños del rey ó el nacimiento del príncipe
de Asturias. De los acontecimientos políticos de Europa, se sabía lo que
de oficio se comunicaba á las autoridades españolas por sus superiores de
la Península , y muy rara vez alguno muy bien relacionado veía un nú-
fnero de la Gaceta de Madrid. En la educación religiosa se ponían sobre
el mismo pie el amor y la obediencia á Dios , el amor y la obediencia al
rey y á sus respectivos representantes ; lo cual , unido al prestigio de la
distancia , á las descripciones de la pompa de la corte y al relato de las
hazañas de los reyes , hacía que no hubiese diferencia á los ojos del ame-
ricano, entre el pecado de Luzbel y el de cualquier subdito por cuyo
cerebro cruzase la idea de desconocer la autoridad real (').y>
Nadie negará la exactitud de este cuadro , pues es his-
toria pura, historia reciente, muy fácil de comprobar
con testimonios abrumadores. América era, en vísperas
de la emancipación, un candido país de aleluyas, tal como
sin duda el Sr. Barrantes quiere que sean Cuba y Puerto
Rico. Á ella en ese período se le puede aplicar la des-
cripción que hizo el poeta , de la vida de provincia en
Francia.
( 1) Repertorio Colombiano , i, páginas 81 á 106.
:04 LA ESPAÑA MODERNA.
«On séveille , on se leve , on s'hahille et Von sort ;
On rentre , on ame , on soupe , on se conche et Von dort.»
Y con todo eso, hubo americanos rebeldes, poetas,
políticos , y el continente se escurrió por el plano incli-
nado de la revolución. Luego si la lógica sirve para
algo , es de inferir que , aun postrada de atonía nuestra
cultura , siempre habrían brotado en las Antillas ideas de
progreso y libertad.
¿Pues no hubo en Cuba conspiraciones antes del Plan
de Estudios de 1842? En 1820 fué la Isla, de punta á punta,
un hormiguero de asociaciones secretas y revoluciona-
rias de masones, anilleros, cadenistas, sin contar los
carbonarios, cuyo propósito era menos radical. En los
dos años siguientes el capitán general D. Nicolás Mahy
advertía al Gobierno de Madrid que vivía afanado , como
quien camina sobre huevos , por la propaganda que con
éxito alarmante hacían «los predicadores de la indepen-
dencia». Bajo el mando de Vives se organizaron las so-
ciedades de los Soles de Bolívar en 1823 y e\ Águila
Negra de 1829 á 183 1. Hasta los esclavos, que absoluta-
mente no recibían educación, que nada sabían de Euno,
Cleón ni Espartaco , se sublevaron tres veces en 1835.
No , no ha tenido la felicidad del acierto el Sr. Ba-
rrantes en sus recherches de la paternité del espíritu in-
dependiente en Cuba ; desequilíbrase en apoyo delezna-
ble la pesada teoría de su embriogenia. Si le interesan
los antecedentes de nuestra Revolución de 1868, me per-
mitiré recomendarle que lea , en el tomo ix del Diario
de Sesiones de las Cortes españolas, los discursos de
nuestro antiguo senador el Sr. D. José Ramón de Betan-
court, especialmente los de 18 de Julio de 1883 y 7 de
Julio de 1885 ; y á necesitar ampliaciones, que consulte
con el Sr. Cánovas del Castillo.
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. IO5
Haga eco el Sr. Barrantes á la prensa integrista, re-
pitiendo que á pesar de todos los desaciertos de la me-
trópoli , y á pesar de las serpientes de discordia que el
general Tacón se esmeró en alimentar y propagar para
desdicha común de insulares y peninsulares , contra la
patria nunca hay razón, y que por haberse olvidado esto,
las poesías de mis compatriotas son generalmente malas.
Creo que el Sr. Menéndez y Pelayo estampó una especie
parecida en ima de sus famosas obras. Todo eso se re-
futa con dos palabras. ¿No reconocen todos Vds. que
Bello y Olmedo fueron «insignes poetas» ? ¿No los ha cali-
ficado así, entre otros, el Sr. Cañete, y al cantor de
Jiinin de «sincero patriota», cuyo patriotismo consis-
tió en rebelarse contra España? ¿Les salieron chabaca-
nas á Olmedo ni á Bello las composiciones? Pues enton-
ces, ¿qué?
Desengañémonos : el problema cubano no es conse-
cuencia de nuestra educación, sino déla de Vds.; la
nuestra será defectuosa, la de Vds. es desatinada; nos-
otros necesitaremos reformas , Vds. un nuevo aprendi-
zaje. El Sr. Holguín, en el mismo artículo que hace poco
cité, dice:
«Si los españoles, atendiendo de preferencia á sus intereses materia-
les , hubieran educado á nuestros padres como la República educa á sus
hijos, podrían jactarse aún de que el sol no se ponía en sus dominios!
» Jamás se pensó en España que podía llegar algún tiempo en que la
América saliese de su tutela , y que debía educársela como un prudente
padre de familia educa á sus hijos.
))Si la metrópoli hubiera comprendido bien sus intereses y los nues-
tros, habría debido ir cambiando paulatinamente de sistema, hasta faci-
litar por las vías naturales nuestra emancipación , y continuar después el
I06 LA ESPAÑA MODERNA.
comercio más natural todavía de las buenas relaciones fundadas en la
gratitud y el cariño.
» El régimen colonial que mantiene todavía en Cuba y en Puerto
Rico , es prueba evidente de que sin la revolución jamás habríamos lle-
gado nosotros á salir de la servidumbre degradante en que vivíamos. »
Los escritores que con más benevolencia han juzgado
el sistema colonial español , y entre ellos inesperadamente
mi estimado amigo el señor general D. Lucio A. Restrepo,
han dicho que España trajo al Nuevo Mundo todo lo que
poseía en materia de civilización, y que no se la debe
censurar porque no obsequiara con sabia educación polí-
tica á los subditos de Ultramar , puesto que ella misma
no la tenía para sí ; nemo dat quod non habet. Esa dis-
culpa expHca el hecho , pero no lo destruye , justifica ni
realiza. Una de las grandezas de la monarquía británica
consiste en haber planteado instituciones libres en la casi
totalidad de sus posesiones, en haber elevado á sus co-
lonos á la categoría de ciudadanos. En estos últimos me-
ses han estado discutiendo sin cortapisas en el Canadá
las ventajas y los inconvenientes de su separación de In-
glaterra, y á nadie se ha desterrado ni fusilado por ello;
más aún: la metrópoli estuvo y está dispuesta á consen-
tir en lo que el Canadá quiera hacer. El resultado ha sido
que la opinión se ha declarado en contra de la emancipa-
ción, pues todos aman y respetan á la madre patria. Aco-
meta España ese aprendizaje , hágase amar , y el proble-
ma cubano será resuelto , y no volverá á ocurrir que se
echen á nuestra educación las culpas de la suya.
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. IO7
II.
NUESTROS POETAS.
Y como la educación viciada que el Sr. Barrantes de-
plora es especialmente la de nuestros bardos , á ellos voy
á contraerme.
¿Cuáles arquetipos hubiera nuestro censor querido
que escogiesen , tanto por lo que hace al atildamiento de
la forma como á la elevación de ideales? ¿Los poetas es-
pañoles de este siglo? Los Sres. Campoamor y Clarín
dicen que casi no los hay. Abra el Sr. Barrantes la en-
trega correspondiente á Mayo de 1889, de la España Mo-
derna , y en la página 74 leerá estos conceptos del inven-
tor de las Dolor as:
«Desde la muerte de Quevedo hasta la llegada del romanticismo , no
se ha escrito un solo verso de poeta , y desafío al Sr. Valera á que me lo
cite.
» Resolvamos de una vez este problema, convenciendo al público de
que los versos buenos son tan raros como los diamantes de á libra. Para
facilitar el trabajo, autorizo al Sr. Valera á que , además de los líricos de
la restauración del gusto francés, incluya al Sr. Quintana, poeta laurea-
do, muy admirado por él, y popularísimo en España y América.»
Clarín está sosteniendo que hoy en España no hay
más que dos poetas y medio.
Cuanto al siglo de oro, oiga al Sr. D. Pedro de Alcán-
tara y García en su Historia de la Literatura española:
« Es una poesía artificiosa , afectada y formal : su principal belleza
está en la forma, salvo algunas excepciones; casi nunca se inspira en sen-
I08 LA ESPAÑA MODERNA.
timientos de trascendencia, y hasta cuando lo hace en el erótico, en
que abunda , peca de artificiosa y poco espontánea. Es por esto tan pobre
en el fondo como rica en la forma , de lo cual se adquiere la certeza re-
pasando las colecciones que existen de poetas líricos , en los cuales, por
punto general, se halla gran exuberancia de galas poéticas y apenas si se
encuentran pensamientos elevados y profundos (')•»
Advertiré de paso que reservo completa mi libertad
de juicio acerca de las ideas de García, Campoamor y
Clarín: mantengo cuanto dije en las páginas 449, 450 y
638 de mis Estudios Críticos, pero en esta escaramuza
no peleo con mis armas propias, pues no se trata, ó á lo
menos no intento que se trate , de lo que piense yo acerca
de la poesía castellana, sino de cómo la juzgan los espa-
ñoles mismos.
Y agrego : que si en concepto de ellos la mayor parte
de su bagaje poético no pesa gran cosa, y si al mismo
tiempo Lamartine, Hugo, Musset, Byron y otros subían
al Olimpo con voluminosas y macizas toneladas de equi-
paje, ¿qué razón había para que mis compatriotas se
abstuviesen de seguir las huellas de la caravana de esos
grandes maestros , cantores de la libertad y adversarios
de toda opresión política, social y moral?
Y, sin embargo, no pocos de nuestros vates han imi-
tado á los castellanos. Heredia cruza como un príncipe
con su bajel á todas velas el mare clausum de Quintana;
Luaces toma de su estuche indistintamente plumas de
oro usadas por el mismo Quintana ó por Herrera; Milanés
trabaja con los moldes de Lope de Vega y de Zorrilla ;
Plácido se pasea, sin saberlo, en los jardines de los clási-
cos; Zenea hizo versos en vieja fabla ; en algunos se nota
la influencia de Garcilasso, Fr. Luis de León, Baltasar de
(i) Obra citada, tercera edición, Madrid 1884, pág 350,
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. IO9
Alcázar, Arguijo, Rodrigo Caro, Espronceda, Trueba,
Campoamor , el citado Zorrilla , y otros muchos del pre-
sente y de los siglos anteriores. Joaquín Palma está hoy
todavía en plena exaltación de zorrillismo. Si á pesar de
esto la mayor parte inspiran lástima al Sr. Barrantes , no
será por falta de buenos maestros , sino porque la raza
poética no se ha regenerado , y perpetúa los vicios seña-
lados por Clarín, García y Campoamor.
Á Luaces no le da pasaporte el Sr. Barrantes sino
como hablista ; pues oiga estos fragmentos de la Caída
de Misolongi :
«
Si el turco se debate á vuestras plantas,
Lanzad contra él indómito el caballo ,
Y rompa el férreo y resonante callo
La humilde frente del postrado infiel.
¡Alarma, al arma , desnudad el hierro !
¡ Quebrantad las cabezas agarenas!
¡ Rompedles en las frentes las cadenas
Y que espiren de rabia y de baldón!
Haced con los flotantes cachemires
Gualdrapas al caballo vencedor.»
No pretendo que Luaces sea perfecto ; pero en esa
composición, como en otras suyas, hay algo más que un
simple hablista , epíteto bueno para un D. Eugenio de
Ochoa. En los versos de Luaces se siente la fiebre con-
tagiosa de Tirteo , y á ocasiones se oyen los truenos de
Juvenal.
Zenea no encuentra mucha gracia ante el Sr. Barran-
tes ; y, sin embargo , entre las cosas excelentes del Par-
naso castellano ocuparían, como ya lo dijo otro escritor
I o LA ESPAÑA MODERNA.
español , lugares distinguidísimos sus romances , espe-
cialmente Fidelia, y también los cuartetos que empiezan:
a I Señor ! j Señor ! El pájaro perdido....»
El Sr. Barrantes parece no conocer á nuestros poetas
sino por las antologías; pero él debe de saber que una
antología buena no es cosa tan fácil de hacer ; se necesita
ser un Quintana para salir airoso de la empresa , y las
antologías que han caído en manos de nuestro crítico
son, por lo visto, muy malas.
Me llama la atención que Piñeyro figure entre los poe-
tas de la obra del Sr. González del Valle , pues él nunca
ha querido ser apreciado como tal, y aunque sí ha hecho
versos , y buenos , no ha acostumbrado regalar con ellos
al .público. Sospecho que en la mención de su nombre hay
error. Sospecho también que el Sr. Barrantes ignora
cuánto vale nuestro crítico, pues si lo supiera, no pasaría
con tanto desenfado al lado suyo , sino que lo saludaría
respetuosamente ; bien que Piñeyro mismo tiene la culpa,
pues nada hace por extender su fama á la tierra de nues-
tros mayores.
Que nuestros poetas carecen de carácter propio. Por
carácter en literatura entiendo el conjunto de rasgos psi-
cológicos ó morales que constituyen la personalidad de
un autor, sus ideas, doctrinas ó principios y sus senti-
mientos, así como por fisonomía literaria entiendo la
manera individual de expresión. El carácter es el fondo,
la fisonomía la forma, diré en vocablos modernos. No
contamos, ni en ninguna parte se ha contado nunca, con
dos fisonomías enteramente iguales; mas en orden á los
caracteres , sí es cierto que varios difieren poco entre sí,
como las cuentas de una sarta , hasta el extremo de no
producir impresión bien distinta en el lector. Eso se nota
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. I 1 1
especialmente en las producciones anteriores á la insu-
rrección de Yara y en los poetas que no habían salido de
Cuba ; Mendive no es el mismo después de la emigración
que antes ; Francisco Sellen se encuentra en caso idénti-
co: ambos en tierra extranjera han divisado ideales de
mayores proporciones , han encendido las antorchas de
su inspiración en candelabros de metal más rico , que
eran artículos de contrabando en las aduanas intelectua-
les de la S2Vm/)r^ ^^/; pero tampoco se puede, en una
sentencia general y despectiva , condenar á granel como
incoloras todas las poesías anteriores á 1868. El Cuca-
lambe , uno de nuestros poetas más populares , es un tipo ;
lo es Vélez Herrera con sus romances de costumbres ;
Antenor Lescano se asemeja á muy pocos, y así podría
enumerar otros muchos. Ahora , si se pretende que Cuba,
con mucho menos de un siglo de existencia literaria , pre-
sente jefes de escuela, poetas en quienes no se advierta
tradición alguna europea, una organización cabal, en
fin, no ya las Musas castamente desnudas, sino vestidas
con magníficos ropajes, dueñas de atestados almacenes
de repuesto y de enormes máquinas para la fabricación,
diré que no hemos vivido lo necesario para eso ; que la
literatura cubana no se puede considerar aún sino como
un retoño ó festón de la española , y hasta agregaré que
en todas estas Repúblicas no hay todavía obras bastan-
tes como para constituir literaturas independientes , en
todo el rigor de la palabra, templos completos en colinas
aisladas y que se destaquen solitarios en las líneas del
horizonte, sino, cuando más, columnas del Partenón
común de las letras castellanas.
Ni en Cuba era posible que se formara una bajo el ré-
gimen de la rigurosa censura previa. ¿Cómo producirse
un Bryant que estigmatizara en sus versos la infamia de
112 LA ESPAÑA MODERNA.
la esclavitud , si desde su primer canto habría sido casti-
gado con la deportación por lo menos? ¿Cómo un Cow-
per, si los aires de nuestros campos estaban llenos de
alaridos? ¿Un Béranger, donde la oposición, en vez de
ser un derecho , era un crimen , donde se vivía en perma-
nente estado de sitio? Fornaris refiere que D. José de la
Concha lo llamó en 1857 á palacio , y le dijo :
«Lo he mandado llamar á V. para advertirle que si desea continuar
escribiendo sobre Siboneyes, va3^a á hacerlo á los Estados Unidos. Aquí
somos españoles, y no indios ; ¿está V? Todos españoles ('). »
No trato ahora de si el abortado género siboney era
bueno ó malo : cito el ejemplo como prueba de que el Go-
bierno reprimía las tendencias de nuestra lírica, é impo-
sibilitaba la formación de caracteres y la gestación de
escuelas.
No nos quedaron libres sino el género religioso , al
cual no tuvimos afición , á pesar de Plácido , la Avella-
neda y otras excepciones ; y el género erótico y el ele-
giaco. Hasta 1868, casi toda la poesía cubana fué que-
jumbrosa : á las tristezas del amor se unían las de la
opresión política y civil ; y si resonaron cantos á Polonia,
á Grecia , á Irlanda , á todos los pueblos mártires, fué
porque los censores iliteratos no entendieron su significa-
ción ; que así andaban las cosas.
Tales son los hechos , y pierde el tiempo el Sr. Ba-
rrantes poniéndose á descifrar, como si se tratara de un
jeroglífico, lo que se puede leer corrientemente en ro-
mance vulgar.
(i) Poesías de José Fornaris : Habana, 1888, pág. 11.
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. II3
III.
LA AVELLANEDA ES NUESTRA.
Á la Avellaneda la arrebata el Sr. Barrantes de nues-
tras pléyades, porque «no tuvo de cubana sino el naci-
miento accidental » .
Vayamos poco á poco.
Nacimiento accidental fué el de los Chénier en la capi-
tal de Turquía , el de los Madrazos en Roma , el del conde
de Cheste en el Perú , el de J. A. Gaicano en la Cartagena
colombiana, el de Teurbe Tolón en Panzacola. Nosotros
consideramos cubano a José Antonio Echeverría , por-
que, aun cuando nacido en Barcelona (Venezuela), pasó
á Cuba á los cuatro ó cinco años de su edad, y él mismo
se tenía por compatriota nuestro. Entiendo que los ar-
gentinos no han dejado de mirar como suyo á Ventura de
la Vega , quien de edad de once años salió para la Penín-
sula, y no volvió á su país nativo ; á propósito de lo cual
refiere el conde de Cheste en el elogio que del distinguido
autor dramático leyó en la Academia Española el 23 de
Febrero de 1866, que cuando conducían á Vega para em-
barcarlo, gritaba en la plaza Real de Buenos Aires:
« ¡Qué! ¿no me defendéis? ¿No estáis viendo que con pre-
texto de educarme, me van á llevar á la patria de los ti-
ranos godos? ¡Favor! ¡Favor! ¡ Salvad á un ciudadano
indefenso ! » Y en un soneto que compuso , ya hombre , en
Madrid, se expresó así:
«Cruza sin mí los espumosos mares;
Saluda ¡oh navel de mi patria el muro.»
114 LA ESPAÑA MODERNA.
Sin embargo, las circunstancias todas de su vida y de
sus producciones desde que puso los pies en la Península,
sí los autorizan á Vds. , me parece, para contarlo entre
los autores españoles.
Pero la Avellaneda no se encuentra en condiciones
análogas.
Cuando la célebre camagüeyana salió de Cuba para
la Península , tenía veintidós años de edad , y entonces
compuso el soneto Al Partir, del cual han dicho autori-
dades competentes de entre Vds. que puede competir
con los mejores de la Hteratura castellana. Hacía ya,
pues , magníficos versos , aunque no hubiese alcanzado
todavía reputación universal. Á los doce años, dice su
biógrafo el Sr. Calcaño, sabía de memoria y exphcaba
los mejores trozos de Quintana, Arriaza, Meléndez y
otros, cuyos modelos incesantemente se ejercitaba en imi-
tar ('). Luego tenía sólida instrucción literaria cuando
Vds. la recibieron, y lo corrobora el testimonio del se-
ñor Guiteras, citado por el mismo Sr. Calcaño.
¿En qué se diferencia de un peninsular un cubano? Los
que han visitado á España cuentan que sus hijos allá no
se parecen á los que vienen á Cuba; que el mar ó la at-
mósfera de la colonia los metamorfosea con pérdida ; y,
en lo general, sin duda es así, pues aunque no he estado
en la Península , he conocido en otros lugares de Europa
y en varios del continente americano, españoles accesi-
bles , tolerantes , de amplias miras liberales , sin preven-
ciones contra Cuba, y hasta autonomistas teóricos.
Pero eso no puede servir de elemento en el paralelo.
Sean Vds. ángeles en Europa y en el resto del mundo;
para el cubano , el tipo del peninsular es el que conoce en
( I ) Calcaño: Diccionario biográfico cubano.
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. II5
Cuba, sin alas y con garras , y á ese es al que debo refe-
rir mi comparación, aunque sin comprender en él á los
españoles que allí simpatizan con nuestros sufrimientos,
que hasta se afilian al partido autonomista, que respiran
á la temperatura de la razón y no al calor del odio ; el
tipo no abarca más que la clase que cuenta con poder é
influencias para imponer la arbitrariedad, y sus numero-
sísimos sostenedores.
La primera diferencia es que el peninsular domina , y
quiere seguir dominando ad lihitiim, y el cubano quiere
disfrutar de libertad; de mis compatriotas unos anhelan
por la autonomía, otros por la asimilación, otros por la
anexión á los Estados Unidos , otros por la independen-
cia, pero lo que todos desean es libertad, lo que repug-
nan todos es el absolutismo.
La segunda diferencia es .que el peninsular sostuvo
cuanto le fué posible la esclavitud (hay excepciones hon-
rosas) , y el cubano la combatió hasta obtener la aboli-
ción (hay excepciones deshonrosas).
Otra disparidad es que nosotros amamos entrañable-
mente nuestra tierra natal , y el peninsular no la ama ni
es natural que la ame tanto ; ni es aventurado asegurar
que algunos no la aman ni mucho ni poco.
Limitémonos á esas tres divergencias, que son las
principales, y como los ejes de las otras, y veamos si la
Avellaneda aprendió entre Vds. á pensar y á sentir como
peninsular, ó si continuó siendo cubana; pues debe ad-
vertirse que, sean lo que fueren Vds. en el Viejo Mundo,
al tratarse de los asuntos cubanos llega hasta allá el es-
píritu de nuestras luchas , menos envenenado por la
acción poderosa de la distancia, pero siempre acrimo-
nioso : pruébanlo las discusiones en las Cortes y el tono
de cierta parte de la prensa. Si se demuestra que la Ave-
Il6 LA ESPAÑA MODERNA.
Uaneda cantó el absolutismo de nuestro régimen , y la
trata , y la servidumbre , y que perdió el recuerdo de su
hogar , de su niñez , de las palmeras de sus valles y de las
ondas de su Tínima, entonces la desconocemos : qué-
dense Vds. con su gloria ; pero si resulta todo lo contra-
rio , no habrá sofisma que nos la pueda arrebatar.
Tendencia liberal. — Bastará recordar sus versos A
la muerte de Heredia. Como Heredia fué el poeta revo-
lucionario por excelencia, no se le puede admirar en lo
que tuvo de patriota sin sentir algo de lo que él sentía,
aunque ese algo no sea precisamente el amor á la inde-
pendencia. En dicha composición habla la Avellaneda del
« destierro impío » de Heredia , y de otras cosas que no
puede suscribir sino un hijo ó hija de la Gran Antilla.
Esclavitud. — La novela Sab es una obra abolicio-
nista.
Amor al suelo natal, — Respira en muchísimas de sus
composiciones , en algunas de las cuales se deleita en
describir, con auxilio de sus recuerdos, la naturaleza
tropical de la Isla. Véanse : En el álbum de una seño-
rita cubana. — Á Luisa de Fr anchi- Alfar o. — Á la con-
desa de San Antonio. — La vuelta á la patria. — Á las
Cubanas. — Al Liceo de la Habana. — Serenata de Cuba
á la duquesa de la Torre y etc. Agregúese á esto que en
el romance La vuelta á la patria llama «horas infaustas»
á las que pasó fuera de Cuba, y que en otro, Á mi
madre, dice :
«....Mi mente enfrían
Los soplos del Guadarrama,
Y de esta corte el tumulto
A m¡ agreste musa espanta.»
Por fin : más ó menos cinco años antes de morir, es-
cribió al conde de Pozos Dulces una carta que se pu-
EL ESPIKAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. II7
blicó en El Siglo de la Habana, y en ella reclamaba con
energía el título de cubana.
No es, pues, de Vds. la Avellaneda : su corazón fué
siempre nuestro, ella quiso siempre que lo fuera.
Que fué discípula de D. Juan Nicasio Gallego, y que
bajo la dirección de él formó su gusto y adquirió el arte
de la corrección : lo reconozco , como también que el am-
biente en que vive un artista influye en las manifestacio-
nes de su genio ; pero más influencia ejercieron Quinta-
na, el mismo Gallego y Martínez de la Rosa en Olmedo,
que Gallego en la Avellaneda , y Vds. se guardan muy
bien de llamar poeta español al cantor de Junín. ¿Por-
que no vivió en la Península? Pero Víctor Hugo pasó
como dos décadas en tierra británica , cuya influencia es
visible en varias de sus obras , y nadie lo llama poeta in-
glés; Heine, que tuvo más de francés que de germánico,
no ha dejado ni puede dejar de pertenecer ala literatura
alemana. ¿Por razón del idioma? Pero ni D. José Joaquín
de Mora ni Zorrilla son poetas hispano-americanos por
su larga residencia en el mundo de Colón. Y además,
nadie ha negado que la literatura cubana sea una rama
de la española ; la cuestión se reduce á si la Avellaneda
pertenece ala rama ó al troncó. España fué colaboradora
de Cuba en el desarrollo intelectual de la Avellaneda, no
hay duda ; pero si ésta fué un genio , según dicen , España
no se le pudo dar, como no se lo dio á D. Teodoro Gue-
rrero , y la tal colaboración no autoriza á la madre pa-
tria para alzarse con el santo y la limosna de la hija.
Por varias de estas mismas razones , ya que no por
todas , nos negamos á dar asiento en nuestros coros á
D. Saturnino Martínez, el cual, á pesar de sus buenas
dotes poéticas, que, según D. Ricardo del Monte, ya
pertenecen á la historia, produciría entre nosotros el
LA ESPAÑA MODERNA.
mismo efecto que la intrusión de un duende en una vela-
da de familia , ó el andar de un elefante en un almacén de
porcelana.
IV.
DON JOSÉ DE LA LUZ Y CABALLERO.
De D. José de La Luz dice el Sr. Barrantes que era el
«padre del filibusterismo krausi-parlante » ; que «había
muerto sin Sacramentos y evidentemente fuera del gre-
mio católico»; que «no pasaba de ser un pedagogo ali-
mentado con ideas alemanescas, principalmente con el
naturalismo de Goethe y con la jerga de Krause , bastante
astuto para no descubrir que aquel galimatías eran rifles
y fusiles que en la manigua iba amontonando».
El Sr. D. José Ignacio Rodríguez ha publicado (') 1^
partida de defunción del sabio cubano , firmada por el se-
ñor presbítero D. Cristóbal Suárez, cura del Cerro, y en
ella se lee: «recibió el santo sacramento de la Peniten-
cia.» D. Manuel Sanguily, «que estaba en el colegio de
El Salvador, á pocos pasos del gabinete en que espiraba
el querido y venerable anciano», ha calificado de «pia-
dosa mentira» ese atestado, cuyo objeto fué que no se
impidiera la inhumación en el Cementerio general de la
Habana, que es católico ('). Está, pues, el Sr. Barrantes
de acuerdo con el Sr. Sanguily; mas para estarlo le es
preciso repetir que el sacerdote catóHco mintió. Yo me
( I ) Fída de D.José de La Lu:( y Caballero ,, 2.» edición , New York,
1879, pág. 314.
( 2 ) Revista Cubana , 11 , 404.
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. 1I9
lavo las manos. Sainte-Beuve decía con estas palabras,
poco más ó menos: «Para realzar á un individuo no me
vengan con que es católico ; díganme sencillamente que
es honrado, y eso bastará». Y efectivamente , hay que
convenir en que se puede ser honrado sin ser católico, y
viceversa.
El Sr. La Luz tenía un alma meditabunda y benévola:
toda su existencia fué , interiormente , la preocupación de
lo infinito ; para el mundo exterior , un sentimiento de pie-
dad. El pensamiento de su adolescencia fué la aspiración
al sacerdocio; hasta llegó á recibir las órdenes menores.
Cuando en su edad viril perdió su hija única , la necesidad
de consuelo produjo en su espíritu una especie de atavis-
mo hacia las creencias de su primera juventud; y aunque
éstas recorrieron varios ciclos en las soledades del estu-
dio, puede asegurarse que él nunca dejó de ser cristiano.
Su testanjjento , otorgado dos semanas antes de morir,
comienza por una profesión de fe católica, si bien cree-
mos que en Cuba entonces no los podían hacer sin ese
requisito los subditos españoles ; mas lo que importa en
este debate no es tanto lo que La Luz fuera como lo que
enseñó ; y sus elencos están llenos de recomendaciones y
alabanzas de la ReUgión.
(( La Religión es la primera civilizadora , y como la nodriza del género
humano.
»La Religión, lejos de estar en pugna con la Filosofía, le presta
el más firme de sus apoyos para hacer triunfar la causa del género hu-
mano.
))La Religión, verdadera piedra filosofal, que hasta la escoria la
convierte en oro , la desventura en alborozo. Sin ella no hay amor, y sin
amor es la tierra un yermo espantoso, no ya un valle de lágrimas, que
es mil veces preferible, pues las lágrimas se enjugan y es bueno que se
viertan.
20 LA ESPAÑA MODERNA.
»La Religión, hija y madre del sentimiento: la Filosofía , senda se-
gura de la Religión. Esta el amor, aquélla la doctrina. La una el cono-
cimiento, la confesión del Hacedor; la otra el trato y comercio con Él.
La Filosofía , el pensamiento ; la Religión , un himno continuado. »
Reconozco que en esos y en otros pasajes no se habla
explícitamente del Catolicismo; pero pudo entenderse
que á él se referían , porque su enseñanza era obligatoria
en los establecimientos de educación , y porque en Cuba
no había en aquella época tolerancia de cultos (ni ahora
hay mucha). Puede objetarse también que de Renán se
ha dicho que tiene un alma profundamente religiosa; pero
en el colegio de La Luz y en la clase de Religión, se en-
señaba el CatoHcismo con lealtad. Sanguily, un día en
calidad de profesor suplente , se permitió exponer algu-
nas herejías acerca del misterio de la Trinidad , y La Luz
le prohibió que continuara ocupando la cátedra , ni aun
con el carácter de interino. El Gobierno no consentía
ataques al dogma ni en las escuelas , ni por la imprenta,
ni en las reuniones públicas , ni en ninguna otra ocasión,
y La Luz nunca se apartó de la legalidad. ¿Quemas se le
podía exigir, si cumplía su deber?
Respecto de las « ideas alemanescas » , sospecho que
el Sr. Barrantes insistiría en su reproche si La Luz se hu-
biese afiliado en escuelas francesas, inglesas, italianas....
Para el Sr. Barrantes lo censurable es, probablemente,
que el maestro no estudiase la ciencia en doctrinarios
españoles; pero en aquella época Alemania era la nación
más adelantada , y era natural pedirle á ella luces ; por
lo que hace á España, nunca ha tenido filosofía; toda su
filosofía es un mito , y no soy yo quien lo asegura, sino
Revilla en la Revista Contemporánea (1876). Acerca de
la predilección de La Luz por Krause , Sanguily duda , y
dice que en ninguna parte ha visto confirmado ese aserto
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BaRRANTINa. 121
de D. Antonio Ángulo y Heredia, el discípulo predilecto
de La Luz. Un amigo de éste, D. José Antonio Saco , lo
corrobora en una cita que de él hace el Sr. Gaicano en
la biografía del filósofo habanero; mas parece seguro
que eso no tuvo mucha duración ^ y que debe de referirse
á época remota , y no para par dar el tono dominante al
pensamiento de La Luz.
El Sr. Barrates saca su gran Cristo á lo último, como
es costumbre, enrostrándonos un paso que juzga contun-
dente.
«He aquí una de sus sentencias ( ! ) más celebradas: «El principio de
«autoridad es un Prt-teo que se presenta bajo mil formas para ejercer su
«influencia : la novedad , la moda , el espíritu del siglo , la ligereza , la
«presunción, el amor propio , no son más que ropajes con que se viste la
«autoridad para avasallar á la ra:(ón.y> El hombre que eso enseñaba á los
jóvenes en plena Habana, ¿ qué les enseñaba sino la conspiración y la in-
surrección ? »
Pues no, Sr. Barrantes; lo que pensaba La Luz
acerca de la autoridad , no está todo en esas líneas ; ni
ellas se refieren al orden político, ni al social, sino al
científico. Nada tendría de extraño, en un país como
Cuba, donde la autoridad no es un principio de Moral,
sino un principio de Dinámica, que para combatir sus
excesos se hubiese ido más allá de lo preciso , pues es
propio de las oposiciones esgrimir el arma de la hipér-
bole; pero no tengo ahora necesidad de esa excusa. La
Luz no fué un Kropotkine.
La escuela Hberal no presenta los puños al principio
de autoridad. En el orden político cree necesario que
haya quien mande, para que aplique la ley, para que
proteja á los débiles contra los abusos de los fuertes. Sólo
una condición le impone : que sea justo ; porque de la
22 LA ESPAÑA MODERNA.
práctica de la justicia se deriva forzosamente el atinado
ejercicio de la libertad. Puesto que los jefes de naciones
existen para garantizarnos nuestros derechos y hacernos
cumplir nuestros deberes , que á su vez cumplan ellos con
los suyos, pues también los tienen, y más delicados que
los nuestros.
En el orden científico admitimos también la autoridad
en tanto que carecemos de nociones ó las tenemos defi-
cientes para juzgar : no estaría bien que un niño discu-
tiera los nombres de las letras con el profesor que le
enseña el abecedario. Una vez desarrollada la inteligen-
cia , exigimos á las autoridades científicas que basen sus
enseñanzas en la razón y el experimento.
Todo lo que sea querer otra cosa, es apellidar anar-
quía , y la escuela liberal es tan severa contra ésta como
contra el despotismo.
Vuelvo á decir que en el pasaje copiado, que es como el
último cañonazo de la batería del Sr. Barrantes , La Luz
no hablaba del orden político , sino del científico ; y casi
inmediatamente antes se lee :
« .... Las caídas de los hombres grandes son como otras tantas valizas,
que nos enseñan los escollos que abriga el mar de las ciencias.
»....E1 hombre que no sea capaz de formar su ciencia por sí mismo,
esto es, de darse una cuenta exacta de sus conocimientos, no puede pro-
gresar en su estudio.
»Este es el sentido en que debe tomarse la duda cartesiana : que cada
hombre levante de nuevo el edificio de su ciencia.
» Nada robustece tanto el entendimiento como la costumbre de no
admitir más que lo demostrado.»
Ahora entran las líneas que han escandalizado al señor
Barrantes , y con estos antecedentes se ve claro el verda-
dero espíritu de ellas. Y todavía lo podemos fijar más en
relieve con estos otros pensamientos de La Luz :
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. 12}
«Cuanto sabemos mana de cuatro fuentes : el sentido interno, los
sentidos externos, el raciocinio y la autoridad.
» Hasta en el (criterio) llamado de autoridad reluce el ejercicio de la
razón.
»Es ley de la razón someter á su examen cuantas cuestiones se le pre-
senten , aun cuando toque su impotencia para resolverlas.
».... Es muy doloroso al amor propio de los hombres, aun habiendo
juzgado por deslumbramiento, lo que en todo caso los disculparía , con-
fesar que se equivocaron , y que otro hombre ha sido parte á sacarlos de
su equivocación.
»Pero reflexionen que esta es la historia del linaje humano: siempre ha
habido una voz fuerte entre los hombres , que se haya levantado para
hacerlos marchar por donde no iban y debieran ir.
» Formar al hombre con cuantas menos prevenciones sean posibles , es
la grande obra de la filosofía.
))E1 espíritu de nuestra enseñanza ha sido hasta ahora hacernos sentir
nuestra ignorancia , sin doblar la rodilla ante el ídolo de la autoridad :
ved ahí los dos primeros pasos para bien saber.»
«....Todavía hay quien nos diga que la autoridad es un criterio ó me-
dio legítimo de juzgar, cuando sólo es uno de los medios de adquirir
conocimientos exactos ó inexactos, siendo así que el criterio de autoridad
es una forma del mismo criterio de raióny experiencia. y)
¿Ve bien el Sr. Barrantes que no hay en las líneas
que copió excitación alguna á sublevarse contra España?
Todo eso es de sentido común , filosofía sana ; es , puede
decirse, la atmósfera de la ciencia, porque sin pensar así
no puede progresar el espíritu humano. Todo lo que La
Luz quería era que no se hiciese de la autoridad un ídolo ;
pero no le negaba el lugar que legítimamennte le corres-
ponde en la adquisición de los conocimientos humanos. Si
hay en el mundo un gobierno que se considere amenazado
porque se enseñen esas cosas , entonces la culpa no es de
la enseñanza , sino del gobierno, que anda por sendas an-
ticientíficas. ¿En qué conspiración entro yo por ponerme
124 LA. ESPAÑA MODERNA.
á explicar que un triángulo tiene tres ángulos? Al orden
no me llamará por eso sino el que enseñe que los ángulos
del triángulo son diez, 3^, en tal caso, él es quien se debe
enmendar.
Que La Luz fuera partidario de la independencia de
Cuba, puede ser; pero en sus colegios no hizo propaganda
de tal sentimiento , ni los suspicaces gobiernos de la Isla
se lo hubieran tolerado. Lo que sí inculcó él fué la pasión
por la verdad y la justicia, el amor entre los hombres
como el Evangelio lo aconseja, y nada de esto debiera
parecer malo al Sr. Barrantes. El 20 de Noviembre de
1877 publicó en El Universal de Madrid D. José María
Prellezo un artículo , mal escrito , y cuyas apreciaciones
no acepto de todo en todo, pero que por su procedencia
debe de ser de mucha fuerza para el Sr. Barrantes, y en
él se lee :
a El autor de estas líneas fué profesor en el establecimiento (de La
Luz) desde los diez y siete hasta los veintitrés años de edad, y no tiene
reparo en declarar que no se hizo allí propaganda política....»
No me quiero extender en relatar los otros mereci-
mientos de La Luz, para refutar la desalumbrada especie
de que era un simple pedagogo ; me limitaré á recomen-
dar la lectura de la citada obra del Sr. Rodríguez, y las
Conferencias filosóficas del Sr. D. Enrique J. Varona.
V.
CONCLUSIÓN : SORPRESA Y ESPERANZAS.
Hasta aquí tenía escrito á fifhes de Febrero , cuando
una desgracia doméstica me obligó á suspender este tra-
EL ESPINAR CUBANO Y LA SEGUR BARRANTINA. 12^
bajo , que por tal razón está ya á punto de perder su opor-
tunidad : pero esta interrupción ha dado tiempo para que
llegue á mis manos la entrega de Enero de La España
Moderna, en cuya pág. 187 leo estas nobles palabras del
Sr. Barrantes, dirigidas á un Sr. Blumentritt :
« ¡ Que al pensar y al obrar así olvido lo pasado , y perdono á los ame-
ricanos el haber sido filibusteros ! Pues , ¿quién lo duda? Y hasta hago coro
á las maldiciones con que recuerdan á algunos de los gobernantes que les
'enviamos , que el historiador crítico ha de poner la verdad y la justicia
sobre los intereses de la misma patria.
))La independencia de las colonias, cuando tienen elementos de vida
propia y no han de desafinar en el concierto de la civilización deshon-
rando á la metrópoli que las ha creado, es para mí un hecho ineluctable,
que no aplaudo por lo que afecta á los intereses de mi patria , pero que
acepto como filósofo, considerando que las naciones son en puridad como
familias donde los mayores de edad deben fundar casa. Ley de naturaleza,
que siempre se cumple y que forma parte del plan divino, me inspira tan
profundo respeto , que si en las circunstancias actuales tuviera alguna par-
ticipación en el gobierno de mi país , le aconsejaría pensar seriamente en
la situación que nos ha creado el establecimiento de la república en el
Brasil, acontecimiento que influirá seguramente en los destinos de Cuba
y Puerto Rico, á cuya contingencia debemos anticiparnos.»
Después menciona el Sr. Barrantes mi Carta al Sr. Va-
lera, ydice que á su tendencia política se inclina bastante.
Mi sorpresa no ha podido ser mayor ni más agrada-
ble ; y con la misma franqueza con que he combatido al-
gunos conceptos del redactor de la Sección Hispano- Ul-
tramarina, declaro ahora que en este nuevo terreno, que
es el de la justicia, el de la elevación de alma, el de la
grandeza de corazón , sí podremos entendernos todos, y
sí podrá verificarse la reparación de nuestros agravios y
la reconciliación sincera de los espíritus. Cuando pido á
20 LA ESPAÑA MODERNA.
los españoles que se hagan amar en Cuba, no ejecuto obra
de filibustero , sino de patriotismo y de humanidad ; pero
no me toca á mí hacer propaganda de lo que conviene á
los intereses metropolitanos , porque mi acento parecería
sospechoso. En mi Carta al Sr. Valera pedí la autonomía
para Cuba ; si el Sr. Barrantes no dista mucho de acep-
tarla, procure convencer á sus compatriotas con su auto-
rizada voz ; ello puede tardar en conseguirse , pero allá
llegaremos, ya que hasta el Sr. Cánovas del Castillo ha
manifestado que la autonomía es la solución del porvenir;
pero, á lo menos, siempre quedará al Sr. Barrantes la sa-
tisfacción de haber puesto su talento al servicio de una
causa justísima, de merecer la gratitud de un pueblo que
no es refractario á ningún sentimiento generoso , y de ha-
ber contribuido á atraer simpatía y respeto en América
hacia el asendereado nombre español.
Rafael M. Merchán.
Bogotá, Marzo 19 1890.
LA CUESTIÓN SOCIAL
NO llevan razón ^ ciertamente, los que suponen que
la cuestión social , aun tratándose de aplicarla al
mejoramiento de las clases trabajadoras , es una
cuestión nueva , uno de esos asuntos de moda, y que
á esto y no á otra cosa es á lo que obedece la manifes-
tación celebrada el día i."" de Mayo; así como tampoco
puede admitírseles que este acontecimiento pueda haber
sorprendido á nadie que algo se preocupe de cuanto pasa
en su rededor. La cuestión social es la cuestión eterna
en la humanidad; es ni más ni menos que la aspiración
constante del hombre por recuperar el paraíso terrenal,
de que , según los textos sagrados , fueron arrojados
nuestros primeros padres , por haber desobedecido el
mandato de Dios; es, en fin, el deseo constante del hom-
bre ala perfectibilidad, el progreso indefinido, tras del
que camina la familia humana; por eso precisamente es
esta cuestión la aspiración permanente del hombre , y
que, según nuestro juicio , durará tanto como éste dure
sobre la haz de la tierra ; porque entendemos, que tras
un deseo cumplido, tras una mejora alcanzada, han de
128 LA ESPAÑA MODERNA.
nacer otro nuevo deseo, otra nueva aspiración, suce-
diéndose hasta el infinito.
Para persuadirse de cuánta verdad encierran las afir-
maciones que dejamos hechas , no hay más que hojear la
historia y ver que dondequiera que una agrupación de
hombres se ha formado , allí ha nacido inmediatamente la
cuestión social, y ha producido perturbaciones y derra-
mamientos de sangre ; porque al par que esta agrupación
se formaba , nacían con ella las diferencias sociales , la
separación de los hombres en clases , el privilegio , en fin;
y sabido es que éste no ha sido consentido nunca de buen
grado, sino que ha sido sostenido por la fuerza.
Si pretendiéramos hacer la historia del socialismo,
cosa que no cabe dentro de los estrechos límites de un ar-
tículo , recordaríamos que todos los grandes movimientos
precursores de las grandes mejoras y adelantos de la hu-
manidad , han revestido un carácter eminentemente so-
cialista. Jesucristo propagaba sus doctrinas entre los
desheredados, y no solamente les predicaba la fraterni-
dad y la igualdad , sino que ésta y aquélla la circunscribía
á las clases desheredadas , cuando aseguraba que antes
pasaría un camello por el ojo de una aguja, que un rico
entraría en el reino de su Padre; ó, lo que es lo mismo,
concitaba á los pobres contra los ricos ; y si la Iglesia ha
transigido después con ellos , es porque han consentido en
hacerla partícipe de los privilegios que gozaban ; pero,
como antes decimos, nuestros propósitos no son hacer la
historia del socialismo , sino ocuparnos de examinar su
moderno carácter actual , por lo que sólo nos ocuparemos
de las fases que ha presentado y presenta en la época
presente , para lo cual hemos de tomarle desde la Revo-
lución francesa.
No puede negarse á este movimiento un carácter emi-
LA CUESTIÓN SOCIAL. I 29
nentemente socialista. Por virtud de él, obtuvo su eman-
cipación la clase media, y la consiguió, viéndose forzada
á cometer todos los horrores que en aquella época se co-
metieron. ¿Contra quiénes entabló la lucha? Contra los
que estaban en posesión de los privilegios á que ella se
creía con derecho ; contra la aristocracia y contra lo teo-
cracia, con las cuales transigió después que éstas con-
sintieron, aunque afortiori, en darle participación en el
banquete de la vida; es decir: que se repitió ni más ni
menos que la escena que había sucedido anteriormente
entre la aristocracia y la Iglesia , pero con las diferencias
esenciales del tiempo en que aquélla y ésta habían hecho
su movimiento social-revolucionario , y, por consiguiente,
las consecuencias que de cada uno de estos movimientos
se desprendieron, habían también de estar en relación con
la época en que tuvieron lugar y el medio ambiente en
que se desarrollaron. Por eso el primero , que sólo ofre-
cía recompensas para la otra vida, la paz, la bienaven-
turanza eterna , en vez de exaltar las pasiones de los que
le habían servido de auxiliares, las calmaba, y llevaba al
ánimo de sus adeptos esa santa resignación , esa toleran-
cia con los males y las privaciones á que estaban sujetos
en esta vida, dado que éstas y aquéllos no eran más que
temporales, y como compensación habían de tener recom-
pensa eterna.
Pero no eran las mismas las condiciones en que se
efectuó el movimiento socialista que dio por resultado la
emancipación de los segundos, y por lo tanto la clase
media encontróse forzada de ofrecer á sus auxiliares
algo que no fuera lo que ya tenían, y este algo no podía
ser otra cosa que mejoras en su vida material ; de aquí
el nacimiento del programa de los derechos del hombre,
de aquí el escribir ésta en su bandera las célebres pala-
9
130
LA ESPAÑA MODERNA.
bras de Libertad , Igualdad y Fraternidad , que , como
expresión y sancionamiento de los derechos políticos,
fueron'acogidas por el pueblo como verdadera áncora de
salvación, por lo cual se prestaron sumisos y hasta gozo-
sos á secundar cuantas órdenes y disposiciones emana-
ron de los hombres en cuyo provecho se realizó aquel
célebre movimiento social.
Para aquella y aun para la inmediata generación sa-
tisficieron por completo las ventajas políticas que aquel
programa contenía ; pero pronto las nuevas generaciones
echaron de ver que con aquel movimiento la clase obre-
ra, el proletariado, la nada había conseguido, continuan-
do, por tanto, en la misma, si no en peor situación que la
que antes tenía', puesto que, sin que los antiguos señores
hubiesen perdido uno solo de sus privilegios, habíase
aumentado con los recién llegados el número de los que
los disfrutaban ; por otra parte , la mayor instrucción que
habían adquirido les hizo conocer de manera clara y evi-
dente que el mundo se rige por el derecho de la fuerza, y
que, siendo el número mayor el de los proletarios, podían
en un día dado hacerse dueños de la situación y encami-
nar la marcha de ésta en provecho de sus intereses.
No ponemos en duda que estas ideas fueran embrio-
narias, pero es innegable que cruzaron por su imagina-
ción; mas, ocupada ésta por los asuntos políticos, quedó
adormecida, y prefirieron, por ser más tangible sin duda,
atenerse á las ventajas que la política podía proporcio-
narles, por lo que, ateniéndose al principio que les inte-
graba en su personalidad, pidieron lo que con este prin-
cipio está en perfecta armonía. El derecho á la vida, y
como consecuencia lógica, el derecho al trabajo, que es
la forma que la cuestión social presenta en la revolución
de 1848, está perfectamente justificado, como lo está
LA CUESTIÓN SOCIAL. 1}Í
igualmente el sentido y las tendencias en que inspiraron
sus obras Fourrier y Proudhon. Conformes en que , tanto
las ideas vertidas por el autor del Falansterismo , como
las del de la Propiedad, tal como ellos las predicaron,
son completamente irrealizables , como lo son igualmente
las de Bastiat , pero no puede negarse que las unas y las
otras son el nuncio que marca el camino de la obra eman-
cipadora que ha de seguir las clases trabajadoras.
Por eso, al poco tiempo, aparecen sobre la candente
arena de las discusiones sociales , Bakounine , de origen
ruso, y hasta, según se ha asegurado, procedente de la
más encumbrada aristocracia de aquel país, y el alemán
Cari Marx que, apoderándose de la cuestión, encauzan el
pensamiento y le dan forma más práctica y aceptable, y
son, por fin, los apóstoles que predican las ideas moder-
nas, en las que van encarnadas las teorías que han de con-
ducir al trabajador á la realización de sus aspiraciones.
No se concretan estos dos hombres á la propaganda
teórica de sus ideas, sino que desde un principio las llevan
á la práctica; por eso vemos que ya en la primera Expo-
sición universal de Londres , aunque en reducido núme-
ro, aparecen las sociedades obreras celebrando su primer
congreso; ni se desaniman tampoco porque el carácter
que toman las primeras asociaciones sea el de coopera-
tivas ; su fin constante es propalar la asociación de traba-
jadores, y para conseguirlo, no tienen reparo el patroci-
nar algunos errores , pues no otra cosa que un error
craso es la cooperación para la producción, mirada bajo
el punto de vista universal que abraza las ideas de estos
dos hombres, que aspiran nada menos que á la emancipa-
ción del proletariado del universo.
La conducta seguida en la práctica responde perfec-
tamente á las aspiraciones por ellos concebidas; por
1}2 LA ESPAÑA MODERNA.
eso, en la Exposición universal primera que se celebró
en París, pudo reunirse el segundo Congreso obrero,
con representación de sociedades alemanas, francesas,
inglesas , italianas y suizas. Cierto que no había com-
pleta uniformidad de pensamiento entre todas estas so-
ciedades , pero , á pesar de las diferencias que pudieran
existir, ya en aquel congreso, se convino en algunos
puntos de interés general y común para los obreros de
todos los países , puede asegurarse que , si no formada
la Sociedad Internacional de Trabajadores , pues sabido
es que lo fué en Londres el 28 de Setiembre de 1864 que-
daron asentados los primeros jalones que habían de ser-
vir para su constitución.
No es preciso que nos esforcemos mucho para poner
de manifiesto que si en la Europa toda se hizo poco alto
en este movimiento organizador del moderno socialismo,
en España pasó completamente desapercibido , y hasta
podemos asegurar que eran de muy corto número de
personas conocidos los nombres de los iniciadores y di-
rectores de este movimiento , hasta que en nuestro país
se efectuó la revolución de 1868, y con ella vino ala vida,
ó, mejor dicho, entró España á formar parte en el mo-
vimiento socialista europeo , constituyéndose entre nos-
otros la Sociedad Internacional de Trabajadores , que ya
estaba formada en el resto de Europa, menos en Portugal.
Sin duda, debido á nuestro carácter meridional, y
como tal impresionable , ó tal vez quizá porque siendo los
males que entre nosotros siente el trabajador idénticos á
los que experimenta en el resto del mundo, y que por este
motivo la tierra estaba en sazón para recibir la semilla,
ó quizá por ambas cosas reunidas , lo cierto es , que las
ideas traídas á España por el Sr. Fanelli, hijo político de
Bakounin, sino estamos equivocados, fructificaron de una
LA CUESTIÓN SOCIAL. 1}}
manera tan sorprendente , que un año después de haberse
formado el primer núcleo de la Internacional , esta aso-
ciación , representada por más de cien sociedades de di-
ferentes artes y oficios, celebraba el primer Congreso
obrero nacional en Barcelona, Congreso que se reunió
en 30 de Junio de 1870, y cuyas sesiones duraron diez días^
ratificándose en ellas los principios sustentados como
generales por sus hermanos los del resto de Europa, y
tomándose acuerdos locales ó nacionales tan acertados
y conformes con las ideas sociahstas, que aún todavía,
á pesar de haber pasado veinte años después de la cele-
bración de aquel Congreso , y habiendo tenido el gran
impulso que las ideas sociahstas han experimentado, con-
tinúan siendo la base, la norma á que ajustan su conducta
las clases trabajadoras, y sin que, á pesar de los Congre-
sos obreros que desde entonces se han celebrado , hayan
sido aquellas doctrinas modificadas, aquellos acuerdos
revocados.
Posteriormente , vino la división en cuanto al proce-
dimiento, entre los mismos asociados, constituyendo los
unos el partido anarquista y formando los otros el par-
tido sociahsta obrero , poniéndose al frente de aquél Ba-
kounin y al de éste Cari Marx , división mas aparente
que real , por cuanto repetimos que las aspiraciones de
los unos y de los otros son perfectamente iguales ; todos
tienden á la emancipación, por más que son diferentes los
caminos que siguen para obtenerla. Esta división efec-
tuóse entre nuestros obreros de igual modo que en el
resto de las naciones : los que opinaban que era prefe-
rible seguir las indicaciones de Cari Marx, pubUcaron
un manifiesto-programa, con fecha 2 de Mayo de 1879, en
el que resumen las aspiraciones del nuevo partido en
los siguientes términos :
134 LA ESPAÑA MODERNA.
« Aspiraciones.— I .^ La posesión del poder político
para la clase trabajadora.
» 2 ."^ La transformación de la propiedad individual
ó corporativa de los instrumentos del trabajo en pro-
piedad común de la sociedad entera. Entendemos por
instrumentos de trabajo la tierra, las minas, los trans-
portes, las fábricas, máquinas, capital-moneda , etc., etc.
»3.^ La organización de la sociedad sobre la base
de la federación económica ; el usufructo de los instru-
mentos del trabajo por las colectividades obreras , ga-
rantizando á todos sus mieínbros el producto total de su
trabajo, y la enseñanza integral á los individuos de
ambos sexos en todos los grados de la ciencia, de la in-
dustria y de las artes.
»En suma: el ideal del partido socialista es la rí?m-
pleta emancipación de la clase trabajadora. Es áecvc'.la
abolición de todas las clases sociales, y su conversión
en una sola de trabajadores libres é iguales, honrados
é inteligentes.
»E1 partido socialista considera como medios inmedia-
tos para realizar su aspiración los siguientes:
» LIBERTADES Y DERECHOS INDIVIDUALES.
^Derechos de asociación. — De reunión. — De petición.
— De manifestación. — De coalición.— Libertad de la pren-
sa.— Sufragio universal. — Seguridad individual. — Invio-
labilidad de la correspondencia y del domicilio. — Aboli-
ción de la pena de muerte.— Un solo código.— Justicia
gratuita.— Jurado para toda clase de delitos.— Servicio
militar obligatorio.— Milicia popular.
LA CUESTIÓN SOCIAL. l}^
^REFORMAS ADMINISTRATIVAS Y ECONÓMICAS.
» Reducción de Jas horas del trabajo. — Prohibición del
trabajo de los niños en las condiciones que hoy se veri-
fica.— Prohibición del trabajo de las mujeres cuando éste
sea poco higiénico ó contrario á las buenas costumbres.—
Leyes protectoras de la vida y de la salud de los traba-
jadores.— Creación de comisiones de vigilancia elegidas
por los obreros, para inspeccionar las habitaciones en
que éstos viven , las minas , fábricas , talleres y demás
centros de producción. — Protección á las cajas de so-
corros, y pensiones á los inválidos del trabajo. — Regla-
mentación del trabajo de las prisiones.— Creación de es-
cuelas profesionales y de primera y segunda enseñanza
gratuita y laica. — Reforma de las leyes de inquihnato y
desahucio , y de todas aquellas que tiendan á lesionar los
intereses de la clase trabajadora.— Adquisición por el Es-
tado de todos los medios de transporte y circulación , así
como de las minas , bosques, etc., etc., y concesión del
trabajo de estas propiedades á las asociaciones obreras
constituidas ó que se constituyan al efecto.— Supresión
del presupuesto del clero y confiscación de sus bienes.
»Y todas aquellas reformas que el partido socialista
acuerde, según las necesidades de los tiempos.»
Por el contrario , los anarquistas , que también lanza-
ron su manifiesto á los vientos de la publicidad, el que
sentimos no tener á la vista para extractar su contenido,
como lo hemos hecho con el de los socialistas , entendie-
ron que lo práctico , lo natural y lo lógico que el trabaja-
dor debía hacer para obtener la completa realización de
sus aspiraciones, era emprender el camino más corto, la
línea recta ; es decir : la revolución social , sin éntrete-
136 LA ESPAÑA MODERNA.
nerse en otra cosa que en preparar la fuerza para reali-
zarla, y, por lo tanto, no solamente debía apartarse de
todo movimiento político, dado que todos los partidos y
escuelas eran completamente contrarias á su aspiración,
sino que, además, debía aprovechar cualesquiera movi-
miento que se efectuase para destruir todo lo existente,
reconociendo como buenos para realizar estos propósitos
cuantos medios tuviera á su alcance , y sobre las ruinas
de esta sociedad constituir otra con la base de, al hom-
bre, lo que produzca; á los niños, á los ancianos y á los
inutilizados, lo que necesiten; siempre entendiéndose que
se cuenta , tanto en la una como en la otra fracción , con
la desaparición de las naciones actualmente constituidas,
las que serán reemplazadas por asociaciones de artes y
oficios.
Se ve, pues, como antes decíamos, que el punto obje-
tivo de los trabajadores es uno mismo , y que sólo hay
diferencia en los medios que creen más conducentes y á
propósito para conseguir lo más pronto posible el fin que
persiguen.
Preciso es , sin embargo , fijar la atención en la dife-
rencia esencial que hay entre estos dos sistemas , puesto
que por sí sola encierra puntos de extremada gravedad.
Los unos optan por vivir la vida legal, podríamos llamar,
la guerra pacífica , la evolución ; al par que los otros optan
por la guerra sin cuartel, por la lucha de exterminio. Los
primeros son francos y sinceros , dicen dónde van , y de-
claran estar dispuestos á aprovecharse de todos cuantos
medios legales encuentren á su alcance , y declaran asi-
mismo que si éstos son de tal índole que les permitan re-
correr el camino que piensan andar sin obstáculos que
coarten su libertad, están dispuestos á hacerlo tranquila
y pacíficamente. Transformarán la sociedad sin trastornos
LA CUESTIÓN SOCIAL. 1 37
y siii conmociones de ninguna clase, y, en vez del actual,
plantearán un sistema de gobierno más en armonía con
la justicia.
Por el contrario, los anarquistas empiezan por enga-
ñarse á sí propios ; proclaman la desaparición de todo
gobierno, por considerarle contrario y perjudicial ala
libertad del hombre, y se organizan bajo el régimen fede-
rativo. Niegan intervención al Estado, y crean para su
servicio particular un comité central ^ al que invisten de
atribuciones relativamente omnímodas. Piden la aboli-
ción del capital, y fomentan entre sí las cajas de resisten-
cia ; es decir : practican la mayoría de los actos que
abraza el programa del partido socialista obrero , pero
incurren en el censurable error de no dar importancia á
la forma de gobierno, menospreciando , por tanto, la ma-
yor ó menor integridad de los derechos individuales y la
mayor ó menor libertad en su ejercicio que distingue las
unas de las otras; puntos que, según nuestro juicio, es
donde estriba su error.
Parece , á primera vista , que estas diferencias naci-
das al fraccionamiento del partido obrero , habían de ser
un obstáculo que había de dar al traste con la idea que
prosiguen, pero sin que neguemos por nuestra parte que
esto , unido á la persecución de que han sido objeto los
socialistas por los gobiernos de algunas naciones , pueda
haber retardado algo el movimiento , lo indudable es que
éste ha seguido su marcha progresiva ; que han seguido
celebrándose con toda regularidad los congresos univer-
sales de trabajadores; que sus órganos en la prensa han
ido aumentando de año en año , y que de año en año tam-
bién ha crecido el número de los asociados.
Mas lo que es digno de fijar la atención de todos es la
constancia con que los de la una y la otra fracción han
138 LA ESPAÑA MODERNA.
concurrido á estos congresos , á sostener hasta con en-
carnizamiento su credo de procedimientos , sin que esto
haya sido óbice para que todos estén de perfecto acuerdo
en cuantas medidas de carácter general se han tomado.
Hay también otro punto que no debemos pasar des-
apercibido , y es el poco éxito alcanzado por la fracción
que se separó del Congreso de Ginebra para formar la
liga de la Paz, sociedad que, á pesar de haber tomado
también carácter internacional, y haber constituido co-
mités en todas las capitales de Europa, por lo menos, y
haber celebrado varios congresos después de su consti-
tución , 3^ de contar en su seno los hombres más eminen-
tes de todas las naciones, ha muerto por consunción, ó,
por lo menos, nada hace que demuestre su existencia,
prueba evidente de quenada representaba, pues es sabido
que idea que encierra algún problema social de impor-
tancia no muere hasta que lo realiza.
ÍI.
Hechas las anteriores observaciones, entremos de
lleno en la cuestión de actuaUdad , y empecemos por re-
conocer los grandes progresos realizados por el socia-
lismo obrero.
• Dos hechos trascendentales tenemos á la vista : el con-
greso obrero celebrado en París durante la Exposición
universal del pasado año, y las elecciones verificadas
últimamente en Alemania.
Por el primero vemos de una manera indudable los
grados de perfeccionamiento á que ha llegado la organi-
zación de la clase trabajadora, y el aumento considera-
LA CUESTIÓN SOCIAL. 1 39
ble que ésta ha tenido en el número de sus afiliados, y la
puntualidad con que éstos cumplen los acuerdos que en
sus congresos se toman.
Cuando la prensa de todos los países dio la noticia de
que el congreso obrero de París había acordado la cele-
bración de una huelga general para el i.° de Mayo de 1890,
y que en esta huelga se pidiera la jornada de ocho horas,
la mayoría de los que estas noticias leyeron se encogie-
ron de hombros, creyendo cuando más que se trataba de
una broma : ¿quién había de ser tan poderoso que hiciera
moverse, como los fantoches de un teatro Guiñol, nada
menos que á todos los obreros de Europa? Eso no podía
pasar de un sueño irrealizable, y quien más aferrado es-
tuvo á esta idea , y por tanto la miraron con mayor des-
dén, fueron los gobiernos; y, sin embargo, la huelga se
ha efectuado , y la petición ha sido unánime é imponente,
precisamente por el carácter pacífico que en ella ha do-
minado.
Cuando la prensa socialista de Alemania decía en sus
columnas que la persecución de que su partido era obje-
to , en vez de mermar hacía crecer más y más el número
de sus adeptos, y que esto lo demostrarían en las prime-
ras elecciones generales para diputados que tuvieran
lugar, todos pensaban que esto era una baladronada de
los obreros, á los que se consideraban sujetos por la férrea
mano del Canciller ; y, sin embargo , los obreros alemanes
han cumplido su palabra , y han sorprendido al mundo
mandando treinta y cinco diputados al Parlamento.
¿Qué significación tienen estos dos actos? ¿Cuáles son
las consecuencias que pueden tener, y la influencia que
pueden ejercer sobre la organización actual de la so-
ciedad?
No queremos ser pesimistas, y vamos á poner los he-
140 LA ESPAÑA MODERNA.
chos en el justo medio. Supongamos que la inmensa ma-
yoría de los obreros que han asistido á la manifestación
del i.° de Mayo no están afiliados ni al partido socialista
obrero , ni mucho menos al partido anarquista ; conceda-
mos más todavía, demos por hecho que esa inmensa ma-
yoría desconoce las doctrinas socialistas ; que si sabe por
oídas que se trata de su emancipación, ignora por com-
pleto los medios que han de emplearse para conseguirlo,
y aun después de haber hecho estas concesiones, se nos
presenta á la vista un problema digno de ser estudiado
con el mayor detenimiento, por encerrar su solución uno
de esos acontecimientos que forman época en la historia.
Aun concediendo en los manifestantes las condiciones
que dejamos dichas, cosas dudosas por cierto, dada la
fidelidad con que han sido cumpUdos en todas partes los
acuerdos tomados en el congreso obrero de París, no pue-
de negarse la trascendencia de los sucesos , y mucho me-
nos si se atiende á los discursos pronunciados en todos los
países durante la manifestación , que están por cierto en
perfecto acuerdo con las doctrinas vertidas en aquel
congreso. No venimos por el acto que hoy realizamos,
han dicho los obreros , en la creencia que hemos de obte-
ner lo que solicitamos, por cuanto, aunque todos los
gobiernos estuviesen dispuestos á atender nuestras jus-
tas reclamaciones , se verían imposibihtados de hacer-
lo , porque el asentimiento á nuestra demanda , signifi-
caría tanto como reconocer la injusticia que preside
en la actual organización social , y eso , no somos tan
inocentes que pensemos esté dispuesto á hacerlo ningún
gobierno. Sabemos de antemano que ninguna ventaja
hemos de conseguir , que nuestro estado ha de continuar
después de la manifestación tan precario como es antes
de celebrarla; así, pues, lo único que nos proponemos es
LA CUESTIÓN SOCIAL. I4I
demostrar ante la faz de mundo que somos los más y que
tenemos una organización con la cual el día que entenda-
mos es llegada labora, cambiaremos por completo el
orden de cosas establecido.
Nuestros propósitos hoy por hoy, han dicho, se con-
cretan á demostrar que si no hemos llegado á la mayor
edad, á la edad de podernos gobernar á nosotros mismos,
estamos muy cercanos de ella, y la mejor prueba que de
esto podemos dar á las clases privilegiadas es que , siendo
los más y pudiendo imponer nuestro derecho por la fuerza,
optamos por hacer una manifestación pacífica , y lo hace-
mos por mero amor á la humanidad, por espíritu de
fraternidad. Si hoy provocásemos la lucha, con ella fa-
voreceríamos los intereses de nuestros enemigos , y una
vez más nos destrozaríamos proletarios contra proleta-
rios, pues sabemos de sobra que la inmensa masa de
hombres que forman los ejércitos son hijos del trabajo,
infortunados como nosotros, que, debido á su ignorancia,
sacrifican sus vidas por defender intereses que no son sus
intereses, leyes que están hechas expresamente en su
perjuicio , y como sabemos esto, preferimos el mal menor,
que es continuar en el estado que nos encontramos por
algún tiempo más, por el suficiente para llevar la instruc-
ción y con ella el convencimiento al ánimo de todos nues-
tros hermanos , y cuando lo hayamos conseguido , enton-
ces , y sólo entonces , será cuando haremos la revolución
social , conformándonos mientras este día llega , con ob-
tener el mayor número de ventajas que podamos , con ir
estrechando el círculo de hierro en que hoy ya tenemos
encerradas á las clases privilegiadas.
Y ya supondréis , siguen diciendo , que no es una mera
utopía lo que decimos, y mucho menos una vana amena-
za para que cedáis á nuestras pretensiones. Nos hemos
142 LA ESPAÑA MODERNA.
organizado y propagado nuestras ideas , á pesar de todas
vuestras leyes coercitivas ; hemos dado solución al arduo
problema que vosotros no habéis podido resolver, puesto
que, como veis, nosotros, haciendo desaparecer las fron-
teras, formamos una sola nacionalidad, y cuando esto he-
mos hecho en un período de tiempo relativamente corto
y siendo una parte insignificante del número que suma
la clase proletaria, los que en esta obra hemos tomado
parte , figuraos lo que podemos hacer de hoy en adelan-
te con las imponentes masas que ante vuestra vista he-
mos presentado el i."" de Mayo.
Pero hay más que todo esto: hasta hoy, sólo contába-
mos y teníamos que atenernos á nuestros propios elemen-
tos ; de hoy más , contamos con vuestro poderoso con-
curso, prestado inconscientemente, lo reconocemos, pero
que no por tener este carácter ha de sernos menos pro-
vechoso.
Tenaz y constante ha sido la propaganda efectuada
por los trabajadores, como queda demostrado en el trans-
curso de este artículo , pero aun así y todo , hay que re-
conocer que llevan sobrada razón al afirmar que aquélla
no ha sido tan eficaz y valiosa como la que, desde que se
efectuó la manifestación del i.° de Mayo, vienen prestán-
doles sus enemigos. No hay un solo periódico en toda la
Europa que no haya destinado un buen espacio en sus
columnas á tratar las cuestiones obreras , y la inmensa
mayoría de ellos han convenido en que las reclamaciones
que estos hacen son justas, y deben, por lo tanto, ser
atendidas. Los parlamentos , igual que los gobiernos de
todas las naciones , siguiendo el camino señalado por la
prensa, hánse ocupado y hasta preocupado de la cuestión
social, reconociendo de igual modo que los trabajadores
tienen la razón de su parte , y hoy no hay nación donde el
LA CUESTIÓN SOCIAL. 1 43
gobierno no trabaje con decidido empeño buscando me-
dios para atender á aquellas reclamaciones.
Por ninguna parte se habla de otra cosa más que de la
cuestión obrera ; las discusiones son apasionadas por los
que sostienen el pro y el contra , así como son unánimes
los plácemes por la conducta , durante las huelgas de
Mayo, observada por ellos, y esto precisamente hace
más propaganda en favor de los intereses del trabajador,
y propaganda mucho más eficaz y provechosa que toda la
hecha por sus apóstoles durante tantos años ; así, pues,
hay forzosamente que reconocer que , no solamente
saben lo que se dicen, sino que además obran más cons-
cientemente que lo que pudiera presumirse.
III.
Queda , pues , planteada la cuestión social de una ma-
nera clara y definida , desde que , mal que nos pese , la lu-
cha no reviste ya el carácter de las antiguas luchas polí-
ticas , sino la guerra de clase , la lucha de pobres contra
ricos, de desheredados contra privilegiados. Los traba-
jadores, persuadidos que los derechos políticos por sisólos
no bastan para conseguir el mejoramientojde su condi-
ción actual ; convencidos que las garantías que estos de-
rechos les conceden no les reintegran en su personaHdad,
no les hacen iguales á los demás hombres; convencidos
asimismo de que ellos, que son los que producen, los que
gastan su vida en el trabajo diario, se encuentran llenos
de privaciones, sumidos en la miseria, mientras que los
que nada útil hacen disfrutan de toda clase de comodi-
dades , declaran ante la faz del mundo que^no están dis-
144 LA ESPAÑA MODERNA.
puestos á tolerar por más tiempo estado de cosas tan
contrario á la razón y á la justicia.
Á los gobiernos, á la sociedad en general, correspon-
de encauzar el movimiento , ya que evitarlo es de todo
punto imposible, y por consecuencia, de ellos depende
que este revista el carácter de pacífica y ordenada evo-
lución ó de violenta y sangrienta lucha ; de que predomi-
nen las ideas del partido socialista obrero , ó , por el con-
trario , la de los anarquistas , cuya dirección , según dice
el corresponsal que en Roma tiene un ilustrado periódico
de esta corte, está encomendada á los Jesuítas, afirma-
ción que entendemos carece por completo de fundamen-
to, y que, por consiguiente, no puede concedérsele otro
valor que el de un ardid encaminado á proporcionarse el
auxilio de la clase trabajadora, para con su refuerzo po-
der inclinar en su favor la balanza de la victoria, en la
lucha que la Compañía de Jesús y el clero tienen hace
tiempo entablada, por obtener la supremacía en los asun-
tos del Vaticano.
Blas Cobeño,
REVISTA ULTRAMARINA
Costa- Rica , Nicaragua y Panamá en el siglo XVI , su historia y sus limites,
documentos y notas, por D. Manuel María de Peralta. — Costa-Rica y
Colombia de i lyj ^ á 1881 , su jurisdicción y sus limites territoriales, por
el mismo. — Dos volúmenes en 4.°
NO sin razón ponderan los americanistas el emi-
nente servicio que á la historia han hecho las
contiendas de límites suscitadas entre los pue-
blos americanos al declararse independientes de España
en el primer tercio de este siglo, porque poniendo á
prueba el discurso de los Gobiernos y de los hombres más
inteligentes de los respectivos Estados , á porfía han pro-
ducido estudios , investigaciones y obras históricas con
que hoy la verdad y la ciencia de los Tácitos y Livios
inesperadamente se engalanan. Demás de esto, y perdó-
nesenos tan ya enojosa insistencia en nuestro punto de
vista patriótico , que nunca abjuraremos aunque nuestras
revistas de La España Moderna carezcan de variedad y
picante atractivo para los lectores vulgares ; demás de
esto, la necesidad de compulsar documentos y diplomas,
esclarecer datos, puntualizar fechas y toda la balumba
de operaciones materiales é intelectuales que la historia
146 LA ESPAÑA MODERNA.
de suyo pide, ha puesto á los hombres más eminentes de
América en la necesidad de recurrir á las fuentes espa-
ñolas, como cepa y madre común de sus jóvenes Repú-
blicas, á cuya aproximación y contacto han podido ver
clarísimamente que no fué España para ellos en tiempo
alguno tan madrastra y aborrecible como los escritores
extranjeros en odio á nuestra grandeza se la pintaron,
desvaneciéndose así muchas preocupaciones, extinguién-
dose muchos resentimientos , y, lo que es más inaprecia-
ble todavía , aproximándonos así unos y otros á la
posesión de la verdad y á formarnos cabal idea de nues-
tro valer respectivo y nuestros mutuos deberes para lo
porvenir. La ponderada intolerancia de nuestros Institu-
tos religiosos, la supuesta tiranía de nuestros Monarcas,
y toda aquella política que se creía exclusivamente fun-
dada en el sórdido interés y en el fanatismo, se van viendo
ya á otra luz, de la cual brota una filosofía serena y ele-
vada más digna de pueblos en plena madurez.
Discutíase poco ha en un círculo de personas ilustra-
das este punto del renacimiento de la fraternidad hispano-
americana, y como acontece en toda ocasión en que se
discute sin plan preconcebido , ni otro amor ni interés
que el de la verdad, lo contrario exactamente de lo que
ocurre en los Parlamentos , donde vanidad y medro polí-
tico son las principales fuentes de inspiración, á fin de
acabar pronto y bien y claro, sintetizaba cada uno su pen-
samiento en la más breve forma posible y más compren-
siva. Quién atribuía á tal ó cuál política, á tal ó cuál
hombre de Estado el bonancible cariz que hoy presenta
el horizonte hispano-americano ; quién á tal ó cuál su-
ceso de la historia contemporánea, quien, en fin, aló-
gicas evoluciones del espíritu de los pueblos amaestrados
por la desgracia, cuyas veces hace la revolución en la
REVISTA ULTRAMARINA. 1 47
historia, pues no hay, en efecto, castigo que más enseñe,
ni escarmiento que menos se olvide que las guerras ci-
viles , y en ellas ha sido fecundísimo el siglo actual, prin-
cipalmente para España y América ; pero nosotros , sin
negar á todos esos elementos su grandísima eficacia, sos-
teníamos que á los poetas y á los historiadores , así na-
cionales como extranjeros , se debe principalmente esa
benéfica restauración, y que hayan perdido los senti-
mientos en que unos y otros nos inspirábamos aquella
ferocidad y aquella irreconciliable intransigencia que
tanta parte fueron en la destrucción de nuestro glorioso
Imperio ultramarino. En Simancas y en el Archivo de
Indias se han dado , en nuestro concepto , el ósculo de paz
los dos hermanos á quien una política más desgraciada
que mala había desunido ; así como Quintana y Espron-
ceda entre los muertos , Zorrilla , Núñez de Arce y Cam-
poamor entre los poetas vivos , han hecho retoñar entre
ellos la amorosa fraternidad.
Para un americano como Paz Soldán que en nuestros
archivos aprenda á robustecer, y, por decirlo así, lega-
lizar las preocupaciones contra España, hay ciento á
quien se imponen de tal suerte la imparciahdad y la jus-
ticia, que está muy cerca de convertirse en verdadero
amor á España la antigua repulsión que antes sentían.
Merece entre éstos un lugar muy prominente el señor
D. Manuel María de Peralta, enviado extraordinario y
ministro plenipotenciario de Costa-Rica y del Salvador en
esta corte, y por añadidura correspondiente de nuestras
reales Academias Española y de la Historia, títulos que
en manera alguna debemos omitir, por lo mucho que han
contribuido ambas corporaciones , en particular la pri-
mera, con su ilustrada propaganda, á restaurar en Amé-
rica el patrio espíritu, como lo prueba el hecho de ante-
148 LA ESPAÑA MODERNA.
poner hoy los escritores americanos , incluso el que en
esta ocasión nos ocupa, su título de correspondiente á to-
dos los demás que gozan de aquí y de allá. Y cuenta que
el Sr. Peralta nos tiene pocos, ni de escaso valer y reso-
nancia. El cual ha completado el encargo que le confió
su país hace dos lustros, y que ya le inspirara en 1883 su
excelente Hbro Costa-Rica, Nicaragua y Panamá en
el siglo XVI, según los documentos del Archivo de In-
dias de Sevilla, del de Simancas , etc., con otro, impreso
también gallardamente en Madrid por Manuel Ginés Her-
nández más recientemente , y que lleva por título Costa-
Rica y Colombia de i573 á 188 1 , su jurisdicción y sus
limites territoriales, según los documentos inéditos del
Archivo de Indias de Sevilla y otras autoridades , re-
cogidos y publicados con notas y aclaraciones históri-
cas y geográficas.
Aunque ambos libros obedecen á un mismo plan, que
es hacer frente á la cuestión de límites á Costa-Rica sus-
citada por los Estados Unidos de Colombia y por el de
Nicaragua, cuestión que, en último término, fué someti-
da al arbitraje de nuestro malogrado Don Alfonso XII,
ofrece el primero tan alto interés histórico que, á pesar
de la fecha de su publicación, un tanto remota, ha de
ocupar hoy nuestra atención preferentemente , máxime
siendo este estudio necesario para apreciar la valía del
segundo volumen y de la riquísima colección de docu-
mentos, tan útil á España como á la Historia Universal,
que forman el tejido de uno y otro.
La introducción que al primero puso el Sr. Peralta es
un clarísimo resumen del objeto de ambos , y en ella se
inspiró el difunto Sr. Ruiz Gómez, en Noviembre de 1883,
para expedir el día 22 el notabilísimo decreto que prepa-
raba el arbitraje de Don Alfonso.
REVISTA ULTRAMARINA. 149
Éste, con S. M. el Rey de los belgas, habían sido, al
efecto, designados por el artículo s-"" de 1^ Convención,
hecha en San José por los representantes de Costa-Rica
y Colombia en 25 de Diciembre de 1880, documento nota-
ble de fraternidad y prudencia que honra á la civilización
americana, cuyo artículo y."" establecía prácticamente el
nuevo derecho internacional que las naciones de Europa
inculcan y predican ; pero en el fondo no lo profesan. Helo
aquí :
«Si desgraciadamente ninguno de los arbitros nombra-
»dos pudiese prestar á las altas partes contratantes el
«eminente servicio de admitir el cometido, ellas, de
»común acuerdo, harán nuevos nombramientos, y así su-
»cesivamente hasta que alguno tenga efecto , porque está
^convenido, y aquí formalmente se estipula, que la cues-
»tión de límites y la designación de una línea divisoria
•entre los territorios limítrofes de Costa-Rica y Colombia
ajamas se decidan por otro medio que el civilizado y
y> humanitario del arbitraje , conservándose entretanto
»el statu quo convenido.»
Renunciada la elección por S. M. belga y por nuestro
Soberano, con mil amores aceptada, la muerte se inter-
puso en su camino , suscitando una duda interesante de
derecho político , que los Estados pleitistas resolvieron
en un anexo al tratado de 1880, declarando que no enten-
dían haber elegido por arbitro á Don Alfonso de Borbón,
sino á S. M. el Rey de España, por cuya declaración ha
recaído el honroso encargo en S. M. Don Alfonso XIII, y
en su nombre , y durante su minoría , en la Reina gober-
nadora. De aquí la intervención del ministerio español en
el asunto, y los trámites administrativos que está corrien-
do , cuya lentitud censuran muchos y nosotros nos Hmi-
tamos á indicar.
50 LA ESPAÑA MODERNA.
Después de una ligera descripción de la América Cen-
tral «puente gigantesco levantado entre los Océanos At-
»lántico y Pacífico para unir los grandes continentes del
»Norte y del Sur del Nuevo Mundo», traza el Sr. Peralta
este cuadro , en que llama agradablemente la atención la
justicia que á nuestros pasados Reyes se hace , más lison-
jera y significativa para nosotros que la que tributa en
el otro libro á Don Alfonso XII y pudiera parecer intere-
sada (').
« Su ístmica estructura , que se acentúa más y más á
«medida que se desciende hacia el Sudeste, termina en Pa-
»namá y el Darién, donde se estrecha tanto, que forma
»el bien conocido istmo de Panamá, destinado á realizar,
» gracias á la perseverante energía de un hombre de genio
»y de un siglo audaz, el sueño de su descubridor que en
»vano buscó aquí el Estrecho, aunque llegó á la boca del
»río Chagres, que será la del futuro canal. Mr. de Lesseps
«completará, pues, la obra de Colón.
»Los países del istmo son por excelencia Panamá,
»Costa-Rica y Nicaragua. Aquí no uno, sino muchos ist-
»mos han sugerido á los españoles proyectos de canali-
»zación desde los primeros años del descubrimiento (*).
( 1 ) Aunque el libro de Costa-Rica y Colombia lleva la fecha de 1886,
indudablemente se escribió é imprimió antes de morir S. M. el Rey, á
fines del mes penúltimo de 1885.
(2) Sobre este interesantísimo asunto , que tanto afecta á nuestro
patriotismo como enaltece la previsión é inteligencia de nuestros mayo-
res, ha escrito D. Marcos Jiménez de la Espada una luminosa Memoria
que lleva por título: Noticias viejas acerca del Canal de Panamá. También
D. Justo Zaragoza, en el Boletín de la Suciedad Geográfica de Madrid , pu-
blicó en 188 [ una serie de artículos importantes enumerando los Canales
interoceánicos que han imaginado los españoles antes que Mr. de Lesseps.
Los posteriores al siglo xvii han sido á su vez analizados por el vizconde
H. de Bizemont en su opúsculo, L'Amériqíie céntrale et le ^anal de Panamá.
El de más actualidad, como ahora se dice, es el trabajo del Sr. Espa-
da, que, dando por fracasado el proyecto del Gran Francés, cree aban-
donado ó poco menos el canal de Panamá, sustituyéndole el de Nicara-
gua, predilecto de los españoles y objeto de afanes tales por nuestra
REVISTA ULTRAMARINA. 1^1
»Los primeros exploradores de Nicaragua creyeron que
» entre el mar del Sur, el golfo de Nicoya y el lago de
«Nicaragua se hallaba un estrecho que llamaron el Es-
^trecho dudoso, denominación que desapareció tan pron-
»to como los oficiales de Pedradas Dávila se convencie-
»ron de que entre el lago y el Océano Pacífico no había
»tal pasaje, y que la Mar didce de Gil González Dávila
»no era sino mediterránea , aunque se vaciaba en el At-
»lántico por el Desaguadero , 6 río de San Juan de Nica-
fragua. Las ventajas del clima, del suelo fértil y llano,
»de la población numerosa y sumisa y de la gran proxi-
»midad del mar y del lago, movieron á los primeros con-
»quistadores de Nicaragua, que también lo fueron de
» Panamá, á supHcar á Carlos V que se abandonase el
«tránsito de Nombre de Dios á Panamá , que calificaban
»de sepidtura de vivos, por el de Nicaragua; mas estos
•deseos, periódicamente reproducidos, no se realizaron
»jamás, d pesar de que los reyes de España, y en par-
T^ticular el solícito Felipe II, dieron más de una vez la
» orden de explorar aquel país, con el objeto de hallar una
» fácil comunicación terrestre ó marítima. La mayor es-
»trechez del istmo de Panamá impuso la preferencia que
parte, que ellos solos bastan á enaltecer nuestra dominación en América
sin que nadie nos dispute el cetro de la civilización latina. A este fin enu-
mera y analiza los proyectos ó indicaciones hechas á los reyes de España
y Consejo de Indias por Gil González Dávila en 1522, Diego López de
Salcedo en 1527, Gaspar de Espinosa en 1533, Rodrigo de Contreras
en 1536, Martín de Esquivel en 1544, el obispo de Nicaragua en el año
siguiente, el licenciado Vclázqui;z Ramírez en 1597, el de Diego de Mer-
cado, que es ya un proyecto en regla y con carácter bastante científico,
y, finalmente, otro de la misma ó mayor importancia ideado por un
aventurero extremeño, de peregrina historia en Indias, D. Pedro Mexía
de Ovando, proyecto que yace oculto en un abultado manuscrito suyo
que existe en nuestra Biblioteca Nacional con el título de Memorial prác-
tico de bs cosas memor ableos que los Reyes de España y Consejo Supremo y Real
de Indias han proveído para el gobierno político del Nuevo Mundo. Como se ve,
nuestros descubridores no iban sólo á las Indias sedientos de oro, sino de
progreso y civilización.
152 LA ESPAÑA MODERNA.
»se dio á éste, corroborada al cabo de trescientos sesen-
»ta años por la elección que de él se ha hecho para la
^excavación del canal interoceánico.»
Agregaremos de pasada á este párrafo , y como única
y breve síntesis que el hallarse el asunto siib judice nos
permite hacer de la cuestión de límites , este otro que en
la introducción al libro de Costa-Rica y Colombia hace
muestra de la claridad y gallardía con que expone el señor
Peralta su tesis fundamental:
«Aunque la cuestión de límites entre Costa-Rica y
» Colombia es el asunto principal de este libro, los docu-
» mentos que ahora se publican no se refieren exclusiva-
» mente á ella ; sirven también para elucidar la cuestión
»de la misma índole con Nicaragua, y contribuyen al co-
» nocimiento de la historia general del país , y en particu-
»lar de las numerosas tentativas de colonización por los
» gobernadores de Costa-Rica en los territorrios de Ta-
» lamanca y Boruca durante los dos últimos siglos. Eli-
* minadas las pretensiones de Colombia á la costa de Mos-
» quitos , por carecer absolutamente de fundamento legal,
» estos territorios de Talamanca y Boruca , de que for-
» man parte la bahía del Almirante , la laguna de Chiri-
» qui , el golfo Dulce y la comarca intermedia invadida
»por Colombia , son el verdadero objeto de la cuestión de
» límite , y sobre la posesión y señorío de parte de ellos
» versará la decisión arbitral á que está sometida.»
La primera que dilucida el Sr. Peralta en el otro li-
bro, se refiere á una región que ya produjo contiendas
entre los primeros pobladores , pues mientras Pedrarias
Dávila pretendía extender su dominación hasta las pla-
yas de Guaymura y el puerto de Trujillo, López de Sal-
cedo se creyó con derecho á la gobernación de Nicara-
gua , cuestiones que con más ó menos analogía se repro-
REVISTA ULTRAMARINA. I 53
dujeron Centre el mismo Pedradas y sus gobernadores
colindantes Pedro de Alvarado y Pedro de los Ríos , deci-
diéndose por cédula de 6 de Setiembre de 1521 , en térmi-
nos doblemente confusos hoy por las mudanzas que la
nomenclatura geográfica ha sufrido. Baste decir que,
según la demarcación hecha por Pedrarias Dávila, y
confirmada por cédula de 1529, aunque la cree el Sr. Pe-
ralta errónea y exagerada, Nicaragua, si se extendió por
el Sur hasta el golfo de P'onseca, fué por las costas sep-
tentrionales mermada en tiempo de Carlos V, que las ad-
judicó á la gobernación de Honduras y al señorío nueva-
mente creado de Veragua, no teniendo, por consiguiente,
Nicaragua «saHda propia al mar del Norte, sino cuando se
» descubrió la navegabiHdad del Desaguadero en 1539, y
» no ejerció jurisdición sobre las costas septentrionales del
» Desaguadero hasta el cabo de Gracias á Dios , sino pa-
»sado el siglo xvi». Esas costas son las llamadas de Mos-
quitos.
Demás de ofrecernos escaso interés el Htigio territo-
rial americano para la historia misma, lo perdería total-
mente si fuese definitivo el fracaso de las obras del ca-
nal de Panamá, como creen muchos , fundados en razo-
nes que no se reducen todas á la oposición que le hacen
algunas Repúblicas americanas inducidas por los Estados
Unidos, sino que principalmente consisten en la caUdad de
la tierra en mucha parte , sepultura de vivos, según de-
cían nuestros pasados , que es dificultad fundamental , en-
gendradora y madre de otras muchas, y hace muy aven-
turado para el capital y la especulación lo que la ciencia
del ingeniero cree asequible , y fecundo en ganancias fa-
bulosas la mente del arbitrista. Cuando en el banquete
inaugural de las obras se vio á Mr. de Lesseps , hom-
bre de salud robusta, pero tan anciano que en las tablas de
154 LA ESPAÑA MODERNA.
probabilidad tiene contados sus días , asegurar brindando
la copa á una hija suya allí presente, niña de escasos dos
lustros, que en semejante día del año 1892, aquella misma
niña, ya mujer, abriría las exclusas del canal que ha de
unir las aguas del golfo de Panamá con las del mar
Caribe, los hombres que miran al cielo y dan á la Provi-
dencia su parte imprescindible en todas las cosas huma-
nas, miraron á su vez á aquel viejo y á aquella niña,
dudando ya de que sean ellos los que presencien el primer
beso de los dos mares, si llegan á dárselo, que también
les pareció desde entonces muy dudoso por tales vías.
Parece extraño que un francés que cree á puño cerrado,
como el antiguo cónsul de Barcelona , en la fatahdad del
martes y del número 1 3, no considerara que todos los pla-
nos de la ingeniería y las más sabias combinaciones del
capitalismo financiero pueden, como nube de verano, des-
vanecerse por amanecer un aciago martes ó coincidir en
conjunción fatal trece malévolas circunstancias de Bolsa
y agiotaje, que es en puridad lo que ha sucedido. Hasta
los idólatras de los bosques más selváticos se encomien-
dan á sus ídolos cuando van á acometer una difícil em-
presa , y el anciano ingeniero francés , ni para su [cabeza
ni para la de su hija pedía la bendición á deidad alguna.
Quien tal hizo que tal pague.
No obraba así, por cierto, Gil González Dávila, pri-
mer personaje histórico que encabeza la interesante co-
lección de documentos publicada por el Sr. Peralta, antes
dando «lores á Nuestro Señor y su gloriosa Madre», á
par que saludos y cortesías á la Cesárea majestad de Car-
los V, noticiábale desde la Isla Española, en 6 de Marzo
de 1 5 24 , la expedición interesantísima que por su mandado
acababa de hacer á Nicaragua, documento de los más
hermosos que forman el tejido de nuestra hermosísima
REVISTA ULTRAMARINA. I 55
historia indiana. El Sr. Peralta puede estar satisfecho de
haberlo desenterrado del archivo sevillano, no sólo por-
que es un verdadero padrón de la bravura, sufrimiento y
elevada política de aquellos hombres de quien todos ve-
nimos, calificados por Gil González con un rasgo sublime
de gentecilla , aunque en los ánimos más que gente , sino
porque resume y sintetiza por admirable modo el espíritu
de los primeros pobladores , tan ajustado á los sentimien-
tos de la humanidad y á las leyes de Indias (que no son,
en resumen, otra cosa que aquellos mismos sentimientos
expresados por Isabel la Catóhca en sus conocidas cláu-
sulas testamentarias , fuente admirable de derecho cris-
tiano, por ningún país ni en tiempo alguno aventajada),
que fué precisa toda la presión del protestantismo intole-
rante y del odio envidioso de los soberanos del Norte
para convertir al gobierno de Felipe II, en lo que ellos
mismos llamaron azote del Mediodía con exageración no-
toria. Véanse á este respecto los siguientes párrafos de
la carta de relación de Gil González :
«....dexo tornados christianos xxxii mili y tantas áni-
»mas, asi mesmo de su voluntad y pidiéndolo ellos, y
» quedan andadas por mar desde la dicha Panamá, de do
»partimos, dcl leguas al Poniente, y en este comedio
»quedan descubiertas por tierra, que yo anduve á pie,
»cxxim leguas, en las cuales descubrí grandes pueblos y
»cosas.» Y más adelante repite esta idea en términos más
categóricos y expresivos, con ocasión de su entrevista
con el famoso cacique Nicaragua , que dio nombre des-
pués á aquel territorio: <^....bino á querer ser christia-
»nos él y todos sus indios y mujeres , con que se baptiza-
»ron en un día 9,017 ánimas chicas y grandes , y con tanta
» voluntad y tanta atención , que digo verdad á vuestra ma-
»jestad que vi llorar á algunos compañeros de devoción,
156 LA ESPAÑA MODERNA.
»y diziendo los primeros á ellos y á ellas aparte, como
»Dios es testigo, que este Dios que hizo todas las cosas
*no quiere que nadie se torne cristiano contra su volnn-
*tad.» Y todavía más adelante, cuando resume y enca-
rece sus servicios, exclama vanaglorioso: «A ningún
»capitán de los que á estas partes han pasado no ha hecho
»Dios tanto favor como á mí, lo cual todo creo ha manado
»de la buena ventura de vuestra majestad, porque cinco
»ó seys cosas señaladas que me han acaescido nunca nin-
»guno gozó de ellas como yo ; la primera que nunca nin-
»guno descubrió tantas leguas á pie por tierra nueba como
»yo y con tan poca gente ; la segunda, que nunca ninguno
»tornó tantos christianos, porque se baptizaron xxxii mili
»y tantos pidiéndolo ellos.,.. ->> Nunca omite esta circuns-
tancia, tanto más singular y loable en aquellos tiempos,
cuanto que distingue en los nuestros la tolerancia con
el ajeno culto, con otra distinción no menos loable, á
saber : que espontáneamente lo hacíamos nosotros por
virtud y caridad, mientras los modernos lo hacen por
miedo á los gobiernos protestantes, principalmente á
Inglaterra y sus Sociedades bíblicas, y como predicado
de la indiferencia religiosa.
Á este compás y tono trata Gil González las demás
cuestiones de la colonización , que no hallarían tilde que
ponerle los filántropos de nuestro tiempo, los cuales ven
en todo español un monstruo de intolerancia , porque cie-
rran los ojos á las verdaderas monstruosidades que en
sus días se cometen por mucho menor pretexto que el re-
ligioso , y la necesidad de la defensa que á nosotros se
nos imponía , necesidad que es de ley natural , contra los
indios y los filibusteros allá , contra los protestantes y los
envidiosos en Europa. ¿Qué es lo que hoy distingue la
política universal con los pueblos ultramarinos? Ya lo
REVISTA ULTRAMARINA. I 57
estamos viendo. ¿Niéganse á comerciar, v. gr.?, pues lo
han de hacer á la fuerza, y si no, se les bombardean sus
ciudades , como aconteció á la China y al Japón , sin que
se recuerde lo que ahora mismo está ocurriendo en África,
porque casi todo nuestro artículo anterior estuvo consa-
grado á las fechorías de los civilizadores ingleses y ale-
manes. No nos cansaremos, pues, de protestar de las
injustas acusaciones de intolerancia y barbarie que no se
cansan á su vez de lanzarnos pueblos á toda luz más bár-
baros é intolerantes que nosotros, y que han tardado
tres largos siglos en adquirir un ligero barniz de cultura,
tomado seguramente de los sobrantes y desperdicios que
nosotros le dimos al mundo, pues se ve bien claro, que
hombres como Gil González , que no pasaron de medianías
entre nuestros conquistadores , estuvieron ya en el si-
glo XVI á la altura que hoy no alcanzan los Stanley ni los
Emin Bey. Que no todos los nuestros fueron humanos,
desinteresados ni prudentes , con decir que eran hombres
está dicho; pues ¿en qué tiempo no ha corrompido la
carne á la naturaleza? Pero no se nos dé á los malos por
prototipo español , ni con sensiblerías inverosímiles que
ningún pueblo ha tenido ni tiene (pues aun la individual
del mismo P. Las Casas , que tantos disgustos y afrentas
nos ha causado , ha de parecerle un mucho teatral y afec-
tada á quien con atención la estudie) , se pretenda seguir
oscureciendo glorias que , no ya para una nación , para un
mundo entero serían bastantes.
Tras este documento publica elSr. Peralta otros, que
si menos interés histórico , despertarán mayor curiosidad
en los lectores. La erección del ducado de Veragua en
1534 se halla en este caso, así por la notoriedad de la fa-
milia de los Colones, á quien se favoreció con él, como
por la que hoy goza de ministro de Fomento, el poseedor
158 LA ESPAÑA MODERNA.
de este título , que fué muy pronto , como es hoy , pura-
mente nominal. Entre Panamá y Costa-Rica, en lo más
estrecho del istmo, y tocando al golfo de aquel nombre,
tenía Castilla del Oro un territorio extenso , mal recono-
cido y nunca poblado , que después tomó el nombre de
provincia de Veragua. Extendíase primero desde la punta
Caxinas, ó cabo de Honduras, hasta el golfo de Urabá,
abarcando todas las costas descubiertas por Colón en su
cuarto viaje. En 1534 la redujo Carlos V á menores lími-
tes , estipulando su población con Fehpe Gutiérrez , de la
cual todavía cercenó en 1537 un gran pedazo de veinti-
cinco leguas para erigirlo en ducado á favor de D. Luis
Colón, como transacción del pleito que desde 1 508 seguía
con la corona D. Diego Colón, hijo y heredero del Almi-
rante. En su demarcación estaba comprendida la bahía
de Cerabaro ó Zorobaró, hoy del Almirante, por haber
fondeado en ella Colón, y una islita muy bella que se
llama bahía del Almirante (')• La dificultad de explotar
tan extenso territorio aconsejó á los Colones permutarlo
por una renta perpetua de 11,000 ducados, que hoy la-
mentarán seguramente , máxime si el canal de Panamá
arribara á su realización , cuando lean , por ejemplo , en
este libro la notable Relación de Nicaragua que el licen-
ciado Castañeda envió al Emperador en 30 de Marzo de
1529, donde vemos que « Castilla del Oro es muy rica,
» porque tiene las minas e syerras cerca de Panamá ». Tan
(i) El P. Sobreviela , misionero de Ocopa , en su Descripción histó-
rico geográfica de la América Meridional , publicada por el Sr. Peralta en el
segundo de sus libros que venimos examinando , dice que Colón , al des-
cubrir la actual ciudad de Santiago en 1503 c(dió el nombre de Verdes
» Aguas al río llamado de Veragua por el color verde de sus ondas , de
» donde se derivó el nombre de Veragua á toda la provincia».
D. Fernando Colón , en su Vida del Almirante , dice que el nombre
Veragua ó Beragua era el que le daban los indios , etimología á toda luz
inverosímil.
REVISTA ULTRAMARINA. I 59
clara previsión de los futuros cambios del mundo hará
sentir ciertamente á los Colones honda pena de aquel
trueco, que voluntariamente los desposeyó del riñon más
rico de tal emporio.
La población de Panamá y su conquista da á conocer,
en 1539, á un hombre interesante, que pasa por América
como un relámpago. El obispo de Panamá, Fr. Tomás de
Berlanga, á nombre de la virreina doña María de Toledo,
madre tutora de D. Luis Colón, capituló dicha empresa
con Hernán Sánchez de Badajoz, quizá paisano suyo, el
cual estaba casado en Panamá con una hija del Dr. Ro-
bles, oidor de aquella Audiencia. Ni los documentos del
Sr. Peralta, inagotables en noticias, ni la Historia de
Costa-Rica durante la dominación española, por Don
León Fernández , libro también excelentísimo , publi-
cado en Madrid el año último, y en el cual nos ocupare-
mos oportunamente, nos expHcan el que parece extraño
atrevimiento y aun delito de usurpación de atribu-
ciones, cometido por el Oidor, contratando con su yerno
la población y conquista del resto del territorio de Ve-
ragua. Verosímilmente el doctor sería el decano de la
Audiencia, y haría veces en tal concepto del presidente
gobernador. El Sr. P'enrándeZjque escribe su historia á la
manera fihpina , guardando el orden cronológico por go-
bernadores ó capitanes generales , que es por cierto ma-
nera desairada y hace libros de insufrible monotonía,
únicamente expresa que Robles «se creyó autorizado para
«celebrar el asiento»; ni tampoco aclara el punto el capitán
Alonso Cabero, en las quejas que dio contra el Dr. Robles
por sus tiránicos procedimientos para favorecer á Hernán
Sánchez en esta empresa. Ello fué que el Rey desaprobó
lo hecho por el Oidor, y dando en 1 540 nueva forma á la
gobernación y régimen de la tierra , la llamó Nueva Car-
6o LA ESPAÑA MODERNA.
tago, que es en la «Costa-Rica, provincia riquísima», se-
gún la describe Jerónimo Benzoni en su Historia del
Mondo Niiovo (Venetia, 1572); pero al propio tiempo,
«terribilísimo país (que) de ningún modo se podía con-
»quistar por estar lleno de asperísimos bosques y de cru-
»delísimas montañas.... (donde), no solamente no se podía
»andar á caballo, sino que en muchos lugares aun los
«hombres con gran dificultad apenas podían andar á pie,
»y.... todos los capitanes que habían entrado en aquellos
»países, entremuertos de hambre é matados por los in-
»dios, habían perdido allí casi todos los españoles que
» llevaban.»
Peor le avino á Hernán Sánchez todavía , que sobre
mirar desaprobada su empresa por la corte y puesto en
su lugar Diego Gutiérrez , saHó furioso contra él Rodrigo
de Contreras, gobernador de Nicaragua, pretendiendo
caer dentro de su jurisdicción la Costa-Rica. Hernán
Sánchez, que ya la iba señoreando y haciendo en ella
poblaciones, entre ellas una ciudad de Badajoz, que duró
poco, fué procesado y remitido á España cargado de gri-
llos, donde por Mayo de 1 541 ó 42, se hallaba en la cárcel
de corte, clamando á los cielos y al Rey, que Rodrigo de
Contreras le había «tomado todo el oro y plata, bienes y
«esclavos y caballos que tenía, que todo ello vale más de
» 15,000 castellanos.... quedándose con los dichos bie-
»nes....» , que por supuesto el Rey mandó devolver, aun-
que no consta que fuese obedecido. Aquí se pierde el
rastro de tal hombre , que probablemente murió en la
cárcel, habiendo sido el primero que llevó la luz de la
civilización á comarca tan selvática, y era de aquella
hermosa cepa de los Sánchez de Badajoz, que produjo á
García, uno de los poetas mayores de España.
De muchos de los restantes documentos que contiene
REVISTA ULTRAMARINA. l6l
el libro del Sr. Peralta, podríamos sacar tan substancio-
sos y ejemplares capítulos como los que acaban de leerse,
pues son todos ellos de gran valer, así para la geografía,
como para la historia de la colonización , la cual anduvo
tan trabajosa y lenta por aquellas partes, á causa de la
fragosidad de las sierras (sin contar su insania), y lo in-
dómito de las razas indígenas , que materialmente asisti-
mos con este libro á una como elaboración geológica por
capas y mantillos con sangre heroica amasados. Todavía
en 1565 tenía indeterminadas las jurisdicciones y fronte-
ras provinciales , según descubre la Instrucción dada á
Juan Vázquez de Coronado para el buen gobierno de
Costa-Rica , donde se lee, no sin extrañeza, que se había
«tenido noticia que entre la dicha provincia de Nicaragua,
»y la de Honduras y el Desaguadero de Nicaragua, á la
»parte de las ciudades del Nombre de Dios y Panamá,
•entre la mar del Sur y la del Norte, estaba la dicha pro-
»vincia de Costa-Rica». Semejantes vicisitudes y altera-
ciones territoriales alcanzan su período máximo en el
último de nuestra dominación, merced, primero, á la
creación del virreynato de Nueva Granada , y luego á la
Real orden de 30 de Noviembre de 1803, que segregó de
la Audiencia de Guatemala las costas de Mosquitos, desde
el cabo de Gracias á Dios hasta el río de Chagres , para
agregarlos á aquel virreynato ; disposición que aunque de
carácter puramente militar, inspirada por la guerra con
los ingleses que se habían apoderado de aquellas costas
en 1782, si bien convinieron en abandonarlas por el trata-
do de Versalles del año siguiente , fueron causa del litigio
actual, y de que reclame Colombia la costa de Mosquitos
como de su dominio y propiedad , mientras pretende
Nicaragua los territorios de Talamanca y Boruca. Puntos
son todos estos que el Hbro del Sr. Peralta ilustra y es-
II
102 LA ESPAÑA MODERNA.
clarece con documentos de absoluta autenticidad, proce-
dentes de nuestros Archivos , tan caudalosos como céle-
bres en el mundo sabio, documentos compulsados y cer-
tificados por las autoridades para ello competentes, y aun
con notas de su pluma que , si las más veces son aclara-
torias de las cuestiones puramente geográficas , otras se
refieren á los personajes y sucesos que van formando la
escena de tan vasta é interesante acción ; perfiles que á la
real importancia del libro añaden quilates de agrado y
aun deleite en su lectura.
El otro , que se refiere al pleito de Nicaragua , es aún
mas perfecto en su forma externa , ya por haber adqui-
rido el Sr. Peralta más práctica y estilo de moderno his-
toriador, ya por tener la materia mejor conocida y seño-
reada. Adórnalo con dos índices , uno geográfico y otro
alfabético , tan notable el primero y erudito como útil el
segundo, que si el hbro de Colombia los tuviera iguales,
facilitaría su manejo extraordinariamente, poniendo gran
claridad allí donde produce alguna confusión, sin seme-
jante buscapié y ayuda, la analogía de hechos y frases de
que suelen abundar escritos que se refieren á un mismo
asunto, de hombres por un mismo espíritu animados.
Cierto que el índice geográfico del libro de Colombia es
aplicable como ilustración y aun fuente de conocimiento
al de Nicaragua y Panamá, con muy escasas variantes;
pero no lo es como guía para ahorrar trabajo al lector, ha-
biéndose podido , con muy poco , hacerlo extensivo á los
dos libros, toda vez que ellos forman, por decirlo así, un
solo cuerpo. Sin más que distinguir en el índice lo que se
halla en el libro de Colombia de lo que al de Nicaragua
se refiere, hubiera sido doblemente útil é interesante.
Citaremos, para concluir, entre los más curiosos ó úti-
les documentos que el Sr. Peralta ha incluido en él, la
REVISTA ULTRAMARINA. 1 63
Relación de la descripción y calidades de la provincia
de Costa-Rica, enviada á Felipe III, por Fr. Agustín de
Ceballos; la Nueva descripción de Costa-Rica, por fray
Juan de Matamoros ; los Informes de Fr. Francisco de
San José sobre las reducciones de lalamanca y los in-
dios chanquenes; el trazado del Camino real de Pana-
má para Costa-Rica, y otros muchos semejantes.
Brillan también ambos libros por la claridad y pureza
del estilo , que carece de los americanismos y revesamien-
tos de que suele abundar la literatura americana , quizá
por el largo tiempo de residencia que lleva el Sr. Peralta
entre nosotros, y por su asidua cooperación á los trabajos
de nuestras primeras corporaciones literarias , donde es
tan justamente apreciado. Apresurémonos á decir que
este progreso en el estilo y en la pureza de la dicción, va
siendo tan visible en los escritores americanos , que mu-
chos de los nuestros tendrán que envidiarlos á la postre.
La república de Costa-Rica y el Salvador pueden
felicitarse de la representación que tienen en Madrid,
y que así da alta idea de sus políticos y funcionarios,
como produce obras que así contribuyen al esplendor de
nuestra historia y al esclarecimiento de cuestiones in-
teresantes en que el voto del Sr. Peralta ha de pesar
mucho. Cuando el Consejo de Estado informe al Gobierno
y éste pronuncie su fallo arbitral , traeremos á la memo-
ria de los lectores, si Dios nos lo permite alargándonos
la vida, las tesis fundamentales que se deducen de los do-
cumentos por el Sr. Peralta publicados , que, hoy por pru-
dencia y respeto á la cosa subjudice, sólo debemos in-
dicar.
V. Barrantes.
EL VULGO
SONETO.
A un poeta del otro mundo.
Existe, como Dios , en todas partes,
Adulado del mismo á quien ofende ;
Juzga de todo aunque de nada entiende ,
Ciencia, virtud, progreso, industria y artes.
Por más que de su atmósfera te apartes ,
Te envolverá en su red si lo pretende ;
No aplaude al sabio, pero admite al duende ;
Niega la fe , pero le asusta el martes.
Remora de la humana inteligencia ,
Cuando ídolos no forja, los desgasta.
Ya por estupidez , ya por demencia ;
Tuvo siglos atrás muy buena pasta ;
Hoy, uniendo la astucia á la violencia.
Víbora muerde , y elefante aplasta.
Manuel del Palacio.
Sección Extranjera.
LA CENTENARIA
SALÍ esta mañana de mi casa á eso de las doce. Tenía
yo bastante que hacer, y estaba algo retrasada en
el trabajo. He aquí que á la puerta de una casa en-
cuentro una mujer vieja, muy vieja, decrépita, que se apo-
ya en un bastón. Adivinar su edad era de todo en todo
imposible. Hallábase sentada cerca de la puerta cochera,
en el banco del portero. Estaba descansando. Yo necesi-
taba entrar en otra casa que distaba pocos pasos de aqué-
lla. Entré efectivamente, y al salir, vuelvo á encontrar
á mi vieja, sentada ahora en el banco del portero de esta
casa. Me miró, le dirigí una sonrisa, y entré en una za-
patería donde debía yo tomar calzado para mi hija. Cua-
tro ó cinco minutos después, en la explanada Newski,
torno á ver á mi vieja á la puerta de una tercera casa y
sentada esta vez, á falta de banco, en un guarda-cantón
próximo á la puerta. Me detengo casi á pesar mío delante
de ella, pensando: «¿Porqué se sentará así delante de
todas las casas?»
1 68 LA ESPAÑA MODERNA.
— Anciana (le pregunté): ¿estás muy fatigada?
— Sí, fatigada, hija mía; fatigada siempre, y me he
dicho : hace muy buen día , el sol resplandece ; pues me
voy á comer con mis nietos.
— Entonces , ¿vas á comer?
— Comer, hija mía, comer.
— Pero, á este paso, no llegarás muy lejos.
— Mucho que sí; descanso un poco, me levanto, doy
algunos pasos ; descanso otra vez, y vuelvo á empezar.
La contemplo. Paréceme muy singular ; es una vieje-
cita muy aseadita, con los vestidos algo usados. Parece
pertenecer á una famiha de menestrales bien acomoda-
dos. Su rostro está ya muy demacrado ; la color amari-
llenta ; los labios pálidos. Es una especie de momia. Pero
esta momia se sonríe aún, y el sol brilla para ella lo
mismo que para los seres vivientes.
— Debes de ser muy vieja, — le dije sonriéndome.
— Ciento cuatro años , hija mía; ciento cuatro años
nada más. ¿Y adonde vas tú?
La vieja me miró y comenzó á reírse, probablemente
regocijada por hablar. Pero me pareció muy extraño que
una centenaria tuviera curiosidad de saber adonde iba
yo, como si esto pudiese interesarla.
— Ancianita (le dije riéndome) , vengo de la zapate-
ría, de comprar zapatos para mi hija, y voy á casa á lle-
varlos.
—¡Qué pequeñitos son! ¿No ves? ¡Es muy chiquitita
tu hija ! ¿Tienes más niñas ?
Y volvió á reírse, preguntándome con la mirada. Sus
ojos están ya tristes y apagados, pero una especie de
calor intenso los anima á las veces.
— Anciana, ¿quieres aceptar estos cinco céntimos?
Comprarás un panecillo con ellos.
LA CENTENARIA. 1 69
— ¿El qué? ¿Cinco céntimos? Gracias, los tomo.
—Tómalos , que te los doy de muy buena gana y sin
intención de ofenderte.
La viejecita los toma. Se ve perfectamente que no es
una pordiosera; no se halla en estado de mendigar. Ha
tomado el dinero de un modo muy digno , no como una
limosna; antes por condescendencia, por ser amable , por
bondad de alma. Y, no obstante, acaso esto la alegra.
¿Quién hablará nunca á la pobrecilla vieja? Y hoy no so-
lamente le hablan , sino que alguien se interesa por ella
y le manifiesta simpatías.
— Ea (ledije): adiós, viejecita; quellegues con felicidad
y con salud.
—Sí, llegaré, hija mía, llegaré.... llegaré.... Y tú
anda, anda; vete con tu nieta (olvidándose de que yo no
tengo nietos, ó imaginando indudablemente que todas
las mujeres son abuelas).
Me alejé , y volví muchas veces la cabeza para verla
todavía; la viejecita se levanta muy lentamente, con bas-
tante dificultad , y golpeando en el suelo con su bastoncito
y arrastrando los pies, adelanta algunos pasos. Acaso
necesitará descansar aún diez ó doce veces antes de lle-
gar á la morada de los suyos, con quienes ha de comer
hoy. ¿Adonde va? ¡Qué viejecilla tan extraña!
II.
Esta mañana oí ese relato. Antes que relato, parece
una sencilla impresión. Habíame yo olvidado por completo
de esa impresión , cuando , muy entrada ya la noche , des-
pués de haber leído un artículo de revista , surgió en mi
170 . LA ESPAÑA MODERNA.
espíritu el recuerdo de la viejecita; y sin saber por qué,
he terminado en mi fantasía este boceto.
He visto á la centenaria llegar á casa de sus nietos á
la hora de la comida, y esta llegada se ha desarrollado
en un cuadro que se me antoja bastante real.
Los nietos , y acaso los biznietos de la anciana , aun-
que ella les llama «mis nietos», son trabajadores que vi-
ven en familia en un piso bajo, donde quizá tienen un es-
tablecimiento de peluquería. La viejecilla ha llegado á
eso de las dos de la tarde. No la esperaban ; pero la han
recibido con alegría.
— ¡Ah!: cátala aquí también. ¡María Maximina! En-
tra, entra, y que seas bien venida, ¡sierva de Dios!
La anciana entra sonriéndose , y la campanilla de la
puerta vibra por un buen rato , produciendo ruido agudo
y sonoro. Su nieta, la mujer del peluquero, es muy joven,
como lo es su marido , un hombre como de treinta y cinco
años, y que, sin embargo de ejercer una profesión bas-
tante ligera, es sujeto muy reposado. Su traje está gra-
sicnto como fruto de sartén , á consecuencia de la poma-
da: ¿qué puede decirse de esto? Nunca he visto á un
peluquero limpio. El cuello de su levita parece mojado
en aceite.
Tres muchachos— un briboncillo y dos briboncillas —
rodean inmediatamente á la abuela. Por lo general, las
viejas de edad tan avanzada simpatizan con los niños; los
unos y las otras tienen un alma misma y se asemejan en
todo.
La abuela se sienta. El amo tiene un huésped ; un hom-
bre como de cuarenta años , que ha ido á visitarle para
hablar de negocios , y que se halla próximo á partir.
El peluquero tiene allí también á su sobrino, el hijo de su
hermana, mozo de unos diez y siete años y aprendiz de
LA CENTENARIA. I 7
tipógrafo. La viejecita bendice la mesa, y mirando al fo-
rastero, exclama :
— i Ah! ¡qué cansada estoy! ¿Y quién es ese?
— Soy yo (responde el forastero sondándose ). ¿Cómo,
María Maximina , ya no se acuerda V. de mí? Hace dos
años que fuimos juntos al bosque para recoger setas.
— ¡Oh! ; ya te conozco, truhán, ya te conozco. Lo re-
cuerdo todo, pero no sé cómo te nombran. De todo lo
demás sí recuerdo, i Qué cansada estoy!
—Pero, vamos á ver, María Maximina, respetable an-
cianita; ¿V. no crece ya? — dijo el forastero en son de
broma.
—Vamos, vamos,— contestó la viejecilla riéndose.
La anciana está evidentemente contentísima.
— Yo soy un buen chico , María Maximina.
— Siempre es agradable hablar con un buen chico,
i Ah ! i Cómo me falta la respiración ! Han comprado un
abrigo nuevo á Seriogegnca.
Al decir esto señala al sobrino del peluquero.
El sobrino , un mocetón vigoroso, muestra al reir toda
su dentadura , y se aproxima á la abuela. Tiene el mu-
chacho un sobretodo gris , completamente nuevo , que to-
davía no lleva con desahogo ; esperemos una semana; por
ahora el mozo no cesa de admirarse á sí mismo, y está
absorto mirando su imagen que el espejo refleja, y cada
uno de sus movimientos revela la gran estima en que se
tiene á sí mismo.
—Anda, hombre; dala vuelta (sumha la mujer del
peluquero). Mira, Maximina, mira lo que le han hecho.
Esto vale seis rublos lo mismo que un céntimo. Más ba-
rato , nos han dicho en casa de Prokhoritch , resultaría
mucho más caro; ya lo llorarían Vds. al cabo de ocho
días. Pero esto es de lo que no se gasta. ¡ Mira con cuidado
172 LA ESPAÑA MODERNA.
qué género!.... Da la vuelta, hombre. ¡Y cuidado si es
doble el paño ! ¡Qué dureza! Pero, hombre, vuélvete....
Y ahí tiene V. cómo se va el dinero. Nuestra bolsa se ha
quedado enjuta...., pero, en fin....
— ¡Ah, madrecita mía! ¡qué caro está ahora todo!
Esto no tiene sentido común. Mejor haríais en no hablar-
me de esto ; estas cosas me entristecen mucho , — con-
tinúa diciendo con sentimiento la abuehta, siempre fati-
gosa.
— Vamos, ya basta (dijo el amo). Es hora de comer.
Estás muy cansada, María Maximina.
— ¡Oh, hijo mío! ¡oh, sí; estoy cansada!.... Hace
calor...., el sol brillaba y me he dicho : Vamos á verlos.
¿Por qué he de estar acostada siempre? ¡Oh!.... En el
camino he encontrado una joven que compraba calzado
para sus hijos, que me ha dicho : «¿Viejecita, estás can-
sada? He aquí cinco céntimos, compra un panecillo». Y
yo, ¿sabes?, he tomado los cinco céntimos.
— Descansa un poco, abuela. ¿Por qué estás hoy tan
fatigada? — preguntó el amo bastante alarmado.
Todos la miran. La viejecilla está extraordinaria-
mente pálida; sus labios parecen blancos. También ella
los mira á todos ; pero sus ojos están apagados.
—Pues nada, que he tomado.... , compraréis pasteles
para los niños con los cinco céntimos.
La anciana se detiene otra vez , y otra vez se esfuerza
para respirar. Todos callan durante cinco segundos.
— ¿Qué tienes, abuelita?— pregunta el amo, inclinán-
dose hacia ella.
Pero la abuelita no le contesta. Otro silencio de cinco
segundos. La anciana palidece, y su rostro se altera cada
vez más. Sus ojos quedan inmóviles. La sonrisa se hiela
en sus labios. Mira, y se creería que no ve.
LA CENTENARIA. I 73
— Sería necesario buscar un médico, — dice de repente
el forastero.
— Pero.... ¿para qué? ¿No es ya demasiado tarde? —
dice el patrón.
— ¡Abuelita! ¡Abuelita! — grita repentinamente con-
movida la mujer del peluquero.
Pero la abuelita permanece inmóvil, su cabeza se in-
clina hacia un lado. En la mano derecha, que descansa
sobre la mesa, tiene su moneda de cinco céntimos; la iz-
quierda ha quedado sobre el hombro de Micha, su biz-
nieto, un niño de seis años. El pobre está sin rebullirse, y
con sus ojazos espantados contempla á su abuelita.
— Ha muerto,— dice solemnemente el amo, saludando
y persignándose.
— ¿Pero ven Vds. esto? Yo ya notaba que la pobre se
inclinaba siempre, — dijo el forastero, todo turbado y mi-
rando á los presentes.
— ¡Ay, Dios mío! ¿Ve V. esto? ¿Qué hacemos ahora,
Makaritch? Es necesario llevarla á su casa , — murmuró
la hija, trémula y turbada.
—¿Dónde? ¿Á su casa? (dijo el amo). Quita allá, mu-
jer. Ya nos arreglaremos aquí. ¿Es tu madre ó no? Es
preciso que vayamos aprestar la declaración.
—¡Ciento cuatro años! ¡Oh! (dice el forastero, agitán-
dose en su sitio y cada vez más enternecido.) Se le ha
puesto encendido el rostro.
—La pobre vieja comenzaba á olvidar la vida,— dijo
filosóficamente el amo, tomando su gorra y su gabán.
—No hace más que un momento que la pobrecilla vieja
se reía aún. ¿Ven Vds.? Todavía tiene la moneda en la
mano. ¡Para pasteles! ^ como decía la pobre. ¡Oh! ¡Lo que
es la vida !
—Vamos ya, Pedro Stepanitch,— interrumpió el amo.
74 LA ESPAÑA MODERNA.
Y salió, acompañado por el forastero.
Una muerte así no es llorada. ¡Ciento cuatro años!
«Muerte sin enfermedad y tranquila.»
El ama envía á buscar á sus vecinas para que la ayu-
den. Todas acuden inmediatamente; la noticia les causa
menos tristeza que alegría ; todas lanzan : i Oh ! y i Ah ! y
¡ayes!.... Los niños, asombrados, se esconden en un rin-
cón, y desde lejos contemplan á la muerta. Nunca olvi-
dará Micha , aunque viva mil años , que la abuelita se
murió apoyando una mano en su hombro, y cuando, á su
vez, él exhale el postrer suspiro, nadie recordará que su
abuela ha vivido ciento cuatro años. ¿Por qué y cómo?
Nadie lo sabe. Y, por otra parte, ¿qué importa? Muchos
millones de personas mueren así: viven sin que nadie lo
eche de ver, y mueren lo mismo. Quizá únicamente en el
supremo instante de la muerte de un centenario se expe-
rimenta una sensación de ternura, de paz, de solemnidad
y de consuelo. ¡Cien años! Esta cifra aún produce en
el hombre una impresión extraña.
¡Bendiga Dios la vida y la muerte de los hombres sen-
cillos de buena voluntad !
Th. Dostoievsky.
LA REPUTACIÓN Y EL PUNTO DE HONRA
Lo que representamos, ó, de otro modo, nuestro
valer propio en la ajena opinión, es generalmente,
á consecuencia de una debilidad particular de
nuestra naturaleza, demasiado estimado ; si bien la re-
flexión más insigniñcante basta para convencernos de que
esa opinión de los demás no tiene, en sí misma, impor-
tancia alguna para nuestra dicha. También cuesta mucho
trabajo explicarse la gran satisfacción interna que todos
experimentamos al observar algún indicio de la opinión
favorable que de nosotros tienen los demás, ó cuando
halagan nuestra vanidad, como quiera que sea. Á la ma-
nera misma que el gato manifiesta indefectiblemente su
satisfacción cuando se le pasa la mano por el lomo , así en
el rostro del hombre á quien se elogia veremos de seguro
pintarse un dulce éxtasis , sobre todo si esos elogios pene-
tran en el terreno de las vanidades del elogiado , y aun-
que sean de una falsedad evidente. Las muestras de apro-
bación de los demás consuélanle á menudo de alguna des-
gracia verdadera. Es asombroso, por el contrario, el ver
cuan disgustado aparece siempre el hombre y cuan dolo-
176 LA ESPAÑA MODERNA.
rosamente afectado por una herida en su amor propio en
cualquier sentido , en cualquier grado y en cualesquiera
circunstancias que la reciba, por cualquier menosprecio,
por cualquier duda, por la más ligera falta de atención.
Esta propiedad , sirviendo de base al sentimiento del
honor, puede ejercer influencia saludable en los buenos
procederes de muchas personas , á modo de auxiliar de
su moralidad ; pero en lo que respecta á su influjo en la
felicidad verdadera del hombre, y sobre todo en la tran-
quilidad y la independencia del espíritu, condiciones am-
bas tan necesarias para la ventura, antes resulta pertur-
badora y perjudicial que favorable. Por esta razón es
prudente, á nuestro parecer, limitarla y, por medio de
juiciosas reflexiones y de una estimación justa de los bie-
nes, moderar esa sensibiHdad exquisita en lo que á la
opinión ajena se refiere , tanto para el caso en que halaga,
cuanto para los casos en que molesta, porque los dos tie-
nen idéntico origen. De no hacerlo así, seremos esclavos
de la opinión y del sentimiento ajenos.
Por consiguiente, una apreciación exacta del valer de
lo que uno es en si mis f no y por si mismo, comparado
con el valer de lo que es tmo solamente á los ojos de los
demás y contribuirá mucho á nuestra dicha. El primer
término de la comparación comprende todo lo que llena
el tiempo de nuestra propia existencia, el contenido ín-
timo de ella , porque el lugar en que se halla la esfera de
acción de todo esto es la propia conciencia del hombre.
Y al revés : el lugar de lo que somos para los otros en la
conciencia ajena, es la forma con que allí aparecemos,
así como las que allí se refieren ('). Ahora bien: son co-
(i) Las clases elevadas, en su brillo, en su esplendor, en su fausto,
en su ostentación y en sus magnificencias, pueden decirse: ((Nuestra feli-
cidad está, por completo , colocada fuera de nosotros; su lugar se halla
en las cabezas de los demás». CN. del A,)
LA REPUTACIÓN Y EL PUNTO DE HONRA. 1 77
sas esas que, en puridad, no tienen verdadera existencia
para nosotros ; todo eso existe sólo indirectamente , esto
es, en cuanto determina el comportamiento délos demás
para con nosotros. Y esto mismo no se toma realmente
en consideración sino en tanto cuanto influye sobre lo
que podría modiñcar eso que somos en y por nosotros
mismos. Prescindiendo de esto, lo que sucede en una con-
ciencia que no es la nuestra , es para nosotros del todo
indiferente en este concepto ; y de seguro llegaremos á
esa indiferencia á medida que vayamos conociendo bien
lo superficial y lo útil de los pensamientos , los estrechos
límites de las ideas , la pequenez de los sentimientos , lo
absurdo de las opiniones y el considerable número de
errores que se encuentran en la mayor parte de los cere-
bros ; y también á proporción que la experiencia nos en-
señe con cuánto desdén se habla, á las veces , de cada uno
de nosotros cuando no se nos teme, ó cuando se cree que
no hemos de saberlo ; pero , sobre todo , cuando hayamos
oído con qué menosprecio hablan media docena de im-
béciles del hombre más distinguido. Entonces compren-
deremos que el otorgar algún valor á las opiniones de los
hombres es honrarlos con exceso.
De todas suertes , es reducirse á muy miserables re-
cursos esto de no hallar la dicha en las dos clases de
bienes de que ya hemos hablado , y haber de buscarla en
esta tercera, es decir, en lo que somos, no en reahdad,
sino en la imaginación de otros. Por regla general, nues-
tra naturaleza animada es la base de nuestro ser, y, por
consiguiente, lo es asimismo de nuestra felicidad. Lo in-
dispensable para el bienestar es la salud primeramente,
y después los medios necesarios para proveer á la sub-
sistencia ; y, por consiguiente, una vida libre de cuida-
dos. Los honores, el lujo, la grandeza , la gloria , sea cual
I 78 LA ESPAÑA MODERNA.
fuere el valor que se les atribu^^a , no pueden competir
con esos bienes esenciales ni reemplazarlos ; muy al con-
trario : si el caso llegara , no vacilaríamos un instante en
cambiarlos por los otros. Será, pues, muy útil á nuestra
felicidad conocer pronto un hecho sencillísimo ; es á sa-
ber : que cada uno vive, desde luego y efectivamente,
dentro de su pellejo y no en la opinión de los otros, y
que naturalmente nuestra condición real y personalísima
tal cual la determinan la salud, el temperamento, las
facultades intelectuales, la renta, la mujer, los hijos, la
habitación, etc., es cien veces más importante para
nuestra dicha que todo aquello que plazca á los demás
hacer de nosotros. La ilusión contraria nos hace infeli-
ces. Exclamar con énfasis : «La honra vale más que la
vida» , es en realidad decir : «La salud y la vida no valen
nada ; lo que piensan los demás de nosotros, eso es lo
que importa». Esta frase puede ser considerada, alo
sumo, como una hipérbole, en cuyo fondo se encuentra
esta verdad prosaica ; para mantenerse y medrar entre
los hombres, el honor, es decir, la opinión de los demás
acerca de nosotros, es, por lo común, de una utilidad
innegable ; más adelante volveré sobre este mismo tema.
Por el contrario: cuando se ve cómo casi todo lo que los
hombres persiguen durante su vida entera á costa de es-
fuerzos incesantes, de mil peligros y mil amarguras,
tiene por fin último elevarlos en la opinión, porque no ya
solamente los empleos , los títulos y las veneras , sino
también las riquezas y hasta la misma ciencia (') y las
artes son buscadas, en el fondo principalmente, con ese
solo propósito ; cuando se ve que el resultado definitivo
para llegar al cual se trabaja es obtener de los otros
( I ) Scire timm nihil est nisi te scire hoc , scLii alter. (Nada es tu saber
mientras otro no sepa que tú sabes aquello.) (N. del A.)
LA REPUTACIÓN Y EL PUNTO DE HONRA. 1 79
mayor respeto, todo esto, por desdicha, prueba única-
mente lo grande de la locura humana.
Otorgar excesivo valer á la opinión ajena , es una su-
perstición que domina universalmente ; sea que tenga sus
raíces en nuestra naturaleza misma, sea que haya segui-
do al nacimiento de la sociedad y de la civilización, lo
cierto y verdad es que ejerce siempre sobre nuestra con-
ducta una influencia desmesurada y enemiga de nuestra
felicidad. Esta influencia puede ser perseguida por el filó-
sofo , desde el punto en que se revela por un temor anhe-
lante y servil al ¿qué dirán? , hasta aquel otro en que
hunde el puñal de Virginio en el seno de su hija , ó bien
arrastra al hombre á sacrificar, en aras de la gloria pos-
tuma, su tranquilidad, su fortima, su salud, hasta su
existencia. Cierto es que esta preocupación ofrece, al
que está llamado á reinar sobre los hombres y en gene-
ral á dirigirlos , un recurso muy cómodo : también el pre-
cepto de mantener vivo ó de estimular el sentimiento del
honor ocupa lugar principalísimo en el arte de elevar al
hombre ; pero en lo que atañe á la felicidad propia del
individuo , y esto es de lo que aquí tratamos , sucede mu}^
de otra manera , y debemos , por el contrario , disuadirle
de atribuirla importancia excesiva. Si, á pesar de todo,
según nos enseña la experiencia , el hecho mismo se pre-
senta diariamente ; si lo que la mayoría de las personas
estiman en más es la opinión de otros con respecto á
ellas ; si se cuidan más de esto que de lo que , verificán-
dose en sil propia conciencia^ existe inmediatamente
para ellas; si, por un trastorno del orden natural, consi-
deran como la parte real de su existencia la opinión de
los demás, y juzgan lo otro como parte ideal; si hacen
de lo que es secundario y contingente el objeto principal,
y si lo que valen y son en el cerebro de los otros les in-
1 8o LA ESPAÑA MODERNA.
teresa más que lo que son en sí mismos ; esta apreciación
directa de lo que directamente no existe para nadie,
constituye una locura á la que se denomina vanidad
(vANiTAs), para indicar lo vacío y quimérico de esa ten-
dencia.
El valor que á la opinión ajena concedemos, y nuestra
preocupación constante acerca de ella, rebasan efectiva-
mente los límites de lo razonable, en tales términos, que
puede ser considerada esta preocupación como una espe-
cie de manía muy generalizada, mejor dicho, innata. En
todo cuanto hacemos, y lo mismo en todo cuanto nos abs-
tenemos de hacer, pensamos en la opinión de los demás
antes que en ninguna otra cosa , y, si lo estudiamos con
atención , veremos que en este cuidado tienen su origen
la mitad de los tormentos y de las angustias que hemos
experimentado en nuestra vida. Porque esta preocupa-
ción es la que encontramos en el fondo de nuestro amor
propio, tan frecuentemente ofendido, porque suele ser
suspicaz sin acierto ; en el fondo de nuestras vanidades y
nuestra presunción , así como en el fondo de nuestras
suntuosidades y nuestras magnificencias. Sin esta pre-
ocupación, sin esta rabia, el lujo no sería la décima parte
de lo que es. Sobre ella gravita todo nuestro orgullo,
punto de honra y puntillo, sea de la especie que fuere y
pertenezca á cualesquiera órdenes ; y, ¡ qué de víctimas
reclama muy á menudo! Revélase ya en el niño; aparece
después en cada una de las edades de la existencia; pero
cuando adquiere su mayor desarrollo es al llegar la edad
avanzada , porque en aquel período , como hayan desapa-
recido las aptitudes para los goces sensuales, el orgullo
y la vanidad sólo tienen que repartirse con la avaricia el
dominio del alma. Este furor échase de ver más distinta-
mente entre los franceses, en cuya patria reina endémi-
LA REPUTACIÓN Y EL PUNTO DE HONRA. l8l
camente , y se manifiesta á menudo por la ambición más
necia, por la vanidad nacional más ridicula y la fanfarro-
nería más desvergonzada; pero su presunción se anula
por esto mismo , porque la entrega á la mofa de los demás
países y convierte en apodo el nombre de grande nación.
Para explicar más claramente todo lo que llevamos
expuesto hasta aquí acerca de la insensatez de curarse
con exceso de las opiniones ajenas , quiero aducir un ejem-
plo muy significativo de esta locura tan arraigada en la
humana naturaleza; hállase favorecido este ejemplo por
un efecto de luz resultante de la concurrencia de circuns-
tancias propias y de un carácter peculiar ; esto nos per-
mitirá hacer un cálculo exacto de la fuerza que tiene ese
extraño impulso de las acciones humanas. Es el párrafo
siguiente de la relación circunstanciada publicada en el
Times de 31 de Marzo de 1846, de la ejecución de un tal
Thomás Wix ; un obrero que, por venganza, había ase-
sinado á su maestro : «En la mañana del día prefijado
para la ejecución, el reverendo capellán de la cárcel es-
tuvo constantemente á su lado. Pero Wix, aunque estaba
muy tranquilo , no atendía á las exhortaciones del sacer-
dote ; su preocupación única era el empeño de mostrar
valor extremado en presencia de la muchedumbre que
asistiría á su fin vergonzoso. Lo consiguió. Cuando hubo
llegado al patio que debía atravesar para ir al patíbulo
levantado cerca de la prisión, exclamó : «¡Ea, — como
decía el doctor Dodd, — pronto voy á conocer el gran
misterio ! » Aunque llevaba atados los brazos , subió sin
auxilio de nadie la escalera del cadalso ; una vez arriba,
saludó á los espectadores á derecha y á izquierda ; la
multitud allí reunida correspondió á estos saludos con
formidables exclamaciones», etc., etc. Tener ante los ojos
la muerte en su aspecto más aterrador, y detrás déla
1 82 LA ESPAÑA MODERNA.
muerte la eternidad , y pensar únicamente en el efecto que
se producirá en la muchedumbre de mentecatos que han
acudido á ese espectáculo , y en la opinión que se dejará
en pos de sí en todas aquellas cabezas, ¿no es un ejem-
plar único de ambición peregrina? Lecomte, que en aquel
mismo año fué guillotinado en París por tentativa de re-
gicidio, deploraba principalmente, durante el curso de su
proceso, el no poder presentarse decentemente vestido
en la Cámara de los Pares, y aun en el momento mismo
de la ejecución sentíase muy disgustado porque no se le
había permitido antes afeitarse. Lo mismo sucedía anti-
guamente ; así puede verse en la introducción que Mateo
Alemán publica al frente de su celebrada novela Gusmán
de Alfarache^ donde cuenta el autor que muchos crimi-
nales extraviados roban al cuidado de la salvación de su
alma las últimas horas , que á eso únicamente deberían
ser consagradas, para concluir y aprenderse de memoria
un discursillo que desean pronunciar desde el tablado de
la horca.
En rasgos análogos podemos hallar todos nuestra pro-
pia imagen; pues está claro que estos ejemplos de gran
bulto son siempre los que en todas materias proporcionan
las explicaciones más evidentes. Para todos nosotros , por
lo común, las preocupaciones, los sinsabores, los disgus-
tos que gastan, las cóleras, las inquietudes, los esfuer-
zos, etc., etc., tienen por causa casi siempre la opinión
de los demás , y son tan absurdas como las de esos des-
dichados á quienes hemos citado anteriormente. El odio
y la envidia proceden igualmente , en la mayor parte de
los casos, de la misma raíz.
Es evidente que nada contribuiría más á nuestra di-
cha, compuesta principalmente de tranquilidad de espí-
ritu y de contentamiento, que limitar la fuerza de ese
LA REPUTACIÓN Y EL PUNTO DE HONRA. 183
móvil , que reducirla á un grado razonablemente justifi-
cado (aun dos por ciento, v. gr.), arrancando así de
nuestras carnes esa espina que las destroza.
Pero la cosa es muy difícil. Nos encontramos aquí
frente á una irregularidad natural é innata : Etiarn sa-
pientihiis cupido gloria novissima exuitiir y dice Tácito
(Hist.j IV, 6): «El deseo de la gloria es también el último
que abandona á los sabios». El medio único de sustraer-
nos á esta locura universal sería reconocerla distinta-
mente como tal locura, y para esto darnos cuenta exacta
de cómo la inmensa mayoría de las opiniones son, en las
cabezas de los hombres, falsas, equivocadas, erróneas
y absurdas ; cuan escasa influencia real y positiva ejerce
sobre nosotros en la mayor parte de los casos y de las
circunstancias la opinión de las gentes ; cuan perversa es,
por regla general, esa opinión, hasta el punto de que no
exista nadie que no enfermase de ira al saber en qué tono
se habla y qué cosas se dicen de él ; cómo , por último , el
honor mismo no tiene , en puridad, un valor inmediato,
sino indirecto , etc. Si lográsemos rechazar esa general
locura, ganaríamos muchísimo en tranquilidad de espí-
ritu y en contentamiento , y adquiriríamos simultánea-
mente un aspecto más firme y más seguro , y maneras
más desembarazadas y más naturales. La influencia be-
néfica de una vida retirada , en nuestra tranquilidad de
alma y en nuestra satisfacción, proviene en mucha parte
del hecho de sustraernos á la necesidad de vivir constan-
temente bajo las miradas de otros , y librarnos , por con-
siguiente, de la preocupación incesante de sus probables
censuras ; este es el primer efecto de volvernos á nos-
otros mismos. De este modo evitaríamos también muchas
desgracias reales, cuya causa única es esa aspiración
puramente ideal, ó, dicho con más exactitud, esa deplo-
184 LA ESPAÑA MODERNA.
rabie locura ; nos quedará también la facultad de prestar
más cuidado á los verdaderos bienes, que podremos dis-
frutar entonces sin que nadie nos importune.
De la locura de nuestra naturaleza que acabamos de
describir, brotan tres vastagos principales: la ambición,
la vanidad y el orgullo. La diferencia entre estos dos úl-
timos consiste en que el orgullo es el convencimiento ya
firmemente arraigado de nuestro propio valer desde to-
dos los puntos de vista; la vanidad es, por el contrario,
el deseo de lograr que este convencimiento nazca en
los otros, y, por regla general, con la secreta espe-
ranza de llegar, como consecuencia, á apropiárnoslo
también.
El orgullo es la grande estimación de nosotros mismos,
procedente de nuestro interior, y por tanto directa ; la
vanidad , al revés , es la tendencia á adquirirla desde el
exterior , y, por consiguiente, de una manera indirecta.
Por esta razón la vanidad se hace habladora , el orgullo
silencioso. Pero el vanidoso debería saber que esa buena
opinión de los demás, á la que aspira , antes se obtiene,
y con más seguridad , guardando silencio continuo , que
hablando , aunque tuviese uno que decir las mejores co-
sas del mundo. No es orgulloso el que quiere serlo; cuan-
do más , podrá simularlo el que quiera ; pero este último
se olvidará muy pronto de su papel, como se olvida todo
papel fingido. Porque lo que nos hace realmente orgullo-
sos es sólo el firme, íntimo, inquebrantable convenci-
miento de nuestro mérito extraordinario y sin par. Este
convencimiento puede ser erróneo , ó fundarse en mere-
cimientos sólo exteriores y convencionales; poco importa
eso para el orgullo , mientras nuestra propia convicción
sea real y seria. Toda vez que el orgullo arranca del con-
vencimiento, estará, como toda noción, fuera de nuestra
LA REPUTACIÓN Y EL PUNTO DE HONRA. 1 85
voluntad libre. Su enemigo peor, quiero decir, su mayor
obstáculo, es la vanidad, que solicita la aprobación
ajena para sobre ésta fundar inmediatamente buena opi-
nión de sí mismo, en tanto que el orgullo supone esta opi-
nión propia ya sólidamente asentada.
Si bien el orgullo suele ser vituperado y desacreditado
generalmente, paréceme que esto procede, por regla ge-
neral, de los que nada tienen por qué se enorgullezcan.
Habidas en cuenta la imprudencia y la arrogancia estú-
pida de la gran mayoría de los hombres , la persona que
posee merecimientos cualesquiera, hace perfectamente
en ponerlos á la vista ella misma para no dejar que cai-
gan en el olvido más completo; pues quien, por benevo-
lencia , no procura hacerse valer , y procede con los de-
más como si en todo fuese igual á ellos , tardará muy
poco en ser de veras y sinceramente reputado por todos
como uno de sus iguales. Querría yo recomendar que
obrasen así, muy especialmente, á todos aquellos cuyos
méritos son de orden más elevado, méritos verdaderos,
por consiguiente , del todo personales , en atención á que
estos méritos no pueden, como sucede á las condecora-
ciones y á los títulos , ser recordados á todas horas por
una impresión de los sentidos ; si proceden de otra ma-
nera , verán muy á menudo realizarse el Sus Minervam
(el cerdo que exhorta á Minerva).
Un excelente proverbio árabe dice : Bromea con el es-
clavo, pronto te enseñará el trasero. La máxima de Ho-
racio : Sume superbiam quaesitum ^neritis (toma la
soberbia fundada en merecimientos) , no es para desaten-
dida. La modestia es, sin duda, una virtud inventada
para uso de los picaros principalmente , porque exigiendo
la tal virtud que cada cual hable de sí mismo como si
fuera uno de ellos , da por resultado una igualdad de ni-
1 86 LA ESPAÑA MODERNA.
vel admirable, y produce la apariencia de que, en gene-
ral, no hay más que picaros en el mundo.
Sin embargo , el orgullo más barato es el orgullo na-
cional. Este orgullo denuncia en quien lo siente la caren-
cia de buenas cualidades individuales de las que pudiera
estar orgulloso ; porque de tenerlas , no recurriría á otras
que ha de compartir con tantos millones de individuos.
Cualquiera que tenga distinguidos méritos personales re-
conocerá, por el contrario, con mayor exactitud, los
defectos de su país, porque los tiene constantemente á la
vista. Pero todos esos imbéciles, dignos de lástima, que
nada tienen en el mundo de que puedan enorgullecerse,
se acogen á ese último recurso , de sentirse orgullosos de
la nación á la que, por casualidad, pertenecen ; á ella se
adhieren y en su gratitud hállanse prontos á defender,
con el pie y con el puño, todas las majaderías propias de
su patria.
Por ejemplo : de cada cincuenta ingleses , apenas se
encontrará uno que levante la voz para asentir cuando
habléis con justo menosprecio de la hipocresía estúpida
y degradante de su nación ; pero ese individuo solo entre
los cincuenta, será, de seguro, hombre de buena cabeza.
Los alemanes no tienen orgullo nacional , y demuestran
así la bondad que la opinión les atribuye ; en desquite,
aquellos alemanes que profesan ó fingen ridiculamente
este orgullo — como suelen hacerlo principalmente los
Deutschen Brüder y los demócratas que adulan al popu-
lacho para seducirle , — demuestran precisamente lo con-
trario. Se pretende que los alemanes han inventado la
pólvora ; pero no soy de esa opinión. Lichtenberg pro-
pone el siguiente problema : « ¿Por qué un hombre que
no es alemán se hace pasar por tal muy pocas veces? ¿Y
por qué cuando quiere fingirse algo se finge inglés ó fran-
LA REPUTACIÓN Y EL PUNTO DE HONRA. 1 87
cés? Por lo demás, la individualidad es, en cualquier
hombre, cosa de distinta importancia que la nacionali-
dad, y merece mil veces más que ésta ser tenida en con-
sideración. Con verdad y con justicia nunca podrá de-
cirse mucho bueno de un carácter nacional , porque
nacional significa que pertenece á una muchedumbre.
La pequenez de espíritu, la sinrazón y la perversidad de
la especie humana son, sobre todo, las condiciones que
resaltan en cualquier país , en una ó en otra forma ;
forma que es lo que nombramos carácter nacional. Dis-
gustados de uno , ensalzamos á otro , hasta que llega un
instante en que este otro nos inspira igual sentimiento.
Cada nación se burla de las otras , y tienen razón todas.
LA categoría,
Por lo que respecta á la categoría , por mucha impor-
tancia que tenga en el concepto de la muchedumbre y de
los necios , y por muy grande que pueda ser su utilidad,
como una rueda en el mecanismo del Estado , en muy
pocas palabras habremos concluido con ella , para reali-
zar nuestro propósito. Es la categoría un valor conven-
cional, ó, para expresarnos más propiamente, un valor
ficticio; su acción tiene por resultado una consideración
ficticia también , y el todo viene á ser una comedia para
la masa. Las condecoraciones son letras de cambio gira-
das sobre la opinión pública ; su valor depende del crédito
del girador. De todas maneras, y prescindiendo ahora
del dinero que ahorran al Estado sustituyendo á las re-
compensas pecuniarias , son , en realidad , una institución
de las más felices , en el supuesto de que sean distribuidas
88 LA ESPAÑA MODERNA.
atinada y equitativamente. En efecto: la multitud tiene
ojos y tiene oídos, pero no tiene nada más; tiene, sobre
todo, poquísimo juicio, y hasta es flaca de memoria. Algu-
nos merecimientos se hallan, desde luego, fuera del al-
cance de su comprensión ; otros merecimientos hay que
la multitud comprende y aclama cuando los ve aparecer;
pero que pone muy pronto en olvido. Siendo esto así,
paréceme en extremo conveniente gritar á las muche-
dumbres siempre y por todas partes , por medio de una
cruz ó de una estrella: «Este hombre que veis, no es igual
á vosotros; tiene merecimientos». Sin embargo, con una
distribución injusta, irracional ó excesiva, las condeco-
raciones pierden su valor ; por esta razón , un príncipe
debería poner tanta circunspección en otorgar cruces,
como un comerciante en firmar letras de cambio. La ins-
cripción Al mérito en una cruz , es un pleonasmo ; toda
condecoración debería ser dada Al mérito; eso no hay
para qué decirlo.
Arthur Schopenhauer.
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS
UN estudio sobre el Dandysmo (') Y acerca del
hombre que más exactamente lo personifica
(Brummell) , ¿será, por ventura, completo y dará
idea precisa del asunto tan hondamente, tan insidar-
mente inglés? Por muy inglés que sea el objeto represen-
tado, no es, — ya se ha visto, — un fenómeno exclusiva-
mente social , una monstruosidad podrían denominarlo
los puritanos y los corazones sensibles, que, en esta oca-
sión, coincidirían. Wí Dandysmo tiene sus raíces en la
naturaleza humana de todos los países y de todas las épo-
cas, pues la vanidad es universal. Lo que podría ser de-
nominado la cuerda del Dandysmo , parece despertarse,
en medio de las treinta y seis mil cuerdas de que se com-
pone ese diabólico instrumento, tan complicado siempre y
tan echado á perder en ocasiones , de la naturaleza hu-
mana. Pero Inglaterra es la nación que mejor ha hecho
vibrar esa cuerda. Alguien ha mentado á Richelieu, y
(i) Los vocablos ingleses Dandy y Dandysme no tienen correspon-
dencia exacta , ni casi aproximada , en castellano , ni en francés. Barbey
d'Aurevilly los ha conservado en inglés, y eso hacemos nosotr^^s.
(N. del T.)
190 LA ESPAÑA MODERNA.
aun ha pretendido parangonarle con Brummell , para
mostrar las diferencias que la sociedad y la raza han
puesto entre estos fatuos asentados sobre iguales cimien-
tos. Richelieu poseía efectivamente la cuerda del Dan-
dysmo , pero en el cortesano francés la vibración de esa
cuerda aparece velada por otras más vigorosas vibracio-
nes. Precursor de los Dandys como Richelieu, verdadero
Dandy y aun antes de que existiese eso que llaman Dan-
dysmo , y antes de que observadores de profundo y ex-
quisito anáüsis lo hubiesen estudiado como algo sustan-
tivo , fué Laucón. Lauzun, mucho más poderoso que Ri-
chelieu, aunque no tomase á Mahón.
Lauzun tomó una plaza mucho más difícil de tomar....,
tomó á la gran Mademoiselle ('), y la tomó él solo, lo
cual no había hecho Richelieu con Mahón. ¡ Cosa muy
digna de notarse! Lauzun realizó esa conquista, sobre
todo por el Dandysmo , que existía en su persona sin que
ni él mismo lo sospechara, ni ella tampoco : Lauzun era
digno de ser inglés. Si lo hubiera sido, habría representado
el papel de uno de los más admirables Dandys de Inglate-
rra. Poseía el egoismo inglés, el egoísmo más terrible que
ha existido después del egoismo romano. Lauzun fué un
Dandy,áe buen porte, de originalidad muy matizada en ese
porte mismo, obstinado en no parecerse á los demás cuan-
do todos eran iguales ante Luis XIV, de extraordinaria
sangre fría, de prodigioso dominio sobre sí mismo, de pro-
cederes inesperados (porque uno de los rasgos que más
especialmente caracterizan á los Dandys es el de no hacer
nunca lo que se espera que hagan). Tuvo Lauzun la im-
placable vanidad, la vanidad feroz de los Dandys. Recuér-
( 1 ) Especie de título honorífico, á modo de antonomasia respetuosa,
con que era designada en Francia la hija primogénita del tío del Rey.
(N. del T.)
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. I9I
dése la escena (en las Memorias de Saint-Simon) en que
Lauzun puso su tacón encima de la mano de una Duquesa
(en tiempo de Luis XIV llevábanse altos los tacones,
como muchos años después, por los años 1879 y 1880, los
han usado las señoras) , y giró sobre su tacón para hun-
dirlo en la carne como una barrena. Basta eso para ha-
cer que el lector , si es nervioso , se estremezca y grite.
Habría con esto para escribir un estudio acerca de Lau-
zun; pero ya está escrito , y para colmo de halago á su
vanidad , ha sido escrito por la princesa que más loca-
mente ha querido á Lauzun entre todas las mujeres que
lo han idolatrado.
Este César Borgia con las mujeres , y sobre todo con
esa ; ese César Borgia que hubiera retrocedido hasta Ma-
quiavelo, no hubo menester de escribir sus Comenta-
rios, como el gran César.... Sus comentarios fueron
escritos por la mujer, por su conquista— una Princes.a
muy amante y muy maltratada ; pero amante siempre, —
y Brummell, por su parte, no ha tenido más historiado-
res que M. Jessé y yo.
Páginas adorables de las Memorias de Mademoiselle
de Montpensier , nos dan la medida exacta de lo que valía
Lauzun , ese predecesor de los DandySy ese inglés de
Francia. Esto vale tanto como una novela de Stendhal.
Aquí es ciertamente — y sólo aquí — donde es oportuno
hablar de esto.
IL
Preséntase Mademoiselle en sus Memorias con una
originaHdad que ahora no conocemos ; originalidad de
Princesa, casi incomprensible en estos tiempos nuestros
192 LA ESPAÑA MODERNA.
de vulgarísimas costumbres. Encuentro en ella una de
las cosas más bellas de tiempos ya idos ; el orgullo en el
respeto de uno mismo y en el de su rasa y que vale más
todavía que uno mismo. La Princesa era antes Borhón
que mujer, y me explico ahora que estuviera muy satis-
fecha con tener negros los dientes , porque aquellos eran
los dientes de su Casa.
Hasta la llegada deLauzun, Mademoiselle pasaren
sus Memorias, sin que su corazón palpite por nadie, sin
otro deseo que el de casar con el emperador de Alema-
nia , únicamente porque es Emperador. Galanteada por el
rey de Inglaterra (Carlos II, á la sazón en París), mani-
fiéstase indiferente. Ve con la mayor tranquilidad cómo
se derrumban todos los castillos de naipes que con res-
pecto á su matrimonio se levantan sucesivamente ; cu-
rándose sólo de que no conviene anular á una hija de
Francia. Si Mademoiselle soñó, como algunos han dicho,
en ser esposa de su primo carnal Luis XIV, nada de
esto se trasluce en sus Memorias. El orgullo impone si-
lencio al orgullo.
Esta Princesa , esencial y sustancialmente Princesa;
este espíritu, al que sólo asuntos de etiqueta palaciega
habían conmovido ; este ser exclusivamente ceremonioso
que á nada concedió atención más que á las grandezas , —
las grandezas teatrales y de opinión— (^^/ honor de Mon-
tesquieu), siente, á los cuarenta y tres años de su edad,
algo que en su cerebro bulle y se agita por un hombre.
El níspero está maduro.... ¡Una doncella de cuarenta y
tres años ! , doncella en todo .... , acaso hasta de simple cu-
riosidad ; i qué pasión tan digna de estudio debe de ser
esta! ¡Y contada por Ella! El libro no podía menos de
resultar peregrino, y lo es, en efecto...., para los inteli-
gentes.
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. 1 93
III
Estamos aquí muy lejos del cinismo de Rousseau y de
la franqueza contemporánea; y, sin embargo, obsérvese
esto: la Princesa es ingenua á su modo. Es veraz por or-
gullo. Engrandece al hombre á quien ama, pero no da un
paso más allá de ese engrandecimiento. Está clara la im-
posibilidad de que, á sus ojos, un hombre por quien, á la
edad de cuarenta y tres años , experimentaba ese amor
del cual nada le había dado en toda su vida la idea más
remota, no fuese muy superior á todos los hombres, y en
aquella corte del Gran Rey, joven y hermoso entonces
como un sol de Mayo , era muy difícil superar á todos
por el ingenio, por las maneras, por la hermosura. Pero
la superioridad de Lauzun, en aquel siglo de lo conven-
cional, en el que todo se asemejaba, era lo extraordina-
rio , era lo que llamaríamos ahora , porque entonces no
existía el vocablo , la originalidad. Ya antes de amarle
habíase sentido Mademoiselle muy impresionada por el
aspecto de Lauzun, en una carrera de caballos (Lauzun
era entonces conde de Peguylem), y por el arrogante
lema de su escudo: un cohete que se remonta hacia las
nubes, con esta leyenda en español: Voy hasta lo más
alto. La Princesa halló singular esa leyenda. ¡Singular!,
esa es la palabra.
Lauzun , antes de ser capitán de guardias , era coronel
de dragones, cuyas gorras, dice Mademoiselle , «revela-
ban una especie de bravura en estas tropas que no se ad-
vertía en las otras >->, «Su coronel, prosigue diciendo la
Princesa, apareció con un aire que le distinguía de /6>s
13
94 LA ESPAÑA MODERNA.
otros oficiales de tal modo, que había muchos casos en
que éstos no podían imitarle sino con gran dificultad....
Era extraordinario en todo.... Por lo que á mí respecta,
como me pareció hombre de ingenio , habríame alegrado,
desde aquella época, de hablarle; de tal modo me impre-
sionó su reputación de caballero y de hombre singular.
Era muy particidar . Trataba á muy pocas personas. Yo
sabía todo esto más por otros que por mí misma. » Cuan-
do fué nombrado capitán de guardias , y luego que hubo
recibido su bastón y prestado su servicio, dice la Prin-
cesa: «con sus aires de distinción y desembarazo ; cuida-
doso siempre , pero sin oficiosidad, comencé á mirarle
como un hombre extraordinario (esta es siempre la pro-
funda impresión que produce), de conversación muy
agradable, y yo buscaba ocasiones para hablarle. Halla-
ba yo en él modos de expresarse que nunca había adver-
tido en las otras personas » .
Tal fué siempre el primer hechizo de este hechicero.
En aquel gran siglo de lo convencional, y en aquel cora-
zón ya petrificado de la Princesa, se comprenderá perfec-
tamente que hubo aquí lo que en el siglo siguiente había
de llamarse un rayo. Todavía no existen los nervios, y el
magnetismo de la mirada es aún desconocido. Lauzun va
penetrando poco á poco en la atención de aquella mujer
aburrida, y que probablemente echaría de ver, quizá sin
darse cuenta de ello , que en aquella corte solemne y ce-
remoniosa, todas las cosas se parecían demasiado las unas
á las otras. Como por mu}^ Princesa y muy altiva que
una mujer sea, conserva siempre la vanidad femenil, el
hombre favorecido por las mujeves que en Lauzun veía,
ocasionaba alguna picazón en aquel espíritu tan altivo
y tan orgulloso. Mademoiselle dice, hablando de Enri-
queta de Inglaterra, duquesa de Orleans: «No abrigaba
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. 1 95
yo sospecha alguna de que él pudiese tener hacia ella
galantería,..., esa afición que habitualmente sentía Laur
zun hacia muchas damas » . En este momento comienza
la Princesa á leer en su corazón. «Dios (dice con una gra-
vedad digna de Bossuet) es dueño de nuestros estados.
En ellos nos deja en tanto cuanto la vanidad de nuestros
espíritus puede sobrellevarlos. Si él había permitido que
yo pudiese considerar el mío como el más venturoso que
podía yo escoger en el mundo, debía sentirme satisfecha
de mi nacimiento , de mis riquezas , etc. , etc. Sin em-
bargo, como he dicho ya, me entristecían y enojábanlos
lugares mismos que en otras ocasiones me habían agra-
dado.» De este modo, y así debía suceder, la Princesa
principió por el aburrimiento :
(( • Y me disteis , Dios mío ,
Juntos la soledad y el poderío !»
« Sentía yo cariño hacia otros sitios que hasta enton-
ces habían sido para mí del todo indiferentes. Agradá-
bame la conversación de Lauzun, pero sin que esto me
hiciese pensar en él con fijeza.» ¡Cuan lentamente ade-
lanta todo en este espíritu que con tanta dificultad se
desentumece! «Después de haber pasado mucho tiempo
en estas agitaciones , continúa diciendo la autora de las
Memorias, quise volver á mí misma, y preguntarme qué
era lo que me causaba placer , qué era lo que me produ-
cía disgusto. Conocí entonces que alguna otra condición^
distinta de todas las que yo había ya experimentado hasta
entonces, ocupaba mi alma por completo ; que si yo me
casaba sería más dichosa; que labrando la fortuna de al-
guno, proporcionándole muchas riquezas, ese alguno rae
lo agradecería, sentiríase conmovido, tendría amistad
para mí y procuraría hacer todo cuanto pudiera serme
196 LA ESPAÑA MODERNA.
agradable.» Y después de este examen á lo Bossuet, la
Princesa nombra áLauzun, á quien llama siempre Mr. Lau-
zun, y lo que la decide por él es, sobre todo, «la distin-
ción de su conducta en relación á la de las otras perso-
nas, la elevación de alma que él posee muy superior á la
de los demás hombres, lo ameno de su conversación, y
un millón de singularidades que en él advierte » . i Siem-
pre las singularidades, la originalidad, lo extraordinario,
lo imprevisto para ella en su rutina de high Ufe y de
Princesa! Aquella mujer había adivinado el Dandysmo
moderno. Porque evidentemente en esto consiste.
IV.
Matilde de la Mole (en la novela Rojo y Negro) no se
explica sus sensaciones mucho mejor que Mademoi-
selle las suyas. Pero Matilde lucha, y Mademoi selle es de-
masiado Princesa para combatir su sentimiento. Cuando
lo experimenta, bien experimentado estará. El aburri-
miento se apodera de su alma cuando no le ve (d Lauzun)
en las habitaciones de la Reina. «Quería yo verle en la
cámara de la Reina, ó sólo, en mi cuarto, ó en la recep-
ción de la corte , ya casualmente, ya de otro modo. Soy
por naturaleza impaciente ; no podía yo soportar á
nadie. El ver gente me desesperaba.»
De tales síntomas , verdaderamente graves , nacieron
entonces dos sentimientos.
La resolución de confiar al Rey aquel amor, y la incon-
soLABiLiDAD quc CU ella producía el que Lauzun, á juzgar
por su conducta respetuosa y sumisa , no echara de ver
todo lo que ella pensaba en él, Pero Princesa siempre.
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. 1 97
aun en medio de esas agitaciones procura hallar , en la
historia de Francia, ejemplos de personas muy inferio-
res á Lauzun en linaje y categoría que se habían casado
con hijas y aun con viudas de Reyes. Recordó entonces
los amores de Corneille , y, ¡ cosa peregrina I , envió á
buscar en París un Corneille, porque había visto en las
comedias (así dice ella) de ese autor una especie de pre-
destinación parecida á la suya. Una vez recibida la obra
de Corneille, Mademoiselle aprendió de memoria los
versos , de los cuales no conservaba más que cierta re-
miniscencia , mirando sólo , sigue diciendo la Princesa,
por su LADO DIVINO lo quc la mayoría de los hombres
consideran con sentimientos profanos.
He aquí los versos, muy dignos, — eso es otra cosa, —
de Corneille. «Lise, cuando la voluntad de los cielos nos
ha creado el uno para el otro , nuestro amor nace repen-
tino. En virtud de secreto poder, su mano siembra la inte-
ligencia entre los corazones , aun antes de que las perso-
nas se hayan visto. De tal manera prepara á los aman-
tes , que el alma de cada uno se conmueve y se interesa
sólo al oir el nombre del otro. Se estiman, se buscan , se
aman en un instante; todo lo que á medias palabras se
dicen , les persuade fácilmente , y sin cuidarse para nada
de temores frivolos ; la fe se adelanta siempre á las pala-
bras. En pocos vocablos la lengua expresa mucho. Los
ojos , más elocuentes aún , lo expresan todo en una mi-
rada, y de cuanto, á porfía, nos enteran ambos, el cora-
zón comprende todavía más de lo que ellos dicen (')•»
(i) Quand les ordres du del nous ont faits I' un pour l'aufre ,
Lise , c'est un amoiir hientót fait que le notre.
Sa main entre les cxiirs par un secret pouvoir
Seme l'intelligence avant que de se voir !
II prepare si bien Vamant et la maitresse ,
Que Icur ame au seul nom s'emeut et s'interesse;
On s estime, on se cherche, on s'aime en un moment,
198 LA ESPAÑA MODERNA.
Después de este oráculo del genio , la Princesa no
vacila más. Adopta resueltamente su partido, y lleva ade-
lante su proyecto de matrimonio. Ve un día (2 de Mar-
zo) á Lauzun en las habitaciones de la Reina. «Lauzun,
escribe Mademoiselle , habría debido adivinar cuando
estuve delante de él lo que en mi corazón pasaba, en la
alegría con que le hablé. » Pero como Lauzun no parece
comprender una palabra de todo aquello bajo el respeto
con que se cubre , discurre la Princesa hablarle de su
matrimonio con el duque de Lorena , y preguntar á Lau-
zun su parecer con respecto á esa boda....
Aquí es donde principia la más deliciosa comedia, la
comedia del amor. Ella quiere ser comprendida; él, que
comprende perfectamente, no quiere comprender. Ella le
presenta el hielo casi hendido por ella misma , para que él
acabe de romperlo. No lo rompe. No existe ya más que una
tenue y diáfana superficie.... pero Lauzun no la rompe. Ni
se permite siquiera tocarla con la punta de un dedo, por-
que la rompería. Conviértese Lauzun en el más gracioso,
el más profundo y el más desesperante Tartufo del respeto
que ha existido nunca. El procedimiento de este hombre
es una obra maestra. De la conducta de Lauzun en aque-
llas circunstancias pueden obtenerse máximas generales
y axiomas para inspirar amor á las Princesas. Pero ¿quién
tiene ahora Princesas á quienes seducir? Mujeres que lle-
van ese título sí existen todavía; pero Princesas de ver-
dad, ya no las hay.
He aquí ahora el axioma primero del maquiavehsmo
Tout ce qu'on s'entredit persuade aisement ,
Et sans s'inquüter de müle peurs frivoles
Lefoi semble courir au-devant des paroles.
La langue en peu de mots en explique heaucoup;
Lesyeux , plus éloquents , font tout voir tout d'un coup ,
Et de quoi qua Venvi tous les deux nous instruís sent ,
Le coeur en entend plus que tous les deux n'en dissent.
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. 1 99
adorable de Lauzun ; porque es adorable en sus porme-
nores: «Cuanto más transparente y más tierna se mues-
tre para nosotros una mujer altiva, Princesa por su
carácter lo mismo que por su nacimiento, tanto más
debemos exagerar nuestro respeto y envolvernos en él de
un modo impenetrable » .
Lauzun no infringió nunca esta ley ni aun en las en-
trevistas más embriagadoras para un hombre , vanidoso
como él lo era, ambicioso, enamorado (quizá lo esta-
ría....; los libertinos son capaces de todo, y hasta pueden
amar á doncellas de cuarenta y tres años). Además, en la
vanidad sobreexcitada hay una especie de inflamación
que remeda al amor diabólicamente. Diabólicamente ; esa
es la palabra.
Es necesario leer en las Memorias de Mademoiselle
aquellos rodeos del respeto y aquellos rodeos de la ter-
nura impaciente y altiva. Esta Princesa, que tiene con-
ciencia de lo que vale su pluma, escribe cosas realmente
deliciosas , como solamente las escriben escritores de ge-
nio. Es una maravilla de gracia velada y de pasión hipó-
critamente descubierta , — de esta pasión que desea ser
vista, pero que no quiere dejarse ver.... — ¡Situación pi-
cante ! La Princesa pide consejos á Lauzun . Éste se los da :
busca con ella un hombre á quien pudiera unirse digna-
mente,— no le encuentra; — le sugiere la idea de echar-
se en brazos de la devoción. La devoción al uso. Este
hombre , que comprende sobradamente cómo adoran en
él , conserva una seriedad magnífica. «No dejo yo de com-
prender, dijo Lauzun á la Princesa, que parece cosa ri-
dicida pasar toda la vida sin haber adoptado un partido,
sea el que fuere. Cuando se ha llegado á los cuarenta
años , no conviene dejarse arrastrar á los placeres que
parecen bien en las muchachas de quince á veinticuatro.
200 LA ESPAÑA MODERNA.
Por eso debo decir á la señora Princesa que está en el de
hacerse religiosa, ó consagrarse á la devoción.» Aprue-
ba, no obstante, el designio de Mademoiselle de elevar
un hombre hasta ella ; pero finge ignorar por completo en
quién ha fijado los ojos aquella mujer enamorada, que
sólo en él piensa.
Sin embargo, muere Madame (') (la duquesa de Or-
leans) , cuando ha nacido y subsiste aún el amor de Ma-
demoiselle á Lauzun. Habla el Rey de que ésta reem-
place á Madame. Pero el amigo del caballero de Lorena
no puede convenir á un espíritu tan real y tan profun-
damente femenino como el de Enriqueta ; y el Rey , que
ve el fondo de las cosas , se avergüenza de su primera
idea, y acaba por renunciar á ella. Lauzun solamente, el
hombre amado, finge creer, con su inteligencia de diablo
conocedor de las mujeres, que Mademoiselle desea aquel
matrimonio, y se lo aconseja.... Entonces es cuando la
Princesa , no pudiendo más, confiesa su amor á Lauzun
mismo....; pero ¡ con qué turbación y con qué pudores!
Esta doncella altiva tiene puerilidades de corazón encan-
tadoras. Lauzun no se aparta de su sistema. Cuando está
muy seguro de que la Princesa va á decírselo todo , no
quiere oir nada. Suplícala que se reserve sus confiden-
cias.
«Él me respondió, dice Mademoiselle, que yo le hacia
temblar. Si por acaso no apruebo la elección de S. A.,
resuelta y tenaz como es la señora Princesa, conozco
perfectamente que S. A. no ha de consentir en volver á
verme. Tengo demasiado empeño en conservar la honra
de merecer las deferencias que S. A. me otorga, para es-
cuchar una confidencia que me pondría en trance y riesgo
( I ) Madame , otra antonomasia con que eran designadas la hermana
ó la tía políticas del Monarca francés. ( N. del T.)
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. 201
de perderlas. Nada he de hacer, por mi parte, para que
esto me ocurra, y supHco respetuosamente á S. A. que
no me hable más de este asunto....»
¡Aquel incendiario sabía perfectamente cómo había
de conducirse para encender más los deseos! Cuanto
menos se presta Lauzun á oir , tanto más se obstina en
hablar la Princesa. — Un día, siempre refiriéndose á lo
mismo , cuenta Mademoiselle : Pensé en echar el alien-
to sobre un espejo: «esto empañará su luna ; entonces es-
cribiré el nombre en letras muy grandes para que V. lo
lea sin dificultad». Pero dieron en aquel momento las
doce de la noche. Era ya viernes, día de mal agüero.
«¡Ah! (exclamó la Princesa entonces); no diré á V.
nada....»
Algunos días después guardó Mademoiselle un papel,
en el cual había escrito solamente estas dos palabras:
¡Es V. ! Pero no quiso entregar aquel papel en viernes.
«Démelo V. A. (decía Lauzun); prometo que no lo leeré
hasta después de las doce de la noche. » Pero la Princesa
teme, duda aún, cuando al día siguiente, por la tarde, se
presentó Lauzun en la cámara de la Reina, y entonces
Mademoiselle escribe una página deliciosa, cuyos por-
menores tienen para mí encanto indecible.
«Luego que hubo entrado la Reina en su oratorio, fui
á colocarme, sola con él, en el rincón de la chimenea, y
saqué el papel ; se lo mostraba yo, y en seguida apresurá-
bame aguardarlo, ya en la bolsa, ya en el manguito.
Lauzun me rogó con empeño que se le entregase. Decía-
me que el corazón le palpitaba; que tenía en aquella pal-
pitación algo de presentimiento ; que acaso iba yo á
proporcionarle ocasión de perjudicar á alguno si des-
aprobaba él mi elección y mis intenciones. La conversa-
ción sobre este tema duraría como cosa de una hora ;
202 LA ESPAÑA MODERNA.
pero tanto el uno como el otro nos encontrábamos tur-
bados, y le dije: «He aquí el papel. Se lo entrego á V.
»con la condición de que V. escriba la respuesta debajo
»de lo que yo he escrito. Tendrá V. , para hacerlo así,
» espacio de sobra, porque mi carta es muy concisa, y V.
»me la devolverá esta noche en las habitaciones déla
» Reina, donde hablaremos».
» Apenas había yo acabado de decir esto, cuando sahó
la Reina para visitar á los Recoletos. La seguí. Oré aque-
lla tarde, rogando á Dios con toda mi alma la realización
de mis designios. Mis distracciones fueron grandes. Cuan-
do salimos del templo nos encaminamos á las habitaciones
del Delfín. La Reina se aproximó al fuego. Vi entrar á
Lauzun, que se acercó á mí sin atreverse á hablarme ni á
mirarme siquiera. Su turbación aumentó la mía. Entonces
me arrodillé para calentar me mejor. Lauzun se hallaba
muy cerca de mí. Díjele sin mirarle: «Estoy completa-
>mente helada». Lauzun me contestó: «Yo me encuentro
«perturbado aún por lo que he visto ; pero no soy bastante
•insensato para caer en la red. He comprendido muy bien
»que S. A. quiere divertirse y al mismo tiempo excusarse,
»por medio de este rodeo extraordinario , de confiarme el
»nombre de alguien. Yo no habría tenido nunca deseos de
^conocerle, sabiendo que S. A. tenía la menor dificultad de
» decir meló.» Yo respondí: «Nada puede haber en el mun-
ido más verdad que esas dos palabras escritas por mí, ni
»nada más decidido en mi pensamiento que ese propósito» .
Lauzun no tuvo tiempo de replicar; no se halló con fuer-
za para llevar más adelante aquella conversación. ¡To-
davía otra vez ! ¡Los pormenores, la entonación, todo.,..!
¡es incomparable!
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. 20}
V.
Ya en estas alturas, el inteligente seductor muéstrase
admirable , satánicamente admirable , y cada vez más.
Aquel ra^^o de felicidad que le anonada, no raja siquiera
la concha de tortuga, de hipocresía, en que Lauzun se ha
escondido. Lauzun es ateo, según le dice esta noble ena-
morada que, no ha recobrado, — porque nunca las tuvo, —
sino hallado en un sentimiento verdadero , las gracias
tímidas de una muchacha de diez y ocho años. Ni aquel
es V., ni todo lo que la Princesa agrega al terrible y de-
licioso es V., rompe , en un solo minuto , la máscara de
incredulidad de Lauzun. Dice «que se burla de él», y
Mademoiselle responde , con bastante más fundamento
que, «antes al contrario, él es quien se burla de ella».
Los papeles aparecen trocados. Ordinariamente el hom-
bre es el que persuade , y la mujer es la persona á quien
se trata de persuadir. En esta ocasión, la Princesa es el
hombre; el segundo, la mujer.... ¡y qué mujer! ¡Celimene
y Tartufo juntos ! Cuanto más procura Mademoiselle ro-
dearle con el brillo de sus amores casi regios , tanto más
humilde se presenta Lauzun y tanto más se empequeñe-
ce. Parece como si dijese á esta mujer que por él se
rebaja : « i Baja , baja más todavía ! » ¡ Bribón afortunado !
Precisamente contraría y justifica, al propio tiempo, su
lema: « Voy hasta lo jnds alto. »
Los episodios de esta comedia novelesca— novela para
la una y comedia para el otro ,— son casi tan divertidos
como la comedia misma. En los pormenores hay de todo.
En aquella corte casi española por la etiqueta , osa Ma-
204 LA ESPAÑA MODERNA.
demoiselle apoyarse en Lauzun para levantarse , Lauzun
aprovecha aquel momento para devolverle su carta, que
la Princesa oculta en su manguito , lo mismo que una
muchachuela. ¡Aquella heroína del arrabal de San An-
tonio , que había mandado disparar un cañonazo contra
Luis XIV! Lauzun persevera siempre en no creerla ; pero
un rayo de luz ha atravesado su careta, y Mademoiselle
lo ve bien. «Estaré , ha dicho Lauzun , sumiso siempre á la
voluntad de S. A.» ¡Esto no significa un no! , pero dicho
esto—q}xe era imposible no decir ,— helo que se abisma
otra vez en respetos y miramientos más que sobrados
para enloquecerla de impaciencia. Por fin Lauzun pro-
nunció la palabra terrible, la palabra humillante: «¿Será
posible que S. A. quiera casarse con un criado de su
primo?....» De ese modo hablaba Lauzun de su cargo de
capitán de Guardias de Corps.
Pero, como él había calculado todo lo que podía ser
un obstáculo para Mademoiselle ^ obhgábala á saltar por
encima. La Princesa, pues, solicitó atrevidamente del Rey
permiso para contraer matrimonio con Mr. de Lauzun.
¡Cosa extraña! ; el Monarca no se opuso. Aconsejó, sí, á
su prima que lo pensase bien, que no procediese de Hge-
ro, etc. A Mademoiselle la hicieron padecer los aplaza-
mientos que vislumbraba en el fondo de aquella respuesta
del Rey. Y Lauzun defiende al Rey contra la Princesa.
Encuentra Lauzun que el Rey tiene razón al aconse-
jarla que piense bien en aquel enlace, que no le convie-
ne, etc., etc. El Rey nada dice á Lauzun; manifiéstase
amable con él y con ella. Esto hace que Mademoiselle
abrigue esperanzas. Cuando una noche dícele brusca-
mente Lauzun : « Es necesario no demorar más el diri-
girse al Rey. Si S. A. me cree, debe decirle: «Señor, las
«locuras mejores son las que duran menos. Vengo á dar
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. 205
»las gracias á V. M. por las reflexiones que me ha obligado
»á hacer. Ya no piejtso en lo que de V. M. había solici-
»tado.» Pero la Princesa, irritada, exasperada, habla al
Rey, aunque de muy distinta manera, y ¡con qué tacto, con
qué gusto, con qué decisión! (Véase el tomo vi, pág. 24, de
las Memorias.) El Rey le dijo solamente una cosa: «No
me opongo ni á tu voluntad ni á la fortuna de Mr. de
Lauzun; pero no obres sino después de haberlo reflexio-
nado». Estas palabras eran su consentimiento. Toda la
corte se enteró de esta noticia sorprendente: el casa-
miento de Mademoiselle. Lauzun tiene el aspecto mo-
desto, casi ruboroso, de un hombre á quien se casa como
á una doncella. «He menester de toda mi razón, dice,
para no perder la cabeza. » Cuando el contrato de matri-
monio está redactado , cuando se halla todo dispuesto
para la ceremonia , Lauzun , siempre el Lauzun de una
lógica de humildad insoportable, dice todavía á Made-
moiselle: «Si S. A. siente el más leve disgusto, aun
hallándonos en presencia del sacerdote, ruego cqn toda
mi alma á V. A. que lo rompa todo». Y como la Princesa
contestase « F. no me anta-», replicó él: «Eso es lo que
nunca diré sino cuande ha3^amos saUdo del templo. Pre-
feriría 3^0 estar muerto, á haber hecho comprender á
S. A. antes de ese momento, lo que dentro de mi cora-
zón alienta....» He aquí, sin embargo, que una tristeza
inmensa y repentina cae sobre el corazón, sobre el gran
corazón de aquella mujer que ya se consideraba dichosa;
Mademoiselle rompe á llorar sin saber por qué, dice ella,
y al día siguiente el matrimonio queda roto por orden
del Rey.
206 LA ESPAÑA MODERNA,
V.
No he de tratar aquí del desempeño magistral con que
Lauzun ha conducido la seducción de Mademoiselle . Ha
realizado su propósito como el artista más consumado
en seducciones que haya podido verse nunca. He bus-
cado inútilmente en su conducta una falta, un olvido,
una distracción. Fué necesario nada menos que la volun-
tad de Luis XIV para echar por tierra aquella obra
maestra de Lauzun— y aun Luis XIV, que no fuéLuis XIV
en esta ocasión, — porque este Rey, que era considerado
con justicia como el hombre más caballero de su reino,
se condujo en todo este asunto, ó con la mayor debilidad,
ó con la doblez mas inaudita. Asediado, solicitado, cons-
treñido por los allegados y deudos y amigos de su her-
mano (Monsieiir) , por la madrastra de Mademoiselle,
por su hermana casada con un Guisa, ¿cedió el gran
Monarca débilmente, después de haber dado su consenti-
miento á Mademoiselle , lo cual habría sido faltar á su
palabra? ¿Ó la engañó, lo que habría sido una mentira y
juntamente una crueldad? En cualquiera de estos dos
casos, Luis XIV aparece aquí muy pequeño y casi felón.
La razón única, la sola razón que dio á su prima deses-
perada, y que estuvo muy elocuente y muy patética
postrada á sus pies, fué la que se llamaba á sí misma
opinión de las cortes de Europa. Razón ruin y cobarde,
que Mademoiselle calificó arrogantemente de bochorno-
sa.... El Rey fué sordo á los ruegos, y se mantuvo in-
flexible ante sus lágrimas ; pero él mismo lloró al negarle
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. 20*]
lo que pedía. Cuando los tigres nos devoran no lloran; y
cuando los cocodrilos fingen llanto, lo hacen para atraer-
nos. Estas lágrimas de Luis XIV manchan su fisonomía,
y son realmente incomprensibles , si es que no son des-
honrosas.
La desesperación de Mademoiselle fué trágica. Lau-
zun lloró también para desesperarla más todavía. Había
realmente algo de verdadero en aquel llanto. ¿Cómo no
había de llorar Lauzun? También Boabdil lloró por su
bella ciudad perdida. El Rey, siempre odioso , fué á visitar
á Mademoiselle, trató de consolarla, la besó, y mantuvo
mucho tiempo su m^ejilla pegada éí\2í de su prima carnal,
y Mademoiselle tuvo el atrevimiento de decirle: «V. M.
hace lo que hacen los monos , que ahogan á sus hijos aca-
riciándolos. » Palabras que , en lo que respecta á osadía,
eran casi tanto como el famoso cañonazo del arrabal.
Mademoiselle, en su angustia , adoptó la determina-
ción de no presentarse más en la corte. Pues bien: Lau-
zun fué quien la obligó á tornar y quien le dijo que no era
bien estar por tan largo tiempo apartada del Rey. Cuando
la Princesa encontraba á Lauzun, lloraba y gritaba, ha-
llárase donde se hallara. Aquel hombre de acero, que de
su acero se servía para desgarrar más y más el corazón
de aquella Princesa por el interés del amor que la inspi-
raba, llegó hasta decirle: «Si V. A. continúa de ese modo,
no estaré nunca donde V. A. se halle-». Y ella desde en-
tonces no se atrevió , así lo escribe, á llorar delante de
Lauzun.
Después de la ruptura del matrimonio, el Rey dio
á Lauzun un gobierno, lo cual hizo decir á Mademoiselle:
«No me satisfará nunca lo que haga el Rey, sino cuando
haya entregado á V. mi mano. Hasta entonces todos los
medros de V. me hallarán insensible». Una vez roto aquel
208 LA ESPAÑA MODERNA.
matrimonio , fingió Lauzun descuidar su tocado ( ' ) , lo
cual agregó un dolor más al disgusto de Mademoiselle;
pero Lauzun exigió que ella se tocase y adornase con
esmero , á pesar de la aflicción que la consumía. Ella le
amaba con esa idolatría física , sin la cual no existe el
amor. (Véasela historia encantadora de la cinta rosa para
la corbata de Lauzun , en la Revista de Flandes, tomo vi
de las Memorias.) Ni aun después de la ruptura cesó
aquella desventurada de ser víctima de las inauditas
crueldades con que Lauzun se adhería aquel pobre cora-
zón maleficiado por él. Circuló una vez la noticia de que
la Princesa iba á contraer matrimonio con el duque de
York. Lauzun fué entonces á verla, y le dijo: «Si S. A.
quiere casarse con el duque de York , suplicaré al Rey
que me envíe á Inglaterra para negociar el matrimo-
nio». Ella contestó sublimemente: « i Sólo de V.!» Lau-
zun , al oiría , se arrojó á los pies de la Princesa , y allí
permaneció sin pronunciar una palabra. «Tuve inten-
ción, dice Mademoiselle , de levantarle; pero me so-
brepuse á mis deseos , y él se levantó por sí solo y se
alejó.» Partió para Flandes, fingiendo que olvidaba des-
pedirse de aquella mujer cuya vida se llevaba. La Prin-
cesa se lo afeó mucho ; «pero, dice ella misma, quería yo
enfadarme con él, le veía, y ya no tenía fuerza para el en-
fado». Realmente, Mademoiselle estaba hechizada. «En-
contrábame algunas veces , continúa diciendo, dispuesta
( I ) Creo que, por el contrario, lo cuidaba más.... Ese descuido debió
de ser hipócrita , como todos sus procederes. No era Lauzun hombre de
llenarse la cabeza de ceniza como un judío en sus aflicciones. Si se ence-
nizó, sería muy ligeramente. Solamente lo indispensable para mostrar un
dolor que no afea y que interesa. Lauzun era demasiado Dandy de nación
para poner en olvido las exterioridades de efecto. Los Dandys se curan de
eso siempre. Recuérdese á Sthendal {El Rojo y el 'Negro) , al Dandy ruso
prescribiendo á Julián Sorel la melancólica corbata negra siempre que
entrega á la doncella de la persona á quien ama las famosas cartas , á las
cuales ella no responde. ( N. del A,)
UN PRECURSOR DE LOS DANDYS. 209
á reñirle y á quejarme; pero él me arrebataba esa reso-
lución con sus maneras que yo no acertaré á describir:
¡de tal suerte eran singulares!» ¡Siempre la singularidad!
i El Dandysmo siempre !
VIL
Lo repito : no he tratado de hablar hoy de otra cosa
que de esta seducción de Lauzun, que forma época en la
historia de las seducciones humanas. No tengo, por lo
tanto, que referir ni su arresto, ni su destierro á Pigne-
roL... Made moi selle x>^rvcí2ineci6 seducida hasta su último
día. Ni aun el desprecio que, andando los tiempos, llegó
á sentir hacia él, pudo nada contra su ascendiente. Lau-
zun salió de Pignerol. Fué á Bourbon, después á Amboise,
y por último regresó a la corte. Tornó sin careta. Ya no
esperaba el matrimonio, y la seducción estaba realizada.
Mostróse, por consiguiente, tal cual era, jugador,
libertino, hipócrita de devoción, codicioso ('), sin digni-
dad, y sin agradecimiento alguno á Mademoiselle , ni aun
cuando la engañaba y se encolerizaba contra ella. Todo
esto es repugnante. ¡Pero qué predominio ! Mademoise-
lle lo ve todo, lo sabe todo, «pero yo había hecho ya de-
masiado , dice ella , para no acabar lo que había princi-
piado » .
Es el fatalismo del orgullo en el amor.
Mademoiselle lo acabó efectivamente. Luis XIV per-
mitió, por último, el matrimonio secreto; pero, ¿á qué
precio? Al precio de la mitad de los bienes de Mademoi-
(1) Concupiscente sería la traducción más adecuada y más exacta;
pero la Academia no lo autoriza. (N. del T.)
14
2IO LA ESPAÑA MODERNA.
selle j que ésta hubo de ceder á uno de los bastardos del
Monarca, j Ay ! El gran Rey persistía, en esta historia de
Mademoiselle y de Lauzun, en no ser Luis XIV. Las
Memorias no van más adelante. ínter rúmpense brusca-
mente, ¡como de vergüenza! Pero el lector ya oye en las
lejanías la frase que atravesará los siglos: <^¡ Enriqueta
de Bortón y quítame las botas h , dicha á la prima her-
mana del Rey más soberbio que ha existido en el mundo.
Confiesen Vds. que esta narración, que no es sino un
episodio de la historia de un Dandy anticipado , es tan in-
teresante como las novelas más fantásticas de nuestro
tiempo , y que tiene más atractivo que el análisis de cual-
quiera de ellas.
J. Barbe Y D'Aurevilly.
UN BOCETO DE VELÁZQUEZ
COSA mu3^ grave es el anunciar un lienzo de Veláz-
quez, aun tratándose únicamente de un boceto,
lo sabemos ; estampamos , no obstante , y lo estam-
pamos sin vacilar , ese título formidable y raro á la
cabeza de nuestro artículo. D. Diego Velázquez de Sil-
va es acaso , entre todos los grandes maestros , el me-
nos conocido realmente , bien que sean su reputación y
su gloria universales y no discutidas. España, excesiva-
mente celosa , ha guardado toda completa la obra del
pintor insigne , y los museos de otras naciones sólo po-
seen, de los trabajos de éste , fragmentos de muy poca im-
portancia, ó de una autenticidad problemática en muchos
casos. Secuestrado desde muy joven por Felipe IV, ese
inteligentísimo aficionado , Velázquez trabajó casi exclu-
sivamente para su regio Mecenas , en el mismo palacio
Real, donde tenía el artista su estudio, una de cuyas dos
llaves poseía el Monarca á fin de visitar , siempre que le
viniera en mientes, á su pintor predilecto. Un retrato de
D. Juan de Fonseca y Figueroa, en cuya casa había pa-
rado Velázquez cuando se trasladó á Madrid desde Se-
212 LA ESPAÑA MODERNA.
villa , retrato que fué visto por el Rey y por toda la corte,
determinó de pronto aquel prolongado favor , que se man-
tuvo hasta la muerte del artista , sin intermitencias , sin
caprichos, sin ingratitud y sin cansancio.
Tenía Velázquez , cuando comenzó á protegerle Feli-
pe IV, de veintitrés á veinticuatro años, y murió á los
sesenta y uno. Fué pintor de S. M. , gentilhombre de cá-
mara, aposentador y caballero del hábito de Santiago;
pero estos cargos palatinos y esos honores de la privanza,
en nada perjudicaron á su talento. Su pincel conservó toda
su franqueza y su vigor todo ; el artista , en presencia del
Rey, supo preservarse de la frialdad oficial y manifestar
libremente su genio.
Dos viajes á España nos han permitido admirar, en
el Museo de Madrid, á ese pintor, á quien puede colocar-
se atrevidamente entre el Ticiano y Van-Dyck , y que
acaso supere á los dos como colorista. Sin seguir fiel-
mente el ejemplo del inglés David Wilkie, que analizaba
cada día una pulgada cuadrada del célebre cuadro de Los
Borrachos, hemos estudiado cuidadosamente á Veláz-
quez en esta galería donde están reunidas todas sus obras
maestras , los retratos ecuestres de Felipe IV y del conde-
duque de Olivares, las Meninas, las Fraguas de Vulca-
no , las Hilanderas, la Rendición de Breda, más común-
mente conocido con el nombre de Cuadro de las Langas,
Esto que ahora decimos , no envuelve la presunción de
aficionados cosmopolitas , — hoy es más fácil ir á Madrid
que en otras épocas á Corinto ; — es solamente dejar asen-
tada nuestra competencia en un caso concreto.
Hemos visto recientemente en casa de M. Haro, —
donde resplandece entre otros cuadros de diferentes es-
cuelas,— un gran boceto de la Rendición de Breda, con
tal fuego marcado por la garra del león, que cada una de
UN BOCETO DE VELÁZQUEZ. 2 1
SUS pinceladas contiene la firma del maestro. Allí está
Velázquez entero, en cuerpo y en alma , con más vida, con
más ardor, con más brillo acaso que en sus cuadros con-
cluidos. Este boceto,— lo nombramos así, á falta de otro
nombre que mejor se amolde á la idea, — es para nos-
otros una obra perfecta , á la cual no sería posible agre-
gar nada, y que se quitaría del caballete del pintor, si él
viviera aún , por miedo de que lo estropease con un solo
toque de más.
¿Cómo es que trabajo de tal valía ha permanecido
ignorado hasta ahora?, preguntarán algunos. La Asun-
ción del Ticiano, ¿no estuvo muy cerca de dos siglos en el
olvido y el abandono, en el fondo de una capilla solitaria,
hasta el día en que , sacada del limbo por el conde Cigo-
gnara , fué elevada nueva, esplendorosa y brillante al cielo
del color? Los cuadros, como los libros, tienen sus hados
(habent sua fata) ; los hay que se pierden ó desapare-
cen. Cambios de fortuna, particiones de herencias, los
hacen caer á las veces en manos de poseedores ignoran-
tes que no conocen el precio de tales joyas artísticas. La
pátina del tiempo va cubriéndolos poco á poco.. El dorado
de sus marcos se oscurece ó se extingue. Cualquier
dama frivola juzga que aquellos cuadros feos, sombríos,
manchan el colorido fresco de sus salones, y las obras de
arte pasan desde la habitación al desván ; allí duermen,
bajo telarañas, esperando las glorias de la resurrección,
ó van á pudrirse entre los muebles de desecho á las pren-
derías ó á las tiendas de ropavejeros.
El boceto del Cuadro de las lanzas ha pasado por
análogas vicisitudes ; abandonado , olvidado , desdeñado
durante muchos años , va hoy á recobrar , así lo espera-
mos , el lugar que le corresponde entre las obras maes-
tras del arte. Expuesto en pública subasta, sin aliño pre-
214 LA ESPAÑA MODERNA.
vio, sin que ni una esponja hubiese quitado siquiera el
polvo de los siglos , á pesar de las desconfianzas que ins-
pira, con motivo sobrado, esta atribución soberbia á
Velázquez, y la poca afición que entre los inteligentes hay
por los bocetos, alcanzó el precio de 26,000 francos , ape-
nas la tercera parte de su valor, merced á varios rayos
del genio que atravesaban las espesas tinieblas de que es-
taba cubierto. La obra maestra hallábase detrás de las
nubes amontonadas , y las atravesaba como el sol por in-
esperadas aberturas. M. Haro , el hábil y laborioso res-
taurador de cuadros, que pone al servicio de sus dehca-
das tareas la más escrupulosa prudencia, le ha desemba-
razado con maravillosa fortuna de sus manchas , de su
pátina , de todos los velos puestos entre el espectador y
el artista.
Despejado así de esa acumulación de tinieblas , el cua-
dro ha reaparecido intacto , resplandeciente , en su nuevo
y virginal esplendor, como si el pintor acabase de dar en
él la última pincelada. Por fortuna, el desdén le había
preservado de las restauraciones; ninguna mano profana
había aphcado allí torpemente esos parches que son ver-
daderas llagas de los cuadros antiguos ; ni la más ligera
lepra de repintado en la superficie; el color sano, sólido,
nacarado habíase mantenido puro bajo las descomposi-
ciones del barniz como un mosaico bajo un hundimiento
de tierra; ha bastado limpiarlo y humedecerlo para lo-
grar que revivan los tonos del cuadro. Hoy vemos el
cuadro tal cual debió de salir del taller de Velázquez. He
aquí una sorpresa peregrina en el mundo del arte : ¡ una
obra maestra completamente nueva , de un artista muerto
hace doscientos años ! Si el cuadro no hubiese permane-
cido mucho tiempo perdido y olvidado bajo una capa de
polvo, hubiera padecido, á pesar de los cuidados más
UN BOCETO DE VELÁZQUEZ. 21 5
piadosos, los ultrajes del tiempo y la acción destructora
de las influencias atmosféricas.
El boceto de que hablamos difiere del cuadro en bastan-
tes pormenores y en que es mayor el número de los perso-
najes. En esta composición rápida el artista se ha dejado
llevar de la exuberancia de su fantasía, y no ha escatimado
las figuras que con cuatro ó cinco pinceladas podía crear.
Ninguna exigencia oficial ó estratégica coartaba todavía
su libertad. Dueño absoluto de su pensamiento, le ha pin-
tado de una sola vez con la misma paleta , acaso en un
día solo, tal vez como una visión interior le ofrecía á su
espíritu , de un modo tan alto , tan caballeresco , tan li-
bre , tan magistral , que el espectador queda estupefacto
delante de esta pintura , juntamente reposada y turbu-
lenta, esbozada apenas y ya concluida, en que cada in-
tento es una realización, en que cada indicación lo dice
todo , en que el descuido , y tal vez podría decirse la ca-
suaHdad del pincel , revela una ciencia consumada , un
cálculo instintivo y profundo , un arte que no podrá ser
igualado.
Un cielo espacioso, saturado de luz y de vapores, ri-
camente indicado con lápiz-lázuli , mezcla su azul puro
con las azuladas lejanías de un campo inmenso, atrave-
sado por un río , cuya presencia denuncian algunos res-
plandores plateados. La silueta de Breda no se proyecta
en el horizonte como en el cuadro definitivo. Acá y allá
las llamas del horrible incendio elévanse desde el suelo,
como las nubes de la guerra, y van á confundirse con las
nubes del cielo en fantásticos torbellinos ; á cada lado
aparecen sendos grupos ; en el uno de las tropas flamen-
cas; en el otro de las tropas españolas ; entre uno y otro
grupo queda libre , para la entrevista del general vence-
dor y del general vencido , un espacio , del cual ha hecho
2l6 LA ESPAÑA MODERNA.
Velázquez una abertura luminosa , un foco de tonos bri-
llantes^ una indicación, un prodigio de perspectiva, en
que las formas hechas de un solo toque centellean como
los luceros.
El marqués de Spínola, con la cabeza descubierta,
con el sombrero y el bastón de mando en la mano y vis-
tiendo su armadura, acoge con cortesía caballeresca y
afable y casi cariñosa, como es uso y costumbre entre
enemigos generosos y nacidos para estimarse mutuamen-
te , al gobernador que se inclina y le ofrece las llaves de
la ciudad en una actitud noblemente humilde. La banda
roja del Marqués, salpicada de puntitos dorados en sa-
Hentes bruscos que permiten adivinar un rico bordado, es
una maravilla de color ; es lo que podría llamarse la tóni-
ca dominante , que da valor á los tintes superpuestos.
Entre el hormigueo de las lanzas, indicado á la ligera,
flotan estandartes cuyos tonos espléndidos, blancos, ro-
jos, azulados, no son, cuando se les mira desde cerca,
sino brochazos diseminados de matices tumultuosos que
producen un efecto admirable. ¡De tal manera posee el
pintor el sentimiento de la harmonía del conjunto ! — La
grupa del caballo colocado detrás del Marqués, á dis-
tancia de algunos pasos, se modela y se satina sobre un
trazo de luz indicado de un modo sorprendente. El arro-
gante bruto no está completamente vuelto , como en el
cuadro. — Las curvas de sus ancas interrumpen muy fe-
lizmente las líneas rectas de que el asunto ha menester, y
es una afortunada idea del pintor el haberlo colocado en
aquel sitio.
No es dable expresar con palabras el orgullo caballe-
resco y la grandeza española que caracterizan las cabe-
zas de los oficiales que forman el estado mayor del gene-
ral. Algunos toques ligerísimos han bastado al pintor
UN BOCETO DE VELAZQUEZ. 217
para expresar la serena alegría del triunfo , el orgullo
tranquilo de la raza y la costumbre de los acontecimien-
tos grandes. Estos personajes, tan admirablemente bos-
quejados, no necesitarían de informaciones ni de pruebas
para ser admitidos en la Orden de Santiago ó de Cala-
trava. Su aspecto sólo bastaría para que fueran admiti-
dos; ¡de tal modo aparecen naturalmente hidalgos ! Sus
cabellos largos , sus bigotes retorcidos , su barba punti-
aguda , sus coseletes ó sus justillos de búfalo , hacen de
todos aquellos guerreros retratos anticipados de prede-
cesores que han de figurar , con su blasón en el ángulo
del lienzo, en la galería del castillo hereditario. Nadie
como Velázquez ha sabido pintar al caballero noble con
una familiaridad soberbia, y, por decirlo de este modo,
de igual á igual.
No es Velázquez el pobre artista, cohibido, turbado,
que no ve á sus modelos sino en el momento de copiarlos,
y que jamás ha vivido con ellos; Velázquez los sigue en
las intimidades de las habitaciones regias , en las grandes
cacerías, en las ceremonias solemnes; conoce su porte,
su gusto , su actitud, su fisonomía; él mismo es uno de los
privados del Rey; como ellos, acaso mejor que ellos,
conoce los rincones del palacio. La nobleza española, con
Velázquez por retratista, no podría decir como el león
de la fábula: «No fué león el pintor».
Para tornar á nuestro boceto, ¡ qué lección tan magní-
fica hay en él para los pintores ! En este caliente, violento
y espontáneo bosquejo, el artista entrega su secreto, muy
seguro, por otra parte, de que nadie le ha de utilizar. Todo
está hecho de primera intención; nada de primores, nada
de tintes recargados, nada de habilidades del oficio. La
brocha, agitándose en la pasta, en la cual todavía pueden
vislumbrarse las huellas de las cerdas , describe las for-
21 8 LA ESPAÑA MODERNA.
mas , acusa los músculos , coloca las figuras , distribuye
las sombras y la luz con una franqueza , con una claridad
y al propio tiempo con una grandeza incomparables. —
Nunca ha podido encantar ojos humanos ramillete tan
rico de paleta. La composición, sin embargo, resulta
grave, porque Velázquez no emplea los colores brillantes
por ellos mismos; no es con los azules , los rojos, los ver-
des y los amarillos vivos con lo que llega á ese efecto in-
tenso y luminoso, á ese calor en que sus figuras se bañan,
sino con interrupciones de tonos, con atinados contrastes
de matices, con un instintivo sentimiento del color íntimo
de las cosas. En este concepto es un maestro sin rival.
Ni los venecianos ni los flamencos tienen ese esplendor
sobrio, sereno, profundo, parecido al lujo de las casas ricas
desde hace muchos años.
Sin embargo , Velázquez era reaUsta , como el arte de
su época ; pero. . . . i con qué superioridad ! Nada hacía sino
copiándolo de la naturaleza , y saliendo de la escuela del
frenético Herrera el Viejo, para entrar en la de Pacheco,
pintaba, para ejercitarse, calabazas , legumbres , caza,
pesca y otros objetos análogos.
Estos estudios no parecían indignos de él al maestro
joven aún; á ellos aportaba esa solemne sencillez y esa
amplitud grandiosa que forman el fondo de su estilo , des-
deñoso para todo pormenor inútil. De tal modo tratados
aquellos frutos, habrían podido ser colocados en un apa-
rador regio ; aquellas vituallas de una seriedad histórica,
figurar en las bodas de Cana. Si Velázquez no busca la
belleza, como los maestros italianos, tampoco persigue
la fealdad ideal, como los reahstas de nuestro tiempo;
acepta con franqueza lo natural , tal como ello es , y hace
de ello su verdad absoluta con una vida , una realidad y
una fuerza mágicas ; bello, trivial ó feo, pero siempre en-
UN BOCETO DE VELAZQUEZ. 219
grandecido por el carácter y por el efecto. Como el sol
que ilumina indiferente todos los objetos con sus rayos,
haciendo de un montón de paja un pedazo de oro , de una
gota de agua un diamante, de un andrajo una púrpura,
extiende Velázquez sus vigorosos coloridos sobre todas
las cosas, y sin cambiarlas les da un valor inestimable.
Tocada por este pincel, verdadera varita de hada, la
fealdad misma parece hermosa ; un enano deforme , de
nariz chata, de rostro aplastado y viejo, os produce al
verle el placer mismo que una Venus ó un Apolo. Cuando
Velázquez encuentra la belleza, ¡cómo sabe represen-
tarla sin insustancial lisonja, pero conservándola su flor,
su suavidad aterciopelada, su gracia, su encanto, y agre-
gándola un atractivo misterioso de fuerza delicada y su-
prema! Colocad delante de él la perfección, y os la pin-
tará con desembarazo de caballero , y no será vencido
por ella. Nada de lo que existe conseguiría superar á las
facultades de su pincel.
Velázquez pinta los infantes y las reinas jinetes en
sus caballos españoles y en traje de gala ó de montería,
lo mismo que los filósofos, los enanos y los borrachos. La
cabeza noble y delicada, cuya palidez apenas se colora
con la sangre asul de las dinastías antiguas , no presenta
para el maestro mayor dificultad que el rostro abotaga-
do y vinoso del soldado ebrio. Su pincel reproduce el
tisú de oro en los brocados sembrados de pedrería, como
las asperezas del remiendo de paño burdo. Ni admira lo
uno , ni desprecia lo otro ; tan á sus anchas se halla en el
palacio como en la cabana. Fiel á la naturaleza, siempre
está en su casa.
Este realismo no se limitaba á las superficies. Veláz-
quez , al tiempo mismo que hacía el retrato , pintaba al
hombre. Llevaba el alma del retratado á la piel; desglo-
220 LA ESPAÑA MODERNA.
saba de la persona el carácter y lo incorporaba á su pin-
tura. Conocemos á los personajes por él retratados como
si los hubiésemos encontrado en la vida y nos hubiesen
hecho confidencias. Aunque hombre de la corte, Veláz-
quez no adulaba; en pintura, al menos. Su sinceridad no
se ha desmentido jamás, ni aun en favor de su real ami-
go. ¿Qué historiador hace ver la decadencia de la mo-
narquía austríaca en España de una manera más clara y
más elocuente que esa serie de retratos , en la cual el
tipo enérgico de Carlos V, debilitado por la transmisión,
se enerva , se bastardea y se extingue en aquella cabeza
de una paUdez mate , triste y repulsiva , y cuyos últimos
representantes no son sino espectros del labio rojo y
caído? ¡Caso raro en un artista español y buen católico,
como indudablemente lo era ! Velázquez no se dedicó á
la pintura religiosa. No se conocen de él sino muy reduci-
do número de cuadros de santidad , entre los cuales el
más notable es el Cristo del Real Museo de Madrid : una
figura pálida , de cabellera tendida , que proyecta sobre
su semblante la sombra de la corona de espinas y que se
destaca manchada de púrpura en un fondo de espesas ti-
nieblas. El misticismo no encajaba en aquella naturale-
za robusta y positiva; bastábale la tierra; tal vez se hu-
biera extraviado en el cielo , donde Murillo se recreaba
con un vuelo tan libre y tan fácil á través de glorias , au-
reolas y guirnaldas de angelitos. Velázquez no gustaba
de pintar por rutina, y como los ángeles no se le coloca-
ron nunca delante, no pudo hacerles el retrato.
Las Fraguas de Vulcano, á pesar de lo mitológico
de su título , nada tienen que recuerde la idealidad anti-
gua. Apolo visita á Vulcano en la fragua de éste, y le da
conocimiento de la desventura conyugal del dios herre-
ro. Esta delación de espía olímpico y solar, á quien nada
UN BOCETO DE VELÁZQÜEZ. 221
se escapa , no honra gran cosa al hermano de Diana , y
el pobre Vulcano , completamente ennegrecido por las
limaduras del hierro , presenta escuchando una mueca
poco agradable. Los cíclopes aplican el oído y se sonríen
con aire burlón, suspendiendo su trabajo, y muy regoci-
jados, por otra parte, de la desgracia de su maestro.
Nada menos griego, ni menos homérico seguramente.
Pero i qué carnes tan frescas , tan suaves, tan vivas las de
Apolo ! i Qué verdad en la actitud de Vulcano y en el ges-
to de los cíclopes ! ¡ Qué pintoresca mezcla de la luz blan-
ca del día con los rojizos reflejos de la fragua! ¡Qué co-
nocimiento del modelado y del colorido! ¡Qué inimitable
fuerza de expresión !
Lucas Giordano decía del cuadro de Las Meninas:
«Es la teología de la pintura». Este lienzo representa,
como es sabido, al pintor disponiéndose á comenzar el
retrato de la infanta Margarita , á quien una de sus ca-
maristas presenta un vaso de agua en tanto que los ena-
nos de la corte , Nicolás Pertusana y María Berbela, aca-
rician á un perro enorme, que se deja acariciar con cierta
indulgencia. El espejo, reflejándolos, denuncia la presen-
cia de Felipe IV y de la Reina, su esposa, sentados en un
canapé lateral. Es imposible llevar más lejos la ilusión.
Es la naturaleza misma cogida en flagrante delito de rea-
lismo. Todas las magias del claroscuro se presentan en
las tapicerías que las Hilanderas muestran á damas de
la corte en un taller medio iluminado.
Pero de todos estos asuntos, el que se adaptaba mejor
al talento de Velázquez era , sin disputa , la Rendición
de Bre da, MTídi colección áe retratos históricos agrupa-
dos por una acción tranquila y de figuras llenas de ca-
rácter, soberbiamente colocadas sobre un admirable
fondo de paisaje. Contemplando el boceto que hemos in-
222 LA ESPAÑA MODERNA.
tentado describir , y que es el asunto de este artículo , se
presiente , se hace algo más que presentir , lo que puede
ser el cuadro. ¡En el cuadro, la maestría suprema, lase-
renidad soberana, la perfección absoluta ! ¡En el boceto,
la espontaneidad de la inspiración , el deslumbramiento
del color , los fulgores del genio !
Teófilo Gautier.
ÍNDICE
Páginas.
SECCIÓN HISPANO-ULTRAMARINA.
La rinijer española , II , por Emilia Pardo Bazán 5
La deniocracia en Europa y América, V y último, por A. Cánovas del
Cistillo 16
Novela-programa , A la Sra. de R. G. , por D. Juan Valera 31
Oradores políticos , Consideraciones sobre el libro de este título es-
crito por D. Miguel Moya , por A. Palacio Valdés 55
Papeles viejos , Al Sr. Dr. Thebussen , por Juan J. Cortina 6}
El moderno Anticrisio (Ernesto Renán), III y último, por Fray Za-
carías Martínez , Agustiniano 68
El empinar cubano y la segur harraniina, por Rafael M. Merchán 97
La cuestión social, por Blas Cobeño 127
Revisti ultramarina , por V. Barrantes 145
El vulgo (soneto), por Manuel del Palacio 165
SECCIÓN EXTRANJERA.
La centenaria (cuento ruso), por Th. Dostoievsky 167
La rcpiit.-irión y el punto de honra, por Arthur Schopenhauer 175
Un precursor de los dandys , por J. Barbey D'Aurevilly 189
Un hoce'o de l^^elá^que:^ , por Teófilo Gautier 211
AP La España moderna
60
ES
año 2
no, 16-18
PLEASE DO NOT REMOVE
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UNIVERSITY OF TORONJO LIBRARY
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